¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto y en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Miren, deja un bien que nadie nos puede dar: la certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos. En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, está su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer. Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él (cf. Lumen fidei, 16). Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.
Meditaciones de san Juan Pablo II, quien , siendo todavía cardenal, en marzo de 1976, las predicó durante unos ejercicios espirituales en el Vaticano. Asistía, entre otros, el entonces pontífice Pablo VI. Esta meditaciones de Karol Wojtyla sobre el Via Crucis fueron publicados en Signo de Contradicción (BAC, Madrid, 1978).
En esta meditación trataremos de seguir las huellas del Señor en el camino que va desde el pretorio de Pilato hasta el lugar llamado «Calavera», Gólgota en hebreo (Jn 19, 17). Hoy día este camino es visitado por los peregrinos que de todo el mundo acuden a Tierra Santa.
También Su Santidad lo recorrió, rodeado de una enorme muchedumbre de habitantes de Jerusalén y de peregrinos. El Vía Crucis de nuestro Señor Jesucristo está históricamente vinculado a los sitios que El hubo de recorrer. Pero hoy día ha sido trasladado también a muchos otros lugares, donde los fieles del divino Maestro quieren seguirle en espíritu por las calles de Jerusalén. En algunos santuarios, como en el que recordábamos en días anteriores, el Calvario de Zebrzydowska, la devoción de los fieles a la Pasión ha reconstruido el Vía Crucis con estaciones muy alejadas entre sí. Habitualmente en nuestras iglesias las estaciones son catorce, como en Jerusalén entre el pretorio y la basílica del Santo Sepulcro. Ahora nos detendremos espiritualmente en estas estaciones, meditando el misterio de Cristo cargado con la cruz.
I. Estación: Jesús condenado a muerte
La sentencia de Pilato fue dictada bajo la presión de los sacerdotes y de la multitud. La condena a muerte por crucifixión debería de haber satisfecho sus pasiones y ser la respuesta al grito: «¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» (Mc 15, 13-14, etc.). El pretor romano pensó que podría eludir el dictar sentencia lavándose las manos, como se había desentendido antes de las palabras de Cristo cuando éste identificó su reino con la verdad, con el testimonio de la verdad (Jn 18, 38). En uno y otro caso Pilato buscaba conservar la independencia, mantenerse en cierto modo «al margen». Pero eran sólo apariencias. La cruz a la que fue condenado Jesús de Nazaret (Jn 19, 16), así como su verdad del reino (Jn 18, 36-37), debía de afectar profundamente al alma del pretor romano. Esta fue y es una Realeza, frente a la cual no se puede permanecer indiferente o mantenerse al margen.
El hecho de que a Jesús, Hijo de Dios, se le pregunte por su reino, y que por esto sea juzgado por el hombre y condenado a muerte, constituye el principio del testimonio final de Dios que tanto amó al mundo (cf. Jn 3, 16).
También nosotros nos encontramos ante este testimonio, y sabemos que no nos es lícito lavarnos las manos.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
II. Estación: Jesús carga con la cruz
Empieza la ejecución, es decir, el cumplimiento de la sentencia. Cristo, condenado a muerte, debe cargar con la cruz como los otros dos condenados que van a sufrir la misma pena: «Fue contado entre los pecadores» (Is 53, 12). Cristo se acerca a la cruz con el cuerpo entero terriblemente magullado y desgarrado, con la sangre que le baña el rostro, cayéndole de la cabeza coronada de espinas. Ecce Homo! (Jn 19, 5). En Él se encierra toda la verdad del Hijo del hombre predicha por los profetas, la verdad sobre el siervo de Yavé anunciada por Isaías: «Fue traspasado por nuestras iniquidades… y en sus llagas hemos sido curados» (Is 53, 5). Está también presente en Él una cierta consecuencia, que nos deja asombrados, de lo que el hombre ha hecho con su Dios. Dice Pilato: «Ecce Homo» (Jn 19, 5): «¡Mirad lo que habéis hecho de este hombre!» En esta afirmación parece oírse otra voz, como queriendo decir: «¡Mirad lo que habéis hecho en este hombre con vuestro Dios!»
Resulta conmovedora la semejanza, la interferencia de esta voz que escuchamos a través de la historia con lo que nos llega mediante el conocimiento de la fe. Ecce Homo!
Jesús, «el llamado Mesías» (Mt 27, 17), carga la cruz sobre sus espaldas (Jn 19, 17). Ha empezado la ejecución.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
III. Estación: Jesús cae por primera vez
Jesús cae bajo la cruz. Cae al suelo. No recurre a sus fuerzas sobrehumanas, no recurre al poder de los ángeles. «¿Crees que no puedo rogar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al punto más de doce legiones de ángeles?» (Mt 26, 53). No lo pide. Habiendo aceptado el cáliz de manos del Padre (Mc 14, 36, etc.), quiere beberlo hasta las heces. Esto es lo que quiere. Y por esto no piensa en ninguna fuerza sobrehumana, aunque al instante podría disponer de ellas. Pueden sentirse dolorosamente sorprendidos los que le habían visto cuando dominaba a las humanas dolencias, a las mutilaciones, a las enfermedades, a la muerte misma. ¿Y ahora? ¿Está negando todo eso? Y, sin embargo, «nosotros esperábamos», dirán unos días después los discípulos de Emaús (Lc 24, 21). «Si eres el Hijo de Dios…» (Mt 27, 40), le provocarán los miembros del Sanedrín. «A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse» (Mc 15, 31; Mt 27, 42), gritará la gente.
Y él acepta estas frases de provocación, que parecen anular todo el sentido de su misión, de los sermones pronunciados, de los milagros realizados. Acepta todas estas palabras, decide no oponerse. Quiere ser ultrajado. Quiere vacilar. Quiere caer bajo la cruz. Quiere. Es fiel hasta el final, hasta los mínimos detalles, a esta afirmación: «No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (cf. Mc 14, 36, etc. ).
Dios salvará a la humanidad con las caídas de Cristo bajo la cruz.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
IV. Estación: Jesús encuentra a su Madre
La Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de Él es su cruz, la humillación de Él es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así lo capta su corazón: «… y una espada atravesará tu alma» (Lc 2, 35). Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón, y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!
«¡Oh tú que has padecido junto con Él!», repiten los fieles, íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
V. Estación: Simón Cireneo ayuda a Jesús
Simón de Cirene, llamado a cargar con la cruz (cf. Mc 15, 21; Lc 23, 26), no la quería llevar ciertamente. Hubo que obligarle. Caminaba junto a Cristo bajo el mismo peso. Le prestaba sus hombros cuando los del condenado parecían no poder aguantar más. Estaba cerca de él: más cerca que María o que Juan, a quien, a pesar de ser varón, no se le pide que le ayude. Le han llamado a él, a Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, como refiere el evangelio de Marcos (Mc 15, 21). Le han llamado, le han obligado.
¿Cuánto duró esta coacción? ¿Cuánto tiempo caminó a su lado, dando muestras de que no tenía nada que ver con el condenado, con su culpa, con su condena? ¿Cuánto tiempo anduvo así, dividido interiormente, con una barrera de indiferencia entre él y ese Hombre que sufría? «Estaba desnudo, tuve sed, estaba preso» (cf. Mt 25, 35-36), llevaba la cruz… ¿La llevaste conmigo?… ¿La has llevado conmigo verdaderamente hasta el final?
No se sabe. San Marcos refiere solamente el nombre de los hijos del Cireneo y la tradición sostiene que pertenecían a la comunidad de cristianos allegada a San Pedro (cf. Rom 16, 13).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VI. Estación: La Verónica limpia su rostro
La tradición nos habla de la Verónica. Quizá ella completa la historia del Cireneo. Porque lo cierto es que –aunque, como mujer, no cargara físicamente con la cruz y no se la obligara a ello– llevó sin duda esta cruz con Jesús: la llevó como podía, como en aquel momento era posible hacerlo y como le dictaba su corazón: limpiándole el rostro.
Este detalle, referido por la tradición, parece fácil de explicar: en el lienzo con el que secó su rostro han quedado impresos los rasgos de Cristo. Puesto que estaba todo él cubierto de sudor y sangre, muy bien podía dejar señales y perfiles. Pero el sentido de este hecho puede ser interpretado también de otro modo, si se considera a la luz del sermón escatológico de Cristo. Son muchos indudablemente los que preguntarán: «Señor, ¿cuándo hemos hecho todo esto?» Y Jesús responderá: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Salvador, en efecto, imprime su imagen sobre todo acto de caridad, como sobre el lienzo de la Verónica.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VII. Estación: Jesús cae por segunda vez
«Yo soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo» (Sal 22, 7): las palabras del Salmista-profeta encuentran su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican las palabras del Salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la cruz se ha hecho objeto de escarnio.
Y Él lo quiere, quiere que se cumpla la profecía. Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad expresada asimismo en las palabras del Profeta. Cae por propia voluntad, porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?» (Mt 26, 54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22, 7); por tanto, ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19, 5); menos aún, peor todavía.
El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia del hombre.
Remordimiento por esta segunda caída.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
VIII. Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén
Es la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloren a su vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos» (Lc 23, 28). No podemos quedarnos en la superficie del mal, hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la conciencia.
Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25) y siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios deben ser ponderados, razonables, objetivos –dice: «No lloréis»–; pero, al mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte porque es El el que lleva la cruz.
Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
IX. Estación: Tercera caída
«Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8). Cada estación de esta Vía es una piedra miliar de esa obediencia y ese anonadamiento.
Captamos el grado de este anonadamiento cuando leemos las palabras del Profeta: «Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros» (Is 53, 6).
Comprendemos el grado de este anonadamiento cuando vemos que Jesús cae una vez más, la tercera, bajo la cruz. Cuando pensamos en quién es el que cae, quién yace entre el polvo del camino bajo la cruz, a los pies de gente hostil que no le ahorra humillaciones y ultrajes…
¿Quién es el que cae? ¿Quién es Jesucristo? «Quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 6-8).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
X. Estación: Jesús, despojado de sus vestidos
Cuando Jesús, despojado de sus vestidos, se encuentra ya en el Gólgota (cf. Mc 15, 24, etc.), nuestros pensamientos se dirigen hacia su Madre: vuelven hacia atrás, al origen de este cuerpo que ya ahora, antes de la crucifixión, es todo él una llaga (cf. Is 52 ,14). El misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios toma cuerpo en el seno de la Virgen (cf. Mt 1, 23; Lc 1, 26-38). El Hijo de Dios habla al Padre con las palabras del Salmista: «No te complaces tú en el sacrificio y la ofrenda… pero me has preparado un cuerpo» (Sal 40, 8-7; Heb 10, 5). El cuerpo del hombre expresa su alma. El cuerpo de Cristo expresa el amor al Padre: «Entonces dije: ‘¡Heme aquí que vengo!’… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» (Sal 40, 9; Heb 10, 7). «Yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8, 29). Este cuerpo desnudo cumple la voluntad del Hijo y la del Padre en cada llaga, en cada estremecimiento de dolor, en cada músculo desgarrado, en cada reguero de sangre que corre, en todo el cansancio de sus brazos, en los cardenales de cuello y espaldas, en el terrible dolor de las sienes. Este cuerpo cumple la voluntad del Padre cuando es despojado de sus vestidos y tratado como objeto de suplicio, cuando encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad profanada.
