por Catequesis en Familia | 11 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 8, 22-26. Miércoles de la 6.ª semana del Tiempo Ordinario. Jesús ha venido al mundo para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos.
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerla saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: «¿Ves algo?». El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: «Veo hombres, como si fueran árboles que caminan». Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Ni siquiera entres en el pueblo».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 8, 6-13.20-22
Salmo: Sal 116(115), 12-15.18-19
Oración introductoria
Señor, haz que pueda ver la paciencia con la que esperas que te dé mi tiempo y atención, la misericordia y comprensión ante mi debilidad, las innumerables gracias con las que colmas mi vida, como ésta, al poder tener este momento de meditación. Qué insensatez la mía si no sé aprovechar y agradecer esta gracia de poder tener un auténtico diálogo de amor contigo en la oración.
Petición
Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón y enciende el fuego de tu amor, hazme dócil a tus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de tu consuelo.
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Inmediatamente pasa a la acción: con un poco de tierra y de saliva hace barro y lo unta en los ojos del ciego. Este gesto alude a la creación del hombre, que la Biblia narra con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios. De hecho, «Adán» significa «suelo», y el cuerpo humano está efectivamente compuesto por elementos de la tierra. Al curar al hombre, Jesús realiza una nueva creación. […] Al ciego curado Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. En efecto, en el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por su propio egoísmo.
Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios. Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que la Biblia llama el «gran pecado»: el orgullo. Que nos ayude en esto María santísima, la cual, al engendrar a Cristo en la carne, dio al mundo la verdadera luz.
Benedicto XVI, Ángelus del domingo, 2 de marzo de 2008
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): «Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus («Dios reinó desde el madero de la Cruz», [Venancio Fortunato, Hymnus «Vexilla Regis»: MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).
Propósito
Que mi testimonio de vida y mis buenas obras, hagan resplandecer la luz del Espíritu Santo ante los hombres.
Diálogo con Cristo
Jesucristo, pasar la vida haciendo el bien a todos, da una luz distinta a mi existencia. Con tu gracia, dejando a un lado mi orgullo y soberbia para dejarte actuar, podré lograr que los ciegos que me rodean puedan ver la luz en el Evangelio, los cojos y tullidos por su egoísmo empiecen a participar en la nueva evangelización y los muertos en vida resuciten cuando hagan la experiencia de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 11 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 8, 14-21. Martes de la 6.ª semana del Tiempo Ordinario. Cuando somos tentados sólo la Palabra de Dios nos salva. Escuchar esa Palabra nos abre el horizonte porque «Dios está siempre dispuesto a enseñarnos cómo salir de la tentación.
Los discípulos se habían olvidado de llevar pan y no tenían más que un pan en la barca. Jesús les hacía esta recomendación: «Estén atentos, cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». Ellos discutían entre sí, porque no habían traído pan. Jesús se dio cuenta y les dijo: «¿A qué viene esa discusión porque no tienen pan? ¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. ¿No recuerdan cuántas canastas llenas de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas?». Ellos le respondieron: «Doce». «Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas canastas llenas de trozos recogieron?». Ellos le respondieron: «Siete». Entonces Jesús les dijo: «¿Todavía no comprenden?».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 6, 5-8; 7, 1-5.10
Salmo: Sal 29(28), 1a.2.3ac-4.3b.9b-10
Oración introductoria
Señor, creo, espero y te amo, pero tengo un corazón duro, como el de tus discípulos, que no acaba de comprender el significado de tu presencia real en mi vida. Envía tu Espíritu Santo para que guíe e ilumine mi oración, para que pueda relacionarme contigo como un hijo fiel y sencillo.
Petición
Señor, concédeme la gracia de valorar y apreciar el milagro de tu presencia real en mi vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
La tentación se nos presenta de modo solapado, contagia todo el ambiente que nos rodea, nos impulsa a buscar siempre una justificación. Y al final nos hace caer en el pecado, cerrándonos en una jaula de la cual es difícil salir. Para resistir a la tentación es necesario escuchar la Palabra del Señor, porque «Él nos espera», nos da siempre confianza y abre ante nosotros un nuevo horizonte. Es éste, en síntesis, el sentido de la reflexión propuesta por el Papa Francisco el [día de hoy].
El Pontífice partió, como es costumbre, de la liturgia del día, en especial de la Carta de Santiago (12-18) en la que el apóstol «tras habernos hablado ayer de la paciencia —destacó— nos habla hoy de la resistencia. Resistencia a las tentaciones. Y nos explica que cada uno es tentado por las propias pasiones, que le atraen y le seducen. Luego, las pasiones engendran, generan el pecado. Y el pecado, una vez cometido, genera la muerte».
