por CeF | 26 Sep, 2025 | Despertar religioso Juegos
Con motivo de la próxima fiesta de los Santos Arcángeles el día 29 de septiembre, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando a los ángeles, mensajeros de Dios.
Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.
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Colorea los ángeles, mensajeros de Dios
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por Fernando Pérez Rodríguez-Aragón | Blog de Amigos del Museo de Valladolid | 21 Sep, 2025 | Confirmación Vida de los Santos
San Mauricio es uno de los santos más populares en Europa occidental, existiendo más de 650 lugares sagrados que llevan su nombre. A lo largo de la Edad Media, San Mauricio fue el santo patrono de varias dinastías europeas, así como de los emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico, muchos de los cuales fueron ungidos ante el altar de San Mauricio, en San Pedro de Roma.
San Mauricio era un oficial romano que mandaba la Legión Tebana (o Tebea), así llamada por estar formada por soldados originarios de la provincia de la Tebaida, en el Alto Egipto, los cuales eran cristianos.
Esta unidad militar habría sido desplazada hasta la Galia para combatir en una de las campañas militares del emperador Maximiano Hercúleo (285-305). Sin embargo, una vez cruzados los Alpes por el paso del Gran San Bernardo, cuando la Legión Tebana se hallaba acantonada en un lugar llamado Acaunum (Agaune, hoy Saint-Maurice, en el cantón suizo de Valais), el emperador ordenó ejecutar a la totalidad de sus efectivos, cuando éstos se negaron por razones religiosas a cumplir una orden imperial.
La fecha exacta de la ejecución y cuál fuera el mandato imperial que San Mauricio y el resto de los militares tebanos se negaron a obedecer difieren según las dos versiones que existen de la historia.
Según el relato de la Passio Acaunensium martyrum (o Pasión de los mártires de Agaune), obra escrita por el obispo Euquerio de Lyon hacia los años 430-440, y conservada en un manuscrito de los siglos VI-VII, la Legión Tebana habría sufrido el martirio en el marco de la Gran Persecución contra los cristianos, en el año 303, por negarse a empuñar las armas contra sus hermanos de fe.
El emperador Maximiano les pidió que recapacitasen y, como los Tebanos persistieran en su actitud, la legión fue diezmada (matando a un soldado de cada diez) dos veces, acabaría por ser masacrada en su totalidad, incluyendo a sus oficiales Mauricio, Exuperio y Cándido. Con posterioridad, un veterano llamado Víctor que confesó que también él era cristiano y corrió la misma suerte.
Sin embargo, una antigua tradición local de Agaune conservada en la versión anónima de la Pasión de San Mauricio, la denominada Passio interpolata (o anónima) señala que la Legión Tebana habría ido a la Galia para reprimir una revuelta campesina conocida como “de los Bagaudas”, lo cual situaría el martirio en el año 286. Según este texto, que se remonta al último cuarto del siglo V, aunque la versión conservada más antigua data de los siglos IX-X, el crimen de la Legión Tebana fue negarse a participar en los sacrificios paganos previos a la entrada en combate.
La Passio Interpolata había sido considerada tradicionalmente como una simple variante de la narración de Eucherio, ya que contiene amplios extractos de la misma (de ahí lo de interpolada). Sin embargo, en la actualidad, se considera que los dos relatos estarían fundados en dos tradiciones orales distintas, preexistentes a su puesta por escrito en el siglo V. Ambas versiones de la Pasión de los mártires Tebanos tuvieron luego una historia compleja, con numerosos añadidos e interpolaciones. De su enorme éxito da testimonio la gran cantidad de manuscritos y versiones de ambas que han llegado hasta nosotros.
Euquerio menciona también el establecimiento del culto por el obispo Teodoro años atrás: Teodoro (atestiguado entre 381-393 y venerado hoy por la religión católica como San Teódulo) era el obispo de Octodurus (Martigny, Suiza) y había tenido una revelación: en una localidad cercana llamada Acaunum, al pie de un acantilado situado en una garganta del curso alto del río Ródano, yacían los cuerpos de un grupo de soldados cristianos originarios de Tebas, en el Alto Egipto, que habían sido ejecutados por orden del emperador Maximiano. El obispo Teodoro mandó excavar en el sitio que le había sido revelado, encontrando las tumbas de los mártires. Tras el hallazgo, Teodoro erigió una basílica sobre sus restos. Durante su construcción se produjo un milagro: un obrero que era pagano se convierte al cristianismo tras una aparición de los mártires. Se ha supuesto que Teodoro pudo haber estado inspirado por el ejemplo de San Ambrosio, el obispo de Milán, descubridor de los restos de los mártires, Gervasio y Protasio.
Junto a la Passio de Euquerio se ha conservado una carta dirigida por el autor a un obispo llamado Salvio (que sería un sucesor de Teodoro); dicha epístola proporciona el marco histórico y geográfico de los acontecimientos.
En ella se alude a que por aquel entonces (mediados del siglo V) ya existía en Agaune un culto organizado a San Mauricio y sus compañeros. En la carta Eucherio dice que él había puesto por escrito la historia, tal y cómo le había sido narrada por ciertos informantes (a los que califica de “idonei auctores”), a quiénes a su vez se la había relatado Isaac, obispo de Ginebra.
El debate acerca de la historicidad de San Mauricio y la Legión Tebana ha hecho correr ríos de tinta. Desde hace siglos, eruditos e historiadores del cristianismo y del ejército romano se han devanado los sesos, tanto para señalar los anacronismos e incongruencias presentes en el relato de Euquerio, como para intentar, por el contrario, rescatar todo lo que pudiera haber de cierto en la leyenda de la Legión Tebana. Se ha olvidado a menudo que una Passio de un mártir es un tipo de obra literaria un tanto particular: se trata de la redacción escrita de un relato transmitido oralmente a partir del testimonio original de los testigos del acontecimiento. Pese a su pretensión de historicidad, la tradición oral puede ser más o menos rigurosa con las circunstancias y los detalles. En el caso de la Pasión de los Mártires de Agaune, se ha señalado una serie de pretendidas incongruencias, entre ellas que el lugar del martirio (la región alpina) y la identificación de los legionarios como Tebanos (esto es, provenientes de Egipto) resultaban difícilmente conciliables. También se ha indicado que los rangos de los tres comandantes romanos resultaban más propios de la caballería que no de la infantería legionaria. Sería igualmente anacrónica la afirmación de Euquerio de que la legión fue diezmada dos veces, antes de ser masacrada por completo, o de que los efectivos de la legión sumaban la cifra de 6.600 hombres. Recientemente se ha señalado que hay que distinguir entre “la verdad de la historia”, tradicional foco de atención, y “la verdad que existe detrás de la historia”.
La Arqueología ha localizado en el sitio conocido como “Le Martholet”, en las inmediaciones de la abadía de Saint-Maurice de Agaune, una necrópolis tardorromana y, sobre una de las tumbas, los restos de la capilla edificada por Teodoro a finales del siglo IV; también se ha encontrado la basílica adosada a la roca que Eucherio describía en el siglo V, y se ha podido estudiar la evolución de este santuario a lo largo de la Alta Edad Media. Por otro lado, las circunstancias del descubrimiento de los restos de los mártires por Teodoro (revelatio e inventio) encajan perfectamente en las formas del culto de los Santos con que los obispos de la Antigüedad Tardía fueron sustituyendo los cultos paganos.
Por lo que respecta al problema de la presencia de una unidad militar “tebana” en la Galia, ninguna unidad militar del Alto Imperio llevó dicho apelativo. No obstante, se ha señalado la existencia de testimonios, fechados en torno al año 270, de la presencia en la Galia de destacamentos de la Legio secunda Traiana fortis, la legión encargada del control de Egipto durante los siglos II y III.
Sin embargo, en la Notitia Dignitatum tam civilium quam militarium, copia medieval de un documento oficial romano que contenía la relación de los cargos oficiales del Imperio y la distribución de sus tropas a finales del siglo IV, aparecen varias legiones que son calificadas de “tebanas”. A juzgar por sus nombres, dos de ellas, la Tertia Diocletiana Thebaeorum y la Prima Maximiana Thebaeorum remontarían su origen a la época del martirio, que Euquerio sitúa durante el reinado conjunto de los emperadores Diocleciano y Maximiano. Estas legiones estaban acantonadas en el Alto Egipto bajo el mando del dux Thebaidos. Sin embargo, dos destacamentos de estas mismas unidades aparecen entre las legiones comitatenses estacionadas en los Balcanes, bajo el mando del magister militum (generalísimo) de Tracia.
