por CEF | 13 Jun, 2010 | Postcomunión Taller de oración
La comunión espiritual o comunión de deseo es consiste en orar con fe y con amor, expresando el deseo recibir a Nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía y pidiendo recibirlo espiritualmente, y está indicada para cuando no se puede recibir a Jesús en la Eucaristía.Hay muchas oraciones con mucho predicamento en las comunidades católicas de habla española; entre ellas destacamos las más adecuadas para los niños y que más se rezan en los hogares cristianos.
Oración personal
Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción
con que te recibió tu santísima Madre;
con el espíritu y fervor de los santos.
(Padrenuestro, Avemaría y Gloria.)
Oración de san Alfonso María de Ligorio
Creo, Jesús mío, que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado,
venid a lo menos espiritualmente a mi corazón.
(Pausa en silencio para adoración)
Como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno todo a Vos.
No permitáis, Señor,
que jamás me separe de Vos. Amén.
O bien:
Jesús mío, creo firmemente que estás en el Santísimo Sacramento del altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo tenerte en mi alma.
Ya que ahora no puedo recibirte sacramentalmente,
ven espiritualmente a mi corazón.
(Pausa en silencio para adoración)
Como si ya hubieses venido,
te abrazo y me uno a ti:
no permitas que me aparte de ti. Amén
Oración al Santísimo de santo Tomás de Aquino
Oh, sagrado convite en el cual se recibe
al mismo Cristo; se renueva la memoria de
su pasión; el alma se llena de gracia;
y se nos da una prenda de la gloria futura.
– Les diste, Señor, el pan del cielo.
– Que contiene en sí todo deleite.
Oremos: Oh, Dios, que nos dejaste en tan admirable sacramento el memorial de tu pasión; concédenos, te rogamos, de tal manera venerar el sagrado misterio de tu Cuerpo y Sangre, que sintamos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
por CEF | Constantino Ánchel | 13 Jun, 2010 | Confirmación Vida de los Santos
El día 26 de junio se celebra la fiesta de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. En las biografías que se han escrito sobre su vida hay abundantes datos sobre su infancia y, en concreto, sobre su iniciación cristiana, en la que sus padres desempeñaron un papel esencial. Una de las personas que mejor conoce la vida de san Josemaría es don Constantino Ánchel, investigador del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá de la Universidad de Navarra. A él hemos acudido con motivo de la celebración del día de san Josemaría.
Don Constantino, ¿qué se sabe de la iniciación cristiana de san Josemaría?
Al hablar de iniciación cristiana nos referimos al itinerario que conduce a la inserción en la Iglesia por medio de los sacramentos del bautismo, confirmación y eucaristía. San Josemaría Escrivá perteneció a una familia y a una sociedad de fe muy acendrada: en estos casos, la fe tiende a informar todos los actos de la existencia, se hace vida, cultura, orienta la conducta y establece los criterios básicos de la educación de las personas.
Cuando San Josemaría se refería a los años de su iniciación cristiana hablaba en primer lugar del hogar de sus padres: “trataban de darme una formación cristiana, y allí la adquirí, más que en el colegio” (Meditación 14-II-64, en AVP I. p 37).
¿Qué colegios colaboraron en su iniciación cristiana?
Cuando tenía tres años sus padres le llevaron a un parvulario de las Hijas de la Caridad, y, desde los siete, al colegio que los padres Escolapios regentaban en Barbastro. En estos colegios recibió, por así decirlo, los contenidos de carácter más escolar o intelectual. Pero antes, durante y después, esas enseñanzas eran recibidas por un niño que veía, en sus padres y parientes, cómo se insertaban en la vida corriente: no quedaban reducidas a un conjunto de conocimientos que se almacenaban en el entendimiento, sino que se orientaban a informar y dar sentido a todos los aspectos de la vida. Las enseñanzas recibidas en la escuela le servían para entender mejor lo que ya vivía en su familia.
¿Qué papel tuvieron sus padres en el origen y crecimiento de la vida de piedad de san Josemaría?
Sobre las primeras oraciones: en una homilía de 1967, hablando del itinerario de la vida espiritual, decía: «empezamos con oraciones vocales, que muchos hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres: ¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón…». Son recuerdos de infancia, de sus primeras oraciones, y es interesante notar dos cosas en esta evocación: la mención a sus padres, a los dos, dando a entender que los dos se empeñaron en la tarea de enseñarle las primeras oraciones; y la presencia de la Virgen en el comienzo de su vida de piedad, de su itinerario hacia Dios.
¿Podría concretar más qué papel tuvo su familia en este aspecto tan importante de la formación cristiana?
San Josemaría solía recordar un hecho inocente, pero que encierra una gran sabiduría. Explicaba que, cuando su madre recibía visitas de sus amigas, éstas se interesaban por el niño, el único varón de la familia, y aquellas buenas mujeres manifestaban su aprecio y cariño con un par de besos. Esto, al niño, no le hacía ninguna gracia, especialmente cuando lo hacía una que, según el niño, tenía algo de bigote y pinchaba. Por eso, cuando llegaban esas visitas, se escondía debajo de una cama. Su madre no le consentía estas manías, y con un bastón daba unos ligeros golpes en el suelo, para que saliera de su escondite, al tiempo que le decía: “Josemaría, vergüenza sólo para pecar”. Con estas palabras aprendió de modo práctico y vital un aspecto de la vida cristiana que bien puede encuadrarse en el don de temor de Dios: el valor de la libertad cristiana, que, lejos de inhibiciones y tabúes, sólo teme ofender y desagradar a Dios.
Esa formación cristiana, ¿se limitaba sólo a la transmisión de la fe, o abarcaba otros aspectos de la vida?
Me viene a la memoria una pregunta que hicieron a San Josemaría, en una reunión con varios cientos de personas. Una madre de familia le preguntó sobre la conveniencia de hablar a los hijos de los temas relacionados con la vida, con el origen de la vida. Y le respondió que era muy necesario hablar de la vida… y también de la muerte. En la infancia de san Josemaría se dieron ciertos acontecimientos familiares, de los que se sirvieron sus padres para hablarle de esta realidad. En aquellos años la mortalidad infantil era muy elevada y la familia Escrivá tuvo que ver cómo en poco tiempo, Dios se llevaba a tres de sus hijas. Los padres de san Josemaría aprovecharon esos hechos luctuosos para ayudar a su hijo a descubrir el verdadero destino de la vida humana. Cuando murió su hermana Chon, Josemaría tenía 11 años y pensó que el siguiente en fallecer sería él. Doña Dolores le tranquilizó diciéndole: No te preocupes, a ti no te puede pasar nada, porque estás pasado por la Virgen de Torreciudad».
