por SS Francisco | 3 Ene, 2017 | Confirmación Historias de la Biblia
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan a levantarnos, a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia, no puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los santos Padres veían a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No hay otro camino. La misión es su vocación: hacer resplandecer la luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Este es el servicio de la Iglesia, con la luz que ella refleja: hacer emerger el deseo de Dios que cada uno lleva en sí. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras, es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas –tenían el corazón inquieto– y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz –y la voz del Espíritu Santo, que obra en todas las personas–; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da –pequeñita…; el himno del breviario poéticamente nos dice que los Magos«lumen requirunt lumine»: aquella pequeña luz–, la luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. La verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas en el mundo y guía a los pueblos por el camino de la paz.
Santo Padre Francisco, Homilía en la Santa Misa de la solemnidad de la Epifanía del Señor, Basílica Vaticana , miércoles 6 de enero de 2016
por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Marcos 1, 14-20. Lunes de la 1.ª semana del Tiempo Ordinario. Jesús también nos llama a la conversión y a ser sus discípulos.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia». [Los primeros discípulos.] Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres». Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y con ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 1, 1-6
Salmo: Sal 97(96), 1-2.6-7.9
Oración introductoria
Jesús, creo en tu Evangelio y estoy arrepentido de mis faltas de amor. Me toca a mí y de mí depende el que tus palabras no se pierdan. Me toca a mí el que tu mensaje de salvación llegue a todos los hombres. Te suplico, en esta oración, me des la gracia de comprender que depende de mí que Tú seas más conocido, más amado y más seguido.
Petición
Señor, dame la gracia de seguir tu llamado, cueste lo que cueste.
Meditación del Santo Padre Francisco
Jesús le lanzó su promesa: hacerle pescador de hombres. Después le invitó a dejarlo todo para seguirle: una misión.
Jesús siempre se hace sentir. En el caso de los Apóstoles, el Señor ha pasado en sus vidas con un milagro. No siempre pasa ante nosotros o en nuestro interior con un milagro, pero siempre se hace sentir. Siempre, cuando el Señor llega a nuestra vida, cuando pasa por nuestro corazón, te da una palabra y también esta promesa: «Ve hacia delante… ánimo, no temas, ¡porque tú harás esto!».
Es una invitación a la misión, una invitación a seguirle. Y cuando llega este segundo momento, vemos que hay cosas en nuestra vida que no funcionan, que debemos corregir y las dejamos con generosidad.
O también hay algo en nuestra vida de bueno, pero el Señor nos inspira a dejarlo, para seguirle más de cerca, como sucedió aquí: estos dejaron todo, dice el Evangelio. «Sacaron a tierra las barcas, dejaron todo, barcas, redes, ¡todo! Y lo siguieron».
Santo Padre Francisco: Escucha, renuncia y misión
Misa matutina del jueves, 5 de septiembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
NUESTRA VOCACIÓN A LA BIENAVENTURANZA
I. Las bienaventuranzas
1716 Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
(Mt 5,3-12)
1717 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.
II. El deseo de felicidad
1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer:
«Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada» (San Agustín, De moribus Ecclesiae catholicae, 1, 3, 4).
«¿Cómo es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz, haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi alma vive de ti» (San Agustín, Confessiones, 10, 20, 29).
«Sólo Dios sacia» (Santo Tomás de Aquino, In Symbolum Apostolorum scilicet «Credo in Deum» expositio, c. 15).
1719 Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia, pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.
III. La bienaventuranza cristiana
1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf 1 Jn 3, 2; 1 Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf Mt 25, 21. 23); la entrada en el descanso de Dios (Hb 4, 7-11):
«Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30).
1721 Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2 P 1, 4) y de la Vida eterna (cf Jn 17, 3). Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo (cf Rm 8, 18) y en el gozo de la vida trinitaria.
1722 Semejante bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo divino.
«“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, “nadie verá a Dios y seguirá viviendo”, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo aman el privilegio de ver a Dios […] “porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios”» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 20, 5).
1723 La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:
«El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad […] Todo esto se debe a la convicción […] de que con la riqueza se puede todo. La riqueza, por tanto, es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro […] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración» (Juan Enrique Newman, Discourses addresed to Mixed Congregations, 5 [Saintliness the Standard of Christian Principle]).
1724 El Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: Mt 13, 3-23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ser fiel al horario destinado a mi oración diaria, para que Cristo dirija mi pensamiento y mis acciones.
Diálogo con Cristo
Gracias por ese rato de oración, Padre bueno. Quiero salir de ella convencido de que soy un pobre instrumento, pero que, aun así, Tú me has llamado a colaborar en la extensión de tu Reino. Muchas veces no logro seguirte en todo, me acomodo a lo que implica el menos esfuerzo, pero hoy tengo el firme propósito, confiando en tu gracia, que puedo mejorar.
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Mateo 3, 13-17. Fiesta del Bautismo del Señor. Gracias a Dios, también nosotros hemos recibido este don maravilloso.
Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él. Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo». Y Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección».
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 42, 1-4.6-7
Salmo: Sal 29(28), 1-2.3-4.9-10
Segunda lectura: Libro de los Hechos de los Apóstoles, Hch 10, 34-38
Oración introductoria
Jesús, qué alegría y qué don tener este tiempo de oración para poder estar contigo a solas. Quiero descubrirte y conocerte de modo más profundo. Quiero esperar en Ti más firmemente. Quiero amarte más. Sólo Tú puedes darme estos dones.
Petición
Jesús, dame la gracia para que puedas permanecer siempre en mí.
Meditación del Santo Padre Francisco
Leer la meditación en Catequesis en Familia.
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Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
Resumen
1275 La iniciación cristiana se realiza mediante el conjunto de tres sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en Él.
1276 «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20).
1277 El Bautismo constituye el nacimiento a la vida nueva en Cristo. Según la voluntad del Señor, es necesario para la salvación, como lo es la Iglesia misma, a la que introduce el Bautismo.
1278 El rito esencial del Bautismo consiste en sumergir en el agua al candidato o derramar agua sobre su cabeza, pronunciando la invocación de la Santísima Trinidad, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
1279 El fruto del Bautismo, o gracia bautismal, es una realidad rica que comprende: el perdón del pecado original y de todos los pecados personales; el nacimiento a la vida nueva, por la cual el hombre es hecho hijo adoptivo del Padre, miembro de Cristo, templo del Espíritu Santo. Por la acción misma del bautismo, el bautizado es incorporado a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y hecho partícipe del sacerdocio de Cristo.
