por FLORY MARTÍN | 29 Ago, 2012 | Despertar religioso Juegos
Os presentamos este juego de asociación de naipes, basado en el clásico juego de las familias, indicado para que los más pequeños asocien diez conceptos de la doctrina cristiana con los diez primeros números. La intención del juego es preparar a los más pequeños para que les sea más fácil aprender los contenidos del Catecismo, y de paso comenzar o reforzar el conocimiento de los números.
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Antes de comenzar
Imprime y recorta cada una de las ilustraciones como si fueran cartas, de tal manera que el anverso quede impreso con números o figuras, y el reverso quede en blanco.
Imprimiremos un juego completo de cartas por cada tres jugadores. También se puede hacer más de una copia de la baraja, de tal manera que sea posible hacer más parejas durante el juego con el objeto de que los más pequeños aprendan con más facilidad gracias a la repetición.
Para imprimir las cartas en su tamaño real tienes dos opciones:
- Pulsa sobre cada una de las dos imágenes y obtendrás diez naipes en tamaño real para imprimir.
- O descarga directamente la baraja en estos dos enlaces: Cartas del 1 al 5 y Cartas del 6 al 10.
También os ofrecemos la alternativa de un tamaño más grande: Cartas del 1 al 5 y Cartas del 6 al 10.
Instrucciones
Para desarrollar el juego sigue las siguientes intrucciones:
- Coloca las cartas con el reverso blanco hacia arriba en el centro del tablero de juego.
- Cada jugador escoge tres cartas y comprueba si tiene alguna pareja.
- Comienza el jugador a la derecha de quien haya repartido la baraja.
- Cada jugador inicia su turno cogiendo una carta del montón.
- Si el jugador tiene una pareja, se deshace de ella en su turno y da paso al siguiente jugador.
- Si el jugador no logra emparejar sigue robando cartas hasta lograr una pareja de la que se deshace y pasa el turno al siguiente jugador a su derecha.
- El jugador que consiga quedarse sin cartas, después de terminar con todas las cartas del tablero, será el ganador de la partida
Cartas del 1 al 5

Cartas del 6 al 10

por EWTN | 27 Ago, 2012 | Confirmación Taller de oración
La fama mundial de Tomás de Kempis se debe a que él escribió La Imitación de Cristo: el libro que más ediciones ha tenido, después de la Biblia. Este precioso librito es llamado «el consentido de los libros» porque se ha sacado en las ediciones de bolsillo más hermosas y lujosas, ha tenido ya más de 3,100 ediciones en los más diversos idiomas del mundo. Su primera edición salió en 1472, 20 años antes del descubrimiento de América (un año después de la muerte del autor), y durante más de 500 años ha tenido unas 6 ediciones cada año. Caso raro y excepcional.
Tomás nació en Kempis, cerca de Colonia, en Alemania, en el año 1380. Era un hombre sumamente humilde, que pasó su larga vida (90 años) entre el estudio, la oración y las obras de caridad, dedicando gran parte de su tiempo a la dirección espiritual de personas que necesitaban de sus consejos.
Empezar por uno mismo
En ese tiempo muchísimas personas deseaban que la Iglesia Católica se reformara y se volviera más fervorosa y más santa, pero pocos se dedicaron a reformase ellos mismos y a volverse mejores. Tomás de Kempis se dió cuenta de que el primer paso que hay que dar para obtener que la Iglesia se vuelva más santa, es esforzarse uno mismo por volverse mejor. Y que si cada uno se reforma a sí mismo, toda la Iglesia se va reformando poco a poco.
Una asociación muy útil
Kempis se reunió con un grupo de amigos en una asociación piadosa llamada «Hermanos de la Vida Común», y allí se dedicaron a practicar un modo de vivir que llamaban «Devoción moderna» y que consistía en emplear largos ratos de oración, la meditación, la lectura de libros piadosos y en recibir y dar dirección espiritual, y dedicarse cada uno después con la mayor exactitud que le fuera posible a cumplir cada día los deberes de su propia profesión. Los que pertenecían a esta asociación hacían progresos muy notorios y rápidos en santidad y la gente los admiraba y los quería.
Un ascenso difícil
Tomás tiene muchos deseos de ser sacerdote, pero en sus primeros 30 años no lo logra porque sus tentaciones son muy fuertes y frecuentes y teme que después no logre ser fiel a su voto de castidad. Pero al fin entra a una asociación de canónigos (en Windesheim) y allí en la tranquilidad de la vida retirada del mundo logra la paz de su espíritu y es ordenado sacerdote en el año 1414. Desde entonces se dedica por completo a dar dirección espiritual, a leer libros piadosos y a consolar almas atribuladas y desconsoladas. Es muy incomprendido muchas veces y sufre la desilusión de constatar que muchas amistades fallan en la vida (menos la amistad de Cristo) y va ascendiendo poco a poco, aunque con mucha dificultad, a una gran santidad.
