por CeF | 13 May, 2013 | Primera comunión Dinámicas
En este mes de mayo, mes de la Virgen María, os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (III)
Nuestra Señora de Luján
8 de mayo
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Hacia el año 1630, una caravana de carretas atravesaba la Pampa argentina, yendo hacia Chile y Perú, llevando dos imágenes de la Virgen. Habían llegado sin ningún percance al lugar que más tarde sería la ciudad de Luján; pero, al día siguiente, la carreta que llevaba las imágenes no podía moverse. Solo pudo avanzar cuando bajaron el cajón que contenía esta imagen de la Virgen.
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Nuestra Señora de la Misericordia
10 de mayo
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En 1536, Antonio Botta, un sencillo labrador, vio a orillas de un río cerca de Savona, Italia, a la virgen María. Ésta le traía de parte de su Hijo un mensaje de Misericordia y Comprensión: Dios no quiere que lo veamos como un juez implacable, sino como un Padre Misericordioso, siempre dispuesto a perdonar.
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Nuestra Señora de Fátima
13 de mayo
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El 13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen María se les apareció a tres pastorcitos: Francisco, Jacinta y Lucía, en Fátima, Portugal. Pedía al mundo oración, penitencia y que volviera a Dios por el camino de su Ley.
En 1942 el Papa Pío XII consagró al mundo, y particularmente a Rusia, al Corazón Inmaculado de María, tal y como Ella lo había pedido.
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Fiesta de María Auxiliadora
24 de mayo
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La fiesta de María, Auxilio de los cristianos, fue instituida por el Papa Pío VII para agradecer su entrada triunfal en Roma, después de su cautiverio en Francia, y por la continua protección de María Santísima hacia los cristianos en todo tiempo. En Argentina, es patrona de los agricultores.
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Javier González Ramírez | 10 May, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
María, la joven de Nazaret
María fue una muchacha de su tiempo. Llevó, sin duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una familia creyente, según los usos y costumbres de su época. Creció con las ilusiones lógicas de su edad y compartió la esperanza de su pueblo en las promesas de Dios.
María era todavía una jovencita cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre del Salvador. Dios, de esta manera, irrumpe en la vida de María cuando ella es joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes.
Y María se entrega generosamente al plan de Dios. Le dice «Sí». Firma en blanco para el Dios sorprendente que le va a llevar por caminos insospechados y nuevos.
María con su respuesta pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también muestra su ESPIRITU JOVEN por aceptar el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande.
Las actitudes fundamentales de María
Contemplación
María aparece en los evangelios como una mujer que medita y profundiza los acontecimientos para descubrir en ellos la luz de la Palabra de Dios. María guarda en su corazón palabras, gestos y actitudes, intuyendo que se encuentra ante el hecho misterioso de la salvación de Dios.
Hoy el mundo necesita personas contemplativas que, a la luz de la fe, mediten la presencia de Dios en nuestra historia.
Disponibilidad absoluta a Dios
El «Sí» de María en la Anunciación es un «Sí» generoso y total que no sabe de tacañerías, limitaciones y condiciones… María estuvo siempre de parte de Dios, al servicio de su acción en el mundo. Ella es modelo de disponibilidad absoluta al amor de Dios y a lo que Él nos pide para la construcción del Reino en nuestra sociedad.
Servicio dedicado a los demás
La vida de María fue una vida de servicio. La ayuda que prestó a su prima Isabel, a los novios de Caná y a los temerosos discípulos reunidos en el Cenáculo, son un botón de muestra. Con esta actitud de servicio, María nos enseña que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda.
Comprometida en la tarea de la liberación
María tiene la experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la intervención salvadora de Dios. Ella es la primera entre los humildes y olvidados de la tierra. Ella es la primera liberada por Dios.
María, en el canto del «Magnificat» (Lc 1, 46—55), proclama que Dios ayuda a los humildes y cambia la situación de injusticia, de opresión y de privilegio que tratan de mantener los poderosos para su propio provecho.
María es signo de liberación para todos nosotros. Como ella, podemos aspirar a nuestra propia y total liberación del mal, del pecado y de las esclavitudes o situaciones injustas, contando con la ayuda de Dios.
Fidelidad en el sufrimiento
María, unida en todo a su hijo Jesús, conoce bien pronto el alcance de las palabras que le dijo el anciano Simeón: «una espada te atravesará el corazón» (Lc 2, 35). María siente esa espada de dolor a lo largo de toda su vida en forma de destierro, angustia, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad…
El dolor de María alcanza su punto culminante en el Calvario. Ahí, de pie junto a la cruz, ve morir a su Hijo. Tiene la experiencia más amarga de la injusticia y de su propia impotencia.
María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.