1280 El Bautismo imprime en el alma un signo espiritual indeleble, el carácter, que consagra al bautizado al culto de la religión cristiana. Por razón del carácter, el Bautismo no puede ser reiterado (cf DS 1609 y 1624).
1281 Los que padecen la muerte a causa de la fe, los catecúmenos y todos los hombres que, bajo el impulso de la gracia, sin conocer la Iglesia, buscan sinceramente a Dios y se esfuerzan por cumplir su voluntad, pueden salvarse aunque no hayan recibido el Bautismo (cf LG 16).
1282 Desde los tiempos más antiguos, el Bautismo es dado a los niños, porque es una gracia y un don de Dios que no suponen méritos humanos; los niños son bautizados en la fe de la Iglesia. La entrada en la vida cristiana da acceso a la verdadera libertad.
1283 En cuanto a los niños muertos sin bautismo, la liturgia de la Iglesia nos invita a tener confianza en la misericordia divina y a orar por su salvación.
1284 En caso de necesidad, toda persona puede bautizar, con tal que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia, y que derrame agua sobre la cabeza del candidato diciendo: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Darme el tiempo para hacer una visita al Santísimo para agradecer a Cristo su amor.
Diálogo con Cristo
Qué hermoso saber que tengo un Padre que me ama y está cerca de mí, que se interesa por mi bien, y que me ha dado en Jesucristo el modelo de vida al que debo aspirar. Además, con la gracia de su Espíritu Santo, puedo tener la sabiduría y la fortaleza para responder con prontitud a su llamado. ¿Qué más puedo pedir? ¿Hay acaso un regalo mayor? Por eso quiero vivir con este lema: Hacer siempre lo que Dios quiera y para ello me propongo ser fiel a mis compromisos de vida espiritual.
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Mateo 4, 12-17.23-25. Tiempo de Navidad (7 de enero). Jesús nos invita a convertirnos porque… ¡El Reino de los cielos ya ha llegado!
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: «¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz». A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca». Jesús recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y curando todas las enfermedades y dolencias de la gente. Su fama se extendió por toda la Siria, y le llevaban a todos los enfermos, afligidos por diversas enfermedades y sufrimientos: endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba. Lo seguían grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania.
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Lecturas
Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 3, 22-24; 4, 1-6
Salmo: Sal 2, 7-11
Oración introductoria
Creo en Ti Señor porque eres la Verdad misma. Espero en Ti porque eres la Misericordia infinita. Te amo, pero ayúdame a amarte más porque Tú eres el único digno de ser amado sobre todas las cosas.
Petición
Señor, cúrame, hazme ser fiel a tu amor. Concédeme ser un apóstol esforzado y fiel de tu Reino.
Meditación del Santo Padre Francisco
Jesús no quiere obrar solo, vino a traer al mundo el amor de Dios y quiere difundirlo con el estilo de la comunión, con el estilo de la fraternidad. Por ello forma inmediatamente una comunidad de discípulos, que es una comunidad misionera. Inmediatamente los entrena para la misión, para ir.
Pero atención: el fin no es socializar, pasar el tiempo juntos, no, la finalidad es anunciar el Reino de Dios, ¡y esto es urgente! También hoy es urgente. No hay tiempo que perder en habladurías, no es necesario esperar el consenso de todos, hay que ir y anunciar.
La paz de Cristo se lleva a todos, y si no la acogen, se sigue igualmente adelante. A los enfermos se lleva la curación, porque Dios quiere curar al hombre de todo mal. ¡Cuántos misioneros hacen esto! Siembran vida, salud, consuelo en las periferias del mundo. ¡Qué bello es esto! No vivir para sí mismo, no vivir para sí misma, sino vivir para ir a hacer el bien.
Hay tantos jóvenes hoy en la Plaza: pensad en esto, preguntaos: ¿Jesús me llama a ir, a salir de mí para hacer el bien? A vosotros, jóvenes, a vosotros muchachos y muchachas os pregunto: vosotros, ¿sois valientes para esto, tenéis la valentía de escuchar la voz de Jesús? ¡Es hermoso ser misioneros!
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 7 de julio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La conversión de los bautizados
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que «recibe en su propio seno a los pecadores» y que siendo «santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación» (LG 8). Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del «corazón contrito» (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1 Jn 4,10).
1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (Lc22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: «¡Arrepiéntete!» (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, «en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia» (Epistula extra collectionem 1 [41], 12).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Conocer, para vivir, las exhortaciones de mi obispo para la celebración del Año de la Fe.
Diálogo con Cristo
Jesús, quiero tener esa disponibilidad que tuviste siempre para con los demás. Abre mis ojos y mi corazón a las necesidades de quienes están más cerca. Quiero saber salir de mí mismo, de mi comodidad, para ser un auténtico misionero de tu amor en tu Iglesia. Que mi única ilusión sea la de poder gastar, minuto a minuto, la vida que me has ha dado, siguiendo fielmente las indicaciones de tus Pastores.
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Mateo 2, 1-12. Solemnidad de la Epifanía del Señor. Tiempo de Navidad (6 de enero). En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón.
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo». Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. «En Belén de Judea, —le respondieron—, porque así está escrito por el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel’». Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: «Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje». Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino.
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Isaías, Is 60, 1-6
Salmo: Sal 72(71), 1-2.7-13
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 3, 2-6
Oración introductoria
Jesús, vengo a este rato de meditación para contemplarte y adorarte, como aquellos magos de Oriente. Ayúdame a encontrarte, como ellos lo hicieron, en los brazos de María.
Petición
Jesús, dame la gracia de buscarte siempre. Que seas Tú la causa de todas mis alegrías.
Meditación del Santo Padre Francisco
«Lumen requirunt lumine». Esta sugerente expresión de un himno litúrgico de la Epifanía se refiere a la experiencia de los Magos: siguiendo una luz, buscan la Luz. La estrella que aparece en el cielo enciende en su mente y en su corazón una luz que los lleva a buscar la gran Luz de Cristo. Los Magos siguen fielmente aquella luz que los ilumina interiormente y encuentran al Señor.
