Evangelio del día: Parábola de los talentos

Evangelio del día: Parábola de los talentos

Mateo 25, 14-30. Trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario. Acoger la invitación a la vigilancia es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en él los frutos de su amor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!». Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes»».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Proverbios, Prov 31, 10-13.19-20.30-31

Salmo: Sal 128(127), 1-5

Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, 1 Tes 5, 1-6

Oración introductoria

Señor, gracias por los talentos que me has dado. No permitas que la apatía o el desánimo me lleven a enterrarlos o a utilizarlos para mi beneficio personal. Ilumina mi oración, permite que me acerque a Ti con confianza y con un corazón sincero, para desprenderme de mi voluntad y unirme más a la tuya.

Petición

Padre, ayudanos a comprender que lo que se nos ha dado se multiplica dándolo. Es un tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la célebre parábola de los talentos —que narra el evangelista Mateo (cf. 25, 14-30)—, Jesús habla de tres siervos a los que el señor, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus bienes. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un hoyo. Al volver a casa, el señor pide cuentas a los siervos de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, el tercero lo defrauda. En efecto, el siervo que mantuvo escondido el talento sin valorizarlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su señor ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en que le pediría cuentas de su actuación. Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia. Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que el Señor a nadie niega el don de su caridad, del amor. Escribe: «Por esto, es necesario, hermanos míos, que pongáis sumo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengáis que realizar» (Homilías sobre los Evangelios 9, 6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: «Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y arrojado fuera, a las tinieblas» (ib.).

Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos exhortan las Escrituras. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual cualquier otro don es vano (cf. 1 Co 13, 3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros? (cf. 1 Jn 4, 11). Sólo practicando la caridad, también nosotros podremos participar en la alegría de nuestro Señor. Que la Virgen María sea nuestra maestra de laboriosa y alegre vigilancia en el camino hacia el encuentro con Dios.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 13 de noviembre de 2011

Propósito

El que ama de verdad no deja escapar ninguna ocasión para aprovechar sus dones y hacerlos fructificar en bien de los demás.

Diálogo con Cristo

Señor, qué fácilmente olvido lo fugaz y lo temporal de esta vida. En vez de buscar multiplicar, en clave al amor a los demás, los numerosos talentos con los que has enriquecido mi vida, frecuentemente me dejo atrapar por el camino fácil de la comodidad o la ley del menor esfuerzo. Concédeme la gracia de saber reconocer y multiplicar los dones recibidos.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

Pablo VI, un Papa en la tempestad – Miniserie

Pablo VI, un Papa en la tempestad – Miniserie

Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y a su Iglesia.

El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura, anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva» (P. Macchi, Paolo VI nella sua parola, Brescia 2001, 120-121). En esta humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin perder nunca la alegría y la fe en el Señor.

Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la tierra la misión de Cristo» (Homilía en el inicio del ministerio petrino, 30 junio 1963: AAS 55 [1963], 620), amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de salvación» (Carta enc. Ecclesiam Suam, Prólogo).

SS Francisco, Homilía en la beatificación de Pablo VI, Plaza de San Pedro, 19 de octubre de 2014

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Pablo VI, un Papa en la tempestad, ficha en IMDb

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Ficha de la miniserie

Título original: Paolo VI – Il Papa nella tempesta (miniserie para TV)

pablo_vi_peliculaAño: 2008

Duración: 200 min.

País: Italia

Director: Fabrizio Costa

Guión: Francesco Arlanch, Maura Nuccetelli, Gianmario Pagano

Música: Marco Frisina

Fotografía: Giovanni Galasso

Reparto: Fabrizio Gifuni, Mauro Marino, Antonio Catania, Mariano Rigillo, Claudio Botosso, Fabrizio Bucci, Luca Lionello, Sergio Fiorentini, Giovanni Visentin, Carlo Cartier, Angelo Maggi, Luciano Virgilio, Maciej Robakiewicz, Luis Molteni, Gaetano Aronica

Productora: Lux Vide / Radiotelevisione Italiana (RAI) / Rai Fiction / RaiTrade

Sinopsis: Telefilm que se centra en la figura de Pablo VI desde que era sacerdote con 27 años, hasta los meses más cercanos a su muerte en marzo de 1978. Desde la perspectiva de Pablo VI, la película recoge momentos históricos como el fascismo en Italia, los Nazis, la II Guerra Mundial y el Concilio Vaticano II en el que Pablo VI tuvo un papel relevante o incluso la guerra de Vietnam.

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

Queridos hermanos y hermanas:

En la experiencia personal de san Pablo hay un dato incontrovertible: mientras que al inicio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de él la razón de su vida y el motivo de su predicación. Entregó toda su vida por las almas (cf. 2 Co 12, 15), una vida nada tranquila, llena de insidias y dificultades. En el encuentro con Jesús le quedó muy claro el significado central de la cruz: comprendió que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo. Ambas cosas eran importantes; la universalidad: Jesús murió realmente por todos; y la subjetividad: murió también por mí. En la cruz, por tanto, se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios.

Este amor san Pablo lo experimentó ante todo en sí mismo (cf. Ga 2, 20) y de pecador se convirtió en creyente, de perseguidor en apóstol. Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era «gracia», que todo brotaba de la muerte de Cristo y no de sus méritos, que por lo demás no existían. Así, el «evangelio de la gracia» se convirtió para él en la única forma de entender la cruz, no sólo el criterio de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores. Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de ellas la salvación; y estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; y, por último, estaban ciertos grupos de herejes, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.

Para san Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el «poder de Dios» (cf. 1 Co 2, 1-5).

La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (…) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1, 18-23).