La joven María: un modelo para los jóvenes
María comprende a los jóvenes. Ella fue una mujer que vivió plenamente la etapa de su juventud, compartió las ilusiones de los jóvenes de su tiempo y acompañó atentamente la adolescencia y juventud de su Hijo, Jesucristo.
En María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo tiempo: generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad, apertura a lo nuevo… Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el mundo actual.
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Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 2
Javier González Ramírez
Editorial San Pablo
por Santo Padre Francisco | 10 May, 2013 | Catequesis Magisterio
«[…] como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida […]»
Santo Padre Francisco I
Lo que es la Virgen María, según el Papa Francisco, en quince rasgos, a luz de su alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma ante la Salus Populi Romani, el sábado 4 de mayo de 2013.
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La Virgen María según el Santo Padre Francisco
1. — Bajo su guía maternal la Virgen María nos conduce a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús.
2. — La Virgen María nos da la salud, es nuestra salud.
3. — La Virgen María es madre, y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarlos siempre con amor grande y tierno.
4. — La Virgen María es una mamá, ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza —que también se deriva de un cierto bienestar— a no conformarse con una vida cómoda que se contenta solo con tener algunas cosas.
5. — La Virgen María es la mamá que cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.
6. — La Virgen María hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.
7. — La Virgen María es una mamá, además, que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles y a saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre «siente» entre las «áreas de seguridad» y las «zonas de riesgo». Y esto una madre sabe hacerlo.
8. — La Virgen María es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino «seguro», porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!
9. — La Virgen María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando «no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25). Y como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.
10. — Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: «¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!» y a Juan: «Aquí tienes a tu madre» (cfr. Jn 19, 26—27). En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. A no tener miedo de las dificultades. A afrontarlas con la ayuda de la madre
11. — Una buena mamá no solo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.
12. — La Virgen María es maestra de la verdadera libertad. Donde reina la filosofía de lo provisorio, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento… Libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida!
13. — La Virgen María, como buena madre, nos educa a ser, como Ella, capaces de tomar decisiones definitivas, con aquella libertad plena con la que respondió «sí» al plan de Dios para su vida (cfr. Lc 1, 38).
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisorio. Somos víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero… ¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida! ¡No tengamos miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta manera, nuestra vida será fecunda! Y ¡esto es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza.
14. — Toda la existencia de la Virgen María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.
15. — La Virgen María, la Salus Populi Romani, es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.
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Alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma
Sábado 4 de mayo de 2013
Fuente original: Revista Ecclesia
por CeF | 9 May, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (II)
Virgen Inmaculada de Lourdes
11 de febrero
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En 1858, cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, la Virgen se le apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes (Francia) y pidió que se rezara el Santo Rosario y se hiciera penitencia. Desde entonces, llegan multitudes hasta Lourdes atraídas por las gracias de curación corporal y espiritual obradas por la Santísima Virgen María.
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La Anunciación de la Santísima Virgen María
25 de marzo
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Nueve meses antes de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El ángel Gabriel anuncia a María que Dios la ha elegido para realizar en ella este misterio. Por medio de su «hágase», la Virgen llegó a ser la Madre del Hijo de Dios y en esto se funda la devoción mariana. Con el rezo del Ángelus recordamos este hecho tan grande.
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María junto a la Cruz
Viernes anterior al Domingo de Ramos
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La Iglesia dedica dos fiestas durante el año a honrar los Dolores de la Santísima Virgen María. Esta se celebra el viernes anterior al Domingo de Ramos, antes se llamaba fiesta de la «Compasión de María». La liturgia nos invita a considerar el dolor profundo de la Virgen al contemplar los tormentos de su Hijo en la Crucifixión. Veneremos este dolor suyo para recibir el fruto de la Pasión.
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Nuestra Señora del Valle
Segundo sábado de Pascua
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En 1820, en Catamarca (Argentina), los recién convertidos indios calchaquíes comenzaron a venerar la sagrada imagen que sonríe y reparte gracias a todos. Desde entonces, los peregrinos afluyen sin cesar a su santuario, y la Viren del Valle es para ellos «reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra».
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 8 May, 2013 | Catequesis Magisterio
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?»
Hechos de los Apóstoles 1, 11
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Hermanos y hermanas:
Hoy, en la explanada de Blonia, en Cracovia, resuena nuevamente esta pregunta recogida en los Hechos de los Apóstoles. Esta vez se dirige a todos nosotros: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?». La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre.
Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste. Primero, la realidad terrena: «¿Qué hacéis ahí? ¿por qué estáis en la tierra?». Respondemos: Estamos en la tierra porque el Creador nos ha puesto aquí como coronamiento de la obra de la creación. Dios todopoderoso, de acuerdo con su inefable designio de amor, creó el cosmos, lo sacó de la nada. Y después de realizar esa obra, llamó a la existencia al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27). Le concedió la dignidad de hijo de Dios y la inmortalidad.