¿Pero de dónde viene la tentación? ¿Cómo actúan dentro de nosotros? Para responder a estos interrogantes, el Papa recurrió nuevamente al texto de la Carta de Santiago. «El apóstol —indicó— nos dice que no viene de Dios sino de nuestras pasiones, de nuestras debilidades interiores, de las heridas que dejó en nosotros el pecado original. De allí vienen las tentaciones». Y al respecto se centró en las características de la tentación, que, dijo, «crece, contagia y se justifica».
Inicialmente, por lo tanto, la tentación «comienza con un aire tranquilizador», pero «luego crece. Jesús mismo lo decía cuando contó la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13, 24-30). El trigo crecía, pero crecía también la cizaña sembrada por el enemigo. Y así también la tentación crece, crece, crece. Y si uno no la detiene, ocupa todo». Después tiene lugar el contagio. La tentación «crece —explicó el obispo de Roma—, pero no ama la soledad»; por lo tanto, «busca a otro para que le acompañe, contagia a otro y así acumula personas». Y la tercera característica es la justificación, porque nosotros, hombres, «para estar tranquilos nos justificamos».
Al respecto, el Pontífice observó que la tentación se justifica desde siempre, «desde el pecado original», cuando Adán culpó a Eva por haberle convencido de comer el fruto prohibido. Y en este crecer, contagiar y justificarse, la tentación «nos encierra en un ambiente desde el que no se puede salir con facilidad». Para explicarlo, el Papa se refirió al pasaje del Evangelio de Marcos (8, 14-21): «Es lo que sucedió a los apóstoles que estaban en la barca: se les olvidó tomar el pan» y se pusieron a discutir culpándose mutuamente por haberlo olvidado. «Jesús les miraba. Yo pienso —comentó— que Él sonreía mientras les miraba. Y les dijo: ¿Recordáis la levadura de los fariseos, de Herodes? Estad atentos, mirad a vuestro alrededor». Sin embargo, ellos «no entendían nada, porque estaban tan cerrados culpándose que no tenían ya espacio para otra cosa, no tenían más luz para la Palabra de Dios».
Lo mismo sucede «cuando caemos en tentación. No escuchamos la Palabra de Dios. No comprendemos. Y Jesús tuvo que recordar la multiplicación de los panes para ayudar a los discípulos a salir de ese ambiente». Esto sucede, explicó el Pontífice, porque la tentación nos cierra todo horizonte «y así nos conduce al pecado». Cuando somos tentados, «sólo la Palabra de Dios, la palabra de Jesús nos salva. Escuchar esa Palabra nos abre el horizonte», porque «Él está siempre dispuesto a enseñarnos a cómo salir de la tentación. Jesús es grande porque no sólo nos hace salir de la tentación, sino que nos da más confianza».
Al respecto, el Papa Francisco recordó el episodio relatado por el Evangelio de Lucas (22, 31- 32) a propósito del diálogo entre Jesús y Pedro, durante el cual el Señor «dice a Pedro que el diablo quería cribarlo»; pero al mismo tiempo le revela que había rezado por él y le confía una nueva misión: «Cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Por lo tanto, Jesús, destacó el Santo Padre, no sólo nos espera para ayudarnos a salir de la tentación, sino que confía en nosotros. Y «ésta es una gran fuerza», porque «Él nos abre siempre nuevos horizontes», mientras que el diablo con la tentación «cierra y hace crecer el ambiente donde se riñe», por lo cual «se buscan justificaciones acusándose uno a otro».
«No nos dejemos aprisionar por la tentación», fue la exhortación del obispo de Roma. Desde el círculo donde nos encierra la tentación «se sale sólo escuchando la Palabra de Jesús» recordó, concluyendo: «Pidamos al Señor que siempre, como hizo con los discípulos, con su paciencia, cuando seamos tentados nos diga: Deténte. Tranqulízate. Levanta los ojos, mira el horizonte, no te cierres, sigue adelante. Esta palabra nos salvará de caer en el pecado en el momento de la tentación».
Santo Padre Francisco: Para no dejarse contagiar por la tentación
Meditación del martes, 18 de febrero de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
VI. «No nos dejes caer en la tentación»
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos “deje caer” en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil: significa “no permitas entrar en” (cf Mt26, 41), “no nos dejes sucumbir a la tentación”. “Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie” (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate “entre la carne y el Espíritu”. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre “ser tentado” y “consentir” en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es “bueno, seductor a la vista, deseable” (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
«Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres […] En algo la tentación es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la tentación nos ha manifestado» (Orígenes, De oratione, 29, 15 y 17).
2848 “No entrar en la tentación” implica una decisión del corazón: “Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón […] Nadie puede servir a dos señores” (Mt 6, 21-24). “Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu” (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este “dejarnos conducir” por el Espíritu Santo. “No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito” (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es “guarda del corazón”, y Jesús pide al Padre que “nos guarde en su Nombre” (Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la perseverancia final. “Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela” (Ap 16, 15).
Propósito
Hacer una visita a Cristo Eucaristía para abrirle mi corazón y darle mi amor.