Las primeras comunidades cristianas, a las que san Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ya ha resucitado y vive; el Apóstol quiere recordar, no sólo a los Corintios o a los Gálatas, sino a todos nosotros, que el Resucitado sigue siendo siempre Aquel que fue crucificado. El «escándalo» y la «necedad» de la cruz radican precisamente en el hecho de que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del israelita piadoso, que no encuentra nada parecido en las Sagradas Escrituras.

San Pablo, con gran valentía, parece decir aquí que la apuesta es muy alta: para los judíos, la cruz contradice la esencia misma de Dios, que se manifestó con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, para los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la cruz es la razón. En efecto, para estos últimos la cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, un alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido.

San Pablo mismo, en más de una ocasión, sufrió la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano considerado «insípido», irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en cuenta en el plano de la lógica racional. Para quienes, como los griegos, veían la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo. Por tanto, era totalmente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una cruz.

Y esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso habría recuperado luego su cuerpo para vivir como resucitado? «Te escucharemos sobre esto en otra ocasión» (Hch 17, 32), le dijeron despectivamente los atenienses a san Pablo, cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos. Creían que la perfección consistía en liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el acontecimiento «Jesús de Nazaret» parecía estar marcado por la más total necedad y ciertamente la cruz era el aspecto más emblemático.

¿Pero por qué san Pablo, precisamente de esto, de la palabra de la cruz, hizo el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la cruz revela «el poder de Dios» (cf. 1 Co 1, 24), que es diferente del poder humano, pues revela su amor: «La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Co 1, 25). Nosotros, a siglos de distancia de san Pablo, vemos que en la historia ha vencido la cruz y no la sabiduría que se opone a la cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quién es Dios, es decir, poder de amor que llega hasta la cruz para salvar al hombre. Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros, a primera vista, nos parecen sólo debilidad.

El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre; y, por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor: precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría. San Pablo lo experimentó incluso en su carne, como lo testimonia en varios pasajes de su itinerario espiritual, que se han convertido en puntos de referencia precisos para todo discípulo de Jesús: «Él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza»» (2 Co 12, 9); y también: «Ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte» (1 Co 1, 28). El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que también él, aun en medio de numerosas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que lo amó y se entregó por sus pecados y por los de todos (cf. Ga 1, 4; 2, 20). Este dato autobiográfico del Apóstol es paradigmático para todos nosotros.

San Pablo ofreció una admirable síntesis de la teología de la cruz en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 5, 14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte, Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado en nuestro favor (v.21), murió por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos nuestras culpas (vv.18-20). Por este «ministerio de la reconciliación» toda esclavitud ha sido ya rescatada (cf. 1 Co 6, 20; 7, 23). Aquí se ve cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este «ministerio de la reconciliación», que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor.

San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí».

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

Audiencia General del miércoles, 29 de octubre de 2008

El milagro de Calanda

El milagro de Calanda

Aconteció el prodigioso suceso en 1640. Un mozo de 19 años, llamado Miguel Juan Pellicer, natural de Calanda, en Aragón, hijo de Miguel Pellicer, labrador pobre y de María Blasco, su mujer, se hallaba sirviendo en Castellón de la Plana a un tío suyo que se llamaba Jaime Blasco. Llevando el mozo un carro cargado de trigo, tuvo la desgracia de caerse del carro, y cogiéndole una rueda la pierna derecha, se la quebrantó…

Le condujeron al hospital general de Valencia, en donde no acertaron a curarle, y a instancias del enfermo, le trasladaron al hospital general de Nuestra Señora de Gracia, de Zaragoza. Al llegar a esta ciudad, pidió el doliente que le llevasen al templo del Pilar, en donde confesó y comulgó, suplicando a Nuestra Señora que le favoreciese en tan grande trabajo, y, después de haber recibido los santos Sacramentos, se encaminó al hospital. Allí pareció a los cirujanos y médicos que no había más remedio que amputarle la pierna, por estar ya gangrenada; y así lo ejecutó el Licenciado Juan Estanga, catedrático de cirugía de la Universidad de Zaragoza, y se la cortó por cuatro dedos más debajo de la rodilla. La pierna amputada se enterró en el cementerio del mismo hospital. Cicatrizada la herida, acomodaron al pobre mozo una pierna de madera, con la cual, y apoyado además, sobre dos muletas, se fue al santuario de la Virgen del Pilar a encomendarse de nuevo a Nuestra Señora.

Dos años pasó en Zaragoza pidiendo limosna a las puertas del templo del Pilar, visitando muchas veces a la Virgen y ungiéndose con aceite de lámparas la cicatriz de la pierna y no perdiendo jamás la esperanza de que, por el favor de la soberana Señora, había de verse algún día remediado.

Deseoso de saber de sus padres, y que ellos supiesen de su hijo, determinó pasar de Zaragoza a Calanda, su patria, lo cual hizo con gran trabajo en el año 1640; y encontró a sus padre vivos, los cuales le recibieron con grande gozo, aunque con la pena de verle tan estropeado y sin la pierna. Estaban los padres de nuestro Miguel tan pobres, que no sólo no tenían con qué sustentarle, pues apenas podían sustentarse a sí mismos; y así, hubo de buscar el buen hijo algún modo de socorrer la necesidad de todos; e ingeniándose, llegó a procurarse una jumentilla, y, montando en ella, iba por los lugares circunvecinos a pedir limosna.