Oficios delicados
Dos veces fue superior de la comunidad de canónigos en su ciudad. Bastante tiempo estuvo encargado de la formación de los novicios. Después lo nombraron ecónomo pero al poco tiempo lo destituyeron porque su inclinación a la vida espiritual muy elevada no lo hacía nada apto para dedicarse a comerciar y a administrar dineros y posesiones. Su alma va pasando por períodos de mucha paz y de angustias y tristezas espirituales, y todo esto lo irá narrando después en su libro portentoso.
El libro que lo hizo famoso
En sus ratos libres, Tomás de Kempis fue escribiendo un libro que lo iba a hacer célebre en todo el mundo: La Imitación de Cristo. De esta obra dijo un autor: «Es el más hermoso libro salido de la mano de un hombre» (Dicen que Kempis pidió a Dios permanecer ignorado y no conocido. Por eso la publicación de su libro sólo se hizo al año siguiente de su muerte). No lo escribió todo de una vez, sino poco a poco, durante muchos años, a medida que su espíritu se iba volviendo más sabio y su santidad y su experiencia iban aumentando. Lo distribuyó en cuatro pequeños libritos. Entre la redacción de un libro y la siguiente pasaron unos cuantos años.
El libro Primero de la Imitación de Cristo narra cómo es la lucha activa que hay que librar para convertirse y reformarse y los obstáculos que se le presentan a quiénes desean ser santos, entre los cuales está como principal: ser «la sirena» de este mundo, o sea la atracción, el deseo de darle gusto al propio egoísmo y de obtener honores, famas, altos puestos, riquezas y gozos sensuales y vida fácil y cómoda. Este primer librito es como el retrato de lo que Tomás tuvo que sufrir hasta sus 30 años de las luchas y peligros que se le presentaron.
El libro segundo. Fue escrito por Kempis después de haber sufrido muchas tribulaciones, contradicciones, humillaciones y desengaños, especialmente en el orden afectivo. Destituido del cargo de ecónomo, abandonado por amigos que se había imaginado le iban a ser fieles; es entonces cuando descubre que hay una amistad que no defrauda nunca y es la amistad con Jesucristo, y que allí se encuentra la solución para todas las penas del alma. Este libro segundo de la Imitación enseña cómo hay que comportarse en las tribulaciones y sufrimientos. Emplea mucho el nombre de Jesús indicando el afecto muy vivo y profundo que siente hacia el Redentor y que desea sientan sus lectores también.
Cuando redacta el Libro Tercero ya ha subido mas alto en espiritualidad. Aquí ya a Cristo lo llama El Señor. Se ha dado cuenta que la santidad no depende solamente de nuestros esfuerzos sino sobre todo de la ayuda de Dios. Ha crecido en humildad y exclama: «Cayeron los que eran como cedros del Líbano, y yo miserable ¿qué podré esperar de mis solas fuerzas?». Ahora ya no piensa en la muerte como algo miedoso, sino como una liberación del alma para ir a una Patria feliz.
El libro cuarto de la Imitación está dedicado a la Eucaristía y es uno de los más bellos tratados que se han escrito acerca del Santísimo Sacramento. Millones de personas en todos los continentes han leído este librito para prepararse o dar gracias cuando comulgan.
¿Un iluminado?
Muchos autores han pensado que probablemente Tomás de Kempis recibió del cielo luces muy especiales al escribir La Imitación de Cristo. De otra manera no se podría explicar el éxito mundial que este librito ha tenido por más de cinco siglos, en todas las clases sociales.
Otro secreto de su triunfo
Puede ser el que Kempis ha logrado comprender sumamente bien la persona humana con sus miserias y sus sublimes posibilidades, con sus inquietudes y su inmensa necesidad de tener un amor que llene totalmente sus aspiraciones.
Este libro está hecho para personas que quieran sostener una lucha diaria y sin contemplaciones contra el amor propio y el deseo de sensualidad que se opone diametralmente al amor de Dios y a la paz del alma. Está redactado para quienes quieran independizarse de lo temporal y pasajero y dedicarse a conseguir lo eterno e inmortal.
San Ignacio, San Juan Bosco, Juan XXIII, el presidente mártir, García Moreno y muchísimos más, han leído una página de la Imitación cada día. ¿La leeremos también nosotros? La mejor traducción actual es la que hizo el Apostolado Bíblico Católico, muy actualizada, toda con frases de la Santa Biblia. No dejemos de conseguirla y leerla.
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Fuente original: EWTN
por Dulce Corazón de María | 23 Ago, 2012 | Postcomunión Vida de los Santos
«Me parece que la película es un viaje espiritual en un continente espiritual muy lejano del nuestro y, no obstante, muy cercano a nosotros, porque el drama humano es siempre el mismo.
»Hemos visto cómo en un contexto muy alejado de nosotros, se representa toda la realidad de la vida humana con sus problemas, tristezas, fracasos y también cómo al final, la Verdad, que es más fuerte que cualquier obstáculo, encuentra al ser humano. Esa es la gran esperanza que queda al final: solos no podemos encontrar la Verdad, pero la Verdad, que es Persona, nos encuentra».
Papa emérito Benedicto XVI
¡Qué mejor introducción a esta película (en realidad una mini-serie de dos capítulos) que la propa reflexión del Santo Padre nada más terminar de ver su proyección! Una producción audiovisual que podréis disfrutar toda la familia pues para ello fue pensada su realización desde el inicio.
