Os presentamos esta catequesis del Padre Mario Pezzi, presbítero italiano, figura importante del Camino Neocatecumenal y parte del grupo de Catequistas Itinerantes Internacionales. Se trata de una catequesis extensa y exhaustiva sobre el papel del padre y la madre en la educación de los hijos, en la que el Padre Mario Pezzi presenta en una primera parte la problemática de la familia cristiana actual, haciendo un recorrido histórico para comprender todos los porqués de la forma de pensar y actuar en el que se encuentran las familias católicas actuales, sobre todo la enorme crisis que vive actualmente la figura del padre dentro de la familia. En una segunda parte, el Padre Mario Pezzi presenta los fundamentos doctrinales en los que se asienta la familia católica, abordando todas las fases: noviazgo, matrimonio, hijos, educación de los hijos, etc.
En esta catequesis, el Padre Mario Pezzi presenta la familia cristiana del mundo actual de una forma clara y contundente. Esta contundencia, basada en un conocimiento manifiesto de la doctrina de la Iglesia, seguramente provocará el que las mentalidades actuales se puedan sentir «embestidas» en algún momento de su lectura, no obstante, precisamente por esto, recomendamos su lectura, pues esta catequesis proporciona, sin duda alguna, numerosos y variados temas que provocarán la reflexión, intelectual y de conciencia, del lector.
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones de la Virgen para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Se venera hoy al Hijo de Dios como hijo de familia, a María como madre de familia, y a José como padre y jefe de familia; y se recuerda a los padres, madres e hijos de hoy su condición de tales, sus respectivos y mutuos deberes, y la obligación de todos juntos para con Dios.
La Virgen María dio a luz al Príncipe de la Paz, Jesús. Por eso la invocamos «Reina de la Paz, ruega por nosotros». La paz que pedimos depende en parte de cada uno de nosotros, de nuestra penitencia y oración, de nuestros rosarios y comuniones, por la conversión del mundo, por los sacerdotes, por el Papa. La coronamos Reina de la paz y del mundo.
Hace 40 días celebramos, llenos de gozo, la fiesta del nacimiento del Señor, que hoy es presentado en el Templo para cumplir la Ley y encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, quien iluminó a los ancianos Simeón y Ana, hoy, congregados en una sola familia, lo encontramos y conocemos en la Eucaristía.
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Toda la razón de ser de las prerrogativas de María está en su función de Madre de Dios.
Todo el que se ha acercado a María es para terminar en Jesús. No se puede concebir un amor a María que no germine en un amor a Cristo, ya que Él es el centro de nuestra vida y todo lo demás son medios para acercarnos a Él.
En la vida ordinaria vemos la lección, uno que es auténtico devoto de María, no puede menos de amar a Jesús. La experiencia nos la podrían contar todos los santuarios marianos, lugares de regeneración espiritual para muchos que llegan allí hechos un desastre en su conducta y que salen rejuvenecidos dispuestos a dar un sentido a su vida.
Nuestro amor a la Madre, si es auténtico, no se puede concebir sin el mismo amor al Hijo, ya que si amamos de verdad a una persona, tenemos que amar lo que Ella ama.
Nuestro acudir a María es sencillamente porque Ella puede alegar sus méritos y su vida a favor nuestro ante su Hijo. Ella es licenciada en pleitos divinos-humanos.
Acudimos a María para llegar a Jesús porque es acomodadora de la misericordia y del perdón.
Como el niño acude al regazo de la madre para buscar su protección, así los cristianos acudimos a María para ir de su mano a Dios, pues, nuestra condición de pecadores nos da vergüenza si nos acercamos directamente.
María es un atajo seguro, que desemboca en Cristo, quien va de su mano tiene la certeza de que tarde o temprano se unirá a Jesús.
María consciente de su puesto de Medianera de todas las gracias está siempre a nuestra total disposición. Ella fue la que sirvió de enlace, para que Dios bajase a nosotros y sigue siendo el acceso que tenemos los hombres para llegar a Dios.
El Evangelio traza unos cuantos rasgos de María, no muchos, pero sí suficientes para imaginárnosla como LA MUJER IDEAL.
Su historia personal trasciende el tiempo, hasta entrar en la grandeza inconmensurable de Dios, que la ha creado para ocupar un puesto tan inigualable y único en la Historia, tanto de la Creación, como del Mundo, y de la Redención.
Sin ser divina es profundamente humana. Y tan humana, que roza lo divino en el plan de Dios.