Un día, que fue el 29 de marzo, estando por la noche calentándose a la lumbre con sus padres y otros vecinos, se quitó la pierna de palo, como acostumbraba a hacerlo para irse a acostar, y arrastrando como pudo ese entró en el aposento que tenía su pobre cama, la cual se componía de un serón de esparto y una capa de su padre que le servía de manta con que cubrirse. Encomendóse como solía, a la Virgen del Pialar de Zaragoza, y le acompañó en su oración su madre, que lastimada como siempre de ver a su hijo en aquel triste estado, imploraba con sentidas exclamaciones y plegarias el remedio del cielo. Después de haberse acostado, y entre las diez y las once de la noche, entró la madre casualmente en el aposento donde su hijo estaba ya bien dormido, y echó de ver la cosa más extraña que pudiera imaginar: vio que se descubrían dos piernas, las cuales estaban bien patentes, porque la capa que servía al mozo de manto era un tanto corta. Admirada de lo que veían sus ojos, salió con presteza y avisó a su marido de tan asombrosa novedad; el cual, no creyendo lo que oía decir a su mujer, fue con ella hasta el lecho de Miguel y se certificó de que allí estaba él solo, y de que estaba con dos piernas. Es imposible decir el asombro mezclado de regocijo que sacó como fuera de sí a aquellos padres. Porque, fue tan grande, que por largo rato no se pudieron hablar uno a otro, ni articular palabra alguna, hasta que recobrados trataron de despertar al hijo que estaba profundamente dormido; y habiéndolo despertado, el padre, aunque aún no acababa de creer lo que certificaban los ojos, lleno de admiración, le dijo:

—¿Qué es esto, hijo mío, que te vemos con dos piernas?

A lo que respondió el mozo:

—Yo, padre, no sé lo que me dice; lo que sé es que estaba durmiendo y soñaba que asistía en la santa capilla de Nuestra Señora del Pilar, y que me untaba con el aceite de sus lámparas.

—Hijo, da infinitas gracias a Nuestro Señor y a esta sagrada Reina, Madre suya, que ha sido tu abogada, porque esta Señora ya te ha curado y restituido la pierna.

Reconoció entonces Miguel el admirable prodigio, y al verse con dos piernas, comenzó a bendecir a Dios y a su Santísima Madre, y no cesaba de mirar y tocar la pierna que había recobrado sin saber cómo, ni de hacer gracias a la Virgen por tan incomparable y celestial beneficio. En aquel pobre albergue se sintió desde aquella hora una fragancia extraordinaria que duró aún después por espacio de muchos días.

Corrió al instante la voz y fama de tan soberano beneficio por todo el pueblo de Calanda; y todos los vecinos vinieron luego a ver con sus ojos lo que no acababan de creer; miraban y remiraban atentamente al mozo, y al verle con dos piernas y andando sin dificultad alguna, alababan el poderoso brazo de Dios.

Viniendo después Miguel a Zaragoza a visitar en su misma Capilla a su Madre piadosísima y celestial bienhechora, la Virgen del Pilar, se divulgó rápidamente por toda la capital de Aragón el maravillosos e inaudito acontecimiento; e innumerable gente concurrió para ver a Miguel y admirar el soberano prodigio que en él se habría obrado; pues, como por espacio de dos años había estado pidiendo limosna a la puerta del templo del Pilar, muchos le conocían bien, y reconocían que era el mismo que antes andaba con dos muletas y con pierna de palo; y se llenaban de admiración al ver el grande prodigio que en él había obrado Nuestra Señora.

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Noticias Cristianas: «Historias para amar a la virgen. IV Parte: Historia, n.º 11».

Historias para amar, páginas 69-71

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Nota:

Posiblemente se trata del milagro más y mejor documentado de la historia de la cristiandad y uno de los pocos relacionados con la resurrección de la carne. Si queréis conocer más sobre el milagro de Calanda…

El Milagro de Calanda: información y recursos

El Milagro de Calanda: información y recursos

Decidimos, pronunciamos y declaramos que a Miguel Pellicer, natural de Calanda, de quien en este proceso se trata, le ha sido restituida milagrosamente su pierna derecha, que antes le habían cortado, y que tal restitución no ha sido obrada naturalmente, sino prodigiosa y milagrosamente, debiéndose juzgar tener por milagro, por haber concurrido en ella todas las circunstancias que el derecho exige para constituir un verdadero milagro, como por el presente lo atribuimos a milagro, y por tal milagro lo aprobamos, declaramos y autorizamos.

Sentencia del 27 de abril de 1641, firmada por D. Pedro de Apaolaza Ramírez, arzobispo de Zaragoza, conclusión del proceso canónico correspondiente que fue abierto el 5 de junio de 1640.

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El milagro de Calanda

Sucedió el milagro entre las 10 y las 11 de la noche del jueves 29 de marzo de 1640, en la villa aragonesa de Calanda y en la persona del joven Miguel Juan Pellicer, de 23 años.

Contaba el joven Miguel Juan Pellicer 19 años cuando, trabajando en Castellón de la Plana, cayó de un carro, cargado de trigo, que conducía, y una rueda le aplastó la pierna derecha. Pasó 5 días en el Hospital de Valencia y pidió ser llevado al Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza.

Debido a este incidente, fue necesario amputarle dicha pierna, dos dedos más abajo de la rodilla, lo que se hizo en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, en Zaragoza, por el cirujano D. Juan Estanga, siendo enterrada por el practicante Juan Lorenzo García.

Tras su convalecencia durante dos años en el Hospital citado, fue mendigo en la puerta del templo de Nuestra Señora del Pilar, de la que era muy devoto desde su niñez, ya que existía una ermita con su advocación en Calanda, y a la que se había encomendado antes y después de su operación, confesando y comulgando en su santuario. Cada día, Pellicer untaba el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas que ardían ante la Virgen del Pilar mientras pedía limosna a la puerta del templo.

Vuelto a casa de sus padres, en Calanda, a primeros de marzo de 1640, el día 29 de ese mes, habiéndose acostado en la misma habitación de sus padres, por haber un soldado alojado en casa, lo encontraron ellos dormido media hora más tarde, con dos piernas, notándose en la restituida las mismas señales de un grano y unas cicatrices que tenía antes de su amputación.

