por Luis M. Benavides | 3 Jul, 2011 | Catequesis Metodología
En las próximas columnas nos adentraremos en el apasionante mundo de la Iniciación en la Liturgia. En primer lugar, abordaremos algunas generalidades sobre la Iniciación Litúrgica, para luego comenzar a analizar la importancia de las Celebraciones de la Palabra en la iniciación litúrgica de niños. En futuras entregas, más adelante, emprenderemos el tema central de la Eucaristía con niños.
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La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental. A menudo, sin embargo, la práctica catequética muestra una vinculación débil y fragmentaria con la liturgia: una limitada atención a los signos y ritos litúrgicos, una escasa valoración de las fuentes litúrgicas, itinerarios catequéticos poco o nada conectados con el año litúrgico y una presencia marginal de celebraciones en los itinerarios de la catequesis… La catequesis litúrgica prepara a los sacramentos y favorece una comprensión y vivencia más profundas de la liturgia. Esta catequesis explica los contenidos de la oración, el sentido de los gestos y de los signos, educa para la participación activa, para la contemplación y el silencio. Debe ser considerada como una forma eminente de catequesis…
Directorio General para la Catequesis 30 y 71
La palabra liturgia viene del griego: leitos, del pueblo y ergon, acción. La liturgia busca establecer un contacto comunitario con Dios. La liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia; por lo tanto, un elemento esencial de comunión con la Iglesia es la participación en la liturgia. La liturgia integra y actualiza las diferentes dimensiones de la vida cristiana.
Para que la liturgia asuma una auténtica fuerza activa y convocante, debe hacerse ver y gustar, probar y experimentar el misterio pascual. Urge recuperar el arte de celebrar la liturgia y el valor de lo simbólico. Si la liturgia es el lugar que puede favorecer el contacto con el misterio, es fundamental otorgar una gran atención a la manera de celebrarla; acompañada de una catequesis permanente y recreada sobre los signos y símbolos litúrgicos. La dimensión ritual y simbólica introduce al cuerpo y a los sentidos, estructurando la identidad del creyente.
Estamos necesitando una liturgia más convocante y acogedora; comunitaria y participativa; personalizada y personalizante; alegre y con sentido de fiesta; es decir, celebrativa. De esa manera, la liturgia se transforma en premisa, detonador, terreno de cultivo y meta de la catequesis. Para participar en las celebraciones litúrgicas es muy importante conocer los símbolos y signos litúrgicos de manera conciente, de forma que hablen por sí mismos.
Debe existir un vínculo vivo y vivificante entre catequesis y liturgia, por una parte, y catequesis y comunidad creyente, por otra. Es preciso destacar con claridad el valor catequético de la liturgia: no sólo antes, sino dentro y a través de la celebración litúrgica. Cuando se introducen elementos catequísticos en la liturgia, éstos tienen que conducir a aquello que la liturgia celebra en la fe; lo que necesariamente requiere una articulación más orgánica entre catequesis y liturgia.
En las columnas anteriores, observamos cómo la oración es la meta culminante de la catequesis. En la vida de la Iglesia, cuando esta oración se hace comunitaria, se transforma en liturgia; es decir, la oración de la comunidad creyente que celebra públicamente la obra salvadora de Dios a través de su Hijo Único.
De esta manera, Dios nos da su Palabra o un gesto salvador (sacramento) y la comunidad creyente responde con un compromiso de adhesión y difusión del mismo (Liturgia).
La participación en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía nos une al corazón de Jesús, nos da fuerzas para amar, nos hace desear la vida eterna y nos une a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos. Todos los cristianos, incluidos los niños, somos depositarios de este sagrado don, que nos dejara Jesús, en memoria suya.
La liturgia necesita ser vivificada, redescubierta y re-apropiada, lo cual exige que sigamos realizando todos los esfuerzos posibles para unir el respeto al ritual con una sana libertad creadora, de modo que los actos litúrgicos resulten imbuidos de interioridad y de aliento. Es la experiencia del rito y la fiesta que van ritmando la vida, reavivándola, celebrándola, haciéndola significativa.
La fe se hace vida cuando se celebra, dado que la celebración compromete a toda la persona: corporeidad, inteligencia, afectividad y voluntad. La iniciación litúrgica cultivará los valores humanos, de manera que los niños (gradualmente de acuerdo a su edad y condiciones psicológicas y sociales) abran su ánimo a la percepción de los valores cristianos y a los misterios de Cristo.
Una comunidad cristiana que da testimonio del Evangelio, que vive en fraterna caridad, que celebra los misterios de Cristo activamente, es una escuela óptima de educación cristiana y litúrgica para los niños y adultos que en ella participan y celebran.
De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 1.ª
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Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides
por Eduardo Arquer | 2 Jul, 2011 | Postcomunión Historias de la Biblia
El rey Saúl murió en una batalla combatiendo contra los filisteos: Viéndose rodeado por los arqueros enemigos y sabiendo que no tenía escapatoria porque todos venían contra él, dijo a su escudero: “Saca tu espada y traspásame para que no me maten ellos” Pero su escudero no se atrevió a obedecer, entonces, tomando Saúl su propia espada, se dejó caer sobre ella y murió.
Tras la muerte de Saúl, David, aconsejado por Yahvé, se marchó a vivir a Hebrón, en el territorio de Judá. Cuando se enteraron los habitantes de aquellas tierras fueron a su encuentro y le ungieron como rey de Judá; pero los antiguos seguidores de Saúl no estuvieron conformes y se enfrentaron a David en otra larga guerra de la que salió victorioso nuevamente David, porque Dios estaba con él. Al final, después de tantas luchas, las tribus de Israel admitieron la autoridad suprema de David y, viniendo a Hebrón los ancianos representantes de todas ellas, le ungieron y le reconocieron como rey de todo Israel. Tenía treinta años, y reinó durante cuarenta años.
Lo primero que hizo tras su nombramiento fue establecer la capital del reino en Jerusalén Aún hoy día Jerusalén sigue siendo la capital de Israel, y trasladó a esta ciudad el Arca de la Alianza. Fue enorme el júbilo que vivió todo Israel en aquel día, y el propio David marchaba delante del Arca cantando y danzando cuando la traían en procesión hasta Jerusalén.
David se instaló en la Casa Real construida para él, y enseguida pensó en edificar un templo que fuera como la casa de Dios, un lugar adecuado para el Arca de la Alianza porque la había depositado en un sitio fortificado que se llamó “La Ciudad de David” y colocado dentro de una tienda que era como un recuerdo del tabernáculo del desierto, pero él pensaba que la infinita Majestad de Yahvé se merecía mucho más. Anunció este propósito al profeta Natán, su sabio consejero, que estuvo de acuerdo; pero aquella misma noche Natán tuvo una revelación de Yahvé: “Anda y dile esto a David, mi siervo: Mi casa la edificará un hijo tuyo que será también rey se refiere a Salomón, yo seré para él como un padre y él será para mí como un hijo, y no apartaré de él mi misericordia. Continuará tu reinado que ya será para siempre, tu trono que durará para toda la eternidad” En estas palabras de Dios también está contenida la promesa del Mesías, Jesucristo, descendiente de David y por eso llamado “Hijo de David”, cuyo reino es continuación de aquel y no tendrá fin. El Señor sigue preparando a Israel para la venida del Mesías, que reinará definitivamente, no solo en los pueblos, sino más bien en los corazones de aquellos hombres y mujeres que lo quieran acoger y les traerá la paz y la salvación eterna.
Tras escuchar las palabras que Natán le transmitía de parte de Dios, David exclamó agradecido: “¡Mi Señor Yahvé!, ¿Quién soy yo y quién es mi casa para recibir tantas mercedes de Ti? ¡Qué grande eres Oh, mi Señor Yahvé! Ya que así lo quieres, bendice la casa de tu siervo David para que llegue a ser como Tú deseas”.