En este recorrido que hacen los Magos de Oriente está simbolizado el destino de todo hombre: nuestra vida es un camino, iluminados por luces que nos permiten entrever el sendero, hasta encontrar la plenitud de la verdad y del amor, que nosotros cristianos reconocemos en Jesús, Luz del mundo. Y todo hombre, como los Magos, tiene a disposición dos grandes «libros» de los que sacar los signos para orientarse en su peregrinación: el libro de la creación y el libro de las Sagradas Escrituras. Lo importante es estar atentos, vigilantes, escuchar a Dios que nos habla, siempre nos habla. Como dice el Salmo, refiriéndose a la Ley del Señor: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, / luz en mi sendero» (Sal 119,105). Sobre todo, escuchar el Evangelio, leerlo, meditarlo y convertirlo en alimento espiritual nos permite encontrar a Jesús vivo, hacer experiencia de Él y de su amor.
En la primera Lectura resuena, por boca del profeta Isaías, el llamado de Dios a Jerusalén: «¡Levántate, brilla!» (60,1). Jerusalén está llamada a ser la ciudad de la luz, que refleja en el mundo la luz de Dios y ayuda a los hombres a seguir sus caminos. Ésta es la vocación y la misión del Pueblo de Dios en el mundo. Pero Jerusalén puede desatender esta llamada del Señor. Nos dice el Evangelio que los Magos, cuando llegaron a Jerusalén, de momento perdieron de vista la estrella. No la veían. En especial, su luz falta en el palacio del rey Herodes: aquella mansión es tenebrosa, en ella reinan la oscuridad, la desconfianza, el miedo, la envidia. De hecho, Herodes se muestra receloso e inquieto por el nacimiento de un frágil Niño, al que ve como un rival. En realidad, Jesús no ha venido a derrocarlo a él, ridículo fantoche, sino al Príncipe de este mundo. Sin embargo, el rey y sus consejeros sienten que el entramado de su poder se resquebraja, temen que cambien las reglas de juego, que las apariencias queden desenmascaradas. Todo un mundo edificado sobre el poder, el prestigio, el tener, la corrupción, entra en crisis por un Niño. Y Herodes llega incluso a matar a los niños: «Tú matas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha matado a ti el corazón» – escribe san Quodvultdeus (Sermón 2 sobre el Símbolo: PL 40, 655). Es así: tenía temor, y por este temor pierde el juicio.
Los Magos consiguieron superar aquel momento crítico de oscuridad en el palacio de Herodes, porque creyeron en las Escrituras, en la palabra de los profetas que señalaba Belén como el lugar donde había de nacer el Mesías. Así escaparon al letargo de la noche del mundo, reemprendieron su camino y de pronto vieron nuevamente la estrella, y el Evangelio dice que se llenaron de «inmensa alegría» (Mt 2,10). Esa estrella que no se veía en la oscuridad de la mundanidad de aquel palacio.
Un aspecto de la luz que nos guía en el camino de la fe es también la santa «astucia». Es también una virtud, la santa «astucia». Se trata de esa sagacidad espiritual que nos permite reconocer los peligros y evitarlos. Los Magos supieron usar esta luz de «astucia» cuando, de regreso a su tierra, decidieron no pasar por el palacio tenebroso de Herodes, sino marchar por otro camino. Estos sabios venidos de Oriente nos enseñan a no caer en las asechanzas de las tinieblas y a defendernos de la oscuridad que pretende cubrir nuestra vida. Ellos, con esta santa «astucia», han protegido la fe. Y también nosotros debemos proteger la fe. Protegerla de esa oscuridad. Esa oscuridad que a menudo se disfraza incluso de luz. Porque el demonio, dice san Pablo, muchas veces se viste de ángel de luz. Y entonces es necesaria la santa «astucia», para proteger la fe, protegerla de los cantos de las sirenas, que te dicen: «Mira, hoy debemos hacer esto, aquello…» Pero la fe es una gracia, es un don. Y a nosotros nos corresponde protegerla con la santa «astucia», con la oración, con el amor, con la caridad. Es necesario acoger en nuestro corazón la luz de Dios y, al mismo tiempo, practicar aquella astucia espiritual que sabe armonizar la sencillez con la sagacidad, como Jesús pide a sus discípulos: «Sean sagaces como serpientes y simples como palomas» (Mt 10,16).
En esta fiesta de la Epifanía, que nos recuerda la manifestación de Jesús a la humanidad en el rostro de un Niño, sintamos cerca a los Magos, como sabios compañeros de camino. Su ejemplo nos anima a levantar los ojos a la estrella y a seguir los grandes deseos de nuestro corazón. Nos enseñan a no contentarnos con una vida mediocre, de «poco calado», sino a dejarnos fascinar siempre por la bondad, la verdad, la belleza… por Dios, que es todo eso en modo siempre mayor. Y nos enseñan a no dejarnos engañar por las apariencias, por aquello que para el mundo es grande, sabio, poderoso. No nos podemos quedar ahí. Es necesario proteger la fe. Es muy importante en este tiempo: proteger la fe. Tenemos que ir más allá, más allá de la oscuridad, más allá de la atracción de las sirenas, más allá de la mundanidad, más allá de tantas modernidades que existen hoy, ir hacia Belén, allí donde en la sencillez de una casa de la periferia, entre una mamá y un papá llenos de amor y de fe, resplandece el Sol que nace de lo alto, el Rey del universo. A ejemplo de los Magos, con nuestras pequeñas luces busquemos la Luz y protejamos la fe. Así sea.
Santo Padre Francisco
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Homilía del lunes, 6 de enero de 2014
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas
Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3,4).
Siguiendo una tradición iniciada por el beato Papa Juan Pablo II, celebramos también en el día de la fiesta de la Epifanía la ordenación episcopal de cuatro sacerdotes que, a partir de ahora, colaborarán en diferentes funciones con el ministerio del Papa al servicio de la unidad de la única Iglesia de Cristo en la pluralidad de las Iglesias particulares. El nexo entre esta ordenación episcopal y el tema de la peregrinación de los pueblos hacia Jesucristo es evidente. La misión del Obispo no es solo la de caminar en esta peregrinación junto a los demás, sino la de preceder e indicar el camino. En esta liturgia, quisiera además reflexionar con vosotros sobre una cuestión más concreta. Basándonos en la historia narrada por Mateo podemos hacernos una cierta idea sobre qué clase de hombres eran aquellos que, a consecuencia del signo de la estrella, se pusieron en camino para encontrar aquel rey que iba a fundar, no sólo para Israel, sino para toda la humanidad, una nueva especie de realeza. Así pues, ¿qué clase de hombres eran? Y nos preguntamos también si, a partir de ellos, a pesar de la diferencia de los tiempos y los encargos, se puede entrever algo de lo que significa ser Obispo y de cómo ha de cumplir su misión.