Tras su curación, Miguel Juan volvió a viajar a Zaragoza para dar gracias a la Virgen del Pilar, y, a instancias del Ayuntamiento de la ciudad, se incoó en el arzobispado un proceso el 5 de junio de 1640, pronunciando sentencia afirmativa de curación milagrosa, el Arzobispo D. Pedro Apaolaza, asesorado por nueve teólogos y canonistas, el 27 de abril de 1641. Se conserva íntegro el texto de este proceso con las declaraciones de los 25 testigos que comparecieron.

El milagro se divulgó rápidamente por la Corte, y Pellicer fue recibido en Madrid por el Rey Felipe IV. Una relación en castellano sobre el Milagro, hecha en 1641 por el carmelita Fr. Jerónimo de San José y luego traducida al italiano, difundió la noticia por España, Italia y Sur de Francia. Sobre todo una Relación en latín, escrita por el médico alemán Pedro Neurath en 1642, luego traducida al francés, alemán y holandés, lo divulgó por toda Europa. El mismo Papa Urbano VIII fue informado personalmente por el P. jesuita aragonés F. Franco en 1642.

Entre los milagros, que, por definición, son todos excepciones de las leyes de la naturaleza, el de Calanda es, a su vez, excepcional; por eso las relaciones coetáneas lo calificaron de «milagro inaudito en todos los tiempos».

El Canónigo e Historiador zaragozano D. Tomás Domingo cuenta con una obra de reciente publicación titulada «El Milagro de Calanda» en la que detalla todo el proceso, testimonios, etc. y que supone toda una vida de recopilación de datos, documentos e investigación del milagro obrado por la Virgen del Pilar en la persona de Miguel Pellicer. El libro puede adquirirse en las librerías religiosas y en la propia tienda de la Basílica del Pilar.

Artículo original: El milagro de Calanda

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Más información sobre el milagro de Calanda en la Gran Enciclopedia Aragonesa

Más información sobre el milagro de Calanda en la web del Ayuntamiento de Calanda (Teruel)

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Nota: la imagen el artículo es un cuadro de Sor Isabel Guerra

Evangelio del día: Amarás a Dios con todo tu corazón

Evangelio del día: Amarás a Dios con todo tu corazón

Mateo 22, 34-40. Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario. Ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Éxodo, Éx 22, 20-26

Salmo: Sal 18(17), 2-3a.3bc-4.47.51a-51b

Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, Tes 1, 5c-10

Oración introductoria

Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.

Petición

Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).

En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo, 26 de octubre de 2008

Propósito

Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.

Diálogo con Cristo

No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

San Juan de Capistrano, el Santo de Europa, con recursos audiovisuales

San Juan de Capistrano, el Santo de Europa, con recursos audiovisuales

Juan es uno de los predicadores más famosos que ha tenido la Iglesia Católica, y fue conocido ya en su tiempo como «el Santo de Europa».

Nació en un pueblo llamado Capistrano, en la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente consagrado a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia. Pero en una guerra contra otra ciudad cayó prisionero. Tuvo un sueño en el que vió a san Francisco de Asís que le llamaba a entrar en la orden franciscana. En la cárcel se puso a meditar y se dio cuenta de que en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores y dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.

Como era muy vanidoso y le gustaba mucho aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de papel en el cual había escrito en grandes letras: «Soy un miserable pecador». La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó hasta el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.

El Padre maestro de novicios dispuso ponerle pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era capaz de ser religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo dedicaba a los oficios más agotadores y humildes, pero Juan en vez de disgustarse le conservó una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un verdadero carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las dificultades de la vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir fruto, pero si muere producirá mucho fruto» (Jn 12, 24).

A los 33 años fue ordenado de sacerdote y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al gran san Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa predicando la conversión y la penitencia.

Juan tenía que predicar en los campos y en las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.

Su presencia de predicador era impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba «el padre piadoso», «el santo predicador». Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán. Y les repetía las palabras del Bautista: «Raza de víboras: tienen que producir frutos de conversión. Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la vida de cada uno, y árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y echado al fuego» (Lc 3, 7).

Muchos pedían a gritos la confesión, prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las gentes traían sus objetos de superstición y los libros de brujería y otros juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas. Muchos jóvenes al oírlo predicar se proponían irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las comunidades religiosas y en Polonia 130. Sus sermones eran de dos y tres horas, pero a los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo a los vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban sus malas amistades y las borracheras. Después de predicar se iba a visitar enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables curaciones.

Juan convertía pecadores no sólo por su predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia. Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era débil pero en su espíritu era un gigante. Después de muerto reunieron los apuntes de los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes.

La Comunidad Franciscana lo eligió por dos veces como Vicario General, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de reformar la vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en toda Europa esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.

Muchos se le oponían a sus ideas de reformar y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía sufrir era que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se cumplía en él lo que dice el Salmo: «Aquel que comía conmigo el pan en la misma mesa, se ha declarado en contra de mí».

Pero esas incomprensiones le sirvieron para no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las felicitaciones de Dios. Él repetía la frase de san Pablo: «Si lo que busco es agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo».

Juan tenía unas dotes nada comunes para la diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas. Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos.

Cuarenta años llevaba Juan predicando de ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera.

En 1453 los turcos musulmanes se habían apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría. Las noticias que llegaban de Serbia, nación invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera cristiano católico. Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se formó un buen ejército de creyentes.

Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50.000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue aquí cuando intervino Juan de Capistrano. El gran misionero salvó a la ciudad de Bucarest de tres modos.

El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron vencedores los católicos.

El segundo, fue cuando ya los católicos estaban dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando entusiasmado: «Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión». Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.

Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.