¿Podría indicar otros aspectos?
Por ejemplo, aprendió en su familia el sentido profundo de la dignidad que tiene todo ser humano, por ser hijo de Dios; en su familia no se hacía acepción de personas. Así, vio cómo su madre recibía en su casa a una gitana, con la que tenía conversaciones delicadas e íntimas, probablemente relacionadas con problemas que esa buena mujer tenía que afrontar. Y no tenía inconveniente en introducirla en su habitación, si en ese momento no había un lugar en la casa donde poder conversar con la reserva requerida. También aprendió de sus padres que las personas del servicio estaban allí para realizar un trabajo, y que no estaban para satisfacer los caprichos y la pereza de nadie y que, por tanto, había que respetarlas, no molestarlas y no interrumpirlas en sus ocupaciones. Lo cual no era obstáculo para que, de vez en cuando, se saltasen esas prohibiciones, especialmente con María, la cocinera, que contaba un cuento, siempre el mismo, que hacía las delicias de los niños. En su padre pudo ver cómo se ocupaba de la formación profesional y cristiana de sus subordinados que le ayudaban en el negocio.
¿Y en la forja del carácter y en la adquisición de las virtudes?
San Josemaría aprendió desde niño que la fe bien vivida se manifiesta en el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas. Quisiera recordar un par de detalles que ilustran ese empeño de sus padres para que su hijo adquiriera ese carácter maduro, evitando que las manías y los caprichos tomaran cuerpo en él. Uno de ellos tiene que ver con la comida: decía de algún plato que no le gustaba. En concreto, de los pimientos. Y por consiguiente, decía que no los comía. Los padres no prestaban atención al tema, pero sí la doncella, que preguntaba a la madre si preparaba otra cosa para el niño. Entonces, la madre, sin alterarse, decía que no, que ya lo comería cuando tuviera hambre. Y así ocurrió. En otra ocasión, tuvo un arrebato de genio y arrojó contra la pared algo de la comida, quedando la marca en el muro. Sus padres determinaron no limpiar la mancha y dejarla durante un tiempo, para que al verla, se avergonzara de su conducta.
En esta misma línea, fue testigo de la entereza y conformidad que tuvieron sus padres para aceptar las contrariedades graves que padecieron: la muerte de tres de sus hijos y el hundimiento del negocio de tejidos que servía de sustento para la familia. El niño Josemaría percibía dolor y sufrimiento, pero también era testigo del señorío con que sus padres afrontaron esos hechos, sin perder la alegría y sin pronunciar palabra alguna negativa de nadie, aunque humanamente pudiera haber motivo.
¿Iban los padres con sus hijos a la Misa dominical?
Acerca del cumplimiento del precepto dominical escribió años más tarde: «Mi madre, papá, mis hermanos y yo íbamos siempre juntos a oír Misa. Mi padre nos entregaba la limosna, que llevábamos gozosos, al hombre cojo, que estaba arrimado al palacio episcopal. Después me adelantaba a tomar agua bendita, para darla a los míos. La Santa Misa. Luego, todos los domingos, en la capilla del Santo Cristo de los Milagros rezábamos un Credo. Y, el día de la Asunción —como he dicho—, era cosa obligada adorar (así decíamos) a la Virgen de la Catedral” (en AVP I, pp. 36-37). Se refería a una imagen de la Dormición de la Virgen, que estaba en una capilla lateral y que era conocida por el pueblo como la Virgen de la Cama.
¿Qué devociones se practicaban en su familia?
En su familia se practicaban, de modo natural y habitual, algunas devociones: los sábados acudían a una capilla cercana, donde se rezaba el rosario y se cantaba la Salve. En el domicilio familiar había algunos cuadros e imágenes religiosas, que estaban allí no tanto como decoración, sino para facilitar la invocación a Santa María y a San José cuando se pasaba junto a ellos. Como buenos aragoneses, la devoción a Nuestra Señora del Pilar ocupaba un lugar preferente. Además, su padre tenía particular devoción a la Virgen de la Medalla Milagrosa y de vez en cuando llegaba a la casa una imagen itinerante de esta advocación. Años más tarde, en 1924, cuando estaba la imagen en la casa el día de esa fiesta, don José Escrivá, antes de salir hacia su trabajo, se detuvo unos momentos ante la imagen. La Virgen recogió su última oración, pues al terminar se desplomó, perdió el sentido y falleció poco después.
La Navidad, como en tantas familias, era un momento de especial fiesta y profundo sentido cristiano. Se preparaba con el Belén, que don José iba poniendo ayudado por sus hijos. Cuando estaba ocupado en esas tareas, se acercaba doña Dolores y susurraba al oído de su marido estas palabras: “nunca me has parecido más hombre que ahora, que pareces un niño”; estas palabras las recogió más tarde en Camino 557. En Nochebuena acudía toda la familia a la Misa del Gallo, y luego, ante el Nacimiento, se cantaban villancicos.
Alguna vez, san Josemaría habló de su primera confesión. ¿Podría decir algo?
Cuando su madre consideró que había llegado el momento oportuno, a la edad de los seis o siete años, preparó a su hijo para que hiciera la primera confesión. Lo llevó a su confesor, el P. Enrique Labrador, en la iglesia del colegio de los PP. Escolapios. En alguna ocasión, muchos años más tarde, evocaba aquel momento y contaba que, al llegar a casa, sus padres le preguntaron si podían ayudarle a cumplir la penitencia. Y él respondió que la penitencia impuesta la cumplía él solo, sin necesidad de ayuda. Y era que el P. Labrador le puso de penitencia comerse un huevo frito. Desde entonces comenzó a confesarse sin necesidad de que le instase su madre y, probablemente, con la frecuencia habitual del Colegio.
¿Y de su primera Comunión?
En aquellos años, la edad para recibir por primera vez la comunión era sobre los doce años. Sin embargo, el 8 de agosto de 1910 se promulgó el Decreto Quam singulari, en el que se establecía que los niños debían ser admitidos a la Primera Comunión al llegar a la edad de la discreción, esto es, en torno a los siete años, según se decía entonces en los catecismos. Inmediatamente sus padres determinaron que comenzara la preparación para recibir este sacramento. Fue el P. Manuel Laborda, quien le preparó, y quien, entre otras cosas, le enseñó una oración para la comunión espiritual, que se encontraba en antiguos catecismos de las Escuelas Pías. Esta «comunión espiritual» es la que recitó durante toda su vida y la que enseñó a quienes se dirigían con él y, más tarde, a los fieles del Opus Dei. Por fin, el día de san Jorge, el 23 de abril de 1912, recibió a Jesús Sacramentado por primera vez.