No creas que el reinado de David fue fácil; tuvo que combatir en muchas ocasiones. Además de contra los filisteos, combatió contra
los sirios, los edomitas, los amonitas; contra los partidarios de Saúl, como ya hemos dicho, y hasta contra uno de sus hijos que se llamaba Absalón y que trató de derrocarlo de su trono de Jerusalén, pero Yahvé siempre daba la victoria a David, aunque no sin esfuerzo. Le entristeció mucho tener que luchar contra su hijo Absalón porque este había formado un gran ejército que presentó batalla al de David. El rey, como tenía corazón de padre, dijo a sus jefes y capitanes que, aunque obtuvieran la victoria, respetaran la vida de su joven hijo, pero cuando la contienda estaba llegando a su fin, Absalón se vio perdido y se alejó montado sobre un mulo; algunos lo siguieron y, durante la carrera, Absalón pasó por debajo de una gran encina y se enredaron sus cabellos en las ramas, de modo que se quedó suspendido en el aire por los cabellos. Los que lo seguían le hirieron con flechas y allí colgado murió. Enterado David de la muerte de Absalón le lloró por mucho tiempo.
Una tarde, paseaba David por la terraza de su Casa Real y desde allí vio a una mujer que estaba bañándose y era muy hermosa. Se interesó por ella y le respondieron: “Es Betsabé, la mujer de Urías, uno de tus capitanes” El rey, se dejó arrastrar por la pasión y, cegado por el deseo de poseerla, adulteró con ella y luego trazó un malicioso plan: Escribió una carta al jefe del ejército donde estaba Urías diciéndole: “En la próxima batalla pon a Urías en el punto donde la lucha sea más dura, y cuando el combate esté más violento retiraos y dejadle solo para que caiga muerto” Y así fue; Urías, que era un valiente capitán, murió combatiendo por su rey sin sospechar siquiera la trampa mortal en donde este le había situado. David tomó a Betsabé, mujer de Urías, por esposa después del periodo de duelo y ella le dio un hijo.
Pero estas cosas no pasan desapercibidas para Dios, quien le envió de nuevo al profeta Natán para decirle: “Quiero que juzgues esto que te voy a decir: Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y muchas vacas, y el pobre solo tenía una pequeña oveja que había comprado y criado junto a él; hasta comía de su pan y bebía de su vaso. Por las noches dormía junto a él y le daba calor; la quería como si de una hija se tratase. Un viajero llegó a casa del rico, y, no queriendo este desprenderse de ninguna de las suyas para dar de comer al huésped, cogió la ovejita del pobre y la mató para preparar con su carne la comida” David, se indignó al escuchar el relato y exclamó: “¡El que hace una cosa así es digno de muerte!”
Natán dijo entonces a David: “¡Tú eres ese hombre!; con tanta gloria y tantos dones como te ha concedido Yahvé, ¿por qué has hecho lo que es malo a sus ojos? Has causado la muerte de Urías para poder tomar a su mujer; por eso te digo que el hijo que te ha nacido de ella morirá”
Al poco tiempo el niño enfermó severamente. Entonces David se dio cuenta de su grave pecado y rogó a Dios por el niño ayunando, durmiendo en la tierra y recogiéndose en intensa oración que mostraba a Yahvé su arrepentimiento sincero. De este momento se guardan escritas las oraciones que, afligido, dirigió al Señor y que constituyen un verdadero canto de penitencia, a la vez que dejan ver la confianza tan grande que David tenía en la infinita misericordia de Dios. Sin duda que a Jesús le agradará vernos rezar estos salmos igual que David, cuando le hemos ofendido y le pedimos perdón. Dicen así:
¡Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa!
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.
¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu de rectitud.
No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo espíritu.
Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.
Aunque el niño murió como había profetizado Natán, David aceptó sin quejarse la voluntad de Dios, pero Yahvé se conmovió con el sincero arrepentimiento del rey y por medio de Betsabé le dio un nuevo hijo que vendría a ser muy importante y se llamó Salomón.
David murió siendo viejo y dejó su trono en manos de su hijo Salomón, al que aconsejó en sus últimos momentos: “Sé fiel a Yahvé, tu Dios, hijo mío; ve por sus caminos y guarda sus mandamientos como están escritos en La Ley de Moisés, de manera que cumpla Yahvé su palabra, la que a mí me ha dado, diciendo: Si tus hijos siguen su camino ante Mí en verdad y con todo su corazón y toda su alma, no te faltará jamás un descendiente sobre el trono de Israel”
Una de las devociones más piadosas, que podemos tomar del rey David, son sus oraciones a Dios, que componía para ser recitadas y cantadas en diversas ceremonias usando instrumentos musicales de cuerda como el salterio o el arpa. Son los salmos, como por ejemplo el que hemos leído antes. Son cantos de alabanza a Dios, o de esperanza en Dios; otros son de agradecimiento, otros de arrepentimiento por los pecados o para suplicar gracias a Dios; y otros tienen contenido profético, como el impresionante salmo 22 que describe el sufrimiento que tuvo Jesús en la cruz, nada menos que diez siglos antes de que ocurriera y dice así:
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?…
Cuantos me ven se burlan de mí, abren los labios y menean la cabeza.
“Se encomendó a Yahvé –dicen-; que Él lo salve”…
Me rodean como perros, me cerca una turba de malvados;
Han taladrado mis manos y mis pies. Y puedo contar todos mis huesos.
Ellos me miran y contemplan. Se han repartido mis vestidos y echan suertes sobre mi túnica.
¿No es esto lo que ocurrió cuando crucificaron a Jesús? Si lees la pasión del Señor en los Evangelios encontrarás que estos hechos sucedieron así.
Vocabulario
Adulterio: Unión carnal ilegítima de hombre con mujer siendo uno de los dos casado o ambos
Afligido: Tiste, dolido, sin consuelo
Derrocar: Quitar el poder y expulsar de su trono de rey
Hisopo: Palo corto, o mango metálico que, mojándolo, sirve para asperger el agua en los templos e iglesias
Holocausto: Sacrificio en el que se mata a un animal y se quema su carne completamente en un altar ofreciéndolo a Dios
Mercedes: Detalles de amor, favores, gracias, regalos
Para la catequesis
- ¿Contra qué mandamiento o mandamientos pecó David al adulterar con la mujer de Urías? ¿Qué consecuencias se derivaron de aquello?
- ¿Qué hizo David al reconocer la gravedad de lo que había hecho? A pesar de tan grave pecado ¿le perdonó Dios?, ¿por qué? ¿Qué Debemos hacer si nos vemos pecadores ante Dios?
- Los Salmos de David son oraciones llenas de piedad y belleza. Jesús, la Virgen y san José los conocían y rezaban. Aún hoy día se siguen rezando con devoción en la Iglesia; muchos se recitan en la Santa Misa cuando, en la liturgia de la palabra, el lector dice: “Salmo responsorial:”. Pide a tus padres o al sacerdote que te enseñen alguno más.
- ¿Por qué decimos que el Mesías es hijo de David?
por Jesús Martí Ballester | Catholic.net | 19 Jun, 2011 | Postcomunión Vida de los Santos
El aire de Jerusalén, y el de toda Judea, estaba encendido de esperanza. Herodes envejecía en su palacio de Jericó. Las almas se agitaban inquietas, y en todas partes se esperaba el cumplimiento de las profecías. De repente, en el templo resuena la voz de un ángel. El sacerdote Zacarías, de la familia de Abías, vivía en Ain-Karem, cerca de Hebrón, en las montañas de Judea, con su esposa Isabel, los dos ya mayores, que han pasado la vida soñando un hijo. Pero Isabel era estéril y ya infértil. Zacarías, sacerdote, oficiaba en el templo. Cuando iba a quemar el incienso ante el altar, resplandeciente de oro y de lámparas ardientes, esperaba con el incienso en las manos, a que sonara la trompeta. Cuando sonó, vació el incienso de la caja de oro y le sorprendió una aparición misteriosa.
Sobresalto de Zacarías
Los fieles expectantes le vieron con el rostro desencajado. Había oído al ángel: «No temas, Zacarías, que tu oración ha sido escuchada; tu mujer, Isabel, te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Será grande a los ojos del Señor, y se llenará de Espíritu Santo ya en el seno de su madre». Era una noticia demasiado grande y demasiado hermosa y venturosa: «¿Cómo conoceré esto?». El ángel le dijo: «Yo soy Gabriel, uno de los espíritus que asisten delante de Dios. Pues, mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto se cumpla” (Lc 1,13). Y Zacarías quedó mudo por su falta de fe: «por no haber creído estas palabras, que se cumplirán a su tiempo». El no creer no impide que se cumpla el mensaje, pero el que no cree, se queda sin el gozo de la promesa creída y esperada.
