Evangelio del día: Cristo resucita a una niña

Evangelio del día: Cristo resucita a una niña

Mateo 9, 18-26. Lunes de la 14.ª semana del Tiempo Ordinario. Cuidar a los más débiles, a los más frágiles, es signo de verdadera civilización, humana y cristiana.

Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces de le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada». Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada. Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: «Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme». Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 28, 10-22a

Salmo: Sal 91(90)

Oración introductoria

Señor, eres mi Salvador y Redentor. Creo que en este justo momento estabas esperando que dejará todo para tener un momento de oración, por eso me acerco con fe, confianza y mucho amor. Te ofrezco esta meditación por aquellos que temen acercarse a Ti.

Petición

Jesús, te pido una fe que toque y transforme mi vida entera.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Quiero iniciar mi visita a Asís con vosotros. ¡Os saludo a todos! Hoy es la fiesta de san Francisco, y yo elegí, como Obispo de Roma, llevar su nombre. He aquí el motivo por el cual hoy estoy aquí: mi visita es sobre todo una peregrinación de amor, para rezar ante la tumba de un hombre que se despojó de sí mismo y se revistió de Cristo; y, siguiendo el ejemplo de Cristo, amó a todos, especialmente a los más pobres y abandonados, amó con estupor y sencillez la creación de Dios. Al llegar aquí a Asís, en las puertas de la ciudad, se encuentra este Instituto, que se llama precisamente «Seráfico», un sobrenombre de san Francisco. Lo fundó un gran franciscano, el beato Ludovico de Casoria.

Y es justo partir de aquí. San Francisco, en su Testamento, dice: «El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecado, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo» (FF, 110).

La sociedad, lamentablemente, está contaminada por la cultura del «descarte», que se opone a la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles. En esta Casa, en cambio, veo en acción la cultura de la acogida. Cierto, incluso aquí no será todo perfecto, pero se colabora juntos por la vida digna de personas con graves dificultades. Gracias por este signo de amor que nos ofrecéis: éste es el signo de la verdadera civilización, humana y cristiana. Poner en el centro de la atención social y política a las personas más desfavorecidas. A veces, en cambio, las familias se encuentran solas al hacerse cargo de ellas. ¿Qué hacer? Desde este lugar donde se ve el amor concreto, digo a todos: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas ante todo por un profundo amor cristiano, amor a Cristo Crucificado, a la carne de Cristo, obras en las que se unan la profesionalidad, el trabajo cualificado y justamente retribuido, con el voluntariado, un tesoro precioso.

Servir con amor y con ternura a las personas que tienen necesidad de tanta ayuda nos hace crecer en humanidad, porque ellas son auténticos recursos de humanidad. San Francisco era un joven rico, tenía ideales de gloria, pero Jesús, en la persona de aquel leproso, le habló en silencio, y le cambió, le hizo comprender lo que verdaderamente vale en la vida: no las riquezas, la fuerza de las armas, la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón.

Aquí, queridos hermanos y hermanas, quiero leeros algo personal, unas de las más bellas cartas que he recibido, un don de amor de Jesús. Me la escribió Nicolás, un muchacho de 16 años, discapacitado de nacimiento, que vive en Buenos Aires. Os la leo: «Querido Francisco: soy Nicolás y tengo 16 años; como yo no puedo escribirte (porque aún no hablo, ni camino), pedí a mis padres que lo hicieran en mi lugar, porque ellos son las personas que más me conocen. Te quiero contar que cuando tenía 6 años, en mi Colegio que se llama Aedin, el padre Pablo me dio la primera Comunión y este año, en noviembre, recibiré la Confirmación, una cosa que me da mucha alegría. Todas las noches, desde que tú me lo has pedido, pido a mi ángel de la guarda, que se llama Eusebio y que tiene mucha paciencia, que te proteja y te ayude. Puedes estar seguro de que lo hace muy bien porque me cuida y me acompaña todos los días. ¡Ah! Y cuando no tengo sueño… viene a jugar conmigo. Me gustaría mucho ir a verte y recibir tu bendición y un beso: sólo esto. Te mando muchos saludos y sigo pidiendo a Eusebio que te cuide y te dé fuerza. Besos. Nico».

En esta carta, en el corazón de este muchacho está la belleza, el amor, la poesía de Dios. Dios que se revela a quien tiene corazón sencillo, a los pequeños, a los humildes, a quien nosotros a menudo consideramos últimos, incluso a vosotros, queridos amigos: este muchacho cuando no logra dormir juega con su ángel de la guarda; es Dios que baja a jugar con él.

En la capilla de este Instituto, el obispo ha querido que se tenga la adoración eucarística permanente: el mismo Jesús que adoramos en el Sacramento, le encontramos en el hermano más frágil, de quien aprendemos, sin barreras y complicaciones, que Dios nos ama con la sencillez del corazón.

Gracias a todos por este encuentro. Os llevo conmigo, en el afecto y en la oración. Pero también vosotros rezad por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen y san Francisco os protejan.

Santo Padre Francisco

Encuentro con los niños discapacitados y enfermos ingresados en el Instituto Seráfico

Discurso del viernes, 4 de octubre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

VI. El amor de los pobres

2443 Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: “A quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda” (Mt 5, 42). “Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10, 8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf Mt 25, 31-36). La buena nueva “anunciada a los pobres” (Mt 11, 5; Lc 4, 18)) es el signo de la presencia de Cristo.

2444 “El amor de la Iglesia por los pobres […] pertenece a su constante tradición” (CA 57). Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6, 20-22), en la pobreza de Jesús (cf Mt 8, 20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12, 41-44). El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con el fin de “hacer partícipe al que se halle en necesidad” (Ef 4, 28). No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).

2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta:

«Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste» (St 5, 1-6).

2446 San Juan Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: “No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; […] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6). Es preciso “satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia” (AA 8):

«Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia» (San Gregorio Magno, Regula pastoralis, 3, 21, 45).

2447 Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3). Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf Tb 4, 5-11; Si 17, 22) es uno de los principales testimonios de la caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6, 2-4):

«El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo» (Lc 3, 11). «Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros» (Lc 11, 41). «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, calentaos o hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (St 2, 15-16; cf Jn 3, 17).