Sin embargo, como sabemos, el hombre se extravió, abusó del don de la libertad y dijo «no» a Dios, condenándose de este modo a sí mismo a una existencia en la que entraron el mal, el pecado, el sufrimiento y la muerte. Pero sabemos también que Dios mismo no se resignó a esa situación y entró directamente en la historia del hombre, que se convirtió en historia de la salvación. «Estamos en la tierra», estamos arraigados en ella, de ella crecemos. Aquí hacemos el bien en los extensos campos de la existencia diaria, en el ámbito de lo material y también en el de lo espiritual: en las relaciones recíprocas, en la edificación de la comunidad humana y en la cultura. Aquí experimentamos el cansancio de los viandantes en camino hacia la meta por sendas escabrosas, en medio de vacilaciones, tensiones, incertidumbres, pero también con la profunda conciencia de que antes o después este camino llegará a su término. Y entonces surge la reflexión: ¿Esto es todo? ¿La tierra en la que «nos encontramos» es nuestro destino definitivo?
En este contexto, conviene detenerse en la segunda parte de la pregunta recogida en la página de los Hechos de los Apóstoles: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?». Leemos que, cuando los Apóstoles intentaron atraer la atención del Resucitado sobre la cuestión de la reconstrucción del reino terreno de Israel, él «fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos». Y ellos «estaban mirando fijamente al cielo mientras se iba» (Hch 1, 9-10). Así pues, estaban mirando fijamente al cielo, dado que acompañaban con la mirada a Jesucristo, crucificado y resucitado, que era elevado. No sabemos si en aquel momento se dieron cuenta de que precisamente ante ellos se estaba abriendo un horizonte magnífico, infinito, el punto de llegada definitivo de la peregrinación terrena del hombre. Tal vez lo comprendieron solamente el día de Pentecostés, iluminados por el Espíritu Santo.
Para nosotros, sin embargo, ese acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender. Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida.
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Homilía del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Cracovia, Polonia. Domingo, 28 de mayo de 2006.
por Padre Mario Pezzi | 7 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La discusión sobre los géneros: una cultura andrógina cada vez más difundida
Sabemos que en los últimos «Encuentros Mundiales sobre la Mujer» en El Cairo y en Pequín, se ha puesto en discusión la tradicional distinción del género: hombre o mujer [11]. Tras el empuje de movimientos extremistas, tanto feministas como homosexuales y grupos de presión anti-natalidad, se quiere que sean aceptados como jurídicamente reconocidos cinco géneros: hombre, mujer, homosexual, lesbiana y heterosexual. Traigo aquí lo que escribe al respecto Mons. Angelo Scola, actual Patriarca de Venecia en un libro suyo:
«…universalismo científico y politeísmo neo-pagano explican la extrema facilidad con que una cultura andrógina se difunde cada vez más…».
Según esta cultura la diferencia sexual no existe, como afirma la psicología del profundo, insuperable e in-deducible; al contrario, llegará (y no tardará mucho) el día en el que cada hombre podrá elegir según su gusto su propio sexo o pasar en el arco de la misma existencia de un sexo a otro. Las «biotecnologías» harán todo eso técnicamente posible y en la ausencia toral de valores de referencia desde el politeísmo neo-pagano, tenderá a transformar lo que «tú puedes» en lo que «tú debes».
El androginismo no es solamente la delirante búsqueda de la utopía de una autosuficiencia sexual que se basta a sí misma, si no que se revela como la negación misma de la auto-donación fecunda
Así que el androginismo tiende a pervertir los tres aspectos del misterio nupcial —diferencia sexual, don de sí y fecundidad— propalando un «erotismo difusivo».
La revolución sexual ha acercado al nivel de las masas una práctica de la sexualidad que entremezcla elementos liberales y elementos románticos.
El otro, su cuerpo, es reducido a una pura máquina que permita el acceso al fuego del placer. Sobre todo la mujer, en su ser símbolo eminente del Otro, es anulada. La afección es tratada como una enfermedad mortal contra la cual no hay ninguna defensa. El resultado es una des-construcción radical de la esfera del amor y un «demudamiento del misterio nupcial» [12].
A estos desafíos las familias cristianas están llamadas a responder mediante el testimonio de vida a la luz de la Revelación.
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Notas
[11] La delegación Vaticana en el cuarto Congreso Mundial sobre la Mujer en Pekín, en 1995, volviendo a su posición manifestada de antemano en el precedente encuentro de El Cairo, en un documento oficial hace presente la posición de la Iglesia al respecto. El término «género» es entendido por la Santa Sede como derivado de la identidad biológica sexual, varón o hembra. Algunos términos en el documento son a menudo definidos vagamente: «orientación sexual» y «estilo de vida» no tienen una definición precisa, y además, no existe ningún reconocimiento jurídico pata estos términos en documentos internacionales. Esta ambigüedad semántica y conceptual podría conducir a considerar, por ejemplo, la pedofilia como una forma de «orientación sexual». El término «orientación sexual», propuesto por algunos países occidentales, no ha sido aceptado por países en subdesarrollados
[12] A. Seola, Uomo e donna oggi, en R. Bobetti, La reciprocitá uomo —donna, vita di spiritualità coniugale e familiare, Editrice Città Nuova, 2001.