La serie ha sido publicada en Youtube por Dulce Corazón de María y si queréis conocer todos los detalles de esta producción audiovisual os recomendamos el magnífico y detallado artículo que el Padre Ismael Ojeda, fraile agustino recoleto, publica en su blog.
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San Agustín de Hipona – Capítulo 1
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San Agustín de Hipona – Capítulo 2
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San Agustín de Hipona – Ficha de la película
Título original: Sant’Agostino
Año: 2010
País: Italia, Alemania
Duración: 199 min
Género: Drama biográfico
Temática: Santos y beatos
Calificación moral: +7
Director: Christian Duguay
Guión: Francesco Arlanch, Sebastian Henckel-Donnersmarck
Música: Andrea Guerra
Fotografía: Fabrizio Lucci
Reparto: Franco Nero, Alessandro Preziosi, Monica Guerritore, Gerald Alexander Held, Johannes Brandrup, Serena Rossi
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por Catholic.net | 22 Ago, 2012 | Postcomunión Vida de los Santos
«Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1, 47)
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A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.
Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa «regalo de Dios») Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.
El encuentro más grande de su vida
El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: «Jesús se encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe se encontró a Natanael y le dijo: «Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret». Natanael le respondió: » ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?» Felipe le dijo: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» Natanael le preguntó: «¿Desde cuando me conoces?» Le respondió Jesús: «antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi». Le respondió Natanael: «Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre.» (Jn. 1,51).
Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: «¡Ven y verás que gran profeta es!»
Una revelación que lo convenció
Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: «Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño». El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: «Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas». Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: «¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.
Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: «San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza».
Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.
Oración
Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén
Martirologio Romano
Fiesta de san Bartolomé, apóstol, al que generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle y lo agregó a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio (s. I)
Etimología
Bartolomé = hijo de Tolomé» (Bar =hijo. Tolomé = «cultivador y luchador»).. Viene de la lengua hebrea.
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por Editorial Casals | 20 Ago, 2012 | Despertar religioso Cuentos
El Papa explica a los niños la figura de María, la mamá de Jesús.
En el cielo tenemos
una madre.
Y la Madre de Dios,
la Madre del Hijo de Dios,
es nuestra madre.
Benedicto XVI
La profundidad de los textos del Papa, que van recorriendo las principales fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Jesús, junto con la belleza de las ilustraciones de Franco Vignazia, hacen de este libro un pequeño tesoro muy apropiado para:
- Celebrar el mes de mayo y todas las fiestas de la Virgen.
- Orar en familia y confiar en nuestra madre del cielo.
- Admirar la verdadera belleza de la maternidad, de la cual María es el mejor ejemplo.
- Obsequiar en la Primera Comunión.
Escrito por Benedicto XVI
Ilustrado por Franco Vignazia
20,5 x 20,5 cm, 48 págs
Para cualquier consulta o encargo de libros, puede contactar con Editorial Casals a través de:
por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 19 Jul, 2012 | Catequesis Magisterio
En este discuso del papa Benedicto XVI que os ofrecemos, «Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe», el Santo Padre ofrece una cuidadosa exposición sobre la naturaleza de la familia y su importancia para la formación integral, material y espiritual de las personas. En él aparecen todas las ideas que el Sumo Pontífice ha venido desarrollando en sus documentos durante sus años a la caneza de la Iglesia.
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Queridos hermanos y hermanas:
He acogido con mucho gusto la invitación de introducir con una reflexión este congreso diocesano, ante todo porque me da la posibilidad de encontrarme con vosotros, de tener un contacto directo, y después porque me permite ayudaros a profundizar en el sentido y objetivo del camino pastoral que está recorriendo la Iglesia de Roma.
Os saludo con afecto a cada uno vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y en particular a vosotros, laicos y familias, que asumís conscientemente esas tareas de compromiso y testimonio cristiano que tienen su raíz en el sacramento del bautismo y para aquellos que están casados, en el del matrimonio. Doy las gracias de corazón al cardenal vicario y a los esposos Luca y Adriana Pasquale por las palabras que me han dirigido en vuestro nombre.
Este congreso, y el año pastoral al que ofrecerá las líneas guía, constituyen una nueva etapa en el recorrido que la Iglesia ha comenzado, basándose en el Sínodo diocesano, con la misión ciudadana querida por nuestro querido Papa Juan Pablo II, en preparación del gran Jubileo del año 2000. En aquella misión todas las realidades de nuestra diócesis –parroquias, comunidades religiosas, asociaciones y movimientos– se movilizaron no sólo con motivo de una misión al pueblo de Roma, sino también para ser ellas mismas «pueblo de Dios en misión», poniendo en práctica la acertada expresión de Juan Pablo II «parroquia, búscate y encuéntrate fuera de ti misma»: es decir, en los lugares en los que vive la gente. De este modo, en el transcurso de la misión ciudadana, muchos miles de cristianos de Roma, en gran parte laicos, se convirtieron en misioneros y llevaron la palabra de la fe en primer lugar a las familias de los diferentes barrios de la ciudad y después en los diferentes lugares de trabajo, en los hospitales, en la escuelas y en las universidades, en los espacios de la cultura y del tiempo libre.