Gracias a una inscripción hallada en la propia Tebas sabemos que otra de las legiones posteriormente calificadas de “tebanas”, la II Flavia Constantia Thebaeorum, participó en época de Diocleciano en la construcción de la base principal de las legiones romanas destacadas en la provincia de la Tebaida, adaptando para ello el templo faraónico de Luxor. Como quiera que la III Diocletiana en la época del martirio aún no se había convertido en “tebana” pues estaba acantonada en el delta del Nilo, en el Bajo Egipto, se ha establecido que las dos legiones tebanas originarias serían la I Maximiana y la II Flavia Constantia, así llamadas en honor de los dos Césares (o vice-emperadores) de la Tetrarquía: Maximiano Hercúleo y Flavio Constancio. Posteriormente sería también la base de la III Diocletiana en la Tebaida.
A raíz de la estancia de Diocleciano en Egipto, el edificio del templo faraónico de Luxor fue incorporado en una fortificación de adobe con torres salientes, de planta cuadrada en las esquinas y semicircular a lo largo de los lienzos. El circuito murado encierra 3,72 Ha., espacio suficiente para albergar dos legiones en el Bajo Imperio. Sabemos relativamente poco de la disposición interna de la fortaleza, pero quedan restos de dos tetrástylos (monumentos formados por cuatro columnas).
En la antecámara del templo de Amón en Luxor, reconvertida encapilla para los estandartes militares o insignias de las legiones, quedan restos de pinturas murales que puede que representen el adventus o procesión de llegada de Diocleciano. En un nicho aparecen representados los cuatro emperadores que reinaban entonces sobre el mundo romano: en el centro los dos Augustos, Diocleciano y Maximiano, flanqueados por sus Césares, Galerio y Constancio Cloro, padre del futuro emperador Constantino.
Especial interés tiene para nosotros la mención en la Notitia Dignitatum de la existencia de una unidad militar, la legio palatina de los Thebaei , estacionada en Italia a finales del siglo IV, bajo el mando del magister peditum praesentalis (general de infantería del ejército móvil de campaña, en presencia del emperador). El hecho de que la Pasión de los Mártires de Agaune diga que San Mauricio mandaba una legión llamada Thebaei ha hecho pensar a algunos historiadores que el descubrimiento del obispo Teodoro pudo tener una intencionalidad política. Según algunos autores, Teodoro, el obispo de Octodurus, habría aprovechado el hallazgo de los cuerpos de los mártires para, reelaborando la historia de un mártir sirio llamado San Mauricio de Apamea, para influir sobre los Thebaei contemporáneos.
Recientemente otros investigadores han señalado la posibilidad de que Mauricio fuera en realidad el nombre del comandante de los Thebaei acantonados en Italia en el siglo IV. Éstos constituirían una nueva unidad formada por contingentes sacados de las dos legiones “tebanas” estacionadas en Tracia, la I Maximiana Thebaeorum y III Diocletiana Thebaeorum, y habrían venido a Italia para combatir contra un usurpador (o bien en el año 388 contra Magno Máximo, o en 391 contra Eugenio).
Su comandante podría ser un cierto Flavio Mauricio v(ir) c(larissimus) com(es) ord(inis) prim(i) et dux, que aparece mencionado en una inscripción hallada en Syenne (Asuán) que, por su dedicación a los emperadores Valentiniano, Valente y Graciano, debe ser fechada entre 367 y 375. Se ha supuesto que este Mauricio pudiera haber sido el dux Thebaidos (general en jefe de la Tebaida); aunque posteriormente se ha sabido que se trataba del comes rei militaris Aegypto, la más alta autoridad militar de Egipto (comúnmente referida como dux Aegypti), pues como tal figura en un papiro de Oxyrhinchos, fechado el 3 de agosto de 375, pronunciando una sentencia. Se ha sugerido que Flavio Mauricio pudiera haber acompañado a las dos legiones “tebanas” en su viaje hasta los Balcanes (circa 380) y, quizá, luego a los Thebaei hasta Italia.
Según este razonamiento, el obispo Teodoro habría elegido el nombre de Mauricio para capitanear a sus recién descubiertos mártires en deferencia al general que mandaba a las tropas tebanas estacionadas contemporáneamente cerca de Octodurus. Su intención sería convencer a estos Thebaei de que no aceptaran al usurpador Eugenio como nuevo emperador en el año 392, demostrándoles con el ejemplo de los mártires Tebanos que los cristianos no estaban obligados a combatir contra otros cristianos por un emperador (en este caso, un usurpador) pagano.
Inspirada en una tradición anterior o revelada a Teodoro junto con la existencia de los cuerpos de los mártires, la leyenda y el culto de la Legión Tebana no dejó de desarrollarse a partir de finales del siglo IV, convirtiéndose su basílica en un lugar de peregrinación. En la primera mitad del siglo V su fama había alcanzado hasta Lyon, siguiendo el curso del Ródano. Esto movió a Euquerio, el obispo de esta ciudad, a recabar información sobre su historia para poder ofrecer a los Santos Mártires de Agaune un relato retórico embellecido para que, a partir de entonces, fuera leído cada año, el día 22 de septiembre, en conmemoración de su martirio.
por SS Benedicto XVI | 21 Sep, 2025 | Confirmación Vida de los Santos
[…] Hoy reflexionamos sobre san Mateo [en una serie de catequesis sobre la figura de los Apóstoles]. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.
Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa «don de Dios». El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: «el publicano» (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: «Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y le siguió» (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman «Leví». Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente «junto al mar» (Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.
Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de «publicanos y prostitutas» (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico» (Lc 19, 2), mientras que la opinión popular los tenía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11).
Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, «el publicano (…) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!»». Y Jesús comenta: «Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, «pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca» (In Matth. Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.
Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y lo siguió». La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.
Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19, 21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este «levantarse» se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: «Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo» (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba» (ib., III, 24, 6).
Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.
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Benedicto XVI, Audiencia General del miércoles 30 de agosto de 2006
por Catequesis en Familia | 21 Sep, 2025 | La Biblia
Lucas 16, 1-13. Vigésimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario. Hay que cuidarse de ceder a la tentación de idolatrar el dinero.
Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto’. El administrador pensó entonces: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!’. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. ‘Veinte barriles de aceite», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez’. Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. ‘Cuatrocientos quintales de trigo’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y anota trescientos’. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en sus trato con lo demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al Dinero».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Amós, Am 8, 4-7
Salmo: Sal 113(112), 1-8
Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a Timoteo, 1 Tim 2, 1-8
Meditación del Santo Padre Francisco
Hay que cuidarse de ceder a la tentación de idolatrar el dinero. Significaría debilitar nuestra fe y correr así el riesgo de habituarse al engaño de deseos insensatos y perjudiciales, tales que lleven al hombre al punto de ahogarse en la ruina y en la perdición. De este peligro puso en guardia el Papa Francisco durante la homilía de la misa que celebró en la mañana del viernes, 20 de septiembre, en la capilla de Santa Marta.
«Jesús —dijo el Santo Padre comentando las lecturas— nos había dicho claramente, y también definitivamente, que no se puede servir a dos señores: no se puede servir a Dios y al dinero. Hay algo entre ambos que no funciona. Hay algo en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios». Y citando la primera carta de san Pablo a Timoteo (6, 2-12), el Papa dijo: «Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación del engaño de muchos deseos absurdos y nocivos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición».
De hecho la avidez —prosiguió— «es la raíz de todos los males. Y algunos, arrastrados por este deseo, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Es tanto el poder del dinero que hace que te desvíes de la fe pura. Te quita la fe, la debilita y la pierdes». Y, siguiendo la carta paulina, observó que el apóstol afirma que «si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones sobre palabras».
Pero san Pablo va más allá y, como notó el Pontífice, escribe que es precisamente de ahí de donde «salen envidias, polémicas, malévolas suspicacias, altercados de hombres corrompidos en la mente y privados de la verdad, que piensan que la piedad es un medio de lucro».
El Obispo de Roma se refirió después a cuantos dicen ser católicos porque van a misa, a quienes entienden su ser católicos como un estatus y que «por debajo hacen sus negocios». Al respecto el Papa recuerda que Pablo usa un término particular, que «hallamos tan, tan frecuentemente en los periódicos: ¡hombres corrompidos en la mente! El dinero corrompe. No hay vía de escape. Si eliges este camino del dinero al final serás un corrupto. El dinero tiene esta seducción de llevarte, de hacerte deslizar lentamente en tu perdición. Y por esto Jesús es tan decidido: no puedes servir a Dios y al dinero, no se puede: o el uno o el otro. Y esto no es comunismo, esto es Evangelio puro. Estas cosas son palabra de Jesús».
¿Pero «entonces qué pasa con el dinero»?, se preguntó el Papa. «El dinero —fue su respuesta— te ofrece un cierto bienestar: te va bien, te sientes un poco importante y después sobreviene la vanidad. Lo hemos leído en el Salmo [48]: te viene esta vanidad. Esta vanidad que no sirve, pero te sientes una persona importante». Vanidad, orgullo, riqueza: es de lo que presumen los hombres descritos en el salmo: los que «confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas». ¿Entonces cuál es la verdad? La verdad —explicó el Papa— es que «nadie puede rescatarse a sí mismo, ni pagar a Dios su propio precio. Demasiado caro sería el rescate de una vida. Nadie puede salvarse con el dinero», aunque es fuerte la tentación de perseguir «la riqueza para sentirse suficientes, la vanidad para sentirse importante y, al final, el orgullo y la soberbia».