¿Qué diría a modo de resumen?
Con lo dicho hasta aquí, he hecho un espigueo, sin ánimo de ser exhaustivo, sobre la iniciación cristiana de San Josemaría. Como resumen, pienso que se puede decir que todas las acciones encaminadas a que una persona se forme como cristiano desde la infancia han de tener como objetivo que, poco a poco, ese niño, esa niña, ayudados sobre todo por sus padres, se acerquen a Jesucristo y actúen por sí mismos, con iniciativa propia, habiendo integrado todos esos principios y contenidos en su vida. Se puede decir que ese objetivo se cumplió plenamente en la iniciación cristiana de san Josemaría.
Entrevista a don Constantino Ánchel, Doctor en Teología.
Investigador del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá.
Universidad de Navarra.
por SECRETARIADO DIOCESANO DE CATEQUESIS de la DIÓCESIS DE CALAHORRA Y LA CALZADA-LOGROÑO | 6 Jun, 2010 | Catequesis Metodología
A partir de una seria reflexión sobre la catequesis para la infancia, se llega a la conclusión de que se está realizando un gran esfuerzo en la iniciación cristiana de los niños y, sin embargo, los resultados son realmente desalentadores.
En este contexto surge la idea de la «Catequesis Familiar»; una catequesis fundamentada en la evangelización del adulto para que él mismo se convierta en el mejor vehículo del anuncio de la Buena Noticia a sus propios hijos.
* * *
En la XX Asamblea Diocesana de Catequistas (2002) se expone la metodología de la catequesis familiar a cargo de sus grandes impulsores en España: Julia Muñoz y Manuel Martí, y varias parroquias empiezan su primera experiencia. Con ocasión de la Primera Comunión, reunieron a los padres apelando a la responsabilidad que tienen sobre sus hijos, no solamente en cuanto a la educación natural, sino en cuanto a la fe se refiere. Se les anunció el proyecto de que ellos fueran los catequistas de sus propios hijos, y los acercaran a la Eucaristía cuando ellos mismos los encontraran lo suficientemente preparados. Dentro del asombro y resistencia inicial, un tanto por ciento numeroso de padres comienzan la nueva catequesis familiar.
Se comienza con una reunión quincenal tratando que la experiencia de Fe prime sobre la instrucción. Se les dan pequeñas normas para facilitarles la transmisión de lo que se dice y reflexiona, al nivel de sus hijos y demás familiares. Y como siempre que se cambia de rumbo radicalmente hay que tratar de dar respuesta a los primeros problemas:
- Había que tratar de hacer las reuniones con un talante vital y que diera mucho pie a la reflexión comunitaria.
- Había que buscar catequistas de matrimonios que atendieran como guías de los nuevos grupos que se incorporaban.
- Había que ponerse al día en los nuevos materiales y la metodología de las reuniones y celebraciones tanto para los adultos como para los niños
Con el esfuerzo de toda la parroquia, estos problemas se van resolviendo. Por lo que respecta a los monitores, se escogieron a matrimonios de la parroquia con una experiencia de fe madura, con la intención de que fueran surgiendo algunos padres que después de haber aprendido y vivido la catequesis familiar, fueran guías de nuevos grupos. Es cierto que al comienzo no todo se puede realizar a la perfección y se corre el riesgo de no desarrollar todo el proceso tal y como se indica en la metodología de la Catequesis Familia, pero con un trabajo ímprobo, con muchas dudas y sobre todo con muchísima esperanza los sacerdotes y monitores fueron haciéndose con sus grupos y la catequesis familiar se va poniendo en marcha de forma estable. A los cinco años se podrá decir que la catequesis familiar ya es algo consolidado y que empieza a dar fruto, en la integración de los padres y los hijos en la parroquia y con un movimiento en todas las direcciones pastorales, realmente gozoso.
Ante esta realidad, varias parroquias se van cuestionando la implantación de esta catequesis. Con gran esfuerzo y mucho sacrificio de unos pocos, se va tratando de que dar a conocer en toda la Diócesis tal y como el Sínodo ha pedido en una de sus propuestas más votadas.
I. Objetivos de la Catequesis Familiar
- Evangelizar, en lo posible, a todo el núcleo familiar: La comunidad parroquial ofrece este servicio a los padres, para que, a su vez, catequicen a sus hijos por la palabra y el testimonio de vida. Este fue el estilo de Jesús en su predicación y en su actuación.
- Se intentará llevar a padres e hijos a vivir esta experiencia de fe en comunidad, con el compromiso de construir una sociedad más justa, alejada del individualismo y de cualquier otro tipo de insolidaridad.
- Que lo adhesión de la familia a Jesucristo sea totalmente consciente y libre, fruto único de la conversión del corazón. El número de los que entran en esta dinámica no será generalizado ni masivo.
- Los niños deben recibir de sus padres estas vivencias para abrir, de forma natural, su corazón a la fe en el Señor Jesús.
II. Principios en los que se funda esta Catequesis
Son de dos clases: Teológico-Pastorales y pedagógicos. Tanto los unos como los otros no constituyen una metodología, que siempre restringe de alguna manera la creatividad del catequista y la libertad en la transmisión de la fe. Sí constituyen el armazón interno de la Catequesis Familiar.
Todos estos principios se han entresacado de una reflexión comunitaria sobre la manera que tiene Dios de actuar a través de la Historia. Resumimos a continuación algunos de ellos:
1.° Algunos principios teológico-pastorales:
- Dios actúa siempre sin prisa.
- Deja a salvo en todo caso, la libertad del hombre.
- Se limita a llamar permanentemente a la conversión del corazón.
- Es exigente para aquél que lo descubre y libremente se adhiere a El.
- Se manifiesta como Dios de un Pueblo, no de individuos aislados: Ha establecido que la fe sea transmitida por otros hombres.
- El establecimiento de su Reino es la tarea fundamental de los cristianos a través de la historia y de “su historia”.
2.° Principios pedagógico-cristianos
- Jesús unió siempre los gestos a las palabras: su método era activo y existencial.