En el seno de sus madres, los niños son personas
Dos Niños no nacidos, que ríen, cantan, santifican y son santificados en el seno de sus madres. El niño saltó de alegría y de gozo cuando sintió la presencia del Salvador en el seno de María. El júbilo del niño inspiró a Guido d`Arezzo a dar el nombre de las notas musicales según la primera sílaba de los siete versos de la primera estrofa del himno compuesto por él para la fiesta de San Juan: “Ut (cambiado por Do) queant laxis – Resonare fibris – Mira gestorum – Famuli tuorum – Solve polluti – Labii reatum, – Sancte Joannes”. “Para que tus maravillosas obras puedan ser cantadas – por los labios manchados – limpia sus manchas – San Juan”. ¡Horror!, que la alegría de Juan dando brincos en el seno de su madre ante la presencia de otro Niño seis meses más pequeño, se convierta en dolor, lágrimas y cánticos fúnebres en millones de niños muertos en el seno materno, hoy mismo!
Nacimiento de Juan
Isabel dio a luz a un niño, que fue circuncidado con el nombre de Juan, que significa «Yahvé se ha compadecido». Zacarías volvió a hablar, y “bendijo al Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo con una fuerza de salvación, como lo habían anunciado los profetas; por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto”. Los vecinos y parientes desbordaban de alegría, porque el Señor había manifestado su misericordia, y en las montañas de Judea, resonaba el interrogante: «¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él». Palabras que eran el eco del Salmo 138, “Pones tu mano sobre mí. Tú has formado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. ¡Te doy gracias por tamaño prodigio y me maravillo con tus maravillas!”. Y las de Isaías: “Estaba yo en el vientre y el Señor me llamó en las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mí una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba”. Desvanecidos los rumores, ya no se volvió a hablar del sacerdote de Ain-Karem, ni de Isabel, ni del niño. Cuando se desató la persecución de Herodes contra los niños menores de dos años, el pequeño tenía un año y medio. Dice una tradición, que Isabel huyó a las montañas más escondidas donde vivió cuarenta días en una cueva, y Zacarías fue asesinado por no querer descubrir el sitio a los sicarios de Herodes.
La vocación y los modos diferentes de cumplirla
«El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió el desierto hasta que se presentó a Israel». Se preparó para cumplir su misión. Nosotros tantas veces comenzamos nuestra misión profética sin haber crecido… Un director espiritual de seminario mostraba su extrañeza por lo pronto que se desinflaban los nuevos sacerdotes recién ordenados. No advertía que se cosecha lo que se siembra. Ambiente competitivo de estudio, ansia de salir cuanto antes al mundo sin la preparación adecuada. Prisa por la exigencia de cubrir los puestos canónicos. En resumen, soldados sin instrucción, no digo teórica, sino de transformación personal. Escaso adiestramiento en las virtudes de humildad profunda, de caridad verdadera, de castidad luminosa y sin represión, de desprendimiento de la vanidad, y todo lo que se supone y que no se tiene, no presagian otra cosa que lo que ocurre que, por decirlo con brevedad, no es sino enviar a ejercer la cirugía a internos que nunca practicaron. Urge la preparación personal sin prisas si se busca el progreso del evangelio.
No se puede evangelizar si no se está evangelizado
Ni sacerdotes ni laicos podemos salir a evangelizar con nuestro espíritu a medio cocer, y quiera Dios que a ello llegue nuestro estado y no nos encontremos en grados inferiores. Porque podemos hacer ruido pero no dar al Señor. Y encima, perder el mérito junto con el fruto. Ya recibieron su paga. Cataloga San Juan de la Cruz los defectos de los principiantes. Los novicios parecen santos… y no lo son… Los padres jóvenes, ni lo parecen ni lo son (dice un refrán citado por el teólogo Garrigou Lagrange). Y añade San Juan de la Cruz: Tienen soberbia oculta: El demonio les aumenta el deseo de hacer cosas porque sabe que no les sirven de nada, sino que se convierten en vicio. Tienen satisfacción de sus obras y de si mismos. Hablan cosas espirituales delante de otros. Las enseñan y no las aprenden. Cuando les enseñan algo se hacen los enterados. Condenan en su corazón cuando no ven a los otros devotos como ellos querrían y lo dicen como el fariseo, despreciando al publicano. Quisieran ser ellos solos tenidos por buenos. Y condenan y murmuran mirando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo. Cuando sus confesores y superiores no les aprueban el espíritu dicen que no son comprendidos. Buscan quien les apruebe porque desean alabanza y estima. Huyen como de la muerte de los que les deshace sus planes para ponerlos en camino más seguro, y les toman manía.
Por su presunción: hacen muchas promesas y cumplen pocas. Desean que los demás comprendan su espíritu y para esto hacen muestras de movimientos, gestos, suspiros y otras ceremonias. Se complacen en que se enteren de esto y tienen verdadera codicia de que se sepa. Llenos de envidias e inquietudes. Disimulan sus pecados en el confesionario. Tienen en poco sus faltas. Se entristecen por ellos, pensando que ya habían de ser santos. Se enfadan consigo mismos con impaciencia, con deseos de que Dios les quite sus pecados no por Dios, sino para estar tranquilos. Con lo que se harían más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a los demás, y muy amigos de que los alaben a ellos, buscando óleo por defuera…
Los que van en perfección
En cambio los que van en perfección. Tienen sus cosas en nada. No están satisfechos de sí mismos. Tienen a todos por mejores y los cobran santa emulación. Preocupados de amar a Dios no miran si los otros hacen o no hacen. Ven a todos mejores que ellos. Como se tienen en poco también quieren que los demás los tengan en poco y que los deshagan y desestimen sus cosas. Y si los alaban no lo ven merecido. Desean que se les enseñe. Prontos a caminar por otro camino si se le mandan. Se alegran de que alaben a los otros. No tienen ganas de decir sus cosas. En cambio tienen gana de decir sus faltas y pecados y no sus virtudes y así se inclinan mas a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu. Nosotros vemos y comprobamos la eficacia de un potente motor de coche, de un ordenador, o cualquier otro aparato mecánico, aunque no conozcamos su mecanismo; el poder de un discurso pronunciado por una inteligencia penetrante; la persuasión de una persona elocuente; la pintura de una figura creada por un artista total, Rafael, Boticelli, Giotto, El Greco, Velázquez, Zurbarán…; la maravilla permanente de Wagner, Beethoven…; pero carecemos de antena para detectar el misterio de la gracia y de la operación de Dios a través de un hombre santo. No lo distinguimos. Es misterioso, pero existe. Y de él depende la extensión mayor o menor del Reino de Dios. Extensión que no es algo abstracto sino muy concreto y apreciable en nuestra acción o en nuestro silencio: una palabra ungida que pega fortaleza; un párrafo leído que hace pensar y decidir; una actitud silenciosa que pacifica. El reino va creciendo así como la semilla enterrada, como el grano que se pudre en el surco y germina lentamente pero inevitablemente; como el rocío que vivifica y alegra el despertar de la mañana. ¡Qué hermosura de misión la que nos ha encargado Jesús y fecunda con su Espíritu Santo!
Juan se prepara y evangeliza
Según las investigaciones modernas, Juan vivió con los esenios, una secta del desierto de Judá, que ya practicaban el bautismo con agua, por eso Juan lo administró como símbolo de la purificación del espíritu. Empezó a resonar la voz en el desierto, en el valle de Jericó junto al Jordán. Alto, maduro, quemado el cuerpo por el sol del desierto, abrasada el alma por el deseo del Reino, relampagueantes sus ojos penetrantes, flotando al aire sus cabellos hirsutos, cubriendo el rostro su espesa barba.