Diálogo con Cristo
Padre Santo, es increíble que habiendo experimentado tu amor sea capaz de rechazar u olvidar la grandeza de tu amor. Rechazo u olvido que se manifiesta en mi pasividad, falta de entusiasmo o incluso indiferencia ante tu presencia en la Eucaristía. Ayúdame, Señor, para que nunca te excluya de mi vida. Que al contemplar el crucifijo mi fe se reavive, y que recuerde que la fe se expresa en la caridad, en el servicio, en el amor a los demás.
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por Catequesis en Familia | 11 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 8, 11-13. Lunes de la 6.ª semana del Tiempo Ordinario. Hay personas que saben sufrir con la sonrisa y conservan la alegría de la fe a pesar de las pruebas y enfermedades: son estas personas quienes llevan adelante la Iglesia con su santidad de cada día.
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo». Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 4, 1-15.25
Salmo: Sal 50(49), 1.8.16bc-17.20-21
Oración introductoria
Señor, dame esa fe plena y confiada que no tiene necesidad de pedir señales o milagros. Sé que me amas, que siempre estás dispuesto a escuchar mi oración. Permite que sepa guardar el silencio necesario para dialogar contigo y fortalecer así mi fuerza de voluntad para saberme abandonar en la misericordia de tu amor.
Petición
Señor, aumenta mi fe y concédeme la gracia de vivir una caridad viva.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hay personas que saben sufrir con la sonrisa y conservan «la alegría de la fe» a pesar de las pruebas y enfermedades. Son estas personas quienes «llevan adelante la Iglesia con su santidad de cada día», hasta llegar a ser auténticos puntos de referencia «en nuestras parroquias, en nuestras instituciones». En la reflexión del Papa Francisco, propuesta el lunes 17 de febrero, están los ecos de los encuentros del domingo por la tarde con la comunidad parroquial de la periferia romana del «Infernetto».
«Cuando vamos a las parroquias —dijo, en efecto, el obispo de Roma— encontramos personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo discapacitado o tienen una enfermedad, pero llevan adelante la vida con paciencia». Son personas que no piden «un milagro» sino que viven con «la paciencia de Dios» leyendo «los signos de los tiempos». Y precisamente de este santo pueblo de Dios «el mundo no era digno de ellos», afirmó el Papa citando el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos y afirmando que también «de esta gente de nuestro pueblo —gente que sufre, que sufre tantas cosas pero no pierde la sonrisa de la fe, que tienen la alegría de la fe— podemos decir que de ellos no es digno el mundo: ¡es indigno!».
La reflexión del Papa sobre el valor de la paciencia partió, como es habitual, de la liturgia del día: el pasaje de la Carta de Santiago (1, 1-11) y del Evangelio de Marcos (8, 11-13).
«Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas»: al comentar estas palabras de la primera lectura, el Papa destacó que «parece un poco extraño lo que dice el apóstol Santiago». Parece casi —indicó— «una invitación a hacer de faquir». En efecto, se preguntó, «sufrir una prueba, ¿cómo nos puede causar gozo?». El Pontífice prosiguió la lectura del pasaje de Santiago: «Sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia».
La sugerencia, explicó, es «llevar la vida en este ritmo de paciencia». Pero «la paciencia —advirtió— no es resignación, es otra cosa». Paciencia quiere decir, en efecto, «soportar sobre los hombros las cosas de la vida, las cosas que no son buenas, las cosas malas, las cosas que no queremos. Y será precisamente esta paciencia la que hará madura nuestra vida». Quien en cambio no tiene paciencia «quiere todo inmediatamente, todo de prisa». Y «quien no conoce esta sabiduría de la paciencia es una persona caprichosa», que termina comportándose precisamente «como los niños caprichosos», quienes dicen: «yo quiero esto, quiero aquello, esto no me gusta», y no se contentan nunca con nada.
«¿Por qué esta generación reclama un signo?», pregunta el Señor en el pasaje evangélico de Marcos respondiendo a la petición de los fariseos. Y así quería decir, afirmó el Papa, que «esta generación es como los niños que escuchan música de alegría y no bailan, escuchan música de luto y no lloran. Nada está bien». En efecto, continuó, «la persona que no tiene paciencia es una persona que no crece, que permanece en los caprichos de los niños, que no sabe tomar la vida como se presenta», y sólo sabe decir: «o esto o nada».
Cuando no se tiene paciencia, «ésta es una de las tentaciones: convertirse en caprichosos» como niños. Y otra tentación de aquellos «que no tienen paciencia es la omnipotencia», encerrada en la pretensión: «¡Quiero las cosas de inmediato!». Precisamente a esto se refiere el Señor cuando los fariseos le piden «un signo del cielo». En realidad, destacó el Pontífice, «¿qué querían? Querían un espectáculo, un milagro». Al fin de cuentas es la misma tentación que el diablo propuso a Jesús en el desierto, pidiéndole hacer algo —así todos creerían y la piedra se convertiría en pan— o tirarse desde el templo para mostrar su poder.
