por Catequesis en Familia | 26 Feb, 2016 | La Biblia
Lucas 4, 24-30. Lunes de la 3.ª semana del Tiempo de Cuaresma. Si queremos ser salvados debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación.
Después agregó: «Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio». Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Segundo Libro de los Reyes, 2 Re 5, 1-15a
Salmo: Sal 42(41), 2-3; 43(42), 3-4
Oración introductoria
Señor Jesús, al comenzar esta breve conversación contigo, quisiera actuar mi fe en tus palabras; mi esperanza, en tus promesas, y mi caridad, en tu inmenso amor por mí. Gracias, Señor, por ser quien eres. Gracias por cómo me tratas. Gracias por ser mi más grande bienhechor. Gracias, en fin, por todo; porque todo lo que soy y tengo, es gracia tuya.
Petición
Señor, te ruego que abras mi corazón a tus palabras, y que por medio de ellas, me decida por fin a ser generoso contigo. No quiero ser como esos hombres a los que visitaste en tu aldea y no te reconocieron. Quiero ser como aquellos otros, que, viéndote escondido detrás de un manto, supieron identificarte con corazón limpio.
Meditación del Santo Padre Francisco
Es en el camino de la marginación donde Dios nos encuentra y nos salva. Lo recordó el Papa Francisco en la misa del [día de hoy], centrando su homilía en un fuerte llamamiento a la humildad.
Para explicar lo que significa estar «en los márgenes» para ser salvados, el Pontífice se refirió a la liturgia del día, que presenta dos pasajes especialmente elocuentes, tomados del segundo Libro de los Reyes (5, 1-15a) y del Evangelio de Lucas (4, 24-30). En el pasaje evangélico, destacó el Santo Padre, Jesús afirma que no podía hacer milagros en su Nazaret «por falta de fe»: justamente allí, donde había crecido, «no tenían fe». Precisamente, añadió, Jesús dice: «Ningún profeta es aceptado en su pueblo». Y recordó luego la historia de Naamán el sirio con el profeta Eliseo, narrada en la primera lectura, y la de la viuda de Sidón con el profeta Elías.
«Los leprosos y las viudas en ese tiempo eran marginados», destacó el Papa. En especial «las viudas vivían de la caridad pública, no entraban en la normalidad de la sociedad», mientras que los leprosos tenían que vivir fuera, lejos del pueblo.
Así, en la sinagoga de Nazaret, relata el Evangelio, «Jesús dice que allí no se harán milagros: aquí vosotros no aceptáis al profeta porque no lo necesitáis, estáis demasiado seguros». Las personas que Jesús tenía delante, en efecto, «estaban muy seguras en su «fe» entre comillas, muy seguras en su observancia de los mandamientos, que no necesitaban otra salvación». Una actitud que revela, explicó el Pontífice, «el drama del cumplimiento de los mandamientos sin fe: yo me salvo por mí mismo porque voy a la sinagoga todos los sábados, trato de cumplir los mandamientos»; y «que no venga éste a decirme que son mejores que yo ese leproso y esa viuda, esos marginados».
Pero la palabra de Jesús va en sentido contrario. Él dice: «Mira, si tú no te sientes en zona marginal, no tendrás salvación. Esta es la humildad, la senda de la humildad: sentirse tan marginado» de tener «necesidad de la salvación del Señor. Sólo Él salva; no nuestra observancia de los preceptos».
Esta enseñanza de Jesús, sin embargo, que se lee en el pasaje de Lucas, no le gustó a la gente de Nazaret, tanto que «se enfadaron y querían matarlo». Es «la misma rabia» que siente también Naamán el sirio. Para ser curado de la lepra, explicó el obispo de Roma, Naamám «va al rey con muchos dones, con muchas riquezas: se siente seguro, es el jefe del ejército». Pero el profeta Eliseo lo invita a marginarse y a bañarse «siete veces» en el río Jordán. Una invitación que, reconoció el Papa, le tuvo que haber parecido «un poco ridícula». Tanto que Naamán «se sintió humillado, se molestó y se marchó», precisamente como «los de la sinagoga de Nazaret». La Escritura, destacó el Pontífice, usa el mismo verbo para las dos situaciones: indignarse.
Por lo tanto, a Naamán se le pide «un gesto de humildad, de obedecer como un niño: ¡hacer el ridículo!». Pero él reacciona, precisamente, con indignación: «Nosotros tenemos muchos ríos hermosos en Damasco, como el Abaná y el Farfar, ¿y yo voy a bañarme siete veces en este riachuelo? ¡Hay algo que no funciona!». Pero sus colaboradores, con buen sentido, «le ayudaron a marginarse, a realizar un acto de humildad». Y Naamán salió del río curado de la lepra.
Precisamente este, subrayó el Papa, es «el mensaje de hoy, en esta tercera semana de Cuaresma: si queremos ser salvados, debemos elegir el camino de la humildad, de la humillación». Testimonio de ello es María, que «en su cántico no dice estar contenta porque Dios miró su virginidad, su bondad, su dulzura, las muchas virtudes que ella tenía», sino que exulta «porque el Señor miró la humildad de su esclava, su pequeñez». Es precisamente «la humildad lo que mira el Señor».
Así también nosotros, afirmó el Pontífice, «debemos aprender esta sabiduría de marginarnos para que el Señor nos encuentre». En efecto, Dios «no nos encontrará en el centro de nuestras seguridades. No, allí no va el Señor. Nos encontrará en la marginación, en nuestros pecados, en nuestros errores, en nuestras necesidades de ser curados espiritualmente, de ser salvados. Es allí donde nos encontrará el Señor».
Y este, precisó una vez más, «es el camino de la humildad. La humildad cristiana no es una virtud» que nos hace decir «yo no sirvo para nada» y así nos hace «esconder la soberbia»; en cambio, «la humildad cristiana es decir la verdad: soy pecador, soy pecadora». Se trata, en esencia, sencillamente de «decir la verdad; y esta es nuestra verdad». Pero, concluyó el Papa, está también «la otra verdad: Dios nos salva. Pero nos salva allí, cuando estamos marginados. No nos salva en nuestra seguridad». Por ello la oración a Dios para que nos dé «la gracia de tener esta sabiduría de marginarnos; la gracia de la humildad para recibir la salvación del Señor».
Santo Padre Francisco: Marginados, por lo tanto salvados
Meditación del lunes, 24 de marzo de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Conociendo justamente esta cerrazón, que confirma el proverbio «ningún profeta es bien recibido en su tierra», Jesús dirige a la gente, en la sinagoga, palabras que suenan como una provocación. Cita dos milagros realizados por los grandes profetas Elías y Eliseo en ayuda de no israelitas, para demostrar que a veces hay más fe fuera de Israel. En ese momento la reacción es unánime: todos se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él, con calma soberana, pasa entre la gente enfurecida y se aleja. Entonces es espontáneo que nos preguntemos: ¿cómo es que Jesús quiso provocar esta ruptura? Al principio la gente se admiraba de Él, y tal vez habría podido lograr cierto consenso… Pero esa es precisamente la cuestión: Jesús no ha venido para buscar la aprobación de los hombres, sino —como dirá al final a Pilato— para «dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). El verdadero profeta no obedece a nadie más que a Dios y se pone al servicio de la verdad, dispuesto a pagarlo en persona. Es verdad que Jesús es el profeta del amor, pero el amor tiene su verdad. Es más, amor y verdad son dos nombres de la misma realidad, dos nombres de Dios. En la liturgia del día resuenan también estas palabras de san Pablo: «El amor… no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger el rostro concreto en quien Él se ha revelado: el hombre Jesús de Nazaret. Y este camino conduce también a reconocerle y a servirle en los demás.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 3 de febrero de 2013
Propósito
Hoy haré un acto de generosidad con aquella persona que me parece más antipática.