2448 “Bajo sus múltiples formas —indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte—, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado de Adán y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los «más pequeños de sus hermanos». También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 68).

2449 En el Antiguo Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo, pago cotidiano del jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la siega) corresponden a la exhortación del Deuteronomio: “Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquél de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra” (Dt 15, 11). Jesús hace suyas estas palabras: “Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis” (Jn 12, 8). Con esto, no hace caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: “comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias […]” (Am 8, 6), sino que nos invita a reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt 25, 40):

El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, santa Rosa de Lima le contestó: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, somos buen olor de Cristo”.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Rezar por las personas enfermas, especialmente las que están cerca de mi.

Diálogo con Cristo

Señor, el oficial romano y la mujer con flujo de sangre me recuerdan lo maravilloso que es vivir con fe. Tú sabes exactamente qué es lo que necesito, mas esperas que me acerque a Ti y con confianza te pida lo que creo necesitar, por eso te suplico por el don de una fe viva, que no olvide nunca que Tú eres mi Amigo fiel, que eres el compañero que va conmigo siempre, que eres mi Padre bueno que vela continuamente sobre mí.

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Evangelio del día: En Cristo nuestra alma encuentra el descanso

Evangelio del día: En Cristo nuestra alma encuentra el descanso

Mateo 11, 25-30. Decimocuarto Domingo del Tiempo Ordinario. Tenemos un Dios «enamorado» de nosotros, que nos acaricia tiernamente y nos canta la canción de cuna así como lo hace un papá con su niño. Cristo nos busca, nos espera y nos enseña a ser «pequeños» porque el amor está más en dar que en recibir y está más en las obras que en las palabras.

En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Zacarías, Zac 9, 9-10

Salmo: Sal 145(144), 1-2.8-11.13cd-14

Segunda lectura: Carta de San Pablo a los Romanos, Rom 8, 9.11-13

Oración preparatoria

Señor Dios, que por medio de la humildad y la sencillez de la fe encontramos nuestra verdadera paz.

Petición

Señor, ayúdame a poner a un lado todas mis distracciones, todo aquello que me separe de Ti.

Meditación del Santo Padre Francisco

Tenemos un Dios «enamorado de nosotros», que nos acaricia tiernamente y nos canta la canción de cuna así como lo hace un papá con su niño. No sólo: Él, primeramente, nos busca, nos espera y nos enseña a ser «pequeños», porque «el amor está más en dar que en recibir» y está «más en las obras que en las palabras». Lo recordó el Papa Francisco durante la misa celebrada el viernes 27 de junio, día de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.

La meditación del Papa se inspiró en la oración colecta recitada durante la liturgia, en la que, dijo, «hemos agradecido al Señor porque nos da la gracia, la alegría de celebrar en el corazón de su Hijo las grandes obras de su amor».

Y «amor», de hecho, es la palabra clave escogida por el obispo de Roma para expresar el significado profundo de la solemnidad del Sagrado Corazón. Porque, señaló, «hoy es la fiesta del amor de Dios, de Jesucristo: es el amor de Dios por nosotros y amor de Dios en nosotros». Una fiesta que «celebramos con alegría».

Dos, en especial, son «los rasgos del amor» según el Pontífice. El primero está contenido en la afirmación: «el amor está más en dar que en recibir»; el segundo en la afirmación de que «el amor está más en las obras que en las palabras».

«Cuando decimos que está más en dar que en recibir —explicó el Papa Francisco— es porque el amor siempre se contagia, siempre contagia, y es recibido por el amado». Y «cuando decimos que está más en las obras que en las palabras», añadió, es porque «el amor siempre da vida, hace crecer».

El Pontífice delineó las características fundamentales del amor de Dios a los hombres. Y volvió a proponer así algunos pasajes de las lecturas de la liturgia del día, que, señaló, «dos veces nos habla de los pequeños». En efecto, en la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio (7, 6-11), «Moisés explica por qué el pueblo ha sido elegido y dice: pues sois el pueblo más pequeño». Después, en el Evangelio de san Mateo (11, 25-30), «Jesús alaba al Padre porque ocultó las cosas divinas a los sabios y las reveló a los pequeños».

Por lo tanto, afirmó el Papa, «para entender el amor de Dios es necesaria esta pequeñez de corazón». Por lo demás, Jesús lo dice claramente: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. He aquí, entonces, el camino justo: «Hacerse niños, hacerse pequeños», porque solamente en esa pequeñez, en ese abajarse se puede recibir» el amor de Dios.

No es casual, observó el obispo de Roma, que sea «el mismo Señor» quien, «cuando explica su relación de amor, busca hablar como si hablase con un niño». Y, de hecho, Dios «lo recuerda al pueblo: “acuérdate, yo te he enseñado a caminar como un papá hace con su niño”». Se trata precisamente de «esa relación de papá a hijo». Pero, advirtió el Pontífice, «si tú no eres pequeño», esa relación no logra establecerse.

Es una relación tal que lleva «al Señor, enamorado de nosotros», a usar «incluso palabras que parecen una canción de cuna». El Señor, en efecto, dice en la Escritura: «No temas, gusanillo de Israel, no temas». Y nos acaricia, pues, diciéndonos: «Estoy contigo, yo te tomo de la mano».

Esta, «es la ternura del Señor en su amor, esto es lo que Él nos comunica. Y da la fuerza a nuestra ternura». En cambio, alertó el Papa, «si nosotros nos sentimos fuertes, jamás tendremos la experiencia de las caricias tan bellas del Señor».

Las «palabras del Señor», afirmó el Pontífice, «nos hacen entender ese misterioso amor que Él tiene por nosotros». Es Jesús mismo quien nos indica cómo hacer: cuando habla de sí, dice ser «manso y humilde de corazón». Por ello, «también Él, el Hijo de Dios, se abaja para recibir el amor del Padre».