Los fariseos, sin embargo, al pedir un signo a Jesús, «confunden el modo de obrar de Dios con el modo de obrar de un brujo». Pero, precisó el Santo Padre, «Dios no actúa como un brujo. Dios tiene su modo de ir adelante: la paciencia de Dios». Y nosotros «cada vez que nos acercamos al sacramento de la reconciliación cantamos un himno a la paciencia de Dios. ¡Cómo nos lleva el Señor sobre los hombros, con cuánta paciencia!».
«La vida cristiana —sugirió el Papa— debe desarrollarse desde esta música de la paciencia, porque fue precisamente la música de nuestros padres: el pueblo de Dios». La música de «aquellos que creyeron en la Palabra de Dios, que siguieron el mandamiento que el Señor había dado a nuestro padre Abrahán: camina en mi presencia y sé irreprensible».
El pueblo de Dios, prosiguió citando una vez más el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, «sufrió mucho: fueron perseguidos, asesinados, debían esconderse en las cuevas, en las cavernas. Y tuvieron la alegría, el gozo —como dice el apóstol Santiago— de saludar desde lejos las promesas». Es precisamente ésta «la paciencia que nosotros debemos tener en las pruebas». Es «la paciencia de una persona adulta; la paciencia de Dios que nos conduce, nos sostiene sobre los hombros; y la paciencia de nuestro pueblo» destacó el Pontífice exclamando: «¡Cuán paciente es nuestro pueblo aún ahora!».
El obispo de Roma recordó, por lo tanto, que son muchas las personas que sufren y son capaces de llevar «adelante la vida con paciencia. No piden un signo», como los fariseos, «pero saben leer los signos de los tiempos». Así, «saben que cuando brota la higuera se acerca la primavera». En cambio, las personas «impacientes» que presenta el Evangelio «querían un signo» pero «no sabían leer los signos de los tiempos. Por ello no reconocieron a Jesús».
La Carta a los Hebreos, dijo el Papa, dice claramente que «el mundo era indigno del pueblo de Dios». Pero hoy «podemos decir lo mismo de esta gente de nuestro pueblo: gente que sufre, que sufre muchas, muchas cosas, pero no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe». Sí, también de todos ellos «no es digno el mundo». Es precisamente «esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones», quienes llevan «adelante la Iglesia con su santidad de todos los días, de cada día».
Como conclusión, el Papa releyó el pasaje de Santiago que había propuesto al inicio de la homilía. Y pidió al Señor que nos diera «a todos nosotros la paciencia: la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz», donándonos «la paciencia de Dios» y «la paciencia de nuestro pueblo fiel que es tan ejemplar».
Santo Padre Francisco: Santa paciencia
Meditación del lunes, 17 de febrero de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. La santidad cristiana
2012. “Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman […] a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó” (Rm 8, 28-30).
2013 “Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad” (LG 40). Todos son llamados a la santidad: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48):
«Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según la medida del don de Cristo […] para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos» (LG 40).
2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos —“los santos misterios”— y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos.
2015 “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).
2016 Los hijos de la Santa Madre Iglesia esperan justamente la gracia de la perseverancia final y de la recompensa de Dios, su Padre, por las obras buenas realizadas con su gracia en comunión con Jesús (cf Concilio de Trento: DS 1576). Siguiendo la misma norma de vida, los creyentes comparten la “bienaventurada esperanza” de aquellos a los que la misericordia divina congrega en la “Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, […] que baja del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21, 2).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Aceptar con fe y amor, como María, la voluntad de Dios.
Diálogo con Cristo
Padre Santo, al contemplar el sacrificio de tu Hijo en la cruz, puedo encontrar la gran señal que me comprueba la grandeza de tu amor. Permite que esta oración me lleve a contemplarte plenamente en cada celebración de la Eucaristía. Ésa es la gran señal, el más grande milagro. Que nunca sea indiferente ni se convierta la misa en un acto de piedad, sino una relación real a mi vida y a mi oración.
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por Catequesis en Familia | 11 Feb, 2017 | La Biblia
Mateo 5, 17-37. Sexto domingo del Tiempo Ordinario. Quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a los demás.
No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una «i» ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: «No matarás», y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo. Ustedes han oído que se dijo: «No cometerás adulterio». Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: «El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio». Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio. Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: «No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor». Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Eclesiástico, Eclo 15, 15-20
Salmo: Sal 119(118), 1-2.4-5.17-18.33-34
Segunda lectura: Primra Carta de san Pablo a los Corinticos, 1 Cor 2, 6-10
Oración introductoria
Señor, Dios mío, abre mi alma para que puedas modelar mi corazón a través de esta meditación que me dispongo a realizar. Haz que mis ojos se centren en tu misericordia para que me dé cuenta del inmenso amor que me tienes. Es en tu misericordia, Señor, que quiero apoyar esta sencilla oración, es en ella que quiero poner mis intenciones y las intenciones de mis seres más queridos.