El cuerpo del hombre es profanado de varias maneras.
En esta estación debemos pensar en la Madre de Cristo, porque bajo su corazón, en sus ojos, entre sus manos el cuerpo del Hijo de Dios ha recibido una adoración plena.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XI. Estación: Jesús clavado en la cruz
«Han taladrado mis manos y mis pies y puedo contar todos mis huesos» (Sal 22, 17-18). «Puedo contar…»: ¡qué palabras proféticas! Sabemos que este cuerpo es un rescate. Un gran rescate es todo este cuerpo: las manos, los pies y cada hueso. Todo el Hombre en máxima tensión: esqueleto, músculos, sistema nervioso, cada órgano, cada célula, todo en máxima tensión. «Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí» (Jn 12, 32). Palabras que expresan la plena realidad de la crucifixión. Forma parte de ésta también la terrible tensión que penetra las manos, los pies y todos los huesos: terrible tensión del cuerpo entero que, clavado como un objeto a los maderos de la cruz, va a ser aniquilado hasta el fin, en las convulsiones de la muerte. Y en la misma realidad de la crucifixión entra todo el mundo que Jesús quiere atraer a Sí (cf. Jn 12, 32). El mundo está sometido a la gravitación del cuerpo, que tiende por inercia hacia lo bajo.
Precisamente en esta gravitación estriba la pasión del Crucificado. «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba» (Jn 8, 23). Sus palabras desde la cruz son: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XII. Estación: Jesús muere
Jesús clavado en la cruz, inmovilizado en esta terrible posición, invoca al Padre (cf. Mc 15, 34; Mt 27, 46; Lc 23, 46). Todas las invocaciones atestiguan que El es uno con el Padre. «Yo y el Padre somos una sola cosa» (Jn 10, 30); «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9); «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también» (Jn 5, 17).
He aquí el más alto, el más sublime obrar del Hijo en unión con el Padre. Sí: en unión, en la más profunda unión, justamente cuando grita: Eloí, Eloí, lama sabachtani?: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Este obrar se expresa con la verticalidad del cuerpo que pende del madero perpendicular de la cruz, con la horizontalidad de los brazos extendidos a lo largo del madero transversal. El hombre que mira estos brazos puede pensar que con el esfuerzo abrazan al hombre y al mundo.
Abrazan.
He aquí el hombre. He aquí a Dios mismo. «En El… vivimos y nos movemos y existimos» (Act 17, 28). En El: en estos brazos extendidos a lo largo del madero transversal de la cruz.
El misterio de la Redención.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XIII. Estación: Jesús en brazos de su Madre
En el momento en que el cuerpo de Jesús es bajado de la cruz y puesto en brazos de la Madre, vuelve a nuestra mente el momento en que María acogió el saludo del ángel Gabriel: «Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús… Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre… y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 31-33). María sólo dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), como si desde el principio hubiera querido expresar cuanto estaba viviendo en este momento.
En el misterio de la Redención se entrelazan la gracia, esto es, el don de Dios mismo, y «el pago» del corazón humano. En este misterio somos enriquecidos con un Don de lo alto (Sant 1, 17) y al mismo tiempo somos comprados con el rescate del Hijo de Dios (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; Act 20, 28). Y María, que fue más enriquecida que nadie con estos dones, es también la que paga más. Con su corazón.
A este misterio está unida la maravillosa promesa formulada por Simeón cuando la presentación de Jesús en el templo: «Una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2, 35).
También esto se cumple. ¡Cuántos corazones humanos se abren ante el corazón de esta Madre que tanto ha pagado!
Y Jesús está de nuevo todo él en sus brazos, como lo estaba en el portal de Belén (cf. Lc 2, 16), durante la huida a Egipto (cf. Mt 2, 14), en Nazaret (cf. Lc 2, 39-40).
La Piedad.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
XIV. Estación: Entierro de Jesús
Desde el momento en que el hombre, a causa del pecado, se alejó del árbol de la vida (cf. Gén 3), la tierra se convirtió en un cementerio. Tantos sepulcros como hombres. Un gran planeta de tumbas.
En las cercanías del Calvario había una tumba que pertenecía a José de Arimatea (cf. Mt 27, 60). En este sepulcro, con el consentimiento de José, depositaron el cuerpo de Jesús una vez bajado de la cruz (cf. Mc 15, 42-46, etc.). Lo depositaron apresuradamente, para que la ceremonia acabara antes de la fiesta de Pascua (cf. Jn 19, 31), que empezaba en el crepúsculo.
Entre todas las tumbas esparcidas por los continentes de nuestro planeta, hay una en la que el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo, ha vencido a la muerte con la muerte. O mors! ero mors tua!: «Muerte, ¡yo seré tu muerte!» (1 antif. Laudes del Sábado santo). El árbol de la Vida, del que el hombre fue alejado por su pecado, se ha revelado nuevamente a los hombres en el cuerpo de Cristo. «Si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo» (Jn 6, 51).
Aunque se multipliquen siempre las tumbas en nuestro planeta, aunque crezca el cementerio en el que el hombre surgido del polvo retorna al polvo (cf. Gén 3, 19), todos los hombres que contemplan el sepulcro de Jesucristo viven en la esperanza de la Resurrección.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
Aceptación de la muerte
Señor, Dios mío, ya desde ahora acepto de buena voluntad, como venida de tu mano, cualquier género de muerte que quieras enviarme, con todas sus angustias, penas y dolores.
«Vía crucis» son dos palabras latinas cuyo significado puede traducirse como ‘camino de la cruz’, por ello la oración del Santo Vía crucis se llama también el Camino de la Cruz, las Estaciones de la Cruz, y la Vía Dolorosa.
Tiene su origen en la Tierra Santa. En Jerusalén, desde los comienzos del cristianismo, fue marcado el camino que siguió Jesús hasta el Calvario, así el Vía crucis representa esa peregrinación por aquellos lugares sagrados impregnados por el amor y por el dolor de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, por lo que se ha convertido en una de las devociones cristianas más populares.
Según la tradición, la Virgen María visitaba los lugares de la Pasión de su Hijo, por lo que podría ser considerada como una de las fundadoras del Vía crucis.
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¿En qué consiste?
Consiste en seguir espiritualmente el camino recorrido por Jesús desde su condena a muerte hasta su sepultura, deteniéndose ante 14 escenas o estaciones para meditar sus sufrimientos y unirse interiormente con El; por ello para los cristianos es un ejercicio de piedad lleno de contenido evangélico, de agradecimiento y de amor. El Vía crucis se reza sobre todo durante la Cuaresma, aunque es muy beneficioso hacerlo con mayor asiduidad, no en vano decía San Buenaventura que «no hay otro ejercicio más a propósito para santificar un alma que la meditación asidua de los padecimientos de Cristo».
Hay varias formas de rezar el Santo Vía crucis, se diferencian fundamentalmente en que las estaciones tradicionales incluyen escenas tomadas de la tradición cristiana, y el Vía crucis evangélico, propuesto por el Papa Juan Pablo II, toma las estaciones de los relatos bíblicos de los Evangelios comenzando desde la oración en el huerto y la traición de Judas. También hay otro Vía crucis en el que se incluye una décimo quinta estación que hace referencia a la Resurrección del Señor.
Dicen los Evangelios en (1 Jn, 3,16): «En esto conocemos el amor que Dios nos tiene, en que el Señor dio su vida por nosotros», y es verdad que aunque conocemos de la grandeza de Dios por su creación, sabemos de la grandeza de su amor por la pasión voluntaria de su amado Hijo. Jesucristo derrama tanta bondad y tanto amor que no hay quien contemple sus grandes sufrimientos sin sentirse amado y atraído a amarle, por ello dijo El mismo: «Cuando yo sea levantado en alto, todo lo atraeré hacia mí». (Jn. 12, 32).
La meditación, en ese sufrimiento con amor, de la Vía Dolorosa, es un camino que nos conduce a la perfección del amor de Dios.
¿Cuál es su estructura?
El Santo Vía crucis se compone tradicionalmente de 14 estaciones o escenas que hacen referencia a la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Estas escenas están todas tomadas de pasajes de los Evangelios en el Vía crucis moderno, y en el tradicional contiene también algunos momentos tomados de la tradición cristiana.
Ya desde la última cena con los discípulos, se va acercando el momento de la pasión, traiciones, soledad, negación, sufrimientos que ya estaban escritos por los profetas. La oración en el huerto de Getsemaní, la prisión de Jesús conducida por la traición de Judas, las negaciones de Pedro, injurias, burlas y maltratos, todo ello aceptado voluntariamente y sabiendo que le espera la clase de muerte que se daba a los malhechores, la muerte en la cruz que quedó dignificada por su amor.
I ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Jesús, Hijo de Dios y por tanto Dios mismo, es condenado a muerte por hombres pecadores. Es el mayor sacrificio que puede hacer Dios para salvar a la humanidad y hacer que vuelva de nuevo a El. Primero le condenan los propios representantes de la religión, ante el Sanedrín, cuando Jesús reivindica su carácter mesiánico de un modo claro: «Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios. Díjole Jesús: Tú lo has dicho…. Ellos respondieron: Reo es de muerte». (Mt. 26, 63-66); después le condena el poder civil representado por Pilato, ante la petición del propio pueblo, a pesar de saber que su decisión no era justa: «Dijo el procurador: ¿y qué mal ha hecho?. Ellos gritaron más diciendo: ¡Crucifícale!. Viendo, pues, Pilato que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos delante de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre; vosotros veáis…. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberle hecho azotar, se lo entregó para que le crucificaran». (Mt. 27, 23-26).
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II ESTACIÓN: JESÚS SALE CON LA CRUZ A CUESTAS
Después de haber sido, condenado, azotado, escarnecido, Jesús tiene que cargar con un pesado madero para dirigirse al Calvario donde va a ser crucificado. Las espaldas llagadas, cubierto de heridas, con un haz de espinas sobre la cabeza, atado del cuello como oveja que va al matadero, sin apenas fuerzas para tenerse en pie: «Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario,…». (Jn. 19, 16-17). Jesús carga con una cruz que no es suya, porque es la cruz de nuestros silencios, de nuestros desprecios, de nuestros pecados.
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III ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Jesús apenas puede andar, el dolor de las heridas y del peso de la cruz hacen que caiga al suelo empujado por el verdugo que le lleva atado del cuello. Así dice el profeta: «Voy encorvado y encogido; todo el día camino sombrío; tengo las espaldas ardiendo; no hay parte ilesa en mi carne» (Salmo 37, 7-8).
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IV ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE
La Virgen María conocía las Escrituras, guardaba todo en su corazón. Ella sabía la horrible muerte que iba a tener su amadísimo Hijo: «… y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones». (Lc. 2, 35).
