Evangelio del día: Martirio de san Juan Bautista

Evangelio del día: Martirio de san Juan Bautista

Marcos 6, 17-25.27-29. Martirio de san Juan Bautista. Juan el Bautista fue un hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra creciera.

Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano». Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le aseguró bajo juramento: «Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella fue a preguntar a su madre: «¿Qué debo pedirle?». «La cabeza de Juan el Bautista», respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: «Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 1, 17-19

Salmo: Sal 71(70), 1-6.15.17

Oración introductoria

Señor, creo que quieres tener este momento de oración conmigo, no porque a Ti te haga falta sino porque quieres acompañarme y mostrarme el camino que debo seguir hoy. El espejismo de lo que me aleja de tu verdad es muy atrayente, no permitas que me deje seducir como Herodes.

Petición

Jesús, dame la gracia de escuchar hoy claramente tu verdad.

Meditación del Santo Padre Francisco

Una Iglesia inspirada en la figura de Juan el Bautista: que «existe para proclamar, para ser voz de una palabra, de su esposo que es la palabra» y «para proclamar esta palabra hasta el martirio» a manos «de los más soberbios de la tierra». Es la línea que trazó el Santo Padre en la misa del 24, fiesta litúrgica del nacimiento del santo a quien la Iglesia venera como «el hombre más grande nacido de mujer».

La reflexión del Papa se centró en el citado paralelismo, porque «la Iglesia tiene algo de Juan», si bien —alertó enseguida— es difícil delinear su figura. «Jesús dice que es el hombre más grande que haya nacido». He aquí entonces la invitación a preguntarse quién es verdaderamente Juan, dejando la palabra al protagonista mismo. Él, en efecto, cuando «los escribas, los fariseos, van a pedirle que explique mejor quién era», responde claramente: «Yo no soy el Mesías. Yo soy una voz, una voz en el desierto». En consecuencia, lo primero que se comprende es que «el desierto» son sus interlocutores; gente con «un corazón sin nada». Mientras que él es «la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después». En todo esto —explicó el Papa— está «el misterio de Juan» que «nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro. Y Juan es quien indica, quien enseña», utilizando los términos «detrás de mí… yo no soy quien vosotros pensáis; viene uno después de mí a quien yo no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias». Por lo tanto, «la palabra no está», está en cambio «una voz que indica a otro». Todo el sentido de su vida «está en indicar a otro».

Prosiguiendo su homilía, el Papa Francisco puso de relieve que la Iglesia elige para la fiesta de san Juan «los días más largos del año; los días que tienen más luz, porque en las tinieblas de aquel tiempo Juan era el hombre de la luz: no de una luz propia, sino de una luz reflejada. Como una luna. Y cuando Jesús comenzó a predicar», la luz de Juan empezó a disiparse, «a disminuir, a desvanecerse». Él mismo lo dice con claridad al hablar de su propia misión: «Es necesario que Él crezca y yo mengüe».

«Voz, no palabra; luz, pero no propia, Juan parece ser nadie», sintetizó el Pontífice. He aquí desvelada «la vocación» del Bautista —afirmó—: «Rebajarse. Cuando contemplamos la vida de este hombre tan grande, tan poderoso —todos creían que era el Mesías—, cuando contemplamos cómo esta vida se rebaja hasta la oscuridad de una cárcel, contemplamos un misterio» enorme. En efecto —prosiguió— «nosotros no sabemos cómo fueron» sus últimos días. Se sabe sólo que fue asesinado y que su cabeza acabó «sobre una bandeja como gran regalo de una bailarina a una adúltera. Creo que no se puede descender más, rebajarse». Sin embargo, sabemos lo que sucedió antes, durante el tiempo que pasó en la cárcel: conocemos «las dudas, la angustia que tenía»; hasta el punto de llamar a sus discípulos y mandarles «a que hicieran la pregunta a la palabra: ¿eres tú o debemos esperar a otro?». Porque no se le ahorró ni siquiera «la oscuridad, el dolor en su vida»: ¿mi vida tiene un sentido o me he equivocado?

En definitiva —dijo el Papa—, el Bautista podía presumir, sentirse importante, pero no lo hizo: él «sólo indicaba, se sentía voz y no palabra». Este es, según el Papa Francisco, «el secreto de Juan». Él «no quiso ser un ideólogo». Fue un «hombre que se negó a sí mismo, para que la palabra» creciera. He aquí entonces la actualidad de su enseñanza, subrayó el Santo Padre: «Nosotros como Iglesia podemos pedir hoy la gracia de no llegar a ser una Iglesia ideologizada», para ser en cambio «sólo la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans», dijo citando el íncipit de la constitución conciliar sobre la divina revelación. Una «Iglesia que escucha religiosamente la palabra de Jesús y la proclama con valentía»; una «Iglesia sin ideologías, sin vida propia»; una «Iglesia que es mysterium lunae, que tiene luz procedente de su esposo» y que debe disminuir la propia luz para que resplandezca la luz de Cristo. «El modelo que nos ofrece hoy Juan» —insistió el Papa Francisco— es el de «una Iglesia siempre al servicio de la Palabra»; «una Iglesia-voz que indica la palabra, hasta el martirio».