Petición
Jesús, que no me aparte de tus mandamientos.
Meditación del Santo Padre Francisco
Cuando Jesús pronunció las palabras que recoge el Evangelio del día: la justicia de ustedes tiene que ser superior a la justicia que están viendo ahora, la de los escribas y fariseos. Por ello quien entra en la vida cristiana, el que acepta seguir este camino, tiene exigencias superiores a las de los demás. No tiene ventajas superiores. ¡No! Exigencias superiores. Jesús menciona algunas de ellas, como las exigencias de la convivencia, pero luego indica también el tema de la relación negativa hacia los hermanos.
Las palabras de Jesús no dejan vía de escape. «Ustedes han oído que se dijo en el pasado: no matarás. Y el que mata debe ser llevado al tribunal. Pero yo les digo que todo aquél que se enoja contra su hermano merece ser condenado, y todo aquel que lo insulta merece ser castigado por el tribunal». Respecto al insulto, Jesús es aún más radical y va mucho más allá. Porque dice que cuando ya «en tu corazón hay algo negativo» contra el hermano y se expresa con un insulto, con una maldición o con enojo, hay algo que no funciona.
Santo Padre Francisco: Cuando la lengua mata
Homilía del jueves, 13 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Buscaré dar un plus en alguna responsabilidad de mi vida cristiana (en mi oración, en mi trato con los demás, en mi sinceridad, en perdonar…).
Diálogo con Cristo
Jesucristo, cuántas veces me fijo más en lo que me cuesta cumplir que en lo que te costó sufrir por mí; cuántas veces me quejo de mis deberes porque me falta tu amor. Tú conoces mejor que nadie mi debilidad y mi pequeñez, pero también conoces cuánto quiero responder a tu amor. Te pido que, así como viniste a perfeccionar la Ley judía, perfecciones la sinceridad, la humildad, la entrega y la pureza de mi corazón. Te lo pido por la intercesión de su santísima Madre la Virgen María. Así sea.
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La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva profundidad y amplitud.
Deus Caritas est, n. 1
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por Catequesis en Familia | 11 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 8, 1-10. Sábado de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. La Cruz es la auténtica multiplicación de los panes.
En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos». Los discípulos le preguntaron: «¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?». el les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes?». Ellos respondieron: «Siete». Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud. Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran. Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado. Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió. En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.
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Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 3, 9-24
Salmo: Sal 90(89), 2-6.12-13
Oración introductoria
Jesús, ayúdame a comprender la grandeza de tu amor porque siempre estás al pendiente de toda mi vida, aun de los aspectos materiales. Hoy vengo a buscarte en este momento de oración, sabiendo que te puedo encontrar. ¡Ven Espíritu Santo!
Petición
Jesús, alimenta mi alma que tiene hambre y sed de Ti. Deseo que mi unión contigo sea más que una ilusión o deseo, que sea una realidad concreta sobre la que gire toda mi vida.
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
La gente, al ver este milagro —que parecía ser la renovación tan esperada del nuevo «maná», el don del pan del cielo—, quiere hacerlo su rey. Pero Jesús no acepta y se retira a orar solo en la montaña. Al día siguiente, en la otra orilla del lago, en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús interpretó el milagro, no en el sentido de una realeza de Israel, con un poder de este mundo, como lo esperaba la muchedumbre, sino en el sentido de la entrega de sí mismo: «El pan que yo voy a dar es mi carne por la vida del mundo». Jesús anuncia la cruz y con la cruz la auténtica multiplicación de los panes, el Pan eucarístico, su manera totalmente nueva de ser rey, una manera completamente opuesta a las expectativas de la gente.
Podemos comprender que estas palabras del Maestro, que no quiere realizar cada día una multiplicación de los panes, que no quiere ofrecer a Israel un poder de este mundo, resultaran realmente difíciles, más aún, inaceptables para la gente. «Da su carne»: ¿qué quiere decir esto? Incluso para los discípulos parece algo inaceptable lo que Jesús dice en este momento. Para nuestro corazón, para nuestra mentalidad, eran y son palabras «duras», que ponen a prueba la fe.
Santo Padre Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 24 de mayo de 2006
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. «Danos hoy nuestro pan de cada día»
2828 “Danos”: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes “a su tiempo su alimento” (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además, “danos” es la expresión de la Alianza: nosotros somos de Él y Él de nosotros, para nosotros. Pero este “nosotros” lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 “Nuestro pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
«A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 21).
2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de “nuestro” pan, “uno” para “muchos”: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 “Ora et labora” (Lema de tradición benedictina. Cf. San Benito, Regla, 20). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”. Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la que desfallecen los hombres: “No sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4, cf Dt 8, 3), es decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus esfuerzos para “anunciar el Evangelio a los pobres”. Hay hambre sobre la tierra, “mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6, 26-58).