María de Nazaret, una muchacha que, como las restantes chicas de Nazaret, tendría sin duda un rostro agraciado y unos ojos de mirada limpia, profunda y radiante, pero que pasaría desapercibida en cuanto a las maravillas que Dios estaba actuando en ella, «ha sido preservada de la herencia del pecado original» (Juan Pablo II, «Redemptoris Mater», 10). Así ha actuado la gracia de Dios en ella.
¿Entendería María el plan que Dios se había trazado, y cómo se realizaba en ella? Posiblemente no. Los caminos de Dios son siempre caminos de fe. Pero también de amor, para los que hace falta una respuesta desde la libertad. Y desde su libertad y entender, responde: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
Pues bien, no solo la gracia de Dios actuando en ella, sin la cual nada hubiera sido posible, sino también su libertad puesta en acción, y con qué fuerza, hacen de María un ser extraordinario.
Como resalta la «Redemptoris Mater»:
—María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe….
—María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Y por medio de la fe se confió a Dios sin reservas… (nº 13).
¿Cómo se imaginaría María a Dios? La óptica de visión de cada quien es personal e intransferible. Nadie da lo que no tiene. Quien está lleno de bondad, transmite bondad; quien está lleno de amor, transmite amor.
En la sinagoga de Nazaret escucharía al rabino hablar de Dios como el «Todopoderoso» (Ex. 6, 3), el «Altísimo» (Gn 14, 18—22), el «Dios justo y salvador» (Is 45, 21), el «Santo» (Ex 15, 11), el que «reina por siempre jamás» (Ex 15, 18).
Pero más allá, o más acá, de todos esos títulos, no por grandilocuentes menos ciertos, María veía desde la sencillez de su corazón lleno de amor. Y desde su amor intuyó y comprendió que Dios es amor, que está con los sencillos. Que estaba en ella. Y que «para Dios no hay nada imposible» (Lc 1, 31—37).
Y así, cuando su Hijo viene al mundo por los caminos teofánicos del Dios que es Amor, puede comprender que aquel niño balbuciente es nada menos que el «Hijo del Altísimo».
Y si ella no se distinguía de las demás mujeres de Nazaret, lo mismo sucedió con su Hijo. Aquel chaval que jugaba con los demás muchachos en las calles terrosas del pueblo, que no se distinguía de los demás, resultó ser, nada menos que, el «Hijo de Dios».
Los caminos de la fe no son evidentes. El misterio se descubre poco a poco, en un proceso de normalidad. Y María siguió este proceso de normalidad. Y que, sin duda, le costó.
Lo entendió un poco más, poco más, porque prácticamente se quedó como antes, aunque «todo lo guardaba en su corazón», aquel día cuando en las fiestas de la Pascua Jesús se «perdió», con toda intención, en el templo. «¿No sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir» (Lc 2, 41—50). Pero María había acogido, y creído la «palabra de Dios» sobre su hijo, en la anunciación, y escuchado: «Será grande…, Dios le dará el trono de David…, reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32—33).
Cuando mejor lo entendió debió ser estando al pie de la cruz. Mientras todos se mofaban del Crucificado, ella, silente testigo, comprendió la grandeza de Dios. Y la grandeza de Dios está en ser capaz de llegar, en Cristo, hasta la muerte en cruz.
Esta María, la Madre de Dios, la Inmaculada, la siempre Virgen, sí, pero que tuvo que recorrer los caminos de la fe desde la puesta en acción de su intransferible libertad.
El Regina Coeli es una oración mariana a manera de felicitación a María por la resurrección de su Hijo Jesucristo.
En 1742 el Papa Benedicto XIV estableció que durante el tiempo Pascual (desde la Resurrección del Señor hasta el día de Pentecostés) se sustituyera el rezo del Ángelus por el de esta antífona.
La forma más apropiada para rezarlo es cantarlo o recitarlo en grupo y de pie.
La tradición atribuye su autoría al papa san Gregorio I Magno, quien escuchó los tres primeros versos cantados por ángeles mientras caminaba descalzo una mañana en una procesión en Roma, y a las que él agregó la cuarta línea. En el siglo XII los frailes menores franciscanos (OFM) lo rezaban después del oficio de Completas ya en la primera mitad del siglo XIII y gracias a la misma actividad de los frailes franciscanos se popularizó y expandió por todo el mundo cristiano.
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«Regina Coeli» Texto en español
V./ Alégrate, Reina del cielo; aleluya.
R./ Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
V./ Ha resucitado, según predijo; aleluya.
R./ Ruega por nosotros a Dios; aleluya.
V./ Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.
R./ Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.
V./ Oremos: Oh, Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.
R./ Amén.