Santo Padre Francisco: Siguiendo el ejemplo de san Juan, voz de la Palabra

Homilía del lunes, 24 de junio de 2013

Propósito

Si hay un precepto de la doctrina que no vivo, o que cumplo sólo por tradición, buscar leer y consultar sobre el tema para ser siempre un auténtico testigo.

Diálogo con Cristo

Señor, qué gran ejemplo tengo en Juan el Bautista que con firmeza predicó siempre tu verdad. No le importaba la opinión de los demás, no permitía desvíos ni letargos egoístas. Gracias por iluminar mi conciencia, por ayudarme a ver dónde estoy siendo sordo o ciego e insensible a tu doctrina. Ayúdame a adherirme firmemente a tu voluntad para hacer de tu amor el centro de mi propia existencia.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Invitación a la humildad

Evangelio del día: Invitación a la humildad

Lucas 14, 1.7-14. Vigésimosegundo Domingo del Tiempo Ordinario. Una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más arriba».

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: «Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: «Déjale el sitio», y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: «Amigo, acércate más», y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado». Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Eclesiástico, Eclo 3, 17-18.20.28-29

Salmo: Sal 68(67), 4-7.10-11

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 12, 18-19.22-24a

Oración introductoria

Padre, te suplico humildemente que me acompañes con tu presencia amorosa para que mi corazón se llene de lo único que necesita: fe, amor a mis hermanos y esperanza.

Petición

Jesús, que tenga la humildad de dejar a mis hermanos los mejores puestos por amor a ellos y a Dios.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En el Evangelio de este domingo (Lc 14, 1.7-14), encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial. «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: «Deja el sitio a este»… Al contrario, cuando seas convidado, ve a sentarte en el último puesto» (Lc 14, 8-10). El Señor no pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo, que es el de la humildad: «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lc 14, 11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el «último lugar» puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo «tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente» (Deus caritas est, 35).

Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolverle el favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho, la verdadera recompensa la dará al final Dios, «quien gobierna el mundo… Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y mientras él nos dé fuerzas» (Deus caritas est, 35). Por tanto, una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad: de él aprendemos la paciencia en las tentaciones, la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: «Amigo, sube más arriba» (cf. Lc 14, 10); en efecto, el verdadero bien es estar cerca de él. San Luis IX, rey de Francia —cuya memoria se celebró el pasado miércoles— puso en práctica lo que está escrito en el Libro del Sirácida: «Cuanto más grande seas, tanto más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor» (3, 18). Así escribió en el «Testamento espiritual a su hijo»: «Si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas» (Acta Sanctorum Augusti 5 [1868] 546).

Queridos amigos, hoy recordamos también el martirio de san Juan Bautista, el mayor entre los profetas de Cristo, que supo negarse a sí mismo para dejar espacio al Salvador y que sufrió y murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guíen por el camino de la humildad, para llegar a ser dignos de la recompensa divina.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 29 de agosto de 2010

Propósito

Podemos vivir hoy la virtud de la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y dando nuestra preferencia al prójimo.

Diálogo con Cristo

Señor,Tú sabes mejor que nadie cuán frágil soy y cuánta ayuda necesito para obrar como Tú deseas.Por eso, vengo ante ti este día, para pedirte perdón por no escucharte ni ver el gran amor que me tienes. Este día quiero ser un reflejo de tu amor; que los demás vean en mí el gran amor por el cual Cristo se hizo el más humilde de todos para salvarnos.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *

Evangelio del día: Parábola de los talentos

Evangelio del día: Parábola de los talentos

Mateo 25, 14-30. Sábado de la 21.ª semana del Tiempo Ordinario. Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!». Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes»».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 1, 26-31

Salmo: Sal 33(32), 12-13.18-21

Oración introductoria

Señor, gracias por los talentos que me has dado. No permitas que la apatía o el desánimo me lleven a enterrarlos o a utilizarlos para mi beneficio personal. Ilumina mi oración, permite que me acerque a Ti con confianza y con un corazón sincero, para desprenderme de mi voluntad y unirme más a la tuya.

Petición

Padre, ayudanos a comprender que lo que se nos ha dado se multiplica dándolo. Es un tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25, 14-30). Relata acerca de un hombre que, antes de partir para un viaje, convocó a sus siervos y les confió su patrimonio en talentos, monedas antiguas de grandísimo valor. Ese patrón dejó al primer siervo cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del patrón, los tres siervos tenían que hacer fructificar ese patrimonio. El primer y el segundo siervo duplicaron cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, sepultó el talento recibido en un hoyo. Al regresar el patrón, los dos primeros recibieron la alabanza y la recompensa, mientras que el tercero, que restituyó sólo la moneda recibida, fue reprendido y castigado.