¿Alguien es capaz de imaginar tanto dolor en lo más profundo del alma de María?, ¿Alguien puede comprender lo que sintió Jesús al ver sufrimiento de su Madre?.
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V ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO
Jesús, condenado a llevar su propia cruz, está ya tan exhausto, que los esbirros pudieron pensar que moría en el camino y cogen a Simón el cireneo que venía de los trabajos del campo y estaba mirando entre la muchedumbre para que le ayuda a llevar la cruz: «Echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron con la cruz, para que la llevase detrás de Jesús» (Lc. 23, 26).
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VI ESTACIÓN: LA PIADOSA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
La corona de espinas le producen dolorosas heridas; la sangre corre por su rostro y se le mete en los ojos mezclada con el polvo y el sudor. Dice la tradición que una valiente mujer llamada Verónica se apiada de El viéndole en tal estado y limpia con su pañuelo el rostro de Jesús cuya imagen queda impresa en el pañuelo.
«… muchos se horrorizaban al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano». (Isaías 52, 14).
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VII ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Jesús extenuado, apenas puede tenerse en pie; tropieza y cae otra vez entre las burlas de los soldados y los judíos, aquellos que pidieron su crucifixión. con la cruz a cuestas camino del Calvario. – La cruz que Tú me mandes. Y la lleva para que la nuestra sea menos pesada. Nos encontramos con la cruz y la rechazamos, a veces con arrogancia, sin darnos cuenta de que Jesús la ha santificado, y quiere que sea nuestra santificación.
«Fue, El, ciertamente, quien soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, mientras nosotros le tuvimos por castigado, herido de Dios y abatido». Isaías 53, 4).
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VIII ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
Jesús se volvió a ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». (Lc 23, 28). El Señor nos dice: no llores por Mí, llora más bien por tí. Yo acepto la voluntad de mi Padre y muero por amor. Yo abrazo la muerte para que tengas vida, ¿hasta cuando vas a despreciar mi misericordia?.
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IX ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Jesús, exhausto, cae en tierra por tercera vez poco antes de llegar a donde ha de ser crucificado, entre insultos le obligan a levantarse y seguir caminando. «Siento palpitar mi corazón; me abandonan las fuerzas y me falta hasta la luz de mis ojos». (Salmo 37, 11). Señor que ofreces tu rostros misericordioso a quienes te matan, y todo por amor, por darnos un espíritu nuevo, como dice el profeta Ezequiel: «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne».
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X ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
«Se repartieron sus vestidos, echándolos a suertes, para ver que se llevaba cada uno» (Mc. 15, 24). Más dolor aún, al arrancarle las vestiduras pegadas a las heridas y dejarle desnudo ante el populacho. Dice el Salmo 22: «Yo soy un gusano, y ya no un hombre; vergüenza de los hombres y basura del pueblo. Mis huesos se han descoyuntado, mi corazón se derrite como cera. Se reparten entre sí mis vestiduras y mi túnica se juegan a los dados». ¡Qué dolor tan inmenso sentiría tu Madre al verte de aquella manera!.
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XI ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Jesús es tendido en la cruz, y atraviesan sus manos y sus pies, miembros llenos de nervios, músculos y venas, que son los más sensibles al dolor, con gruesos clavos produciéndole un inmenso dolor. «Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, le crucificaron» (Lc. 23, 33). En el monte Calvario crucifican a Jesús, como un malhechor, como un bandido. Es el precio de nuestra redención. Abre sus brazos y quiere estrechar con ellos a todos los hombres, para decirles hasta dónde llega el amor de Dios.
* * *
XII ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
«Hacia el mediodía las tinieblas cubrieron toda la región hasta las tres de la tarde. El sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por medio. Entonces Jesús lanzó un grito y dijo: Padre, a tus manos confío mi espíritu. Y dicho esto, expiró». (Lc. 23, 44-46). Todo se ha cumplido. Si el grano no cae en tierra y muere, no da fruto. Acepto la muerte que quieras enviarme; sea para tu gloria Señor, y que rendido a tu voluntad, con el último latido de mi corazón te ame.
* * *
XIII ESTACIÓN: JESÚS EN BRAZOS DE SU MADRE
José de Arimatea y Nicodemo le bajan de la cruz y le ponen en brazos de su Madre; la Virgen María lo abraza con inmenso amor. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida», dice el Señor; pero a aquellos que más ama les presenta más duro el camino y más silenciosa la verdad. Aunque Ella sabe muy bien que los judíos no le quitaron la vida sin el propio consentimiento, pues recordaría las palabras de su Hijo: «Yo doy mi vida; nadie me la quita sino que Yo mismo la doy de mi propia voluntad…» (Jn. 10, 18), y Ella acepta que la entregue voluntariamente aunque eso le causa un inmenso sufrimiento. Pero ese dolor, Santísima María, se tornará en poder, y esas lágrimas en dones. Ruega por nosotros Madre nuestra.
* * *
XIV ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
«… tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro…» (Mt. 27, 59). Pagaste por nuestros pecados. A precio de cruz nos compraste el cielo. Jesús es enterrado y la tumba sellada. Todo se ha consumado. Terminó tu sufrimiento; y tus enemigos pensaron que con ello habían acabado con Jesús definitivamente… ¡Pero Jesús resucitó! … y la oscuridad del sepulcro se convirtió en la luz del universo… y la sombra de la Cruz llena el mundo entero… con su muerte real, Jesús nos da vida real… ¡y eterna!, alabado sea Dios. De tu muerte ha nacido la resurrección y la gloria, y ese camino de la cruz que Tú recorriste en el primer Viernes Santo del mundo, seguirá siendo recorrido hasta el fin de los siglos.
Mientras avanzábamos con Jesús, hasta llegar a la cima de su entrega en el Calvario, nos venían a la mente las palabras de san Pablo: «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gál 2,20). Ante un amor tan desinteresado, llenos de estupor y gratitud, nos preguntamos ahora: ¿Qué haremos nosotros por él? ¿Qué respuesta le daremos? San Juan lo dice claramente: «En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). La pasión de Cristo nos impulsa a cargar sobre nuestros hombros el sufrimiento del mundo, con la certeza de que Dios no es alguien distante o lejano del hombre y sus vicisitudes. Al contrario, se hizo uno de nosotros «para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre… Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza» (Spe salvi, 39).
En el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu Santo.
ACTO PENITENCIAL
Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes hermanos, que intercedan por mí ante Dios, Nuestro Señor. Amén.
ORACIÓN
Señor Jesús, que tienes a todos los niños entre tus predilectos, vamos a recorrer y a meditar sobre tu camino de dolor, no tanto el que viviste hace siglos, sino el que sigues viviendo hoy especialmente en los niños que sufren. Tú te has identificado con nosotros los cristianos, pero también, de manera especial con todos los hombres que sufren. Tú sigues sangrando en las heridas de los hombres y de las mujeres de hoy. Todos somos víctimas del sufrimiento pero también somos culpables de que muchos sufran. Ayúdanos a reconocer nuestros errores y sembrar amor en nuestro corazón. Amén.
PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
La historia de la Pasión y muerte de Jesús comienza en el tribunal de Poncio Pilato, que era el Procurador Romano… El pueblo, azuzado por los sacerdotes grita exigiendo la muerte de Cristo, porque había dicho que Él era el Hijo de Dios. Finalmente, Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen; les dice: “¡He aquí el hombre! ”.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús fue condenado injustamente; y yo también muchas veces he sido regañado o castigado injustamente. Pero yo mismo he juzgado y rechazado a los demás también en muchas ocasiones. Pediré perdón a Dios.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús siempre dijo la verdad e hizo el bien.
“No juzgueis, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que vosotros juzguéis se os juzgará, y la medida con que midáis se usará para vosotros. ” (Mateo 7, 1-2)
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú aceptaste morir por mí para que yo tenga vida eterna y me haga hijo de Dios. Enséñame a apreciar siempre tu sacrificio.
Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
* * *
SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS CARGA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS
Había la costumbre de dar muerte a los bandidos colgándolos de una cruz; y con esa muerte quisieron los judíos aniquilar a Jesús. Le cargan la cruz sobre los hombros y, entre burlas y golpes, lo hacen dirigirse al monte Calvario.
MENSAJE PARA MÍ:
En la carga de la cruz iban representados todos nuestros pecados. Cristo nos salva a todos, y quiere que yo sea su discípulo, siguiendo paso a paso el camino que Él ha recorrido, o sea, cargando sin debilidad la “cruz” de mis deberes y trabajos.
PARA REFLEXIONAR:
A partir del pecado original el hombre había perdido la amistad de Dios y Cristo vino a devolvérnosla. Con su Pasión y Muerte produjo méritos infinitos, que satisfacen los pecados de la humanidad.
“… pero donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Romanos 5, 20).
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú has escogido una muerte muy triste en la cruz. Has pagado un gran precio por mi redención. Haz que siempre lo recuerde.
Señor, te ofrezco el esfuerzo de mis tareas.
* * *
TERCERA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
El peso de la cruz es insoportable para el cuerpo fatigado y herido de Jesús, que cae por primera vez, dando a entender que los pecados de la humanidad, significados en la cruz, eran muy graves.
MENSAJE PARA MÍ:
Como cristiano, debo tomar mis “cruces” de cada día. Pero muchas veces me escapo y dejo mis clases, mis tareas, mis trabajos. Pediré al Señor su gracia para tomar mi cruz y cuando caiga por haber cometido una falta, levantarme animoso.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús nos salvó haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y resucitando de entre los muertos. Quiso padecer y morir por amor a nosotros, para reconciliarnos con Dios y llevarnos al cielo.
Con nuestras mentiras, desobediencias, malas palabras, pleitos y otros pecados con los que ofendemos a Dios, hacemos más pesada su Cruz. Pidamos perdón por ello.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu dolorosa caída bajo la cruz y el rápido levantamiento, me enseñan a arrepentirme y levantarme lo más pronto posible. Hazme fuerte para vencer mis malas inclinaciones.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. ¡Ten piedad de nosotros!
* * *
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE
Entre los gritos furiosos de la turba y los gemidos de las mujeres, Jesús puede sentir los suspiros de su Madre, la Virgen María, que es testigo de los tormentos de su Hijo.
MENSAJE PARA MÍ:
La Virgen María quería mucho a su Hijo, como todas las mamás del mundo aman a sus hijos. Por eso sigue a Jesús en la Pasión. Ella quiere cooperar en la salvación de todos los hombres. Me pone el ejemplo para tener buen corazón con las personas necesitadas: los pobres, los tristes y los enfermos.
PARA REFLEXIONAR:
La Virgen María tiene un lugar muy importante en la Iglesia, Ella es Modelo, Madre, Maestra, y Reina de la humanidad. Ella es el mejor camino que nos lleva a Jesús. Después de Dios, Ella es quien más merece nuestro amor.