El Papa introdujo después el pecado ligado a la codicia del dinero, con todo lo que se deriva, en el primero de los diez mandamientos: se peca de «idolatría», dijo: «El dinero se convierte en ídolo y tú le das culto. Y por esto Jesús nos dice: no puedes servir al ídolo dinero y al Dios viviente. O el uno o el otro». Los primeros Padres de la Iglesia «decían una palabra fuerte: el dinero es el estiércol del diablo. Es así, porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo y nos hace maniáticos de cuestiones ociosas y te aleja de la fe. Corrompe». El apóstol Pablo nos dice en cambio que tendamos a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia. Contra la vanidad, contra el orgullo «se necesita mansedumbre». Es más, «éste es el camino de Dios, no el del poder idolátrico que puede darte el dinero. Es el camino de la humildad de Cristo Jesús que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos precisamente con su pobreza. Este es el camino para servir a Dios. Y que el Señor nos ayude a todos nosotros a no caer en la trampa de la idolatría del dinero».
Santo Padre Francisco: El poder del dinero
Meditación del viernes 20 de septiembre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
De buen grado he vuelto a vosotros para presidir esta solemne celebración eucarística, respondiendo así a vuestra reiterada invitación. He vuelto con alegría para encontrarme con vuestra comunidad diocesana, que durante varios años fue, de modo singular, también mía y sigue siendo siempre muy querida.
Os saludo a todos con afecto. En primer lugar, saludo al señor cardenal Francis Arinze, que me ha sucedido como cardenal titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, el querido mons. Vincenzo Apicella, a quien agradezco las hermosas palabras de bienvenida con las que ha querido acogerme en vuestro nombre. Saludo a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los agentes pastorales, a los jóvenes y a todos los que están activamente comprometidos en las parroquias, en los movimientos, en las asociaciones y en las diversas actividades diocesanas. Saludo, asimismo, al comisario de la prefectura de Velletri, a los alcaldes de los ayuntamientos de la diócesis de Velletri-Segni, y a las demás autoridades civiles y militares que nos honran con su presencia.
Saludo a los que han venido de otras partes y, en particular, de Alemania, de Baviera, para unirse a nosotros en este día de fiesta. Mi tierra natal está unida a la vuestra por vínculos de amistad: testigo de esta amistad es la columna de bronce que me regalaron en Marktl am Inn, en septiembre del año pasado, con ocasión del viaje apostólico a Alemania. Recientemente, como ya se ha dicho, cien ayuntamientos de Baviera, me regalaron una columna casi gemela de esa, que será colocada aquí, en Velletri, como un signo más de mi afecto y de mi benevolencia. Será el signo de mi presencia espiritual entre vosotros. Al respecto, deseo dar las gracias a los que me la regalaron, al escultor y a los alcaldes, que veo aquí presentes con muchos amigos. Muchas gracias a todos.
Queridos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para mi visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un versículo muy significativo de la primera carta de san Juan: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). Deus caritas est, Dios es amor: con estas palabras comienza mi primera encíclica, que atañe al centro de nuestra fe: la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino.
Me alegra que, como guía del itinerario espiritual y pastoral de la diócesis, hayáis escogido precisamente esta expresión: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él». Hemos creído en el amor: esta es la esencia del cristianismo. Por tanto, nuestra asamblea litúrgica de hoy no puede por menos de centrarse en esta verdad esencial, en el amor de Dios, capaz de dar a la existencia humana una orientación y un valor absolutamente nuevos.
El amor es la esencia del cristianismo; hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y los desamparados. Esta es nuestra misión común: ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos.
En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.
También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16, 1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria: habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto: el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras: «El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido» (Lc 16, 8).
Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.
En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: «Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo». En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —»mammona»— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.
Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y «mammona»; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.
En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.
Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359, 10).
Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús: «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).
De esa opción fundamental, que es preciso realizar cada día, también habla hoy el profeta Amós en la primera lectura. Con palabras fuertes critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las maneras posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio (cf. Am 4, 5).
El cristiano debe rechazar con energía todo esto, abriendo el corazón, por el contrario, a sentimientos de auténtica generosidad. Una generosidad que, como exhorta el apóstol san Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en un amor sincero a todos y en la oración.
En realidad, orar por los demás es un gran gesto de caridad. El Apóstol invita, en primer lugar, a orar por los que tienen cargos de responsabilidad en la comunidad civil, porque —explica— de sus decisiones, si se encaminan a realizar el bien, derivan consecuencias positivas, asegurando la paz y «una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad» para todos (1 Tm 2, 2). Por consiguiente, no debe faltar nunca nuestra oración, que es nuestra aportación espiritual a la edificación de una comunidad eclesial fiel a Cristo y a la construcción de una sociedad más justa y solidaria.
Queridos hermanos y hermanas, oremos, en particular, para que vuestra comunidad diocesana, que está sufriendo una serie de cambios, a causa del traslado de muchas familias jóvenes procedentes de Roma, al desarrollo del sector «terciario» y al establecimiento de muchos inmigrantes en los centros históricos, lleve a cabo una acción pastoral cada vez más orgánica y compartida, siguiendo las indicaciones que vuestro obispo va dando con elevada sensibilidad pastoral.
A este respecto, ha sido muy oportuna su carta pastoral de diciembre del año pasado con la invitación a ponerse a la escucha atenta y perseverante de la palabra de Dios, de las enseñanzas del concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia.
Pongamos en manos de la Virgen de las Gracias, cuya imagen se conserva y venera en esta hermosa catedral, todos vuestros propósitos y proyectos pastorales. Que la protección maternal de María acompañe el camino de todos los presentes y de quienes no han podido participar en esta celebración eucarística. Que la Virgen santísima vele de modo especial sobre los enfermos, sobre los ancianos, sobre los niños, sobre aquellos que se sienten solos y abandonados, y sobre quienes tienen necesidades particulares.
Que María nos libre de la codicia de las riquezas, y haga que, elevando al cielo manos libres y puras, demos gloria a Dios con toda nuestra vida (cf. Colecta). Amén.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía del Domingo, 23 de septiembre de 2007
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. Libertad y responsabilidad
1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.
1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.
1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (cfRm 6, 17).
1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.
1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales.
1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:
Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: “¿Qué has hecho?” (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12, 7-15).
Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.
1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.
1738 La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. Elderecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (cf DH 7).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Utilizar responsablemente el dinero.
Diálogo con Cristo
Señor Jesucristo, ayúdame a ponerte a Ti en primer lugar, que las riquezas no se conviertan en distracciones que me oculten tu presencia..
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por sanjosecupertino.galeon.com | 18 Sep, 2025 | Postcomunión Dinámicas
El comienzo del curso escolar es un momento ideal para aprender oraciones que nos ayuden a tener éxito en nuestros estudios; y con más razón si estas oraciones de petición se hacen pidiendo la intercesión de san José de Cupertino, patrono de los estudiantes.
No obstante, para evitar cualquier equívoco, es imprescindible que sepamos qué entendemos exáctamente los católicos por oración de petición. Así pues, recomendamos: primero, la lectura del catecismo; y segundo, la exhortación del sacerdote o catequista cercano a ti.
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Oración
Querido Santo, purifica mi corazón, transfórmalo y hazlo semejante al tuyo, infunde en mí tu fervor, tu sabiduría y tu fe. Muestra tu bondad ayudándome y yo me esforzaré en imitar tus virtudes.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en la principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Amable protector mío, el estudio frecuentemente me resulta difícil, duro y aburrido. Tú puedes hacérmelo fácil y agradable. Esperas solamente mi llamada. Yo te prometo un mayor esfuerzo en mis estudios y una vida más digna de tu santidad.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Oh Dios, que dispusiste atraerlo todo a tu unigénito Hijo, elevado sobre la tierra en la Cruz, concédenos qué, por los méritos y ejemplos de tu Seráfico Confesor José, sobreponiéndonos a todas las terrenas concupiscencias, merezcamos llegar a El, que contigo vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Novena
Recomendaciones para realizar la novena: Se debe realizar en nueve días, puede ser los nueve días antes del examen, los nueve primeros viernes de cada mes, etc. El lugar apropiado puede ser cualquiera, siempre que exista el ambiente apropiado para concentrarse y no distraerse en otras cosas; como es lógico, el más apropiado es el templo.
Por la señal…
Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
Señor mío Jesucristo…
Señor mio, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quién sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita, que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio, hasta el fin de mi vida.
Amén.
Oración…
Gloriosísimo San José de Cupertino, protector de los examinandos, no desdeñéis las súplicas que os dirijo implorando vuestro auxilio en los exámenes de mis estudios.