Las gentes decían que aquellos cuarteles de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: «Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas». Y los oficiales afirmaban: «Este padrecito tiene más autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación».

Mientras los católicos luchaban con las armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Ángelus (o tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Santísima Virgen consiguió de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua a san Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más crueles enemigos de nuestra santa religión.

Y sucedió que la cantidad de muertos en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de tifus. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El santo se contagió de tifus y, como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.

Artículo original en Amor Eterno

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Nuestro santo en la red

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Estampa de san Juan de Capistrano

Estampa de san Juan de Capistrano

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Recursos audiovisuales

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Catequesis «¡Somos novios!»

Catequesis «¡Somos novios!»

Es importante preguntarse si es posible amarse «para siempre». Ésta es una pregunta que debemos hacer: ¿es posible amarse «para siempre»? Muchas personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas. Un joven decía a su obispo: «Yo quiero llegar a ser sacerdote, pero sólo por diez años». Tenía miedo a una opción definitiva. Pero es un miedo general, propio de nuestra cultura. Hacer opciones para toda la vida, parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura largamente. Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: «estamos juntos hasta que dura el amor», ¿y luego? Muchos saludos y nos vemos. Y así termina el matrimonio. ¿Pero qué entendemos por «amor»? ¿Sólo un sentimiento, uno estado psicofísico? Cierto, si es esto, no se puede construir sobre ello algo sólido. Pero si en cambio el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios.

SS Francisco, Discurso a las parejas de novios que se preparan para el matrimonio, Plaza de San Pedro, viernes, 14 de febrero de 2014.

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Os presentamos esta sesión de catequesis para novios elaborada por Javier González Ramírez orientada a los jóvenes. En ella se pretende que los asistentes descubran el sentido cristiano del noviazgo, para los que se propone al catequista u orientador una dinámica, una charla, una serie de compromisos y otros materiales para que sean meditados por los asistentes a la sesión. Este material ha sido publicado en el libro titulado Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 1 por la Editorial San Pablo y lo ofrece la Pastoral Juvenil de Monterrey (México), para su uso sin ánimo de lucro.

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1. Objetivo

Descubrir el sentido cristiano del noviazgo.

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2. Dinámica: «Puntos de vista»

Partimos de la experiencia

A. Grupos pequeños

Se le encomienda a cada grupo un tema de reflexión sobre el noviazgo para que den sus puntos de vista. Sugerimos cuatro temas de reflexión con las siguientes preguntas:

Tema 1: El sentido cristiano del noviazgo

  • ¿Cuál es la preocupación fundamental de los novios durante el noviazgo?
  • ¿Qué es lo que más les interesa?
  • ¿Creen que el noviazgo sea un tiempo importante en la vida de los jóvenes? ¿Por qué?
  • ¿Qué sentido tiene el noviazgo?

Tema 2: La edad y la duración del noviazgo

  • ¿A qué edad conviene tener novio?
  • ¿Qué opinan de los que se casan a los dos o tres meses de novios?
  • ¿Qué opinan de los que duran muchos años de novios?

Tema 3: La elección de novio(a)

  • ¿Qué criterios se siguen generalmente para la elección del novio(a)?
  • ¿Qué cualidades debe tener el novio(a)?
  • ¿Es importante hacer una buena elección? ¿Por qué?

Tema 4: el noviazgo y los padres de familia

  • ¿Qué errores cometen frecuentemente los padres de familia con sus hijos que tienen novios?
  • ¿Qué deberían hacer los padres de familia durante el noviazgo de sus hijos?

B. Plenario

Cada grupo expone el tema que reflexionó al resto de los participantes. Al final se pueden hacer preguntas, aclaraciones y comentarios sobre los temas tratados.

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3. Buscamos luz sobre el tema

Charla: sentido cristiano del noviazgo

El noviazgo no es un pasatiempo o una diversión; es una etapa importante en la vida de los jóvenes.

A. El noviazgo es un tiempo para conocerse

  • El noviazgo es una escuela en la que los novios han de aprender a conocerse. Un conocimiento profundo que va más allá de las apariencias. Conocerse como son, con sus cualidades y defectos.
  • Conocerse para saber tratarse y comprenderse, no obstante que sean diferentes. Conocerse para ayudarse mutuamente, para compartir con confianza los anhelos, proyectos, esperanzas y temores. Conocerse para que midan si pueden o no contraer el importante compromiso de formar responsablemente un hogar.
  • Los novios deberían aprovechar sus encuentros y salidas para conocerse más: conocer la forma de ser y de pensar del otro, conocer su familia, sus amigos, etc.

B. El noviazgo es un tiempo para amarse

  • Por el amor los novios se sienten atraídos y empiezan a relacionarse. Este amor tiene su origen en Dios, que es la fuente del amor. El noviazgo es una llamada de Dios a vivir el amor en su dimensión humana y cristiana. -Un amor que no es egoísmo. Un amor que se traduce en respeto, generosidad, servicio, sacrificio.
  • Desgraciadamente muchos consideran el noviazgo como una aventura amorosa, como un flirteo, donde lo único que predomina es el coqueteo, el placer y la pasión. Son noviazgos de diversión y entretenimiento que no fomentan el amor verdadero.

C. El noviazgo es un tiempo de preparación para el matrimonio

  • La meta del noviazgo es el matrimonio. En el noviazgo se construye el amor que ha de unir a los esposos para toda la vida.
  • La felicidad del hogar se fragua en el noviazgo. El noviazgo es, por tanto, un compromiso serio y trascendente que nunca debe tomar. se a la ligera.
  • Un problema: la edad para el noviazgo. Si la meta del noviazgo es el matrimonio, no tiene sentido el noviazgo de adolescentes. El noviazgo exige madurez y reflexión.
  • Otro problema: la elección del novio(a). Muchos problemas de la vida matrimonial arrancan de no haber elegido bien al novio.
  • Para elegir al novio no hay que quedarse en los aspectos externos (dinero, belleza física, etc.); hay que fijarse en las cualidades del corazón (comprensión, espíritu de trabajo, capacidad de diálogo, servicialidad, religiosidad, etc.).