Otra verdad que la fiesta del Sagrado Corazón nos recuerda, dijo también el Papa, se puede sacar del pasaje de la segunda lectura, tomado de la primera carta de san Juan (4, 7-16): «Dios nos ha amado primero, Él está siempre antes de nosotros, Él nos espera». Por lo tanto, confirmó el Pontífice, «cuando nosotros llegamos, Él está, cuando lo buscamos Él nos buscó primero: Él siempre delante de nosotros, nos espera para recibirnos en su corazón, en su amor».

Recapitulando su meditación, el Papa Francisco reafirmó que los dos rasgos indicados «pueden ayudarnos a entender este misterio del amor de Dios con nosotros: para expresarse necesita nuestra pequeñez, nuestro abajamiento. Y necesita también nuestro asombro cuando lo buscamos y lo encontramos allí esperándonos». Y es «muy bello —constató— entender y sentir así el amor de Dios en Jesús, en el corazón de Jesús».

El Pontífice concluyó invitando a los presentes a rezar al Señor para que dé a cada cristiano la gracia de «entender, de sentir, de entrar en este mundo tan misterioso, de maravillarnos y tener paz con este amor que se entrega, nos da la alegría y nos lleva por el camino de la vida como un niño» que lleva «de la mano».

Santo Padre Francisco: La canción de cuna de Dios

Meditación del viernes, 27 de junio de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy en el Evangelio el Señor Jesús nos repite unas palabras que conocemos muy bien, pero que siempre nos conmueven: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11, 28-30). Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36). Esa mirada de Jesús parece extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. También hoy se posa sobre tanta gente oprimida por condiciones de vida difíciles y también desprovista de válidos puntos de referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas se encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y también en los países más ricos son numerosos los hombres y las mujeres insatisfechos, incluso enfermos de depresión. Pensemos en los innumerables desplazados y refugiados, en cuantos emigran arriesgando su propia vida. La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, más aún, sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: «Venid a mí todos…».

Jesús promete que dará a todos «descanso», pero pone una condición: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». ¿En qué consiste este «yugo», que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El «yugo» de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13, 34; 15, 12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad —sea las materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar— es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda costa. También por respeto al medio ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable «mansedumbre». Pero sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, es la que puede asegurar un futuro digno del hombre.

Queridos amigos, ayer celebramos una particular memoria litúrgica de María santísima, alabando a Dios por su Corazón Inmaculado. Que la Virgen nos ayude a «aprender» de Jesús la humildad verdadera, a tomar con decisión su yugo ligero, para experimentar la paz interior y ser, a nuestra vez, capaces de consolar a otros hermanos y hermanas que recorren con fatiga el camino de la vida.

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 3 de julio de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III Dios, «El que es», es verdad y amor

214 Dios, «El que es», se reveló a Israel como el que es «rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Estos dos términos expresan de forma condensada las riquezas del Nombre divino. En todas sus obras, Dios muestra su benevolencia, su bondad, su gracia, su amor; pero también su fiabilidad, su constancia, su fidelidad, su verdad. «Doy gracias a tu Nombre por tu amor y tu verdad» (Sal 138,2; cf. Sal 85,11). Él es la Verdad, porque «Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); él es «Amor», como lo enseña el apóstol Juan (1 Jn 4,8).

Dios es la Verdad

215 «Es verdad el principio de tu palabra, por siempre, todos tus justos juicios» (Sal119,160). «Ahora, mi Señor Dios, tú eres Dios, tus palabras son verdad» (2 S 7,28); por eso las promesas de Dios se realizan siempre (cf. Dt 7,9). Dios es la Verdad misma, sus palabras no pueden engañar. Por ello el hombre se puede entregar con toda confianza a la verdad y a la fidelidad de la palabra de Dios en todas las cosas. El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad.

216 La verdad de Dios es su sabiduría que rige todo el orden de la creación y del gobierno del mundo ( cf.Sb 13,1-9). Dios, único Creador del cielo y de la tierra (cf. Sal 115,15), es el único que puede dar el conocimiento verdadero de todas las cosas creadas en su relación con Él (cf. Sb 7,17-21).

217 Dios es también verdadero cuando se revela: la enseñanza que viene de Dios es «una Ley de verdad» (Ml 2,6). Cuando envíe su Hijo al mundo, será para «dar testimonio de la Verdad» (Jn 18,37): «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero» (1 Jn 5,20; cf. Jn 17,3).

Dios es Amor

218 A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito (cf. Dt4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7) y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).

219 El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16).

220 El amor de Dios es «eterno» (Is 54,8). «Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará» (Is 54,10). «Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti» (Jr 31,3).

221 Pero san Juan irá todavía más lejos al afirmar: «Dios es Amor» (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ante el agobio y cansancio del trabajo o de los problemas diré: Jesús, en ti confío.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, enséñame a someterme siempre a la voluntad del Padre, para encontrar el descanso que me ofreces. Es paradójico cómo busco evitar todo lo que implique pobreza, soledad, fatiga… cuando vividos contigo y por amor a Ti, son los medios excelentes que me pueden llevar a crecer en el amor. Ayúdame a ser manso y humilde de corazón.

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Evangelio del día: Vino nuevo en odres nuevos

Evangelio del día: Vino nuevo en odres nuevos

Mateo 9, 14-17. Sábado de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. Ser cristiano significa tener la alegría de pertenecer totalmente a Cristo.

Entonces se acercaron los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?». Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque los odres revientan, el vino se derrama y los odres se pierden. ¡No, el vino nuevo se pone en odres nuevos, y así ambos se conservan!».

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Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 27, 1-5.15-29

Salmo: 135(134)

Oración introductoria

¡Ven, Espíritu Santo! Ilumíname para experimentar tu presencia en esta oración. Ayúdame a dejar a un lado mis preocupaciones para darte el tiempo y la atención que mereces. Nada hay más importante en este momento, reorienta mi vida hacia Ti y alimenta mi amor por Ti en esta meditación.

Petición

Señor, concédeme amarte por encima de todas las cosas.

