La Virgen Santa, causa de nuestra alegría

La Virgen Santa, causa de nuestra alegría

Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos. Hay alegría entre los ángeles y entre los hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que parece querer saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima.

Cristo, su Hijo santísimo, nuestro hermano, nos la dio por Madre en el Calvario, cuando dijo a San Juan: he aquí a tu Madre. Y nosotros la recibimos, con el discípulo amado, en aquel momento de inmenso desconsuelo. Santa María nos acogió en el dolor, cuando se cumplió la antigua profecía: y una espada traspasará tu alma. Todos somos sus hijos; ella es Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios.

Misterio de amor

Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender. Sólo la fe acierta a ilustrar cómo una criatura haya sido elevada a dignidad tan grande, hasta ser el centro amoroso en el que convergen las complacencias de la Trinidad. Sabemos que es un divino secreto. Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más —si es posible hablar así— que en otras verdades de fe.

¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra? Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor, su poder realizó todo su querer.

Mirad cómo los cristianos han descubierto, desde hace tiempo, ese razonamiento: convenía—escribe San Juan Damasceno— que aquella que en el parto había conservado íntegra su virginidad, conservase sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Convenía que aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitara en la morada divina. Convenía que la Esposa de Dios entrara en la casa celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la Cruz, recibiendo así en su corazón el dolor de que había estado libre en el parto, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo que corresponde a su Hijo, y que fuera honrada como Madre y Esclava de Dios por todas las criaturas.

Los teólogos han formulado con frecuencia un argumento semejante, destinado a comprender de algún modo el sentido de ese cúmulo de gracias de que se encuentra revestida María, y que culmina con la Asunción a los cielos. Dicen:convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo. Es la explicación más clara de por qué el Señor concedió a su Madre, desde el primer instante de su inmaculada concepción, todos los privilegios. Estuvo libre del poder de Satanás; es hermosa —tota pulchra!—, limpia, pura en alma y cuerpo.

El misterio del sacrificio silencioso

Pero, fijaos: si Dios ha querido ensalzar a su Madre, es igualmente cierto que durante su vida terrena no fueron ahorrados a María ni la experiencia del dolor, ni el cansancio del trabajo, ni el claroscuro de la fe. A aquella mujer del pueblo, que un día prorrumpió en alabanzas a Jesús exclamando: bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te alimentaron, el Señor responde: bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada.

Al meditar estas verdades, entendemos un poco más la lógica de Dios; nos damos cuenta de que el valor sobrenatural de nuestra vida no depende de que sean realidad las grandes hazañas que a veces forjamos con la imaginación, sino de la aceptación fiel de la voluntad divina, de la disposición generosa en el menudo sacrificio diario.

Para ser divinos, para endiosarnos, hemos de empezar siendo muy humanos, viviendo cara a Dios nuestra condición de hombres corrientes, santificando esa aparente pequeñez. Así vivió María. La llena de gracia, la que es objeto de las complacencias de Dios, la que está por encima de los ángeles y de los santos llevó una existencia normal. María es una criatura como nosotros, con un corazón como el nuestro, capaz de gozos y de alegrías, de sufrimientos y de lágrimas. Antes de que Gabriel le comunique el querer de Dios, Nuestra Señora ignora que había sido escogida desde toda la eternidad para ser Madre del Mesías. Se considera a sí misma llena de bajeza: por eso reconoce luego, con profunda humildad, que en Ella ha hecho cosas grandes el que es Todopoderoso.

La pureza, la humildad y la generosidad de María contrastan con nuestra miseria, con nuestro egoísmo. Es razonable que, después de advertir esto, nos sintamos movidos a imitarla; somos criaturas de Dios, como Ella, y basta que nos esforcemos por ser fieles, para que también en nosotros el Señor obre cosas grandes. No será obstáculo nuestra poquedad: porque Dios escoge lo que vale poco, para que así brille mejor la potencia de su amor.

Imitar a María

Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. A lo largo del año, cuando celebramos las fiestas marianas, y en bastantes momentos de cada jornada corriente, los cristianos pensamos muchas veces en la Virgen. Si aprovechamos esos instantes, imaginando cómo se conduciría Nuestra Madre en las tareas que nosotros hemos de realizar, poco a poco iremos aprendiendo: y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se parecen a su madre.

Imitar, en primer lugar, su amor. La caridad no se queda en sentimientos: ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable. Así nosotros: cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que El quiere, debemos comprometernos a ser fieles, leales, y a serlo efectivamente. Porque no todo aquel que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino aquel que hace la voluntad de mi Padre celestial.

Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es una criatura privilegiada de la historia de la salvación: en María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Fue testigo delicado, que pasa oculto; no le gustó recibir alabanzas, porque no ambicionó su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios, si cabe hablar así, normales: a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones de las masas, desaparece. En Jerusalén, cuando Cristo —cabalgando un borriquito— es vitoreado como Rey, no está María. Pero reaparece junto a la Cruz, cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene el sabor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.

Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe. Luego, se entrega toda al cumplimiento de la voluntad divina: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. ¿Veis la maravilla? Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no sojuzga la conciencia: nos mueve íntimamente a que descubramos la libertad de los hijos de Dios.

La escuela de la oración

El Señor os habrá concedido descubrir tantos otros rasgos de la correspondencia fiel de la Santísima Virgen, que por sí solos se presentan invitándonos a tomarlos como modelo: su pureza, su humildad, su reciedumbre, su generosidad, su fidelidad… Yo quisiera hablar de uno que los envuelve todos, porque es el clima del progreso espiritual: la vida de oración.

Para aprovechar la gracia que Nuestra Madre nos trae en el día de hoy, y para secundar en cualquier momento las inspiraciones del Espíritu Santo, pastor de nuestras almas, debemos estar comprometidos seriamente en una actividad de trato con Dios. No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá. La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa. Dios nos busca uno a uno; y hemos de responderle uno a uno: aquí estoy, Señor, porque me has llamado.

Oración, lo sabemos todos, es hablar con Dios; pero quizá alguno pregunte: hablar, ¿de qué? ¿De qué va a ser, sino de las cosas de Dios y de las que llenan nuestra jornada? Del nacimiento de Jesús, de su caminar en este mundo, de su ocultamiento y de su predicación, de sus milagros, de su Pasión Redentora y de su Cruz y de su Resurrección. Y en la presencia del Dios Trino y Uno, poniendo por Medianera a Santa María y por abogado a San José Nuestro Padre y Señor —a quien tanto amo y venero—, hablaremos del trabajo nuestro de todos los días, de la familia, de las relaciones de amistad, de los grandes proyectos y de las pequeñas mezquindades.

El tema de mi oración es el tema de mi vida. Yo hago así. Y a la vista de esta situación mía, surge natural el propósito, determinado y firme, de cambiar, de mejorar, de ser más dócil al amor de Dios. Un propósito sincero, concreto. Y no puede faltar la petición urgente, pero confiada, de que el Espíritu Santo no nos abandone, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza.

Somos cristianos corrientes; trabajamos en profesiones muy diversas; nuestra actividad entera transcurre por los carriles ordinarios; todo se desarrolla con un ritmo previsible. Los días parecen iguales, incluso monótonos… Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes.

Este pensamiento es una realidad sobrenatural, neta, inequívoca; no es una consideración para consuelo, que conforte a los que no lograremos inscribir nuestros nombres en el libro de oro de la historia. A Cristo le interesa ese trabajo que debemos realizar —una y mil veces— en la oficina, en la fábrica, en el taller, en la escuela, en el campo, en el ejercicio de la profesión manual o intelectual: le interesa también el escondido sacrificio que supone el no derramar, en los demás, la hiel del propio mal humor.

Repasad en la oración esos argumentos, tomad ocasión precisamente de ahí para decirle a Jesús que lo adoráis, y estaréis siendo contemplativos en medio del mundo, en el ruido de la calle: en todas partes. Esa es la primera lección, en la escuela del trato con Jesucristo. De esa escuela, María es la mejor maestra, porque la Virgen mantuvo siempre esa actitud de fe, de visión sobrenatural, ante todo lo que sucedía a su alrededor: guardaba todas esas cosas en su corazón ponderándolas.

Supliquemos hoy a Santa María que nos haga contemplativos, que nos enseñe a comprender las llamadas continuas que el Señor dirige a la puerta de nuestro corazón. Roguémosle: Madre nuestra, tú has traído a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a reconocerlo, en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la gracia.

Maestra de apóstoles

Pero no penséis sólo en vosotros mismos: agrandad el corazón hasta abarcar la humanidad entera. Pensad, antes que nada, en quienes os rodean —parientes, amigos, colegas— y ved cómo podéis llevarlos a sentir más hondamente la amistad con Nuestro Señor. Si se trata de personas rectas y honradas, capaces de estar habitualmente más cerca de Dios, encomendadlas concretamente a Nuestra Señora. Y pedid también por tantas almas que no conocéis, porque todos los hombres estamos embarcados en la misma barca.