Los hombres que entonces partieron hacia lo desconocido eran, en cualquier caso, hombres de corazón inquieto. Hombres movidos por la búsqueda inquieta de Dios y de la salvación del mundo. Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social. Buscaban la realidad más grande. Tal vez eran hombres doctos que tenían un gran conocimiento de los astros y probablemente disponían también de una formación filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobre todo lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y por esto querían saber si Dios existía, dónde está y cómo es. Si él se preocupa de nosotros y cómo podemos encontrarlo. No querían solamente saber. Querían reconocer la verdad sobre nosotros, y sobre Dios y el mundo. Su peregrinación exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva, estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios.
Y con eso llegamos a la cuestión: ¿Cómo debe de ser un hombre al que se le imponen las manos por la ordenación episcopal en la Iglesia de Jesucristo? Podemos decir: debe ser sobre todo un hombre cuyo interés esté orientado a Dios, porque sólo así se interesará también verdaderamente por los hombres. Podemos decirlo también al revés: un Obispo debe de ser un hombre al que le importan los hombres, que se siente tocado por las vicisitudes de los hombres. Debe de ser un hombre para los demás. Pero solo lo será verdaderamente si es un hombre conquistado por Dios. Si la inquietud por Dios se ha trasformado en él en una inquietud por su criatura, el hombre. Como los Magos de Oriente, un Obispo tampoco ha de ser uno que realiza su trabajo y no quiere nada más. No, ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres. Debe, por así decir, pensar y sentir junto con Dios. No es el hombre el único que tiene en sí la inquietud constitutiva por Dios, sino que esa inquietud es una participación en la inquietud de Dios por nosotros. Puesto que Dios está inquieto con relación a nosotros, él nos sigue hasta el pesebre, hasta la cruz. «Buscándome te sentaste cansado, me has redimido con el suplicio de la cruz: que tanto esfuerzo no sea en vano», así reza la Iglesia en el Dies irae. La inquietud del hombre hacia Dios y, a partir de ella, la inquietud de Dios hacia el hombre, no deben dejar tranquilo al Obispo. A esto nos referimos cuando decimos que el Obispo ha de ser sobre todo un hombre de fe. Porque la fe no es más que estar interiormente tocados por Dios, una condición que nos lleva por la vía de la vida. La fe nos introduce en un estado en el que la inquietud de Dios se apodera de nosotros y nos convierte en peregrinos que están interiormente en camino hacia el verdadero rey del mundo y su promesa de justicia, verdad y amor. En esta peregrinación, el Obispo debe de ir delante, debe ser el que indica a los hombres el camino hacia la fe, la esperanza y el amor.
La peregrinación interior de la fe hacia Dios se realiza sobre todo en la oración. San Agustín dijo una vez que la oración, en último término, no sería más que la actualización y la radicalización de nuestro deseo de Dios. En lugar de la palabra «deseo» podríamos poner también la palabra «inquietud» y decir que la oración quiere arrancarnos de nuestra falsa comodidad, del estar encerrados en las realidades materiales, visibles y transmitirnos la inquietud por Dios, haciéndonos precisamente así abiertos e inquietos unos hacia otros. El Obispo, como peregrino de Dios, ha de ser sobre todo un hombre que reza. Ha de estar en un permanente contacto interior con Dios; su alma ha de estar completamente abierta a Dios. Ha de llevar a Dios sus dificultades y las de los demás, así como sus alegrías y las de los otros, y así, a su modo, establecer el contacto entre Dios y el mundo en la comunión con Cristo, para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo.
Volvamos a los Magos de Oriente. Ellos eran también y sobre todo hombres que tenían valor, el valor y la humildad de la fe. Se necesitaba tener valentía para recibir el signo de la estrella como una orden de partir, para salir –hacia lo desconocido, lo incierto, por los caminos llenos de multitud de peligros al acecho. Podemos imaginarnos las burlas que suscitó la decisión de estos hombres: la irrisión de los realistas que no podían sino burlarse de las fantasías de estos hombres. El que partía apoyándose en promesas tan inciertas, arriesgándolo todo, solo podía aparecer como alguien ridículo. Pero, para estos hombres tocados interiormente por Dios, el camino acorde con las indicaciones divinas era más importante que la opinión de la gente. La búsqueda de la verdad era para ellos más importante que las burlas del mundo, aparentemente inteligente.
¿Cómo no pensar, ante una situación semejante, en la misión de un Obispo en nuestro tiempo? La humildad de la fe, del creer junto con la fe de la Iglesia de todos los tiempos, se encontrará siempre en conflicto con la inteligencia dominante de los que se atienen a lo que en apariencia es seguro. Quien vive y anuncia la fe de la Iglesia, en muchos puntos no está de acuerdo con las opiniones dominantes precisamente también en nuestro tiempo. El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes con la verdad. «Quien teme al Señor no tiene miedo de nada», dice el Eclesiástico (34,14). El temor de Dios libera del temor de los hombres. Hace libres.
En este contexto, recuerdo un episodio de los comienzos del cristianismo que san Lucas narra en los Hechos de los Apóstoles. Tras el discurso de Gamaliel, que desaconsejaba la violencia contra la comunidad naciente de los creyentes en Jesús, el Sanedrín llamó a los apóstoles y los mandó azotar. Después les prohibió predicar en nombre de Jesús y los pusieron en libertad. San Lucas continúa: «Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar… anunciando el Evangelio de Jesucristo» (Hch 5,40ss). También los sucesores de los Apóstoles se han de esperar ser constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él. Naturalmente, como los Apóstoles, queremos convencer a las personas y, en este sentido, alcanzar la aprobación. Lógicamente no provocamos, sino todo lo contrario, invitamos a todos a entrar en el gozo de la verdad que muestra el camino. La aprobación de las opiniones dominantes no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es él mismo: el Señor. Si defendemos su causa, conquistaremos siempre, gracias a Dios, personas para el camino del Evangelio. Pero seremos también inevitablemente golpeados por aquellos que, con su vida, están en contraste con el Evangelio, y entonces daremos gracias por ser juzgados dignos de participar en la Pasión de Cristo.