Meditación del Santo Padre Francisco

Ser cristiano significa tener la alegría de pertenecer totalmente a Cristo, «único esposo de la Iglesia», e ir al encuentro de Él igual que se va a una fiesta de bodas. Así que la alegría y la conciencia de la centralidad de Cristo son las dos actitudes que los cristianos deben cultivar en la cotidianidad. Lo recordó el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró el viernes 6 de septiembre, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

La reflexión del Santo Padre partió del episodio evangélico propuesto por la liturgia, en el que el evangelista Lucas narra la confrontación entre Jesús, los fariseos y los escribas por el hecho de que los discípulos que están con Él comen y beben mientras los demás hacen ayuno (Lucas 5, 33-39). El Pontífice explicó lo que Jesús, en su respuesta a los escribas, quiere hacer entender. Él se presenta como esposo. La Iglesia es la esposa.

Con su respuesta a los escribas, como especificó el Pontífice, «el Señor dice que cuando está el esposo no se puede ayunar, no se puede estar triste. El Señor aquí hace ver la relación entre Él y la Iglesia como bodas». De aquí «el motivo más profundo por el que la Iglesia custodia tanto el sacramento del matrimonio. Y lo llama sacramento grande porque es precisamente la imagen de la unión de Cristo con la Iglesia». Así que, cuando se habla de bodas, «se habla de fiesta, se habla de alegría; y esto indica a nosotros, cristianos, una actitud»: cuando encuentra a Jesucristo y comienza a vivir según el Evangelio, el cristiano debe hacerlo con alegría.

Naturalmente, añadió el Pontífice, «hay momentos de cruz, momentos de dolor, pero está siempre ese sentido de paz profunda. ¿Por qué? La vida cristiana se vive como fiesta, como las bodas de Jesús con la Iglesia». Y aquí el Santo Padre recordó cómo los primeros mártires cristianos afrontaban el martirio como si fueran a las bodas; también en aquel momento tenían el corazón alegre. Por lo tanto, la primera actitud del cristiano que encuentra a Jesús, repitió el Papa, es semejante a la de la Iglesia que se une como esposa a Jesús. «Y al final del mundo —continuó— será la fiesta definitiva, cuando la nueva Jerusalén se vista como una esposa».

Santo Padre Francisco: La gracia de la alegría

Homilía del viernes, 6 de septiembre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II. Cristo

436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo «Mesías» que quiere decir «ungido». Pasa a ser nombre propio de Jesús porque Él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de Él. Este era el caso de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas (cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4, 26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2) a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.

437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11). Desde el principio él es «a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo»(Jn 10, 36), concebido como «santo» (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para «tomar consigo a María su esposa» encinta «del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo» (Mt 1, 20) para que Jesús «llamado Cristo» nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm 1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).

438 La consagración mesiánica de Jesús manifiesta su misión divina. «Por otra parte eso es lo que significa su mismo nombre, porque en el nombre de Cristo está sobreentendido Él que ha ungido, Él que ha sido ungido y la Unción misma con la que ha sido ungido: Él que ha ungido, es el Padre. Él que ha sido ungido, es el Hijo, y lo ha sido en el Espíritu que es la Unción» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 18, 3). Su eterna consagración mesiánica fue revelada en el tiempo de su vida terrena, en el momento de su bautismo, por Juan cuando «Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder» (Hch 10, 38) «para que él fuese manifestado a Israel» (Jn 1, 31) como su Mesías. Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer como «el santo de Dios» (Mc 1, 24; Jn 6, 69; Hch 3, 14).

439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico «hijo de David» prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21).

440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre «que ha bajado del cielo» (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón, el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2, 36).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Promover, con una buena estrategia, la participación de mi familia en la Eucaristía del domingo.

Diálogo con Cristo

Jesús, la gran aspiración de mi vida es poder amarte por encima de todas las cosas. Dame valor para poder renunciar a todo lo que me aparte de Ti; dame generosidad para saber ayunar siempre de mí mismo, de manera que pueda llenarme de tu amor y de tu gracia. Esto es lo único que busco, lo único que quiero Señor.

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Evangelio del día: ¡Sígueme!

Evangelio del día: ¡Sígueme!

Mateo 9, 9-13. Viernes de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. La mirada de Jesús provoca un «estupor interior» porque sentimos dentro de nosotros «algo nuevo».

Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». El se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos. Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: «¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús, que había oído, respondió: «No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores».

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Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 23, 1-4.19; 24, 1-8.62-67

Salmo:Sal 106(105)

Oración Introductoria

Padre mío, escucho tu llamado y quiero seguirte. Deseo levantarme y salir de esta meditación convencido de quitar todo lo que me aparte de Ti, porque Tú bien sabes de mis debilidades y caídas, por eso te suplico que envíes a tu Espíritu Santo para que guíe esta oración y todo mi día.

Petición

Señor, que nunca sea sordo a tu llamado y sepa responder con alegría y generosidad.

Catequesis del Santo Padre Francisco

Dejarse mirar por la misericordia de Jesús; hacer fiesta con Él; mantener viva la «memoria» del momento en el que hemos encontrado la salvación en nuestra vida. Es ésta la triple invitación que surgió de la reflexión del Papa Francisco durante la misa celebrada el viernes 5 de julio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

En la homilía el Papa comentó el pasaje del Evangelio de Mateo (9, 9-13) donde el autor habla de la propia conversión: el recaudador de impuestos que Jesús llama a formar parte de los Doce.

El Papa recordó la imagen de Jesús que pasa entre «aquellos que recibían el dinero de los impuestos y luego lo llevaban a los romanos». Éstos —evidenció— eran considerados hombres poco recomendables, y entre ellos estaba Mateo, «el hombre sentado al mostrador de los impuestos». Jesús lo mira y esa mirada le hace probar interiormente «algo nuevo, algo que no conocía».

La «mirada de Jesús», explicó el Santo Padre, le hizo sentir «un estupor» interior; le hizo percibir «la invitación de Jesús: sígueme». Y en aquel mismo instante Mateo «se llenó de alegría», «le bastó sólo un momento» para comprender que aquella mirada le había cambiado la vida para siempre. Es el momento de la misericordia recibida y aceptada: voy contigo». En este caso —puntualizó el Papa— no se trata de «un momento»; se trata de un «tiempo», que se prolonga «hasta el final de la vida».