Sed leales, generosos. Formamos parte de un solo cuerpo, del Cuerpo Místico de Cristo, de la Iglesia santa, a la que están llamados muchos que buscan limpiamente la verdad. Por eso tenemos obligación estricta de manifestar a los demás la calidad, la hondura del amor de Cristo. El cristiano no puede ser egoísta; si lo fuera, traicionaría su propia vocación. No es de Cristo la actitud de quienes se contentan con guardar su alma en paz —falsa paz es ésa—, despreocupándose del bien de los otros. Si hemos aceptado la auténtica significación de la vida humana —y se nos ha revelado por la fe—, no cabe que continuemos tranquilos, persuadidos de que nos portamos personalmente bien, si no hacemos de forma práctica y concreta que los demás se acerquen a Dios.

Hay un obstáculo real para el apostolado: el falso respeto, el temor a tocar temas espirituales, porque se sospecha que una conversación así no caerá bien en determinados ambientes, porque existe el riesgo de herir susceptibilidades. ¡Cuántas veces ese razonamiento es la máscara del egoísmo! No se trata de herir a nadie, sino de todo lo contrario: de servir. Aunque seamos personalmente indignos, la gracia de Dios nos convierte en instrumentos para ser útiles a los demás, comunicándoles la buena nueva de que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

¿Y será lícito meterse de ese modo en la vida de los demás? Es necesario. Cristo se ha metido en nuestra vida sin pedirnos permiso. Así actuó también con los primeros discípulos: pasando por la ribera del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: seguidme, y haré que vengáis a ser pescadores de hombres. Cada uno conserva la libertad, la falsa libertad, de responder que no a Dios, como aquel joven cargado de riquezas, de quien nos habla San Lucas. Pero el Señor y nosotros —obedeciéndole: id y enseñad— tenemos el derecho y el deber de hablar de Dios, de este gran tema humano, porque el deseo de Dios es lo más profundo que brota en el corazón del hombre.

Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo: tú que tanto entiendes de nuestras miserias, pide perdón por nuestra vida: por lo que en nosotros podría haber sido fuego y ha sido cenizas; por la luz que dejó de iluminar, por la sal que se volvió insípida. Madre de Dios, omnipotencia suplicante: tráenos, con el perdón, la fuerza para vivir verdaderamente de esperanza y de amor, para poder llevar a los demás la fe de Cristo.

Una única receta: santidad personal

El mejor camino para no perder nunca la audacia apostólica, las hambres eficaces de servir a todos los hombres, no es otro que la plenitud de la vida de fe, de esperanza y de amor; en una palabra, la santidad. No encuentro otra receta más que ésa: santidad personal.

Hoy, en unión con toda la Iglesia, celebramos el triunfo de la Madre, Hija y Esposa de Dios. Y como nos gozábamos en el tiempo de la Pascua de Resurrección del Señor a los tres días de su muerte, ahora nos sentimos alegres porque María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta la Cruz, está junto a El en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda la eternidad. Esta es la misteriosa economía divina: Nuestra Señora, hecha partícipe de modo pleno de la obra de nuestra salvación, tenía que seguir de cerca los pasos de su Hijo: la pobreza de Belén, la vida oculta de trabajo ordinario en Nazaret, la manifestación de la divinidad en Caná de Galilea, las afrentas de la Pasión y el Sacrificio divino de la Cruz, la bienaventuranza eterna del Paraíso.

Todo esto nos afecta directamente, porque ese itinerario sobrenatural ha de ser también nuestro camino. María nos muestra que esa senda es hacedera, que es segura. Ella nos ha precedido por la vía de la imitación de Cristo, y la glorificación de Nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra propia salvación; por eso la llamamos spes nostra y causa nostræ laetitiæ, nuestra esperanza y causa de nuestra felicidad.

No podemos abandonar nunca la confianza de llegar a ser santos, de aceptar las invitaciones de Dios, de ser perseverantes hasta el final. Dios, que ha empezado en nosotros la obra de la santificación, la llevará a cabo. Porque si el Señor está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El, que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo, después de habernos dado a su Hijo, dejará de darnos cualquier otra cosa?.

En esta fiesta, todo convida a la alegría. La firme esperanza en nuestra santificación personal es un don de Dios; pero el hombre no puede permanecer pasivo. Recordad las palabras de Cristo: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, lleve su cruz cada día y sígame. ¿Lo veis? La cruz cada día. Nulla dies sine cruce!, ningún día sin Cruz: ninguna jornada, en la que no carguemos con la cruz del Señor, en la que no aceptemos su yugo. Por eso, no he querido tampoco dejar de recordaros que la alegría de la resurrección es consecuencia del dolor de la Cruz.

No temáis, sin embargo, porque el mismo Señor nos ha dicho: venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos, que yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el reposo para vuestras almas; porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Venid —glosa San Juan Crisóstomo—, no para rendir cuentas, sino para ser librados de vuestros pecados; venid, porque yo no tengo necesidad de la gloria que podáis procurarme: tengo necesidad de vuestra salvación… No temáis al oír hablar de yugo, porque es suave; no temáis si hablo de carga, porque es ligera.

El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con El no cabe la tristeza. In lætitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz.

La alegría cristiana

Recojamos de nuevo el tema que nos propone la Iglesia: María ha subido a los cielos en cuerpo y alma, ¡los ángeles se alborozan! Pienso también en el júbilo de San José, su Esposo castísimo, que la aguardaba en el paraíso. Pero volvamos a la tierra. La fe nos confirma que aquí abajo, en la vida presente, estamos en tiempo de peregrinación, de viaje; no faltarán los sacrificios, el dolor, las privaciones. Sin embargo, la alegría ha de ser siempre el contrapunto del camino.

Servid al Señor, con alegría: no hay otro modo de servirle. Dios ama al que da con alegría, al que se entrega por entero en un sacrificio gustoso, porque no existe motivo alguno que justifique el desconsuelo.

Quizá estimaréis que este optimismo parece excesivo, porque todos los hombres conocen sus insuficiencias y sus fracasos, experimentan el sufrimiento, el cansancio, la ingratitud, quizá el odio. Los cristianos, si somos iguales a los demás, ¿cómo podemos estar exentos de esas constantes de la condición humana?

Sería ingenuo negar la reiterada presencia del dolor y del desánimo, de la tristeza y de la soledad, durante la peregrinación nuestra en este suelo. Por la fe hemos aprendido con seguridad que todo eso no es producto del acaso, que el destino de la criatura no es caminar hacia la aniquilación de sus deseos de felicidad. La fe nos enseña que todo tiene un sentido divino, porque es propio de la entraña misma de la llamada que nos lleva a la casa del Padre. No simplifica, este entendimiento sobrenatural de la existencia terrena del cristiano, la complejidad humana; pero asegura al hombre que esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable, fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria.

La fiesta de la Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición —Monstra te esse Matrem—, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.

La alegría es un bien cristiano. Únicamente se oculta con la ofensa a Dios: porque el pecado es producto del egoísmo, y el egoísmo es causa de la tristeza. Aún entonces, esa alegría permanece en el rescoldo del alma, porque nos consta que Dios y su Madre no se olvidan nunca de los hombres. Si nos arrepentimos, si brota de nuestro corazón un acto de dolor, si nos purificamos en el santo sacramento de la Penitencia, Dios sale a nuestro encuentro y nos perdona; y ya no hay tristeza: es muy justo regocijarse porque tu hermano había muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado.

Esas palabras recogen el final maravilloso de la parábola del hijo pródigo, que nunca nos cansaremos de meditar: he aquí que el Padre viene a tu encuentro; se inclinará sobre tu espalda, te dará un beso prenda de amor y de ternura; hará que te entreguen un vestido, un anillo, calzado. Tú temes todavía una reprensión, y él te devuelve tu dignidad; temes un castigo, y te da un beso; tienes miedo de una palabra airada, y prepara para ti un banquete.

El amor de Dios es insondable. Si procede así con el que le ha ofendido, ¿qué hará para honrar a su Madre, inmaculada, Virgo fidelis, Virgen Santísima, siempre fiel?

Si el amor de Dios se muestra tan grande cuando la cabida del corazón humano —traidor, con frecuencia— es tan poca, ¿qué será en el Corazón de María, que nunca puso el más mínimo obstáculo a la Voluntad de Dios?

Ved cómo la liturgia de la fiesta se hace eco de la imposibilidad de entender la misericordia infinita del Señor, con razonamientos humanos; más que explicar, canta; hiere la imaginación, para que cada uno ponga su entusiasmo en la alabanza. Porque todos nos quedaremos cortos:apareció un gran prodigio en el cielo: una mujer, vestida de sol, y la luna debajo de sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. El rey se ha enamorado de tu belleza. ¡Cómo resplandece la hija del rey, con su vestido tejido en oro!.

La liturgia terminará con unas palabras de María, en las que la mayor humildad se conjuga con la mayor gloria: me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas aquel que es todopoderoso.

Cor Mariæ Dulcissimum, iter para tutum; Corazón Dulcísimo de María, da fuerza y seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo.

San Josemaría Escrivá de Balaguer: 
«La Virgen santa, causa de nuestra alegría», Es Cristo que pasa, c. 17.