Diálogo con Cristo
Muchos leprosos y muchas viudas había en Israel; muchos pecadores y necesitados hay hoy en día en nuestro mundo, pero sólo visitaste y obraste, Señor, con los que se abrieron a tu amor. Yo convivo a diario contigo, Jesús; presencio cada día infinidad de tus milagros. No obstante, no quiero acostumbrarme a tu presencia y a tus milagros, no quiero tenerte como a un cualquiera. Por eso, te pido que abras, Jesús Bendito, mi corazón, y te ameré como nadie lo ha hecho jamás.
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¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!
San Juan Pablo II
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Bernardino Llorca, SI | 25 Feb, 2016 | Postcomunión Vida de los Santos
San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.
Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.
El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.
De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.
Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Mas, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.
Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.
Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.
Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.
En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.
Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.
Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a si mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.
Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, mas por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.
Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.
Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.
Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.
No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.
Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.
Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.
Bernardino Llorca, SI, en mercaba.org
por calasanzchelero's Blog | 25 Feb, 2016 | Confirmación Vida de los Santos
Paula Montal i Fornés nació y pasó su larga vida, de 90 años, en Cataluña (España), en el agitado marco del siglo XIX, caracterizado por continuas luchas y revoluciones, a la par que se realizaba una profunda transformación industrial en dicha región. Las circunstancias históricas de aquellos tiempos, marcaron su formación y determinaron la orientación de su vida, consagrada a la educación cristiana de las niñas y jóvenes. Con esta misma finalidad fundó la Congregación de Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías.
Pero vayamos despacio. Paula nace el 11 de octubre de 1799 en Arenys de Mar (Barcelona), sus padres Ramón Montal y Paula Fornés habían contraído matrimonio siendo ambos viudos. En el nuevo hogar vivirán los hijos del anterior matrimonio de Ramón Montal, una hermana de éste, y su madrastra; así como los hijos que nacerán del nuevo matrimonio con Vicenta. Ramón era maestro cordelero, oficio importante en Arenys debido a la actividad marítima que le permitía salir adelante, si bien no excesivamente holgado.
Dada la complicación de este hogar, en 1807, Ramón debe tomar la decisión heroica de trasladarse a otra casa con su mujer Vicenta y los hijos de este segundo matrimonio. Se dan en este periodo unos años felices para Paula. Goza del cariño fraterno y de una esmerada educación cristiana. Ha podido asistir a una “costura” – especie de escuela donde se enseñaban labores y algo de lectura y escritura a las niñas -. Difícilmente aprendían las mujeres de esa época a leer y escribir. Pero la felicidad se ve truncada bien pronto. En 1809 (en plena guerra de la Independencia) muere su padre y debido a la ley del “hereu”, vigente en Cataluña, toda la herencia, incluida la casa en la que viven, pasa al primogénito varón, que en este caso es un hijo del primer matrimonio.
La vida de Paula cambia radicalmente, su infancia ha terminado. Se ve en la necesidad de trabajar como encajera – “puntaire” – para ayudar a su madre a sacar a sus hermanos adelante. Conoce así en sus propias carnes la difícil situación que vive la mujer, su importancia y su marginación. Su realidad familiar no le impedirá colaborar en la parroquia con la catequesis, en la cual irá descubriendo su vocación educadora, realizando según cuentan un apostolado catequético y pedagógico con las niñas.
Algo que no deja de crecer en estos años es su fe comprometida y su amor a la Virgen. La encontramos como miembro de la Cofradía del Rosario y de la Congregación de los Dolores, lo cual dejará en ella una huella imborrable. Todo este tiempo lo vive con intensidad y es acompañada por un Padre Definidor (director espiritual diríamos hoy) fray Roque.
Paula ve como su familia empieza a desenvolverse sin dificultad sin necesidad de su presencia. Acaricia la posibilidad de consagrar su vida a la educación cristiana de las niñas y jóvenes y la promoción de la mujer. Es algo que va madurando y deseando poco a poco.
La oportunidad llega en 1829. En Figueras el alcalde solicita maestras, e informado por Fray Roque, (que en esas fechas se halla en esa ciudad), de la labor que Paula desempeña en Arenys la invita. Paula, junto a su incondicional amiga Inés Busquets marcha a Figueras (Gerona), a abrir su primera escuela. La aventura parece descabellada, el propio párroco de Figueras cuando las recibe y escucha que sólo cuentan con 40 reales (unos 6 céntimos de euro) casi las invita a volver sobre sus pasos. Pero su determinación es firme, empiezan instalando la primera escuela en un palomar que preparan para iniciar la tarea. Enseñan a las niñas catecismo, un poco de lectura y escritura y a hacer encajes y blondas. Funciona muy bien y cada vez acuden más niñas. Al poco tiempo se les une su amiga Felicia Clavell. Debido a la complicada situación social y política del momento deberán regresar a Arenys un par de años, pero vuelven para la satisfacción de Figueras. Algunas alumnas empiezan a unirse al grupo de maestras. En estas circunstancias Paula decide que es oportuno fundar una escuela en su pueblo natal, lo conoce bien y las niñas también tienen derecho a la educación. En 1841 la escuela de niñas en Arenys de Mar se hace realidad.
Paula vive entregada a la escuela que da sus frutos, y en su interior descubre y ve con claridad que hay que dar un nuevo paso, aunque las fuentes históricas no consiguen averiguar donde estuvo el origen de esta intuición. Paula ha oído hablar de San José de Calasanz y de los escolapios, y de alguna manera lo que se está haciendo en las escuelas de niñas responde a lo que San José de Calasanz iniciara para los niños. Paula siente que el grupo de maestras de Figueras y Arenys necesitan algo más, y que la obra de Calasanz responde a lo que necesitan.
Son tiempos difíciles pues las órdenes y congregaciones religiosas han sido suprimidas en España, muchos religiosos andan exclaustrado y sobre los bienes se ha cernido la desamortización. Pero cuando las cosas son de Dios todo sigue su curso. La siguiente fundación será Sabadell en 1846, allí tienen un colegio los padres escolapios. Paula entra en contacto con el padre Jacinto Feliu, por aquel entonces provincial de Cataluña y que pronto sería nombrado por el Papa prepósito general de las Escuelas Pías en España. El padre Jacinto al hablar con Paula intuye que lo que lleva entre manos es de Dios, y encarga al padre Agustín Casanovas, del cual cuentan que de las cosas pequeñas sabía hacer cosas grandes, el cuidado de este grupo de maestras. El padre Agustín las ayudará en su formación académica, en su cuidado espiritual y les irá iniciando en la vida escolapia. El resultado será que el 2 de febrero de 1847 profesan las cuatro primeras escolapias en Sabadell. Ha nacido una nueva Congregación. Paula a partir de ahora se llamará Paula Montal de San José de Calasanz. Todo su ser lo dedicará a partir de este momento al cuidado y extensión de las escuelas para niñas y al cuidado de la nueva congregación.
Sorprendentemente, a pesar de ser la fundadora y alma de lo que había nacido no es elegida Superiora general, ni consejera. Este hecho no impide a Paula seguir entregándose a la vocación a la que ha sido llamada. Ella misma será la fundadora de otros colegios: Igualada (1849), Vendrell (1850) y Masnou (1852). En las crónicas y noticias que nos han llegado de la labor de Paula en estos colegios siempre se destaca su buen hacer, las niñas la adoran, sabe enseñar, sabe organizar y sacar adelante con éxito los colegios, sabe cuidar de las comunidades de escolapias, sabe vivir unida a Dios.
Pero de esta época de su vida no son importantes sólo las fundaciones que hacen crecer la obra, sino su labor como maestra de novicias que ejerce desde 1852 a 1859. Este hecho es crucial en la historia de la Congregación, se puede decir que las 127 primeras escolapias se formaron al lado de madre Paula (que es como se la suele llamar familiarmente). Ella, la fundadora pudo contagiar su espíritu y poner los cimientos de la Congregación.
A pesar de estar apartada de los cargos de la congregación, no dejó de trabajar por conseguir la aprobación diocesana primero y pontificia después de la Congregación y por elaborar las Constituciones de la misma. Labor muy complicada por la realidad social, eclesial y política del siglo XIX.