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Portal web de Camino Neocatecumenal
por Padre Mario Pezzi | 7 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Como consecuencia de la pérdida del padre y del fenómeno de las reivindicaciones del movimiento feminista del que hablaremos ahora, aparece una familia dominada por la figura materna, no equilibrada por la presencia del padre y, por consiguiente, con desviaciones psicológicas graves sobre los hijos.
Para nosotros es necesario tener presentes estos factores, descritos aquí de manera necesariamente sintética y sumaria, porque constituyen la mentalidad cada vez más difundida, sobre todo por los medios de comunicación social, pero también en los ambientes de la sociedad, del trabajo y de la escuela, y que, inevitablemente, atacan el concepto de familia cristiana y penetran también en nosotros, en nuestras familias sin que nos demos cuenta, y amenazan la estabilidad de la familia cristiana.
La revolución feminista se dio con mayor firmeza sobre todo en Estados Unidos
En su libro «El eclipse del padre» Mons. Cordes escribe al respecto:
Desde la mitad del siglo pasado, el hombre y padre inseguro ha sido duramente hostigado. Las mujeres comenzaron su auto liberación de la prisión en la que habían sido recluidas, mediante los medios de comunicación, la propaganda, la cultura popular y también la voluntad de poder masculina. Nadie puede negar que las mujeres tuvieran razones para rebelarse contra su condición de Cenicienta.
La rebelión se dio con mayor firmeza en Estados Unidos. Como otras revoluciones, también la de los derechos de la mujer se dio en varias oleadas. En el siglo XIX, las abanderadas femeninas del movimiento de liberación de los esclavos afro americanos lucharon en favor del derecho de la mujer al sufragio universal.
Contra la explotación económica de las mujeres
La resistencia femenina de los años 60 y 70 del siglo XX se dirigió a despertar la conciencia de su discriminación en un sector completamente distinto: el de la explotación económica.
Naturalmente, esta «segunda oleada» también dio la batalla en torno al bloque gobierno-religión-empleo, y puso de manifiesto la minusvaloración que las mujeres padecían en el trabajo, en la escuela, en la medicina y en el arte.
Contra la explotación comercial de la mujer
Pero el punto de salida del feminismo de posguerra es la obra «The Feminine Mystique» de Betty Friedan, de 1963, una fuerte denuncia contra la degradación comercializada de la mujer. En un mundo dominado por el consumo, las mujeres estaban doblemente maltratadas como «objeto sexual y como compradoras y vendedoras de objetos». Las tesis militantes encontraron arraigo en la parte femenina de la población norteamericana: «La publicidad es una máquina de propaganda insidiosa en favor de una sociedad con predominio absoluto de los varones» (Lucy Komisar, 1971). Con dichas frases se expresaba en los años 70 que ella estaba controlada y despersonalizada por él.
Ciertamente, mientras tanto, los ataques del feminismo fueron dando sus frutos para las mujeres y produjeron efectos tangibles en la relación entre los sexos; con el pasar de los años, la tensión en el ámbito social y público se ha reducido considerablemente. No obstante el paisaje social se ha visto afectado por la avalancha de cambios introducidos por el feminismo: se ha dado la vuelta a todo lo antiguo de arriba abajo y se han generado novedades en modo confuso.
Presencia cada vez más activa de las mujeres en cada campo de la vida social
En América las mujeres han vivido el último decenio como un tiempo de triunfo. Miles y miles de mujeres desfilaron por las avenidas da las grandes ciudades, embargadas y entusiasmadas por sentimientos fraternos descubiertos por vez primera. Incluso sin pertenecer al movimiento de liberación, la mayoría de ellas sienten que el viento les es favorable, sienten el entusiasmo de un nuevo amanecer y de un nuevo inicio… Ciertamente, la ganancia de esta lucha fue, en realidad, escasa en la mayoría de las profesiones y en la vida pública.
Muchos hombres se retiran cada vez más
Sin embargo, a muchos hombres les pareció que eso les obligaba a «retirarse», tanto del mundo laboral como del de la propia casa, donde las mujeres les obligaban a revisar también el comportamiento más íntimo de su vida personal.
El rol masculino tradicional se ha convertido en algo incierto [10].