Novena a la Inmaculada: La Virgen María en Adviento

Novena a la Inmaculada: La Virgen María en Adviento

La figura de María, en el pensamiento de los Padres del Concilio, se va perfilando como una visión maravillosa a través del año. Dicen explícitamente: «Todo el misterio de Cristo está ahí, desde la encarnación y la navidad, hasta la ascensión y pentecostés». Y María, en la más íntima conexión con él. María y Cristo. Dos realidades tan inseparables como lo son estas dos: Madre e Hijo.

Por eso, cuando a través del año litúrgico la Iglesia nos pone al alcance el misterio de Cristo, no puede menos de venerar «con amor especial a la Bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica del Hijo; en Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente, como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ser» (S. L. 5, 1-3).

Nadie vivió jamás como María, en intensidad y participación, el misterio salvador. De forma que es tan imposible separarla de la cruz, resurrección, ascensión y pentecostés como lo sería de la encarnación y nacimiento del Señor. Imprescindible, pues, inseparable de Cristo en todo su misterio de salvación.

Ahora bien, según algunos liturgistas, el período más litúrgicamente mariano del año es el santo tiempo de Adviento. Empieza, en efecto, con la Inmaculada, y culmina con la Maternidad divina por Navidad. Y así lo entendían y celebraban los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, es decir, los más conscientes y comprometidos.

Pero vinieron los tiempos de relajación y olvido. Y así como los israelitas se habían cansado del maná en el desierto y apetecían sucedáneos más gratos a sus paladares estragados… también los cristianos relajados perdieron el gusto mariano del Adviento y buscaron un sustituto más a su gusto y alcance.

Así parece que nacieron otras devociones marianas totalmente desvinculadas del tiempo litúrgico. He aquí por qué el Vaticano ll, en su Constitución sobre la Iglesia (nº. 67), nos exhorta así:

«Que todos los hijos de la Iglesia fomenten, pues, el culto sobre todo litúrgico, para con la Bienaventurada Virgen, estimen grandemente las prácticas y ejercicios de piedad para con Ella, recomendados en el transcurso de los siglos por el Magisterio». Y añade en otra parte: «Las diversas formas de piedad para con la Madre de Dios que la Iglesia ha aprobado… hacen que mientras se honra a la Madre, el Hijo… sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean guardados sus mandamientos».

Nuestro propósito es, pues, facilitar el cumplimiento de estas normas conciliares ofreciendo lecturas, plegarias y cantos que permitan a la vez convertir en realidad, durante ese «espacio y tiempo» de Adviento, la aspiración de tantas almas: «A Jesús por María».

«El camino más corto, escribe L. Barandiaran para llegar al corazón de un hijo, es siempre, el corazón de una madre.

La recomendación de una madre: suprime las antesalas interminables en la puerta del hijo Ministro. Obtiene para su pueblo más favores que una Cámara completa de Diputados.

Para Jesús, como para todos los hijos, cada petición de la Madre: es una oportunidad actual de corresponder a los esfuerzos pasados de la Madre.

Si Cristo es «Camino» hacia el Padre, María es «Atajo» hacia Cristo.

Con María…

Por Cristo…

Al Padre.

NOVENA A LA INMACULADA EN ADVIENTO

PARA TODOS LOS DÍAS

Todas las canciones tienen enlaces.

Preces comunitarias (a elección) 

FORMULA 1

1. María, modelo de fe, Tú que creíste en la palabra del Angel, y Dios obró maravillas en Ti, aumenta en nosotros la fe, sin la cual no podemos agradar a Dios, ni salvarnos.

Ruega por nosotros.

2. María, modelo de esperanza, Tú que esperabas la venida del Redentor, y el cumplimiento de todas las promesas mesiánicas, aumenta en nosotros la esperanza.

3. María, modelo de caridad, Tú que amabas a Dios como ninguna otra criatura le ha amado, y nos amas con amor maternal, aumenta en nosotros la caridad de que tanto necesitamos.

4. María, modelo de pureza, que Dios, al hacerte Madre suya, quiso conservar íntegra tu virginidad, consérvanos siempre limpios de alma y cuerpo.

5. María, modelo de perseverancia, Tú que no volviste nunca atrás en el camino de la virtud, alcánzanos la perseverancia en la gracia de Dios, para que no perdamos nunca la amistad con Jesús.

FORMULA 2

Señora Santa María

– Para que seamos verdaderos hermanos de Jesús, Tú que fuiste Madre de la divina Gracia.

Ruega a Jesús por nosotros.

Para que nos veamos libres del pecado, Tú que fuiste siempre virgen.

– Para que seamos verdaderos apóstoles de Cristo, Tú, Reina de los Apóstoles.

– Para que nuestros padres y superiores gocen de buena salud, Tú, que eres salud de los enfermos.

– Para que aumente en nosotros el amor a Dios y al prójimo, Tú, la Hija predilecta del Padre.

PLEGARIAS (a elección)

ORACION DE LA ESPERANZA

Yo te espero, Señor, por qué te espero tanto?

No me importa que tardes;

no necesito, Señor, que vengas pronto.

Yo esperaré, te seguiré esperando.

Siempre en la noche latirán tus pasos,

cada hora más cerca de mi corazón.

Yo sé que vienes,

pero encuentras algunos cansados ya de esperar

y llamas a su puerta, te entretienes.

No tengas prisa por mí, casi mejor que tardes.

Me consuela, en la espera, saber que hay muchas almas

que reciben ahora tu visita.

No te apures por mí, yo seguiré en la noche,

sin miedo a los ladridos, sin temor a la escarcha,

esperando que llegues.

Llegarás, estás ya cerca, te oye mi corazón.

Estás ya de camino y mi luz sigue encendida.

ORACION DEL AMOR

Jesucristo, Maestro y Amigo:

Con tu vida me enseñaste el amor.

Tu mandato es mandato de amor.

Y en la tarde de la vida me examinarás del amor.

Yo siento un deseo imperioso de amor universal.

Haz, Señor: Que jamás traicione yo el amor.

Que pase por el mundo sembrando el bien.

Que todos encuentren en mí un discípulo del amor,

fiel a tu mandamiento supremo.

Amén.

MADRE DE MI JUVENTUD

Dame un corazón recio para conservar la pureza.

Dame energía viril para luchar por la justicia,

para vivir en la verdad y no traicionar el Amor.

Pido a Jesús con fe:

Dame tus ojos limpios para ver la farsa de la vida.

Dame tu corazón grande para amar de verdad a Dios en mis hermanos.

Dame tu temple de mártir para morir en la cumbre, en la cruz contigo.

A NUESTRA SEÑORA DE ADVIENTO

Madre Inmaculada, ya que estás otra vez con tu Hijo, y reinas con él en el cielo, mientras nosotros quedamos en esta tierra poblada de precarias alegrías y de preocupaciones cada vez mayores, ayúdanos a hacer de este tiempo de Adviento una espera eficaz que nos santifique y nos consagre al servicio del prójimo. No se aguarda cruzado de brazos al Señor. La acción y la oración deben llenar nuestra vida. Y cuando llegue nuestra hora y tengamos que atar nuestra gavilla para presentarla al Señor: Madre, quédate a nuestro lado.

Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

A NUESTRA SEÑORA DE LA SENCILLEZ

Señora, que no tengamos miedo a fracasar;

y que nuestras equivocaciones no nos asusten;

que obremos siempre con sinceridad y humildad;

que no nos creamos mejores que los mayores

y que reconozcamos nuestros yerros;

que seamos arriesgados

y al mismo tiempo apoyemos nuestras manos

en la de nuestros mayores;

que encontremos a Cristo, camino, verdad y vida,

y nos arrojemos en sus brazos sin miedo.

Que nuestra juventud se desborde

enriqueciendo la Iglesia de nuestros padres.

PARA CADA DÍA

1. Peregrinos de la esperanza

Iglesia Santa, Pueblo peregrino,

en marcha hacia el Señor.

El peregrino es, por definición, un hombre que pasa.

Su característica fundamental es vivir siempre en marcha.

Y, mientras marcha, llevarse colgados de su retina muchos paisajes, de su pensamiento muchos recuerdos y de su corazón muchos afectos.

Pero sin instalarse, sin quedarse nunca definitivamente.

Siempre hay en sus ojos la luz de una nueva ilusión y en su corazón la urgencia de un nuevo amor que le empujan y le hacen viajero infatigable de todos los caminos.

Así el cristiano.

Un hombre que peregrina hacia Dios por las rutas de la vida.

Llevándose las cosas en el pensamiento y en el amor, pero sin instalarse en ellas, sin esclavizarse por ellas.

Solamente anclado en Dios que es todo para él: El Camino que le lleva. La Verdad que le ilumina. La Vida que le moviliza..

El mensaje de unos peregrinos

Cuatro jóvenes universitarios salmantinos, de la residencia Covadonga, se propusieron caminar desde Lourdes a Santiago de Compostela, con motivo del año jubilar compostelano de 1970. Estos muchachos, todo corazón, que peregrinaron en busca de la esperanza, camino del Pórtico de la Gloria, invitaron a todos los jóvenes españoles a que se les unieran en el camino.