- Entregó su mensaje de forma progresiva y adaptada a los que le escuchaban: era el Maestro.
- Conoció a sus seguidores y de entre ellos eligió a los apóstoles. A ellos los preparó para la misión advirtiéndoles de las dificultades que iban a encontrar en la sociedad, en los grupos, en las costumbres y en las personas.
- A sus seguidores los escuchó, comprendió y los animó en sus momentos difíciles, abriéndoles un horizonte misionero hacia todos los pueblos razas y culturas.
III. Organización de la Catequesis Familiar
Sugerencias de cómo empezar esta catequesis en una Parroquia
Como en la actualidad hay todavía una buena parte de los padres que, aunque alejados de la fe, quieren que sus hijos hagan la “Primera Comunión”, éste es un buen momento para inicial la Catequesis Familiar. Bajo este ángulo sugerimos:
a) El encuentro en que vienen a “apuntar” al niño debe ser acogedor y sin prisas, insistiendo que venga el padre y la madre. Se les hablará de la responsabilidad que tienen los padres en la educación humana y la de la fe de sus hijos. Se les invitará a participar en la preparación del niño y se les citará para una reunión con todos los demás padres.
b) Con las inscripciones de los niños, se harán grupos de unas diez o doce familia. Este grupo de padres será el responsable de la formación colectiva de sus propios hijos. Se utilizarán los criterios de proximidad, amistad o afines, pero nunca se los agrupará por clase social o por razón de cualquier tipo de poder o privilegio.
c) En el primer encuentro con este colectivo de padres se abordarán los siguientes puntos:
- Los responsables primeros en la educación de la fe de los niños son sus padres.
- La comunidad parroquial pone al servicio de los padres, para su preparación en esta labor, una reunión semanal (o quincenal) en la que se profundizará a nivel adulto, el Mensaje que ellos transmitirán luego a sus hijos.
- Que catequizar a sus hijos supone, necesariamente, el dar testimonio de su fe.
- Se darán las indicaciones prácticas necesarias para la siguiente reunión de los padres con sus hijos y la que deben tener en grupo para discernir lo que comunicarán a sus hijos de lo vivido a nivel adulto.
IV. Las reuniones semanales con adultos
Cada semana, a la hora, día y lugar convenidos, tiene lugar la reunión de los adultos. Damos algunas líneas concretas de cómo se realizan:
- La reunión no debe durar más de una hora y media. Aunque no se sea puntual para empezar, se debe ser puntual para terminar.
- Las partes fundamentales de la reunión son:
- Conversación en grupo: diálogo en torno a la catequesis realizada en casa con los niños, el matrimonio; guía-formula algunas preguntas para la puesta en común.
- Reflexión a nivel de adulto sobre el temario del libro de padres. Se trata de enlazar el tema expuesto con la vida cristiana de los padres y sugerir intervenciones a modo de reflexión sobre el mensaje proclamado y las vivencias personales al respecto, para que en todos los encuentros reciban una catequesis básica.
- Preparación de la catequesis de niños. El último tiempo de la reunión, se habla de cómo enfocar el tema expuesto para que sea inteligible y de provecho a los niños. Se subrayan las ideas principales del Mensaje a entregar y pueden hacerse sugerencias metodológicas para transmitir las vivencias de la mejor manera posible a los niños, y cómo llevar a cabo la ficha del cuaderno del niño.
V. Cómo debe prepararse la reunión con los padres
- Como regla general, los monitores responsables de un grupo, deberían ser tres (sacerdote, matrimonio-guía y monitor de niños). Han de estar bien formados en el contenido y la metodología de la catequesis familiar, dedicando un tiempo prolongado al estudio de todo lo relacionado con esta nueva transmisión de la fe y asistiendo a los encuentros diocesanos de formación y comunicación de experiencias. La preparación de las reuniones debe ser conjunta y seria. No deberían ir nunca a una reunión de forma improvisada.
- Algunas indicaciones a tener en cuenta en la preparación:
- Deberán buscar el objetivo de la misma o el aspecto de la Buena Noticia a transmitir. Se pondrán todos de acuerdo sobre ello.
- Prepararán el tema que tenga que ver con el objetivo, con un lenguaje actual y cercano a los miembros del grupo. Se estudiarán los posibles cauces por donde puede discurrir la conversación y se verá la forma más adecuada para ligarla con el tema central.
- No se saltarán temas (estamos en una catequesis sistemática), ni se mezclarán unos temas con otros. La exposición se preparará con cuidado tratando de ser fieles a ese aspecto del Mensaje de Jesús, contenido en el temario catequético del proceso..
- Se prepararán algunas ideas de cómo deben los padres enfocar esta catequesis para sus propios hijos.
por Luis M. Benavides | 31 May, 2010 | Catequesis Metodología
Esta columna mensual, que empezamos, pretende ayudarnos en la hermosa tarea de despertar a nuestros hijos en la aventura de la fe. Entre los temas que trataremos dentro del despertar religioso de los niños, la iniciación en la oración ocupará un lugar central. A lo largo de una serie de entregas, encontraremos reflexiones y recomendaciones —sencillas y prácticas— para despertar el sentido de la oración en nuestros niños. Más adelante, veremos otras cuestiones vinculadas a la educación de la fe de los pequeños.
Cuando años atrás empecé a trabajar en la Catequesis de Niños, una de las primeras preocupaciones o dificultades con las que me encontré fue la falta de sistematización de las experiencias en torno a la oración con niños pequeños. Básicamente, me preocupaba cómo hacer que los niños pudieran acercarse más y mejor a la oración. Muchas mamás y papás, familiares, docentes y catequistas me preguntaban cómo iniciar a los niños en la oración. Al poco tiempo de estar en contacto con los más pequeños, me di cuenta de que la cuestión no era tan difícil como aparentaba.
Poco a poco, fui cayendo en la cuenta de que los niños tienen un gran potencial para vivir auténticas experiencias de oración, muchas de ellas más espontáneas y sentidas que las de los adultos. Los niños llevan en sí mismos una gran capacidad de contemplación y de admiración por lo absoluto; de oración y de comunicación con Dios. Lo que más me ayudó fue rezar y aprender a rezar junto a los chicos. Ellos se convirtieron en auténticos “maestros de oración”; quizás, por aquello de que: …si no os hacéis como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos… (Mt 19,13-15)
La oración es, quizás, la máxima expresión del amor entre la creatura y su Creador. El Bautismo establece una relación de amor entre Dios y el niño, creando en él el poder y la necesidad de responder a ese amor. Favorecer el crecimiento espiritual del niño significa, pues ayudarlo a entrar libremente en la reciprocidad de esta relación de amor.