Los Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la gran luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). Como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino. Los santos son las verdaderas constelaciones de Dios, que iluminan las noches de este mundo y nos guían. San Pablo, en la carta a los Filipenses, dijo a sus fieles que deben brillar como lumbreras del mundo (cf. 2,15).
Queridos amigos, esto tiene que ver también con nosotros. Tiene que ver sobre todo con vosotros que, en este momento, seréis ordenados Obispos de la Iglesia de Jesucristo. Si vivís con Cristo, nuevamente vinculados a él por el sacramento, entonces también vosotros llegaréis a ser sabios. Entonces seréis astros que preceden a los hombres y les indican el camino recto de la vida. En este momento todos aquí oramos por vosotros, para que el Señor os colme con la luz de la fe y del amor. Para que aquella inquietud de Dios por el hombre os toque, para que todos experimenten su cercanía y reciban el don de su alegría. Oramos por vosotros, para que el Señor os done siempre la valentía y la humildad de la fe. Oramos a María que ha mostrado a los Magos el nuevo Rey del mundo (Mt 2,11), para que ella, como Madre amorosa, muestre también a vosotros a Jesucristo y os ayude a ser indicadores del camino que conduce a él. Amén.
Santo Padre Benedicto XVI
Solemnidad de la Epifanía del Señor
Homilía del domingo, 6 de enero de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
528 La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cf. Solemnidad de la Epifanía del Señor, Antífona del «Magnificat» en II Vísperas, LH), la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos «magos» venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos «magos», representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para «rendir homenaje al rey de los Judíos» (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que «la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas»(San León Magno, Sermones, 23: PL 54, 224B ) y adquiere la israelitica dignitas (la dignidad israelítica) (Vigilia pascual, Oración después de la tercera lectura: Misal Romano).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Vayamos al portal de Belén y con fe y sencillez, desde lo más profundo de nuestro corazón, adoremos a Jesús, prometiéndole que seguiremos siempre su estrella.
Diálogo con Cristo
La adoración de los magos me recuerda lo cerca que estás siempre, esperando que me dé el tiempo para contemplar y apreciar el infinito amor que me ofreces. Mi entorno social ofrece tantas falsas alegrías que necesito, como los magos, seguir tu estrella que muestra el camino, que aunque a veces parezca difícil, es el único donde podré encontrar la felicidad verdadera. Señor, ayúdame a salir a predicar tu mensaje de amor, dame la gracia de salir de mí para ejercer una labor de fermento dentro de mi familia y en el círculo de mis amigos, para comenzar a vivir un cristianismo militante, dinámico, lleno de celo, que nunca pierde de vista la estrella de tu amor.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Juan 1, 43-51. Tiempo de Navidad (5 de enero). Nunca debemos perder de vista las dos dimensiones de Jesucristo: la humana y la divina; pues si proclamamos sólo la dimensión celestial de Jesús corremos el riesgo de hacer de Él un ser etéreo y evanescente, mientras que si sólo reconocemos su papel concreto en la historia, corremos el riesgo de descuidar su dimensión divina, que constituye su calificación propia.
Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús continuó: «Porque te dije: «Te vi debajo de la higuera», crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 3, 11-21
Salmo: Sal 100(99), 2-5
Oración introductoria
Jesús, hoy me invitas a seguirte para tener un encuentro contigo en mi oración. Aumenta mi fe y mi amor para que nunca me haga sordo a tu llamado.
Petición
Ven Espíritu Santo, inspira y manda tu luz para que tu cercanía me ayude a seguirte más de cerca.
Meditación del Santo Padre Francisco
La lucha contra los planes astutos de destrucción y deshumanización perpetrados por el demonio —que «presenta las cosas como si fueran buenas» inventando hasta «explicaciones humanísticas»— es «una realidad cotidiana». Y si nos hacemos a un lado, «seremos derrotados». Pero tenemos la certeza de que no estamos solos en esta lucha, porque el Señor ha confiado a los arcángeles la tarea de defender al hombre. Y es precisamente el papel de Miguel, Gabriel y Rafael que el Papa Francisco recordó en la misa del lunes 29 de septiembre, en Santa Marta.
El Pontífice observó inmediatamente que «las dos lecturas que hemos escuchado —ya sea la del profeta Daniel (7, 9-10.13-14) ya sea la del Evangelio de san Juan (1, 47-51)— nos hablan de gloria: la gloria del cielo, la corte celestial, la adoración en el cielo». Por lo tanto, explicó, «existe la gloria» y «en medio a esta gloria está Jesucristo». Dice, en efecto, Daniel: «Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron». Aquí está entonces, dijo el Papa, «Jesucristo, ante el Padre, en la gloria del cielo».
Una realidad que la liturgia vuelve a proponer también en el Evangelio. Así, prosiguió el Papa, «a Natanael que se asombraba, Jesús le dice: Pero, has de ver cosas mayores. Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre». Y «toma la imagen de la escalinata de Jacob: Jesús está en el centro de la gloria, Jesús es la gloria del Padre». Una gloria que, aclaró el obispo de Roma, «es promesa en Daniel, es promesa en Jesús. Pero también es promesa hecha en la eternidad».
El Pontífice hizo luego referencia a la «otra lectura» tomada del Apocalipsis (12, 7-12). También en ese texto, precisó, «se habla de gloria, pero como lucha».
Es «la lucha entre el demonio y Dios», explicó. Pero «esta lucha tiene lugar después de que Satanás buscara destruir a la mujer que está a punto de dar a luz al hijo». Porque, afirmó el Papa, «Satanás siempre busca destruir al hombre: ese hombre que Daniel veía ahí, en gloria, y que Jesús decía a Natanael que vendría en gloria». Y «desde el inicio la Biblia nos habla de esto: esta seducción para destruir de Satanás. Quizás por envidia». Y al respecto el Papa Francisco, haciendo referencia al salmo 8, destacó que «esa inteligencia tan grande del ángel no podía soportar en sus hombros esta humillación, que una creatura inferior fuera hecha superior; y buscaba destruirla».
«La tarea del pueblo de Dios —explicó el Pontífice— es custodiar en sí mismo al hombre: el hombre Jesús. Custodiarlo, porque es el hombre que da vida a todos los hombres, a toda la humanidad». Y por su parte, «los ángeles luchan para hacer que el hombre venza».
En efecto, afirmó el Papa, «muchos proyectos, a excepción de los propios pecados, pero muchos, muchos proyectos de deshumanización del hombre son obra de él, simplemente porque odia al hombre». Satanás «es astuto: lo dice la primera página del Génesis. Es astuto, presenta las cosas como si fueran buenas. Pero su intención es la destrucción».