Podrá ver en este periodo de su vida como a los 6 colegios fundadas por ella misma se añaden los fundados por las escolapias formadas a su lado. Hablamos de Gerona (1853), Blanes (1854), Barcelona (1856) y Sóller (1857).
En 1859 de nuevo se produce un giro en su trayectoria. Se la envía a fundar en Olesa de Montserrat. La gran pobreza hacían complicada esta fundación, pero esto no supuso ningún obstáculo para Paula, el colegio sale adelante y la comunidad también. Paula, es de alguna manera apartada en Olesa por quienes dirigen la Congregación, hecho que no le hace perder la paz, ni le aleja de su entrega a las niñas. Este último período está marcado en Paula por una intensa y confiada oración que se refleja en toda su vida. Sabe vivir con humildad todas las incoherencias e injusticias de sus superioras; sabe vivir feliz en la pobreza siendo generosa con todos; sabe seguir orando y alegrándose por el progreso del amado Instituto (La aprobación pontificia de la Congregación y de las nuevas Constituciones de 1870, la aprobación real en 1865 por Isabel II, el crecimiento del Instituto por Madrid, Andalucía y Zaragoza); sabe transmitir a las niñas ese profundo amor a Jesús; sabe vivir la vejez y enfermedad con los ojos puestos hacia Dios. El 26 de febrero de 1889 Paula dirigía sus últimas palabras a la Virgen en su lengua natal: “¡Mare, mare meva!” (¡Madre, madre mía!).
Paula murió acompañada por la fama de santidad como todo el pueblo de Olesa demostró en su funeral y entierro, así como los testimonios recogidos entre las personas que la conocieron. Tras de sí dejó no sólo el testimonio de toda su vida, sino una congregación religiosa, Las Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías, conocidas familiarmente como escolapias. Su lema: “Salvar a las familias, enseñando a las niñas el Santo Temor de Dios”.
Hoy las escolapias continúan la obra iniciada por Paula Montal en 20 países distintos. Sólo en España, trabajan en 28 colegios repartidos por distintas ciudades de nuestra geografía: Barcelona, Valencia, Zaragoza, Logroño, Madrid, Córdoba, Mérida, Cabra, Alcalá de Henares, Gandía, Masnou, Astorga,… En Madrid, actualmente están presentes en los Colegios de Ntra Sra de las Escuelas Pías en Carabanchel y el Colegio La Inmaculada en Puerta de Hierro.
Fuente: Calasanazchelero’s Blog.
por SS Francisco | 24 Feb, 2016 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanas y hermanos:
En esta catequesis presentamos la historia de Nabot que nos muestra al poder y la autoridad que pierden su dimensión de servicio y de misericordia. El rey Ajab quiere comprar la viña de Nabot por conveniencia personal. Nabot se niega, porque para Israel la tierra es de Dios, prenda de su bendición, y se debe custodiar y trasmitir a la siguiente generación. Ajab se enfurece por no haber satisfecho su deseo. La reina Jezabel usará su poder para matar a Nabot y así quedarse con la viña.
Qué lejos está esto de la palabra de Jesús, que dice: «Quien quiera ser el primero… sea el servidor de todos» (Mc;9,35). Sin la dimensión del servicio, el poder se convierte en arrogancia y opresión. Si no hay justicia, misericordia y respeto a la vida, la autoridad se queda en mera codicia, que destruye a los demás en su afán de poseer. Pero la misericordia puede vencer el pecado. Dios envía a Elías para que amoneste al rey y se arrepienta. Con todo, el mal causado dejará una herida que tendrá consecuencias en la historia. Sólo Jesús puede sanar estas heridas y cambiar la historia, pues desde el trono de la cruz, el verdadero rey sale a nuestro encuentro, vence el pecado y la muerte, y nos da vida.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el ejemplo de Jesús transforme nuestra concepción de poder para que siempre vivamos nuestra responsabilidad como un servicio, en el que manifestar su misericordia a los demás.
Santo Padre Francisco: Audiencia general del miércoles, 24 de febrero de 2016
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por CEF | Fuentes varias | 24 Feb, 2016 | Confirmación Vida de los Santos
Al llegar a la puerta, el joven se detuvo para recoger sus pensamientos e hilvanar sus palabras. Después, más sereno, tiró de una cuerda que colgaba al exterior, haciendo sonar la campanilla. Al abrirse la puerta, apareció una cara que sonreía con aquella sonrisa vaga que tenía para todos los que llegaban al monasterio. Muy amablemente, dio la bienvenida al desconocido, y, sin preguntarle siquiera su nombre, le guió hasta una pequeña sala, donde había una estera, una linterna, una cama y nada más.
La regla de aquella casa decía: «A los Hermanos peregrinos hay que obsequiarles con suma reverencia de caridad y de servidumbre; al caer la tarde se les lavará los pies, y si llegan muy cansados, se les ungirá con aceite.» Todos estos oficios de la hospitalidad monacal recibiolos el recién venido en el momento de su llegada: después tuvo tiempo todavía para darse cuenta de aquella tierra que le acogía con tal amabilidad. Se hallaba en un valle estrecho y profundo, dominado por un monte alto y escarpado. Había en él amenidad y silencio, graciosas colinas y un arroyo claro y juguetón. Junto al arroyo, rodeado de urces y castaños, y defendido de los vientos por la montaña, el monasterio; una cerca de adobes, alta y segura, y en el interior, las casas de los novicios, de los huéspedes y de los monjes, con otros edificios que servían de talleres, rodeando a la basílica, de fábrica más elegante y suntuosa. Parecía un pueblo. Todo estaba nuevo todavía, como levantado unos dos o tres lustros antes.
Al día siguiente, el joven compareció delante de la comunidad. Cien rostros demacrados y afilados le observaban a la vez, pero apenas se dio cuenta de ello, atento únicamente a satisfacer las preguntas que, según la regla, debían hacerle.
—¿Cuál es vuestro nombre?—interrogó el abad, que tenía en su diestra un báculo en forma de muleta.
—Valerio—dijo él con decisión.
—¿Libre o siervo?
—Libre y de condición ingenua.
—¿Y qué es lo que os mueve a venir aquí?—siguió preguntando el hombre del báculo
—¿Venís espontáneamente, o impelido tal vez por alguna violencia o por las necesidades de la vida?
—Vengo—respondió el postulante—encendido en la llama del deseo de la santa Religión. Hasta ahora he vivido ocupado en las delicias del mundo, sediento de ganancias terrenas, atento a buscar conocimientos inútiles, sumergido en las tinieblas profundas del siglo; pero, tocado súbitamente de la divina gracia, quiero llegar a la luz de la verdad por el camino de la penitencia.
El abad recibió este arranque de elocuencia con una sonrisa, y después hizo su última pregunta:
—¿Venís de muy lejos?
—Soy un pecador indignísimo de esta provincia de Astorga.
Terminado el interrogatorio, un anciano cogió del brazo al postulante y le sacó fuera de la sala. Al poco rato, otro monje le anunció que estaba admitido a hacer la prueba del noviciado, y le llevó a la casa donde vivían los novicios. De esta manera quedó agregado provisionalmente a la comunidad. Era esto a mediados del siglo VII, en aquella España visigoda ávida de grandezas y atormentada de incertidumbres. Las almas sienten el hastío del vivir y buscan un refugio en la soledad. Esta ráfaga mística es la que se había apoderado de aquel joven que acabamos de ver en presencia de los monjes de Compluto; pero la ráfaga es en él un torbellino. Su odio al siglo tiene caracteres de verdadera furia; su entusiasmo por el desierto raya en el delirio. Es un mancebo de veinte años, fuerte de músculos, pero más de voluntad, duro, emprendedor, ardiente, arrebatado; es especialmente un batallador; un pequeño San Jerónimo, pero con la diferencia de que en su accidentado camino no brillará nunca la figura de alguna mujer. De su vida anterior no sabemos más que lo que él nos ha dicho: ha sido del mundo en los placeres, en los negocios y en el afán de las vanas disciplinas. Esto parece indicar que es un letrado; sabe leer y escribir y acaso ha estudiado gramática y retórica. Su cambio repentino es para nosotros un misterio; sabemos una cosa: que su afán de verdad quiere ahora saciarlo en la meditación del claustro.