El Papa Juan Pablo Il, que en la «Mulieris Dignitatem» desea vivamente la manifestación de aquel «genio» de la mujer que asegure la sensibilidad para el hombre en un mundo cada vez más dominado por los éxitos de la ciencia y de la técnica, y cada vez más insensible hacia la vida y hacia el hombre, apela también a las mujeres cristianas, cuyo modelo es la Virgen María, a que no se dejen arrastrar por modelos propuestos por movimientos feministas extremistas.
En nuestro tiempo la cuestión de los «derechos de la mujer» ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos de la persona humana. Iluminando este programa, declarado constantemente y recordado de diversos modos, el mensaje bíblico y evangélico custodia la verdad sobre la «unidad» de los «dos», es decir, sobre aquella dignidad y vocación que resultan de la diversidad específica y de la originalidad personal del hombre y de la mujer.
Por tanto, también la justa oposición de la mujer frente a lo que expresan las palabras bíblicas «él te dominará» (Gén 3, 16) no puede de ninguna manera conducir a la «masculinización» de las mujeres. La mujer —en nombre de la liberación del «dominio» del hombre— no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia «originalidad» femenina.
Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a «realizarse» y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial (Mulieris Dignitatem, 10).
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Notas
[10] P. J. Cordes, El eclipse del padre, Ediciones Palabra, 2003.
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Portal web de Camino Neocatecumenal
por Padre Mario Pezzi | 7 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La progresiva ausencia del Padre en la familia
En un breve excursus histórico vamos a ver algunas de las causas que han contribuido a una progresiva ausencia del padre en la familia.
En el libro «IL Padre, l’assente inaccettabile» Claudio Risè [1], psicoanalista, católico cercano a Don Giussani, escribe:
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La revolución francesa
Cuando los revolucionarios franceses, después de haber decapitado en la catedral de Notre Dame las estatuas de los reyes de Judá y de Israel, y haber reventado las tumbas de la abadía de Saínt-Denis para recoger el oro de los dientes y de los anillos de los reyes y de los obispos, cortaron y quemaron la cabeza de la estatua milagrosa de Notre Dame sous-Terre, en la catedral de Chartres (uno de los mayores símbolos de la espiritualidad cristiana), lo que es llamado proceso de secularización, es decir, la expulsión de la experiencia religiosa o de lo sagrado de la vida cotidiana en Europa, se encontraba ya buen punto. Todas las campanas de la abadía de Mont-Saint-Michel fueron fundidas y su bronce entregado al ejército revolucionario para que hiciese armas contra los países que todavía se declaraban católicos.
El «proceso de secularización»
Lo «Sagrado», la experiencia religiosa cristiana y sus símbolos, que habían marcado la civilización europea, habían quedado ahora en fuera de juego, por lo menos así lo creían los jacobinos, socialistas y liberales. La vida del hombre se desarrollaría por fin en el ámbito «secular», mundano, de las cosas y de la materia, sin el estorbo de creencias trascendentes.
Para ambos fenómenos, sin embargo, declive del padre y separación de Dios (secularización), el derribo revolucionario de las imágenes sagradas de los reyes de Judá y de Israel no hace sino continuar, aunque acelerándolo dramáticamente, un proceso iniciado mucho tiempo antes.
Lutero, la Reforma y el eclipse del padre
La Reforma, en efecto, ha desempeñado un papel determinante en la promoción de ambos. Rompiendo la unidad de la experiencia humana en Reino de Cristo y reino del mundo, y trasladando en el segundo la experiencia del matrimonio, instituto que él consideraba perteneciente al orden terreno [2],
Lutero seculariza el matrimonio y la familia [3].
Según apunta el antropólogo Dieter Lenzen: «Se puede afirmar que la doctrina de Lutero sobre el matrimonio abrió la puerta a la sucesiva estatalización de la paternidad [4]. Quita, pues, a la figura del padre aquel reflejo de figura del Padre divino, que le confería enormes responsabilidades, pero de donde derivaba su específico significado en el orden simbólico, trastocado precisamente por la secularización».
Consecuencia de esta afirmación es que el divorcio desde entonces no concierne más a la Iglesia, sino al Estado.
En efecto, dice el reformador: «las cuestiones relativas al matrimonio y al divorcio han de ser dejadas en manos de los juristas y colocadas dentro del orden mundano. Puesto que el matrimonio es algo mundano, exterior, así como lo son la mujer, los hijos, la casa… este pertenece al orden de la autoridad secular, está sometido a la razón» [5].
Como observa Lenzen [6]: «Las consecuencias de la doctrina matrimonial de Lutero en el plano jurídico, variamente diferenciadas a escala regional, en algunos casos fueron individuadas solo después de 250 años o más».
Es todavía con Lutero, que comienza el proceso de transferencia de las responsabilidades de la educación del padre (que a partir de allí se convertirá en una figura de relieve esencialmente económico) a la mujer madre y a la educadora.