Ante esta obra de Satanás «los ángeles nos defienden». Es por eso que «la Iglesia honra a los ángeles, porque son ellos los que estarán en la gloria de Dios —están en la gloria de Dios— porque defienden el gran misterio escondido de Dios, es decir, que el Verbo vino en la carne». Precisamente «a Él le quieren destruir; y cuando no pueden destruir a la persona de Jesús buscan destruir a su pueblo; y cuando no pueden destruir al pueblo de Dios, inventan explicaciones humanísticas que van precisamente en contra del hombre, en contra de la humanidad y en contra de Dios».
He aquí por qué, dijo el Papa, «la lucha es una realidad cotidiana en la vida cristiana, en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra familia, en nuestro pueblo, en nuestras iglesias».
Y también por eso, añadió, «el canto final del Apocalipsis, tras la lucha, es muy bello: “Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche”». El objetivo era por eso la destrucción y, por consiguiente, en el Apocalipsis está este «canto de victoria».
Al recordar precisamente la fiesta de los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, el Papa ratificó cómo este es un día particularmente apropiado para dirigirse a ellos. Y también «para recitar esa oración antigua pero tan hermosa del arcángel Miguel, para que siga luchando y defendiendo el misterio más grande de la humanidad: que el Verbo se hizo hombre, murió y resucitó». Porque «este es nuestro tesoro». Y al arcángel Miguel, concluyó el Papa, le pedimos que continúe «luchando para custodiarlo».
Santo Padre Francisco: Ángeles y demonios
Meditación del lunes, 29 de septiembre de 2014
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Lo que más cuenta en la narración de Juan es la confesión de fe que al final profesa Natanael de manera límpida: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Si bien no alcanza la intensidad de la confesión de Tomás con la que concluye el Evangelio de Juan: «¡Señor mío y Dios mío!», la confesión de Natanael tiene la función de abrir el terreno al cuarto Evangelio. En ésta se ofrece un primer e importante paso en el camino de adhesión a Cristo. Las palabras de Natanael presentan un doble y complementario aspecto de la identidad de Jesús: es reconocido tanto por su relación especial con Dios Padre, del que es Hijo unigénito, como por su relación con el pueblo de Israel, de quien es llamado rey, atribución propia del Mesías esperado.
Nunca tenemos que perder de vista ninguno de estos dos elementos, pues si proclamamos sólo la dimensión celestial de Jesús corremos el riesgo de hacer de Él un ser etéreo y evanescente, mientras que si sólo reconocemos su papel concreto en la historia, corremos el riesgo de descuidar su dimensión divina, que constituye su calificación propia.
Santo Padre Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 4 de octubre de 2006
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. Cómo es hombre el Hijo de Dios
470 Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación «la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida» (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella proviene de «uno de la Trinidad». El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10):
«El Hijo de Dios […] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (GS 22, 2).
El alma y el conocimiento humano de Cristo
471 Apolinar de Laodicea afirmaba que en Cristo el Verbo había sustituido al alma o al espíritu. Contra este error la Iglesia confesó que el Hijo eterno asumió también un alma racional humana (cf. Dámaso I, Carta a los Obispos Orientales: DS, 149).
472 Este alma humana que el Hijo de Dios asumió está dotada de un verdadero conocimiento humano. Como tal, éste no podía ser de por sí ilimitado: se desenvolvía en las condiciones históricas de su existencia en el espacio y en el tiempo. Por eso el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso progresar «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2, 52) e igualmente adquirir aquello que en la condición humana se adquiere de manera experimental (cf. Mc 6, 38; 8, 27; Jn 11, 34; etc.). Eso correspondía a la realidad de su anonadamiento voluntario en «la condición de esclavo» (Flp 2, 7).
473 Pero, al mismo tiempo, este conocimiento verdaderamente humano del Hijo de Dios expresaba la vida divina de su persona (cf. san Gregorio Magno, carta Sicut aqua: DS, 475). «El Hijo de Dios conocía todas las cosas; y esto por sí mismo, que se había revestido de la condición humana; no por su naturaleza, sino en cuanto estaba unida al Verbo […]. La naturaleza humana, en cuanto estaba unida al Verbo, conocida todas las cosas, incluso las divinas, y manifestaba en sí todo lo que conviene a Dios» (san Máximo el Confesor, Quaestiones et dubia, 66: PG 90, 840). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cf. Mc 14, 36; Mt 11, 27; Jn 1, 18; 8, 55; etc.). El Hijo, en su conocimiento humano, mostraba también la penetración divina que tenía de los pensamientos secretos del corazón de los hombres (cf Mc 2, 8; Jn 2, 25; 6, 61; etc.).
474 Debido a su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado, el conocimiento humano de Cristo gozaba en plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar (cf. Mc 8,31; 9,31; 10, 33-34; 14,18-20. 26-30). Lo que reconoce ignorar en este campo (cf. Mc 13,32), declara en otro lugar no tener misión de revelarlo (cf. Hch 1, 7).
La voluntad humana de Cristo
475 De manera paralela, la Iglesia confesó en el sexto Concilio Ecuménico que Cristo posee dos voluntades y dos operaciones naturales, divinas y humanas, no opuestas, sino cooperantes, de forma que el Verbo hecho carne, en su obediencia al Padre, ha querido humanamente todo lo que ha decidido divinamente con el Padre y el Espíritu Santo para nuestra salvación (cf. Concilio de Constantinopla III, año 681: DS, 556-559). La voluntad humana de Cristo «sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni oposición, sino todo lo contrario, estando subordinada a esta voluntad omnipotente» (ibíd., 556).
El verdadero cuerpo de Cristo
476 Como el Verbo se hizo carne asumiendo una verdadera humanidad, el cuerpo de Cristo era limitado (cf. Concilio de Letrán, año 649: DS, 504). Por eso se puede «pintar» la faz humana de Jesús (Ga 3,2). En el séptimo Concilio ecuménico, la Iglesia reconoció que es legítima su representación en imágenes sagradas (Concilio de Nicea II, año 787: DS, 600-603).