Es claro el significado de esto. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien plantearnos. Cualquier ambiente, incluso el más lejano e inaccesible, puede convertirse en lugar donde fructifiquen los talentos. No existen situaciones o sitios que sean obstáculo para la presencia y el testimonio cristiano. El testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.

Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva. Así también el perdón que el Señor nos da especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, sino dejemos que irradie su fuerza, que haga caer los muros que levantó nuestro egoísmo, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde ya no hay comunicación… Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos dio, sean para los demás, crezcan, produzcan fruto, con nuestro testimonio.

Creo que hoy sería un hermoso gesto que cada uno de vosotros tomara el Evangelio en casa, el Evangelio de san Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, y leyera esto, y meditara un poco: «Los talentos, las riquezas, todo lo que Dios me ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O sólo los cuido en la caja fuerte?».

Además, el Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma forma: nos conoce personalmente y nos confía lo que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo igual: la misma e inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Y esto es lo mismo para todos. No lo decepcionemos. No nos dejemos engañar por el miedo, sino devolvamos confianza con confianza. La Virgen María encarna esta actitud de la forma más hermosa y más plena. Ella recibió y acogió el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ofreció a la humanidad con corazón generoso. A ella le pedimos que nos ayude a ser «siervos buenos y fieles», para participar «en el gozo de nuestro Señor».

Santo Padre Francisco

Ángelus del Domingo, 16 de noviembre de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la célebre parábola de los talentos —que narra el evangelista Mateo (cf. 25, 14-30)—, Jesús habla de tres siervos a los que el señor, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus bienes. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un hoyo. Al volver a casa, el señor pide cuentas a los siervos de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, el tercero lo defrauda. En efecto, el siervo que mantuvo escondido el talento sin valorizarlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su señor ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en que le pediría cuentas de su actuación. Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia. Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que el Señor a nadie niega el don de su caridad, del amor. Escribe: «Por esto, es necesario, hermanos míos, que pongáis sumo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengáis que realizar» (Homilías sobre los Evangelios 9, 6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: «Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y arrojado fuera, a las tinieblas» (ib.).

Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos exhortan las Escrituras. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual cualquier otro don es vano (cf. 1 Co 13, 3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros? (cf. 1 Jn 4, 11). Sólo practicando la caridad, también nosotros podremos participar en la alegría de nuestro Señor. Que la Virgen María sea nuestra maestra de laboriosa y alegre vigilancia en el camino hacia el encuentro con Dios.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 13 de noviembre de 2011

Propósito

El que ama de verdad no deja escapar ninguna ocasión para aprovechar sus dones y hacerlos fructificar en bien de los demás.

Diálogo con Cristo

Señor, qué fácilmente olvido lo fugaz y lo temporal de esta vida. En vez de buscar multiplicar, en clave al amor a los demás, los numerosos talentos con los que has enriquecido mi vida, frecuentemente me dejo atrapar por el camino fácil de la comodidad o la ley del menor esfuerzo. Concédeme la gracia de saber reconocer y multiplicar los dones recibidos.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Parábola de las diez vírgenes

Evangelio del día: Parábola de las diez vírgenes

Mateo 25, 1-13. Viernes de la 21.ª semana del Tiempo Ordinario. Lo que se nos pide en esta parábola es que estemos preparados al encuentro con Jesús, lo cual significa saber ver los signos de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios.

En aquel tiempo dijo Jesús: «Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: «¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!». Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: «¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?». Pero estas les respondieron: «No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado». Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: «Señor, señor, ábrenos», pero él respondió: «Les aseguro que no las conozco». Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera Carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 1, 17-25

Salmo: Sal 33(32), 1-5.10-11

Oración introductoria

Señor, qué fácilmente puedo dejarte a un lado, en un segundo plano, y acordarme de Ti sólo cuándo hay una necesidad o problema. Ese descuido, irresponsabilidad o apatía me trae muchas consecuencias negativas porque debilita mi capacidad de amar. Ayúdame, por medio de esta oración, a comprender la necesidad de mantenerme siempre alerta, dispuesta a recibir tu gracia que me hace capaz de transformarme y transformar mi mundo.

Petición

Señor, dame la gracia de tener un corazón alerta y vigilante, para obrar siempre el bien.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo profesamos que Jesús «de nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y muertos». La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo se olvidan estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el retorno de Cristo y en el juicio final a veces no es tan clara y firme en el corazón de los cristianos. Jesús, durante la vida pública, se detuvo frecuentemente en la realidad de su última venida. Hoy desearía reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, el de los talentos y el del juicio final. Los tres forman parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos, en el Evangelio de san Mateo.