Después del Año Santo, mi amado predecesor os pidió que no interrumpáis este camino y que no disperséis las energías apostólicas suscitadas y los frutos de gracia recogidos. Por ello, a partir del año 2001, la orientación pastoral fundamental de la diócesis ha sido la de conformar permanentemente la misión, caracterizando en sentido más decididamente misionero la vida y las actividades de las parroquias y de cada una de las demás realidades eclesiales. Quiero deciros ante todo que quiero confirmar plenamente esta opción: se hace cada vez más necesaria y sin alternativas, en un contexto social y cultural en el que actúan fuerzas múltiples que tienden a alejarnos de la fe y de la vida cristiana.
Desde hace ya dos años, el compromiso misionero de la Iglesia de Roma se ha concentrado sobre todo en la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental es sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por tanto tiene particular necesidad de ser evangelizada y apoyada concretamente, sino también porque las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, la edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera en las situaciones más variadas de la vida, así como para fermentar en sentido cristiano la cultura y las estructuras sociales. Continuaremos con estas orientaciones también en el próximo año pastoral y por este motivo el tema de nuestro congreso es «Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe». El presupuesto por el que hay que comenzar para comprender la misión de la familia en la comunidad cristiana y sus tareas de formación de la persona y de transmisión de la fe, sigue siendo siempre el significado que el matrimonio y la familia tienen en el designio de Dios, creador y salvador. Éste será por tanto el meollo de mi reflexión de esta tarde, remontándome a la enseñanza de la exhortación apostólica «Familiaris consortio» (segunda parte, números 12-16).
El fundamento antropológico de la familia
Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. Por el contrario, la cuestión de la justa relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede encontrar su respuesta a partir de ésta. No puede separarse de la pregunta siempre antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y, ¿quién es Dios? ¿Cómo es verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria y consecuencial: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo, la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.
De este lazo fundamental entre Dios y el hombre se deriva otro: el lazo indisoluble entre espíritu y cuerpo: el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es vivificado por un espíritu inmortal. También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por tanto, por así decir, un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es sólo biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad. Del mismo modo, la sexualidad humana no está al lado de nuestro ser persona, sino que le pertenece. Sólo cuando la sexualidad se integra en la persona logra darse un sentido a sí misma.
De este modo, de los dos lazos, el del hombre con Dios y –en el hombre– el del cuerpo con el espíritu, surge un tercer lazo: el que se da entre persona e institución. La totalidad del hombre incluye la dimensión del tiempo, y el «sí» del hombre es un ir más allá del momento presente: en su totalidad, el «sí» significa «siempre», constituye el espacio de la fidelidad. Sólo en su interior puede crecer esa fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempo difíciles. La libertad del «sí» se presenta por tanto como libertad capaz de asumir lo que es definitivo: la expresión más elevada de la libertad no es entonces la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una auténtica decisión. Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es verdad: la verdadera expresión de la libertad es por el contrario la capacidad de decidirse por un don definitivo, en el que la libertad, entregándose, vuelve a encontrarse plenamente a sí misma.
En concreto, el «sí» personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y al mismo tiempo está destinado al don de una nueva vida. Por este motivo, este «sí» personal tiene que ser necesariamente un «sí» que es también públicamente responsable, con el que los cónyuges asumen la responsabilidad pública de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad. Ninguno de nosotros se pertenece exclusivamente a sí mismo: por tanto, cada uno está llamado a asumir en lo más íntimo de sí su propia responsabilidad pública. El matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.
Las diferentes formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el «matrimonio a prueba», hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son por el contrario expresiones de una libertad anárquica que se presenta erróneamente como auténtica liberación del hombre. Una pseudo-libertad así se basa en una banalización del cuerpo, que inevitablemente incluye la banalización del hombre. Su presupuesto es que el hombre puede hacer de sí lo que quiere: su cuerpo se convierte de este modo en algo secundario, manipulable desde el punto de vista humano, que se puede utilizar como se quiere. El libertinaje, que se presenta como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, dejándolo por así decir fuera del auténtico ser y dignidad de la persona.
Matrimonio y familia en la historia de la salvación
La verdad del matrimonio y de la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, ha encontrado aplicación en la historia de la salvación, en cuyo centro está la palabra: «Dios ama a su pueblo». La revelación bíblica, de hecho, es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres: por este motivo, la historia del amor y de la unión de un hombre y de una mujer en la alianza del matrimonio ha podido ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación. El hecho inefable, el misterio del amor de Dios por los hombres, toma su forma lingüística del vocabulario del matrimonio y de la familia, en positivo y en negativo: el acercamiento de Dios a su pueblo es presentado con el lenguaje del amor conyugal, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, es designada como adulterio y prostitución.