A las preguntas del periodista contestaron:

-¿Por qué desde Lourdes y no de Salamanca?

-Porque nuestra peregrinación es doble: real y simbólica. Es real en cuanto que andaremos mil kilómetros, y es simbólica porque queremos que con nosotros peregrinen espiritualmente los que no pueden hacerlo y porque la salida de Lourdes la haremos de noche, inmediatamente después de la procesión de las antorchas, y llegaremos a Santiago al amanecer. Queremos escenificar el paso de la luz a las tinieblas… y dejar nuestro mensaje en cien pueblos del camino.

-¿En qué consiste ese mensaje?

-Nuestro mensaje es un grito de esperanza. Queremos que llegue a todos los hombres para arrancarles del materialismo en que nos encontramos metidos. Queremos escarbar entre los escombros de tanto egoísmo y no descansar hasta encontrar la cruz de Cristo. Si la hallamos habremos descubierto el amor y entonces es que ha nacido el hombre nuevo.

-Luego ¿vuestra peregrinación es totalmente espiritual? ¿No tiene otro hálito que la anime?

-Aunque lo espiritual es lo principal, también tiene un carácter cultural, ya que el camino de Santiago es el camino del románico. Tiene además un carácter humano, como es entrar en contacto con gentes de distintos puntos de España.

-¿Y qué esperáis conseguir?

-Esperamos conseguir que la gente camine con ilusión durante la larga peregrinación de su vida.

-¿Y qué garantía de éxito tenéis?

-San Pedro estuvo echando la red toda la noche y no consiguió sacar una sola pieza, pero bastó que Cristo se lo ordenase para que la carga fuese excesiva.

La respuesta no pudo ser más convincente.

CONSIGNA

Peregrinemos también nosotros, durante estos nueve días, en compañía de Nuestra Señora de la Esperanza, la Virgen Inmaculada,

– luchando contra el materialismo en que nos encontramos metidos,

– y contra el egoísmo que nos domina,

hasta encontrar a CRISTO, nuestra única Esperanza.

Caminemos con Ella, lenta, sosegadamente. Hagamos en silencio este largo camino en su grata compañía, donde Ella sale al encuentro de su Dios para recibirlo y darlo al mundo, asociada a sus alegrías, a sus sufrimientos, a su muerte, mas también asociada a su eterna victoria.

No sueñes;

vive tu vida

como peregrino

que busca lo eterno,

porque la grandeza del hombre

es la esperanza de lo infinito.

Pablo VI en las calles de Bombay

El hombre de hoy tiene una sensibilidad especial (¿no es el Espíritu quien se la da?) para descubrir a través del prójimo que se le entrega, que sale a su encuentro, que le ayuda a empujar la rueda del progreso, que sufre y espera con él; lo demuestra aquella anécdota encantadora, de sabor bíblico que contó un gran rotativo internacional con motivo del viaje de Pablo VI a la India.

El Papa, peregrino, uno más en la calle de los hombres, no en los caminos de Emaús, pero sí en la plaza de Bombay cruzó su mirada con una mujer que se acercó a saludarle: «Mujer, ¿de qué religión eres?», le pregunta Pablo VI. Y ella, quién sabe en medio de qué soledad del alma, de qué laborío interior, de qué problemas de conciencia, de qué luz misteriosa, fundiendo su mirada en la luz prodigiosamente caliente de la mirada metálica de Pablo VI, y leyendo quién sabe qué cosas en aquella luz, y sintiéndose electrizada quién sabe por qué corriente del espíritu mientras el Papa estrechaba sus manos pobres y rugosas, rompiendo a llorar ante el profeta de Roma exclamó: «Ahora ya no lo sé».

Pablo VI, convertido en peregrino, en compañero, en hermano y amigo, en ternura humana y comprensión divina descubrió ante aquella mujer una presencia nueva que rompía todos sus esquemas. Acababa de revelarle a CRISTO.

Juan Arias, El Dios en quien no creo, p. 36-37.

CANTO DE MEDITACIÓN

Preparad los caminos

para el río que sube

por las voces de todos,

preparad los caminos

para el pueblo que sube

y está abriendo los ojos.

Para la gran crecida que se acerca,

cada surco sin aguas

es siempre un surco bueno.

A quien no tenga sed,

ni se le dice para qué sirve el agua

y todo su secreto.

Preparad vuestras manos

para hacer sitio al fruto

que sembró vuestro esfuerzo.

Preparad vuestras manos

y seguid los latidos

y el sentir de los pueblos.

Para la gran crecida que se acerca

se requieren mil hombros

unidos en esfuerzo.

La dicha abundará en los hogares

y hasta Dios hecho hombre

vendrá a nuestro encuentro.

Del disco Aquí en la tierra.

2. María, aurora de Cristo

El hijo engendrado en tus entrañas

será santo, llamado Hijo de Dios.
Lc 1, 35.

La fiesta de la Inmaculada, en pleno Adviento, es como la Aurora que anuncia la próxima llegada del Sol divino. María nos dio a Cristo y sigue llevándonos a él. Sigue siendo Puerta y Camino.

Por tanto, el Señor está cerca, la verdad. En sentido espacial y temporal. Está muy cerca. Además, en sentido temporal está igualmente muy próximo. Viene en cada coyuntura de nuestra vida. Todo cuanto nos acontece es una venida suya, porque es un mensaje que nos envía, una exhortación, cada vez más apremiante, a la penitencia, a la alegría, al amor. La comida, el trabajo, el sueño, la hora de oír música o de recibir la correspondencia. En todo momento, Dios llega.

Pero también tiene sus visitas particulares. La comunión diaria, la misa del domingo, la muerte de cada uno, esa definitiva y gran visita del Señor. La vida no es más que esperar a Dios «hasta que venga» (Jn 21, 22).

REFLEXIÓN

María nos enseña a ver a Dios en los «acontecimientos».

Es un hecho que nada sucede sin el beneplácito de Dios, y que Cristo se nos acerca en el mundo. Si tenemos fe veremos la mano de Dios (como María a lo largo de su vida) en todos los acontecimientos, grandes o pequeños, en los que nos vemos insertos, incluso en los que nos alcanzan tan sólo por la información de la prensa, radio o televisión: el tiempo que hace, el estado de salud, los éxitos o fracasos, un accidente, los resultados deportivos, etc.

Estos acontecimientos notables o menudos, muchas veces nos darán a conocer incluso un mensaje especial de Dios: Por qué ha querido Dios tal cosa? Por qué ha permitido tal catástrofe, etc. ?

Otras veces no escucharemos ningún mensaje. Será sólo eso: el ver la mano de Dios detrás de los acontecimientos; en paz serenamente, como el niño que ve actuar a su madre, y se calla; le basta saber que su madre está cerca y que le ama.

María no se aparta de nosotros. Debe ser nuestra compañera en la entrega, pues sin su ayuda maternal ningún progreso haríamos ni en el amor ni en la vida.

SÚPLICA A MARIA

Señor, por lo que te hice sufrir y porque ya no quiero apartarme de Ti…

Concédeme, Madre:

Un poco de tu nieve para mi barro.

Un poco de tu luz para mi noche.

Un poco de tu paz para mi lucha.

Un poco de tu fe para mi duda.

Un poco de tu alegría para mi pena.

Un poco de tu amor para mi odio.

Un poco de tu agua para mi sed.

Un poco de tu vida para mi vida.

Un poco de tu Hijo… para tu hijo.

Un poco de Ti… para mí.

Amén.

3. Esperando al Señor

Esperar a Dios es esperar en Dios. La esperanza es una hermosa y misteriosa conciliación de dos persuasiones. Por una parte, nuestra convicción de que somos siervos inútiles, incapaces de cualquier movimiento, y que debemos esperarlo todo de Dios, incluso a Dios mismo, que no es más que un don de sí.

Por otra parte, la convicción de que somos trabajadores útiles, en cuanto que nuestra cooperación es indispensable para que Dios nos salve. En definitiva, lo esperamos todo de un Dios que ha tenido a bien fijarnos una tarea y otorgar a esta tarea un valor.

La esperanza en Dios aumenta con los milagros, pero se purifica cuando el milagro no se realiza. La esperanza crece entonces y se purifica y se hace más auténtica, cuando vemos que aquel que no ha sido curado bendice a Dios por no haberlo curado. «Porque me has visto, dijo Jesús a Tomás, has creído. Bienaventurados los que creyeron sin haber visto» (Jn 20, 29).

La esperanza no puede ser el cómodo resultado de un milagro agradable. Es una virtud y, como tal, exige esfuerzo continuo. Un diario combate contra las fuerzas del mal, que amenazan infiltrarse por dos portillos: la presunción y la desesperación.

REFLEXIÓN

Los pobres esperan con facilidad: es un favor que les ha hecho el Señor, ya que les ha negado otros. Un favor que vale por todos. Los pobres esperan. En El concretamente o en algo o alguien que no saben precisar. Pero esperan. Ya es más fácil rectificar la esperanza que inventarla, y mucho más fácil que declararla necesaria cuando no se admite siquiera su conveniencia.