Gritaba palabras encendidas, llenas de esperanzas y de anatemas, de consuelos y de terrores. Su ademán avasallador impresionante, su austeridad evidente, y su mirada taladrante ejercían una fuerza magnética. Ante aquella voz, Israel se conmueve, renace una aurora de salvación, se aviva la fe en El Señor Salvador, y las gentes llegan a escuchar sus palabras. Y comienza a cumplir su misión de precursor. Anuncia el cumplimiento de las profecías y predice la próxima venida de Cristo. Es un formidable predicador. Los israelitas piadosos empiezan a ver en él esperanza, y los doctores del Templo discuten acerca de sus anuncios misteriosos. Aturdidos por aquella palabra de fuego, sus oyentes le preguntaban: «¿Qué debemos hacer para salvarnos?». «Que el que tiene dos túnicas dé una a quien anda desnudo, y que el que tiene pan lo reparta con el que tiene hambre” Lc 3,10. Bill Gates, con su 10 billones de fortuna, quedaría impresionado al lado de los niños hambrientos y moribundos, devorados por las moscas y por las cucarachas en el tercer mundo, y en los suburbios del cuarto. Y con él, todos los magnates del mundo, epulones despiadados, empeñados en catalogarse entre los más ricos del cementerio, que se adjudican la parte leonina de la tarta, aunque Lázaro se muera esperando las migajas de sus despilfarros.
Predica con autoridad
Con los fariseos, llegan los publicanos, los soldados y las prostitutas: «No exijáis más de lo justo». «No sigáis las concupiscencias de la carne». «No calumniéis; contentaos con vuestra paga». Un día aparece entre la multitud un joven que llega de las montañas de Galilea. Juan le mira y se turba: es El. El Salvador presentido y anunciado, el Esposo que iluminaba su alma en el desierto; el beldador que lanza al viento el trigo y la paja, para congregar la mies escogida; el amigo deseado, en quien pensaba cuando decía al pueblo: «Yo os bautizo en agua, pero en medio de vosotros hay uno más poderoso que yo; El os bautizará en Espíritu Santo y fuego». Juan ha presentido su venida. Es pariente suyo, pero no le conoce; no le conoce, pero en el fondo de su ser ha oído una voz: “Aquél sobre cuya cabeza vieras descender al Espíritu Santo, es el Deseado de las naciones.” Y al ver ahora cómo se acerca en la cola de los pecadores a la orilla, se siente humillado, y sobrecogido de admiración le dice con ternura transfigurada, con el corazón estremecido de amor -: «Soy yo quien debe ser bautizado por ti». El Galileo insiste; inclina su cabeza, porque hay que cumplir toda justicia; el agua resbala sobre el cuerpo virginal de Cristo, la mano del Bautista toca su frente, se abre el cielo, baja el Espíritu y resuena la voz del Padre: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias». Al arrodillarse delante de Juan, Jesús le califica: «Entre los nacidos de mujer, no ha nacido otro más grande que Juan el Bautista».
Necesario para la sociedad actual paganizada
Todo cristiano tiene obligación de dar testimonio de su fe y de difundirla por todo el mundo por exigencia del bautismo que nos incorpora a Cristo resucitado. Deber que comporta una alegría profunda por participar en el proyecto de Dios en la historia. La Iglesia lo ha recordado en el Decreto del Vaticano II “Apostolicam actuositatem”, en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II “Christifideles laici”, en el documento de la Conferencia Episcopal Española “Los cristianos laicos. Iglesia en el mundo” y la Carta apostólica de Juan Pablo II “Novo millennio Ineunte.
La difusión del mensaje cristiano se enfrenta a la oposición de un ambiente indiferente y hostil. Aunque las raíces de la Modernidad son cristianas, la evolución de la cultura contemporánea se ha alejado de los principios cristianos. Hay en España un intento de “descristianización” de la sociedad, que se percibe en algunas actitudes del actual Gobierno hacia la Iglesia Católica y en una legislación que pretende oponerse a las creencias morales vigentes en nuestra sociedad y que arrollan principios jurídicos básicos de nuestra tradición legal, en materia de matrimonio, familia o respeto a la vida. Los católicos españoles se sienten agredidos por el Gobierno en sus convicciones más íntimas y profundas.
La presencia de la religión entre los jóvenes, es decreciente y alarmante. Buscan deliberadamente la exclusión del sentido religioso y de la presencia de Dios en la vida pública. Lo religioso debe quedar para la vida privada, y la manifestación de fe se considera facha, ignorancia, o dogmatismo. Hay que retroceder hasta la cultura paleocristiana en el ambiente pagano para encontrar una situación semejante en la historia europea. La verdad se caricaturiza y falsea. Se pretende imponer unos valores falsos. Y con el señuelo de la autenticidad, la autonomía personal y la libertad, se niega la objetividad de la verdad y del bien. Se impone el individualismo egoísta, el materialismo, el relativismo moral, el cientificismo y el utilitarismo. Se destruyen los fundamentos de la justicia, la libertad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad, y se lamento la pérdida de los valores cuyos pilares se quebrantan.
Sólo queda la satisfacción de las inclinaciones subjetivas y pasajeras. La idea de una moral personal, más allá de las convicciones mayoritarias o dominantes, o la de la existencia de deberes del hombre para consigo mismo, resulta casi ininteligible o es recibida con sonrisas desdeñosas. Es una cultura ajena al cristianismo y a toda forma de espiritualidad y aún de verdadera cultura superior. El hecho cristiano apenas ocupa lugar en la realidad política y cultural, tanto en la mayoría de los medios de comunicación, como en su influencia en la legislación y en las instituciones. Entre la fe cristiana y la cultura dominante hay un abismo. El reto para los cristianos consiste en la evangelización del ambiente social y en contribuir a propagar no sólo la moral sino una forma religiosa de vida. Pero hay que ser consciente de que no puede convertir a los demás quien no se ha convertido en su raíz personal, cumpliendo la esencia del ser cristiano que es aceptar la verdad, que es Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Cristo no anunció un mero mensaje moral ni menos un programa de reforma política y social, sino un mensaje de salvación, de Vida Eterna, por el cumplimiento del mandato del amor. La fe en Cristo y su mensaje de salvación entraña una nueva cultura y una nueva forma de vida.
Juan Pablo II describió las consecuencias culturales y sociales del rechazo de la Encarnación: “Cuando se excluye o se niega a Cristo se reduce nuestra visión del sentido de la existencia humana, la esperanza da paso a la desesperación y la alegría a la depresión… Se produce también una profunda desconfianza en la razón y en la capacidad humana de captar la verdad, e incluso se pone en tela de juicio el concepto mismo de verdad… Ya no se aprecia ni se ama la vida; por eso avanza una cierta cultura de la muerte con sus amargos frutos, el aborto y la eutanasia. No se valora ni se ama correctamente el cuerpo y la sexualidad humana; ni siquiera se valora la creación misma, y el fantasma del egoísmo destructor se percibe en el abuso y en la explotación del medio ambiente” (Juan Pablo II Mensaje al Capítulo General de la Orden de Predicadores. Julio 2001). El problema consiste en cómo comunicar la fe en Dios en un mundo que se aleja de Dios.
La ejemplaridad
No hay otra forma de enseñar una forma de vida que por el ejemplo. La educación, y la evangelización es una forma de educación, no es posible sin la ejemplaridad. No puede extrañar que se produzcan erosiones en la difusión del mensaje evangélico como consecuencia de la falta de coherencia y ejemplaridad de quienes lo difunden y enseñan. Una cosa es la verdad de la fe y otra la coherencia de las personas. No es posible la evangelización sin la coherencia entre fe y vida de quienes la emprenden. Los cristianos tenemos una seria responsabilidad en este proceso de alejamiento de Dios.
Juan el Bautista es el lazo con el Nuevo Testamento
Juan Bautista, Profeta al estilo de los del Antiguo Testamento, lazo de unión entre el Antiguo y el Nuevo, con el espíritu de Elías y la palabra de fuego de Pablo. Con el mismo valor que el uno y el otro será mártir de su deber y pregonero del reino; y rodará su cabeza, y su cuerpo disminuirá, para que Aquél a quien ha bautizado, crezca al ser elevado en la cruz, y morirá sin haber visto el triunfo del reino que anuncia: «A El le toca crecer; a mí menguar».