El nuevo novicio se va dando cuenta de todo esto. Como todo el que acaba de convertirse, es un intransigente, un puritano, que quiere medirlo todo conforme al ideal que le ha dominado, un ideal irrealizable tratándose de una comunidad numerosa. Sus sueños imposibles reciben cada día un nuevo golpe; es fogoso y espontáneo, y no puede ocultar sus impresiones. Tal vez su lengua le traiciona. Según la ley del monasterio, el novicio debe vivir en habitaciones separadas, encargado, bajo la vigilancia de un senior, de servir a los huéspedes, de hacer las camas de los peregrinos, de traerles agua caliente para los pies, de barrer, fregar y llevar leña a la cocina. Pero Valerio, hombre de cierta cultura, tiene facultad para frecuentar el escritorio. En él hay un monje, con el cual ha intimado más que con ningún otro. «Había allí—nos dice él mismo—un Hermano llamado Máximo, «escritor de libros», meditador de la salmodia, muy prudente y remirado en todas sus acciones, al cual llegué a unirme con un gran amor de caridad.» Este copista fue, sin duda, el que enseñó los salmos al nuevo novicio, y un largo trato con él hubiera podido dar a su ser algo más de ponderación y equilibrio.
Era el pensamiento del Cielo y del infierno lo que le había traído a Compluto, y le hería en la llaga más viva de su alma, abierta por el fuego de una consideración tenaz. Esta es la idea madre de su vida. Su libro De la vana sabiduría del siglo, en que se puede ver un análisis psicológico de su vocación, está inspirado por este pensamiento capital. El celo de los Apóstoles, el heroísmo de los mártires, la penitencia de los anacoretas, tienen su explicación en la meditación constante de esos dos caminos que se le presentan al hombre en su vida. La suprema sabiduría es despreciar como estiércol las delectaciones del mundo, para humillar el cuerpo y quebrantar el corazón en el desprecio de toda maldad. Este es también el anhelo que a él, le arrebata con tal frenesí, que a veces debe causar miedo a sus superiores. Se olvida de que la discreción es una virtud, desprecia la prudencia humana; y acaso baste esto para explicarnos lo que le sucederá en Compluto y luego en otras circunstancias de su vida.
Lo de Compluto cuéntalo él mismo con estas palabras: «Oprimido por las olas del mar del mundo, y juguete del furioso vendaval levantado por el enemigo, no pude llegar al puerto que tanto deseaba.» Tal vez el puerto era demasiado estrecho para él; necesitaba luchar en alta mar. No era él hombre para mirar atrás. Si fracasaba en la vida cenobítica, en el Bierzo conocía muchas cuevas, muchos montes, muelles lugares solitarios, donde luchar sólo consigo mismo. Dejó, pues, la compañía de los monjes, y, «llevado por el deseo de vivir religiosamente», caminó algunas leguas en dirección al Oriente, y un poco antes de llegar a Astorga vio un peñasco alto y desnudo. Nada más estéril que aquella roca; sin una encina, sin un arbusto, sin hierba menuda que alegrase la vista, abierta a todos los vientos, azotada por las lluvias invernales y vestida de nieve gran parte del año. He aquí un teatro a propósito para heroísmos ascéticos. «Aquella dureza—dice Valerio—parecía imitar la dureza de mi corazón.» Además, en aquellas alturas existían las ruinas de un templo pagano, que los cristianos de la tierra acababan de destruir, consagrando el monte al culto del verdadero Dios. Un nuevo aliciente para el joven impresionable. Decidido a luchar con los demonios, hizo su morada en aquel lugar que durante tantos siglos les había pertenecido. Durante años resistió los rigores de la intemperie, las noches heladas, los ardores del verano, la carencia de todo medio de vida, y, lo que fue más terrible, la lucha con su imaginación ardiente y con su temperamento apasionado.
Fue una lucha terrible, una larga agonía, como él la llama, a la cual siguió un nuevo choque con los hombres. Descubierto por los habitantes de la comarca, entra de nuevo en comunicación con sus semejantes. Gentes piadosas llegan a visitarle, le consultan acerca de su vida, le cuentan sus inquietudes espirituales, le traen numerosos regalos. Se ha convertido en un Padre del yermo, pero empieza a sentir la añoranza de la soledad primera. Además, había ido buscando la pobreza, y vivía en la abundancia. Los mismos pobres llegan a su retiro, y él les da pan, trigo, frutas. En cierta ocasión hace una limosna algo ostentosamente, y al llegar la noche tiene un sueño en el cual le parece que unos ángeles le tunden los huesos, como en otro tiempo a San Jerónimo por leer a Cicerón. Siempre impetuoso, al día siguiente quema las existencias que había en su ermita, y se marcha lejos de allí, internándose en las soledades del Bierzo. Silio Itálico había hablado del avaro astur. Lucano le motejaba de pálido escrutador del oro, y Valerio quiere borrar esa mala fama de sus compatriotas. Para su grande alma, las cosas de este mundo no tienen valor ninguno. «Porque la vida presente—nos dice él mismo—es vanidad breve y fugitiva nuestra posada en esta tierra, y sus riquezas se deshacen como telas de araña.»
En su nuevo refugio, el anacoreta reza, medita, lee, copia misales para las iglesias, lucha con el demonio y escribe dos libros, a los cuales ha puesto por título: De la ley del Señor y De los triunfos de las santos. Pronto le descubren otra vez, y vuelve a verse rodeado de piadosos visitantes. Comprende que puede hacerles algún servicio, y decide convertirse en maestro de escuela. De los alrededores empiezan a acudir jóvenes deseosos de aprender, y junto a la choza del maestro se levantan las de los discípulos. Valerio les enseña a leer, a escribir, a contar y les hace aprenderse de memoria los salmos. Su austeridad se ilumina con el encanto de la gracia juvenil. Esto, en el tiempo bueno. Al llegar las nieves del invierno, vuelve a quedarse solo.
Al mismo tiempo sigue luchando con los espíritus y con los hombres. Dondequiera que va, encuentra enemigos. Hombres como él no entienden las suavidades de la diplomacia. Es un censor austero, que se irrita al ver por los suelos el ideal soñado. Él sufre con paciencia, pero se venga en sus perseguidores escribiendo. Su pluma es una espada y un pincel. Hiere y pinta. Se deleita describiendo paisajes del paraíso y del infierno, y cae desgarbada y furiosa sobre los que le odian y persiguen. Uno de ellos, llamado Flaino, «es un hombre lúbrico, bárbaro, presa de todas las liviandades, juguete del enemigo infernal, bestia feroz, que sólo piensa en destruir; corazón inflamado por los fuegos de la envidia, ojo perverso, cegado de las tinieblas del error, alma envenenada en un exterior abominable». Otro de sus perseguidores, sacerdote, se llama Justo. Su retrato es más pintoresco y menos sombrío. «Pequeño y maligno, tiene el color bárbaro de los etíopes; por fuera, como el pez, y por dentro, como el cuervo. Todo lo que le falta de estatura, le sobra de maldad. Todos sus méritos para alcanzar la dignidad sacerdotal consisten en que sabe algunas coplas populares y las canta con gracejo acompañándose con la guitarra. Es un juglar; va de casa en casa sazonando los convites con cantares lascivos; canta, toca y baila. Hay que verle agitando los brazos, moviendo vertiginosamente los pies, saltando trémulo y nervioso al compás de su cantilena y eructando la peste diabólica de su lujuria, hasta que, agotado o vencido por el vino, da en un rincón con la masa de su cuerpo innoble.»