Cuatro siglos después de Lutero: la pérdida de la noción de paternidad
Cuatro siglos después, en la mitad del Novecientos, por el impulso de las sociedades protestantes, la casi totalidad de sus papeles educativos y de juzgar será confiada a las mujeres, y la figura del padre será a estas alturas físicamente ausente de la casa en un relevante número de casos.
Se llegará a ver, entonces, como a la pérdida de la noción de paternidad en Occidente se le acompañe la pérdida de la transmisión de la identidad, y, por ende, de la misma masculinidad a nivel psicológico y simbólico.
A partir de entonces, y con la brusca aceleración sucesiva a las revoluciones burguesas y a la revolución industrial, el padre de la modernidad occidental ya no es el custodio familiar por cuenta del orden natural y simbólico divino, y tampoco es el representante de la Ley del Padre.
Efectivamente, según la observación hecha por el arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, en su carta pastoral «Familia, ¿dónde estás?», en los tiempos modernos la cultura dominante «tiende a desposeer a la familia de su valor fundamental o, más bien, fundador: el valor religioso de la relación con Dios. Mellada por el secularismo del laicismo, la familia se interpreta a sí misma como una realidad exclusivamente humana y totalmente autónoma: la familia, en su mismo ser y vivir, prescinde de Dios».
Pero ¿qué puede ser el padre de semejante familia? Era inevitable que, llegados a este punto, él se convirtiera sencillamente en un administrador, un procurador de renta (provider), para el núcleo de la familia «restringida» o «pequeña», que sustituye gradualmente a la familia «grande» (incluyendo aquí a todos aquellos que podían tener necesidad de la familia y de sus sustancias), de la que se encargaba el padre antes de esta reducción.
El fin de la familia «patriarcal» y la secularización del padre coinciden, en efecto, con la afirmación del modelo de «intimidad doméstica» que lleva a la familia nuclear actual.
Reducción del papel del padre: el que procura la renta a la familia
A partir de la Reforma y durante la modernidad, marcada por la época de las dos revoluciones: la francesa y la industrial, el padre se convierte cada vez más en una figura dominada por motivaciones egoístas y hedonistas. Sus finalidades son cada vez más práctico-económicas, en el mejor de los casos de gratificación «sexual-sentimental». Se trata de un personaje que se ha auto-reducido «secularmente» al mundo de las cosas: del dinero, del sexo y de una afectividad contratada, medida en los objetos, en el dinero y ninguna otra cosa más.
Además de la Reforma Protestante, de la revolución francesa e industrial, también corrientes y personalidades influyentes han contribuido a la progresiva muerte del padre. Giulia Paola di Nicola y Attilio Danese en el libro «En el seno del padre» escriben:
Influjo de Nietzsche y de Freud
En la historia del pensamiento, la revuelta contra el padre ha evidenciado el paralelismo entre autoridad paterna y autoritarismo institucional y estatal. Así es para Martín Lutero, que asocia el imperativo de la obediencia a la autoridad paterna y al poder político; para Jean Bodin que, siempre en la estela del concepto de familia como «prototipo de la sociedad política», recalca la analogía entre soberanía paterna y estatal; para Thomas Hobbes, para Jacques-Benigne [7], Bossuet, autores que remachan el paralelo entre el absolutismo monárquico y el absolutismo paterno.
Sobre estas premisas teóricas se basa el pensamiento nietzchiano de la muerte del padre y de la «muerte de Dios», anunciada por el profeta Zaratustra (anuncio opuesto al kerygma cristiano). Así que, cuando Freud interpreta la relación padre-hijos en términos de conflictividad, hasta hablar de la necesaria occisión del padre, no hace sino exasperar las premisas culturales precedentes.
En su pensamiento, el padre primordial, este prototipo de la figura paterna, es expresión culmen del despotismo, que defiende celosamente su poder obstaculizando el bienestar de los hijos. Él es un legislador injusto y egoísta, que quiere reservar solo para sí mismo la «posesión de la mujer» (el «placer») e impide a los demás el acceso al mismo.
La ley, el orden social, la moral aparecen como el baluarte de este egoísmo despótico.
Un semejante perfil de paternidad es, evidentemente, el exacto contrario del Padre evangélico.
Despotismo, egoísmo, moralismo, placer, resultan ser, pues, los estímulos principales de la actuación paterna en la cultura del Novecientos y están en contra de la libertad, la autonomía y la realización de sí mismo.
La revolución del 68
También después de Freud la figura del padre opresor domina la interpretación filosófica, por lo menos hasta la escuela de Francfort, a la que hace referencia la revolución del 68 cuando se hace evidente cómo la muerte del padre, que inevitablemente implica también a la madre, significa la muerte de la familia, del Estado (burgués), de Dios. El poder político y el religioso se consideran como enemigos de la libertad precisamente en cuanto que son extensión analógica de la autoridad paterna (cf. Habermas, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Fromm).