En el Nuevo Testamento, Dios radicaliza su amor hasta convertirse Él mismo, por su Hijo, en carne de nuestra carne, auténtico hombre. De este modo, la unión de Dios con el hombre ha asumido su forma suprema, irreversible y definitiva. Y de este modo se traza también para el amor humano su forma definitiva, ese «sí» recíproco que no se puede revocar: no enajena al hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia para volverle a colocar en la verdad de la creación. El carácter sacramental que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación ha sido elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se superpone desde fuera a la naturaleza del hombre, no la violenta, sino que la libera y la restaura, al elevarla más allá de sus propias fronteras. Y así como la encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así también el amor humano auténtico es entrega de sí mismo, no puede existir si evita la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, este lazo profundo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios y el amor humano, es confirmado también por algunas tendencias y desarrollos negativos, cuyo peso experimentamos todos. El envilecimiento del amor humano, la supresión de la auténtica capacidad de amar se presenta en nuestro tiempo como el arma más eficaz para que el hombre aplaste a Dios, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre. Ahora bien, la voluntad de «liberar» la naturaleza de Dios lleva a perder de vista la realidad misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de funciones, de las que se puede disponer según sus propios gustos para construir un presunto mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; por el contrario, se destruye el designio del Creador y al mismo tiempo la verdad de nuestra naturaleza.
Los hijos
También en la procreación de los hijos el matrimonio refleja su modelo divino, el amor de Dios por el hombre. En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como sucede con el cuerpo y con el amor, no se circunscriben al aspecto biológico: la vida sólo se da totalmente cuando con el nacimiento se ofrecen también el amor y el sentido que hacen posible decir sí a esta vida. Precisamente por esto queda claro hasta qué punto es contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, el cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.
Ahora bien, ningún hombre y ninguna mujer, por sí solos y sólo con sus propias fuerzas, pueden dar adecuadamente a los hijos el amor y el sentido de la vida. Para poder decir a alguien: «tu vida es buena, aunque no conozca tu futuro», se necesitan una autoridad y una credibilidad superiores, que el individuo no puede darse por sí solo. El cristiano sabe que esta autoridad es conferida a esa familia más amplia que Dios, a través de su Hijo, Jesucristo, y del don del Espíritu Santo, ha creado en la historia de los hombres, es decir, a la Iglesia. Reconoce la acción de ese amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos el futuro. Por este motivo, la edificación de cada una de las familias cristianas se enmarca en el contexto de la gran familia de la Iglesia, que la apoya y la acompaña, y garantiza que hay un sentido y que en su futuro se dará el «sí» del Creador. Y recíprocamente la Iglesia es edificada por las familias, «pequeñas Iglesias domésticas», como las ha llamado el Concilio Vaticano II («Lumen gentium», 11; «Apostolicam actuositatem», 11), redescubriendo una antigua expresión patrística (san Juan Crisóstomo, «In Genesim serm.» VI,2; VII,1). En este sentido, la «Familiaris consortio» afirma que «el matrimonio cristiano… constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia» (n. 15).
La familia y la Iglesia
De todo esto se deriva una consecuencia evidente: la familia y la Iglesia, en concreto las parroquias y las demás formas de comunidad eclesial, están llamadas a la más íntima colaboración en esa tarea fundamental que está constituida, inseparablemente, por la formación de la persona y la transmisión de la fe. Sabemos bien que para que tenga lugar una auténtica obra educativa no basta una teoría justa o una doctrina que comunicar. Se necesita algo mucho más grande y humano, esa cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio ante todo en la comunidad familiar, y después en una parroquia o movimiento o asociación eclesial, en los que se encuentran personas que prestan atención a los hermanos, en particular, a los niños y jóvenes, así como a los adultos, los ancianos, los enfermos, las mismas familias, porque, en Cristo, les aman. El gran patrón de los educadores, san Juan Bosco, recordaba a sus hijos espirituales que «la educación es cosa de corazón y que sólo Dios es su dueño» («Epistolario», 4,209).
La figura del testigo es central en la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado: se convierte en punto de referencia precisamente en la medida en que sabe dar razón de la esperanza que fundamenta su vida (Cf. 1 Pedro 3,15), en la medida en que está involucrado personalmente con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no se señala a sí mismo, sino que señala hacia algo, o mejor, hacia Alguien más grande que él, con el que se ha encontrado y de quien ha experimentado una bondad confiable. De este modo, todo educador y testigo encuentra su modelo insuperable en Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba tal y como el Padre le había enseñado (Cf. Juan 8, 28).
Este es el motivo por el que en el fundamento de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del Padre. Y lo mismo se puede decir de todo nuestro compromiso misionero, en particular, de nuestra pastoral familiar: que la Familia de Nazaret sea, por tanto, para nuestras familias y comunidades objeto de constante y confiada oración, así como modelo de vida.
Queridos hermanos y hermanas, y especialmente vosotros, queridos sacerdotes: soy consciente de la generosidad y la entrega con la que servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano por la formación en la fe de las nuevas generaciones, en íntima unión con los sacramentos de la iniciación cristiana, así como también por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias en su camino, que con frecuencia no es fácil, en particular en la gran tarea de la educación de los hijos, es el camino fundamental para regenerar siempre de nuevo a la Iglesia y también para vivificar el tejido social de nuestra amada ciudad de Roma.