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4. Nos comprometemos

Compromisos

  • Tomar el noviazgo con seriedad y formalidad.
  • Saber elegir al novio(a).
  • No «jugar» con los sentimientos de las personas.
  • «Meter a Dios en el noviazgo»: Ir a Misa juntos, orar juntos, hacer un apostolado común, etc.

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5. Materiales complementarios

Poema «En-amor-a-dos»

Señor, tu amor nos invade.
Te haces presente en el agua, en la flor,
en la música, en el aire, en la luz…
Un día tu amor, tu amor de enamorado, llegó al colmo;
te hiciste hombre como nosotros.
¡Una sola carne con nosotros!
Acertaste. ¡Vaya que acertaste!
Has logrado que quien se enamore de ti
te vea en todas partes, te sienta en todo.

Tu amor fue una locura, y tu locura ha contagiado.
Nos amas con todo el corazón, con toda el alma,
con todo tu ser… ¡Y así te gusta que nos amemos!
En esto del amor sí que diste en el clavo.
Diste contento a todos, nos nivelaste a todos…
¡Todos podemos amar a tope
sin pisar los derechos de nadie!

¡Qué maravilla es el hombre! ¡Qué maravilla la mujer!
El amor entre los dos
es lo más grandioso que has hecho.
Lo más maravilloso de cada uno.
Lo más maravilloso de los dos en uno.
Lo más maravilloso de ti… en cada uno.

En los dos hecho uno…
Para dos que se aman así, todo y nada es banal,
todo les parece inútil e importante,
todo lo ven desde su amor.

Cuando dos se dicen «te quiero»,
tu repites lo de «hágase la luz»,
y das, como beso de amor, un nuevo soplo de vida.
Y ríes a carcajadas. Y palmoteas de satisfacción.
Es que lo que mejor te ha salido de todo es el amor.

Y sueñas, siempre sueñas en el amor.
Te dices a ti mismo: en mi siembra de amor,
empezarán en-amor-a-dos.
Y cuando lo hayan experimentado plenamente
seguirán en-amor-a-(to)dos…
Y siempre, siempre en-amor a-d(i)os.

Quizás, algún día, Señor, veamos en cada árbol
miles de corazones, flechas, nombres…
y en medio tú.

Nunca te pondrás celoso
porque el hombre y la mujer se quieran tanto,
hasta la pasión, si su amor es verdadero.

Seguro que te gusta, Señor. Lo que no te gusta
es que pongamos alambradas al corazón
Señor, acrecienta el amor de los que se aman.
Y, a todos, haznos amar a los otros,
a las cosas, a Ti, con corazón… de enamorados.

Alfonso Francia.

Plegaria de los novios

Somos novios; Señor, y nos queremos mucho. Hace tiempo nos encontramos y nos reconocimos, como si siempre nos hubiéramos buscado.

Qué experiencia maravillosa, para cada uno, sentirse elegido, preferido sin saber de todo por qué.

Sentimos tu presencia, Señor, y te damos gracias por haber hecho posible este amor.

Queremos no olvidarte:
para que seamos abiertos y sinceros;
para que busquemos el bien y la alegría del otro con comprensión;
para que nos esforcemos en cambiar
y ofrecemos cada uno lo mejor de sí mismo;
para que el deseo y la pasión no ahoguen el amor;
para que juntos forjemos un ideal-vocación
para la vida y nos unamos para alcanzarlo.

Un día, Señor, pensamos sellar para siempre nuestro amor con el sacramento del matrimonio. Que nuestro noviazgo sea un camino de maduración y seamos conscientes del compromiso mutuo que asumiremos.

Amén.

Decálogo de los novios

  1. Amarse de todo corazón sin excluir a Dios y a los demás.
  2. No tomar en vano el nombre del amor, ni profanarlo con el egoísmo.
  3. Santificar el noviazgo con miras a un hogar humano y santo.
  4. Seguir amando a los padres, pero sin dejarlos que lancen dardos que hieren y separan.
  5. No matar la ilusión de la paternidad responsable, ni dejarse ilusionar por nada extra matrimonial que divida y disuelva el mutuo amor.
  6. Conservar la castidad propia del noviazgo, que prepare para la castidad matrimonial.
  7. No robar modelos imperfectos y podridos de la pantalla, de las novelas, de la vida real.
  8. No creer calumnias ni chismes que destruyen el hogar, separan los corazones, y terminan separando los cuerpos de los esposos.
  9. No desear sino lo que acerca y une, y buscar cuanto da fuerza y santifica el amor y la unión entre los esposos con los hijos y con todos.
  10. No codiciar ni aspirar a más de lo que da la vida y puede brotar de la realidad económica y física del propia matrimonio.

Javier González Ramírez:
Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 1,
Tema 10
, Editorial San Pablo.

Dinámicas para fomentar las relaciones humanas en la catequesis

Dinámicas para fomentar las relaciones humanas en la catequesis

Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior, el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas, —la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad—.

San Juan Pablo II, Catechesi Tradendae n. 38.

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En este artículo recopilamos una serie de veintitrés dinámicas útiles para utilizar en las sesiones de catequesis de postcomunión y en la preparación del sacramento de la Confirmación. Su objetivo fundamental es fomentar las relaciones humanas entre los catecúmenos que forman el grupo, ayudándolos a relacionarse entre ellos, a conocerse a ellos mismos y a estar más dispuestos a recibir el mensaje evangélico.