Se siente gravitar todavía el peso de los prejuicios ideológicos difundidos en el Novecientos, siglo del «parricidio»: es necesario «matar al padre» para poder librarse de los complejos de dependencia, de celos, de subordinación, para sentirse libres de quien nos ha precedido y, por consiguiente, del condicionamiento de la memoria histórica [8].
El 68 ha marcado una verdadera y propia revolución cultural, de la que todavía hoy cargamos con sus consecuencias. Se ponen en discusión las bases que han sostenido la cultura occidental surgida del judeocristianismo. Junto con la pérdida del sentido de Dios y, consecuentemente, del sentido del padre, se pone en discusión tanto la autoridad civil como la eclesiástica, se proclama la libertad sexual, se exalta la autonomía moral, se des-estructura la familia. Conceptos que han hecho mella en la misma Iglesia, sobre todo en las familias religiosas, en las que ya no se habla de obediencia, si no de diálogo, y en lugar de Superior se habla de leadership.
De la familia patriarcal a la familia mononuclear
Otro fenómeno que sin duda ha influido en la pérdida del padre y también en la crisis de identidad del hombre ha sido el paso de la familia patriarcal, típica de la civilización rural, a la familia mononuclear, fruto de la civilización industrial, sobre todo del cosmopolitismo.
En la sociedad de tipo patriarcal, la autoridad del padre que transmitía a los hijos el arte de su oficio y los valores familiares era respetada e incuestionable.
La transmisión a las nuevas generaciones estaba favorecida por la presencia de los abuelos, de los tíos, de los primos, de los sobrinos y de los nietos: un tipo de familia amplia en la que los hijos eran ayudados en su desarrollo y donde las nuevas familias hallaban un sostén.
El «Pater familias», en general el más anciano, el abuelo o bisabuelo, como también la mujer más anciana, gozaba de estima y autoridad.
Sin embargo, no se puede negar que en el seno de la estructura patriarcal había también unos condicionantes fuertes que, si a veces salvaban de peligros, otras veces limitaban la libertad de los individuos y de los distintos núcleos familiares.
Con la llegada de la sociedad industrial y, sobre todo, del éxodo de los campos a las ciudades, las familias patriarcales se desmembraron progresivamente. Las jóvenes parejas y las nuevas familias se hallaron proyectadas en el anonimato de grandes ciudades, obligadas a vivir en pequeños apartamentos de grandes inmuebles, habitados en general por gente desconocida y con unos ritmos familiares impuestos por el trabajo, por la escuela y por otros muchos nuevos compromisos.
Típica de este periodo es la frase: «no quiero que acabes como tu padre, trabajando y fatigándote para ganar poco… Te daremos una formación aunque te cueste muchos sacrificios, mañana tendrás una posición mejor, más rentable y respetada».
En la ciudad el padre ya no transmite el arte del oficio al hijo, más bien es el hijo el que muchas veces enseña al padre a desenvolverse en la sociedad moderna. La familia se encuentra normalmente sola, aislada en un piso. Los conflictos inevitables de la convivencia se agudizan y la pequeña familia ya no encuentra el apoyo directo e inmediato de la familia más grande, el parentesco o el pueblo.
Ciertamente la pareja adquiere más libertad, se siente menos condicionada por la familia amplia y por la sociedad, pero se halla más débil frente a los desafíos del nuevo tipo de sociedad.
Es también por eso que se multiplican los fracasos matrimoniales, aumentan los divorcios y las convivencias libres, se aprueba el aborto, los abuelos y los tíos ingresan en los asilos.
Los hijos se sienten libres de seguir su propio camino, no les apetece obedecer a personas que no están preparadas a transmitirles unos valores que les ayuden a hacer frente a la modernidad y por eso reclaman el derecho de conducir su propia vida.
Delante de esta situación los padres se ven desprevenidos y carentes en la educación de los hijos, que forman parte de una generación que ellos no han conocido y que se les hace cuesta arriba comprender.
La educación familiar entra en crisis: el padre, por razones de trabajo, está cada vez más ausente, también muchas madres encuentran un trabajo, muchos hijos se hallan solos frente a un mundo lleno de peligros. La actitud de muchos padres es la de secundar en todo a sus hijos: crece una generación de hijos debilitados, no preparados para el sufrimiento, incapaces de sufrir, hijos que tienen miedo a entablar una relación seria con una chica y a casarse, se desliza la edad de los matrimonios, muchos hijos, aun reconociendo las limitaciones, prefieren quedarse en la casa de sus padres, donde encuentran alimento, un refugio para vivir. Aumentan los homosexuales y crece la impotencia masculina [9], mientras que las chicas son cada vez más seguras y agresivas.