Ante todo recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios llevó junto al Padre nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraer a todos hacia sí, llamar a todo el mundo para que sea acogido entre los brazos abiertos de Dios, para que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Pero existe este «tiempo inmediato» entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el tiempo que estamos viviendo. En este contexto del «tiempo inmediato» se sitúa la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25, 1-13). Se trata de diez jóvenes que esperan la llegada del Esposo, pero él tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio improviso de que el Esposo está llegando todas se preparan a recibirle, pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen aceite para alimentar sus lámparas; las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas porque no tienen aceite; y mientras lo buscan, llega el Esposo y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que introduce en la fiesta nupcial. Llaman con insistencia, pero ya es demasiado tarde; el Esposo responde: no os conozco. El Esposo es el Señor y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo de vigilancia; tiempo en el que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; tiempo de tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo para vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo. Lo que se nos pide es que estemos preparados al encuentro —preparados para un encuentro, un encuentro bello, el encuentro con Jesús—, que significa saber ver los signos de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!

La segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios y su retorno, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25, 14-30). Conocemos bien la parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros dos siervos multiplican sus talentos —son monedas antiguas—, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso, el señor juzga su obra: alaba a los dos primeros, y el tercero es expulsado a las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo. Un cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano… ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción —nosotros estamos en el tiempo de la acción—, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo. Y en particular hoy, en este período de crisis, es importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro. En la plaza he visto que hay muchos jóvenes: ¿es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes? ¿Dónde están? A vosotros, que estáis en el comienzo del camino de la vida, os pregunto: ¿habéis pensado en los talentos que Dios os ha dado? ¿Habéis pensado en cómo podéis ponerlos al servicio de los demás? ¡No enterréis los talentos! Apostad por ideales grandes, esos ideales que ensanchan el corazón, los ideales de servicio que harán fecundos vuestros talentos. La vida no se nos da para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tened un ánimo grande! ¡No tengáis miedo de soñar cosas grandes!

Finalmente, una palabra sobre el pasaje del juicio final, en el que se describe la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos (cf. Mt 25, 31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado —he dicho «extranjero»: pienso en muchos extranjeros que están aquí, en la diócesis de Roma: ¿qué hacemos por ellos?—; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios según la caridad, según como lo hayamos amado en nuestros hermanos, especialmente los más débiles y necesitados. Cierto: debemos tener siempre bien presente que nosotros estamos justificados, estamos salvados por gracia, por un acto de amor gratuito de Dios que siempre nos precede; solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Pero para dar fruto, la gracia de Dios pide siempre nuestra apertura a Él, nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene a traernos la misericordia de Dios que salva. A nosotros se nos pide que nos confiemos a Él, que correspondamos al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones animadas por la fe y por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, que contemplar el juicio final jamás nos dé temor, sino que más bien nos impulse a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerle en los pobres y en los pequeños; para que nos empleemos en el bien y estemos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles. Gracias.

Santo Padre Francisco

Audiencia General del miércoles, 24 de abril de 2013

Propósito

Dar la Luz de Cristo a nuestra vida para que comienza a brillar, pero para que nunca de apague se necesita alimentarla con obras de caridad.

Diálogo con Cristo

San Agustín dijo que tuviéramos cuidado de la gracia de Dios que pasa y no vuelve. Por eso te pido, Padre bueno, que me ayudes a percibir tu presencia en lo cotidiano de este día para que con tu gracia pueda ser tu fiel discípulo y misionero. Mis decisiones labran mi destino, que terrible sería que me descuidará y siguiera el camino fácil que ofrece el mundo, por eso te pido me ayudes a vivir con el constante deseo de trabajar por ti.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: ¡Estad en vela!

Evangelio del día: ¡Estad en vela!

Mateo 24, 42-51. Jueves de la 21.ª semana del Tiempo Ordinario. Los cristianos debemos hacer lo posible para tratar de ser sabios y prudentes, y también tener confianza en la bondad del Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: «Mi señor tardará», y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Primera carta de san Pablo a los Corintios, 1 Cor 1, 1-9

Salmo: Sal 145(144), 2-7

Oración introductoria

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo; concédeme que, guiado por el mismo Espíritu, sienta la urgencia de estar siempre preparado, viviendo de cara a la eternidad y que esta oración me capacite para conocerte, encontrarte y amarte.

Petición

Señor, ¡aumenta mi fe!

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Hoy escuchamos en el evangelio la parábola del siervo fiel (cf. Mt 24, 42-51). Este siervo, como nos dice el Señor, da la comida a los demás a su tiempo. No lo hace todo a la vez, sino que es un siervo sabio y prudente, que sabe distribuir en los diversos momentos lo que debe hacer en aquella situación. Lo hace con humildad, y también está seguro de la confianza de su señor. Así nosotros debemos hacer lo posible para tratar de ser sabios y prudentes, y también tener confianza en la bondad de nuestro Señor, porque al fin y al cabo debe ser él quien guíe a su Iglesia. Nosotros nos insertamos con nuestro pequeño don y hacemos lo que podemos, sobre todo las cosas siempre necesarias: los sacramentos, el anuncio de la Palabra, los signos de nuestra caridad y de nuestro amor.