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1. La tempestad

2. Fulano se comió un pan en las calles de…

3. Números

4. Las frutas están en la canasta

5. Las frutas

6. El teléfono escacharrado

7. Representaciones

8. La argolla

9. La risa

10. El rey manda

11. Quien se fue a Sevilla, perdió su silla

12. El naufrago

13. El correo llega

14. Encontrar su pareja

15. Zoológico de caramelos

16. Zapatos

17. Nombres diferentes

18. Penitencias

19. La patata caliente

20. Laberinto humano

21. La cuerda en la botella

22. El limón

23. El encuentro

 

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1. La tempestad

Materiales necesarios: sillas colocadas en círculo (no debe sobrar ninguna).

Todos los participantes forman un círculo con sus respectivas sillas. Quien dirija la dinámica se coloca a la mitad y dice:

—Un barco en medio del mar, viaja a rumbo desconocido. Cuando yo diga ola a la derecha, todos cambian de puesto a la derecha; cuando yo diga, ola a la izquierda, todos cambian de puesto hacia la izquierda, cuando yo diga tempestad, todos deben cambiar de puesto, mezclándose en diferentes direcciones.

Se dan varias órdenes, intercambiando a la derecha y a la izquierda; cuando se observe que los participantes estén distraídos, el dirigente dice: “Tempestad”.

A la segunda o tercera orden el dirigente ocupa un puesto aprovechando la confusión, quedando un participante sin puesto, este debe entonces pasar a dirigir la dinámica.

Si el participante queda tres veces sin puesto, se le impone una “penitencia”.

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2. Fulano se comió un pan en las calles de…

Materiales necesarios: sillas colocadas en círculo.

Los participantes se ubican en sus sillas formando un círculo.

Quien dirige la dinámica dice:

—Fulano se comió un pan en las calles de (nombre de tu ciudad o pueblo).

El aludido contesta:

—¿Quién, yo?

Y responden:

—Sí, tú.

Al tiempo que este contesta:

—Pero yo no fui.

Acto seguido, se pregunta:

—Entonces, ¿quién?

A la cual él o ella responde de nuevo dando el nombre de otro participante:

—¡Fue fulanito!

Así pues, se repite el dialogo anterior, hasta que todos sean nombrados.

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3. Números

Se forma una ronda con todos los participantes, los participantes deben estar siempre en movimiento, es decir, caminando.

Quien dirige la dinámica da la orden: “una pareja”, “dos parejas”, tres, cuatro, etc.

Al escuchar la orden, los participantes deben tomarse de la mano. La persona que quede sin pareja o si se equivoca de número sale de la dinámica.

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4. Las frutas están en la canasta

Los participantes deben colocarse en círculo con sus respectivas sillas.

El asesor del grupo se dirige a algunos de los participantes y les dice:

—Limón, piña, lechosa.

El aludido debe decir el nombre de la persona que está a su derecha. Luego se dirige a otro participante:

—Melocotón, manzana, pera.

Y este deberá decir el nombre del compañero que está a la izquierda.

La orden deberá decirse varias veces y a diferentes participantes. Cuando se observe que están distraídos y se han nombrado a todos se dice en voz alta:

—Las frutas están en la canasta.

Luego, todos los participantes deberán cambiar de lugar mezclándose en todas las direcciones pues no está permitido que nadie se quede en su puesto original.

La orden: “las frutas están en la canasta”, tras repetirse 2 o 3 veces, indica a aquel que está dirigiendo la dinámica que ocupe una silla y continúa la dinámica reemplazando a la persona que quedo sin ella.

A cada participante se le da el nombre de tres frutas o tres veces el nombre de una misma fruta.

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5. Las frutas

Puede hacerse al aire libre o en el salón, el objetivo es ver la relación que hay entre comprador y vendedor.

Se divide el grupo en dos equipos de 6 personas.

A un equipo se le da el nombre de frutas diferentes (comprador), el otro equipo no sabe el nombre de las frutas (es el vendedor) y lo tienen que adivinar cuando vayan los compradores a solicitarla.

“Los compradores” serán 2 personas escogidas de los que quedaron fuera de los 12. Uno será de modales bruscos y otro de modales correctos. Estos deben simular la compra de las frutas y acertar de que fruta se trata mediante un dialogo de compraventa, adivinando los nombres de las frutas (el dialogo se deja a la creatividad de los participantes).

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6. El teléfono escacharrado

Se trata de descubrir barreras en la comunicación.

Se divide el grupo en dos equipos (también puede hacerse un solo grupo en círculo).

Al primero de la fila (o del círculo) se le da un mensaje al oído a fin de que lo vaya transmitiendo en secreto correctamente. Luego se pregunta en voz alta al último de cada fila (o del círculo) cuál fue el mensaje que se le comunico.

Se compara, entonces, con el mensaje real transmitido.

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7. Representaciones

Cada participante recibe un papel de un color específico con una silaba o palabra. Los de papeles del mismo color han de reunirse y combinarlas, y así obtener el título de una canción o el nombre de una acción.

Si le sale una acción, por ejemplo “paseo por la montaña”, debe de representarlo con mímica.

Los demás deberán adivinar la acción que está representando.

Si le sale una canción, por ejemplo “Pescador de hombres” el grupo se reúne, ensaya y la canta.

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8. La argolla

Los participantes se dividen en dos equipos de igual cantidad, formando líneas o filas alternando chicos y chicas.

Cada participante tiene un palito en la boca y el primero de cada fila un anillo.

Se trata de ir pasando el anillo o argollita de palito en palito, sin dejarlo caer y sin tocarlo, hasta el final de la fila.

Gana el equipo que lo haga en menor tiempo.