La amenaza del relativismo
Seguid, por tanto, sin dejaros desalentar por las dificultades que encontráis. La relación educativa es, por su misma naturaleza, algo delicado: implica la libertad del otro que, aunque sea con dulzura, de todos modos es provocada a tomar una decisión. Ni los padres, ni los sacerdotes, ni los catequistas, ni los demás educadores pueden sustituir a la libertad del niño, del muchacho, o del joven al que se dirigen. Y la propuesta cristiana interpela especialmente a fondo la libertad, llamándola a la fe y a la conversión. Un obstáculo particularmente insidioso en la obra educativa es hoy la masiva presencia en nuestra sociedad y cultura de ese relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, sólo tiene como medida última el propio yo con sus gustos y que, con la apariencia de la libertad, se convierte para cada quien en una prisión, pues separa de los demás, haciendo que cada quien se encuentre encerrado dentro de su propio «yo». En un horizonte relativista así no es posible, por tanto, una auténtica educación: sin la luz de la verdad antes o después toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso para construir con los demás algo en común.
Está claro, por tanto, que no sólo tenemos que tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de personas, sino que estamos también llamados a enfrentarnos a su predominio destructivo en la sociedad y en la cultura. Por ello, es muy importante que, junto a la palabra de la Iglesia, se dé el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, en particular para reafirmar la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural, el valor único e insustituible de la familia fundada sobre el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común. Por este compromiso vuestro también os doy las gracias de corazón.
Sacerdocio y vida consagrada
El último mensaje que quisiera dejaros afecta a la atención por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: ¡todos sabemos la necesidad que tiene la Iglesia! Para que nazcan y maduren estas vocaciones, para que las personas llamadas se mantengan siempre dignas de su vocación, es decisiva ante todo la oración, que no debe faltar nunca en cada una de las familias y en la comunidad cristiana. Pero también es fundamental el testimonio de vida de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, la alegría que expresan por haber sido llamados por el Señor. Y es asimismo esencial el ejemplo que reciben los hijos dentro de su propia familia y la convicción en las familias de que la vocación de los hijos es también para ellas un gran don del Señor. La opción por la virginidad por amor de Dios y de los hermanos, que es exigida para el sacerdocio y la vida consagrada, está acompañada por la valoración del matrimonio cristiano: la una y la otra, con dos formas diferentes y complementarias, hacen en cierto sentido visible el misterio de la alianza entre Dios y su pueblo.
Queridos hermanos y hermanas, os confío estas reflexiones como contribución a vuestro trabajo en las noches del Congreso y después durante el próximo año pastoral. Le pido al Señor que os dé valentía y entusiasmo para que nuestra Iglesia de Roma, cada parroquia, cada comunidad religiosa, asociación o movimiento participe intensamente en la alegría y el esfuerzo de la misión y de este modo cada familia y toda la comunidad cristiana redescubra en el amor del Señor la clave que abre la puerta de los corazones y que hace posible una auténtica educación en la fe y en la formación de las personas. Mi afecto y mi bendición os acompañan hoy y en el futuro.
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Santo Padre emérito Benedicto XVI
Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe
Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma
Discurso del lunes, 6 de junio de 2005
por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 13 Jun, 2012 | Catequesis Artículos
La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.
Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 2669
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El domingo 1 de junio de 2008, en sus palabras previas al rezo del Ángelus, el papa Benedicto XVI habló de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, trazando una síntesis de este misterio y culto. He aquí, en forma de decálogo, redactado por Jesús de las Heras, director de la revista Ecclesia, sus ideas y frases.
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El Corazón de Cristo es símbolo de la fe cristiana
El Corazón de Jesús, síntesis de la Encarnación y de la Redención
El Sagrado Corazón, manantial de bondad y de verdad
El Corazón de Jesús, expresión de la buena nueva del amor
El Sagrado Corazón, palpitación de una presencia en que se puede confiar
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El decálogo del Corazón de Jesús, según Benedicto XVI
1.- El Corazón de Cristo es símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la «buena noticia» del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la Redención.
2.- La solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús es la tercera y última de las fiestas que han seguido al Tiempo Pascual, tras la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Esta sucesión hace pensar en un movimiento hacia el centro: un movimiento del espíritu guiado por el mismo Dios.
3.- Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno.
4.- En mi primera encíclica sobre el tema del amor, el punto de partida ha sido precisamente la mirada dirigida al costado traspasado de Cristo, del que habla Juan en su Evangelio (Cf. 19,37; Deus caritas est, 12).
5.- Este centro de la fe es también la fuente de la esperanza en la que hemos sido salvados, esperanza que ha sido el tema de mi segunda encíclica.
6.- Toda persona necesita un «centro» para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana.
7.- Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo.
8.- Os invito, por tanto, a cada uno de vosotros a renovar en el mes de junio su propia devoción al Corazón de Cristo.
9.- Uno de los caminos para revitalizar esta devoción al Corazón de Cristo es valorar y practicar también la tradicional oración de ofrecimiento del día y teniendo presentes las intenciones que propongo a toda la Iglesia.
10.- Junto al Sagrado Corazón de Jesús, la liturgia nos invita a venerar el Corazón Inmaculado de María. Encomendémonos siempre a ella con gran confianza.