A Jesús por María.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu afligida Madre se resignó a tu Pasión porque es también mi Madre, y desea ver que me porte como hijo de Dios. Jesús, quiero amar mucho a tu Santísima Madre.
Virgen María, Madre de Jesús, santifícame.
* * *
QUINTA ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO A CARGAR LA CRUZ
Viendo a Jesús malherido, los soldados comienzan a temer que se muera antes de llegar al monte Calvario. Obligan, pues, a un hombre de Cirene, llamado Simeón, a que le ayude con la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuando ayudo a los afligidos, a los enfermos, a los pobres y necesitados, es a Jesús a quien ayudo a llevar su cruz.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús es nuestro hermano porque Él es el Hijo de Dios y nosotros por el Bautismo también somos hijos de Dios. Cristo derramó su sangre por todos, para que juntos formemos una sola familia. Debemos amar a nuestros semejantes, porque son nuestros hermanos.
MI ORACIÓN:
Jesús, Simón te ayudó a llevar la cruz. Por eso hazme comprender el valor de mis trabajos para que me acerquen más a ti.
Te alabo, Señor, con mis hermanos.
* * *
SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Una mujer, llamada Verónica, tiene compasión de Jesús, viendo su aspecto desfallecido y maltratado, lleno de sangre y sudor. Quiere aliviarlo un poco enjugándole la cara con un paño limpio; en el paño queda impreso el rostro de Jesús.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús le agradece a la Verónica su caridad. Cuántas personas me ayudan, como mis papás, mis maestros y mis amigos; no seré ingrato y orgulloso con ellos, sino agradecido.
PARA REFLEXIONAR:
La Verónica fue una mujer buena que limpió el rostro herido de Jesús. Él le dio como premio la imagen de su rostro estampada en aquella tela.
Al igual que la Verónica, también yo debo poner atención a las necesidades de los demás.
“Haz con el prójimo lo que quieras que él haga contigo” (Mateo 7, 12)
MI ORACIÓN:
Jesús, cuán generosamente recompensaste a esta mujer. Cuando yo lucho contra el pecado y ayudo a los más necesitados, Tú me recompensas viniendo a mi corazón.
Jesús, enséñame a amar a los demás y que se cumpla lo que Tú has dicho: “Cualquier cosa que hagas con uno de esos pobres, conmigo lo haces” (Mateo 25, 40).
* * *
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
El camino hacia el Calvario parece inacabable. Jesús se agota cada vez más y cae de nuevo, bajo el enorme peso de la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Una y otra vez puedo caer, por egoísmo, soberbia o debilidad, no soy fuerte. Pediré al Señor que me ayude para vencer las dificultades y no caer.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús me da ejemplo de levantarme lo más pronto posible. Se necesita reparar el mal hecho y acercarse al sacramento de la Confesión.
MI ORACIÓN:
Jesús, hago muchos propósitos y caigo, pero Tú me ayudas a levantarme para seguirte. Ayúdame, Jesús, robustece mi voluntad para procurar siempre el bien y evitar el mal.
* * *
OCTAVA ESTACIÓN: LAS MUJERES LLORAN AL VER A JESÚS
Al pasar por un sitio conocido como “Calle de la Amargura”, Jesús escucha las lamentaciones de un grupo de mujeres, que lloran por Él. Sacando fuerzas de entre su debilidad, Jesús les dice: “No lloreis por mí, sino por vosotros, y por vuestros hijos”.
MENSAJE PARA MÍ:
Como Jesús, debo tener tristeza por los pecados de todo el mundo; yo mismo procuraré hacer sufrir menos a Jesús evitando el mal.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios.
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú enseñaste a estas mujeres a llorar más bien por los pecados que por el dolor físico. Aumenta la fe en mi salvación, quiero ayudar a todos con alegría.
* * *
NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Cualquier piedra y hoyo en el camino es un obstáculo para Jesús, que camina terriblemente herido, chorreando sangre, con la vista nublada. De esta forma, cae por tercera vez, insistiendo en que pesan mucho nuestros pecados.
MENSAJE PARA MÍ:
Cristo ha caído, está en tierra, tirado por tanto dolor. ¿Hay alguien que le quiera ayudar? Todos lo han abandonado. Se levanta por sí solo y prosigue otra vez el camino del Calvario. Hoy Jesús sigue tirado en los enfermos, en los pobres, en los huérfanos y ancianos abandonados.
PARA REFLEXIONAR:
En nuestras penas y desalientos Cristo nos dice que se las encomendemos a Él y Él nos animará.
“Venid a mí todos los que estais afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. ” (Mateo 11, 28)
“Estad prevenidos y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. ” (Mateo 26, 41)
MI ORACIÓN:
Jesús, yo te veo inclinado hasta la tierra sufriendo por mí. Perdóname, Jesús, por las muchas veces que te he ofendido. Levántame por tu gran misericordia. Agradezco, Señor, tus obras.
* * *
DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Por fin llega Jesús al monte Calvario. Descansa su hombro, pero la turba comienza a maltratarlo de nuevo, rasgándole la ropa, hasta despojarlo de sus vestiduras. Los soldados se sortean la túnica.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuántas veces yo mismo he maltratado a Jesús con mi comportamiento,, empujando o golpeando a mis hermanos, compañeros o amigos… Intentaré mejorar.
PARA REFLEXIONAR:
No fue fácil para Jesús, como hombre, aceptar su Pasión y Muerte, también sintió angustia y dolor. En la Oración del Huerto, cuando sudó sangre le pidió al Padre celestial que, de ser posible, lo salvara de esos tormentos, sin embargo, se sometió totalmente a Su voluntad.
MI ORACIÓN:
Jesús, te despojan de tus vestidos. Haz que yo me despoje de todo lo que es malo, para poder seguirte generosamente. Perdón, Señor, porque he pecado contra Ti.
* * *
UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Antes del mediodía, los soldados comienzan a clavar en la cruz a Jesús, traspasándole las manos y los pies. La gente, mientras tanto, está ansiosa por verlo morir.
MENSAJE PARA MÍ:
Yo no puedo hacer nada para defender a Jesús, pero sí puedo hacer mucho por mis hermanos, por mis compañeros y vecinos; en todos ellos cuando sufren vuelve a ser crucificado Jesús. Nunca tendré deseos de venganza; siempre amaré a los demás, pues así lo quiere Dios.
PARA REFLEXIONAR:
La Cruz para el cristiano significa salvación, amor de Dios, victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En la Cruz de Cristo se cumplieron las promesas de Dios, que nos daría un Redentor, para la salvación de nuestras almas.
MI ORACIÓN:
Jesús, te clavan en la cruz por mí. ¿Cómo puedo quejarme de tus mandatos que son para mí la salvación? Jesús, quiero estar contigo en la cruz.
Gracias, Padre, por darnos a tan gran Redentor. Gracias Jesús por reconciliarnos con Dios.
* * *
DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Una vez clavado en la cruz, Jesús es elevado, para agonizar penosamente y morir a eso de las tres de la tarde. Sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ”, hacen vibrar la tierra, mientras la gente se llena de miedo y las cortinas del templo se rasgan de arriba hacia abajo. ¡Ha muerto el Hijo de Dios!
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús muere. Así cumple la voluntad del Padre eterno: darnos a todos la salvación y la vida eterna. La muerte de Jesús es el camino de la Resurrección, y es el camino que yo debo recorrer: muerte al pecado para resucitar un día en el Cielo.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús muere por nosotros porque es el Buen Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. ” (Juan 10, 11). Jesús vence a la muerte resucitando glorioso, al tercer día, para nunca más morir.
MI ORACIÓN:
Jesús, has muerto en la cruz, y me enseñas el amor y el perdón. Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.
* * *
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: LA VIRGEN MARÍA RECIBE EL CUERPO DE SU HIJO
Al atardecer, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús y lo entregan a la Virgen María, que sufre inconsolable.
MENSAJE PARA MÍ:
También la Virgen María sufre por mis faltas, pues cuando me porto mal vuelvo a renovar la muerte de su Hijo Jesús.
PARA REFLEXIONAR:
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. ” (Juan 19, 26-27)
Jesús, en la persona del apóstol San Juan, nos dejó a María como Madre de todos los hombres.
MI ORACIÓN:
Jesús, una espada de dolor atravesó el corazón de tu Santísima Madre cuando fuiste puesto sin vida en sus brazos. Ayúdame a ser hijo leal de María, mi Madre.
Madre llena de dolores, haz Tú que cuando expiremos, entreguemos nuestras almas por tus manos al Señor.
* * *
DECIMOCUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús hay un huerto con un sepulcro nuevo. Ahí colocan a Jesús. La Virgen María y los Discípulos esperan que finalmente resucite, para vencer a la muerte y al pecado, como El habia dicho.
MENSAJE PARA MÍ:
Pienso en mi bautismo, que es una muerte al pecado. He sido sepultado con Cristo, para resucitar a una nueva vida con Él.
PARA REFLEXIONAR:
Participamos en la muerte y resurrección de Jesucristo, apartándonos del pecado y viviendo en gracia para poder un día resucitar con Él.
Para fomentar más mi fe de cristiano debo creer en la Resurrección y practicar la vida que Jesús nos puso como ejemplo en sus obras y palabras.
MI ORACIÓN:
Jesús, tus enemigos han triunfado al sellar tu tumba. Pero tu triunfo eterno comenzó la mañana de Pascua con tu Resurrección. Ayúdame, Jesús, a confiar en la Resurrección de mi alma.
Si morimos contigo, creemos que resucitaremos contigo. Tú eres nuestra salvación y nuestra gloria para siempre.
La historia de la Pasión y muerte de Jesús comienza en el tribunal de Poncio Pilato, que era el Procurador Romano… El pueblo, azuzado por los sacerdotes grita exigiendo la muerte de Cristo, porque había dicho que Él era el Hijo de Dios. Finalmente, Pilato entrega a Jesús para que lo crucifiquen; les dice: “¡He aquí el hombre! ”.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús fue condenado injustamente; y yo también muchas veces he sido regañado o castigado injustamente. Pero yo mismo he juzgado y rechazado a los demás también en muchas ocasiones. Pediré perdón a Dios.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús siempre dijo la verdad e hizo el bien.
“No juzgueis, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que vosotros juzguéis se os juzgará, y la medida con que midáis se usará para vosotros. ” (Mateo 7, 1-2)
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú aceptaste morir por mí para que yo tenga vida eterna y me haga hijo de Dios. Enséñame a apreciar siempre tu sacrificio.
Padre nuestro, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
SEGUNDA ESTACIÓN:
JESÚS CARGA LA CRUZ SOBRE SUS HOMBROS.
Había la costumbre de dar muerte a los bandidos colgándolos de una cruz; y con esa muerte quisieron los judíos aniquilar a Jesús. Le cargan la cruz sobre los hombros y, entre burlas y golpes, lo hacen dirigirse al monte Calvario.