Parece como si al escribir estas cosas Valerio sintiese todavía sus carnes magulladas por los golpes. Porque sus perseguidores no se contentaban con injuriarle y calumniarle; sino que le vejaban de mil maneras, le sorprendían «ladrando como perros» cuando estaba tomando su frugal alimento, le tiraban de la barba y de los cabellos, le acometían, le robaban sus libros y excitaban a los malhechores para que se llegasen a su cabaña y le quitasen la vida.
Habían pasado veinte años de vida solitaria. El anacoreta no era viejo, pero estaba extenuado y deshecho. Necesitaba un lugar de descanso, y creyó encontrarle en las montañas que rodean a Ponferrada. Allí, bajo una roca gigantesca, se alzaba el monasterio de San Pedro de Montes, y a pocos pasos de él, una pequeña ermita, que fue la nueva residencia del solitario. Allí su vida se deslizaba meditando, leyendo y componiendo sus libros. Las vidas de los Padres del yermo le entusiasmaban, y de ellas hizo una voluminosa compilación, aumentada con varias noticias de Padres españoles, que fue muy leída en España durante la Edad Media. Los jóvenes seguían buscando su enseñanza; las gentes del contorno venían pidiéndole un consejo, y los ascetas llegaban a la ventana de su celda para contarle sus revelaciones.
Por primera vez, la pluma de Valerio cambiaba el rudo golpe por la fina ironía. Se había hecho viejo. Cuarenta años de luchas y penitencias habían debilitado su cuerpo y suavizado algo su alma. Tal vez miraba las cosas humanas con más condescendencia. Los hombres, por su parte, acaban por reconocer el prestigio de su virtud; un clarísimo de la tierra le visita y le favorece; los obispos se interesan por él; su fama llega hasta Toledo, y el rey le prodiga su protección; los monjes mismos confiesan su culpa y se someten a su disciplina. La paz, el arte y la poesía iluminan su vejez; amplía el monasterio, levanta un pórtico y junto a su ermita planta un jardín, que parece recordarle aquel paraíso que le describía el copista de Compluto al principio de su conversión. Allí encuentra todas las ventajas para el ocio contemplativo: el claustro de los montes altísimos, apartamiento del mundo, frondosidad y alegría, murmullo de aguas y cantos de aves.
En este ambiente escribe Valerio su biografía, el primer libro de este género que nos ofrece la literatura en España, relato confuso y tumultuoso, pero lleno de vida y calor, de su tenaz resistencia frente a la enemiga de los hombres y los demonios; libro bárbaro, singular y atractivo, cuyas frases parecen hechas con el hierro de aquellas montes cuyo estilo es duro e ingrato como aquella roca «dura como su corazón», en que empezó su vida eremítica. Lo mismo en ascética que en literatura, Valerio fue autodidacto. Una formación esmerada hubiera cepillado y limado su rica naturaleza y despojado su lenguaje de asperezas y sarcasmos. Con un buen maestro de retórica, su estilo, rico, brillante, pintoresco y alborotado, hubiera adquirido un poco de gracia y, sobre todo, más ponderación, ya que en su tiempo no era posible aspirar a la elegancia clásica A veces intenta hacer versos, versos horrorosos y casi ininteligibles: y, en cambio, cuando escribe en prosa, saltan, sin querer, de su pluma ritmos de hexámetros, reminiscencias de Virgilio y San Eugenio.
Vive en los últimos días de aquel siglo VII, que había empezado entre aplausos y luminarias y terminaba entre espasmos y angustias. La tempestad ruge al otro lado del Estrecho: ha muerto San Julián, el último de los Padres toledanos; se han apagado las luces de las escuelas de Sevilla. Toledo y Zaragoza. Pero en medio de la oscuridad, resistiendo a todas las furias del vendaval, queda aún en las montañas leonesas esta luz solitaria, último destello del renacimiento isidoriano.
Fuente: Hijos de la Divina Voluntad
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Nació en Astorga. Cuando tenía 20 años, llegó al monasterio de Alcalá de Henares, con ganas de vivir con verdadera entrega el servicio de Dios. Y aunque era un joven ilustrado, con mucho mundo, quería dedicar su vida a algo más grande. Escribió un libro «De la vana sabiduría del siglo». En el monasterio estuvo varios años, pero quería una mayor entrega a Dios.
Llegó a los territorios de Astorga y buscó un lugar apartado en los montes donde vivir con más austeridad. Discípulo de san Fructuoso de Braga (uno de los llamados “Padres del yermo”), Valerio adoptó la vida anacoreta y ascética de éste y habitó en los mismos lugares. Y durante 20 años aguantó la soledad, la intemperie, el hielo de las noches, el ardor del verano, la carencia de todo, y sobre todo la persecución de los envidiosos, sacerdotes y nobles. Aquello fue como una larga agonía. Escribió: «La ley del Señor» y «Triunfos de los santos». Relató la vida de su maestro en la hagiografía «Vita Sancti Fructuosi» (vida de san Fructuoso). También es autor de un tratado sobre la vida monacal, «De génere monachorum» (acerca del género monacal).
Pronto empezaron a llegarle algunos alumnos; él les enseñaba a leer y escribir. Un día se fue a Ponferrada, y se quedó a vivir debajo de una roca gigantesca, donde se alzaba el monasterio de San Pedro de Montes; cerca había una ermita, y allí se quedó a vivir. Los jóvenes seguían buscando sus enseñanzas, las gentes del contorno venían a pedirle consejo, todos los hombres y mujeres de buena voluntad llegaba a él, y los monjes del monasterio le nombraron su abad, aunque no dejó nunca su ermita.
En este ambiente de paz, Valerio escribió su biografía (es primer libro de este género que existe en nuestra literatura), llamado «Líber Prosopopoeia Imbecillitatis Própriae», que no ha sobrevivido.
Hizo voto de no perder ni un minuto de tiempo, y así, cuando terminaba su oración se entregaba a trabajos manuales y a escribir. Fue uno de los representantes del renacimiento isidoriano en España.
Cristina Huete García en la Hagiopedia.
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Vida de san Valerio de Astorga en España Sagrada, t. LVI, c. IX
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Otras biografías de san Valerio
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por Archidiócesis de Madrid | 23 Feb, 2016 | Confirmación Vida de los Santos
Su apelativo bien pronunciado indica al poseedor de una virtud altamente costosa de conseguir y dice mucho con relación a la templanza que ayuda al perfecto dominio de sí. Buen servicio hizo esta virtud al santo que la llevó en su nombre.
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles de Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un obispo.
Al leer el relato, uno va comprobando que, con modalidades diversas, el hombre continúa siendo el mismo a lo largo de la historia. No cambia en su esencia, no son distintos sus vicios y ni siquiera se puede decir que no sea un indigente de los mismos remedios ayer que hoy. Precisamente en el orden de la sobrenatural, las necesidades corren parejas por el mismo sendero, las virtudes a adquirir son siempre las mismas y los medios disponibles son idénticos. Fueron inventados hace mucho tiempo y el hombre ha cambiado poco y siempre por fuera.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las guerras. Soportan todas las consecuencias del desorden, del desaliento, del dolor de los muertos y de la indigencia. Están descaminados los usos y costumbres de los cristianos; abunda el vicio, el desarreglo y libertinaje. Para colmo de males, si la comunidad cristiana está deshecha, el estado en que se encuentra el clero es aún más deplorable. En su mayor parte, están desviados, sumidos en el error y algunos nadan en la corrupción.
El obispo está al borde del desaliento; lleno de dolor y con el alma encogida por lo que ve y oye. Es muy difícil poner de nuevo en tal desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presenta con dificultades que parecen insuperables.
Reacciona haciendo cada día más suyo el camino que bien sabía habían tomado con éxito los santos. Se refugia en la oración; allí gime en la presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el ruego con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna. Sí, son muchas las horas pasadas con el Señor como confidente y recordándole que, al fin y al cabo, las almas son suyas.