El niño debe hacer de la oración con su Padre Dios un estilo de vida. Cualquier momento, cualquier acto, cualquier ocasión; todo, puede ser motivo de alabanza, de acción de gracias, de petición, de oración. Desde pequeño, el niño debe internalizar la presencia de Dios como algo definitivo en su vida. La oración es uno de los mejores momentos que el ser humano posee para vivir espontáneamente su relación con Dios.
No se trata de llenar la cabeza de los chicos de ideas sobre Dios sino, sobre todo, de enseñarles a vivir constantemente en la presencia de Dios, a vivir con Dios. Considero que podremos sentirnos ampliamente satisfechos en nuestra tarea, si logramos provocar en los niños el gusto por la oración, el deseo de dialogar permanentemente con Dios.
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La iniciación en la oración no consiste tanto
en hablar DE Dios, sino en hablar CON Dios.
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Para la iniciación a la oración no hay fórmulas escritas o preestablecidas. A rezar se aprende rezando. Es bien evidente que, nuestra irradiación personal será para los niños la mejor iniciación en la oración. El gusto por la oración se contagia, se transmite orando y mostrando a los demás lo feliz que hace vivir en la presencia de Dios. Por eso, la oración es como un “recuerdo de Dios”, un frecuente despertar la “memoria del corazón”.
El niño debe vivenciar a un Dios cercano, que lo cuida, lo ama y lo protege siempre. La certeza de saber que Dios está siempre con nosotros, aun en los momentos difíciles, es una de las certezas que más necesitaremos en nuestro caminar por este mundo y que deberá acompañarnos de por vida.
Claro está que la oración también es un don, es un regalo de Dios. Y como todo don, no se merece; no se logra por el mero esfuerzo o sacrificio personal. Dios regala a cada uno el don de la oración según le place. Es a Él a quien debemos pedirle que nos enseñe a orar, que abra los corazones de nuestros hijos a la oración. Jesús mismo nos prometió la asistencia del Espíritu Santo, quien iluminará nuestros corazones para poder llamar a Dios “Abbá”, es decir, “papito” (Mc 14,36).
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Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada
lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto
desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría…
Santa Teresita del Niño Jesús
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por Eduardo Chávez Sánchez, Postulador Oficial de la Causa de Canonización de Juan Diego | 25 May, 2010 | Confirmación Taller de oración
Colección de oraciones dirigidas a san Juan Diego, para que interceda ante Dios por nosotros.
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Tú que fuiste elegido por Nuestra Señora de Guadalupe como instrumento para mostrar a tu gente y al mundo que el camino del cristiano es uno de amor, compasión, comprensión, valores, sacrificios, arrepentimiento de nuestros pecados, aprecio y respeto por la creación de Dios, y por encima de todo, uno de humildad y obediencia.
Tú, quien ahora sabemos que estás en el Reino de nuestro Señor y cerca de nuestra Madre, sé nuestro ángel y protégenos, quédate con nosotros mientras luchamos en esta vida moderna sin saber, la mayor parte del tiempo, donde fijar nuestras prioridades.
Ayúdanos a orar a Dios, por medio del Corazón de nuestra Señora de Guadalupe hacia el Corazón de Jesús, para obtener los dones del Espíritu Santo y usarlos para el bien de la humanidad y el bien de nuestra Iglesia.
Amén.
(Para el pueblo mexicano)
¡Oh, Padre Celestial! que concediste a Juan Diego ser el confidente de la Virgen de Guadalupe y asistir al nacimiento de la fe en nuestra Patria, te pedimos, por su intercesión, que socorras a los más necesitados.
Consuela a los enfermos de alma y cuerpo y concede que el Pueblo Mexicano, unido por la fuerza del amor a nuestra Dulce Madre del Tepeyac, haga de cada uno de sus hogares un templo vivo en donde adoremos a Jesucristo, nuestro Señor, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Oh, San Juan Diego!, en las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, tú, un humilde pastor, fuiste elegido como mensajero de Ella.
Tu completa lealtad en esta tarea es aún evidente hoy en día, en la milagrosa imagen que la Virgen dejó en la tilma.
Intercede por mí, te suplico, para que pueda tener tu confianza infantil en la Madre de Dios y para que mi corazón pueda responder a sus maternales inspiraciones.
Por medio de una simple confianza, obediencia y amor, espero un día poder unirme a ti y compartir la felicidad que nunca se acaba, ahí donde nuestra celestial Madre reina en la gloria de su Hijo.
Amén.
Juan Diego, gracias por el mensaje evangelizador que con humildad nos has entregado.
Gracias a ti sabemos que la Virgen Santísima de Guadalupe es la Madre del verdadero Dios por quien se vive y es la portadora de Jesucristo que nos da su Espíritu que vivifica a nuestra Iglesia.
Gracias a ti sabemos que Santa María de Guadalupe es también nuestra Madre amorosa y compasiva, que escucha nuestro llanto, nuestra tristeza; porque Ella remedia y cura nuestras penas, nuestras miserias y dolores.
Gracias al obediente cumplimiento de tu misión sabemos que Santa María de Guadalupe nos ha colocado en su corazón, que estamos bajo su sombra y resguardo, que es la fuente de nuestra alegría, que estamos en el hueco de su manto, en el cruce de sus brazos.
Gracias Juan Diego por este mensaje que nos fortifica en la Paz, en la Unidad y en el Amor.
por CeF | Fuentes varias | 25 May, 2010 | Confirmación Vida de los Santos
San Juan Diego nació en 1474 en el calpulli de Tlayacac en Cuauhtitlán, México, establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que quiere decir «el que habla como águila» o «águila que habla».Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del Imperio Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar la tierra y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que construyó una pequeña vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero no tuvo hijos.
Entre 1524 y 1525 se convierte al cristianismo y fue bautizado junto a su esposa, él recibió el nombre de Juan Diego y ella el de María Lucía. Fueron bautizados por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios «Motolinia» o » el pobre».
Antes de su conversión, Juan Diego ya era un hombre piadoso y religioso. Era muy reservado y de carácter místico, le gustaba el silencio y solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20 kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Su esposa María Lucía falleció en 1529. En ese momento Juan Diego se fue a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán. Durante una de sus caminatas camino a Tenochtitlán, que solían durar tres horas a través de montañas y poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar ahora conocido como «Capilla del Cerrito», donde la Virgen María le habló en su idioma, el náhuatl.