Santo Padre Benedicto XVI

Encuentro el jueves, 31 de agosto de 2006

Propósito

Ofrecer hoy un pequeño sacrificio a Dios y pedirle la gracia de adquirir la virtud que más necesite para crecer en el amor a los demás.

Diálogo con Cristo

Jesús, qué diferente es mi vida cuando me esfuerzo por ver todo desde el plano de la fe. Las cosas, las actividades, las mismas relaciones sociales, todo se transforma y se vuelve relativo de cara a la eternidad. ¡Qué pocas cosas son importantes! Ayúdame a vivir pensando en el cielo que me has prometido y que lo busque como esa perla fina, ese gran tesoro que dará plenitud a mi vida.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Fiesta de san Bartolomé, Apóstol

Evangelio del día: Fiesta de san Bartolomé, Apóstol

Juan 1, 45-51. Fiesta de san Bartolomé, Apóstol. «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1, 49)… Estas palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado.

Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús continuó: «Porque te dije: «Te vi debajo de la higuera», crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 21, 9b-14

Salmo: Sal 145(144), 10-13.17-18

Oración introductoria

Jesús, eres el hijo de Dios, el rey de mi vida y mi mejor amigo, maestro y pastor. Me tomas de la mano y me conduces al Padre. Me insistes en la conversión, pues sólo un corazón decidido puede a orar en la fe. Ayúdame a orar disponiendo mi corazón para hacer la voluntad del Padre.

Petición

Señor, concédeme buscar la santidad en la coherencia y en el cumplimiento de tu voluntad.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la serie de los Apóstoles llamados por Jesús durante su vida terrena, hoy nuestra atención se centra en el apóstol Bartolomé. En las antiguas listas de los Doce siempre aparece antes de Mateo, mientras que varía el nombre de quien lo precede y que puede ser Felipe (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 14) o bien Tomás (cf. Hch 1, 13). Su nombre es claramente un patronímico, porque está formulado con una referencia explícita al nombre de su padre. En efecto, se trata de un nombre probablemente de origen arameo, bar Talmay, que significa precisamente «hijo de Talmay».

De Bartolomé no tenemos noticias relevantes; en efecto, su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce citadas anteriormente y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración.

Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael: un nombre que significa «Dios ha dado». Este Natanael provenía de Caná (cf. Jn 21, 2) y, por consiguiente, es posible que haya sido testigo del gran «signo» realizado por Jesús en aquel lugar (cf. Jn 2, 1-11). La identificación de los dos personajes probablemente se deba al hecho de que este Natanael, en la escena de vocación narrada por el evangelio de san Juan, está situado al lado de Felipe, es decir, en el lugar que tiene Bartolomé en las listas de los Apóstoles referidas por los otros evangelios.

A este Natanael Felipe le comunicó que había encontrado a «ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1, 45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret (véase también Jn 7, 42). Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente «de Nazaret», sino que había nacido en Belén (cf. Mt 2, 1; Lc 2, 4) y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos.

La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras. Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: «Ven y lo verás» (Jn 1, 46).

Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4, 42).

Volviendo a la escena de vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» (Jn 1, 47). Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: «Dichoso el hombre… en cuyo espíritu no hay fraude» (Sal 32, 2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: «¿De qué me conoces?» (Jn 1, 48). La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1, 48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael.

Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1, 49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue.

Sobre la sucesiva actividad apostólica de Bartolomé-Natanael no tenemos noticias precisas. Según una información referida por el historiador Eusebio, en el siglo IV, un tal Panteno habría encontrado incluso en la India signos de la presencia de Bartolomé (cf. Hist. eccl. V, 10, 3). En la tradición posterior, a partir de la Edad Media, se impuso la narración de su muerte desollado, que llegó a ser muy popular. Pensemos en la conocidísima escena del Juicio final en la capilla Sixtina, en la que Miguel Ángel pintó a san Bartolomé sosteniendo en la mano izquierda su propia piel, en la cual el artista dejó su autorretrato.

Sus reliquias se veneran aquí, en Roma, en la iglesia dedicada a él en la isla Tiberina, adonde las habría llevado el emperador alemán Otón III en el año 983. Concluyendo, podemos decir que la figura de san Bartolomé, a pesar de la escasez de informaciones sobre él, de todos modos sigue estando ante nosotros para decirnos que la adhesión a Jesús puede vivirse y testimoniarse también sin la realización de obras sensacionales. Extraordinario es, y seguirá siéndolo, Jesús mismo, al que cada uno de nosotros está llamado a consagrarle su vida y su muerte.

Santo Padre Benedicto XVI

Catequesis sobre san Bartolomé, apóstol

Audiencia General del miércoles, 4 de octubre de 2006

Propósito

Restar importancia a mis puntos de vista, para estar más abierto a la opinión de los demás.