El secreto de saber esperar está en los pobres, en los sencillos, en los humildes. Humildad es también saber aceptar todo género de mediación. La humildad de ir a Jesús por Maria, reconociendo nuestra necesidad de senderos cortos y amables. «Ir a Dios por María -confiesa Neubert- es ejercitar un acto de humildad. Un sabio que sigue, en su misal, el oficio litúrgico, puede ser un cristiano muy humilde, pero puede también no ser más que un diletante, lleno de sí mismo. En cambio, un sabio que desgrana su rosario ante una estatua de la Virgen es de seguro un alma humilde».

CANTO DE MEDITACIÓN

Cuando el pobre nada tiene y aún reparte,

cuando un hombre pasa sed y agua nos da.

Cuando el débil a su hermano fortalece,

va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando un hombre sufre y logra su consuelo.

Cuando espera y no se cansa de esperar.

Cuando amamos aunque el odio nos rodea,

va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando crece la alegría y nos inunda,

cuando dicen nuestros labios la verdad,

cuando amamos el sentir de los sencillos,

va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Cuando abunda el bien y llena los hogares,

cuando un hombre donde hay guerra pone paz,

cuando hermano le llamamos al extraño,

va Dios mismo en nuestro mismo caminar.

Del disco Aquí, en la tierra.

4. El camino que conduce a Belén

Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga:
Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida.
Apoc 22, 17.

Navidad, es decir, el encuentro con el Señor será exactamente lo que cada uno haya querido de antemano. Es como una fuente infinita, y de ella se toma el agua que cabe en la vasija que llevamos cada uno, un dedal, una jarra mediana, un cántaro muy grande. Dicho limpiamente, las gracias y dulzuras y auxilios que la Navidad reporta han de guardar proporción directa con la generosidad de nuestras disposiciones, con el vacío que hagamos dentro de nosotros mismos, con las veces que hayamos dicho a Dios: «Ven, Señor Jesús».

Por parte de El, no hemos de vernos defraudados. Por su parte, la casa es riquísima y admirablemente aparejada y su voluntad de dar no tiene límites. No tiene otros límites que nuestra limitada capacidad, limitada por nuestra condición de criaturas y, más tristemente, por la exigua medida de nuestro amor, tan corto, tan flaco. Como es hoy nuestro Adviento será mañana nuestra Navidad.

REFLEXIÓN

Nuestra vida no es más que un Adviento, una espera, un camino que urge recorrer o adecentar. Dios está ya muy cerca. A la vuelta de cualquier esquina nos lo vamos a encontrar. Y mientras vamos andando, nos acompaña Nuestra Señora de la Expectación. No habla mucho -¿para qué milagros?-. Sólo nos coge de la mano alguna vez, cuando nos ve más cansados o nos quedamos mirando las huertas que bordean el camino. Tal vez, incluso, llegue a decirnos: «Ya falta poco».

CANTO DE MEDITACIÓN

A Belén se va y se viene

caminando;

a Belén se va y se viene

preguntando.

A Belén nadie va solo:

el camino es nuestro hermano.

A Belén se va y se viene

por caminos de alegría

y Dios nace en cada hombre

que se entrega a los demás.

A Belén se va y se viene

por caminos de justicia

y en Belén nacen los hombres

cuando aprenden a esperar.

Navidad es un camino

que no tiene pandereta

porque Dios resuena dentro

de quien va en fraternidad.

Navidad es el milagro

de pararse a cada puerta

y saber si nuestro hermano

necesita nuestro pan.

Navidad es un camino

que no tiene más estrella

que alumbrar al extravío

del que olvida a los demás.

Navidad es el milagro

de llegar a la evidencia

de que Dios sigue naciendo

en quien vive sin hogar.

Del disco Aquí, en la tierra.

5. El Señor vuelve

El Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros.
Jn 1, 14.

Cristo se hizo hombre gracias al «fiat» de la Virgen Inmaculada, hace casi dos mil años. Pero Cristo vuelve a encarnarse todos los días, en unos centímetros de pan blanco que el sacerdote tiene entre los dedos. Después va a cada alma, como regalo y sustento. Pero hay que disponer el alma. Hay que preparar los caminos del Señor.

Existen dos símbolos en ascética, aparentemente contrarios, pero en el fondo idénticos, como dos luces arrojadas desde distintos ángulos para alumbrar una misma tarea.

Uno es el del camino que hay que preparar para que Dios llegue con ánimo propicio. Toda la liturgia de Adviento es un quehacer de preparación, una exhortación ardorosa a enderezar caminos. Todo hoyo será rellenado, toda eminencia rebajada, los trechos torcidos sometidos a rectificación y los ásperos convertidos en accesos llanos y cómodos. Porque el Señor está cerca. El es «el que ha de venir» (Apoc 4, 8).

El otro símbolo es el del camino que el alma no ha de arreglar, sino recorrer, en su trayectoria vocacional hacia Dios. La santificación es «progreso» o adelantamiento. El hombre que va de paso ha de enderezar la «conducta», ha de renacer en Cristo, es «viador».

En este símbolo, el alma actúa como caminante, mientras que en el primero desempeña funciones de caminero. Es igual. En el fondo, disponerse para el encuentro con Dios, que, de cualquier modo, está cerca. Esperarlo en vigilia, esperarlo sin sueño. Andar el camino o preparar el camino: siempre, una actuación. Esperar en activo. Es lo que añade la esperanza sobre la simple espera.

REFLEXIÓN

En síntesis, debemos preparar el camino y recorrerlo, y para ello nada mejor que acudir a la Virgen que siempre nos lleva y nos da a Cristo.

CANTO DE MEDITACIÓN

¿CUANDO VENDRÁS?

¿Cuándo vendrás, Señor,

cuándo vendrás?

¿Cuándo tendrán los hombres

la libertad?

Nos dicen que mañana, y nunca llegas,

nos dicen que ya estás y no te vemos,

dicen que eres amor, y nos odiamos,

dicen que eres unión: vamos dispersos.

No es tu reino, Señor,

la tierra no es tu reino.

Si nosotros salimos a la vida

partiendo nuestro pan con el hambriento, rompiendo piedra a piedra, las discordias,

poniendo el bien en todos tus senderos,

la tierra empezará, Señor,

a ser tu reino.

Ddel disco Aquí, en la tierra.

6. Esperando a Cristo, con María

Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo,
espera en el Señor.

Sal 26, 22.

El cristiano aguarda la vuelta del Señor. Que venga a primera hora, o a la hora undécima, hay que estar siempre preparado para recibirle, ceñida la cintura y con la lámpara encendida en la mano (Lc 12, 30)

El Señor ha de venir para todo el mundo en el último día, sea al fin del mundo, sea a la hora de la muerte. Pero también llega a cada momento, exigiendo de todos nosotros mayor generosidad, mayor dedicación, más amor. La última acogida no hará más que resumir las anteriores.

El Salvador se prepara siempre a nacer para un pueblo, para una raza, para una época, para una civilización. Renace continuamente la Navidad en la tierra, porque los hombres que han pecado aguardan siempre la Buena Nueva.

Y Jesús llama sin cesar a la puerta de las almas, esperando que le abran (Ap 3, 20).

María esperaba siempre a Jesús, sin ansiedad, es cierto, pero con un inmenso deseo de volver a ver su rostro.

Sea a la hora que sea: a la mañana, a la tarde o al anochecer, su maternal corazón estaba siempre dispuesto a recibirle, a compartir sus cuidados y sus alegrías, a consolarlo por la ingratitud, la estulticia o la maldad de los hombres.

Su vida está íntimamente ligada a la suya. Su destino está calcado sobre el suyo.

INVOCACIÓN

María, desde tu más tierna infancia tú lo has aguardado. Los libros sagrados te lo habían anunciado. Israel, tu patria natural, esperaba al Mesías que pondría fin a sus pruebas y haría resucitar sus pasadas glorias. Pero icuánto malentendido, cuánta ilusión había en esta esperanza.

Unos soñaban en un jefe guerrero que echaría fuera a los detestables romanos, otros hacían votos por aquel que haría desaparecer la desigualdad social. Eran muy pocos «los pobres de Israel» que leían la Biblia con ojos limpios, los que sabían que el único mal aborrecible de veras era el pecado.

Madre, Tú estabas entre éstos, con Simeón, con Ana y con tantos otros que no ha mencionado el Evangelio.

Y hete aqui que un buen día, en Nazaret, el Señor llama a tu puerta. Un ángel te participa un mensaje increíble: Dios te ha escogido para ser la Madre de su hijo. De antemano tu voluntad está de acuerdo con la de Dios: «He aquí la Esclava del Señor».

Sin duda el Padre celestial te honra enormemente, pero ya presientes el precio de tal honor.

Qué importa. Brota el «fíat» de tus labios sin reserva ni reticencia. Luego, como todas las madres, debiste haber experimentado un sobresalto indecible al sentir que latía en tu seno otro ser, carne de tu carne, que sería al mismo tiempo tu hijo e Hijo del Altísimo.