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Jesús de las Heras
Ciudad del Vaticano el día 1 de junio 2008
por San Josemaría Escrivá de Balaguer | 13 Jun, 2012 | Portada, Primera comunión Taller de oración
- ¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! —Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. —Un día y otro: todos iguales.
Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín.
Lleva este pensamiento a tu vida interior.
Camino, 998
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Pensad en las características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el burro viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el pollino joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre. Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma.
Es Cristo que pasa, 181
¡Ojalá adquieras —las quieres alcanzar— las virtudes del borrico!: humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte y —si tiene buen amo— agradecido y obediente.
Forja, 380
Sigue considerando las cualidades del borrico, y fíjate en que el burro, para hacer algo de provecho, ha de dejarse dominar por la voluntad de quien le lleva…: solo, no haría más que… burradas. De seguro que no se le ocurre otra cosa mejor que revolcarse en el suelo, correr al pesebre… y rebuznar.
¡Ah Jesús! —díselo tú también—: ut iumentum factus sum apud te! —me has hecho tu borriquillo; no me dejes, et ego semper tecum! —y estaré siempre Contigo. Llévame fuertemente atado con tu gracia: tenuisti manum dexteram meam… —me has cogido por el ronzal; et in voluntate tua deduxisti me… —y hazme cumplir tu Voluntad. ¡Y así te amaré por los siglos sin fin! —et cum gloria suscepisti me!
Forja, 381
Niño, pobre borrico: si, con Amor, el Señor ha limpiado tus negras espaldas, acostumbradas al estiércol, y te carga de aparejos de raso y sobre ellos pone joyas deslumbrantes, ¡pobre borrico!, no olvides que «puedes», por tu culpa, arrojar la hermosa carga por los suelos…, pero tú solo «no puedes» volvértela a cargar.
Forja, 330
Mira qué humilde es nuestro Jesús: ¡un borrico fue su trono en Jerusalén!…
Camino, 606
Te entendí bien, cuando concluías: decididamente casi no llego a borrico…, al borrico que fue el trono de Jesús para entrar en Jerusalén: me quedo formando parte del montoncillo vil de trapos sucios, que desprecia el trapero más pobre.
Pero te comenté: sin embargo, el Señor te ha elegido y quiere que seas instrumento suyo. Por eso, el hecho —real— de verte tan miserable, ha de convertirse en una razón más, para agradecer a Dios su llamada.
Forja, 607
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Podéis leer en internet ambas obras de san Josemaría Escrivá de Balaguer:
por Jesús Marti Ballester | ciberia.es | CeF | 23 May, 2012 | Postcomunión Vida de los Santos
«Espada del batallador». Ese era el nombre de Hildebrando, quien al ser elegido Papa, tomó el nombre de Gregorio, «aquel que vigila». Nació de padres muy pobres en la Toscana. Muy joven fue llevado a Roma por un tío suyo, abad del Monasterio benedicitino de santa María de Roma. Uno de sus profesores dijo que nunca había conocido una inteligencia tan preclara. Cuando el P. Juan Gracián fue eligido Papa con el nombre de Gregorio VI, nombró a Hildebrando su secretario.
A su muerte, Hildebrando se fue al monasterio de Cluny. Pero al ser elegido papa san León XI, que lo estimaba muchísimo, y lo nombró ecónomo del Vaticano, y tesorero del Pontífice.Y se convirtió en el consejero de confianza de cinco pontífices, y el más fuerte colaborador de ellos en la tarea de reformar la Iglesia y llevarla por el camino de la santidad y de la fidelidad al evangelio.
Durante 25 años se negó a ser Pontífice, pero a la muerte del papa Alejandro II, mientras Hildebrando dirigía los funerales, todo el pueblo y muchísimos sacerdotes a gritaron: «¡Hildebrando Papa, Hildebrando Papa!». Él intentó subir al púlpito para decirles que no aceptaba, pero se le anticipó un obispo, y convenció al pueblo de que no había nadie mejor preparado para ser elegido Sumo Pontífice. El pueblo se apoderó de él casi a la fuerza y lo entronizó en la silla del Papa. Y los cardenales confirmaron su nombramiento diciendo: «San Pedro ha escogido a Hildebrando para que sea Papa».
Un arzobispo le escribió: «En ti están puestos los ojos de todo el pueblo. El pueblo cristiano sabe los grandes combates que has sostenido para hacer que la Iglesia vuelva a ser santa y ahora espera oír de ti grandes cosas». Y esa esperanza no se vio frustrada.
La Iglesia necesitada de renovación
San Gregorio se encontró con que en la Iglesia católica había desórdenes muy graves. Los reyes y gobernantes nombraban los obispos y párrocos y los superiores de conventos y para estos puestos no se escogía a los más santos sino a los que pagaban más y a los que les permitían ser manejados. Y sucedió que a los altos puestos de la Iglesia Católica llegaron hombres muy indignos con una conducta desastrosa. Muchos de estos ya no observaban el celibato. Y los gobernantes seguían nombrando gente indigna para los cargos eclesiásticos.