Alcanzadme del Señor que, como verdadera fuente de luz y sabiduría, disipe las dos clases de tinieblas de mi entendimiento, el pecado y la ignorancia, instruyendo mi lengua y difundiendo en mis labios la gracia de su bendición.
Dadme agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, y en el momento del examen, gracia y abundancia para hablar, acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar, si así conviene a la mayor gloria de Dios y provecho de mi alma.
Amén.
Máximas y jaculatorias
Meditar a continuación las máximas y jaculatorias del día que corresponda.
Día primero
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «El que tiene fe es señor del mundo».
Jaculatoria: San José de Cupertino, espejo de fe, ruega por mí.
Día segundo
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Quien tiene esperanza en todo lugar, no hace poco».
Jaculatoria: San José de Cupertino, espejo de esperanza, ruega por mí.
Día tercero
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Todo se debe hacer para volver propicia la misericordia divina hacia el prójimo».
Jaculatoria: San José de Cupertino, fuente de caridad, ruega por mí.
Día cuarto
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «En cualquier tentación, no confiéis nunca en vosotros mismos; mas levantando la mirada al Crucifijo, apoyaos enteramente en el Salvador, y luego nada, temáis, que Dios no dejaré de seros fiel si vosotros permanecéis con El».
Jaculatoria: San José de Cupertino, modelo de humildad, ruega por mi.
Día quinto
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «La obediencia es el más eficaz exorcismo contra el demonio».
Jaculatoria: San José de Cupertino, modelo de prudencia, ruega por mí.
Día sexto
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Quien tiene paciencia en todo lugar, no hace poco».
Jaculatoria: San José de Cupertino, modelo de paciencia, ruega por mí.
Día séptimo
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Los santos no se hacen en el Paraíso, sino en la tierra, por donde es necesario padecer en este mundo para poder gozar del Paraíso».
Jaculatoria: San José de Cupertino, ejemplo de penitencia, ruega por mí.
Día octavo
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Refugio de pecadores, Madre de Dios, acuérdate de mi».
Jaculatoria: San José de Cupertino, tesoro de gracia, ruega por mí.
Día noveno
Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.
Máxima: «Siendo tú creado para amar y servir a Dios, te será pedida cuenta de si has amado a tu Creador».
Jaculatoria: San José de Cupertino, hoguera de amor de Dios, ruega por mí.
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Fuente original: www.sanjosecupertino.galeon.com
por Azucena Adelina Fraboschi | hildegardadebingen.com.ar | 16 Sep, 2025 | Postcomunión Vida de los Santos
«Enriquecida con particulares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hildegarda [1098-1179] profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y escribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la Redención y el Hombre.»
San Juan Pablo II
Décima y última hija de un matrimonio noble y próspero, de constitución débil y enfermiza, a los catorce años fue confiada para su educación a Jutta, hija del conde de Spanheim y reclusa en el monasterio de San Disibodo.
El monasterio había sido fundado no mucho tiempo atrás por el arzobispo Willigis de Maguncia para albergar a doce clérigos que se encontraban bajo su cuidado, y en 1108 su sucesor Ruthardo llamó a los benedictinos de la abadía de San Jacobo para habitarlo, lo que obligó a construir un nuevo monasterio; la jovencita Hildegarda vivió esas tareas, circunstancias que pueden haber influido en la concepción arquitectónica de sus visiones, y en los trabajos de construcción de su propio monasterio en San Ruperto. Junto a la edificación para los monjes, y siguiendo una costumbre de época, se puso un claustro para las monjas, una de cuyas dos ventanas daba a la iglesia; desde allí participaban de la celebración del Oficio Divino –tan importante en la vida benedictina–, que conjugaba admirablemente palabra y música: otra influencia fundamental moldeaba así desde temprano el espíritu de Hildegarda. Entre 1112 y 1115 profesa con votos perpetuos y a la muerte de Jutta, en 1136, es elegida abadesa de una comunidad que cuenta con diez religiosas.
Desde sus tres años de edad estuvo dotada del regalo de la visión divina sobre la que, cuando ya contaba más de setenta años, escribió al que sería su secretario, Guiberto de Gembloux, en la carta anteriormente mencionada:
«Y tal como el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, así en esta luz [la que ella llama ‘sombra de la luz viviente’] resplandecen para mí los escritos, los sermones, las virtudes y algunas obras de los hombres.
Todo lo que he visto o aprendido en esta visión lo guardo en mi memoria por mucho tiempo y lo recuerdo, porque alguna vez lo he visto y oído. Veo, oigo y conozco simultáneamente, y casi al mismo tiempo que conozco, aprendo. […] Y lo que escribo, lo veo y lo oigo en la visión, y no pongo otras palabras que aquellas que oigo […].
Pero mi alma jamás carece de la luz que llamo ‘sombra de la luz viviente’, y la veo como si contemplara el firmamento sin estrellas en una nube luminosa: en esa luz veo aquello de lo que hablo frecuentemente, y lo que respondo a quienes me interrogan procede del fulgor de la luz viviente.»
Tal es el origen de su sabiduría, de su don de profecía, del conocimiento de las almas; esta es su voz ante los hombres, la autoridad de sus respuestas, la confiada seguridad de sus acciones.
En 1141 recibe una visión que le ordena escribir cuanto ha visto y oído. Luego de dudas y resistencias castigadas con largos períodos de enfermedad, comenzó a escribir Scivias (Conoce los caminos de Dios), con la colaboración del monje Volmar, quien hasta su muerte (1173) será su secretario y amigo. A esta obra, que relata las visiones de la profetisa con ilustraciones de intenso cromatismo (la luz es un elemento fundamental en la vida y la obra de Hildegarda) realizadas por los monjes bajo su dirección, y que ponían en imágenes sus revelaciones, aludiremos luego. Pero algo quiero señalar ahora en cuanto a los dibujos: son inusitados para su época, audaces, y con ciertas características muy definidas, como por ejemplo la permanente presencia de zonas luminosas –habitualmente “fuego brillante”– y zonas oscuras –“fuego tenebroso”–; el rojo como color predominante; el uso de la forma circular para indicar la presencia de la divinidad, la actividad divina, la energía vital que anima al mundo entero, y la forma rectangular con la que se refiere a lo ordenado y estructurado.
Entre los años 1146 y 1147 escribe a San Bernardo en busca de comprensión y seguridad, y él le contesta de manera un tanto impersonal, pero la alienta y recomienda su trabajo al Papa cisterciense Eugenio III quien, enterado del asunto, había enviado una comisión a Disibodenberg para examinarla. Los informes son favorables, y el propio pontífice, que se encuentra presidiendo un sínodo en Tréveris, lee públicamente un fragmento de Scivias y la exhorta a continuar escribiendo. A partir de ese momento comienza para la abadesa, que cuenta ya con cincuenta años, una etapa de actividad febril: cartas de diversa índole y destinatarios, visitas que recibe y las que realiza fuera del monasterio, la composición musical… y, en 1150, la fundación de su propio monasterio en San Ruperto, circunstancia que le trajo muchos problemas con su anterior convento, que no quería dejarla marchar por motivos de conveniencia económica, y de prestigio. Hildegarda era un foco de atracción del que no querían desprenderse.
Su correspondencia
Podríamos ya aquí detenernos en algunos puntos, como por ejemplo, en su correspondencia. Variados son los temas: dirección espiritual, respuestas a preguntas de diversa índole, solución de problemas de vida o bien de cuestiones intelectuales (el maestro de teología y más tarde obispo Odo de Soissons, por ejemplo, la consulta: “Tenemos la confianza de pedirte algo: muchos sostienen que la paternidad y la divinidad de Dios son atributos de Dios, pero no son Dios mismo. No tardes en exponernos y transmitirnos lo que sepas de esto desde lo celestial.” Se trata de una tesis de Gilberto de la Porrée, discutida por entonces en las escuelas y en el concilio de Reims). También son diversos los destinatarios (reyes, nobles, Papas, estudiosos, prelados, monjes y monjas, laicos), y la procedencia geográfica de los corresponsales de la abadesa. Pero ella es siempre la misma persona inspirada por el amor a la Verdad y al Bien, que procura las obras de la Justicia. Así, al emperador Federico Barbarroja le escribe:
«Oh rey, sé el soldado, el caballero armado que combate valientemente al demonio, para que no te disperses y que tu reino terrestre no haya de sufrir. […] Rechaza la avaricia, escoge la abstinencia, eso que el Rey de reyes en verdad ama. Pues es muy necesario que tú seas prudente en toda ocasión. En efecto, en visión mística yo te veo viviendo toda suerte de trastornos y contrariedades a los ojos de tus contemporáneos; sin embargo tendrás, en el tiempo de tu reinado, cuanto conviene para los asuntos terrenales. Ten cuidado entonces de que el Soberano Rey no te derribe a tierra a causa de la ceguera de tus ojos, que no ven cómo usar rectamente el cetro de tu reino que tienes en tu mano. Sé tal que la gracia de Dios no te falte jamás.»