Y el Pontífice se preguntó: «¿de qué hay que hacer memoria?». Justamente «de aquellos hechos, de aquel encuentro con Jesús que me cambió la vida, que tuvo misericordia, que fue muy bueno conmigo —fue su respuesta— y me dijo también: invita a tus amigos pecadores, para que hagamos fiesta». En efecto, la memoria de esa misericordia y de esa fiesta «da fuerza a Mateo y a todos» aquellos que han decidido seguir a Cristo «para seguir adelante». Esto es necesario recordarlo siempre, añadió el Papa, como cuando se sopla sobre las brasas para mantener el fuego vivo.

Santo Padre Francisco: Misericordia, fiesta y memoria

Meditación del viernes, 5 de julio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

65 «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra […]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p. 184.).

No habrá otra revelación

66 «La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo» (DV4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas «privadas», algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de «mejorar» o «completar» la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

La fe cristiana no puede aceptar «revelaciones» que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes «revelaciones».

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Pedirle a Dios que me ayude a eliminar todo lo que le ofende de mi comportamiento y por tanto, dar una respuesta como la de Mateo: pronta, sincera, total.

Diálogo con Cristo

Jesucristo, de nada sirve decir que estoy dispuesto a seguirte si no estoy dispuesto a servir y a entregarme a los demás. Gracias porque solo Tu eres capaz de ver más allá de sus pecados.

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Evangelio del día: Curación del paralítico

Evangelio del día: Curación del paralítico

Mateo 9, 1-8. Jueves de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. Este es el gran milagro de Jesús: a nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres, 

Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad. Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema». Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», o «Levántate y camina»? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados —dijo al paralítico— levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.

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Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 22, 1-19

Salmo: Sal 115(114)

Oración introductoria

Jesús, me acerco a Ti, en este rato de oración, como el paralitico del Evangelio que fue llevado a tu presencia. Soy como un inválido, sin tu gracia estoy imposibilitado para realizar cualquier obra buena. Rompe, Señor, con todas mis parálisis, hazme ponerme en marcha para predicar la Buena Nueva de tu amor.

Petición

Señor, estoy dispuesto a dejarme sanar por Ti, creo que tienes el poder para cambiarme por dentro, cúrame Jesús.

Meditación del Santo Padre Francisco

Si existiera un «documento de identidad» para los cristianos, ciertamente la libertad sería un rasgo característico. La libertad de los hijos de Dios —explicó el Papa Francisco en la homilía de la misa celebrada el [día de hoy], por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae— es el fruto de la reconciliación con el Padre obrada por Jesús, quien asumió sobre sí los pecados de todos los hombres y redimió el mundo con su muerte en la cruz. Nadie —destacó el Pontífice— nos puede privar de esta identidad.

La reflexión del Santo Padre se basó en el pasaje del Evangelio de Mateo (9, 1-8) que narra el milagro de la curación del paralítico. El Papa se detuvo en los sentimientos experimentados por el hombre inválido cuando, transportado en una camilla, escuchó a Jesús que le decía: «ánimo hijo, tus pecados te son perdonados».

Los que estaban cerca de Jesús y escucharon sus palabras «dijeron: «Éste blasfemia, sólo Dios puede perdonar los pecados». Y Jesús para hacerles comprender bien les preguntó: «¿Qué es más fácil perdonar los pecados o curar? Y lo curó».

«Pero Jesús —prosiguió el Obispo de Roma— cuando curaba a un enfermo no era sólo alguien que curaba. Cuando enseñaba a la gente, pensemos en las Bienaventuranzas, no era sólo un catequista, un predicador de moral… No, estas cosas que hacía Jesús —la curación, la enseñanza— eran sólo un signo, un signo de algo más que Jesús estaba haciendo: perdonar los pecados».

Reconciliar el mundo en Cristo en nombre del Padre: «ésta es la misión de Jesús», y todo lo demás son sólo signos del «milagro más profundo que es la re-creación del mundo». La reconciliación es, por lo tanto, la re-creación del mundo; y la misión más profunda de Jesús es la redención de todos nosotros, pecadores. Y «Jesús —agregó el Papa— no hace esto con palabras, no lo hace con gestos… ¡No! Lo hace con su carne». Él tomó sobre sí todo el pecado. «Esta es la nueva creación», es «Jesús que desciende de la gloria y se abaja hasta la muerte y muerte de cruz. Esa es su gloria y esta es nuestra salvación».

«Este es el gran milagro de Jesús —agregó el Papa—. A nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres», nos curó. «Nos hará bien pensar en esto —añadió—. Jesús nos abrió las puertas de casa, nosotros ahora estamos en casa. Ahora se comprende esta palabra de Jesús: «ánimo hijo, tus pecados están perdonados». Esa es la raíz de nuestra valentía: soy libre, soy hijo, el Padre me ama y yo amo al Padre. Pidamos al Señor la gracia de comprender bien esta obra suya».

Santo Padre Francisco: La libertad de los hijos de Dios

Meditación del jueves, 4 de julio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. La misericordia y el pecado

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).

1847 Dios, “que te ha creado sin ti,  no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).

1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:

«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Incluir en mi agenda de actividades del mes mi próxima confesión.

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, el paralitico, y quienes lo llevaban, buscan el alivio físico, no el espiritual, que primero les ofreces, por ser lo que realmente importa. Frecuentemente mi oración se centra en pedirte bienes o soluciones a problemas que nada tienen que ver con mi bien espiritual, personal o de mi familia. Sólo contigo puedo levantarme para ver lo que realmente importa en esta vida, sólo con tu gracia y misericordia puedo liberarme del pecado, ayúdame a vivir la abnegación y a ver en cada dificultad una oportunidad para santificarme.

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Evangelio del día: Jesús cura a dos endemoniados

Evangelio del día: Jesús cura a dos endemoniados

Mateo 8, 28-34. Miércoles de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. Debemos siempre velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno.

Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Que quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara». El les dijo: «Vayan». Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron. Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.