Juan Diego tenía 57 años en el momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada en un lugar y época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40 años.Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino. Pasó el resto de su vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo.
Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Juan Diego fue beatificado en abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II y proclamado santo el 31 de Julio de 2002.
Fuente: Agencia católica de noticias ACIPRENSA.
La Virgen de Guadalupe (película completa)
por Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe de México | Devocionario.com | 25 May, 2010 | Confirmación Vida de los Santos
El Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe es único entre todos los grandes centros de devoción mariana, porque aquí se ha conservado y se venera el hermosísimo retrato de María Inmaculada Madre de Dios, en la tilma del humilde indígena, san Juan Diego, que fue pintado por pinceles que no eran de este mundo.
Diez años después de la conquista de México, el día 9 de diciembre de 1531, Juan Diego iba rumbo al Convento de Tlaltelolco para oír misa. Al amanecer llegó al pie del Tepeyac. De repente oyó música que parecía el gorjeo de miles de pájaros. Muy sorprendido se paró, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo alto de la colina, llamándole:
«Juanito; querido Juan Dieguito».
Juan subió presurosamente y al llegar a la cumbre vio a la Santísima Virgen María en medio de un arco iris, ataviada con esplendor celestial. Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su corazón de gozo infinito mientras escuchó las palabras tiernas que ella le dirigió a él. Ella habló en azteca. Le dijo que ella era la Inmaculada Virgen María, Madre del Verdadero Dios. Le reveló cómo era su deseo más vehemente tener un templo allá en el llano donde, como madre piadosa, mostraría todo su amor y misericordia a él y a los suyos y a cuantos solicitaren su amparo.
«Y para realizar lo que mi clemencia pretende, irás a la casa del Obispo de México y le dirás que yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo; que aquí en el llano me edifique un templo. Le contarás cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que le agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás que yo te recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Ya has oído mi mandato, hijo mío, el más pequeño: anda y pon todo tu esfuerzo».
Juan se inclinó ante ella y le dijo:
«Señora mía: ya voy a cumplir tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo».
Cuando Juan llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su presencia, le dijo todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo parecía dudar de sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más despacio.
Ese mismo día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima Virgen que le estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había fracasado su empresa. Ella le pidió volver a ver al Sr. Obispo el día siguiente. Juan Diego cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. Esta vez tuvo mejor éxito; el Sr. Obispo pidió una señal.
Juan regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió darle una señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir este encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado gravemente.
Dos días más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba moribundo y Juan Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la ladera del cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que la Virgen Santísima le viera pasar. Primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa la vio bajar y salir a su encuentro. Juan le dio su disculpa por no haber venido el día anterior. Después de oír las palabras de Juan Diego, ella le respondió:
«Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó».
Cuando Juan Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le despachara a ver al Señor Obispo para llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera. Ella le dijo:
«Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida baja y tráelas a mi presencia».
Juan Diego subió y cuando llegó a la cumbre, se asombró mucho de que hubieran brotado tan hermosas flores. En sus corolas fragantes, el rocío de la noche semejaba perlas preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su regazo y las llevó ante la Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las arregló en la tilma y dijo:
«Hijo mío el más pequeño, aquí tienes la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu tilma y descubras lo que llevas».
Cuando Juan Diego estuvo ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó los detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, abrió su tilma para mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la inmensa sorpresa del Señor Obispo y sus compañeros, apareció la imagen de la Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores sobre la burda tela de su manto.
Curación de Juan Bernardino
El mismo día, doce de diciembre, muy temprano, la Santísima Virgen se presentó en la choza de Juan Bernardino para curarle de su mortal enfermedad. Su corazón se llenó de gozo cuando ella le dio el feliz mensaje de que su retrato milagrosamente aparecido en la tilma de Juan Diego, iba a ser el instrumento que aplastara la religión idólatra de sus hermanos por medio de la enseñanza que el divino códice-pintura encerraba.
Te-coa-tla-xope en la lengua Azteca quiere decir ‘aplastará la serpiente de piedra’. Los españoles oyeron la palabra de los labios de Juan Bernardino. Sonó como «de Guadalupe». Sorprendidos se preguntaron el por qué de este nombre español, pero los hijos predilectos de América, conocían bien el sentido de la frase en su lengua nativa. Así fue como la imagen y el santuario adquirieron el nombre de Guadalupe, título que ha llevado por cuatro siglos.
Se lee en la Sagrada Escritura que en tiempo de Moisés y muchos años después un gran cometa recorría el espacio. Tenía la apariencia de una serpiente de fuego. Los indios de México le dieron el nombre de Quetzalcoatl, serpiente con plumas. Le tenían mucho temor e hicieron ídolos de piedra, en forma de serpiente emplumada, a los cuales adoraban, ofreciéndoles sacrificios humanos. Después de ver la sagrada imagen y leer lo que les dijo, los indios abandonaron sus falsos dioses y abrazaron la Fe Católica. Ocho millones de indígenas se convirtieron en sólo siete años después de la aparición de la imagen.
La tilma de Juan Diego
La tilma en la cual la imagen de la Santísima Virgen apareció, está hecha de fibra de maguey. La duración ordinaria de esta tela es de veinte años a lo máximo. Tiene 195 centímetros de largo por 105 de ancho con una sutura en medio que va de arriba a abajo.
Impresa directamente sobre esta tela, se encuentra la hermosa figura de Nuestra Señora. El cuerpo de ella mide 140 centímetros de alto.
Esta imagen de la Santísima Virgen es el único retrato auténtico que tenemos de ella. Su conservación en estado fresco y hermoso por más de cuatro siglos, debe considerarse milagrosa. Se venera en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México, donde ocupa el sitio de honor en el altar mayor.
La Sagrada Imagen duró en su primera ermita desde el 26 de diciembre, 1535 hasta el ano de 1622.
La segunda iglesia ocupó el mismo lugar donde se encuentra hoy la Basílica. Esta duró hasta 1695. Unos pocos años antes fue construida la llamada Iglesia de los Indios junto a la primera ermita, la cual sirvió entonces de sacristía para el nuevo templo. En 1695, cuando fue demolido el segundo templo, la milagrosa imagen fue llevada a la Iglesia de los Indios donde se quedó hasta 1709 fecha en que se dedicó el nuevo hermoso templo que todavía despierta la admiración de Mexicanos y extranjeros.