2836 “Hoy” es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este “hoy” no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
«Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita» (San Ambrosio, De sacramentis, 5, 26).
2837 “De cada día”. La palabra griega, epiousion, no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de “hoy” (cf Ex16, 19-21) para confirmarnos en una confianza “sin reserva”. Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra (epiousion: “lo más esencial”), designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, “remedio de inmortalidad” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este “día” es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre “cada día”.
«La Eucaristía es nuestro pan cotidiano […] La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos […] Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación» (San Agustín, Sermo 57, 7, 7).
El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn6, 51). Cristo “mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial” (San Pedro Crisólogo, Sermo 67, 7).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
De la mano de Nuestra Señora de Lourdes, revisar mi actitud y cercanía a la Eucaristía.
Diálogo con Cristo
Señor, no podré hacer el milagro de la multiplicación de los panes, pero si puedo multiplicar, con la ayuda de tu gracia, que recibo en la Eucaristía, mi caridad y mi amor por los demás. Tratar con delicadeza, respeto y amabilidad, con múltiples detalles, a todas las personas que pongas en mi camino, empezando por mi propia familia, es el fruto que tu presencia en mi vida puede llevar a cabo.
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por Catequesis en Familia | 8 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 7, 31-37. Viernes de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. El hombre debe curarse también de la «sordera» del espíritu.
Cuando Jesús volvía de al región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y dijo: «Efatá», que significa: «Abrete». Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 3, 1-8
Salmo: Sal 32(31), 1-2.5-7
Oración introductoria
Aunque ni sordo ni mudo, frecuentemente pareciera que lo soy, porque no te escucho, Señor, y no hablo a los demás de la experiencia de tu amor. Inspira esta oración para que de ella saque la fuerza de voluntad y sea siempre un testigo fiel de tu amor.
Petición
Jesús, confío en tu infinito amor, haz mi corazón semejante al tuyo.
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
La palabra «Effatá», colocada al comienzo del título de la Conferencia, nos recuerda el conocido episodio del Evangelio de san Marcos, que constituye un paradigma de cómo actúa el Señor respecto a las personas sordas. Presentan a un sordomudo a Jesús, y él, apartándole de la gente, después de realizar algunos gestos simbólicos, levanta los ojos al cielo y le dice: «¡Effatá», que quiere decir «Ábrete». Al instante —escribe el evangelista— se abrieron sus oídos y se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Los gestos de Jesús están llenos de atención amorosa y expresan una compasión profunda por el hombre que tiene delante: le manifiesta su interés concreto, lo aparta del alboroto de la multitud, le hace sentir su cercanía y comprensión mediante gestos densos de significado. Le pone los dedos en los oídos y con la saliva le toca la lengua. Después lo invita a dirigir junto con él la mirada interior, la del corazón, hacia el Padre celestial. Por último, lo cura y lo devuelve a su familia, a su gente. Y la multitud, asombrada, no puede menos de exclamar: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Con su manera de actuar, que revela el amor de Dios Padre, Jesús no sólo cura la sordera física, indica también que existe otra forma de sordera de la cual la humanidad debe curarse, más aún, debe ser salvada: es la sordera del espíritu, que levanta barreras cada vez más altas ante la voz de Dios y del prójimo, especialmente ante el grito de socorro de los últimos y de los que sufren, y aprisiona al hombre en un egoísmo profundo y destructor.
Santo Padre Benedicto XVI
Discurso el viernes, 20 de noviembre de 2009
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos «milagros, prodigios y signos» (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52). Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser «ocasión de escándalo» (Mt 11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn11, 47-48); incluso se le acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): «Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus («Dios reinó desde el madero de la Cruz», [Venancio Fortunato, Hymnus «Vexilla Regis»: MGH 1/4/1, 34: PL 88, 96]).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Que mi manera de actuar y tratar a los demás revele el amor de Dios Padre.
Diálogo con Cristo
Padre Santo, soy sordo cuando no oigo las necesidades de los demás, cuando no busco entender su punto de vista. Soy mudo cuando no pronuncio palabras llenas de benedicencia sino de crítica, por eso confío en que esta meditación, y mi esfuerzo permanente por crecer en mi vida de oración, me ayude a curar esas malas acciones que me apartan de ser un auténtico testigo de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 8 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 7, 24-30. Jueves de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. El camino de la mujer cananea es el camino de una persona de buena voluntad que busca a Dios y lo encuentra. También hoy día muchos recorren este camino…
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: «Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros». Pero ella le respondió: «Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos». Entonces él le dijo: «A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija». Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 2, 18-25
Salmo: Sal 128(127), 1-5
Oración introductoria
¡Qué ejemplo de fe tan grande me da esta madre del Evangelio! Espíritu Santo, ilumina este momento de oración para que aprenda a vivir con esa confianza, a orar con esa seguridad y abandono.