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Lecturas

Primera lectura: Libro de Génesis, Gén 21, 5.8-20

Salmo: Sal 34(33), 7-8.10-13

Oración introductoria

Padre Santo, ten misericordia de mí. Tú conoces mi miseria y sabes cuánto necesito de tu gracia para poder seguir tu mandato del amor. Concédeme que este momento de oración aumente mi fe, esperanza y caridad.

Petición

Señor, dame la gracia de la confianza para crecer en la esperanza.

Meditación del Santo Padre Francisco

«¿Cómo ir por nuestro camino cristiano cuando existen las tentaciones? ¿Cuándo entra el diablo para turbarnos?», se preguntó el Santo Padre. El primero de los criterios sugeridos por el pasaje evangélico «es que no se puede obtener la victoria de Jesús sobre el mal, sobre el diablo, a medias». Para explicarlo, el Santo Padre citó las palabras de Jesús referidas por Lucas: «El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama». Y refiriéndose a la acción de Jesús respecto a los poseídos por el diablo, dijo que se trata sólo de una pequeña parte «de lo que vino a hacer por toda la humanidad»: destruir la obra del diablo para liberarnos de su esclavitud.

No se puede seguir creyendo que sea una exageración: «O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices. Hay una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos nosotros». Y no hay alternativas, aunque a veces oigamos «algunas propuestas pastorales» que parecen más acomodadoras. «¡No! O estás con Jesús —repitió el Obispo de Roma— o estás en contra. Esto es así. Y éste es uno de los criterios».

Último criterio es el de la vigilancia. «Debemos siempre velar, velar contra el engaño, contra la seducción del maligno», exhortó el Pontífice. Y volvió a citar el Evangelio: «Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Y nosotros podemos hacernos la pregunta: ¿yo vigilo sobre mí? ¿Sobre mi corazón? ¿Sobre mis sentimientos? ¿Sobre mis pensamientos? ¿Custodio el tesoro de la gracia? ¿Custodio la presencia del Espíritu Santo en mí?». Si no se custodia —añadió, cintando otra vez el Evangelio—, «llega otro que es más fuerte y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín».

Son estos, por lo tanto, los criterios para responder a los desafíos planteados por la presencia del diablo en el mundo: la certeza de que «Jesús lucha contra el diablo»; «quien no está con Jesús está contra Jesús»; y «la vigilancia». Hay que tener presente —dijo también el Papa— que «el demonio es astuto: jamás es expulsado para siempre, sólo lo será el último día». Porque cuando «el espíritu inmundo sale del hombre —recordó, citando el Evangelio—, da vueltas por lugares áridos, buscando un sitio para descansar, y al no encontrarlo dice: volveré a mi casa de donde salí. Al volver se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio».

He aquí por qué es necesario velar. «Su estrategia es ésta —advirtió el Papa Francisco—: tú te has hecho cristiano, vas adelante con tu fe, y yo te dejo, te dejo tranquilo. Pero después, cuando te has acostumbrado y no estás muy alerta y te sientes seguro, yo vuelvo. El Evangelio de hoy comienza con el demonio expulsado y acaba con el demonio que vuelve. San Pedro lo decía: es como un león feroz que ronda a nuestro alrededor». Y esto no son mentiras: «es la Palabra del Señor».

«Pidamos al Señor —fue su oración conclusiva— la gracia de tomar en serio estas cosas. Él ha venido a luchar por nuestra salvación, Él ha vencido al demonio».

Santo Padre Francisco: Cómo se vence al demonio

Homilía del viernes, 11 de octubre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II. Definición de pecado

1849 El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; San Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 71, a. 6) )

1850 El pecado es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces” (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9).

1851 Es precisamente en la Pasión, en la que la misericordia de Cristo vencería, donde el pecado manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Confiemos plenamente en Jesús. ¿De qué nos sirve ganar el mundo si al final perdemos nuestra alma?

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por buscarme constantemente y mostrarme tu infinita misericordia, a pesar de mi debilidad, de mi infidelidad. Aumenta mi caridad para que viva atento a las múltiples oportunidades que me das para colaborar con tu gracia y crecer en el amor. Que sepa tomar cada encuentro con los otros como una oportunidad para dar testimonio de Jesucristo.

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Evangelio del día: Jesús duerme en la barca

Evangelio del día: Jesús duerme en la barca

Mateo 8, 23-27. Martes de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. El miedo es una tentación del demonio para impedirnos ir adelante por el camino del Señor.

Después Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía. Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: «¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!». El les respondió: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma. Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?».

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Lecturas

Primera lectura: Libro del Génesis, Gén 19, 15-29

Salmo: Sal 26(25)

Oración introductoria

Señor, sé que Tú me ves, me escuchas, me conoces, me inspiras… Dios mío, que tu presencia amorosa en esta meditación no me haga temer, sino confiar más en tu Providencia.

Petición

Señor, no dejes nunca que desconfíe de Ti; por eso te pido que seas mi fortaleza, mi refugio.

Meditación del Santo Padre Francisco

La tentación, la curiosidad, el miedo y por último la gracia. Cuatro situaciones que se pueden verificar en la dificultad. De ello habló el Papa en la misa del martes 2 de julio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.

El Santo Padre inició su homilía destacando la singularidad de la liturgia del día, que hace pensar en ciertas situaciones «conflictivas», difíciles de afrontar. Reflexionar en ellas, precisó, «nos hará bien».

La primera actitud: la lentitud con la que Lot responde a la invitación del ángel que le pide apresurarse a dejar la ciudad antes de que sea destruida. Así, se refirió al episodio de la destrucción de Sodoma y Gomorra y de la salvación que Abrahán obtuvo para Lot y su familia.

Estaba muy decidido, pero cuando llega el momento de huir «va despacio, no se apresura». Lot «quería marcharse, pero despacio», incluso cuando el ángel le dice que huya. La actitud de Lot, según el Pontífice, representa «la incapacidad de apartarse del pecado. Queremos salir, estamos decididos; pero hay algo que nos tira hacia atrás». En efecto, «es muy difícil cortar con una situación pecaminosa». Pero «la voz de Dios nos dice: «huye»». Se trata, precisó el Pontífice, de «huir para ir adelante en el camino de Jesús».