Después de su primer encuentro con Jesús, le vio otra vez caminando por la orilla del Jordán. Su cuerpo se estremeció con un amor apasionado, sus ojos se llenaron de compasión y de ternura, y dijo a sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo». Discierne bien, él valeroso, pero apasionado, Jesús Cordero lleno de mansedumbre. Dos hermanas de la misma Congregación con caracteres opuestos siempre en conflicto. Acuden a la Superiora. Acusan: -La más áspera: Es que no se le puede decir nada. Parece de papel de seda. La Superiora, acertada: Y usted, papel de lija. Llegó una embajada del Sanedrín de Jerusalén. Se dice que es el Profeta anunciado por Moisés; se murmura que es Elías: Y le preguntan: «¿Eres Elías? – No. ¿Eres el Profeta? -No -¿Eres el Cristo? -No». Esa es la grandeza de su carácter. No es nada. Es la voz que clama en el desierto. La voz recibe la consistencia de la palabra. Sin Palabra, la voz no dice nada. Y, sin embargo, Jesús le llamará profeta, el mayor de los profetas, un nuevo Elías por su espíritu y por su virtud. A sus ojos, no es nada; indigno de desatar su sandalia.
La voz del Esposo
Y explica el sentido de su misión, en la imagen del Esposo utilizada por los profetas Oseas, Jeremías, Isaías, y por el Cantar de los Cantares. Jesús será, lo que ha sido Yahvé para el pueblo escogido. Juan sólo es el amigo; pero la gloria de Aquel en quien ha puesto su amor, le hace plenamente feliz: «El amigo ve a su amigo y se goza al oír la voz del Esposo, y por esto mi alegría es perfecta». Es así como Juan, el asceta austero en vestidos y en comida, nos descubre el más tierno y dulce de los atributos de Cristo, el de Esposo. Pero, para recibir al Esposo, hay que vestirse con el traje de boda y por eso proclama la conversión. El prepara el camino del Señor y exige a los hombres que cambien el rumbo de sus vidas, que acepten el misterio de Dios que se acerca, que den frutos dignos de penitencia, pues el Esposo no puede desposarse con los hombres sin la metanoia. Ese es el carisma de Juan, y la necesidad de su mensaje, que la Iglesia ha conservado y perpetuado. Juan empezó asceta y terminó místico. Esto no se hace sin la gracia. La gracia que nos llega por el sacramento de la eucaristía, porque «cuantas veces se renueva sobre al altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada, se efectúa la obra de nuestra redención» (LG 3). Juan Bautista, el «tejido en el seno materno por el Señor y Creador, y escogido portentosamente» Salmo 138; «el que saltó de alegría en el vientre de su madre al llegar el Salvador de los hombres», «el mártir que entregó su cabeza por la Verdad”.
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por SS Benedicto XVI | 5 Jun, 2011 | Confirmación Taller de oración
Queridos jóvenes:
Os saludo a todos con gran afecto. Estoy particularmente contento de estar con vosotros en esta histórica plaza que representa el corazón de la ciudad de Zagreb. Un lugar de encuentro y de comunicación, donde a menudo domina el ruido y el movimiento de la vida cotidiana. Ahora, vuestra presencia la transforma casi en un “templo”, cuya bóveda es el cielo mismo, que esta tarde parece inclinarse sobre nosotros. Queremos acoger en el silencio la Palabra de Dios que ha sido proclamada, para que ilumine nuestras mentes e inflame nuestros corazones.
Agradezco vivamente a Monseñor Srakić, Presidente de la Conferencia Episcopal, las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro; y en modo particular saludo y agradezco a los dos jóvenes que nos han ofrecido sus bellos testimonios. La experiencia vivida por Daniel recuerda la de San Agustín: es la experiencia de buscar el amor “fuera” y luego descubrir que está más cercano de mí que yo mismo, que me “toca” en lo profundo y me purifica… Mateja, en cambio, nos ha hablado de la belleza de la comunidad, que abre el corazón, la mente y el carácter… Gracias a los dos.
San Pablo –en la lectura que se ha proclamado– nos ha invitado a estar “siempre alegres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una palabra que hace vibrar el alma, si consideramos que el Apóstol de los Gentiles escribe esta Carta a los cristianos de Filipos mientras se encontraba en la cárcel, a la espera de ser juzgado. Él está encadenado, pero el anuncio y el testimonio del Evangelio no pueden ser encarcelados. La experiencia de san Pablo revela cómo es posible mantener la alegría en nuestro camino, aun en los momentos oscuros. ¿A qué alegría se refiere? Todos sabemos que en el corazón de cada uno anida un fuerte deseo de felicidad. Cada acción, cada decisión, cada intención encierra en sí esta íntima y natural exigencia. Pero con frecuencia nos damos cuenta de haber puesto la confianza en realidades que no apagan ese deseo, sino que por el contrario, revelan toda su precariedad. Y estos momentos es cuando se experimenta la necesidad de algo que sea “más grande”, que dé sentido a la vida cotidiana.
Queridos amigos, vuestra juventud es un tiempo que el Señor os da para poder descubrir el significado de la existencia. Es el tiempo de los grandes horizontes, de los sentimientos vividos con intensidad, y también de los miedos ante las opciones comprometidas y duraderas, de las dificultades en el estudio y en el trabajo, de los interrogantes sobre el misterio del dolor y del sufrimiento. Más aún, este tiempo estupendo de vuestra vida comporta un anhelo profundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle plenitud. En el Evangelio de Juan, dirigiéndose a sus primeros discípulos, Jesús pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Queridos jóvenes, estas palabras, esta pregunta interpela a lo largo del tiempo y del espacio a todo hombre y mujer que se abre a la vida y busca el camino justo… Y, esto es lo sorprendente, la voz de Cristo repite también a vosotros: “¿Qué buscáis?”. Jesús os habla hoy: mediante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace contemporáneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vosotros lo busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y compañero de camino. Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará. Jesús os hace conocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace comprender que vuestra felicidad se logra en la amistad con Él, en la comunión con Él, porque hemos sido creados y salvados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca el bien del otro, experimentamos verdaderamente el significado de la vida y estamos contentos de vivirla, incluso en las fatigas, en las pruebas, en las desilusiones, incluso caminando contra corriente.
Queridos jóvenes, arraigados en Cristo, podréis vivir en plenitud lo que sois. Como sabéis, he planteado sobre este tema mi mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que nos reunirá en agosto en Madrid, y hacia la cual nos encaminamos. He partido de una incisiva expresión de san Pablo: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2, 7). Creciendo en la amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la pertenencia a la Iglesia, con la ayuda de vuestros sacerdotes, podréis testimoniar a todos la alegría de haber encontrado a Aquél que siempre os acompaña y os llama a vivir en la confianza y en la esperanza. El Señor Jesús no es un maestro que embauca a sus discípulos: nos dice claramente que el camino con Él requiere esfuerzo y sacrificio personal, pero que vale la pena. Queridos jóvenes amigos, no os dejéis desorientar por las promesas atractivas de éxito fácil, de estilos de vida que privilegian la apariencia en detrimento de la interioridad. No cedáis a la tentación de poner la confianza absoluta en el tener, en las cosas materiales, renunciando a descubrir la verdad que va más allá, como una estrella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere llevaros. Dejaos guiar a las alturas de Dios.
En el tiempo de vuestra juventud, os sostiene el testimonio de tantos discípulos del Señor que han vivido su tiempo llevando en el corazón la novedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jóvenes santos y santas en la gran comunidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vosotros y yo pensamos en el Beato Iván Merz. Un joven brillante, metido de lleno en la vida social, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el camino universitario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se encuentra frente a la destrucción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja, haciéndole superar momentos de crisis y de lucha espiritual. La fe de Iván se refuerza hasta tal punto que se dedica al estudio de la Liturgia e inicia un intenso apostolado entre los jóvenes. Descubre la belleza de la fe católica y comprende que la vocación de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con Cristo. De cuántos gestos de caridad, de bondad que sorprenden y conmueven está lleno su camino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos años, después de algunos meses de enfermedad, ofreciendo su vida por la Iglesia y por la juventud.