Petición
Señor, ¡enséñame a orar con fe y esperanza… y por amor!
Meditación del Santo Padre Francisco
La mujer, dirigiéndose a Jesús, se lee en el pasaje evangélico, es «valiente», como lo es toda «madre desesperada» que «ante la salud de un hijo» está dispuesta a hacer de todo. «Le habían dicho que existía un hombre bueno, un profeta» —explicó el Papa— y, así, fue a buscar a Jesús, incluso si ella «no creía en el Dios de Israel». Por el bien de su hija «no tuvo vergüenza de la mirada de los apóstoles». Y se acercó a Jesús para suplicarle que ayudara a su hija que estaba poseída por un espíritu impuro. A su petición Jesús respondió que había venido «ante todo para las ovejas de la casa de Israel». Y se lo «explica con un lenguaje duro», diciéndole: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». La mujer —puso de relieve el Santo Padre— no respondió a Jesús «con su inteligencia, sino con sus entrañas de madre, con su amor». Y dijo: «Pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Queriendo decir: «Dame estas migajas a mí». Impresionado por su fe «el Señor hizo un milagro». Y, así, «al llegar a su casa, se encontró a la niña acostada en la cama, y el demonio se había marchado».
Es, en esencia, la historia de una madre que «se había expuesto al riesgo de hacer un mal papel, pero insistió» por amor a su hija. Viniendo «del paganismo y de la idolatría, encontró la salud para su hija»; y para sí misma «encontró al Dios viviente». Su camino, explicó el Papa, «es el camino de una persona de buena voluntad que busca a Dios y lo encuentra». Por su fe «el Señor la bendice». Pero es también la historia de mucha gente que aún hoy «recorre este camino». Y «el Señor espera» a estas personas, movidas por el Espíritu Santo. «Cada día en la Iglesia del Señor hay personas que recorren este camino, silenciosamente, para encontrar al Señor», precisamente «porque se dejan conducir por el Espíritu Santo».
Santo Padre Francisco: El rey y la mujer
Meditación del jueves, 13 de febrero de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos amigos, [al igual que la mujer cananea] también nosotros estamos llamados a crecer en la fe, a abrirnos y acoger con libertad el don de Dios, a tener confianza y gritar asimismo a Jesús: «¡Danos la fe, ayúdanos a encontrar el camino!». Es el camino que Jesús pidió que recorrieran sus discípulos, la cananea y los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos, cada uno de nosotros. La fe nos abre a conocer y acoger la identidad real de Jesús, su novedad y unicidad, su Palabra, como fuente de vida, para vivir una relación personal con él. El conocimiento de la fe crece, crece con el deseo de encontrar el camino, y en definitiva es un don de Dios, que se revela a nosotros no como una cosa abstracta, sin rostro y sin nombre; la fe responde, más bien, a una Persona, que quiere entrar en una relación de amor profundo con nosotros y comprometer toda nuestra vida. Por eso, cada día nuestro corazón debe vivir la experiencia de la conversión, cada día debe vernos pasar del hombre encerrado en sí mismo al hombre abierto a la acción de Dios, al hombre espiritual (cf. 1 Co 2, 13-14), que se deja interpelar por la Palabra del Señor y abre su propia vida a su Amor.
Santo Padre Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 14 de agosto de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La conversión de los bautizados
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: «¡Arrepiéntete!» (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ni desistir ni desanimarme cuando parezca que Dios no escucha mi oración.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, porque en esta meditación puedo ver las características de la verdadera oración: fe, humildad, perseverancia y confianza. Me confirmas que la oración sincera es infaliblemente efectiva, porque Tú siempre me escuchas. Además hoy me doy cuenta que el primer paso del apostolado debe ser mi oración, porque de ahí es de donde puede brotar las gracias para las personas que, en una u otra forma, busco llevarles a la experiencia de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 8 Feb, 2017 | La Biblia
Marcos 7, 14-23. Miércoles de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. Tenemos el corazón muy lleno de cosas que no son Dios.
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!». Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. El les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?». Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».
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Lecturas
Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 2, 4b-9.15-17
Salmo: Sal 104(103), 1-2a.27-30
Comentario del Evangelio por san Rafael Arnáiz Barón (1911-1938), monje trapense español
«Señor, crea en mí un corazón puro» (Sal 50, 12).
Que vengan los sabios preguntando dónde está Dios. Dios está donde el sabio con la ciencia soberbia no puede llegar… Dios está en el corazón desprendido…, en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario al dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas…
Dios está en la Cruz, y mientras no amemos la Cruz, no le veremos, no le sentiremos…
Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido.
¡Ah!, Señor, qué feliz soy en mi retiro… Cuánto te amo en mi soledad… Cuánto quisiera ofrecerte que no tengo, pues ya te lo he dado todo… Pídeme, Señor…, mas ¿qué he de darte?