Diálogo con Cristo

Jesús, frecuentemente soy escéptico y desconfío en que puedo alcanzar la santidad, porque no me dejo transformar por tu gracia y no cumplo la voluntad de Dios. Por eso te pido, hoy, que abras mi espíritu, mi corazón, mi entendimiento, para que sepa reconocerte siempre y darte el lugar que te corresponde en mi vida.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Escribas y fariseos hipócritas

Evangelio del día: Escribas y fariseos hipócritas

Mateo 23, 23-26. Martes de la 21.ª semana del Tiempo Ordinario. Jesús aconseja no mirar las apariencias sino ir al corazón de la verdad.

En aquel tiempo, dijo Jesús:«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley; la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Sgunda Carta a los Tesalonicenses, 2 Tes 1, 1-5.11b-12

Salmo: Sal 96(95), 10-13

Oración introductoria

Oh, Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, limpia mi conciencia para que pueda convivir permanente con tu gracia, te lo pido por intercesión de la Inmaculada Virgen María que supo actuar siempre de cara a la verdad.

Petición

Jesús, ayúdame a vivir según esta regla: «Es bueno lo que me ayuda a cumplir la voluntad de Dios, y malo lo que me estorba».

Meditación del Santo Padre Francisco

El otro pecado «contra el primer mandamiento del que habla la liturgia de hoy es la hipocresía», prosiguió el Santo Padre. El punto de partida para esta ulterior reflexión lo ofreció el relato de Lucas que habla de «aquel hombre que invita a Jesús a comer y se escandaliza porque no se lava las manos» y piensa que Jesús es un «injusto» porque «no realiza lo que debe cumplirse». Y así «como Pablo no ahorra palabras contra los idólatras —notó el Santo Padre—, así Jesús no ahorra palabras contra los hipócritas: vosotros fariseos limpiáis el exterior del vaso y del plato, pero vuestro interior está lleno de avidez y maldad. ¡Es clarísimo! Sois ávidos y malos, necios». Usa «la misma palabra que Pablo dice de los idólatras: se han hecho necios, necios. ¿Y qué consejo da Jesús? Dad más bien en limosna lo que está dentro del plato y he aquí que para vosotros todo será más puro».

Jesús aconseja por lo tanto «no mirar las apariencias», sino ir al corazón de la verdad: «el plato es el plato, pero es más importante lo que está dentro del plato: el alimento. Pero si tú eres un vanidoso, si tú eres un carrierista, si tú eres un ambicioso, si tú eres una persona que siempre se vanagloria de sí misma o a quien gusta jactarse, porque te crees perfecto, da un poco de limosna y ella curará tu hipocresía».

«He aquí el camino del Señor —concluyó el Papa—: adorar a Dios, amar a Dios por encima de todo, y amar al prójimo. Es muy sencillo, pero muy difícil. Se puede hacer sólo con la gracia. Pidamos la gracia».

Santo Padre Francisco 

Amor a Dios y al prójimo para vencer los pecados de la idolatría y de la hipocresía

Homilía del martes, 15 de octubre de 2013

Propósito

Buscar «ser» más y mejor persona, en vez de hacer cosas para «parecer» buen cristiano.

Diálogo con Cristo

Oh, Espíritu de santidad, ven y renueva mi corazón en esta oración. Ven, Espíritu de amor, de paz, y enséñame a ser auténtico y coherente con mi fe para llegar a ser benevolente, lleno siempre de amor y comprensión con todos, especialmente con los más cercanos. Ayúdame a corresponderte con un amor fiel, verdadero y apasionado.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: Memoria de Santa María Virgen, Reina

Evangelio del día: Memoria de Santa María Virgen, Reina

Lucas 1, 26-38. Memoria de Santa María Virgen, Reina. El misterio de la relación entre Dios y el hombre no busca la publicidad, porque no lo haría verdadero. María es el ejemplo de cómo debemos vivir el misterio de la relación con Dios.

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Angel se alejó.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías 9, 1-3.5-6

Salmo: Sal 113(112), 1-8 

Oración introductoria

Señor, así como María supo acoger el anuncio del ángel, permite que yo sepa escuchar y aceptar lo que hoy quieres decirme en mi oración, porque mi anhelo es que la verdad de tu Evangelio impregne mi modo de ver, pensar y de actuar.

Petición

Jesús, permite que siempre diga un «sí», alegre y confiado, a lo que Tú quieras pedirme.

Meditación del Santo Padre Francisco

El misterio de la relación entre Dios y el hombre no busca la publicidad, porque no lo haría verdadero. Requiere más bien el estilo del silencio. Corresponde luego a cada uno de nosotros descubrir, precisamente en el silencio, las características del misterio de Dios en la vida personal. A pocos días de la Navidad, el Papa Francisco propuso una fuerte reflexión sobre el valor del silencio. E invitó a amarlo y buscarlo así como lo hizo María, cuyo testimonio evocó en la misa celebrada [hoy].

Una reflexión basada en el pasaje del Evangelio de san Lucas propuesto por la liturgia del día (1, 26-38), que inicia con «esa frase» que «nos dice mucho» dirigida por el ángel a la Virgen: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra», y que remite también al pasaje del libro de Isaías (7, 10-14), proclamado en la primera lectura de la celebración.