Esta vida joven, entregada por amor, lleva el perfume de Cristo, y es para todos una invitación a no tener miedo de confiarse al Señor, del mismo modo que lo contemplamos, en modo particular, en la Virgen María, la Madre de la Iglesia, aquí venerada y amada con el título de “Majka Božja od Kamenutih vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo confiar esta tarde a cada uno de vosotros, para que os acompañe con su protección y os ayude sobre todo a encontrar al Señor y, en Él, a encontrar el significado pleno de vuestra existencia. María no tuvo miedo de entregarse por completo al proyecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que estamos llamados: la plena comunión con el Señor. Toda nuestra vida es un camino hacía la Unidad y Trinidad de Amor que es Dios; podemos vivir con la certeza de no ser abandonados nunca. Queridos jóvenes croatas, os abrazo a todos como a hijos. Os llevo en el corazón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre alegres en el Señor”. Su alegría, la alegría del verdadero amor, sea vuestra fuerza. Amén. ¡Alabados sean Jesús y María!
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Discurso durante la Vigila de Oración con los jóvenes
SS. Benedicto XVI
Sábado, 4 de junio de 2011
Plaza del Bano Josip Jelačič
Zagreb.
por Luis M. Benavides | 31 May, 2011 | Catequesis Metodología
El lugar por excelencia para la oración es la capilla o iglesia. La mayoría de los templos están construidos con el fin de acercar la gente a Dios; sobre todo, si se está en presencia de Jesús Sacramentado, en el sagrario.
No obstante, en nuestros hogares, también es posible reservar un rincón o lugarcito reservado a las cosas de Dios. Se trata de crear un lugar dentro de la casa, destinado a la oración, un «pequeño altar» que nos indique y recuerde a los niños que Dios está presente en nuestras vidas.
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Características del «rincón de oración» o «rincón de Jesús»
Debemos respetar ciertas condiciones para que el rincón de oración o rincón de Jesús vaya «entrando» progresivamente en la vida de los niños y se transforme paulatinamente en algo sagrado; es decir, en algo separado especialmente para Dios. Para armar el rincón de Jesús habrá que tener presente las siguientes consideraciones:
El lugar
- De honor: diferente, limpio, siempre en orden.
- De poco tránsito y fácil acceso.
- Distinto: no utilizarlo para otra cosa; alegre y luminoso.
Las imágenes
Es muy importante la elección de las imágenes. Tiene que ser una imagen de Jesús (ya que Él es el centro de la catequesis). En alguna ocasión, se la podrá reemplazar por una imagen de la Virgen María o algún santo. (Cuando hablo de imagen estoy hablando indistintamente de una lámina, pintura o escultura).
Lo importante es que la imagen elegida sea del agrado de los niños y apropiada para la catequesis. Es decir: imágenes naturales, sobrias, sencillas y simples; en las cuales se privilegie más el gesto y la expresión de los rostros que la imagen en sí misma. Siempre será mejor colocar una imagen de Jesús Resucitado que una, crucificado. La imagen del Buen Pastor también ayuda mucho.
Es preferible que sean imágenes de un solo color, sin demasiados elementos fantásticos o que no correspondan exactamente a las narraciones evangélicas. Evitemos todos esos elementos accesorios que distraen o asustan a los niños; por ejemplo: imágenes del Niño Jesús con el pecho abierto o el Sagrado Corazón de Jesús lleno de espadas; imágenes con espinas y sangre; representaciones de la Virgen rodeada de ángeles o dominando a demonios, etc.
Elementos
Los elementos que integran el «rincón de Jesús» serán seleccionados con cuidado y siempre buscaremos la sobriedad, el buen gusto y la renovación constante de lo que es perecedero. Pueden ser los siguientes:
- Una mesita o repisa. Con un mantel blanco, que se encuentre a una altura normal cuando los niños estén sentados. Es preferible correr el riesgo de la cercanía (aproximadamente a un metro de altura o un poco menos).
- Una Biblia.
- Una imagen de Jesús.
- Un florero.
- Una vela pequeña.
- Una alfombra y algunos almohadones.
Es importante que rincón de oración no sea acumulativo. Para que sea eficaz debe ser sobrio, con pocos elementos centrales y renovados sistemáticamente.
Su uso
Los niños colaborarán en el armado y elección de los elementos. Los padres participarán en la celebración de inauguración del mismo. Lo que va a dar valor al rincón de oración va a ser su uso. Si los papás no están convencidos de su utilidad y no lo usan para rezar, los niños lo utilizarán mucho menos.
Del rincón de oración, tomaremos la Biblia para leer la Palabra de Dios en los encuentros de catequesis. También, lo utilizaremos para hacer la oración de cada día, para rezar juntos o en grupos, para ofrecer trabajitos, regalos, etc. Los niños podrán ir a rezar libremente al rincón de Jesús. Se podrán colocar intenciones escritas, de petición, alabanza y agradecimiento. Luego, podrán leerse, juntos en familia.
Cuando los niños estén libremente en el rincón no hay que controlar la oración que ellos hacen. Si quieren arrodillarse, hacer gestos, besar la Biblia, cantar o simplemente rezar una plegaria…, es necesario que se sientan en libertad de expresarse y orar como el Espíritu les indique. Lo que importa es que se familiaricen con las cosas de Dios. El rincón de Jesús puede ser un elemento más que nos ayude en este largo y hermoso camino de iniciar a los niños en la oración.
(De la Serie «Iniciación en la oración», columna 12.ª)
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Todas las catequesis de Luis María Benavides
Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides
por San Josemaría Escrivá de Balaguer | 29 May, 2011 | Postcomunión Taller de oración
Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a José y a Santa María… y escucharás tradiciones de la Casa de David:
Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño que nacerá en Belén…
Caminamos apresuradamente hacia las montañas, hasta un pueblo de la tribu de Judá. (Luc., I, 39.)
Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)
El Bautista nonnato se estremece… (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat… —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes.
(Segundo misterio glorioso,
del libro de meditaciones
Santo Rosario)
por Eduardo Arquer | 29 May, 2011 | Postcomunión Historias de la Biblia
Recién llegados a la tierra prometida, los israelitas estuvieron, durante cierto tiempo, gobernados por jueces, como Gedeón o Sansón, que Dios les ponía para resolver las disputas que surgían entre ellos. Esto fue bueno, pero en el aspecto político estaban muy disgregados, no era una verdadera nación organizada, lo cual les hacía más vulnerables ante las acometidas de los pueblos enemigos. Así que comprendieron que deberían renunciar cada una de las tribus a una parte de su libertad en pro del bien común y, con la ayuda de Dios, se unieron bajo la autoridad de un solo rey para todo Israel.
El primer rey se llamó Saúl, pero su comportamiento no agradó por completo a Dios y fue sustituido por David, el más importante de todos; un rey muy valiente, que tenía además un notable talento artístico, pues le gustaba la música, la danza y la poesía; capaz de realizar las hazañas más heroicas y también de ofender gravemente a Dios. Pero el rey David supo reconocer sus errores y arrepentirse sinceramente de sus pecados confiando en la misericordia infinita de Yahvé. De su descendencia nacería Jesucristo, el Mesías prometido y el salvador del mundo.
Estamos en el año 1000 antes de Jesucristo al final de la época de los jueces de Israel. El santuario de Yahvé estaba instalado en una ciudad llamada Silo, en el centro de la tierra de Canaán. Allí, junto al Arca de La Alianza, vivía y dormía un muchacho a quien su madre, agradecida, había consagrado a Yahvé. El chico se llamaba Samuel y estaba bajo la tutela del sacerdote Helí, que era juez de Israel.
Samuel servía a Dios con alegría y sencillez de corazón.
Una noche, Samuel oyó la voz de Dios que le llamaba: “¡Samuel!” Él contestó: “Heme aquí” que significa “aquí estoy” y corrió a Helí para decirle: “Me has llamado y aquí estoy” Helí le dijo: “Yo no te he llamado, vuelve a acostarte” Pero, al momento, de nuevo le llamó Yahvé: “¡Samuel!” Y otra vez corrió hasta Helí para decirle: “Aquí estoy porque me has llamado” Y Helí le volvió a decir que se acostara, que no había sido él. Lo mismo ocurrió una tercera vez y Helí comprendió que era Yahvé quien llamaba al joven así que le dijo: “Anda, acuéstate y si vuelves a oír esa voz, contéstale: Habla Yahvé, que tu siervo escucha” Samuel se fue y se acostó. Vino Yahvé y nuevamente le llamó: “¡Samuel, Samuel!” Él contestó: “Habla Yahvé, que tu siervo escucha” Entonces Dios le habló por primera vez.