MENSAJE PARA MÍ:
En la carga de la cruz iban representados todos nuestros pecados. Cristo nos salva a todos, y quiere que yo sea su discípulo, siguiendo paso a paso el camino que Él ha recorrido, o sea, cargando sin debilidad la “cruz” de mis deberes y trabajos.
PARA REFLEXIONAR:
A partir del pecado original el hombre había perdido la amistad de Dios y Cristo vino a devolvérnosla. Con su Pasión y Muerte produjo méritos infinitos, que satisfacen los pecados de la humanidad.
“… pero donde abundó el pecado, sobre abundó la gracia” (Romanos 5, 20).
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú has escogido una muerte muy triste en la cruz. Has pagado un gran precio por mi redención. Haz que siempre lo recuerde.
Señor, te ofrezco el esfuerzo de mis tareas.
TERCERA ESTACIÓN:
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
El peso de la cruz es insoportable para el cuerpo fatigado y herido de Jesús, que cae por primera vez, dando a entender que los pecados de la humanidad, significados en la cruz, eran muy graves.
MENSAJE PARA MÍ:
Como cristiano, debo tomar mis “cruces” de cada día. Pero muchas veces me escapo y dejo mis clases, mis tareas, mis trabajos. Pediré al Señor su gracia para tomar mi cruz y cuando caiga por haber cometido una falta, levantarme animoso.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús nos salvó haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y resucitando de entre los muertos. Quiso padecer y morir por amor a nosotros, para reconciliarnos con Dios y llevarnos al cielo.
Con nuestras mentiras, desobediencias, malas palabras, pleitos y otros pecados con los que ofendemos a Dios, hacemos más pesada su Cruz. Pidamos perdón por ello.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu dolorosa caída bajo la cruz y el rápido levantamiento, me enseñan a arrepentirme y levantarme lo más pronto posible. Hazme fuerte para vencer mis malas inclinaciones.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo. ¡Ten piedad de nosotros!
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE.
Entre los gritos furiosos de la turba y los gemidos de las mujeres, Jesús puede sentir los suspiros de su Madre, la Virgen María, que es testigo de los tormentos de su Hijo.
MENSAJE PARA MÍ:
La Virgen María quería mucho a su Hijo, como todas las mamás del mundo aman a sus hijos. Por eso sigue a Jesús en la Pasión. Ella quiere cooperar en la salvación de todos los hombres. Me pone el ejemplo para tener buen corazón con las personas necesitadas: los pobres, los tristes y los enfermos.
PARA REFLEXIONAR:
La Virgen María tiene un lugar muy importante en la Iglesia, Ella es Modelo, Madre, Maestra, y Reina de la humanidad. Ella es el mejor camino que nos lleva a Jesús. Después de Dios, Ella es quien más merece nuestro amor.
A Jesús por María.
MI ORACIÓN:
Jesús, tu afligida Madre se resignó a tu Pasión porque es también mi Madre, y desea ver que me porte como hijo de Dios. Jesús, quiero amar mucho a tu Santísima Madre.
Virgen María, Madre de Jesús, santifícame.
QUINTA ESTACIÓN:
JESÚS ES AYUDADO A CARGAR LA CRUZ
Viendo a Jesús malherido, los soldados comienzan a temer que se muera antes de llegar al monte Calvario. Obligan, pues, a un hombre de Cirene, llamado Simeón, a que le ayude con la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuando ayudo a los afligidos, a los enfermos, a los pobres y necesitados, es a Jesús a quien ayudo a llevar su cruz.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús es nuestro hermano porque Él es el Hijo de Dios y nosotros por el Bautismo también somos hijos de Dios. Cristo derramó su sangre por todos, para que juntos formemos una sola familia. Debemos amar a nuestros semejantes, porque son nuestros hermanos.
MI ORACIÓN:
Jesús, Simón te ayudó a llevar la cruz. Por eso hazme comprender el valor de mis trabajos para que me acerquen más a ti.
Te alabo, Señor, con mis hermanos.
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS.
Una mujer, llamada Verónica, tiene compasión de Jesús, viendo su aspecto desfallecido y maltratado, lleno de sangre y sudor. Quiere aliviarlo un poco enjugándole la cara con un paño limpio; en el paño queda impreso el rostro de Jesús.
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús le agradece a la Verónica su caridad. Cuántas personas me ayudan, como mis papás, mis maestros y mis amigos; no seré ingrato y orgulloso con ellos, sino agradecido.
PARA REFLEXIONAR:
La Verónica fue una mujer buena que limpió el rostro herido de Jesús. Él le dio como premio la imagen de su rostro estampada en aquella tela.
Al igual que la Verónica, también yo debo poner atención a las necesidades de los demás.
“Haz con el prójimo lo que quieras que él haga contigo” (Mateo 7, 12)
MI ORACIÓN:
Jesús, cuán generosamente recompensaste a esta mujer. Cuando yo lucho contra el pecado y ayudo a los más necesitados, Tú me recompensas viniendo a mi corazón.
Jesús, enséñame a amar a los demás y que se cumpla lo que Tú has dicho: “Cualquier cosa que hagas con uno de esos pobres, conmigo lo haces” (Mateo 25, 40).
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
El camino hacia el Calvario parece inacabable. Jesús se agota cada vez más y cae de nuevo, bajo el enorme peso de la cruz.
MENSAJE PARA MÍ:
Una y otra vez puedo caer, por egoísmo, soberbia o debilidad, no soy fuerte. Pediré al Señor que me ayude para vencer las dificultades y no caer.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús me da ejemplo de levantarme lo más pronto posible. Se necesita reparar el mal hecho y acercarse al sacramento de la Confesión.
MI ORACIÓN:
Jesús, hago muchos propósitos y caigo, pero Tú me ayudas a levantarme para seguirte. Ayúdame, Jesús, robustece mi voluntad para procurar siempre el bien y evitar el mal.
LAS MUJERES LLORAN AL VER A JESÚS.
Al pasar por un sitio conocido como “Calle de la Amargura”, Jesús escucha las lamentaciones de un grupo de mujeres, que lloran por Él. Sacando fuerzas de entre su debilidad, Jesús les dice: “No lloreis por mí, sino por vosotros, y por vuestros hijos”.
MENSAJE PARA MÍ:
Como Jesús, debo tener tristeza por los pecados de todo el mundo; yo mismo procuraré hacer sufrir menos a Jesús evitando el mal.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús no tenía pecados, murió por nosotros, por eso les dijo a las mujeres que no lloraran por Él, sino por la gente del mundo, que vivía apartada de Dios.
MI ORACIÓN:
Jesús, Tú enseñaste a estas mujeres a llorar más bien por los pecados que por el dolor físico. Aumenta la fe en mi salvación, quiero ayudar a todos con alegría.
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ.
Cualquier piedra y hoyo en el camino es un obstáculo para Jesús, que camina terriblemente herido, chorreando sangre, con la vista nublada. De esta forma, cae por tercera vez, insistiendo en que pesan mucho nuestros pecados.
MENSAJE PARA MÍ:
Cristo ha caído, está en tierra, tirado por tanto dolor. ¿Hay alguien que le quiera ayudar? Todos lo han abandonado. Se levanta por sí solo y prosigue otra vez el camino del Calvario. Hoy Jesús sigue tirado en los enfermos, en los pobres, en los huérfanos y ancianos abandonados.
PARA REFLEXIONAR:
En nuestras penas y desalientos Cristo nos dice que se las encomendemos a Él y Él nos animará.
“Venid a mí todos los que estais afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. ” (Mateo 11, 28)
“Estad prevenidos y orad para no caer en tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. ” (Mateo 26, 41)
MI ORACIÓN:
Jesús, yo te veo inclinado hasta la tierra sufriendo por mí. Perdóname, Jesús, por las muchas veces que te he ofendido. Levántame por tu gran misericordia. Agradezco, Señor, tus obras.
DÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
Por fin llega Jesús al monte Calvario. Descansa su hombro, pero la turba comienza a maltratarlo de nuevo, rasgándole la ropa, hasta despojarlo de sus vestiduras. Los soldados se sortean la túnica.
MENSAJE PARA MÍ:
Cuántas veces yo mismo he maltratado a Jesús con mi comportamiento,, empujando o golpeando a mis hermanos, compañeros o amigos… Intentaré mejorar.
PARA REFLEXIONAR:
No fue fácil para Jesús, como hombre, aceptar su Pasión y Muerte, también sintió angustia y dolor. En la Oración del Huerto, cuando sudó sangre le pidió al Padre celestial que, de ser posible, lo salvara de esos tormentos, sin embargo, se sometió totalmente a Su voluntad.
MI ORACIÓN:
Jesús, te despojan de tus vestidos. Haz que yo me despoje de todo lo que es malo, para poder seguirte generosamente. Perdón, Señor, porque he pecado contra Ti.
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ.
Antes del mediodía, los soldados comienzan a clavar en la cruz a Jesús, traspasándole las manos y los pies. La gente, mientras tanto, está ansiosa por verlo morir.
MENSAJE PARA MÍ:
Yo no puedo hacer nada para defender a Jesús, pero sí puedo hacer mucho por mis hermanos, por mis compañeros y vecinos; en todos ellos cuando sufren vuelve a ser crucificado Jesús. Nunca tendré deseos de venganza; siempre amaré a los demás, pues así lo quiere Dios.
PARA REFLEXIONAR:
La Cruz para el cristiano significa salvación, amor de Dios, victoria sobre el pecado y sobre la muerte. En la Cruz de Cristo se cumplieron las promesas de Dios, que nos daría un Redentor, para la salvación de nuestras almas.
MI ORACIÓN:
Jesús, te clavan en la cruz por mí. ¿Cómo puedo quejarme de tus mandatos que son para mí la salvación? Jesús, quiero estar contigo en la cruz.
Gracias, Padre, por darnos a tan gran Redentor. Gracias Jesús por reconciliarnos con Dios.
DUODÉCIMA ESTACIÓN:
JESÚS MUERE EN LA CRUZ.
Una vez clavado en la cruz, Jesús es elevado, para agonizar penosamente y morir a eso de las tres de la tarde. Sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ”, hacen vibrar la tierra, mientras la gente se llena de miedo y las cortinas del templo se rasgan de arriba hacia abajo. ¡Ha muerto el Hijo de Dios!
MENSAJE PARA MÍ:
Jesús muere. Así cumple la voluntad del Padre eterno: darnos a todos la salvación y la vida eterna. La muerte de Jesús es el camino de la Resurrección, y es el camino que yo debo recorrer: muerte al pecado para resucitar un día en el Cielo.
PARA REFLEXIONAR:
Jesús muere por nosotros porque es el Buen Pastor que da la vida para salvar a sus ovejas “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas. ” (Juan 10, 11). Jesús vence a la muerte resucitando glorioso, al tercer día, para nunca más morir.
MI ORACIÓN:
Jesús, has muerto en la cruz, y me enseñas el amor y el perdón. Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN: LA VIRGEN MARÍA RECIBE EL CUERPO DE SU HIJO.