Coronación de Nuestra Señora de Guadalupe
El doce de octubre de 1895 la bendita imagen de la Santísima Virgen fue coronada por decreto del Santo Padre, León XIII, y el doce de octubre de 1945, cincuentenario de la coronación, su Santidad Pío XII en su célebre radio mensaje a los Mexicanos le aplicó el titulo de Emperatriz de las Américas.
El doce de octubre de 1961, su Santidad Juan XXIII, dirigió un radio mensaje a los Congresistas del II Congreso Interamericano Mariano quienes se encontraron presentes dentro de la Nacional e Insigne Basílica de Guadalupe. En este día, a las doce en punto, se escuchó la sonora voz del Santo Padre quien pronunció las siguientes palabras:
Amadísimos Congresistas y fieles todos de América:
María, Madre de Dios y Madre nuestra, esa tierna palabra que estos días vuestros labios repiten sin fin con el título bendito de Madre de Guadalupe, abre este nuestro saludo que dirigimos a cuantos tomáis parte en el Segundo Congreso Mariano Interamericano y a todos los países de América.
Feliz oportunidad ésta del 50 aniversario del Patronato de María Santísima de Guadalupe sobre toda la América Latina, que tanto bien ha producido entre los pueblos del Continente, para alentaros en vuestras manifestaciones de mutuo amor y de devoción a la que es Madre de vida y Fuente de gracia.
Día histórico aquél doce de octubre en que el grito «tierra» anunciaba la unión de dos mundos, hasta entonces desconocidos entre sí, y señalaba el nacimiento a la fe de esos dos continentes; a la fe en Cristo —«luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9)— de la cual María es como la «aurora consurgens» que precede la claridad del día. Más adelante «la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive», derrama su ternura y delicadeza maternal en la colina, del Tepeyac, confiando al indio Juan Diego con su mensaje unas rosas que de su tilma caen mientras en ésta queda aquél retrato suyo dulcísimo que manos humanos no pintaran.
Así quería Nuestra Señora continuar mostrando su oficio de Madre: Santa María de Guadalupe, siempre símbolo y artífice de esta fusión que formaría la nacionalidad mexicana y, en expansión cargada de sentidos, rebasaría las fronteras para ofrecer al mundo ese coro magnífico de pueblos que rezan en español.
Primero Madre y Patrona de México, luego de América y de Filipinas: el sentido histórico de su mensaje iba cobrando así plenitud, mientras abría sus brazos a todos los horizontes en un anhelo universal de amor.
Abre el alma a la esperanza cuando en ese mismo Continente se viene estudiando y poniendo en práctica para elevar el nivel de vidas de los pueblos humanos. Vemos con aplauso las iniciativas encaminadas a procurar personal preparado para el apostolado a los países escasos de clero o de religiosos en el deseo de sostener su fe y de continuar la misión salvadora de la Iglesia.
¡Cuánto podrá ayudar a mantener vivos estos ideales cristianos de fraternidad vuestro Congreso! Qué altura y qué nobleza adquieren las relaciones entre los individuos y los pueblos cuando se las contempla a la luz de nuestra fraternidad en Cristo: «onmes vos fratres estis» (Mt 23, 8) según proclama el lema de vuestro Congreso.
Y cuanto en esta convivencia alienta el amor y la consideración de una Madre común, entonces los vínculos de la familia humana adquieren la eficacia de algo más vital, más sentido que sublima el poder y la fuerza de cualquier ley.
Tenéis ahí a María, la Madre común, puesto que es Madre de Cristo, la que con su solicitud y compasión maternal ha contribuido a que se nos devuelva la vida divina y sobrenatural, la que en la persona del discípulo amado nos fue donada como Madre espiritual por Cristo mismo en la cruz.
¡Salve, Madre de América! Celestial Misionera del nuevo Mundo, que desde el Santuario del Tepeyac has sido, durante más de cuatro Siglos Madre y Maestra en la fe de los pueblos de América. Sé también su amparo y sálvalos oh Inmaculada María; asiste a sus gobernantes, infunde nuevo celo a sus Prelados, aumenta las virtudes en el clero; y conserva siempre la fe en el pueblo.
Oiga María estos votos para que los presente a Cristo en cuyo nombre y con el más vivo afecto de nuestro corazón de Padre os bendecimos.
Fuente: devocionario.com.
Este texto ha sido extraído de un antiguo folleto aprobado por Monseñor Gregorio Aguilar, abad en funciones de la basílica de Guadalupe. El lector interesado puede leer el Nican Mopohua, la narración original del hecho guadalupano, escrita por Antonio Valeriano (1520-1605) y traducida por Guillermo Ortíz de Montellano en 1989. También está accesible el relato que en 1649 escribió Luis Lasso de la Vega a partir del original en dialecto Nahuatl.
por Santiago de la Vorágine, Leyenda Áurea | 22 Abr, 2010 | Postcomunión Vida de los Santos
En cierta ocasión llegó san Jorge a una ciudad llamada Silca, en la provincia de Libia. Cerca de la población había un lago tan grande que parecía un mar donde se ocultaba un dragón de tal fiereza y tan descomunal tamaño, que tenía atemorizadas a las gentes de la comarca, pues cuantas veces intentaron capturarlo tuvieron que huir despavoridas a pesar de que iban fuertemente armadas. Además, el monstruo era tan sumamente pestífero, que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de la ciudad y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a la orilla de aquellas aguas. Los habitantes de Silca arrojaban al lago cada día dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase tranquilos, porque si le faltaba el alimento iba en busca de él hasta la misma muralla, los asustaba y, con la podredumbre de su hediondez, contaminaba el ambiente y causaba la muerte a muchas personas.
Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin ovejas o con un número muy escaso de ellas, y como no les resultaba fácil recebar sus cabañas, celebraron una reunión y en ella acordaron arrojar cada día al agua, para comida de la bestia, una sola oveja y a una persona, y que la designación de ésta se hiciera diariamente, mediante sorteo, sin excluir de él a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento en que casi todos los habitantes habían sido devorados por el dragón. Cuando ya quedaban muy pocos, un día, al hacer el sorteo de la víctima, la suerte recayó en la hija única del rey. Entonces éste, profundamente afligido, propuso a sus súbditos:
—Os doy todo mi oro y toda mi plata y hasta la mitad de mi reino si hacéis una excepción con mi hija. Yo no puedo soportar que muera con semejante género de muerte.