Con qué regocijo, con qué amor preparaste las mil cosillas necesarias para el nacimiento de un Niño indefenso por completo. Los pañales, la cuna… y cada día, con más amor y mayor generosidad.

CANTO DE MEDITACIÓN

Lo esperaban como rico

y habitó entre la pobreza;

lo esperaban poderoso

y un pesebre fue su hogar.

Esperaban un guerrero

y fue paz toda su guerra;

lo esperaban rey de reyes

y servir fue su reinar.

Lo esperaban sometido

y quebró toda soberbia;

denunció las opresiones,

predicó la libertad.

Lo esperaban silencioso:

su palabra fue la puerta

por donde entran los que gritan

con su vida la verdad.

Del disco Aquí, en la tierra.

7. María, la deseada de las naciones

Una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida del sol.
Apoc 12, 1.

El séptimo ángel tocó la trompeta, y sonaron grandes voces en el cielo… y se abrió el templo de Dios, que está en el cielo, y fue vista el arca de la alianza en el templo, y se produjeron relámpagos, y voces, y truenos, y temblor de tierra, y fuerte granizada.

Y una gran señal fue vista en el cielo: una Mujer vestida del sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas, la cual llevaba un Hijo en su seno, y clamaba con los dolores del parto y con la tortura de dar a luz.

Y otra señal fue vista en el cielo, y he aquí un dragón grande, rojo, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas: y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó a la tierra. Y el dragón se ha apostado frente a la Mujer, que está para dar a luz, para poder, en cuanto dé a luz, devorar a su Hijo.

Y dio a luz un Hijo varón, destinado a regir todas las gentes con vara de hierro; y fue arrebatado su Hijo, llevado a su trono (y derrotado el dragón). Y la Mujer (puesta a salvo de los asaltos del dragón) huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para siempre. (Apoc 11, 15, 19; 12, 1-6).

REFLEXIÓN

María es la mujer del Apocalipsis, la nueva Eva, la corredentora.

Algunos hombres desprecian todavía a la mujer.

Algunas mujeres lamentan su feminidad y reclaman una «misión», que es sólo una «misión» artificial de lo que ellas creen que constituye los privilegios del hombre.

Sí; hombres y mujeres son iguales en dignidad pero diferentes y complementarios.

Para el cristiano hay igualdad absoluta en la dignidad del hombre y de la mujer:

  • uno y otra son criaturas de Dios,
  • uno y otra fueron redimidos por Cristo,
  • uno y otra son hijos de Dios,
  • uno y otra están llamados al mismo destino sobrenatural.

Pero la mujer debe, en el mundo de la eficacia material y también en el de la injusticia y la crueldad, ser testimonio del poder de la ofrenda y del amor redentor.

La mujer está hecha para «llevar» y dar vida. Ella lleva el don del hombre, el hijo, y sólo llega a su logro pleno en la maternidad.

Ella debe, en el mundo actual, reino de la materia todopoderosa, llevar y engendrar «lo humano».

PLEGARIA

Señor: Hoy vengo a rezarte, sencillamente, la oración de la mujer, de ese misterioso ser tan igual y tan distinto del varón, del que se ha dicho tanto, tan bien y tan mal.

Si está en lo cierto Ludwig Borne, al decir que «la incesante aspiración de la mujer es inspirar amor», haz que tenga también razón al escribir: «La mujer es para el hombre un horizonte donde se unen el cielo y la tierra».

No sé si los defensores del feminismo estarán de acuerdo con la primera parte de la máxima de Chamfort: «Las mujeres tienen en el cerebro una célula de menos»; pero, sin duda, admitirán la segunda: «y, en el corazón, una fibra de más». Haz que la empleen siempre bien.

Señor, quisiera que tuviera razón Geoffrey Chaucer, cuando asegura: «¿Qué hay mejor que la sabiduría? La mujer. Y ¿qué hay mejor que una buena mujer? Nada». Entonces sería verdad la afirmación de Goethe: «El eterno femenino nos guía siempre hacia lo alto».

Deseo, Señor, que todas las mujeres tomen como ideal la frase de Plauto: «Prefiero que digan que soy una mujer buena, que no una mujer dichosa». Así ellas como los hombres serían más felices.

Romain Roland piensa que «los hombres hacen las costumbres, pero las mujeres hacen a los hombres». Ante esta responsabilidad enorme, te ruego que todas ellas mediten la sentencia de León Bloy: «Cuanto más santa es una mujer, es más mujer». Así, los hombres serían mejores.

8. Verdadera devoción a María

«Si hubiera menos beatería y más cristianismo, se arreglarían muchos problemas».
Bernadette Devlin.

Tal vez, a ciertas personas les suene a despropósito de enfant terrible esta frase; sin embargo, su sinceridad no tiene nada de reprochable, ya que la beatería no es auténtica religiosidad, sino sólo una caricatura de lo que debe ser el culto debido a Dios.

Beatería es confundir la devoción, que significa dedicación, entrega, con una serie de pequeñas devociones sin compromiso alguno para quienes las practican. Y cristianismo significa donación generosa a los intereses de Dios por encima de nuestros gustos, incluso piadosos.

Beatería es camuflar la verdadera religión, que significa atadura, ligazón, tras la cortina de humo de ciertas prácticas devotas, compatibles con la libertad del propio egoísmo. Y cristianismo quiere decir ligadura a los problemas del hombre vivo en quien palpita Dios.

Beatería es olvidar que piedad significa misericordia, que es actitud cordial ante la miseria, huyendo de las miserias del mundo en la presencia de Dios. Y cristianismo es acordarse de que Dios se encarnó para compartir misericordiosamente la miseria material y moral del hombre.

Por eso, Señor, también yo creo que «si hubiera menos beatería y más cristianismo, se arreglarían muchos problemas».

REFLEXIÓN

¿Cultivas tu devoción a la Madre con la ingenua espontaneidad de un menor de edad?

El amor a las madres está tejido de pequeñas e inocentes sorpresas filiales, hecho de besos espontáneos, de confidencias gozosas y tristes, de inofensivas bromas.

¿Vives tu devoción a la Virgen en clima de hogar?

No olvides que un hijo, a pesar de los años y de la representación social es, siempre, un niño de pantalón corto para su madre.

Y María es tu Madre. En San Juan todos quedamos comprometidos a cuidar de Ella.

¿Cómo cumples tu compromiso filial?

CANTO DE MEDITACION

TIEMPO DE DESPERTAR

Mirad al suelo, corred la voz

de que en los hombres está el Señor.

No hagáis castillos para soñar,

pues cada día tiene su afán.

Cristianos que habitáis el siglo veinte;

dejad ya de esconderos entre rezos,

hablad menos de Dios, mostradlo en obras:

son las obras medida de lo cierto.

Dejad en vuestras casas las palabras

y hablad con el lenguaje de los hechos;

hoy los golpes de pecho no convencen,

hoy no se puede estar mirando al cielo.

Del disco Aquí, en la tierra.

9. Con María, hasta el fin

Los que me honran, obtendrán la vida eterna.

Eclo 24, 31.

La verdadera devoción a María que, según el Vaticano II, consiste en «conocer, amar e imitar sus virtudes», constituye una de las mayores señales de predestinación que pueden encontrarse en una determinada persona; entre otros motivos porque:

1º. Dios ha dispuesto que todas las gracias que han de concederse a los hombres pasen por María, como Mediadora y Dispensadora universal de todas ellas. Por lo mismo, el verdadero devoto de María entra en el plan salvífico de Dios, que lo ha dispuesto libremente así. Y, por el contrario, el que se aparta voluntariamente de María, se aparta, por lo mismo, del plan divino de salvación.

2º. La devoción a María es necesaria para la salvación de todos los que conocen la existencia de María y saben que es obligatoria la devoción a Ella. Ahora bien, el verdadero devoto de María cumple esta obligación y muestra, por lo mismo, que está en camino de salvación, a la que llegará infaliblemente si no abandona esta devoción salvadora. Por el contrario, como dice Juan XXIII, «quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación».

Y el Rosario es, sin discusión alguna, la más excelente de las devociones marianas, como consta por el testimonio de la misma Virgen, el Magisterio de la Iglesia y su contenido teológico.

REFLEXIÓN

El Rosario es un collar de cincuenta perlas… un piropo.

El piropo más bello y selecto que jamás oyó una mujer.

Piropo purísimo de Dios a la más pura mujer, cincuenta veces repetido en cada rezo.

No le niegues, a tu Madre, ni el collar, ni el piropo: que si ellos son su debilidad, ellos serán, para ti, tu fortaleza.

Explota, pues, el punto flaco de la Virgen.

Y mientras dialogas con la Madre y el Hijo, comparte con ellos las alegrías, los dolores y los gozos de cada jornada.

Y ellos harán… más hondas tus alegrías, más leves tus dolores y más puros tus gozos.

* * * * *

Tú que esta amable devoción supones

monótona y cansada y no la rezas

porque siempre repite iguales sones…

Tú no entiendes de amores y tristezas:

¿qué pobre se cansó de pedir dones?

¿qué enamorado de decir ternezas?