Al atardecer, José de Arimatea y Nicodemo bajan el cuerpo de Jesús y lo entregan a la Virgen María, que sufre inconsolable.
MENSAJE PARA MÍ:
También la Virgen María sufre por mis faltas, pues cuando me porto mal vuelvo a renovar la muerte de su Hijo Jesús.
PARA REFLEXIONAR:
“Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien el amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. ” (Juan 19, 26-27)
Jesús, en la persona del apóstol San Juan, nos dejó a María como Madre de todos los hombres.
MI ORACIÓN:
Jesús, una espada de dolor atravesó el corazón de tu Santísima Madre cuando fuiste puesto sin vida en sus brazos. Ayúdame a ser hijo leal de María, mi Madre.
Madre llena de dolores, haz Tú que cuando expiremos, entreguemos nuestras almas por tus manos al Señor.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN:
JESÚS ES SEPULTADO.
Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús hay un huerto con un sepulcro nuevo. Ahí colocan a Jesús. La Virgen María y los Discípulos esperan que finalmente resucite, para vencer a la muerte y al pecado, como El habia dicho.
MENSAJE PARA MÍ:
Pienso en mi bautismo, que es una muerte al pecado. He sido sepultado con Cristo, para resucitar a una nueva vida con Él.
PARA REFLEXIONAR:
Participamos en la muerte y resurrección de Jesucristo, apartándonos del pecado y viviendo en gracia para poder un día resucitar con Él.
Para fomentar más mi fe de cristiano debo creer en la Resurrección y practicar la vida que Jesús nos puso como ejemplo en sus obras y palabras.
MI ORACIÓN:
Jesús, tus enemigos han triunfado al sellar tu tumba. Pero tu triunfo eterno comenzó la mañana de Pascua con tu Resurrección. Ayúdame, Jesús, a confiar en la Resurrección de mi alma.
Si morimos contigo, creemos que resucitaremos contigo. Tú eres nuestra salvación y nuestra gloria para siempre.
«Jesús indica cuáles son los instrumentos útiles para realizar la auténtica renovación interior y comunitaria: las obras de caridad (limosna), la oración y la penitencia (el ayuno)».
«Esos gestos exteriores, que se deben realizar para agradar a Dios y no para lograr la aprobación y el consenso de los hombres, son gratos a Dios si expresan la disposición del corazón para servirle sólo a él, con sencillez y generosidad».
«Ciertamente, el ayuno al que la Iglesia nos invita en este tiempo fuerte no brota de motivaciones de orden físico o estético, sino de la necesidad de purificación interior que tiene el hombre, para desintoxicarse de la contaminación del pecado y del mal; para formarse en las saludables renuncias que libran al creyente de la esclavitud de su propio yo; y para estar más atento y disponible a la escucha de Dios y al servicio de los hermanos. Por esta razón, la tradición cristiana considera el ayuno y las demás prácticas cuaresmales como «armas» espirituales para luchar contra el mal, contra las malas pasiones y los vicios».
Os presentamos esta serie de propósitos elaborada por el Departamento de Religión del colegio Eraín para vivir el espíritu de la Cuaresma en familia. Esta lista de propósitos puede ser modificada para adaptarse a las particularidades cotidianas de cada famiia y así poder establecer propósitos comunes para cada día de la Cuaresma.
Propósitos para la cuaresma
Miércoles de Ceniza:
Asistiré con toda mi familia a la iglesia para recibir la ceniza.
Jueves después de Ceniza:
Leeré un pasaje del evangelio sobre la Pasión de Jesús para conocer más de Él.
Viernes después de Ceniza:
Haré un sacrificio en la comida por amor a Jesús.
Sábado después de Ceniza:
Rezaré un misterio del Rosario por todos los que están alejados de Jesús.
* * *
Primera semana del Tiempo de Cuaresma
I Domingo de Cuaresma:
Me confesaré con mucha devoción para renovar mi amistad con Jesús.
Lunes I semana de Cuaresma:
Cumpliré con mis responsabilidades con alegría y sin quejarme.
Martes I semana de Cuaresma:
Haré un acto de caridad con alguien más sin que nadie se de cuenta.
Miércoles I semana de Cuaresma:
Hablaré sólo cosas buenas y positivas de los demás.
Jueves I semana de Cuaresma:
Rezaré un Padrenuestro con toda mi familia antes de comer pidiendo por las familias que no están unidas.
Viernes I semana de Cuaresma:
Haré un sacrificio por amor a Jesús.
Sábado I semana de Cuaresma:
Rezaré un misterio del Rosario ofreciéndolo por los que están en pecado mortal.
* * *
Segunda semana del Tiempo de Cuaresma
II Domingo de Cuaresma:
Visitaré a Jesús durante 15 minutos en el sagrario.
Lunes II semana de Cuaresma:
Daré algo mío a alguien que lo necesite más que yo.
Martes II semana de Cuaresma:
Cumpliré con mis responsabilidades con alegría y sin quejarme.
Miércoles II semana de Cuaresma:
Haré un acto de caridad sin que nadie se de cuenta.
Jueves II semana de Cuaresma:
Leeré un pasaje del evangelio sobre la Pasión de Jesús para conocer más de Él.
Viernes II semana de Cuaresma:
Rezaré el Vía Crucis.
Sábado II semana de Cuaresma:
Rezaré un misterio del Rosario por los sacerdotes y misioneros.
* * *
Tercera semana del Tiempo de Cuaresma
III Domingo de Cuaresma:
Invitaré a misa a algún familiar o amigo que esté alejado de Dios.
Lunes III semana de Cuaresma:
Ordenaré aquella área de mi casa que tengo más descuidada.
Martes III semana de Cuaresma:
En la comida platicaremos de las cosas buenas que hemos recibido de Dios.
Miércoles III semana de Cuaresma:
Haré un acto de caridad por alguien más sin que se den cuenta.
Jueves III semana de Cuaresma:
Hablaré sólo cosas buenas y positivas de los demás.
Viernes III semana de Cuaresma:
Perdonaré de corazón a todas las personas con las que pueda estar enojada o alejada.
Sábado III semana de Cuaresma:
Rezaré un misterio del Rosario ofreciéndolo por todos los que aún no están bautizados.
* * *
Cuarta semana del Tiempo de Cuaresma
IV Domingo de Cuaresma:
Comulgaré con mucha devoción.
Lunes IV semana de Cuaresma:
Leeré un pasaje del evangelio sobre la Pasión de Jesús para conocer más de Él.
Martes IV semana de Cuaresma:
Cumpliré con mis responsabilidades con alegría y sin quejarme.
Miércoles IV semana de Cuaresma:
Daré algo mío a alguien que lo necesite más que yo.
Jueves IV semana de Cuaresma:
Rezaremos en familia antes de ir a dormir pidiendo por las familias desunidas.
Viernes IV semana de Cuaresma:
Rezaré el Vía Crucis.
Sábado IV semana de Cuaresma:
Rezaré un misterio del Rosario ofreciéndolo por los que están en pecado mortal.
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Quinta semana del Tiempo de Cuaresma
V Domingo de Cuaresma:
Visitaré a Jesús durante 15 minutos en el sagrario.
Lunes V semana de Cuaresma:
Haré un sacrificio en la comida por amor a Jesús.
Martes V semana de Cuaresma:
Cumpliré con todas mis responsabilidades con alegría y sin quejarme.
Miércoles V semana de Cuaresma:
Compartiré un consejo con alguien que lo necesite.
Jueves V semana de Cuaresma:
Rezaré un Padrenuestro por el Santo Padre.
Viernes V semana de Cuaresma:
Haré tres sacrificios ofreciéndolos por el arrepentimiento de los pecadores.
Sábado V semana de Cuaresma:
Rezaré un misterio del Rosario por el arrepentimiento de las personas que ofenden a Dios.
* * *
Semana Santa: Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo
Domingo de Ramos:
Participaré de los oficios del Domingo de Ramos.
Lunes Santo:
Escribiré una carta para cada uno de los miembros de mi familia agradeciéndoles por su amor.
Martes Santo:
Haré un sacrificio en la comida por amor a Jesús.
Miércoles Santo:
Haré un acto de caridad sin que nadie se de cuenta.
Jueves Santo:
Asistiré a los oficios para agradecer a Jesús que se quedó en la Eucaristía.
Viernes Santo:
Rezaré el Vía Crucis en una iglesia.
Sábado Santo:
Rezaré un Rosario para acompañar a María en su dolor.
Domingo de Resurrección:
¡ALEGRÍA! Asistiré a misa para celebrar la victoria de Jesús sobre el pecado.
(Para el 31 de mayo, fiesta de la Visitación de Nuestra Señora)
El Espíritu Santo en el episodio de la visitación
1. La verdad acerca del Espíritu Santo aparece claramente en los textos evangélicos que describen algunos momentos de la vida y de la misión de Cristo. Ya nos hemos detenido a reflexionar sobre la concepción virginal y sobre el nacimiento de Jesús por obra del Espíritu Santo. Hay otras páginas en el «evangelio de la infancia» en las que conviene fijar nuestra atención, porque en ellas se pone de relieve de modo especial la acción del Espíritu Santo.
Una de estas es seguramente la página en que el evangelista Lucas narra la visita de María a Isabel. Leemos que «en aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc 1, 39). Por lo general se cree que se trata de la localidad de Ain-Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. María acude allí para estar al lado de su pariente Isabel, mayor que ella. Acude después de la Anunciación, de la que la visitación resulta casi un complemento. En efecto, el ángel había dicho a María: «Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril porque ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1, 36-37).
María se puso en camino «con prontitud» para dirigirse a la casa de Isabel, ciertamente por una necesidad del corazón, para prestarle un servicio afectuoso, como de hermana, en aquellos meses de avanzado embarazo. En su espíritu sensible y gentil florece el sentimiento de la solidaridad femenina, característico de esa circunstancia. Pero sobre ese fondo psicológico se inserta probablemente la experiencia de una especial comunión establecida entre ella e Isabel con el anuncio del ángel: el hijo que esperaba Isabel será precursor de Jesús y el que lo bautizará en el Jordán.
2. Gracias a esa comunión de espíritu se explica por qué el evangelista Lucas se apresura a poner de relieve la acción del Espíritu Santo en el encuentro de las dos futuras madres: María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo» (Lc 1, 40-41). Esta acción del Espíritu Santo, experimentada por Isabel de modo particularmente profundo en el momento del encuentro con María, está en relación con el misterioso destino del hijo que lleva en su seno. Ya el padre del niño, Zacarías, al recibir el anuncio del nacimiento de su hijo durante su servicio sacerdotal en el templo, escuchó que el ángel le decía: «Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre» (Lc 1, 15). En el momento de la visitación, cuando María cruza el umbral de la casa de Isabel (y juntamente con ella lo cruza también Aquel que ya es el «fruto de su seno»), Isabel experimenta de modo sensible aquella presencia del Espíritu Santo. Ella misma lo atestigua en el saludo que dirige a la joven madre que llega a visitarla.
3. En efecto, según el evangelio de Lucas, Isabel «exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’» (Lc 1, 42-45).