¿Mi cuerpo?, ya lo tienes; es tuyo. ¿Mi alma?… Señor, ¿en quién suspira sino en Ti, para que de una vez la acabes de tomar? ¿Mi corazón? está a los pies de María, llorando de amor…, sin ya nada querer, más que a Ti.
¿Mi voluntad? ¿Acaso, Señor, deseo lo que Tú no deseas? Dímelo… dime, Señor, cuál es tu voluntad, y pondré la mía a tu lado… Amo todo lo que Tú me envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad, tanto estar aquí como allí, tanto ser una cosa como otra.
¿Mi vida? tómala, Señor Dios mío, cuando Tú quieras.
¡Cómo no ser feliz así!
Si el mundo y los hombres supieran. Pero no sabrán; están muy ocupados en sus intereses; tienen el corazón muy lleno de cosas que no son Dios.
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por Catequesis en Familia | 31 Ene, 2017 | La Biblia
Marcos 6, 53-56. Lunes de la 5.ª semana del Tiempo Ordinario. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal.
Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 1, 1-19
Salmo: Sal 104(103), 1-2a.5-6.10.12.24.35c
Oración introductoria
Señor, creo en tu capacidad de curar física y espiritualmente. Me acerco a Ti en esta oración enfermo y débil espiritualmente, confío en tu deseo de sanarme y fortalecerme. Te ofrezco humildemente mi vida, herida por el cáncer del amor propio, el orgullo y la autosuficiencia y me abandono en tu misericordia. Pido a la santísima Virgen de Lourdes que interceda por mí.
Petición
Señor, sana mi alma y mi corazón. Ayúdame a hacer lo que necesito hacer, para mantenerme siempre en gracia.
Meditación del Santo Padre Francisco
La palabra que nos ayudará a entrar en el misterio de Cristo es cercanía. Un hombre pecó y un hombre nos salvó. ¡Es el Dios que está cerca! Cerca de nosotros, de nuestra historia. Desde el primer momento, cuando eligió a nuestro padre Abraham, caminó con su pueblo. Y esto también se ve con Jesús que hace un trabajo de artesano, de trabajador.
A mí, la imagen que me viene es aquella de la enfermera en un hospital: cura las heridas, una por una, pero con sus manos. Dios se involucra, se mete en nuestras miserias, se acerca a nuestras heridas y las cura con sus manos, y para tener manos se hizo hombre. Es un trabajo de Jesús, personal. Un hombre trajo el pecado, un hombre viene a sanarlo. Cercanía. Dios no nos salva solo por un decreto o una ley; nos salva con ternura, con caricias, nos salva con su vida, por nosotros.
Santo Padre Francisco: Inteligencia, corazón, contemplación
Meditación del martes, 22 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Son frecuentes y a veces inquietantes esos interrogantes, que en verdad, en un plano meramente humano, no encuentran respuestas adecuadas, pues el dolor, la enfermedad y la muerte en su significado siguen siendo insondables para la mente humana. Pero viene en nuestra ayuda la luz de la fe. La Palabra de Dios nos revela que incluso estos males son misteriosamente «abrazados» por el plan divino de salvación; la fe nos ayuda a considerar que la vida humana es hermosa y digna de vivirse en plenitud, a pesar de estar menoscabada por el mal. Dios creó al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte entraron en el mundo como consecuencia del pecado.
Sin embargo, el Señor no nos ha abandonado a nosotros mismos. Él, el Padre de la vida, es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente hacia la humanidad que sufre. El Evangelio relata cómo Jesús «expulsaba los espíritus con su palabra y curaba a los enfermos», indicando el camino de la conversión y de la fe como condiciones para obtener la curación del cuerpo y del espíritu.
Santo Padre Benedicto XVI: Encuentro con los enfermos
Discurso del miércoles, 11 de febrero de 2009
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LOS SACRAMENTOS DE CURACIÓN
1420 Por los sacramentos de la iniciación cristiana, el hombre recibe la vida nueva de Cristo. Ahora bien, esta vida la llevamos en «vasos de barro» (2 Co 4,7). Actualmente está todavía «escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Nos hallamos aún en «nuestra morada terrena» (2 Co 5,1), sometida al sufrimiento, a la enfermedad y a la muerte. Esta vida nueva de hijo de Dios puede ser debilitada e incluso perdida por el pecado.
1421 El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ofrecer a la Virgen de Lourdes un rosario por todas las personas enfermas, física o espiritualmente, para que encuentren consuelo en Cristo.
Diálogo con Cristo
Jesús, qué ciego he sido al temer más a la enfermedad o a los problemas cotidianos de la vida que al pecado. He abusado de tu eterna misericordia al no esforzarme por dominar mi debilidad, por eso suplico a la Virgen de Lourdes que me guíe para saber resistir la tentación.
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