No deja otros medios que están a su alcance y que forman parte del ministerio. También predica. Va poco a poco en una labor lenta; comienza a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los pobres se benefician primeramente de su generosidad. En esas conversaciones de hogar instruye, anima, da ejemplo y empuja en el caminar.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre los fieles que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba- el 24 de febrero del año 486.
El relato reafirma juntamente la pequeñez del hombre -el de ayer y el de hoy- y su grandeza.
Fuente: archimadrid.es
por Devocionalescristianos.org | 22 Feb, 2016 | Primera comunión Dinámicas
Tanto los premios como los castigos no tienen una prensa demasiado buena en algunos sectores de población. Ofrecer premios a los hijos es como reconocer un fracaso, es como si, al fallar como educadores, tuviéramos que recurrir al «sucedáneo» de los premios que, más que educar, adiestran.
Los castigos, por el contrario, no suelen dar tanta sensación de fracaso. Incluso socialmente son aceptados como padres responsables aquellos que castigan a sus hijos. De algún modo, se reconoce que el castigo sí es instrumento educativo, para terminar admitiendo que tampoco sirve de mucho porque el hijo tiene unas inclinaciones tales que no hay nada que hacer. Y se le va dejando de castigar y se acepta como irremediable «su manera de ser».
José María Lahoz García.
Fuente: ivaf.org
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1. El maniquí
El penado se coloca en el centro. Cada jugador va a él y le coloca en la posición que le parezca. El castigado debe permanecer así hasta que el siguiente le cambie. Si no adivina qué objeto es, se le pone por encima luego otro objeto, y otro hasta que acierte. Así alguno podrá cargar montones.
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2. El cargamontes
El penitente se sienta en medio de la rueda de los jugadores con los ojos vendados. Se le hace tocar el objeto con un solo dedo. Si no adivina qué objeto es, se le coloca encima otro objeto y luego otro, hasta que acierte. Así, alguno ¡podrá cargar montones de objetos sobre su dedo!
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3. Sí o no
El castigado se retira un poco, hasta un sitio desde el cual no pueda escuchar al grupo. Deberá contestar, a grito, «sí o no», como quiera, pero solamente una palabra de estas. Los del grupo formulan suavemente la pregunta y el castigado debe contestar cuando le digan. ¿Usted es tonto? ¿Ha robado algo? ¿Lo quiere su novia?
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4. La confesión pública
El penitente se arrodilla y se tapa la cara con las manos. El director del juego hace un gesto, una mueca y pregunta: «¿Cuántas veces hace usted esto cada día?». El castigado debe responder cuántas veces. Finalmente se le dice de qué pecados se acusó públicamente y cuantas veces lo cometió.
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5. El gancho
Mientras el castigado esté afuera. El director del juego va pasando por los distintos puestos y cada jugador dice lo que le parece como razón para que vaya al banquillo el acusado, por ejemplo: «por inteligente», «por bruto», «por bella», «por los ojos verdes», «por los zapatos rotos». Entra el acusado, se sienta en el centro y pregunta: «¿Por qué estoy en el banquillo» El director del juego dice algunas de las cosas que le dijeron y el acusado debe adivinar quién lo dijo.
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6. El arca de Noé
El castigado sale de la sala. Cuando regresa encuentra sentado en medio a «Noé», quien le dice después de hacerlo arrodillar: «¿Cuál de los animales del Arca desea usted ver?» El de la penitencia dice el nombre de un animal. Noé saca entonces un espejo y se lo pone delante.
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7. Frente al papel
Cada uno de los participantes escribe una frase corta en un papel mientras el castigado está fuera. Cuando éste regresa, el director del juego le dice: «piense que su frente es de papel y esto es lo que lleva escrito». El castigado va pasando frente a cada jugador y le pregunta: «¿Qué llevo escrito en mi frente?» Y el jugador lee lo que escribió.
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8. El abogado
Se pide al castigado que hable como defensor de una causa, que se busca entre los jugadores. Por ejemplo: que defienda al gato que se comió la salchicha, a la señora que se subió al bus sin pagar, a fulano que rompió el florero.
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9. Adivina quién es
El castigado debe adivinar quién le tocó la punta de la nariz con un dedo, estando vendado.
(El mismo que lo venda lo toca varias veces la nariz).
También se le puede decir que al tacto puede adivinar, entonces estirará los brazos a coger a la persona y quien le ha tocado es el que lo vendó y está detrás de él.
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10. El zoológico
El castigado va pasando delante de cada jugador y le pregunta cuál es el animal favorito. Tan pronto tenga respuesta, debe imitar en alguna forma al animal que le han nombrado.
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11. A qué se parece
Entre todos escogen, sin que el penado sepa, un animal, persona o cosa. Le llaman y se le pregunta: «¿A qué se parece lo que pensamos?» el castigado debe contestar. Le decimos entonces lo que habían escogido y él debe buscar alguna analogía o parecido entre una cosa y la otra.
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12. Coloquen bien el lápiz
Se pide al castigado que coloque un lápiz en el suelo de tal manera que nadie pueda saltar sobre él.
(Tendrá que colocarlo en un rincón o a lo largo de la pared).
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13. Los espejos
El castigado sale de la sala y entra cuando le llaman. Mientras tanto todos convienen en que cuando regrese le van a imitar en todo lo que haga y así lo hacen al venir él.
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14. Los tres retratos
Sale el castigado. Los jugadores concuerdan que representan, en su orden, los tres retratos. (Ejemplo La novia, un perro, una boda). Al regresar el penado se le dice qué va a hacer con lo que representa el primer retrato, y él debe contestar sin saber qué representa. Luego, el segundo y después el tercero. No puede hacer lo mismo con dos de los retratos, debe ser diferente. Luego se le indica cuales eran los retratos.
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15. El espejo
El castigado debe repetir los gestos y movimientos del que castiga, colocado al frente. Así, si el otro mueve la mano derecha, él mueve la izquierda; vuelve la cabeza a la izquierda, cuando el otro la vuelve a la derecha.
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16. Varias carreras con equilibrio
Esta clase de carreras son muy propias para organizar algunas sesiones recreativas.
- Llevar desde un punto a otro, previamente convenido y señalado, un tarrito o plato lleno de agua, colocando sobre la cabeza de los participantes, pero sin sujetar los tarritos en ninguna forma. Gana quien llegue sin regar el agua.
- Llevar cada jugador, suspendida de un trozo de cuerda, una campanilla, en la carrera. Si hay varias campanillas iguales, los jugadores pueden correr al mismo tiempo empleado.
- Llevar durante la carrera, agarrada con los dientes, una cuchara sopera, en la que se coloca una bola de cristal. Gana quién llega primero, sin haber dejado caer la bola.
- Correr, llevando cada jugador una vela encendida. Gana quien llega en menor tiempo, pero con la vela encendida.
- Correr con los pies atados, o maniatado, quedando solo 30 centímetros de largo de cuerda que lo une. También se puede correr, metidos los pies entre los costales, siempre que éstos sean iguales.
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17. La electricidad
Se le ruega que salga. Al resto se le informa; debemos guardar profundo silencio en el juego. A uno de los participantes se le determina como el «poseedor de electricidad». Cuando el que debe penitencia, toque la cabeza del señalado, todos gritaremos fuerte. Al entrar se le dice: «uno de los presentes tiene electricidad, y debes concentrarte bien al ir tocando la cabeza de los participantes para poder darte cuenta de quién es, y avisar tan pronto la encuentre». Se procede al juego.
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18. Quítame el pañuelo
Se amarra un pañuelo a la cabeza de cada jugador. Gana el que pueda quitar el pañuelo al contenedor.
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19. Dominio de la risa
Dos jugadores en el centro. Se saludan muy seriamente así: ‘Tomás te saludo», dice uno y el otro responde: «Te saludo Tomás». El primero que se equivoque, o sonría, debe pagar penitencia nuevamente.