La segunda actitud. «El ángel —recordó el Papa— dice que no se mire atrás: «huye y no mires atrás, sigue adelante». También esto es un consejo para superar la nostalgia del pecado». Un consejo recurrente en la Palabra de Dios. El Santo Padre mencionó la huida del pueblo de Dios en el desierto. Un pueblo que, tras huir, continuaba teniendo nostalgia «de las cebollas de Egipto», olvidando que esas cebollas las comían «en la mesa de la esclavitud». Ante el pecado es necesario huir sin nostalgia y recordar que «la curiosidad no sirve, hace mal». Huir y no mirar atrás porque «somos débiles todos y debemos defendernos».

La tercera actitud: el miedo. La referencia es el episodio de la barca en la que estaban los apóstoles y que improvisamente es embestida por la tempestad (Mt 8, 23-27). «La barca estaba cubierta por las olas —recordó el Pontífice—. «¡Sálvanos Señor que perecemos!», dicen ellos. El miedo, también ésta, es una tentación del demonio. Tener miedo de ir adelante por el camino del Señor». «Jesús muchas veces lo dijo: «no tengáis miedo». El miedo no nos ayuda», dijo el Papa.

La cuarta actitud: la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta «cuando Jesús hace volver la calma sobre el mar. Y todos quedan llenos de estupor». Por lo tanto, ante el pecado, la nostalgia y el miedo —destacó el Pontífice— es necesario «mirar al Señor, contemplar al Señor». Concluyó exhortando: «No seamos ingenuos ni cristianos tibios: seamos audaces, valientes. Sí, somos débiles pero debemos ser valientes en nuestra debilidad».

Santo Padre Francisco: Valientes en la debilidad

Homilía del martes, 2 de julio de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. Vida moral y testimonio misionero

2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).

2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).

2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Dedicar un momento en este día para recordar la última vez que desconfié del Señor, para reflexionar sobre ello y para hacer un acto de fe, de confianfianza y amor a Dios como reparación.

Diálogo con Cristo

Señor, estoy convencido de que quien cree en Ti, y te ama de verdad, jamás desconfía por más tribulaciones que padezca. Señor, quiero tener ese encuentro profundo, real, personal y comprometedor contigo, porque sé que a mayor fe, más felicidad.

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Evangelio del día: Fiesta de Santo Tomás, apóstol

Evangelio del día: Fiesta de Santo Tomás, apóstol

Juan 20, 24-29. Fiesta de Santo Tomás, apóstol. El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré». Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe». Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primea lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 2, 19-22

Salmo: Sal 117(116), 1-2

Oración introductoria

Señor Jesús, cuánto me parezco a Tomás. Quiero respuestas inmediatas a mis peticiones. Quiero experimentar tu presencia en la oración, sin ponerme humildemente en tu presencia, sin guardar el silencio, interior y exterior, sin estar atento ni ser dócil a tus inspiraciones. Mi pobre actitud quiere cambiar, con tu gracia, lo puedo lograr.

Petición

¡Señor mío y Dios mío! Aumenta mi fe.

Meditación del Papa emérito

Queridos hermanos y hermanas:

Prosiguiendo nuestros encuentros con los doce Apóstoles elegidos directamente por Jesús, hoy dedicamos nuestra atención a Tomás. Siempre presente en las cuatro listas del Nuevo Testamento, es presentado en los tres primeros evangelios junto a Mateo (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15), mientras que en los Hechos de los Apóstoles aparece junto a Felipe (cf. Hch 1, 13). Su nombre deriva de una raíz hebrea, «ta’am», que significa «mellizo». De hecho, el evangelio de san Juan lo llama a veces con el apodo de «Dídimo» (cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente «mellizo». No se conoce el motivo de este apelativo.

El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10, 32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11, 16). Esta determinación para seguir al Maestro es verdaderamente ejemplar y nos da una lección valiosa: revela la total disponibilidad a seguir a Jesús hasta identificar su propia suerte con la de él y querer compartir con él la prueba suprema de la muerte.

En efecto, lo más importante es no alejarse nunca de Jesús. Por otra parte, cuando los evangelios utilizan el verbo «seguir», quieren dar a entender que adonde se dirige él tiene que ir también su discípulo. De este modo, la vida cristiana se define como una vida con Jesucristo, una vida que hay que pasar juntamente con él. San Pablo escribe algo parecido cuando tranquiliza a los cristianos de Corinto con estas palabras: «En vida y muerte estáis unidos en mi corazón» (2 Co 7, 3).

Obviamente, la relación que existe entre el Apóstol y sus cristianos es la misma que tiene que existir entre los cristianos y Jesús: morir juntos, vivir juntos, estar en su corazón como él está en el nuestro.

Una segunda intervención de Tomás se registra en la última Cena. En aquella ocasión, Jesús, prediciendo su muerte inminente, anuncia que irá a preparar un lugar para los discípulos a fin de que también ellos estén donde él se encuentre; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Jn 14, 4). Entonces Tomás interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). En realidad, al decir esto se sitúa en un nivel de comprensión más bien bajo; pero esas palabras ofrecen a Jesús la ocasión para pronunciar la célebre definición: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).

Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. Al mismo tiempo, su pregunta también nos da el derecho, por decirlo así, de pedir aclaraciones a Jesús. Con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad, que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas.

Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia, y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.

Como sabemos, ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). A este respecto, san Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann. 121, 5). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).

Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10, 23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, § 2566).

En efecto, la carta a los Hebreos, recordando toda la serie de los antiguos patriarcas bíblicos, que creyeron en Dios sin ver el cumplimiento de sus promesas, define la fe como «garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11, 1). El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.

El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.

Recordemos, por último, que según una antigua tradición Tomás evangelizó primero Siria y Persia (así lo dice ya Orígenes, según refiere Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. 3, 1), luego se dirigió hasta el oeste de la India (cf. Hechos de Tomás 1-2 y 17 ss), desde donde llegó también al sur de la India. Con esta perspectiva misionera terminamos nuestra reflexión, deseando que el ejemplo de Tomás confirme cada vez más nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios.