Este breve episodio nos sirve para conocer a Samuel, un chico sencillo, piadoso y estudioso que, cuando fue mayor, Llegó a ser muy afamado en Israel. Todos le tuvieron por un verdadero profeta y por un santo, y Dios le continuó hablando a lo largo de su vida.
Fue Samuel profeta y Juez de Israel durante muchos años y gozaba de gran autoridad, pero sus hijos se mostraron indignos de seguir el importante oficio de su padre. Un día, vinieron a él los ancianos y le propusieron: “Como tú eres ya viejo, queremos tener un rey como tienen otros pueblos; danos un rey que nos juzgue y que pueda salir al frente de nuestro ejército en los combates” Samuel rezó a Dios y Éste le comunicó que estaba conforme, que buscaría un rey para Israel.
Por aquel tiempo, un muchacho llamado Saúl había salido con un mozo de la casa de su padre a buscar unas asnas que se habían extraviado. Como se alejaron bastante de su casa y no las encontraban, el mozo le dijo: “Sé que hay un hombre que tiene fama de vidente y que mora en la ciudad próxima hacia donde nos dirigimos”. Este hombre no era otro que Samuel. No es que fuera vidente, en el sentido de “adivino”, es que sabía las cosas porque Dios le hablaba. Ya Dios había advertido a Samuel, el día anterior, que le visitaría un muchacho y que habría de ungirle como el primer rey de Israel. Samuel vio venir hacia él a Saúl que era muy alto y fuerte, y convocando un banquete con unos treinta hombres ungió la cabeza de Saúl con óleo delante de todos y le nombró rey de Israel de parte de Yahvé. Le dijo además donde podía encontrar las asnas que había perdido como prueba de que lo hecho era voluntad de Dios.
Saúl fue aceptado como rey por los israelitas y logró algunas hazañas combatiendo a los filisteos que era el principal pueblo enemigo; pero su comportamiento, a lo largo de su reinado, no agradaba a Yahvé, y dijo Yahvé a Samuel: “He rechazado a Saúl para que no reine más sobre Israel, llena tu cuerno de óleo y dirígete a Belén, a casa de un hombre llamado Jesé, pues he visto un rey para mí entre sus hijos”
Llegó Samuel a casa de Jesé y le invitó a celebrar un sacrificio a Yahvé con todos sus hijos. Le fueron presentando uno a uno, y cuando hubieron pasado los siete hijos varones dijo Samuel: “A ninguno de estos ha elegido el Señor ¿son todos tus hijos, no hay ningún otro?” Y él le respondió: “Queda el más pequeño, que está apacentando las ovejas” Samuel le dijo: “Manda a buscarle pues no nos sentaremos a comer hasta que no haya venido él” Jesé envió a buscarle. Era rubio, de hermosos ojos y bella presencia. Yahvé dijo a Samuel: “Levántate y úngele porque éste es” Samuel, tomando el cuerno del óleo lo derramó sobre su cabeza, ungiéndole a la vista de sus hermanos. Y desde aquel momento, y en lo sucesivo, el Espíritu de Dios vino sobre David, pues así se llamaba el chico, y se retiró de Saúl.

El Señor fue disponiendo las cosas para que David reinase en Israel y, como hace tantas veces, se va sirviendo de circunstancias ordinarias: así, Saúl se encontraba enfermo, triste y sin consuelo. Uno de sus sirvientes había oído hablar del hijo menor de Jesé, de Belén de Judá, -ya sabemos de quién se trata-, un chico valiente y que, además, tocaba muy bien el arpa. Propuso que se trajera al muchacho para que, en los ratos de tristeza del rey, le alegrase con canciones. De esta manera Saúl conoció al joven David quien, con frecuencia, tocaba el arpa ante el rey para alegrarle el corazón.
Mientras tanto, los filisteos habían formado un gran ejército que amenazaba a Israel, y Saúl tuvo que organizar sus tropas para defenderse de ellos. Ambos ejércitos se situaron en sendas colinas, una enfrente de la otra, entre las cuales mediaba un valle.
De las filas del ejército filisteo se destacó un hombre llamado Goliat, tan grande y poderoso que parecía un gigante comparado con el resto de los soldados. Llevaba un casco de bronce, una coraza con escamas de bronce y unas botas de bronce; a su espalda llevaba un escudo también de bronce y en la mano una lanza enorme con una gran punta de hierro; una imponente espada colgaba de su cinturón dentro de su vaina. Delante de él iba su escudero.
Goliat se paró y, dirigiéndose a las tropas de Israel puestas en orden de batalla, les gritó desafiante: “¡Yo reto al ejército de Israel! Elegid de entre vosotros un hombre que baje y se atreva a pelear conmigo; si en la lucha me vence, quedaremos sujetos a vosotros y os serviremos; pero si le venzo yo y le mato, entonces vosotros seréis nuestros servidores”
Los israelitas se amedrentaron y nadie se atrevía a luchar contra Goliat, el cual se envalentonaba más y más, saliendo cada mañana y cada tarde a repetir su desafío.
Jesé, que tenía a sus tres hijos mayores en el ejército de Israel, encargó a David que llevara alimentos a sus hermanos y se enterase de si se encontraban bien. David llegó al campamento y se acercó a la fila de soldados donde estaban sus hermanos. En aquel momento salió de nuevo Goliat, el gigante filisteo, y gritó lo de todos los días: “¿Quién se atreve a luchar conmigo?” Pero David, que lo oyó, preguntó a los que tenía cerca: “¿Quién es ese filisteo para insultar así al ejército del Dios vivo?” El rey Saúl vio a David y, extrañado, le mandó venir. Cuando David llegó a la presencia del rey dijo: “¡Que no desfallezca el corazón de mi señor por culpa de ese filisteo! Yo iré a luchar contra él” Pero Saúl le dijo: “Tú eres todavía un niño y él es un hombre de guerra desde su juventud” David replicó: “Cuando yo cuidaba los rebaños de mi padre y venía un león o un oso y se llevaba una oveja, yo le perseguía y le golpeaba hasta quitársela de la boca; he matado leones y osos, y ese filisteo será como uno de ellos. Yahvé, que me protegió antes, me protegerá también ahora” Hoy día ya no se ven leones ni osos por aquellas tierras, pero en tiempos de David no eran raros. Saúl le dijo: “vete y que Yahvé te acompañe”.
Vistieron a David con una coraza de bronce, casco y espada, pero cuando probó a moverse dijo: “No puedo ni andar con estas armas, no estoy acostumbrado” Y deshaciéndose de ellas tomó su cayado, eligió cinco chinarros del torrente que discurría cerca de allí, los metió en su zurrón de pastor y, con la honda en la mano, avanzó hacia el filisteo. La honda es un arma muy sencilla que frecuentemente llevan los pastores para ahuyentar a las alimañas o para obligar a las ovejas o al ganado a no abandonar el rebaño. Con la honda se lanzan las piedras mucho más lejos que con la mano. David confiaba más en su destreza con la honda que en las armas que le ofrecían para luchar.
Goliat se acercó poco a poco, y habló a David con desprecio: “¡Ven a mí, que voy a dar tu carne a los buitres y a las bestias del campo!” Dijo. Pero David le respondió: “Tú vienes a mí con lanza y espada, pero yo vengo contra ti en el nombre de Yahvé, Dios de los ejércitos, a quien has insultado. Te heriré y te cortaré la cabeza, y sabrá toda la tierra que Israel tiene un Dios”
El filisteo avanzó enfurecido hacia David, este se movió con rapidez, metió la mano en su zurrón, sacó un chinarro y lo lanzó con la honda. La piedra voló, y clavándose en la frente del filisteo lo derribó de bruces en tierra. Corrió David, se paró ante Goliat y, no teniendo espada a la mano, tomó la de él, sacándola de su vaina; lo mató y le cortó la cabeza.
Al ver los filisteos a su campeón muerto, se llenaron de pánico y desorganizados huyeron; pero el ejército de Israel salió tras ellos y los derrotaron fácilmente.