Asombra la libertad con que esta monja, que se describe a sí misma como una frágil mujer, enfermiza y angustiosamente insegura, se dirige a ese hombre robusto y sólido, al poderoso soberano que, asombrosamente también, con tanto respeto la recibe. En efecto, recientemente elegido emperador Federico I Barbarroja, quiso entrevistarse con Hildegarda en el palacio de Ingelsheim, y desde entonces conservó en todo momento una actitud deferente hacia ella y la apoyó en todas sus dificultades, a pesar de las reconvenciones que le dirigirá la abadesa con motivo de sus enfrentamientos con el Papado. Pero también al Papa Anastasio IV, quien le ha escrito saludándola y felicitándola por los dones que Dios le ha concedido, le responde con duras expresiones por su indolencia frente a los desórdenes del clero y a la impunidad que parecen gozar los cátaros:
«Oh hombre, que te has cansado de reprimir la jactancia de los hombres soberbios que se han puesto bajo tu protección, ¿por qué no haces revivir a los náufragos que no pueden emerger de sus dificultades si no reciben ayuda? ¿Y por qué no cortas tú la raíz del mal que ahoga las hierbas buenas y útiles, las que tienen gusto dulce y suave olor? Tú descuidas a la hija del rey, es decir, la justicia, amada por los poderes superiores y que te había sido confiada. Tú permites que esta hija del rey sea arrojada a tierra, que la diadema y el ornamento de su túnica sean destrozados por la grosería de las costumbres extrañas de esos hombres que ladran como los perros y que, como los gallos que a veces intentan cantar de noche, emiten el necio llamado de su voz […].»
Indudablemente no se andaba con vueltas la abadesa. Me parece igualmente interesante traer expresiones de alguna de las tantas cartas que le fueron dirigidas. Así, la de Felipe de Alsacia, conde de Flandes, hombre cruel, ambicioso y remiso en el cumplimiento de sus deberes para con la Iglesia, pero que no desdeña recurrir a Hildegarda y lo hace en estos términos:
«Vuestra santidad habrá sabido que estoy pronto para hacer todo lo que pueda para complaceros, pues vuestra conversación santa y vuestra vida muy recta han resonado muy frecuentemente en mis oídos con suavísimo renombre. […] Se aproxima para mí el tiempo en que debo emprender el camino de Jerusalén […]. Os pido entonces humildemente que, de acuerdo a lo que os ha concedido la misericordia divina, preguntéis a Dios qué debo hacer, y que por el portador de esta carta tengáis a bien decirme vuestro consejo, qué debo hacer y cómo, para que el nombre de la cristiandad sea exaltado en mi tiempo, y se rechace la dura ferocidad de los Sarracenos, y si será útil para mí que yo permanezca en esa tierra o bien que regrese. Bienvenida en Cristo, hermana amada, y sabed que mucho deseo escuchar vuestro consejo, y que tengo la más grande confianza en vuestras oraciones.»
Notable carta, que muy a las claras manifiesta el predicamento de que gozaba Hildegarda entre sus contemporáneos.
Sus escritos: la medicina
Entre los años 1151 y 1158 terminó de escribir Scivias y elaboró sus escritos médicos: Liber simplicis medicinae o Physica, y el Liber compositae medicinae, Causae et curae, en los que trata de los elementos de la naturaleza; de las divisiones de las cosas creadas; del cuerpo humano y sus alimentos; de las causas, síntomas y tratamientos de las enfermedades y, además, propone y trabaja finamente una tipología femenina según los cuatro temperamentos tradicionales, pero distinguiendo entre varón y mujer y relacionando sus observaciones con las características sexuales de uno y otro. o
También toma en cuenta para su análisis la condición social y la educación de la mujer, y lo mismo hace cuando aborda el estudio del amor humano –que valora grandemente, en contraste con la opinión de su época– combinando características fisiológicas y psíquicas. Tratamiento audaz, innovador y realista del tema, por cierto. En su libro Hildegarde de Bingen. Conscience inspirée du XIIe siècle, la medievalista Régine Pernoud se refiere a este tópico de los conocimientos médicos de nuestra monja, y nos recuerda que el interés por la medicina y su práctica no era ajeno a las preocupaciones de una abadesa benedictina del siglo XII, pues formaba parte de sus responsabilidades al frente del monasterio el cuidado de la salud de quienes estaban a su cargo. Pero los trabajos de Hildegarda presentan otro enfoque, ya que ella buscaba en todo momento establecer relaciones entre lo producido por la naturaleza y los seres humanos, cuyo equilibrio y salud le importaban en primer término. Y esto es lo que ha interesado a los hombres de nuestro tiempo, haciendo de ella una mujer muy contemporánea.
Adelantándose a la homeopatía, a las flores de Bach y a otras manifestaciones medicinales, al describir plantas, animales, piedras Hildegarda se detiene en las cualidades y en su propiedad curativa, ya que el uso del elemento en que se halle la cualidad faltante a la persona enferma restablecerá el equilibrio perdido y le devolverá la salud. Por otra parte, conocedora de su interacción no separa los estados anímicos de los males corporales, trabajando ambos en la curación del enfermo. Busca en algunas plantas el medio para curar la melancolía, que fundamentalmente proviene de la bilis negra mal eliminada; por eso se producen alteraciones en el metabolismo, y se cae en la depresión. De la bilis provienen, además, los ataques de gota o los de reumatismo, y los accesos de cólera. La abadesa da una serie de prescripciones para eliminar la bilis: comidas bien preparadas –destaca la importancia de un buen régimen alimenticio–, y también algún medicamento, como la rosa mezclada con salvia en una muy pequeña proporción, reducidas ambas a polvo: en los casos de cólera, poner bajo la nariz de la persona afectada, pues la salvia apacigua, y la rosa alegra. ¿No estamos acaso ante la aromaterapia?
Hildegarda vincula la enfermedad a la maldad, y dice que aquella sería producto de esta, a la que presenta como un desarreglo interior, una quiebra de la belleza y la armonía interiores que constituyen la salud del hombre y su estado natural. Por eso, la preservación de la salud es una tarea cotidiana de vigilancia, que involucra al espíritu y al cuerpo juntamente. En esa consideración psicosomática da gran importancia a la alimentación, que incluye el ayuno –alivianado con cocimientos de legumbres, jugo de frutas y tisanas variadas– purificador del organismo, el cual debe hacerse con cierta periodicidad, a fin de eliminar los excesos y recuperar el equilibrio y la consiguiente calma. Mucho quedaría por decir sobre la medicina de Hildegarda, pero será en otro lugar. Sigamos, pues, adelante.
La música
También compuso por entonces la Symphonia armoniae caelestium revelationum (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales), ciclo de unas setenta canciones litúrgicas –antífonas, secuencias, responsorios, himnos– dedicado a Dios Padre, la Virgen y el Hijo, el Espíritu Santo, los coros angélicos y los santos. La Dra. Nancy Fierro (Colegio del Monte Sta. María, Los Ángeles, California) nos recuerda que, para esta singular compositora, la música es un medio privilegiado: para recrear la armonía que el hombre pierde muchas veces al día, para dirigir nuevamente hacia el cielo los corazones que han perdido su camino, para centrarlos en Dios como su punto de referencia. Al cantar y ejecutar música se integran espíritu, corazón y cuerpo, se pacifican las discordias, se celebra la vida y se tributa alabanza a Dios. Si bien algunas obras de Hildegarda adoptan el estilo del canto llano o gregoriano, como los Cantos para la fiesta de Santa Úrsula, la mayoría de ellas se caracteriza por desenvolverse tocando los extremos de un registro muy ancho, dilatando y contrayendo las frases melódicas para crear las bóvedas o arcos de elevación, con contornos a veces angulares, todo lo cual representa no poca dificultad para los cantantes. Más tarde tendremos oportunidad de volver sobre el significado de la música para Hildegarda. Por ahora, veamos cómo transcurría su vida en esa etapa que se inicia con la fundación de su monasterio en Rupertsberg, superadas las desinteligencias y trabas que encontrara en Disibodenberg.
Tres giras de predicaciones tienen lugar entre 1158 y 1163 y clero y pueblo escucharán admirados a esa monja que les predica en las iglesias y en las plazas. Esta es una faceta muy interesante de la personalidad de Hildegarda, un hecho singular, como ya hemos dicho, que conocemos a través de la correspondencia a que dio lugar. Su presencia era solicitada por los sacerdotes y sus obispos, y también por los abades de los monasterios, conocedores todos ellos de su fama cimentada en su carácter de visionaria, en su vasta cultura –que ella afirmaba no poseer– y en la claridad de su vida. Pero Hildegarda, si bien respondía a los requerimientos, no los sentía como un halago sino como una misión, y hablaba sin concesiones, advirtiendo al clero su negligencia en lo que hacía a practicar el bien y enseñarlo, y señalando los males que aquejaban a la Cristiandad, interpretándolos como advertencias divinas para la conversión, antes del castigo.