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20. Pobre gatico
Un jugador hace de gatico y los demás permanecen sentados en el círculo. El gatico se hace frente a cualquier jugador, se acurruca, hace monerías y maúlla tres veces: miau, miau, miau… El otro debe acariciarlo diciendo, cada vez: «pobre gatico», pero muy seriamente; si no puede resistir la risa, paga penitencia y pasa a hacer de gatico.
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21. La orquesta
Los jugadores de pie, forman un círculo; cada uno tiene un pañuelo agarrado por una punta. El director del juego agarrará una de las otras puntas de cada pañuelo. Cada vez que éste toque con la otra mano uno de los pañuelos, el que lo sostiene tendrá que cantar una canción diferente. Quien no lo haga así pagará penitencia nuevamente.
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22. Regalo y penitencia
Se ponen regalos pequeños, envueltos. Para poder quedarse con el mismo, debe de antemano cumplir con el trabajo que se ha escrito entre cada regalo. En un mismo paquete puede ponerse varios, separados por sus envolturas respectivas y con sus penitencias. El paquete grande va pasando al son de una música o durante el tiempo que quiera el que dirige. Cuando se dé una señal o «pare la música», el que tiene el paquete lo desenvuelve, cumple penitencia y se queda con el regalo. El juego comienza de nuevo.
por Luis M. Benavides | 21 Feb, 2016 | Catequesis Artículos
Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. Estas palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: ¡Oh, Dios, que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón! Dios será siempre para la humanidad como Aquél que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso.
«Paciente y misericordioso» es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.

(Misericordiae Vultus, 6)
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Dios es más omnipotente cuando muestra misericordia
Escuchamos al Papa Francisco
Es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. Estas palabras de santo Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no es en absoluto un signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar diciendo: ¡Oh, Dios, que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y el perdón! Dios será siempre para la humanidad como Aquél que está presente, cercano, providente, santo y misericordioso.
“Paciente y misericordioso” es el binomio que a menudo aparece en el Antiguo Testamento para describir la naturaleza de Dios. Su ser misericordioso se constata concretamente en tantas acciones de la historia de la salvación donde su bondad prevalece por encima del castigo y la destrucción. Así pues, la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor “visceral”. Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón.”
Misericordiae Vultus, 6

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Escuchamos la Palabra de Dios
El Señor pasó delante de Moisés y exclamó: «El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad. Él mantiene su amor a lo largo de mil generaciones y perdona la culpa, la rebeldía y el pecado…
Éxodo 34, 6-7
Tan cierto como que estoy vivo, palabra de Yavé, que no deseo la muerte del malvado, sino que renuncie a su mala conducta y viva…
Ezequiel 33, 11
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Un salmo para alabar
A cada estrofa del salmo repetimos:
¡Piedad, Señor, pecamos contra ti!
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti.
¡Líbrame de la muerte, Dios, salvador mío,
y mi lengua anunciará tu justicia!
Abre mis labios, Señor,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen;
si ofrezco un holocausto, no lo aceptas:
mi sacrificio es un espíritu contrito,
tú no desprecias el corazón contrito y humillado.
Salmo 51, 12-21
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Para reflexionar y/o compartir en grupo
- Pensemos en situaciones concretas de nuestras vidas en que pudimos tener misericordia con los demás. ¿Qué sentimos en esos momentos?
- ¿La omnipotencia y la misericordia son conceptos contrapuestos? Justifiquemos y compartamos nuestras respuestas.
- En el ambiente que nos movemos todos los días: nuestra familia, el estudio, el trabajo, nuestro grupo de pertenencia, entre otros próximos, ¿con quiénes creemos que tendríamos que ser más pacientes y misericordiosos?
- ¿Qué podemos hacer concretamente para acercarnos a aquellos que están sufriendo alrededor nuestro?
- En grupo, pensar cinco acciones concretas para aliviar el sufrimiento de nuestro prójimo. Concretar y definir a quiénes, cómo, cuándo, con qué recursos, en qué momento, por cuánto tiempo… Plasmarlo en un afiche.
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Intenciones
A cada intención respondemos: ¡Señor de la Misericordia, te pedimos que habites en nuestro corazón!
Te pedimos por el Papa Francisco para que pueda seguir proclamando a todo el mundo el rostro misericordioso de Dios Padre. Oremos…
Haz que tu Iglesia pueda expresar tu amor misericordioso, de manera visible y tangible para el mundo. Oremos…
Ayúdanos a hacer de tu misericordia nuestra experiencia de vida. Oremos…
Te rogamos que nos permitas descubrir que lo importante en la vida es amar a nuestros hermanos como lo hizo Jesús. Oremos…
Enséñanos a ser pacientes y misericordiosos con nuestros hermanos. Oremos…
Ayúdanos a construir una patria más justa, fraterna y solidaria; de manera que podamos descubrir tu grandeza a través de tu misericordia divina. Oremos…
Agregamos nuestras intenciones personales y comunitarias…
Rezamos un Padrenuestro, un Avemaría y el Gloria.
Repetimos con convicción la advocación: ¡Jesús, en vos confío! ¡Jesús, en vos confío! ¡Jesús, en vos confío!
Oración: Padre, que tu amor Divino venga en nuestro auxilio y nos haga cada día más misericordiosos. Atraviésanos con tu Misericordia y haz de nuestras vidas un lugar de luz, para nosotros, nuestras familias, nuestra patria y todos aquellos que nos rodean y necesitan. ¡Te lo pedimos a través de Jesús Misericordioso! ¡Amén!
Señal de la Cruz
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Compromiso personal del mes
Este mes de marzo voy a perdonar de corazón a alguien que me hizo un mal sin haberse dado cuenta. También podré dar consejo y apoyo al que lo necesita u otro compromiso similar…
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Para memorizar y rezar durante el mes
¡María de Guadalupe, ayúdanos a manifestar la misericordia de Dios a nuestros hermanos!
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La misericordia en los santos
San Francisco de Asís (1182-1226). Por el amor de Dios. Un día, estando Francisco en la tienda donde solía vender telas, y enfrascado en reflexiones relativas a su comercio, se le presentó un mendigo pidiéndole limosna por el amor de Dios. Absorto en sus afanes de lucro y en las preocupaciones de su negocio, lo echó, negándole la limosna. Pero después que el pobre se fue, Francisco, movido por la gracia divina, empezó a reprocharse su falta de cortesía, diciéndose: “Si este mendigo te hubiera pedido algo en nombre de algún noble o persona importante, le hubieras dado cuanto te pedía. ¡Con mayor razón debiste hacerlo cuando te pedía algo en nombre del Rey de reyes y Señor de todos!” A partir de ese momento se comprometió a nunca negarle nada a quien le pidiera ayuda en el nombre del Señor. Y, llamando al mendigo, le dio una abundante limosna.
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Un cuento para pensar
LA SILLA VACÍA
Analía, angustiada, se acercó a la parroquia para pedirle al Padre Martín que fuera a su casa para realizar una oración por su padre, Roberto, que estaba muy enfermo. Cuando el sacerdote llegó a la habitación de Roberto, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo.
—¡Supongo, que me estaba esperando! —le dijo.
—¡No! ¿Quién es usted? —contestó Roberto.
—Soy el sacerdote que su hija llamó para realizar una oración; cuando vi la silla vacía al lado de su cama, sospeché que usted sabía que yo vendría a visitarlo.
—¡Oh, sí! ¡La silla…! —exclamó el enfermo.
—¿Le importaría cerrar la puerta?
El Padre Martín, sorprendido, la cerró.
—Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la iglesia, siempre escuché que se debía orar y los beneficios que de esta actitud se desprenden; pero, la verdad es que esto de la oración me entró por un oído y salió por otro, pues nunca tuve idea de cómo hacerlo. Entonces, hace mucho tiempo abandoné por completo la oración. Esto ha sido así hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo:
—Roberto, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y colocas otra silla vacía, enfrente tuyo. Luego, con fe, miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo: “Yo estaré siempre con ustedes”. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora.