«Es la sombra de Dios —explicó el Pontífice— que en la historia de la salvación custodia siempre el misterio». Es «la sombra de Dios que acompañó al pueblo en el desierto». Toda la historia de la salvación muestra que «el Señor cuidó siempre el misterio. Y cubrió el misterio. No hizo publicidad del misterio». En efecto, «el misterio que hace publicidad de sí mismo no es cristiano, no es misterio de Dios. Es un fingimiento de misterio». Precisamente el pasaje evangélico de hoy lo confirma, prosiguió el Papa. Cuando la Virgen recibe del ángel el anuncio del Hijo, «el misterio de su maternidad personal» permanece oculto.

Y ésta es una verdad que se refiere también a todos nosotros. «Esta sombra de Dios en nosotros, en nuestra vida», afirmó el Pontífice, nos ayuda a «descubrir nuestro misterio: nuestro misterio del encuentro con el Señor, nuestro misterio del camino de la vida con el Señor». En efecto, «cada uno de nosotros —explicó el Papa— sabe cómo obra misteriosamente el Señor en su corazón, en su alma. Y cuál es la nube, el poder, cómo es el estilo del Espíritu Santo para cubrir nuestro misterio. Esta nube en nosotros, en nuestra vida, se llama silencio. El silencio es precisamente la nube que cubre el misterio de nuestra relación con el Señor, de nuestra santidad y nuestros pecados».

Es un «misterio» que, continuó, «no podemos explicar. Pero cuando no hay silencio en nuestra vida el misterio se pierde, se va». He aquí, entonces, la importancia de «custodiar el misterio con el silencio: es la nube, el poder de Dios para nosotros, la fuerza del Espíritu Santo».

El Papa Francisco propuso una vez más el testimonio de la Virgen que vivió hasta el final «este silencio» en toda su vida. «Pienso —dijo el Pontífice— cuántas veces calló, cuántas veces no dijo lo que sentía para custodiar el misterio de la relación con su Hijo». Y recordó que «Pablo VI en 1964, en Nazaret, nos decía que tenemos la necesidad de renovar y reforzar, de robustecer el silencio», precisamente porque «el silencio custodia el misterio». El Papa dejó lugar luego «al silencio de la Virgen al pie de la cruz», a lo que pasaba por su mente —recordó— como hizo también Juan Pablo II.

En realidad, precisó, el Evangelio, no refiere palabra alguna de la Virgen: María «era silenciosa, pero dentro de su corazón cuántas cosas decía al Señor» en ese momento crucial de la historia. Probablemente María habrá reflexionado en las palabras del ángel que «hemos leído» en el Evangelio respecto a su Hijo: «Aquel día me dijiste que sería grande. Tú me dijiste que le darías el trono de David su padre y que reinaría para siempre. Pero ahora lo veo allí», en la cruz. María «con el silencio cubrió el misterio que no comprendía. Y con el silencio dejó que el misterio pudiera crecer y florecer» llevando a todos una gran «esperanza».

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»: las palabras del ángel a María, dijo una vez más el Pontífice, nos aseguran que «el Señor cubre su misterio». Porque «el misterio de nuestra relación con Dios, de nuestro camino, de nuestra salvación no se puede poner al aire, hacer con él publicidad. El silencio lo custodia». El Papa Francisco concluyó su homilía con la oración de que «el Señor nos dé a todos la gracia de amar el silencio, buscarlo, tener un corazón protegido por la nube del silencio. Y así el misterio que crece en nosotros dará muchos frutos».

Santo Padre Francisco: El misterio no busca publicidad

Homilía del viernes, 20 de diciembre de 2013

Propósito

Elevemos nuestros corazones hacia la Virgen María, para que nos ayude a reconciliarnos con el Señor cada vez que nos alejamos del amor de Dios.

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, desde la Cruz nos donaste a tu madre para que fuese la Madre de todos nosotros; sé que Nuestra Señora la Virgen María es maestra de fe y ejemplo culminante de humildad; quiero que Ella sea mi modelo para seguirte en el camino de santidad.

*  *  *

Más sobre Santa María Virgen, Reina.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *





Evangelio del día: La puerta estrecha

Evangelio del día: La puerta estrecha

Lucas 13, 22-30. Vigésimoprimer Domingo del Tiempo Ordinario. La puerta de Jesús es una puerta estrecha porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de Su Salvación, de Su perdón, de Su amor, de tener la humildad de acoger Su misericordia y dejarnos renovar por Él.

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes». Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas». Pero él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!». Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera. Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 66, 18-21

Salmo: Sal 117(116), 1-2

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 12, 5-7.11-13

Oración introductoria

Padre, ayúdame a aceptar tu Palabra y a comprender que no es posible alcanzar la santidad si mi vida está dominada por la ley del menor esfuerzo. Guía esta oración, ayúdame a guardar el silencio necesario para saber escucharte.