477 Al mismo tiempo, la Iglesia siempre ha admitido que, en el cuerpo de Jesús, Dios «que era invisible en su naturaleza se hace visible» (Misal Romano, Prefacio de Navidad). En efecto, las particularidades individuales del cuerpo de Cristo expresan la persona divina del Hijo de Dios. Él ha hecho suyos los rasgos de su propio cuerpo humano hasta el punto de que, pintados en una imagen sagrada, pueden ser venerados porque el creyente que venera su imagen, «venera a la persona representada en ella» (Concilio de Nicea II: DS, 601).
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: «El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), «es considerado como el principal indicador y símbolo […] de aquel amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres» (Pio XII, Enc.Haurietis aquas: DS, 3924; cf. ID. enc. Mystici Corporis: ibíd., 3812).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer la opción de seguir a Cristo, como mi Modelo de actuar, como el criterio que guíe mis decisiones y como el centro de mi vida.
Diálogo con Cristo
Gracias, Jesús, por invitarme a seguirte, porque mi fe no se limita a una serie de creencias, dogmas, o normas morales que deba creer y vivir sin más. Quiero alcanzar una adhesión total, vital, para poder corresponder a tu llamado. Comprendo que vale la pena renunciar a todo lo que me pueda apartar de Ti, quiero esforzarme para dejar que Tú me revistas, me transformes, para que mi forma de pensar, de sentir, de amar, sea tu forma de pensar, de sentir y de amar.
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Juan 1, 35-42. Tiempo de Navidad (4 de enero). Cristo es fiel. Tened la certeza. Jesús no os traicionará jamás.
Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que traducido significa Maestro— ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.
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Lecturas
Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 3, 7-10
Salmo 98(97), 1-2.7-9
Oración introductoria
Yo también quiero tener un encuentro contigo en esta oración. Sólo quiero buscarte a Ti Señor, aleja toda distracción y preocupación que me desvíe y ayúdame a tener un encuentro personal con tu amor.
Petición
Cordero de Dios, dame la gracia de encontrarte y nunca más dejarte.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos catecúmenos:
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El relato del Evangelio (cf. Jn 1, 35-42) nos ha presentado a Juan el Bautista que indica a sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y luego, a su vez, se convierten en «mediadores» que permiten a otros encontrar al Señor, conocerle y seguirle. Hay tres momentos en este relato que hacen referencia a la experiencia del catecumenado. En primer lugar está la escucha. Los dos discípulos escucharon el testimonio del Bautista. También vosotros, queridos catecúmenos, habéis escuchado a quienes os hablaron de Jesús y os propusieron seguirle, llegando a ser sus discípulos por medio del Bautismo. En el tumulto de muchas voces que resuenan en torno a nosotros y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que os indicaba a Jesús como el único que puede dar sentido pleno a nuestra vida.
El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Tras haberle encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los demás, a fin de que también ellos lo puedan encontrar. Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto bien nos hace contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para encontrarle a Él y para abrirnos al encuentro con los demás. Dios, el primero, viene hacia cada uno de nosotros; y esto es maravilloso. Él viene a nuestro encuentro. En la Biblia Dios aparece siempre como Aquél que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y generalmente le busca precisamente mientras el hombre atraviesa la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y de huir de Él. Dios no espera a buscarle: le busca inmediatamente. Nuestro Padre es un buscador paciente. Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos, no se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable del encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando tiene lugar el encuentro, nunca es un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer largo rato con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca tiene prisa para dejarnos. Permanece con nosotros. Como nosotros le anhelamos y le deseamos, así también Él tiene deseo de estar con nosotros, porque nosotros pertenecemos a Él, somos «propiedad» suya, somos sus creaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios está sediento de nosotros. Éste es el corazón de Dios. Es hermoso sentir esto.
El último rasgo del relato es caminar. Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un tramo del camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús. Recordad siempre esto: la fe es caminar con Jesús; y es una que dura toda la vida. Al final tendrá lugar el encuentro definitivo. Cierto, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, incluso en la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar cada vez más dentro del misterio del amor de Dios, que nos sobrepasa y nos permite vivir con serenidad y esperanza.
Queridos catecúmenos, hoy vosotros iniciáis el camino del catecumenado. Os deseo que lo recorráis con alegría, seguros del apoyo de toda la Iglesia, que os mira con mucha confianza. María, la discípula perfecta, os acompaña: es hermoso sentirla como nuestra Madre en la fe. Os invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que os ha hecho abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la que por primera vez os habéis quedado con Jesús, habéis sentido su mirado sobre vosotros. No olvidéis nunca esta mirada de Jesús sobre ti, sobre ti, sobre ti… ¡No olvidar nunca esta mirada! Es una mirada de amor. Y así estaréis siempre seguros del amor fiel del Señor. Él es fiel. Tened la certeza: Él no os traicionará jamás.
Santo Padre Francisco
Homilía del sábado, 23 de noviembre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
La palabra «Cristo» (Mesías) significa «el Ungido». La humanidad de Jesús está insertada, mediante la unidad del Hijo con el Padre, en la comunión con el Espíritu Santo y, así, es «ungida» de una manera única, y penetrada por el Espíritu Santo. Lo que había sucedido en los reyes y sacerdotes del Antiguo Testamento de modo simbólico en la unción con aceite, con la que se les establecía en su ministerio, sucede en Jesús en toda su realidad: su humanidad es penetrada por la fuerza del Espíritu Santo. Cuanto más nos unimos a Cristo, más somos colmados por su Espíritu, por el Espíritu Santo. Nos llamamos «cristianos», «ungidos», personas que pertenecen a Cristo y por eso participan en su unción, son tocadas por su Espíritu. No quiero sólo llamarme cristiano, sino que quiero serlo, decía san Ignacio de Antioquía. Dejemos que precisamente estos santos óleos, que ahora son consagrados, nos recuerden esta tarea inherente a la palabra «cristiano», y pidamos al Señor para que no sólo nos llamemos cristianos, sino que lo seamos verdaderamente cada vez más.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía de Jueves Santo el 21 de abril de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA
871 «Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo» (CIC, can. 204, 1; cf. LG 31).
872 «Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo» (CIC can. 208; cf. LG 32).
873 Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque «hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios» (AA 2). En fin, «en esos dos grupos [jerarquía y laicos] hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos […] se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es propia» (CIC can. 207, 2).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Si yo he ha experimentado el amor de Dios en mi alma, tratar que los demás también puedan gozar de este maravilloso encuentro.