Catequesis sobre santo Tomás, apóstol

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 27 de septiembre de 2006

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I La Tradición apostólica

75 «Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz» (DV 7).

La predicación apostólica…

76 La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:

— oralmente: «los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó»; 

— por escrito: «los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo» (DV 7).

… continuada en la sucesión apostólica

77 «Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, «dejándoles su cargo en el magisterio»» (DV 7). En efecto, «la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos» (DV 8).

78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, «la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree» (DV 8). «Las palabras de los santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora» (DV 8).

79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: «Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo» (DV 8).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser testigo de la esperanza cristiana en mi familia, en mi grupo de amigos, trabajo o lugar de estudio.

Diálogo con Cristo

Señor, como a Tomás me pides una fe viva. Una actitud activa, un corazón abierto, una vida mantenida siempre en pie de lucha, perseverante y fiel, aun en medio de las dificultades. Aquí estoy Señor, cuenta conmigo para colaborar en la nueva evangelización.

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Evangelio del día: el estilo cristiano

Evangelio del día: el estilo cristiano

Mateo 10, 37-42. Domingo de la 13.ª semana del Tiempo Ordinario. Asumir el estilo de vida cristiano significa tomar la cruz con Jesús e ir adelante. Este es el estilo de vida nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida. Este camino es lo contrario del camino del egoísmo, es un camino abierto a los demás, porque es el mismo que recorrió Jesús.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discícpulos: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé a beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».

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Lecturas

Primera lectura: Segundo Libro de Reyes, 2 Re 4, 8-11.14-16a

Salmo: Sal 89(88)

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 6, 3-4.8-11

Oración introductoria

Señor, gracias por este momento de oración. Concédeme la luz para salir de esa falsa paz en la que acomodo mi vida, evitando el compromiso auténtico de mi fe. Espíritu Santo, lléname de tu gracia para poder profundizar en lo que me quieres decir hoy por medio del Evangelio.

Petición

Señor, concédeme que mi entrega en el Regnum Christi esté marcada siempre por el sello de la generosidad y de la alegría.

Meditación del Santo Padre Francisco

[…]

Un mensaje que –afirmó– «podríamos titularlo el estilo cristiano: “Si alguien quiere seguirme, es decir, ser cristiano, ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Porque Él, Jesús, fue el primero en recorrer este camino». El obispo de Roma volvió a proponer las palabras del evangelio de Lucas: «El Hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Nosotros «no podemos pensar en la vida cristiana —especificó— fuera de este camino, de este camino que Él recorrió primero». Es «el camino de la humildad, incluso de la humillación, de la negación de sí mismo», porque «el estilo cristiano sin cruz no es de ninguna manera cristiano», y «si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana».

Asumir un estilo de vida cristiano significa, pues, «tomar la cruz con Jesús e ir adelante». Cristo mismo nos mostró este estilo negándose a sí mismo. Él, aun siendo igual a Dios —observó el Pontífice—, no se glorió de ello, no lo consideró «un bien irrenunciable, sino que se humilló a sí mismo» y se hizo «siervo por todos nosotros».

Este es el estilo de vida que «nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino que lleva a negarse a sí mismo está hecho para dar vida; es lo contrario del camino del egoísmo», es decir, «el que lleva a sentir apego a todos los bienes solo para sí». En cambio, este es un camino «abierto a los demás, porque es el mismo que recorrió Jesús». Por lo tanto, es un camino «de negación de sí para dar vida. El estilo cristiano está precisamente en este estilo de humildad, de docilidad, de mansedumbre. Quien quiera salvar su vida, la perderá. En el Evangelio, Jesús repite esta idea. Recordad cuando habla del grano de trigo: si esta semilla no muere, no puede dar fruto» (cf. Jn 12, 24).

Se trata de un camino que hay que recorrer «con alegría, porque —explicó el Papa— Él mismo nos da la alegría. Seguir a Jesús es alegría». Pero es necesario seguirlo con su estilo –insistió–, «y no con el estilo del mundo», haciendo lo que cada uno puede: lo que importa es hacerlo «para dar vida a los demás, no para dar vida a uno mismo. Es el espíritu de generosidad». Entonces, el camino a seguir es éste: «Humildad, servicio, ningún egoísmo, sin sentirse importante o adelantarse a los demás como una persona importante. ¡Soy cristiano…!». Con este propósito, el Papa Francisco citó la imitación de Cristo, subrayando que «nos da un consejo bellísimo: ama nesciri et pro nihilo reputari, “ama pasar desapercibido y ser considerado una nulidad”». Es la humildad cristiana. Es lo que Jesús hizo antes».

«Pensemos en Jesús que está delante de nosotros —prosiguió—, que nos guía por ese camino. Ésta es nuestra alegría y ésta es nuestra fecundidad: ir con Jesús. Otras alegrías no son fecundas, piensan solamente, como dice el Señor, en ganar el mundo entero, pero al final se pierde y se arruina a sí mismo».

Por eso, «al inicio de la Cuaresma —fue su invitación conclusiva— pidamos al Señor que nos enseñe este estilo cristiano de servicio, de alegría, de negación de nosotros mismos y de fecundidad con Él, como Él la quiere».

Santo Padre Francisco: El estilo cristiano

Meditación del jueves, 6 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. Vida moral y testimonio misionero

2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).

2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).

2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Renunciar a algo que me guste mucho, para ofrecerlo por alguien que necesite encontrase con Dios.

Diálogo con Cristo

Señor, bien sabes que quiero ser santo pero que fácilmente olvido que la santidad se fragua en la renuncia, la abnegación, la generosidad, el desinterés, el olvido personal, para favorecer el bien de los demás. Permite comprobar que hay mayor felicidad en el dar que en el recibir y ayúdame a edificar mi santidad en la vivencia cotidiana de las virtudes que engrandecen mi amor a Ti y a mi prójimo, a ése más próximo, que luego olvido.

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