E. Menéndez Pelayo.

CANTO DE MEDITACIÓN

Sólo al final del camino

las cosas claras verás:

la razón de vivir

y el porqué de mil cosas más,

al mirar hacia atrás

cuando llegues comprenderás.

Busca en las cosas sencillas

y encontrarás la verdad;

la verdad es amor,

lo demás déjalo pasar.

Solamente el amor,

con el tiempo no morirá.

Al fin del camino, se harán realidad

los sueños que llevas en ti.

-Si en todo momento, en tu caminar,

la vida has llenado de amor y verdad,

al fin del camino podrás encontrar,

el bien que esperaste sentir;

olvida el pasado, pues no volverá,

conserva el amor que hay en ti.

Al fin del camino habrá un despertar,

de nuevo volver a vivir.

-Si en todo momento, en tu caminar,

la vida has llenado de amor y verdad,

al fin del camino en ti llevarás,

la fe y la ilusión de vivir:

tus sueños de siempre serán realidad

en un mundo nuevo y feliz.

Tus sueños de siempre serán realidad

si llenas tu vida de amor y paz

en tu mundo nuevo y feliz.

Canción de Tony Luz, en la voz de Karina

* * * 

Santa María, Tú eres nuestra esperanza en los trabajos por Cristo y la Iglesia.

Tú eres nuestra esperanza en nuestras empresas y proyectos.

Tú eres nuestra esperanza en las horas de dolor y angustia.

Tú eres nuestra esperanza en los momentos de alegría.

María, que seas nuestra esperanza ahora y en la hora de nuestra muerte.

Santa María de la Esperanza,

ruega por nosotros a Dios.

Fuente: Mercaba.org

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Otras novenas

«Cristonautas 1»: la Lectio Divina en tu teléfono y en tu «tablet»

«Cristonautas 1»: la Lectio Divina en tu teléfono y en tu «tablet»

«Cristonautas 1» es una aplicación que pretende proporcionar apoyo espiritual a niños y jóvenes, catequistas y agentes de pastoral. La aplicación presenta todos los libros de la Biblia en su contexto histórico y ejercicios para la Lectio Divina, sobre todo en los temas vocacionales; de esta manera los jóvenes podrán ubicar los textos bíblicos en los contextos históricos en los que fueron escritos y así entender su mensaje a la vez que orar con el mismo.

«Cristonautas 1» es una aplicación totalmente gratuita que se puede descargar en su página web; es una obra del programa Cristonautas cuyo proyecto partió de la Fundación Ramón Pané y la Fundación para la evangelización y comunicación FECOM, y tiene como objetivo la evangelización en los nuevos ambientes digitales ya que estos entornos de cultura digital actualmente son parte integrante de la vida de los jóvenes.

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Sobre el programa CristonautasSobre el programa Cristonautas

Cristonautas es un programa de capacitación en Lectio Divina para jóvenes, tomando en consideración la Nueva Evangelización, la Gran Misión Continental y las Tecnologías de Información y Comunicación.

Su objetivo es capacitar a líderes juveniles para que puedan enseñar a otros jóvenes a orar con el método de Lectio Divina a través de formas creativas, utilizando las artes y la tecnología como medio para entender el mensaje de la Palabra de Dios.

Tanto la música, como la pintura, el grafiti, el teatro, la danza, la representación, el video, la radio y demás medios de comunicación actuales son tomados en cuenta para lograr el fin de comunicar la Palabra de Dios. La pedagogía de la Nueva Evangelización, nos impulsa con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones a ser fieles en la Misión de enseñar a que entiendan en su plenitud la Palabra de Dios que es siempre actual, viva y eficaz.

Partiendo siempre de la Palabra de Dios escrita, de acuerdo a las traducciones oficiales de la Iglesia Católica, se toma el ancestral método que nuestra Tradición nos ha legado para leer los textos en su contexto sin hacer pretextos.

Buscamos llegar también a dar apoyo a los misioneros que trabajan para presentar especialmente a las generaciones jóvenes y en sus lenguajes culturales, la única Palabra de Dios, custodiada por la Iglesia Católica.


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San Saturnino de Tolosa, con recursos audiovisuales

San Saturnino de Tolosa, con recursos audiovisuales

El martirologio romano reza en este día lo siguiente: En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo; fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo».

Históricamente apenas se sabe nada sobre el primer arzobispo de Tolosa, pero la historia de su época y de su país y numerosos testimonios relativos a su culto nos ayudan a tener de él un conocimiento más completo.

Los orígenes de la ciudad de Tolosa se remontan a las migraciones de los pueblos celtas en el siglo IV antes de nuestra era. Bajo la conquista romana —128 a. de C. 52 d. C.—, la Galia céltica asimiló la civilización de los que la ocuparon, guardando su espíritu propio. De esta manera, Tolosa, renovada por las instituciones romanas era en el siglo IV la ciudad más floreciente de la Narbonense. Así, Saturnino, el fundador de la iglesia de Tolosa entró en el siglo lll en una brillante ciudad galo-romana. Su figura destaca gloriosamente en la antigüedad cristiana de los paises occidentales.

Su nombre —diminutivo del dios Saturno— es tan común en latín que no indica nada del personaje, de quien, por otra parte, se desconoce todo lo anterior a su episcopado tolosano. a pesar de que leyendas posteriores le hacen venir de Roma o de Oriente.

Cuando Saturnino llegó a Tolosa no debió de encontrar allí más que un grupo pequeño de cristianos. Gracias a su celo apostólico se desarrolló rápidamente esta comunidad joven, que él organizó y a la que gobernó como buen pastor.

Si no se sabe nada cierto sobre su vida y apostolado, estamos mejor informados sobre su muerte: en el año 250 aparecieron en la Galia los edictos de Decio que obligaban a todos los cristianos a hacer acto público de idolatría. Durante esta persecución, la más terrible que tuvo lugar en la Galia, los sacerdotes paganos de Tolosa atribuyeron a la presencia de Saturnino en su ciudad el mutismo de sus ídolos, que no emitían oráculos. Un día, los sacerdotes paganos excitaron a la muchedumbre contra el obispo cuando pasaba ante el templo de Júpiter Capitolino. Quisieron obligarle a sacrificar a los dioses. Los paganos, exasperados ante su enérgica negativa, no quisieron esperar el final de un proceso regular. La muchedumbre, con la complicidad tácita de los magistrados, se apoderó de Saturnino y le ató con una cuerda detrás de un toro que iba a ser inmolado y que huyó furioso. Rota la cabeza y despedazado el cuerpo, Saturnino encontró así una muerte heroica causada por el motín popular.

Su comunidad, fortificada en su fe, pero consternada por ese fin trágico, no se atrevía a tocar el cuerpo del mártir, porque la persecución exigía prudencia. Sin embargo, dos mujeres valerosas recogieron piadosamente el cuerpo, que quedó en el sitio donde la cuerda se había roto, y lo sepultaron dignamente cerca de allí, al norte de la ciudad, a la orilla de la gran ruta de Aquitania.

Un siglo más tarde el obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su predecesor una bóveda de ladrillo y una basílica pequeña en madera. El obispo Silvio, que posiblemente fue el sucesor de Hilario, empezó la construcción de una nueva basílica, terminada por Exuperio en el siglo v y destruida por los sarracenos en 711.

La fiesta del mártir no fue celebrada litúrgicamente, y por eso debió olvidarse muy pronto; más tarde, cuando la memoria del mártir fue restablecida, se le asignó la fecha de 29 de noviembre, día ya insigne, porque era la fecha de su homónimo el mártir romano Saturnino, muerto hacia el año 300, y al que no hay que confundir con Saturnino de Tolosa.

Dos siglos después del martirio, cuando su culto estaba ya bien establecido, un clérigo tolosano compuso en su honor un panegírico, que sigue siendo la mejor fuente de información. Es un sermón hecho para la fiesta del mártir; el estilo es el de los elogios que por la misma época pronunciaban Agustín y Juan Crisóstomo.

Hacia el año 530 San Cesáreo de Arlés, narrando con candor la evangelización de la Galia, pondrá al primer obispo de Tolosa entre el número de los discípulos de los apóstoles, haciéndole así compañero de San Trófimo de Arlés. Los siglos siguientes lo encarecerán más aún, y la «pasión» de San Saturnino, tomada y reformada sin cesar, hará nacer una literatura legendaria.

Damos a continuación el resumen tal como aparece la «vida» del Santo en los relatos más cuidados:

San Saturnino nació en Patrás, hijo del rey Egeo de Acaya y de la reina Casandra, hija de Tolomeo. Marchó a Palestina para ver a San Juan Bautista, quien le bautizó y la encaminó hacia Cristo. Asistió a la multiplicación de los panes, a la santa cena, y cuando Jesús apareció resucitado fue él quien le llevó pescado asado y un panal de miel. Asistió a la última pesca milagrosa y estuvo presente en el Cenáculo el día de Pentecostés. Siguió a San Pedro quien, después de haberle enviado en misión a la Pentápolis y a Persia, le condujo a Roma, donde le consagró obispo. Después le envió a Tolosa, acompañado de San Papoul. En Nimes convirtió a San Honesto y se lo asoció. Los dos fueron aprisionados en Carcasona y salvados milagrosamente. En Tolosa, Saturnino curó de lepra a una dama noble; después envió a Honesto a España; éste, cumplida su misión, volvió a buscarle. Saturnino bautizó en Pamplona a cuarenta mil personas (! ), después recorrió Galicia, siempre con el mismo éxito, y llegó hasta Toledo; volvió a Francia por Comminges. Poco después de su vuelta a Tolosa sufrió el martirio atado a un toro.