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«Regina Coeli» Texto en latín
V./ Regina caeli, laetare, alleluia.
R./ Quia quem meruisti portare, alleluia.
V./ Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
R./ Ora pro nobis Deum, alleluia.
V./ Gaude et laetare Virgo María, alleluia.
R./ Quia surrexit Dominus vere, alleluia.
V./ Oremus: Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus; ut, per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum.
R./ Amen.
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«Regina Coeli» Partitura
Podéis acceder a la partitura en tamaño real pulsando sobre este enlace:
El Avemaría es, junto al Padrenuestro, la primera oración que se enseña a los niños.
El juego consiste en ordenar esta oración dedicada a nuestra Madre, la Virgen María.
Las instrucciones son las siguientes:
– Cada frase tiene una palabra azul.
– Pincha esta palabra si crees que es la oración que corresponde.
– Si no aciertas, pasa el turno al siguiente jugador.
– Si te equivocas tienes que empezar desde el principio.
– Gana el jugador que consiga terminar la oración correctamente.
Descárgate el Juego para aprender el Avemaria (formato PowerPoint) y a divertirse aprendiendo una de las oraciones más queridas de la Iglesia católica.
Esta oración es uno de los poemas a Nuestra Señora que más devoción provoca en el mundo de habla española; se trata de una décima de autor desconocido que fue escrita en el periodo renacentista.
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Bendita sea tu pureza
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea,
pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.
A Ti, celestial princesa, Virgen Sagrada María, te ofrezco en este día, alma, vida y corazón.
Llega el mes de mayo. Es el mes de María. En este mes precioso se nos invita especialmente a vivir con María, en las distintas romerías que llenan de flores nuestras ermitas y, sobre todo, en la espera del Espíritu Santo, como hicieron los apóstoles en la preparación a Pentecostés:
«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14). La comunidad cristiana tiene su referencia fundamental en aquella primera comunidad que vive unida con María a la espera del Espíritu Santo. Cuando llegue el Espíritu Santo, «nos lo enseñará todo y nos recordará todo» (Jn 14,26) de parte de Jesús.
La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1,26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hch 2,1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella, la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo.
No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María.
Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo.
Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna «flor» que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario.
El rosario es como una oración «en red», que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor.
Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado.
Jesús hizo muchos milagros. Los milagros son hechos extraordinarios que ningún hombre puede hacer. Sólo puede hacerlos Dios. Cierto día, le salió al encuentro un leproso, uno de esos enfermos con llagas y úlceras que tenían que vivir en cuevas en el campo porque nadie los quería… El pobre leproso, que había oído hablar de la bondad de Jesús de Nazaret, se acercó a Él y le dijo: «Señor, si quieres puedes limpiarme…».
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El leproso (2)
Jesús tuvo pena de él, extendió la mano y le tocó, diciéndole: «¡Quiero, queda limpio!». Y en el mismo instante desapareció la lepra, y su carne se volvió sana y suave como la de un niño. El leproso, loco de alegría, contó a grandes voces por el camino el milagro que le había hecho Jesús.
«Jesús, que yo también sea muy alegre»
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La pesca milagrosa
Un día, Jesús se subió a la barca de Pedro y le dijo que echase las redes al mar para pescar. Pedro le contestó: «Hemos estado toda la noche pescando, sin coger un solo pez… pero si Tú lo dices, echaré la red». Pedro obedece a Jesús, y al subir la red, estaba tan llena de peces que casi se rompía.
«Jesús, que te obedezca siempre»
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Tempestad en el lago
Otro día, Jesús y sus discípulos atravesaban el lago. Era al atardecer y Jesús, cansado de predicar, iba durmiendo en la barca. De pronto se levantó una tormenta terrible y las olas cubrían la barca. Los discípulos se asustaron mucho y lo despertaron diciendo: «Señor, sálvanos, que nos hundimos».
«Que acuda a Ti en todas mis necesidades»
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Jesús calma la tempestad
Jesús les contestó: «¿Por qué tenéis miedo? ¿No sabéis que estoy con vosotros?». Entonces, se levantó y le dijo al viento: «¡Párate!». Inmediatamente, se calmó el viento y el mar quedó en calma, como un espejo. Los discípulos estaban admirados y muy contentos.
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«Oraciones de la noche»
Con Dios me acuesto,
Con Dios me levanto,
Con la Virgen María
Y el Espíritu Santo.
Bajo mi frente,
Junto mis manos,
Porque a Ti yo quiero
Mi corazón ofrecerte.
Cubre mi cama
De sueños buenos,
Llena mi almohada
De angelitos bellos.
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 89 a 93