Y fue aquí donde intervino Gregorio VII con mano fuerte. Empezó destituyendo al arzobispo de Milán porque había comprado con simonía el arzobispado. Luego el Papa reunió un Sínodo de obispos y sacerdotes en Roma y decretó cosas muy graves. Quitó a todos los gobernantes el derecho a las investiduras, por el que los reyes nombraban a los obispos , abades y otras dignidades. El Papa Gregorio decretó que a los obispos los nombraba el Papa y a los párrocos, el obispo. Y decretó que todo el que se atreviera a nombrar a un obispo sin haber tenido antes el permiso del Sumo Pontífice quedaba excomulgado.
Estos decretos produjeron una verdadera revolución. Todos los que habían sido nombrados obispos o párrocos, superiores de comunidades por los gobernantes civiles al ver que iban a perder sus cargos que les proporcionaban buenas rentas y muchos honores y poder ante las gentes, protestaron y declararon que no obedecerían al Pontífice.
La querella de las investiduras
El primero fue el emperador Enrique IV de Alemania que ganaba mucho dinero nombrando obispos y párrocos. Declaró que no obedecería a Gregorio VII y que se enfrentaba a sus mandatos. El Papa lo excomulgó, y declaró que sus súbtitos quedaban libres de la obediencia al Emperador. Esto produjo un efecto fulminante. En todo el imperio se levantó una revolución contra Enrique. Cuando Enrique IV se sintió perdido se fue como humilde peregrino a visitar al Papa, refugiado en el castillo de Canossa, y vestido de penitente, estuvo por tres días en las puertas, entre la nieve, suplicando que el Sumo Pontífice lo recibiera y lo perdonara. Gregorio VII sospechaba un engaño hipócrita del emperador, para no perder su puesto, pero fueron tantos los ruegos de sus amigos que al fin lo recibió, le perdonó y le quitó la excomunión. Su arrepentimiento no duró mucho y, una vez obtenido el perdón, Enrique IV restableció el enfrentamiento. El resultado de esta reincidencia fue una segunda excomunión en el año 1080 que no amedrentó al emperador alemán, que tomó Roma cuatro años después desterrando a Gregorio que moriría al cabo de un año en Salerno.
En efecto, apenas Enrique se sintió sin la excomunión se volvió a Alemania y reunió un gran ejército y se lanzó contra Roma y tomó la ciudad. El Papa quedó encerrado en el Castillo de Santángelo, pero a los pocos días llegó un ejército católico al mando de Roberto Guiscardo, que lo sacó de allí y lo hizo salir de la ciudad. El Papa tuvo que refugiarse en el Castillo de Salerno. ¡Los tiempos habían cambiado! Nueve años antes estuvo también Gregorio en aquel castillo junto al Tíber. Su estancia fue muy breve: sólo una noche, pero una noche horrible. En la vigilia de Navidad del 1075, cuando estaba celebrando la Santa Misa, un puñado de hombres se precipitó sobre él, le arrastraron por los cabellos, le molieron a golpes y, después de colmarlo de injurias, lo abandonaron en una mazmorra de aquella antigua fortaleza. Al día siguiente, sin embargo, horrorizado el pueblo por tanta violencia, corrió en su socorro, forzó las puertas de su prisión y lo llevaron en triunfo hasta Santa María la Mayor, donde pudo acabar su Misa, tan brutalmente interrumpida.
Ahora, en cambio, Roma parecía haberse olvidado de él y no pensaba más que en festejar, ruidosamente, a su sucesor. En cambio el conde normando Roberto Guiscardo no podía olvidar lo que debía a aquel hombre que, a lo largo de tantos años, había impulsado siempre a todos los papas a que mantuvieran una política de buenas relaciones con su pueblo. El normando, pues, subió hacia Roma, en mayo le ganó la ciudad a Enrique IV y se la entregó a Gregorio Vll y, para castigar la versatilidad de los romanos, permitió que la Urbe fuera saqueada. Aquella acción sirvió para que el papa perdiera definitivamente los pocos simpatizantes que le quedaran. De modo que mientras el emperador se replegaba hacia el norte para escapar de los normandos, Gregorio Vll tuvo que huir hacia el sur para eludir la cólera de los romanos.
Todavía vivió un año en Salerno, abandonado de todos. Allí murió el 25 de mayo del 1085 pronunciando la conocida frase: «He amado la justicia y odiado la iniquidad; por eso muero en el destierro»…
La Iglesia, y ello no se puede poner en duda, le debe el éxito de su reforma en el siglo XI y haberse liberado de la servidumbre del poder imperial. Por eso, cinco siglos más tarde, en el año 1606, Gregorio Vll fue canonizado por Paulo V, un papa muy parecido a él por su convicción acerca de la preeminencia universal del papado.
Cuando él murió parecía que sus enemigos habían quedado vencedores, pero las ideas de este gran Pontífice se impusieron en toda la Iglesia Católica y ahora es reconocido como uno de los Papas más santos que ha tenido nuestra la Iglesia. Un hombre providencial que libró a la Iglesia de Cristo de ser esclavizada por los gobernantes civiles y de ser gobernada por hombres indignos.
Su fiesta la celebra la Iglesia universal el día 25 de mayo, junto a otros ilustres pontífices (Urbano IV y Bonifacio IV) y el Doctor de la Iglesia san Beda el Venerable.
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