Diálogo con Cristo
Gracias por permitirme encontrarte en esta oración. Ahora, Señor y Padre mío, no dejes que me encandile con las tentaciones del mundo. Realmente quiero responder a tu llamado y cumplir cabalmente tu voluntad, aunque me cueste. Permite que mi testimonio de vida sea un puente para que otros también te sepan buscar y encontrar.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Juan 1, 29-34. Tiempo de Navidad (3 de enero). Ser discípulos del Cordero de Dios significa dar testimonio con nuestra vida de que seguir a Cristo nos hace más libres y más alegres.
Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: «Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo». Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 2, 29; 3, 6
Salmo: Sal 98(97), 1-6
Oración introductoria
Cordero de Dios, quita mi pecado y hazme digno de poder tener un diálogo de amor contigo en este tiempo de oración. Te amo, pero no soy digno porque no he sido fiel a tu gracia, por eso envía tu Espíritu Santo para que me ayude a amarte como Tú me amas.
Petición
Padre Santo, dame la gracia de experimentar tu presencia en esta oración.
Meditación del Santo Padre Franciso
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
[…] el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, a orillas del río Jordán. Quien lo relata es el testigo ocular, Juan evangelista, quien antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto a su hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar», «tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es agresivo, sino pacífico; no muestra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Jesús, como un cordero.
¿Qué significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de la malicia, la inocencia; en el lugar de la fuerza, el amor; en el lugar de la soberbia, la humildad; en el lugar del prestigio, el servicio. Es un buen trabajo. Nosotros, cristianos, debemos hacer esto: poner en el lugar de la malicia, la inocencia, en el lugar de la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero no significa vivir como una «ciudadela asediada», sino como una ciudad ubicada en el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 19 de enero de 2014
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Cuando el Bautista ve a Jesús que, en fila con los pecadores, viene a hacerse bautizar, queda asombrado; reconociendo en él al Mesías, el Santo de Dios, Aquel que está sin pecado, Juan manifiesta su desconcierto; él mismo, el bautista hubiera querido hacerse bautizar por Jesús. Pero Jesús le exhorta a no oponer resistencia, a aceptar cumplir este acto, para hacer lo que es conveniente y «cumplir toda justicia». Con esta expresión, Jesús manifiesta haber venido al mundo para hacer la voluntad de Quien lo ha enviado, para cumplir todo lo que el Padre le pide; para obedecer al Padre Él ha aceptado hacerse hombre. Este gesto revela sobre todo quién es Jesús; es el Hijo de Dios, verdadero Dios como el Padre; es Aquel que «se ha bajado» para hacerse uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse hasta la muerte de cruz.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía del domingo, 9 de enero de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Recordar que en nuestro Bautizo Dios nos dijo estas palabras al hacernos sus hijos: «Este es mi hijo muy amado…». Y cada día nos acompaña como Padre bueno.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, para tenerte como compañero de mi vida necesito conocerte más, de manera directa, en la Eucaristía, en el Evangelio y en la oración. No quiero quedarme en la superficialidad de quienes sólo «oyen» hablar de Ti, pero no tienen una relación personal para conocer tu voluntad. Sólo en el contacto asiduo contigo se podrá formar mi corazón de discípulo y misionero de tu amor.
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por Catequesis en Familia | 22 Dic, 2016 | La Biblia
Juan 1, 19-28. Tiempo de Navidad (2 de enero). «Yo soy la voz que grita en el desierto». No dejemos de escucharla, es para nosotros.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?». Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?». «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 2, 22-28
Salmo: Sal 98(97), 1-4
Oración introductoria
Señor, ciertamente no soy digno de tu Amor, por eso te pido ilumines este tiempo de oración para que sepa poner a un lado todo aquello que me separe de Ti. Necesito de tu fortaleza y de tu guía para enderezar mi camino. Háblame Señor, te escucho.
Petición
¡Mucha humildad te pido para cumplir lo que me pides! Que imite a Juan que supo hacerlo de modo excelente, aun a costa de su vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
¿Quién es por lo tanto Juan? Él mismo lo explica: «Yo soy una voz, una voz en el desierto», pero es una voz sin la Palabra, porque la Palabra no es Él, es Otro.
He aquí, pues lo que es el misterio de Juan: Nunca se apodera de la Palabra. Juan es el que significa, el que señala. El sentido de la vida de Juan es indicar a otro. […]
Y realmente Juan era el hombre de la luz, llevaba la luz, pero no era su propia luz, era una luz reflejada. Juan es como una luna, y cuando Jesús comenzó a predicar, la luz de Juan comenzó a declinar. Voz, no Palabra, luz, pero no propia.
Juan parece ser nada. Esa es la vocación de Juan: desaparecer. Y cuando contemplamos la vida de este hombre, tan grande, tan poderoso —todos creían que él era el Mesías—, cuando contemplamos esta vida, cómo desaparecía hasta llegar a la oscuridad de una prisión, contemplamos un gran misterio.
Santo Padre Francisco
Misa matutina en la capilla de Santa Marta el lunes, 24 de junio de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
Nuestra comunión en los misterios de Jesús
519 Toda la riqueza de Cristo «es para todo hombre y constituye el bien de cada uno» (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación «por nosotros los hombres y por nuestra salvación» hasta su muerte «por nuestros pecados» (1 Co15, 3) y en su Resurrección «para nuestra justificación» (Rm 4,25). Todavía ahora, es «nuestro abogado cerca del Padre» (1 Jn 2, 1), «estando siempre vivo para interceder en nuestro favor» (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre «ante el acatamiento de Dios en favor nuestro» (Hb 9, 24).
520 Durante toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Rm 15,5; Flp 2, 5): Él es el «hombre perfecto» (GS 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Jn 13, 15); con su oración atrae a la oración (cf. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mt 5, 11-12).
521 Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre»(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
«Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia […] Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia […] por las gracias que Él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros» (San Juan Eudes, Tractatus de regno Iesu).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ojalá, pues, que seamos dóciles a esta voz que grita en el desierto y sigamos «preparando los caminos del Señor». Que cuando Cristo venga, nos encuentre a todos con el alma bien dispuesta, prontos para escuchar su palabra, para acoger su mensaje y recibir su salvación.
Diálogo con Cristo
Necesito ser más humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, conociendo y haciendo vida tu Evangelio. Tú eres la única fuente de la santidad, nada puedo ni debo hacer al margen de tu voluntad. De nada me sirve la fama, ni los bienes, lo único que me debe importar es permanecer unido a tu gracia para poder realizar la misión que me has encomendado.
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