El mundo, creación divina. El hombre como microcosmos
Los viajes y las predicaciones alternaron con la escritura de su segunda obra profética, el Liber vitae meritorum (Libro de los méritos de la vida), descripción de la vida cristiana en términos del combate espiritual entre virtudes y vicios que retoma el tema de la Psicomaquia de Prudencio (siglo IV), pero en el contexto de una visión cristológica; y con el comienzo de la tercera: Liber divinorum operum (Libro de las obras divinas), que finalizaría diez años después, verdadera teología del macrocosmos y del hombre como microcosmos –ambos en íntima correspondencia expresada en forma de paralelismos–, del hombre como cima de la creación divina y espejo del esplendor del mundo. También esta obra, al igual que Scivias, está profusamente ilustrada en el manuscrito Lucca, del siglo XIII, pero no es segura la autoría de Hildegarda en este caso, por la disparidad que a veces se observa entre la visión y el dibujo que la ilustra; sin embargo, se maneja la hipótesis de que pudieron existir bocetos de la monja, que habrían servido de modelo a los responsables de la edición. La atención a la naturaleza con una mirada que busca lo divino en ella es característica del siglo XII. El P. Chenu –según refiere Mateo Fox, O.P.– habla del descubrimiento del carácter sacramental del universo, percibido como una totalidad en la que el todo penetra cada una de sus partes: “Dios lo concibió como un único ser viviente”, dice. En Scivias, Hildegarda pinta al mundo como un huevo cósmico, subrayando la idea de esa totalidad como algo orgánico, vivo, en crecimiento, dinamismo opuesto al universo estático de Platón. En su explicación de la visión alienta el origen divino de la creación, eterna en el seno de la Trinidad y desplegada en el tiempo; la simbología es profusa, característica de todas sus visiones y acorde a su condición de profetisa. Pero en el Libro de las obras divinas el universo tiene la forma de una esfera, figura que le permite un mejor manejo de las proporciones, en relación con las del cuerpo humano (dos dibujos de Hildegarda nos recuerdan, con cuatro siglos de anticipación, el famoso estudio sobre las proporciones del cuerpo humano, de Leonardo da Vinci). Sin embargo, no es precisamente con esos dibujos que se abre el Libro de las obras divinas, sino con una figura humana de pie, con tres cabezas y cuatro alas pintadas de color escarlata. El comentario que la acompaña dice: (
«La figura hablaba en estos términos: ‘Yo soy la energía suprema, la energía ígnea. Soy yo quien ha inflamado cada chispa de vida, y nada mortal ha salido de mí. Yo decido sobre toda realidad. Con mis alas superiores, es decir, con la sabiduría, sobrevuelo el círculo terrestre envolviéndolo, y lo ordeno con justicia. […] En el hombre florece toda la obra de Dios. En el hombre, a quien creó a Su imagen y a Su semejanza, y en quien inscribe –guardando la proporción debida– la totalidad de las criaturas. […] Esa vida que se mueve y obra es Dios. […] La tierra es la materia de la cual Dios hizo al hombre. Si penetro las aguas con mi luz, así el alma penetra el cuerpo todo entero, como el agua penetra la tierra entera. Si soy luz ardiente en el sol y en la luna, así es la inteligencia: ¿no son acaso las estrellas las innumerables palabras de la inteligencia? Y si con mi soplo, como una vida invisible que lo sostiene, despierto el universo a la vida, así por el aire y por el viento subsiste todo lo que nace y crece, sin dejar de ser lo que es ‘[…] Y nuevamente escucho que desde el cielo me dice: ‘Cuando Dios considera al hombre, Le place mucho, porque lo ha creado a Su imagen y según Su semejanza, ya que el hombre tiene que proclamar, por el instrumento de su voz racional, la totalidad de las maravillas divinas. Pues el hombre es la plenitud de la obra divina, y Dios es conocido por el hombre porque Dios creó para él todas las criaturas, y porque le concedió, en el beso del verdadero Amor, proclamarlo por la razón, y alabarlo. Pero le faltaba al hombre una ayuda semejante a él: Dios le dio esta ayuda en el espejo que es la mujer. Esta contiene asimismo todo el género humano que debía desarrollarse en la energía de la fuerza divina, como con esta energía Él había producido al primer hombre. Y así el hombre y la mujer se unen para cumplir juntamente su obra, pues el hombre sin la mujer no se llamaría hombre, ni la mujer sin varón sería llamada mujer. La mujer es la obra del hombre, el hombre es la visión de la consolación femenina, y ninguno de ellos puede ser sin el otro. El hombre significa la divinidad, la mujer la humanidad del Hijo de Dios.”
Maravillosa concepción del hombre y de la mujer, y de su mutua relación que, unidas al profundo sentimiento del mundo como creación divina, se hacen presentes en sus escritos de 1164 contra los cátaros, a pedido de los prelados de Maguncia.
Escribe, predica, cura, funda…
Entretanto, no es fácil imaginar cómo, pero lo cierto es que Hildegarda se da tiempo también para otras actividades: atiende consultas de orden espiritual, cura enfermos, funda en 1165 el monasterio de Eibingen –que visita dos veces por semana– y continúa escribiendo. Las Vidas (de San Disibodo y de San Ruperto), la Expositio Evangeliorum (cincuenta homilías sobre los Evangelios), 38 Solutiones Quaestionum (respuestas a cuestiones sobre textos de la Sagrada Escritura, propuestas por los monjes de Villers a través de Guiberto de Gembloux), son algunos títulos de la vasta producción de la religiosa.
A propósito de la curación de enfermos, hay un caso interesante de relatar, por los medios de los que se vale la abadesa. Hacia el año 1169 unos monjes le escribieron pidiéndole ayuda para Sigewisa, joven mujer poseída por el demonio. Hildegarda supo (“vi y oí la respuesta”) que no puede haber posesión diabólica sino obsesión, trastorno, locura; y no pudiendo acudir personalmente a causa de una enfermedad, les escribió:
«Escuchad entonces, no una respuesta de hombre, sino la de Aquel que vive. Escoged siete sacerdotes a quienes recomienden los méritos de sus vidas, en el nombre y en el orden de Abel, Noé, Abraham, Melquisedec, Jacob y Aarón, los cuales ofrecieron un sacrificio al Dios viviente, y el séptimo en el nombre de Cristo, quien se ha ofrecido sobre la cruz a Dios Padre. Después de ayunos, flagelaciones, plegarias, limosnas y celebraciones de misas, con intención humilde, vestiduras sacerdotales y sus estolas vengan hacia la paciente y pónganse en círculo a su alrededor, cada uno con una vara en su mano, figura del bastón con el que Moisés en Egipto golpeó el Mar Rojo y la piedra, según el mandato de Dios; para que Dios, al igual que allí mostró sus milagros mediante el bastón, rechace aquí por los bastones a este enemigo tan malvado, y Dios sea glorificado. […] Estos sacerdotes serán siete, figurando los dones del Espíritu Santo, a fin de que el Espíritu de Dios, que en el principio se encontraba por encima de las aguas y que inspira el soplo de vida en el rostro del hombre, espire al espíritu inmundo del hombre fatigado.»
La prescripción de Hildegarda surtió efecto por un tiempo, pero luego la mujer volvió a padecer, y los monjes solicitaron a la abadesa que la recibiera, lo que finalmente hizo: “Nos ha asustado la llegada de esta mujer. […] Pero Dios tuvo a bien enviar sobre nosotros el rocío de su dulzura, y hemos podido hacerla entrar y alojarla en la casa de las hermanas sin la ayuda de los hombres. Y después no nos hemos separado de ella, a despecho del horror o de la confusión con que el demonio nos confundía por culpa de nuestros pecados, y a pesar de los nombres odiosos y ridículos con los que pretendía nombrarnos, y del comportamiento de la pobre mujer, y de su pésimo aliento”. Mientras tanto, todo el convento rezaba, ayunaba, daba limosna, desde la Purificación de María (2 de febrero) hasta el Sábado Santo, día en que finalmente y en medio de grandes manifestaciones, la enferma se alivió. La primera parte del tratamiento tenía una presentación dramática que debió causar fuerte impacto en la mente impresionable de la trastornada joven. Luego, la compañía indeficiente de Hildegarda le permitió descargar con gritos, furia y violencia cuanto la oprimía y desbordaba, tornándose entonces receptiva ante las palabras y las actitudes de la abadesa, que poco a poco la llevaron a tranquilizarse y a recuperar la salud del alma y del cuerpo. Armanda Guiducci, al relatar este caso, habla de una puesta en escena de un psicodrama, otros aluden a un exorcismo, pero creo que ambas interpretaciones bien pueden ir de la mano de nuestra inspiradamente moderna abadesa.