En pocas líneas el evangelista nos da a conocer el estremecimiento de Isabel, el salto de gozo del niño en su seno, la intuición, al menos confusa, de la identidad mesiánica del niño que María lleva en su seno, y el reconocimiento de la fe de María en la revelación que le hizo el Señor. Lucas usa desde esta página el título divino de «Señor» no sólo para hablar de Dios que revela y promete («Las palabras del Señor»), sino también del hijo de María, Jesús, a quien el Nuevo Testamento atribuye ese título sobre todo una vez resucitado (cf. Hch 2, 36; Flp 2, 11). Aquí él debe aún nacer. Pero Isabel, igual que María, percibe su grandeza mesiánica.
4. Eso significa que Isabel, «llena de Espíritu Santo», es introducida en las profundidades del misterio de la venida del Mesías. El Espíritu Santo obra en ella esta particular iluminación, que encuentra expresión en el saludo dirigido a María. Isabel habla como si hubiese sido partícipe y testigo de la Anunciación en Nazaret. Define con sus palabras la esencia misma del misterio que en aquel momento se realizó en María. Al decir «¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?», llama «mi Señor» al niño que María (desde hacía poco) lleva en su seno. Y además proclama a María misma «bendita entre las mujeres», y añade: «Feliz la que ha creído», como queriendo aludir a la actitud y al comportamiento de la esclava del Señor, que responde al ángel con su «fiat»: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).
5. El texto de Lucas manifiesta su convicción de que tanto en María como en Isabel actúa el Espíritu Santo, que las ilumina e inspira. Así como el Espíritu hizo percibir a María el misterio de la maternidad mesiánica realizada en la virginidad, de la misma manera da a Isabel la capacidad de descubrir a Aquel que María lleva en su seno y lo que María está llamada a ser en la economía de la salvación: la «Madre del Señor». Y le da el transporte interior que la impulsa a proclamar ese descubrimiento «con gran voz» (Lc 1, 42), con aquel entusiasmo y aquella alegría que son también fruto del Espíritu Santo. La madre del futuro predicador y bautizador del Jordán atribuye ese gozo al niño que desde hace seis meses lleva en su seno: «saltó de gozo el niño en mi seno». Pero tanto el hijo como la madre se encuentran unidos en una especie de simbiosis espiritual, por la que el júbilo del niño casi contagia a la que lo concibió, e Isabel lanza aquel grito con el que expresa el gozo que la une a su hijo en lo más íntimo, como atestigua Lucas.
6. Siempre según la narración de Lucas, del alma de María brota un canto de júbilo, el Magnificat, en el que también ella expresa su alegría: «Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador» (Lc 1, 47). Educada como estaba en el culto de la palabra de Dios, conocida mediante la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura, María en aquel momento sintió que subían de lo más hondo de su alma los versos del cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1 S 2, 1-10) y de otros pasajes del Antiguo Testamento, para dar expresión a los sentimientos de la «hija de Sión», que en ella encontraba la más alta realización. Y eso lo comprendió muy bien el evangelista Lucas gracias a las confidencias que directa o indirectamente recibió de María. Entre estas confidencias debió de estar la de la alegría que unió a las dos madres en aquel encuentro, como fruto del amor que vibraba en sus corazones. Se trataba del Espíritu-Amor trinitario, que se revelaba en los umbrales de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4, 4), inaugurada en el misterio de la encarnación del Verbo. Ya en aquel feliz momento se realizaba lo que Pablo diría después: «El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz» (Ga 5, 22).
1. En el episodio de las bodas de Caná, san Juan presenta la primera intervención de María en la vida pública de Jesús y pone de relieve su cooperación en la misión de su Hijo.
Ya desde el inicio del relato, el evangelista anota que «estaba allí la madre de Jesús» (Jn 2, 1) y, como para sugerir que esa presencia estaba en el origen de la invitación dirigida por los esposos al mismo Jesús y a sus discípulos (cf. Redemptoris Mater, 21), añade: «Fue invitado a la boda también Jesús con sus discípulos» (Jn 2, 2). Con esas palabras, san Juan parece indicar que en Caná, como en el acontecimiento fundamental de la Encarnación, María es quien introduce al Salvador.
El significado y el papel que asume la presencia de la Virgen se manifiesta cuando llega a faltar el vino. Ella, como experta y solícita ama de casa, inmediatamente se da cuenta e interviene para que no decaiga la alegría de todos y, en primer lugar, para ayudar a los esposos en su dificultad. Dirigiéndose a Jesús con las palabras: «No tienen vino» (Jn 2, 3), María le expresa su preocupación por esa situación, esperando una intervención que la resuelva. Más precisamente, según algunos exegetas, la Madre espera un signo extraordinario, dado que Jesús no disponía de vino.
2. La opción de María, que habría podido tal vez conseguir en otra parte el vino necesario, manifiesta la valentía de su fe porque, hasta ese momento, Jesús no había realizado ningún milagro, ni en Nazaret ni en la vida pública.
En Caná, la Virgen muestra una vez más su total disponibilidad a Dios. Ella que, en la Anunciación, creyendo en Jesús antes de verlo, había contribuido al prodigio de la concepción virginal, aquí, confiando en el poder de Jesús aún sin revelar, provoca su «primer signo», la prodigiosa transformación del agua en vino.
De ese modo, María precede en la fe a los discípulos que, como refiere san Juan, creerán después del milagro: Jesús «manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2, 11). Más aún, al obtener el signo prodigioso, María brinda un apoyo a su fe.
3. La respuesta de Jesús a las palabras de María: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn 2, 4), expresa un rechazo aparente, €como para probar la fe de su madre.
Según una interpretación, Jesús, desde el inicio de su misión, parece poner en tela de juicio su relación natural de hijo, ante la intervención de su madre. En efecto, en la lengua hablada del ambiente, esa frase da a entender una distancia entre las personas, excluyendo la comunión de vida. Esta lejanía no elimina el respeto y la estima; el término «mujer», con el que Jesús se dirige a su madre, se usa en una acepción que reaparecerá en los diálogos con la cananea (cf. Mt 15, 28), la samaritana (cf. Jn 4, 21), la adúltera (cf. Jn 8, 10) y María Magdalena (cf. Jn 20, 13), en contextos que manifiestan una relación positiva de Jesús con sus interlocutoras.
Con la expresión: «Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?», Jesús desea poner la cooperación de María en el plano de la salvación que, comprometiendo su fe y su esperanza, exige la superación de su papel natural de madre.
4. Mucho más fuerte es la motivación formulada por Jesús: «Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4).
Algunos estudiosos del texto sagrado, siguiendo la interpretación de san Agustín, identifican esa «hora» con el acontecimiento de la Pasión. Para otros, en cambio, se refiere al primer milagro en que se revelaría el poder mesiánico del profeta de Nazaret. Hay otros, por último, que consideran que la frase es interrogativa y prolonga la pregunta anterior: «¿Qué nos va a mí y a ti? ¿no ha llegado ya mi hora?» (Jn 2, 4). Jesús da a entender a María que él ya no depende de ella, sino que debe tomar la iniciativa para realizar la obra del Padre. María, entonces, dócilmente deja de insistir ante él y, en cambio, se dirige a los sirvientes para invitarlos a cumplir sus órdenes.
En cualquier caso, su confianza en el Hijo es premiada. Jesús, al que ella ha dejado totalmente la iniciativa, hace el milagro, reconociendo la valentía y la docilidad de su madre: «Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta el borde» (Jn 2, 7). Así, también la obediencia de los sirvientes contribuye a proporcionar vino en abundancia.
La exhortación de María: «Haced lo que él os diga», conserva un valor siempre actual para los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar su efecto maravilloso en la vida de cada uno. Invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo pide.
De la misma manera que en el relato de la cananea (cf. Mt 15, 24-26) el rechazo aparente de Jesús exalta la fe de la mujer, también las palabras del Hijo «Todavía no ha llegado mi hora», junto con la realización del primer milagro, manifiestan la grandeza de la fe de la Madre y la fuerza de su oración.
El episodio de las bodas de Caná nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: «Pedid y se os dará» (Mt 7, 7; Lc 11, 9).
El Espíritu Santo y María en la concepción virginal de Jesús
1. Todo el «evento» de Jesucristo se explica mediante la acción del Espíritu Santo, como se dijo en la catequesis anterior. Por esto, una lectura correcta y profunda del «evento» de Jesucristo ―y de cada una de sus etapas― es para nosotros el camino privilegiado para alcanzar el pleno conocimiento del Espíritu Santo. La verdad sobre la tercera Persona de la Santísima Trinidad la leemos sobre todo en la vida del Mesías: de Aquel que fue «consagrado con el Espíritu» (cf. Hch 10, 38). Es una verdad especialmente clara en algunos momentos de la vida de Cristo, sobre los cuales reflexionaremos también en las catequesis sucesivas. El primero de estos momentos es la misma Encarnación, es decir, la venida al mundo del Verbo de Dios, que en la concepción asumió la naturaleza humana y nació de María por obra del Espíritu Santo: «Conceptus de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine», como decimos en el Símbolo de la fe.
2. Es el misterio encerrado en el hecho del que nos habla el evangelio en las dos redacciones de Mateo y de Lucas, a las que acudimos como fuentes substancialmente idénticas, pero a la vez complementarias. Si se atiende al orden cronológico de los acontecimientos narrados se tendría que comenzar por Lucas; pero para la finalidad de nuestra catequesis es oportuno tomar como punto de partida el texto de Mateo, en el cual se da la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús (quizá en relación con las primeras habladurías que circulaban en los ambientes judíos hostiles). El Evangelista escribe: «La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). El Evangelista añade que a José le informó de este hecho un mensajero divino: «El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo’» (Mt 1, 20).
La intención de Mateo es, por tanto, afirmar de modo inequivocable el origen divino de ese hecho, que él atribuye a la intervención del Espíritu Santo. Esta es la explicación que hizo texto para las comunidades cristianas de los primeros siglos, de las cuales provienen tanto los Evangelios como los símbolos de la fe, las definiciones conciliares y las tradiciones de los Padres.
A su vez, el texto de Lucas nos ofrece una precisión sobre el momento y el modo en el que la maternidad virginal de María tuvo origen por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 26-38). He aquí las palabras del mensajero, que narra Lucas: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).