El pueblo, indignado, replicó:
—No aceptamos. Tú fuiste quien propusiste que las cosas se hicieran de esta manera. A causa de tu proposición nosotros hemos perdido a nuestros hijos, y ahora, porque le ha llegado el turno a la tuya, pretendes modificar tu anterior propuesta. No pasamos por ello. Si tu hija no es arrojada al lago para que coma el dragón como lo han sido hasta hoy tantísimas otras personas, te quemaremos vivo y prenderemos fuego a tu casa.
En vista de tal actitud el rey comenzó a dar alaridos de dolor y a decir:
—¡Ay, infeliz de mí! ¡Oh, dulcísima hija mía! ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo alegar? ¡Ya no te veré casada, como era mi deseo!
Después, dirigiéndose a sus ciudadanos les suplicó:
—Aplazad por ocho días el sacrificio de mi hija, para que pueda durante ellos llorar esta desgracia.
El pueblo accedió a esta petición; pero, pasados los ocho días del plazo, la gente de la ciudad trató de exigir al rey que les entregara a su hija para arrojarla al lago, y clamando, enfurecidos, ante su palacio decían a gritos:
—¿Es que estás dispuesto a que todos perezcamos con tal de salvar a tu hija? ¿No ves que vamos a morir infestados por el hedor del dragón que está detrás de la muralla reclamando su comida?
Convencido el rey de que no podría salvar a su hija, la vistió con ricas y suntuosas galas y abrazándola y bañándola con sus lágrimas, decía:
—¡Ay, hija mía queridísima! Creía que ibas a darme larga descendencia, y he aquí que en lugar de eso vas a ser engullida por esa bestia. ¡Ay, dulcísima hija! Pensaba invitar a tu boda a todos los príncipes de la región y adornar el palacio con margaritas y hacer que resonaran en él músicas de órganos y timbales. Y ¿qué es lo que me espera? Verte devorada por ese dragón. ¡Ojalá, hija mía, —le repetía mientras la besaba— pudiera yo morir antes que perderte de esta manera!
La doncella se postró ante su padre y le rogó que la bendijera antes de emprender aquel funesto viaje. Vertiendo torrentes de lágrimas, el rey la bendijo; tras esto, la joven salió de la ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, san Jorge se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas.
La doncella le contestó:
—¡Oh buen joven! ¡No te detengas! Sube a tu caballo y huye a toda prisa, porque si no también a ti te alcanzará la muerte que a mí me aguarda.
—No temas, hija –repuso san Jorge—; cuéntame lo que te pasa y dime qué hace allí aquel grupo de gente que parece estar asistiendo a algún espectáculo.
—Paréceme, piadoso joven –le dijo la doncella— que tienes un corazón magnánimo. Pero, ¿es que deseas morir conmigo? ¡Hazme caso y huye cuanto antes!
El santo insistió:
—No me moveré de aquí hasta que no me hayas contado lo que te sucede.
La muchacha le explicó su caso, y cuando terminó su relato, Jorge le dijo:
—¡Hija, no tengas miedo! En el nombre de Cristo yo te ayudaré.
—¡Gracias, valeroso soldado! –replicó ella— pero te repito que te pongas inmediatamente a salvo si no quieres perecer conmigo. No podrás librarme de la muerte que me espera, porque si lo intentaras morirías tú también; ya que yo no tengo remedio, sálvate tú.
Durante el diálogo precedente el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Entonces la doncella, al ver que el monstruo se acercaba, aterrorizada, gritó a Jorge:
—¡Huye! ¡huye a toda prisa, buen hombre!
Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su lanza, y, haciéndola vibrar en el aire y espoleando a su cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido echó pie a tierra y dijo a la joven:
—Quítate el cinturón y sujeta con él al monstruo por el pescuezo. No temas, hija; haz lo que te digo.
Una vez que la joven hubo amarrado al dragón de la manera que Jorge le dijo, tomó el extremo del ceñidor como si fuera un ramal y comenzó a caminar hacia la ciudad llevando tras de sí al dragón que la seguía como si fuese un perrillo faldero. Cuando llegó a la puerta de la muralla, el público que allí estaba congregado, al ver que la doncella traía a la bestia, comenzó a huir hacia los montes dando gritos y diciendo:
—¡Ay de nosotros! ¡Ahora sí que pereceremos todos sin remedio!
San Jorge trató de detenerlos y de tranquilizarlos.
—¡No tengáis miedo! –les decía—. Dios me ha traído hasta esta ciudad para libraros de este monstruo. ¡Creed en Cristo y bautizaos! ¡Ya veréis cómo yo mato a esta bestia en cuanto todos hayáis recibido el bautismo!
Rey y pueblo se convirtieron y, cuando todos los habitantes de la ciudad hubieron recibido el bautismo San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó su espada y con ella dio muerte al dragón, cuyo cuerpo, arrastrado por cuatro parejas de bueyes, fue sacado de la población amurallada y llevado hasta un campo muy extenso que había a considerable distancia.
Veinte mil hombres se bautizaron en aquella ocasión. El rey, agradecido, hizo construir una iglesia enorme, dedicada a Santa María y a San Jorge. Por cierto que al pie del altar de la citada iglesia comenzó a manar una fuente muy abundante de agua tan milagrosa que cuantos enfermos bebían de ella quedaban curados de cualquier dolencia que les aquejase.
Igualmente, el rey ofreció a Jorge una inmensa cantidad de dinero que el santo no aceptó, aunque sí rogó al monarca que distribuyese la fabulosa suma entre los pobres.
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por Catequesis en Familia | 4 Abr, 2010 | Primera comunión Dinámicas
El episodio de la aparición de Nuestro Señor, tras resucitar, a los discípulos que marchaban camino de Emaús es magnífico para explicar a los niños la realidad de la Resurrección. Además es útil para trabajar la importancia de la fe y numerosas virtudes humanas que se ven reflejadas en este pasaje.
Por esta razón ofrecemos una serie de actividades y dibujos para colorear sobre este relato evangélico.
Para imprimirlos, coloca el puntero del ratón sobre la imágen y pulsa el izquierdo. Descárgalas en tu ordenador e imprímelas, marcando la opción de «ajustar».
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Juegos y dibujos del Camino de Emaús
Completa

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Crucigrama

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Sopa de letras

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Camino

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Para los más peques

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