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9. La risa

Los participantes se separan en dos filas iguales, una frente a la otra, a una distancia de unos dos metros.

Quien dirija la dinámica tira al centro una moneda o algo de dos colores.

Si cae cara o un color especifico los participantes de una fila deben permanecer serios y los de la otra deben reír fuerte y hacer morisquetas.

Los que ríen cuando deben estar serios salen de la fila y se continúa.

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10. El rey manda

Quien dirija la dinámica hace las veces de rey todos los demás formaran un equipo.

Cada equipo elige un nombre a fin de favorecer la animación de la dinámica.

Cada equipo elige a un representante y este será el único que servirá al rey acatando sus órdenes.

Si el rey pide, por ejemplo, un reloj, el representante de cada equipo trata de conseguir el reloj en su equipo a fin de llevarlo prontamente al rey.

El rey sólo recibe el regalo del primero que lo entregue.

Al final gana el equipo que haya suministrado más objetos.

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11. Quien se fue a Sevilla, perdió su silla

Se colocan sillas en dos filas, una menos del total de participantes juntando los respaldos.

Todos se sientan y mientras suena la música todos deben bailar a su alrededor.

Cuando la música cesa a la señal del que dirige, toman asiento.

Quien se quede sin silla, sale de la dinámica.

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12. El naufrago

Uno es el capitán, que dirigirá la dinámica. Todos los demás serán tripulantes.

El barco va a naufragar y todos deben seguir las órdenes del capitán.

Según el número de participantes se nombrará a dos ayudantes que tirarán al mar a los que se equivoquen, de esa manera salen de la dinámica.

El barco se hunde y el capitán dice:

—Haced grupos de 8, de 7, de 6, etc.

Todos los que queden fuera de un grupo salen de la dinámica.

Es necesario hacer reflexiones que sirvan para aplicarlas a diversas actitudes ante la vida.

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13. El correo llega

Esta dinámica se puede realizar de pie o sentado.

Quien dirige la dinámica dice:

—Llegó el correo para los que tienen: zapatos, reloj, etc.

Los aludidos deben cambiar de sitio rápido

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14. Encontrar su pareja

Los participantes varones se colocan en círculo y en el centro las niñas.

La cantidad de varones alrededor será uno más que el de las niñas.

Los círculos se mueven en direcciones opuestas bailando al son de la música. Cada varón sale a buscar pareja.

El que se quede dos veces sin pareja tiene que pagar penitencia.

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15. Zoológico de caramelos

Los participantes se sientan en círculo. En una mesa en el centro se colocan los caramelos.

El dirigente susurra en el oído de cada persona el nombre de un animal diferente, pero uno de los nombres se dará a varios participantes.

En el momento en que el dirigente dice en voz alta el nombre de un animal, la persona con ese nombre corre y toma un caramelo.

Cuando quede un caramelo, se dice el nombre del animal que tiene varios participantes estos correrán para tratar de agarrarlo.

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16. Zapatos

Todos los participantes se quitan los zapatos.

El dirigente los amarra en parejas distintas.

Los participantes están a 5 m de distancia.

Cuando se da la señal todos van a buscar sus zapatos, se los ponen y el último que llegue tiene su penitencia.

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17. Nombres diferentes

Se forma un círculo con todos los participantes.

El animador dará un nombre a cada participante: este nombre es el de uno de los integrantes del grupo.

Cuando dice: “Salga Fulano” y sale el verdadero Fulano y no al que se le dio ese nombre, sale de la dinámica.

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18. Penitencias

Se forma un círculo con todos los participantes.

A cada participante se le pide que le marque una penitencia al compañero de la derecha, la escriba en un papel y al final coloque su nombre.

Cuando todos hayan terminado, el animador recoge los papeles, y les explica a los participantes que cada quien tiene que hacer la penitencia que escribió.

Al final se da la moraleja: no le hagas al otro que no quieres que te hagan a ti.

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19. La patata caliente

Se hace un circulo con los participantes, ya sean sentados o en pie.

Se elige a un participante y se le entrega una pelota o cualquier otro objeto.

El animador se coloca de espalda al grupo y va diciendo: “¡patata caliente!”.

La pelota u objeto va rotando entre todos.

De repente dice: “¡se quemó!”… y la persona que en ese momento tenga la pelota pierde, y si se queda dos veces con la misma tiene penitencia.

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20. Laberinto humano

Todos en círculo agarrados de las manos.

Quien dirige va a ser la punta y empieza a pasar por arriba, por abajo, por donde quiera. Sin soltarse de las manos todos lo siguen.

Cuando todos estén enredados, se pide que se vuelva a la posición inicial, sin soltarse.

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21. La cuerda en la botella

Se hace un círculo todos de pie, se elige una persona y se le amarra en la parte de atrás del pantalón (en el ojal) una cuerda pequeña, y se le pide que introduzca la punta de la cuerda en la botella.

Si en un minuto no logra hacerlo tiene penitencia.

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22. El limón

Se forman dos grupos: se coloca en fila un grupo frente a otro y en el medio se coloca un limón.

El primero de cada fila corre hacia atrás y pasa por el medio de las piernas de los otros participantes.

El primero que llegue, agarra el limón y lo deja ahí, y se coloca de último en la fila.

Así van pasando todos.

El equipo que más veces agarre el limón gana.

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23. El encuentro

Varios participantes en pie o sentados en círculo, pero un poco separados.

Dos participantes vecinos agarran cada uno un objeto.

El animador, de espalda y sin ver, ordena que comience la dinámica.

Cada objeto pasa de mano en mano, pero en dirección opuesta.

De repente se ordena que se vuelvan los objetos en dirección contraria (la señal puede darse a través de una palmada).

La dinámica termina cuando alguien queda con los dos objetos: se le marca penitencia.

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