A partir de aquel día David entró plenamente al servicio del rey Saúl. Su fama de valiente se acrecentó durante las numerosas campañas de guerra que el rey le encomendaba. Siempre procedía con acierto y se le puso al mando de hombres de guerra mayores y con más experiencia que le respetaban y se sentían contentos de tenerlo por jefe.
Como salía siempre triunfante en las batallas contra los filisteos porque Yahvé estaba con él, las mujeres cantaban a coro en los pueblos: “Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil” El rey Saúl, al ver la fama que iba alcanzando, le tomó envidia y un día en que estaba David tocando el arpa, le arrojó su lanza, pero David la esquivó y se clavó en la pared.
David comprendió que tenía que alejarse y se marchó a casa de Samuel, que ya era anciano, con quien estuvo un tiempo. Pero Saúl se había empeñado en atraparlo y matarlo, y enviaba hombres en su busca.
Un día se encontraba David escondido dentro de una cueva con algunos de sus partidarios, pues tenía muchos porque su reputación de hombre valiente y favorecido de Yahvé seguía acompañándole, y, casualmente, entró Saúl sin saberlo a hacer una necesidad. Los que estaban con David le decían: “¡Aprovecha ahora y mata al rey!” pero David respondió: “Líbreme Dios de hacer tal cosa; no pondré mi mano sobre el ungido de Yahvé” Y no se sirvió de su ventaja; pero, en un descuido, cortó a Saúl un trozo de su manto y se escondió para que no le viera.
Cuando el rey abandonó la cueva sin haberse percatado de nada, salió también David y se postró en tierra gritándole: “¡Oh rey, mi señor! Yo no pretendo hacerte daño ¡Mira, padre mío, mira! —Le decía padre mío porque, como ya sabes, lo conocía desde muy joven— En mi mano tengo la orla de tu manto; yo la he cortado, y si no te he querido hacer daño debes comprender que no hay en mí maldad ni rebeldía contra ti. Tú, por el contrario, quieres quitarme la vida. Deja que sea Yahvé quien nos elija a ti o a mí porque, por mi parte, no pondré mi mano sobre ti”
Saúl se conmovió al oír las palabras de David y se echó a llorar diciendo: “¿Eres tú, hijo mío, David?, veo que tú eres mejor que yo porque me has hecho el bien y yo te pago con el mal. Hoy has probado que eres bueno conmigo porque, habiéndome puesto Yahvé en tus manos, no me has matado. Que Yahvé te pague lo que has hecho hoy conmigo. Bien sé que tú serás quien reine sobre Israel, pero júrame que cuando llegue ese momento no te vengarás de mí ni de los míos”
Y David se lo juró para que se quedara tranquilo.
Vocabulario
Alimaña: Animal perjudicial para el ganado, como por ejemplo el lobo.
Apacentar: Dar pasto a los ganados.
Asno: Burro, pollino.
De bruces: Boca abajo.
Óleo: Aceite.
Tutela: Cuidado de una persona o de un menor en ausencia de sus padres.
Ungir: Signar con el óleo sagrado.
Vidente: Profeta.
Zurrón: Bolsa grande de pellejo o cuero que usan los pastores.
Para la catequesis
- ¿Qué hizo la madre de Samuel para agradecer a Dios un favor recibido? ¿Eso fue bueno o malo para Samuel?
- Sabemos que Dios nos llama a todos para que seamos santos. Dile todos los días a Jesús, como Samuel: “Me has llamado y aquí estoy”.
- ¿Qué virtudes o cualidades aprecias en David que pudieran agradar a Dios?
por José M.ª Sánchez de Muniáin | 22 May, 2011 | Confirmación Vida de los Santos
San Fernando (1198? – 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.
A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.
Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.
Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.
Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.
Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».
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Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.
Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.
Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.
Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.
Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.
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Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.
San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.
Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.
Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».
Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.
A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.
Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.
Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.
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De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.
Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.
Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.
Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.
Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.
Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].
Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.
Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?
Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit… Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.
Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».
Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.
A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.
La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»
San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:
«Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»
Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.
José M.ª Sánchez de Muniáin,
San Fernando III de Castilla y León , en Año Cristiano, Tomo II,
Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 523- 531.
por CEF sobre material diverso | 15 May, 2011 | Confirmación Vida de los Santos
Nos encontramos ante una de estas santas que tienen mucho digno de ser admiradas más que imitadas. Y no se trata de una santa antigua sino muy cercana a nuestros días. De hecho nace en una familia pobre el año 1878.
Dios lleva a Gema casi desde poco de nacer por unos caminos que muy pronto llamarán la atención. La vida de Gema será una de esas vidas que casi desde que tuvo uso de razón hasta su muerte, y aun más allá de su muerte, tendrá fanáticos seguidores que todo lo verán en ella de orden sobrenatural y santo, y otros empedernidos detractores que no verán en ella sino histerismos físicos y morales y hasta influencias diabólicas.
A Gema Galgani hay que juzgarla con los adelantos de la ciencia de nuestros días y hay que aceptar que el Señor igual puede elegir para ser sus amigos -que nosotros llamamos santos- a personas sanas como a personas enfermas. Gema, nuestra -protagonista, perteneció a las segundas y mediante sus enfermedades, llevadas con gran heroísmo, llegó hasta la santidad reconocida por sus conciudadanos primero y después por la misma Iglesia.
Desde que tuvo uso de razón se vio que Gema era lista, inteligente, despierta, más que los niños de su edad, aunque no era un prodigio como suele a veces decirse. Quedó huérfana de muy niña y fue admitida a formar parte de una familia que siempre la tuvo como hija más que como criada.
A Gema le importó siempre conocer cuál era la verdadera voluntad de Dios y ella quiso cumplirla a raja tabla como medio de darle gloria a Él y mediante esto conseguir su propia santificación por la que luchó con toda su alma.
Si hubiera que señalar en Gema alguna virtud habría que recordar, sobre todo, éstas: la caridad, en la que descolló de modo admirable pues a ella parece que sólo le importaba cómo servir y atender a los demás olvidándose de sí misma. La obediencia ciega y sin límites a sus superiores. Para ella representaban a Dios y por ello estaba cierta que obedeciéndoles a ellos no podía equivocarse. La sencillez y humildad, pues se sentía siempre muy poca cosa e incluso la última de todos, y no por llamar la atención, sino porque tenía de sí misma ese juicio de tan poca valía. La pureza, en cuya materia era como un ángel. No permitía que en esta virtud nada ni nadie mancillase la blancura de su alma y de su cuerpo.
Si cuanto se cuenta en su vida se tratase de una santa de la antigüedad se pensaría que eran cosas curiosas inventadas por el autor de su vida. Pero en Gema se sabe que pasó por una serie de enfermedades tan raras que parecen casi imposibles de explicar para la ciencia de hoy. Pasaba de un momento de gravedad a quedar sana por completo. Desde su cuna hasta su muerte fue atacada por toda clase de enfermedades que se puede imaginar. Los médicos no lo sabían explicar.
Parecían gracias sobrenaturales o posesiones diabólicas. Su confesor, el obispo Volpi, atribuía a histeria los fenómenos que le sucedían mientras que su director espiritual, el pasionista Padre Germán de San Estanislao, aseguraba que era de origen sobrenatural cuanto le sucedía a Gema.
Mientras, ella clavaba su mirada en el Crucifijo y a él entregaba todo su ser. Hasta los mismos familiares se burlaban de ella y creían que todo era falso o invenciones de Gema, que era muy sensible y emotiva. Ella se refugiaba en la meditación de la Pasión del Señor, cuyas llagas o estigmas recibió en su cuerpo cuando tenía 22 años. Esta niña que nació tan enfermiza, de familia toda enferma y muerta prematuramente, es un buen modelo también para cuantas personas son probadas con la cruz de la enfermedad. Gema supo abrazarse a ella y caminar con ella. Tuvo muchas gracias místicas, pero fueron mucho más importantes las virtudes que siempre practicó. Murió el 1903 llena de méritos sobrenaturales.
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Vídeos de santa Gema
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{denvideo http://www.youtube.com/watch?v=dhyNB1T9W3E} |
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{denvideo http://www.youtube.com/watch?v=cC03hKNhmG0} |
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{denvideo http://www.youtube.com/watch?v=GdmEN3NP7-k} |
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