3. Entretanto notamos que la sencillez, viveza y concisión con las que Mateo y Lucas refieren las circunstancias concretas de la Encarnación del Verbo, de la que el prólogo del IV Evangelio ofrecerá después una profundización teológica, nos hacen descubrir qué lejos está nuestra fe del ámbito mitológico al que queda reducido el concepto de un Dios que se ha hecho hombre, en ciertas interpretaciones religiosas, incluso contemporáneas. Los textos evangélicos, en su esencia, rebosan de verdad histórica por su dependencia directa o indirecta de testimonios oculares y sobre todo de María, como de fuente principal de la narración. Pero, al mismo tiempo, dejan trasparentar la convicción de los Evangelistas y de las primeras comunidades cristianas sobre la presencia de un misterio, o sea, de una verdad revelada en aquel acontecimiento ocurrido «por obra del Espíritu Santo». El misterio de una intervención divina en la Encarnación, como evento real, literalmente verdadero, si bien no verificable por la experiencia humana, más que en el «signo» (cf. Lc 2, 12) de la humanidad, de la «carne», como dice Juan (1, 14), un signo ofrecido a los hombres humildes y disponibles a la atracción de Dios. Los Evangelistas, la lectura apostólica y post-apostólica y la tradición cristiana nos presentan la Encarnación como evento histórico y no como mito o como narración simbólica. Un evento real, que en la «plenitud de los tiempos» (cf. Ga 4, 4) actuó lo que en algunos mitos de la antigüedad podía presentirse como un sueño o como el eco de una nostalgia, o quizá incluso de un presagio sobre una comunión perfecta entre el hombre y Dios. Digamos sin dudar: la Encarnación del Verbo y la intervención del Espíritu Santo, que los autores de los evangelios nos presentan como un hecho histórico a ellos contemporáneo, son consiguientemente misterio, verdad revelada, objeto de fe.
4. Nótese la novedad y originalidad del evento también en relación con las escrituras del Antiguo Testamento, las cuales hablaban sólo de la venida del Espíritu (Santo) sobre el futuro Mesías: «Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh» (Is 11, 1-2); o bien: «El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh» (Is 61, 1). El evangelio de Lucas habla, en cambio, de la venida del Espíritu Santo sobre María, cuando se convierte en la Madre del Mesías. De esta novedad forma parte también el hecho de que la venida del Espíritu Santo esta vez atañe a una mujer, cuya especial participación en la obra mesiánica de la salvación se pone de relieve. Resalta así al mismo tiempo el papel de la Mujer en la Encarnación y el vínculo entre la Mujer y el Espíritu Santo en la venida de Cristo. Es una luz encendida también sobre el misterio de la Mujer, que se deberá investigar e ilustrar cada vez más en la historia por lo que se refiere a María, pero también en sus reflejos en la condición y misión de todas las mujeres.
5. Otra novedad de la narración evangélica se capta en la confrontación con las narraciones de los nacimientos milagrosos que nos transmite el Antiguo Testamento (cf. por ejemplo, 1 S 1, 4-20; Jc 13, 2-24). Esos nacimientos se producían por el camino habitual de la procreación humana, aunque de modo insólito, y en su anuncio no se hablaba del Espíritu Santo. En cambio, en la anunciación de María en Nazaret, por primera vez se dice que la concepción y el nacimiento del Hijo de Dios como hijo suyo se realizará por obra del Espíritu Santo. Se trata de concepción y nacimiento virginales, como indica ya el texto de Lucas con la pregunta de María al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34). Con estas palabras María afirma su virginidad, y no sólo como hecho, sino también, implícitamente, como propósito.
Se comprende mejor esa intención de un don total de sí a Dios en la virginidad, si se ve en ella un fruto de la acción del Espíritu Santo en María. Esto se puede percibir por el saludo mismo que el ángel le dirige: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). El Evangelista también dirá del anciano Simeón que «este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo» (Lc 2, 25). Pero las palabras dirigidas a María dicen mucho más: afirman que Ella estaba «transformada por la gracia», «establecida en la gracia». Esta singular abundancia de gracia no puede ser más que el fruto de una primera acción del Espíritu Santo como preparación al misterio de la Encarnación. El Espíritu Santo hace que María esté perfectamente preparada para ser la Madre del Hijo de Dios y que, en consideración de esta divina maternidad, Ella sea y permanezca virgen. Es otro elemento del misterio de la Encarnación que se trasluce del hecho narrado por los evangelios.
6. Por lo que se refiere a la decisión de María en favor de la virginidad nos damos cuenta mejor que se debe a la acción del Espíritu Santo si consideramos que en la tradición de la Antigua Alianza, en la que Ella vivió y se educó, la aspiración de las «hijas de Israel», incluso por lo que se refiere al culto y a la Ley de Dios, se ponía más bien en el sentido de la maternidad, de forma que la virginidad no era un ideal abrazado e incluso ni siquiera apreciado. Israel estaba totalmente invadido del sentimiento de espera del Mesías, de forma que la mujer estaba psicológicamente orientada hacia la maternidad incluso en función del adviento mesiánico, la tendencia personal y étnica subía así al nivel de la profecía que penetraba la historia de Israel, pueblo en el que la espera mesiánica y la función generadora de la mujer estaban estrechamente vinculadas. Así, pues, el matrimonio tenía una perspectiva religiosa para las «hijas de Israel».
Pero los caminos del Señor eran diversos. El Espíritu Santo condujo a María precisamente por el camino de la virginidad, por el cual Ella está en el origen del nuevo ideal de consagración total ―alma y cuerpo, sentimiento y voluntad, mente y corazón― en el pueblo de Dios en la Nueva Alianza, según la invitación de Jesús, «por el Reino de los Cielos» (Mt 19, 12). De este nuevo ideal evangélico hablé en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem (n. 20).
7. María, Madre del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, permanece como Virgen el insustituible punto de referencia para la acción salvífica de Dios. Tampoco nuestros tiempos, que parecen ir en otra dirección, pueden ofuscar la luz de la virginidad (el celibato por el Reino de Dios) que el Espíritu Santo ha inscrito de modo tan claro en el misterio de la Encarnación del Verbo. Aquel que, «concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen» , debe su nacimiento y existencia humana a aquella maternidad virginal que hizo de María el emblema viviente de la dignidad de la mujer, la síntesis de las dos grandezas, humanamente inconciliables ―precisamente la maternidad y la virginidad― y como la certificación de la verdad de la Encarnación. María es verdadera madre de Jesús, pero sólo Dios es su padre, por obra del Espíritu Santo.
1. En María, llena de gracia, la Iglesia ha reconocido a la «toda santa, libre de toda mancha de pecado, (…) enriquecida desde el primer instante de su concepción con una resplandeciente santidad del todo singular» (Lumen gentium, 56).
Este reconocimiento requirió un largo itinerario de reflexión doctrinal, que llevó a la proclamación solemne del dogma de la Inmaculada Concepción.
El término «hecha llena de gracia» que el ángel aplica a María en la Anunciación se refiere al excepcional favor divino concedido a la joven de Nazaret con vistas a la maternidad anunciada, pero indica más directamente el efecto de la gracia divina en María, pues fue colmada, de forma íntima y estable, por la gracia divina y, por tanto, santificada. El calificativo «llena de gracia» tiene un significado densísimo, que el Espíritu Santo ha impulsado siempre a la Iglesia a profundizar.
2. En la catequesis anterior puse de relieve que en el saludo del ángel la expresión llena de gracia equivale prácticamente a un nombre: es el nombre de María a los ojos de Dios. Según la costumbre semítica, el nombre expresa la realidad de las personas y de las cosas a que se refiere. Por consiguiente, el título llena de gracia manifiesta la dimensión más profunda de la personalidad de la joven de Nazaret: de tal manera estaba colmada de gracia y era objeto del favor divino, que podía ser definida por esta predilección especial.
El Concilio recuerda que a esa verdad aludían los Padres de la Iglesia cuando llamaban a María la toda santa, afirmando al mismo tiempo que era «una criatura nueva, creada y formada por el Espíritu Santo» (Lumen gentium, 56).
La gracia, entendida en su sentido de gracia santificante que lleva a cabo la santidad personal, realizó en María la nueva creación, haciéndola plenamente conforme al proyecto de Dios.
3. Así, la reflexión doctrinal ha podido atribuir a María una perfección de santidad que, para ser completa, debía abarcar necesariamente el origen de su vida.
A esta pureza original parece que se refería un obispo de Palestina, que vivió entre los años 550 y 650, Theoteknos de Livias. Presentando a María como «santa y toda hermosa», «pura y sin mancha», alude a su nacimiento con estas palabras: «Nace como los querubines la que está formada por una arcilla pura e inmaculada» (Panegírico para la fiesta de la Asunción, 5-6).
Esta última expresión, recordando la creación del primer hombre, formado por una arcilla no manchada por el pecado, atribuye al nacimiento de María las mismas características: también el origen de la Virgen fue puro e inmaculado, es decir, sin ningún pecado. Además, la comparación con los querubines reafirma la excelencia de la santidad que caracterizó la vida de María ya desde el inicio de su existencia.
La afirmación de Theoteknos marca una etapa significativa de la reflexión teológica sobre el misterio de la Madre del Señor. Los Padres griegos y orientales habían admitido una purificación realizada por la gracia en María tanto antes de la Encarnación (san Gregorio Nacianceno, Oratio 38, 16) como en el momento mismo de la Encarnación (san Efrén, Javeriano de Gabala y Santiago de Sarug). Theoteknos de Livias parece exigir para María una pureza absoluta ya desde el inicio de su vida. En efecto, la mujer que estaba destinada a convertirse en Madre del Salvador no podía menos de tener un origen perfectamente santo, sin mancha alguna.
4. En el siglo VIII, Andrés de Creta es el primer teólogo que ve en el nacimiento de María una nueva creación. Argumenta así: «Hoy la humanidad, en todo el resplandor de su nobleza inmaculada, recibe su antigua belleza. Las vergüenzas del pecado habían oscurecido el esplendor y el atractivo de la naturaleza humana; pero cuando nace la Madre del Hermoso por excelencia, esta naturaleza recupera, en su persona, sus antiguos privilegios, y es formada según un modelo perfecto y realmente digno de Dios. (…) Hoy comienza la reforma de nuestra naturaleza, y el mundo envejecido, que sufre una transformación totalmente divina, recibe las primicias de la segunda creación» (Sermón I, sobre el nacimiento de María).
Más adelante, usando la imagen de la arcilla primitiva, afirma: «El cuerpo de la Virgen es una tierra que Dios ha trabajado, las primicias de la masa adamítica divinizada en Cristo, la imagen realmente semejante a la belleza primitiva, la arcilla modelada por las manos del Artista divino» (Sermón I, sobre la dormición de María).
La Concepción pura e inmaculada de María aparece así como el inicio de la nueva creación. Se trata de un privilegio personal concedido a la mujer elegida para ser la Madre de Cristo, que inaugura el tiempo de la gracia abundante, querido por Dios para la humanidad entera.
Esta doctrina, recogida en el mismo siglo VIII por san Germán de Constantinopla y por san Juan Damasceno, ilumina el valor de la santidad original de María, presentada como el inicio de la redención del mundo.
De este modo, la reflexión eclesial ha recibido y explicitado el sentido auténtico del título llena de gracia, que el ángel atribuye a la Virgen santa. María está llena de gracia santificante, y lo está desde el primer momento de su existencia. Esta gracia, según la carta a los Efesios (Ef 1, 6), es otorgada en Cristo a todos los creyentes. La santidad original de María constituye el modelo insuperable del don y de la difusión de la gracia de Cristo en el mundo.