Petición

Señor, ayúdame a cambiar el mal en bien, el odio en amor, la venganza en perdón.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar acerca del tema de la salvación. Jesús está subiendo desde Galilea hacia la ciudad de Jerusalén y en el camino —relata el evangelista Lucas— alguien se le acerca y le pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (13, 23). Jesús no responde directamente a la pregunta: no es importante saber cuántos se salvan, sino que es importante más bien saber cuál es el camino de la salvación. Y he aquí entonces que, a la pregunta, Jesús responde diciendo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (v. 24). ¿Qué quiere decir Jesús? ¿Cuál es la puerta por la que debemos entrar? Y, ¿por qué Jesús habla de una puerta estrecha?

La imagen de la puerta se repite varias veces en el Evangelio y se refiere a la de la casa, del hogar doméstico, donde encontramos seguridad, amor, calor. Jesús nos dice que existe una puerta que nos hace entrar en la familia de Dios, en el calor de la casa de Dios, de la comunión con Él. Esta puerta es Jesús mismo (cf. Jn 10, 9). Él es la puerta. Él es el paso hacia la salvación. Él conduce al Padre. Y la puerta, que es Jesús, nunca está cerrada, esta puerta nunca está cerrada, está abierta siempre y a todos, sin distinción, sin exclusiones, sin privilegios. Porque, sabéis, Jesús no excluye a nadie. Tal vez alguno de vosotros podrá decirme: «Pero, Padre, seguramente yo estoy excluido, porque soy un gran pecador: he hecho cosas malas, he hecho muchas de estas cosas en la vida». ¡No, no estás excluido! Precisamente por esto eres el preferido, porque Jesús prefiere al pecador, siempre, para perdonarle, para amarle. Jesús te está esperando para abrazarte, para perdonarte. No tengas miedo: Él te espera. Anímate, ten valor para entrar por su puerta. Todos están invitados a cruzar esta puerta, a atravesar la puerta de la fe, a entrar en su vida, y a hacerle entrar en nuestra vida, para que Él la transforme, la renueve, le done alegría plena y duradera.

En la actualidad pasamos ante muchas puertas que invitan a entrar prometiendo una felicidad que luego nos damos cuenta de que dura sólo un instante, que se agota en sí misma y no tiene futuro. Pero yo os pregunto: nosotros, ¿por qué puerta queremos entrar? Y, ¿a quién queremos hacer entrar por la puerta de nuestra vida? Quisiera decir con fuerza: no tengamos miedo de cruzar la puerta de la fe en Jesús, de dejarle entrar cada vez más en nuestra vida, de salir de nuestros egoísmos, de nuestras cerrazones, de nuestras indiferencias hacia los demás. Porque Jesús ilumina nuestra vida con una luz que no se apaga más. No es un fuego de artificio, no es un flash. No, es una luz serena que dura siempre y nos da paz. Así es la luz que encontramos si entramos por la puerta de Jesús.

Cierto, la puerta de Jesús es una puerta estrecha, no por ser una sala de tortura. No, no es por eso. Sino porque nos pide abrir nuestro corazón a Él, reconocernos pecadores, necesitados de su salvación, de su perdón, de su amor, de tener la humildad de acoger su misericordia y dejarnos renovar por Él. Jesús en el Evangelio nos dice que ser cristianos no es tener una «etiqueta». Yo os pregunto: vosotros, ¿sois cristianos de etiqueta o de verdad? Y cada uno responda dentro de sí. No cristianos, nunca cristianos de etiqueta. Cristianos de verdad, de corazón. Ser cristianos es vivir y testimoniar la fe en la oración, en las obras de caridad, en la promoción de la justicia, en hacer el bien. Por la puerta estrecha que es Cristo debe pasar toda nuestra vida.

A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a cruzar la puerta de la fe, a dejar que su Hijo transforme nuestra existencia como transformó la suya para traer a todos la alegría del Evangelio.

Santo Padre Francisco

Ángelus del domingo, 25 de agosto de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta: «Señor, ¿serán pocos los que se salven?». Y Jesús le responde: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán» (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta «puerta estrecha»? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?

Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es «estrecha». No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es «estrecho» porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.

Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.

En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los «obradores de iniquidad» serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse «amigos» de Cristo, jactándose de falsos méritos: «Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas» (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el «carné de identidad» que nos distingue como sus «amigos» auténticos; es el «pasaporte» que nos permitirá entrar en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la «puerta del cielo».

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 27 de agosto de 2007

Propósito

Confiemos en la gracia de Cristo y ayudemos al triste a confiar en Él.

Diálogo con Cristo

Jesús, el camino está claro, pero siento que me falta fuerza para realmente querer recorrer esa senda que lleva a tu Reino, cruzar esa puerta estrecha que implica negarme a mí mismo. Dame la luz para comprender que sólo hay ese camino por lo que debo convertirme en un instrumento dócil y confiado en tu voluntad.

*  *  *

Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

*  *  *