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Notas
[1] C. Risè. IL Padre, l ‘assente inaccettabile (El Padre, el ausente inaceptable), Ed, San Paolo, 2003, pag. 49 ss.
[2] El matrimonio con Lutero ««»»sale del ámbito jurídico del reino espiritual y entra en el reino del mundo, llegando a formar parte integrante de su ordenamiento jurídico (J Heckel, Lex Caritatis, München 1953).
[3] De todas maneras, es interesante que este acontecimiento, tan determinante para la historia del mundo, haya sido realizado a través de una trasgresión a la ley del Papa—padre espiritual con la raptora del compromiso asumido, el celibato, para secundar unas pulsiones personales. Más allá de las motivaciones teológicas, el cuadro psicológico es ya el característico de la «revuelta contra el padre».
[4] D. Lenzen, La ricerca del padre. Del patriarcato agli alimenti, (En busca del padre. Del patriarcado a los alimento) Laterza, Bari 1991, pp. 205ss.
[5] D. Martin Luther, Werke. Kritische Gesamtausgabe, vol XXXII, pp. 376ss. Weimar 1883 (cita En Lenzen).
[6] O. cit., p. 209
[7] Sería necesario volver a ver la cultura del Novecientos y no, de la filosofía de la «muerte de Dios» a la teología, a la literatura, para darse cuenta de cómo la figura del padre haya sido puesta bajó sospecha. Para la literatura, piénsese en
Rey Lear de Shakespeare, a los escritos de Balzac, Dostoievskij, Kafka, Strindberg, Beckett.
[8] G. P. Di Nicola — A. Danese, Nel grembo del padre. Effatá Editrice, 1999
[9] «Casi el 40% de los varones blancos, en Occidente. no está en condiciones de fecundar» (C. Risè, O. e., p. l 04).
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por Padre Mario Pezzi | 7 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Como introducción traigo aquí una visión sintética de la familia cristiana en el mundo de hoy, expuesta en las «Conclusiones del Congreso teológico-pastoral sobre los hijos», organizado por el Pontificio Consejo para la familia, en ocasión del III Encuentro Mundial del Santo Padre con las familias, en Roma (11-13 de octubre de 2000):
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Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia
Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia y contra la vida. En este contexto es necesario, de todas formas, evitar tanto un pesimismo paralizante, como un optimismo ingenuo e irreal. La tendencia a poner en duda la institución familiar, su naturaleza y misión, su fundamento sobre el matrimonio (unión de amor y de vida entre un hombre y una mujer) está, por así decirlo, generalizada en determinados ambientes muy influyentes, mareados por una mentalidad secularizada. Esta tendencia está presente también en importantes medios de comunicación, trastorna la vida económica y profesional de muchos y obstaculiza la percepción de la realidad del matrimonio en nuestros hijos.
La fecundidad ha padecido un desmoronamiento en muchas regiones, especialmente allí donde las riquezas son abundantes. La plaga del divorcio se extiende en países de larga tradición cristiana. El aborto hiere profundamente el alma de los pueblos y las conciencias de las personas. Las «uniones de hecho» constituyen un grave problema social cada día más extendido.
Existe el riesgo de que un tal estado de las cosas lleve a nuestros hijos a dudar de sí mismos y de su futuro, y a contribuir a su desconfianza sobre su capacidad de amar y de asumir compromisos matrimoniales.
Esta crisis es reveladora de una enfermedad del espíritu que se ha alejado de la verdad y de una antropología errónea; refleja, además, un relativismo y un escepticismo sin precedentes. Esto demuestra que el hombre está tentado a cerrarse a la verdad sobre sí mismo y sobre el amor.
Frente a este riesgo, es necesario dejarnos guiar por el realismo que brota del Evangelio y por una profunda confianza en Dios.
Frente a este riesgo, es innecesario ratificar nuestra esperanza en el futuro, dejándonos guiar por el realismo que brota del Evangelio, y por una profunda confianza en Dios, sin esconder la gravedad de los males que amenazan a las jóvenes generaciones. Es precisamente al corazón desilusionado del hombre al que deseamos llevar un mensaje de esperanza, dirigiendo nuestro pensamiento a aquellos que construirán el mundo del tercer milenio: nuestros hijos.
Los desafíos contra la figura del Padre y de la Madre
Para comprender la misión que Dios confiada las familias cristianas, sobre todo en relación a la transmisión de la fe y a la educación de los hijos, tenemos que tener en cuenta algunos ataques a la familia cristiana en la sociedad actual en la que vivimos.
Además del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de la libertad sexual, de las convivencias, de las parejas de hecho, de las parejas homosexuales: todos ellos ataques a la familia, a estas alturas aceptados y casi todos reconocidos por los Estados, trataremos los ataques contra el hombre: marido y padre, y contra la mujer: esposa y madre, y de las consecuencias negativas en la educación de los hijos.
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