En 1173, poco después de su cuarta gira, fallece su secretario Volmar; duro golpe para Hildegarda, que por añadidura tiene otra vez discusiones con los monjes de Disibodenberg por la provisión de un nuevo amanuense. Finalmente, le envían a Godofredo, quien muere al poco tiempo. Viene a ella entonces Guiberto de Gembloux, con quien la anciana monja ya mantenía correspondencia (la famosa carta De modo visionis suae, en respuesta a un pedido del religioso).
Que el cuerpo, unido al alma, cante de viva voz…
Ochenta años tiene ya Hildegarda cuando se ve obligada a afrontar una sentencia de interdicción, pronunciada por los prelados de Maguncia y confirmada en primera instancia por el arzobispo Christian, dada su negativa a exhumar el cadáver de un noble sepultado en el cementerio de Rupertsberg. El hombre había sido excomulgado, pero antes de morir se había reconciliado con la Iglesia y había recibido los sacramentos, hecho que por lo visto los prelados desconocían. Ante la actitud de estos la abadesa se dirigió al lugar de la sepultura, con su báculo trazó sobre ella la señal de la cruz, y luego quitó todo indicio que permitiera individualizarla, para evitar la profanación. Acto seguido comenzó en el monasterio un tiempo de privación de los sacramentos… y del Oficio Divino al modo benedictino, esto es, cantado. Esta dolorosísima situación le dio oportunidad para dirigir una carta a dichos hombres de la Iglesia, en la que les reprocha la medida tomada, y expone su concepción de la música como medio para recuperar el paraíso perdido y, en él, la voz de la alabanza a Dios:
«Para que, en lugar de acordarse de su destierro, los hombres se acordasen de la dulzura y alabanza divinas que antes de su caída alegraban a Adán en la compañía de los ángeles, y para atraerlos hacia ellas, los santos profetas […] no solo compusieron los salmos y cánticos que cantaban para encender la devoción de sus oyentes, sino que también crearon instrumentos musicales de distintas clases con los que producían melodías variadas. Y lo hicieron para que, tanto por el aspecto exterior y las particularidades de esos instrumentos como por el sentido de las palabras que recitaban acompañándose de ellos, sus oyentes, debidamente advertidos y dispuestos por los elementos exteriores, aprendieran algo sobre su realidad interior. A estos santos profetas los imitaron los estudiosos y los sabios, e inventaron con su arte cierta clase de melodías humanas a fin de cantarlas para el deleite del alma […], recordando que en la voz de Adán, antes de su caída, residía toda la armonía y toda la dulzura del arte musical . […] Pero el que lo había engañado –el diablo–, al oír que el hombre había comenzado a cantar por inspiración de Dios y que por ello se transformaría y recordaría la dulzura de los cánticos de la patria celestial, y viendo así que sus perversas maquinaciones fracasarían, se asustó de tal modo que desde entonces no ha dejado de perturbar o impedir la proclamación, la belleza y la dulzura de la alabanza divina y de los cánticos espirituales.
[…]
Por eso vosotros y todos los prelados tenéis que andaros con muchísimo cuidado antes de cerrar con vuestro mandato la boca de una asamblea que canta a Dios […]. Velad para que Satán, que arranca al hombre de la armonía celestial y de las delicias del Paraíso, no os engañe en vuestros juicios. El cuerpo es el vestido del alma que da vida a la voz. Por eso conviene que el cuerpo unido al alma cante de viva voz las alabanzas de Dios. Y puesto que al escuchar algún canto el hombre a menudo suspira y gime porque recuerda la armonía celestial, el profeta [David], considerando atentamente la naturaleza profunda del espíritu y sabiendo que el alma es sinfónica, nos exhorta en un salmo a que proclamemos al Señor con la cítara y toquemos el salterio de diez cuerdas: la cítara, que suena en un tono más bajo, para incitar a la disciplina del cuerpo; el salterio, que emite un sonido más agudo, para alentar el esfuerzo del espíritu; las diez cuerdas, para el cumplimiento de la Ley.»
La música ya estaba presente en la primera obra de Hildegarda, Scivias, que finaliza con un esbozo de drama musical cuyo tema es moral: la lucha del hombre que peregrina en la tierra, acechado por el demonio y defendido por las virtudes, hasta que victorioso llega al Cielo. Hacia 1152 el esbozo tendrá forma acabada en Ordo virtutum (El drama de las virtudes), el más antiguo drama litúrgico cantado (a excepción de los textos que corresponden al demonio, quien por su espíritu opuesto a toda armonía no puede cantar), que habría sido estrenado en la dedicación de la iglesia del monasterio en Rupertsberg. La música está presente durante toda la vida de Hildegarda, que por ella eleva su última voz.
Pero la carta no tuvo buena acogida entre los prelados, y debió pasar casi un año para que el arzobispo, ahora debidamente enterado de todo, levantara la medida. Fatigada por los muchos años y los muchos trabajos, seis meses después, el 17 de septiembre de 1179, Hildegarda perdió su voz en aquella voz de Adán y alabó al Señor en el paraíso finalmente recuperado.
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Conferencia pronunciada el 17 de septiembre de 1998
Institución Cultural Argentino-Germana
Enlace al artículo completo, con fuentes, anotaciones y bibliografía.
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Santa Hildegarda de Bingen, compositora, poeta, naturalista, fundadora de conventos, teóloga, predicadora, taumaturga y exorcista
por Santo Tomás Moro | 9 Sep, 2025 | Postcomunión Vida de los Santos
«El hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral»
Tomás Moro
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Santo Tomás Moro nació en Londres en 1477. Recibió una excelente educación clásica, graduándose de la Universidad de Oxford en abogacía. Su carrera en leyes lo llevó al parlamento. En 1505 se casó con su querida Jane Colt con quien tuvo un hijo y tres hijas. Jane muere joven y Tomás contrae nuevamente nupcias con una viuda, Alice Middleton.
Hombre de gran sabiduría, reformador, amigo de varios obispos.
En 1516 escribió su famoso libro «Utopía». Atrajo la atención del rey Enrique VIII quién lo nombró a varios importantes puestos y finalmente «Lord Chancellor», canciller, en 1529. En el culmen de su carrera Tomás renunció, en 1532, cuando el rey Enrique persistía en repudiar a su esposa para casarse, para lo cual el rey se disponía a romper la unidad de la Iglesia y formar la iglesia anglicana bajo su autoridad.
Santo Tomás pasó el resto de su vida escribiendo sobre todo en defensa de la Iglesia. En 1534, con su buen amigo el obispo y santo Juan Fisher, rehusó rendir obediencia al rey como cabeza de la iglesia. Estaba dispuesto a obedecer al rey dentro de su campo de autoridad que es lo civil pero no aceptaba su usurpación de la autoridad sobre la Iglesia. Tomás y el obispo Fisher se ayudaron mutuamente a mantenerse fieles a Cristo en un momento en que la gran mayoría cedía ante la presión del rey por miedo a perder sus vidas. Ellos demostraron lo que es ser de verdad discípulos de Cristo y el significado de la verdadera amistad. Ambos pagaron el máximo precio ya que fueron encerrados en La Torre de Londres. Catorce meses mas tarde, nueve días después de la ejecución de San Juan Fisher, Sto. Tomás fue juzgado y condenado como traidor. El dijo a la corte que no podía ir en contra de su conciencia y decía a los jueces que «podamos después en el cielo felizmente todos reunirnos para la salvación eterna».
Ya en el andamio para la ejecución, Santo Tomás le dijo a la gente allí congregada que el moría como «El buen servidor del rey, pero primero Dios». Nos recuerda las palabras de Jesús: «Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios». Fue decapitado el 6 de julio de 1535. Su fiesta es el 22 de junio.
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El gusto de vivir
Felices los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedrita, porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar, porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes, como para no tomarse en serio, porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás, sin sentirse indispensables, porque serán distribuidores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas y tranquilidad las cosas grandes, porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio, porque su camino será pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar, porque no se turbarán por los imprevisible.
Felices ustedes si saben callar y ójala sonreir cuando se les quita la palabra, se los contradice o cuando les pisan los pies, porque el Evangelio comienza a penetrar en su corazón.
Felices ustedes si son capaces de interpretar siempre con benevolencia las actitudes de los demás aún cuando las apariencias sean contrarias. Pasarán por ingenuos: es el precio de la caridad.
Felices sobretodo, ustedes, si saben reconocer al Señor en todos los que encuentran entonces habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
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Fuente original de la biografía de Santo Tomás Moro
Fuente original de la obra: El gusto de vivir
por Catequesis en Familia | 7 Sep, 2025 | La Biblia
Mateo 1, 1-16.18-23. Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen. Dios ha predestinado a la Virgen María a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípulo del Hijo.