—La cuestión es que lo hice una vez y, ¡me gustó tanto, que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias, desde entonces! Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija, pues me internaría en un asilo para ancianos.
El Padre Martín sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a Roberto que era muy bueno lo que había estado haciendo, y que no cesara de hacerlo. Luego hizo una oración con él, le dio una bendición y volvió a su parroquia.
Dos días después, la hija de Roberto llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido. El sacerdote le preguntó:
—¿Falleció en paz?
—¡Sí! Cuando salía de casa, a eso de las dos de la tarde, me llamó y fui a verlo. Me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso. Cuando regresé de hacer compras, una hora más tarde, ya lo encontré muerto. Pero, hay algo extraño con respecto a su muerte. Aparentemente, justo antes de morir, se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré.
—¿Qué cree, usted, que pueda significar esto?
El Padre Martín, se secó las lágrimas de emoción y le respondió:
—¡Ojalá, que todos nos pudiésemos ir de la misma manera…!
Autor desconocido
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Para disfrutar del buen cine
TÍTULO EN CASTELLANO |
ORIGEN
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DIRECTOR
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PROTAGONISTAS
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Título Original / Otro Título
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AÑO
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DURACIÓN
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GÉNERO
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CALIFICACIÓN
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Ben-Hur |
usa
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William Wyler
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Charlton Heston / Jack Hawkins
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1959
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212 min
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Épico / relig
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ATP
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Madre Teresa |
ITALIA
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Fabrizio Costa
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Olivia Hussey / S. Somma
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2003
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180 min
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BIOGRAFÍA
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Ben-Hur. En la Antigua Roma, del siglo I, Judá Ben-Hur (Charlton Heston), hijo de una familia noble de Jerusalén y Mesala (Stephen Boyd), tribuno romano, eran amigos desde la infancia. Un accidente los transforma en enemigos irreconciliables: Ben-Hur es acusado de atentar contra la vida del gobernador romano y Mesala manda encarcelarlo a él y a su familia. Mientras Ben-Hur es trasladado a las galeras para cumplir su condena, un hombre, llamado Jesús de Nazaret, se apiada de él y le da de beber. Este encuentro fortuito, lleno de amor y con la mirada misericordiosa de Jesús va cambiando la vida de Ben-Hur. Finalmente es liberado y sale en busca de su madre y su hermana; a quienes encuentra, precisamente, durante los hechos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Esta obra del cine clásico, nos habla de la confianza en Jesús Resucitado y de la misericordia, como característica distintiva de los primeros cristianos.
Madre Teresa. Hacia la mitad del siglo XX, la ciudad de Calcuta recibe el triste mote de “la cloaca del mundo”. Desheredados, enfermos, moribundos yacen desesperados por doquier y abandonados a su suerte. En medio de todo este sufrimiento surge una monja, la Madre Teresa (Olivia Hussey) que funda una congregación de religiosas que se dedica en cuerpo y alma a ayudar a los pobres, a curar a los leprosos que mueren en las calles, a cuidar a los huérfanos y niños abandonados, a acompañar a los moribundos hacia su muerte… El camino de la Madre Teresa no está exento de problemas, pero nos muestra que la fe en Dios y la abnegación en la entrega al prójimo, sin recibir nada a cambio, es el camino de quienes siguen a Jesús.
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por San Pedro Damián | 20 Feb, 2016 | Postcomunión Taller de oración
Me has pedido, dilectísimo hermano, que te transmita por carta unas palabras de consuelo capaces de endulzar tu razón, amargado por tantos sufrimientos como te afligen.
Pero si tu inteligencia está despierta, a mano tienes el consuelo que necesitas, pues la misma palabra divina te instruye como a hijo, destinado a obtener la herencia. Medita en aquellas palabras: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para las pruebas; mantén el corazón firme, sé valiente.
Donde está el temor está la justicia. La prueba que para nosotros supone cualquier adversidad no es un castigo de esclavos, sino una corrección paterna.
Por esto Job, en medio de sus calamidades, si bien dice: Que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida, añade a continuación: Sería un consuelo para mí; aun torturado sin piedad, saltaría de gozo.
Para los elegidos de Dios, sus mismas pruebas son un consuelo, pues en virtud de estos sufrimientos momentáneos dan grandes pasos por el camino de la esperanza hasta alcanzar la felicidad del cielo.
Lo mismo hacen el martillo y la lima con el oro, quitándole la escoria para que brille más. El horno prueba la vasija del alfarero, el hombre se prueba en la tribulación. Por esto dice también Santiago: Hermanos míos: Teneos por muy dichosos cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas.
Con razón deben alegrarse quienes sufren por sus malas obras una pena temporal, y, en cambio, obtienen por sus obras buenas los premios sempiternos del cielo.
Todo ello significa que no deben deprimir tu espíritu los sufrimientos que padeces y las correcciones con que te aflige la disciplina celestial; no murmures ni te lamentes, no te consumas en la tristeza o la pusilanimidad. Que resplandezca en tu rostro la serenidad, en tu mente la alegría, en tu boca la acción de gracias.
Alabanza merece la dispensación divina, que aflige temporalmente a los suyos para librarlos del castigo eterno, que derriba para exaltar, corta para curar y deprime para elevar.
Robustece tu espíritu con éstos y otros testimonios de la Escritura y, tras la tristeza, espera con alegría el gozo que vendrá.
Que la esperanza te levante ese gozo, que la caridad encienda tu fervor. Así tu mente, bien saciada, será capaz de olvidar los sufrimientos exteriores y progresará en la posesión de los bienes que contempla en su interior.
Oficio de Lectura del 21 de febrero
«Tras la tristeza, espera con alegría el gozo», de las cartas de
San Pedro Damián: Libro 8,6: PL 144, 473-476.
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Oración
Dios todopoderoso, concédenos seguir con fidelidad los consejos y ejemplos de san Pedro Damián, obispo, para que, amando a Cristo sobre todas las cosas, y dedicados siempre al servicio de tu Iglesia, merezcamos llegar a los gozos eternos. Por nuestro Señor Jesucristo.
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Oración de San Pedro Damián a Nuestra Señora
Santa Virgen, Madre de Dios, socorred a los que imploran vuestro auxilio. Volved vuestros ojos hacia nosotros.
¿Acaso por haber sido unida a la Divinidad ya no os acordaríais de los hombres? ¡Ah!, no por cierto.
Vos sabéis en qué peligros nos habéis dejado, y el estado miserable de vuestros siervos; no es propio de vuestra gran misericordia el olvidarse de una tan grande miseria como la nuestra.
Emplead en nuestro favor vuestro valimiento, porque el que es Omnipotente os ha dado la omnipotencia en el Cielo y en la tierra.
Nada os es imposible, pues podéis infundir aliento a los más desesperados para esperar la salvación.
Cuanto más poderosa sois, tanto más misericordiosa debéis ser.
Ayudadnos también con vuestro amor. Yo sé, Señora mía. Que sois sumamente benigna, y que nos amáis con un afecto al que ningún otro aventaja.
¡Cuántas veces habéis aplacado la cólera de nuestro Juez en el instante en que iba a castigarnos! Todos los tesoros de la misericordia de Dios se hallan en vuestras manos.
¡Ah! no ceséis jamás de colmarnos de beneficios.
Vos solo buscáis la ocasión de salvar a todos los miserables, y de derramar sobre ellos vuestra misericordia, porque vuestra gloria es mayor cuando por vuestra intercesión los penitentes son perdonados, y los que lo han sido entran en el Cielo.
Ayudadnos, pues, a fin de que podamos veros en el Paraíso, ya que la mayor gloria a que podemos aspirar consiste en veros, después de Dios, en amaros y en estar bajo vuestra protección.
¡Ah!, oídnos, Señora, ya que vuestro Hijo quiere honraros concediéndoos todo cuanto le pidáis.