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob; Jacob, padre de Judá y de sus hermanos. Judá fue padre de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Aram; Aram, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de Salmón. Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de Jesé; Jesé, padre del rey David. David fue padre de Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías. Salomón fue padre de Roboam; Roboam, padre de Abías; Abías, padre de Asá; Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Joram; Joram, padre de Ozías. Ozías fue padre de Joatam; Joatam, padre de Acaz; Acaz, padre de Ezequías; Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de Josías; Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos, durante el destierro en Babilonia. Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel; Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de Eliacim; Eliacim, padre de Azor. Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquim; Aquim, padre de Eliud; Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán; Matán, padre de Jacob. Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo. Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: «La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel», que traducido significa: «Dios con nosotros».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Miqueas, Miq 5, 1-4a
Salmo: Sal 13(12), 6
Oración introductoria
A María el Evangelio la llama bienaventurada, porque siempre creyó en el cumplimiento de la Palabra. Te suplico, Señor, que tu Santísima Madre, cuyo nacimiento celebramos hoy, interceda por mí para que sepa escucharte y creer en lo que hoy me quieres decir.
Petición
Dios mío, aumenta mi fe, para poder imitar a María en su fidelidad.
Meditación de san Juan Pablo II
Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque con el nacimiento de María Santísima Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del Pueblo elegido había encontrado, especialmente en los Profetas, a los portavoces de la Palabra de Dios, confortante y consoladora, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María «Niña», que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas, que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia.
Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la «Mujer» del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal» (Gén 3, 15).
Precisamente esta Niña es la «Virgen» que «concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir ‘Dios con nosotros’» (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). Precisomente esta Niña es la «Madre» que parirá en Belén «a aquel que señoreará en Israel» (cf. Miq 5, 1 s.).
La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que San Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada.
Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola «llena de gracia» (cf. Lc 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípulo del Hijo.
El designio de Dios en María culminó después en esa glorificación, que hizo a su cuerpo motal conforme con el cuerpo glorioso de Jesús resucitado; la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo representa como la última etapa de la trayectoria de esta Criatura, en la que el Padre celestial ha manifestado, de manera exaltante, su divina complacencia.
Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que —como afirma con acentos conmovedores San Juan Damasceno— es esa «puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente… Hoy brotó un vástago del tronco de Jesé, del que nacerá al mundo una Flor sustancialmente unida a la divinidad. Hoy, en la tierra, de la naturaleza terrena, Aquel que en un tiempo separó el firmamento de las aguas y lo elevó a lo alto, ha creado un cielo, y este cielo es con mucho divinamente más espléndido que el primero» (Homilía sobre la Natividad de María: PG 96, 661 s.).
3. Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación.
Y María hoy nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana. Comentando las palabras de San Lucas (Lc 2, 19), San Ambrosio se expresa así: «Reconozcamos en todo el pudor de la Virgen Santa, que, inmaculada en el cuerpo no menos que en las palabras, meditaba en su corazón los temas de la fe» (Expos. Evang. sec. Lucam II, 54: CCL XIV, pág. 54). También nosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debemos meditar continuamente en nuestro corazón «los temas de la fe», es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana —a nivel personal, familiar, profesional— esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los Santos.
María, la Virgen-Madre, proclama hoy de nuevo ante todos nosotros el valor altísimo de la maternidad, gloria y alegría de la mujer, y además el de la virginidad cristiana, profesada y acogida «por amor del Reino de los cielos» (cf. Mt 19, 12), esto es, como un testimonio en este mundo caduco, de ese mundo final en el que los que se salvan serán «como los ángeles de Dios» (cf. Mt 22, 30).
San Juan Pablo II
Homilía del lunes, 8 de septiembre de 1980
Oración de san Juan Pablo II
¡Oh Virgen naciente,
esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!
¡Oh Virgen fiel,
que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!
¡Oh Virgen potente,
que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras dÍa, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!
¡Oh Virgen clemente,
que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!
Amén.
Propósito
Celebrando el cumpleaños de la Virgen María, aprovechemos para renovar nuestra fe. Unámonos en familia en torno a ella y pidámosle que nos ayude a descubrir siempre la mano de Dios en nuestra vida. Que al igual que María y José, sepamos confiar en la Providencia buscando en todo servir y agradar a Dios.
Diálogo con Cristo
Gracias Jesús por dejarnos a María como madre y modelo de santidad. Quiero acercarme más a Ella para poder seguir mejor su ejemplo y así lograr que todo momento de mi existencia sea un paso para crecer en el amor a Dios y a mis hermanos.
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Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
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por Editorial Casals | 2 Sep, 2025 | Despertar religioso Historias de la Biblia
Un día nació un niño israelita y a su madre le daba mucha pena tirarle al río. Entonces, decidió hacer una cesta de paja, meterlo en ella y dejarlo flotando en el agua. La cesta con el niño fue bajando por el río y, al pasar cerca del palacio del Faraón, donde estaba bañándose su hija, le gustó tanto que lo tomó en sus brazos y se lo quedó como si fuera hijo suyo. Le puso por nombre Moisés, que quiere decir «salvado de las aguas».
«Gracias porque en el Bautismo me hiciste tu hijo»
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Moisés en el carro
Moisés fue educado en el palacio, como un miembro más de la familia del Faraón. Un día, cuando era ya mayor, se enteró de que él era israelita. Al ver lo mal que vivía su pueblo, como esclavos, se puso triste y escapó del palacio. Se dirigió al desierto, haciéndose pastor de ovejas.
«Señor, que ayude a quien está necesitado»
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Moisés ante la zarza ardiente
Cierto día estaba Moisés cuidando el rebaño, cuando vio una zarza ardiendo. Al acercarse, oyó una voz que le decía: «Moisés, Moisés, soy el Dios de tu padre Abraham, de Isaac y de Jacob. He visto lo que sufren los israelitas en Egipto y voy a sacarlos de allí. Vete y dile al Faraón que yo te mando, para que os deje marchar a todos». Pero el Faraón se negó, y Dios le castigó a él y al pueblo egipcio con muchas plagas.
«Que haga caso siempre a lo que Tú me mandas»
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La salida de Egipto
Con el último castigo que mandó Dios a los egipcios, murieron los hijos mayores de cada familia, incluido el hijo del Faraón. Éste, por fin, dejó salir de Egipto a los israelitas, que guiados por Moisés, se dirigieron a la Tierra Prometida o tierra de Canaán. A esta salida de Egipto se llama Éxodo.
«Señor, que acepte los castigos que por no ser bueno me merezco»
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El paso del Mar Rojo
Los israelitas se encontraron en su camino con el mar Rojo. Se asustaron mucho porque el ejército egipcio los perseguía muy de cerca. Moisés rezó a Dios, levantó la mano sobre el mar y Dios dividió las aguas del mar Rojo dejando en medio un camino seco. Los israelitas pasaron por allí y, cuando acabaron de pasar, Dios cerró el mar de nuevo y los egipcios fueron derrotados.
«Dios mío, gracias porque siempre me proteges»
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Moisés en el Monte Sinaí
Dios guió al pueblo de Israel por el desierto y lo llevó hasta el monte Sinaí. Un día la montaña se llenó de fuego y hubo relámpagos y truenos y grandes sonidos de trompetas.
Dios llamó a Moisés a la montaña y le dijo: «Yo soy tu Dios, el que os ha sacado de la tierra de Egipto. Vosotros seréis mi pueblo. Cumpliréis mis mandamientos y no tendréis otros dioses».
«¡Qué grande eres Dios mío!»
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LAS TABLAS DE LA LEY
Dios le dio a Moisés las tablas de la Ley como señal de su Alianza con el pueblo. Eran de piedra. En ellas estaban escritos los Diez Mandamientos de la Ley de Dios:
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- Amarás a Dios sobre todas las cosas.
- No usarás el nombre de Dios en vano.
- Santificarás las fiestas.
- Honrarás a tu padre y a tu madre.
- No matarás.
- No cometerás actos impuros.
- No robarás.
- No mentirás.
- No pensarás nada impuro.
- No codiciarás las cosas de otro.
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«Gracias, Dios mío, por enseñarme a ser bueno»
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El Arca de la Alianza
Moisés construyó un arca por mandato de Dios. Era como un cofre o caja con unas figuras de Ángeles encima. En ella guardó las tablas de la Ley. Los soldados de los israelitas la vigilaban cuando marchaban por el desierto. Cuando paraban, la ponían en una tienda de campaña adornada con tapices, que era su templo. Allí rezaban.
«¡Que guarde en mi corazón tus mandamientos»
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Moisés ante la Tierra Prometida
Por fin llegaron a la Tierra Prometida. Moisés la vio desde lo alto de un monte. Habían tardado cuarenta años en llegar, porque los israelitas no siempre fueron buenos mientras vigilaban por el desierto. Y Dios quiso darles tiempo para que se hiciesen mejores. Moisés era ya muy viejo y se murió sin entrar en la Tierra Prometida.
«Señor, que sea cada vez más bueno»
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 35 a 43
Coordinador: Pedro de la Herrán
Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz
Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez
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