Una iglesia regional no es un campo cerrado; es una familia que da y que recibe. Quedan muchos testimonios de este dar y recibir: los tolosanos celebran santos que han vivido entre sus vecinos los españoles, como San Acisclo—17 de noviembre—, y la Iglesia española no deja de celebrar al primer obispo de Tolosa. Su culto atravesó los Pirineos en el siglo v; lo favoreció el que el reino visigótico se extendiera también por el otro lado de las montañas. En eI siglo IX, a partir de la Reconquista, San Saturnino, a quien los españoles no habían olvidado nunca, gozó de gran popularidad gracias a los cruzados franceses. En efecto, se acordaban de que San Sernin de Tolosa había sido una de sus más gloriosas etapas en la larga peregrinación a Santiago.

Gracias, pues, a Santiago de Compostela, se hizo, en sentido inverso, la propagación del culto a San Saturnino. Etapa obligada en el camino de Santiago, San Sernin era frecuentada por multitud de peregrinos que desde Tolosa llevaban a sus paises la devoción al gran obispo mártir. También su ,culto se extendió rápidamente en todo el país entre el Loira y el Rin, donde mucho lugares están bajo su patrocinio con nombre deformado: Sernin, Sornin, Sorlin y otros.

En Tolosa los peregrinos de Compostela encontraban la basílica que habia reemplazado la de Exuperio, y que, edificada lentamente a fines del siglo Xl, habia sido consagrada en 1096 por el papa Urbano II. El 6 de septiembre de 1258 el obispo Raimundo de Falgar procedió a la elevación de los restos de San Saturnino y los hizo depositar en el coro. San Saturnino es una de las más hermosas iglesias románicas, notable por sus cinco naves de once bovedillas, su vasto crucero y su coro de deambulatorio, guarnecido por capillas radiadas. En cuanto a la iglesia de Taur, se dice que se alza sobre el emplazamiento del antiguo Capitolio pagano (que no tiene nada que ver con el Ayuntamiento, donde en la Edad Media se tenían las sesiones capitulares), y que recuerda el lugar del martirio.

Al recuerdo de San Saturnino hay que asociar el de las dos santas mujeres que tuvieron la valentía de levantar el cuerpo del mártir mutilado horriblemente para enterrarle cerca del lugar donde el toro furioso se había detenido. La liturgia las celebra en la diócesis de Tolosa el día 17 de octubre bajo el nombre de «Santas Doncellas». La Pasión, escrita en el siglo v, precisa que ellas fueron apresadas por los paganos, azotadas con varas y arrojadas despiadadamente de la ciudad. Un leyenda posterior añade que San Saturnino en un viaje a España había encontrado a estas dos jóvenes, hijas del rey de Huesca, que las habia convertido y las habia llevado con él a su ciudad episcopal. Después del martirio del obispo y cuando fueron expulsadas de la ciudad, posiblemente se refugiarian en Ricaud. donde vivieron con santidad. fueron enterradas a algunos kilómetros al oeste de Castelnaudary (Aude), en una aldea que desde entonces se llamó Mas-Saintes-Puelles, y que llegó a ser el centro del culto a estas mujres humildes y devotas.

Toda la gloria del primer obispo de Tolosa, gloria que ha atravesado los siglos y las fronteras, tiene sus fuentes en el hecho de que se relaciona con él la evangelización primera de una región cuya influencia se extendió muy lejos hasta las orillas del Mediterráneo y por encima de los Pirineos.

La Iglesia se planta como un árbol que vive. Como una casa se la levanta aquí y allí donde no está; en este lugar ésta es la primera manifestación, la realización visible de] misterio redentor. Asi San Saturnino, antes de ser un mártir, es el fundador de la iglesia local. Su tumba es un signo de apostolicidad, de enraizamiento en la misión primera de los apóstoles; el espiritu de Cristo los empujaba a la conquista del mundo. A nuestros padres, penetrados del sentido cristiano de la misión evangélica, les gustaba ver en Saturnino un discípulo de los apóstoles. Así la leyenda de que hemos hablado es una manera de expresar que toda fundación de una iglesia local, todo trabajo de evangelización procede de la misión que Cristo dió a los apóstoles, transmitida sólo por ellos. Y, como ellos, Saturnino plantó la Iglesia de Cristo en su sangre.

Sus hijos celebran una misa especial en su honor. La colecta y el hermoso prefacio son éstos:

Oración de San Saturnino: «¡Oh Dios!, por la predicación del santo obispo Saturnino, vuestro mártir, nos habéis llamado a la admirable luz del Evangelio desde las tinieblas de la incredulidad. Haced, por su intercesión, que crezcamos en la gracia y en el conocimiento de Cristo, vuestro Hijo.

Prefacio de San Saturnino: «¡Oh Padre Eterno!, es justo pediros con confianza que no abandonéis a vuestros hijos. San Saturnino los ha engendrado por sus trabajos apostólicos, los ha nutrido con la palabra de salvación y los ha hecho firmes por la fidelidad de su martirio. Conservadnos, pues, por vuestro poder, para que, santificados en la verdad, perfectos en la unidad, os dignéis contarnos en la gloria, por Cristo Señor nuestro.

Artículo de Antoine Dumas OSB.

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Otros recursos en la red

San Saturnino de Tolosa en Santoral Virtual.

San Saturnino de Tolosa en Hijos de la Divina Voluntad.

San Saturnino de Tolosa en catholic.net.

San Saturnino de Tolosa: la santidad como tarea, en el Blog del Profesor Juanra.

San Saturnino de Tolosa, patrón de Pamplona, en navarraconfidencial.com.

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Oración a San Saturnino

Dios de poder y misericordia, que diste tu fuerza al mártir San Saturnino, para que pudiera resistir el dolor de su martirio, concédenos que quienes celebramos hoy el día de su victoria, con tu protección, vivamos libres de las asechanzas del enemigo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.

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Recursos audiovisuales

San Saturnino, misionero de Francia, por Encarni Llamas en DiocesisTV

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La Basílica de San Sernín (San Saturnino de Tolosa), por Francisco Baena

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«Desde Toulouse a Pompaelo», canción de Iñaki Lacunza a San Saturnino

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Exhortación «Evangelii Gaudium» en Internet

Exhortación «Evangelii Gaudium» en Internet

«La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús».

Así empieza la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium en la que el Papa Francisco recoge la riqueza de los trabajos del Sínodo dedicado a «La nueva evangelización para la transmisión de la fe» celebrado del 7 al 28 de octubre de 2012. El texto, que el Santo Padre entregó a 36 fieles, el pasado domingo durante la misa de clausura del Año de la Fe, es el primer documento oficial de su pontificado, ya que la encíclica «Lumen Fidei» fue escrita en colaboración con su predecesor, el Papa emérito Benedicto XVI.

«Quiero dirigirme a los fieles cristianos escribe el Papa— para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Se trata de un fuerte llamamiento a todos los bautizados para que, con fervor y dinamismo nuevos, lleven a los otros el amor de Jesús en un «estado permanente de misión», venciendo «el gran riesgo del mundo actual»: el de caer en «una tristeza individualista».


«Evangelii Gaudium» en formato pdf: Conferencia Episcopal Española 

«Evangelii Gaudium» en formato pdf: Aciprensa

«Evangelii Gaudium» en línea: Santa Sede

«Evangelii Gaudium» en línea: Zenit


El Papa invita a «recuperar la frescura original del Evangelio», encontrando «nuevos caminos» «métodos creativos», a no encerrar a Jesús en nuestros «esquemas aburridos». Es necesaria «una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están» y una «reforma de estructuras» eclesiales para que «todas ellas se vuelvan más misioneras». El Pontífice piensa también en «una conversión del papado» para que sea «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización». El deseo de que las Conferencias episcopales pudieran dar una contribución a fin de que «el afecto colegial» tuviera una aplicación «concreta» afirma— todavía «no se realizó plenamente». Es necesaria «una saludable descentralización». En esta renovación no hay que tener miedo de revisar costumbres de la Iglesia «no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia».

Signo de la acogida de Dios es «tener templos con las puertas abiertas en todas partes» para que todos los que buscan no se encuentren «con la frialdad de unas puertas cerradas»«Tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera», así, la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia». El Papa reitera que prefiere una Iglesia «herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia… preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente… es que tantos hermanos nuestros vivan sin la amistad de Jesús».

El Papa indica las «tentaciones de los agentes pastorales»: individualismo, crisis de identidad, caída del fervor. «La mayor amenaza» es «el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando». Exhorta a no dejarse vencer por un «pesimismo estéril» y a ser signos de esperanza poniendo en marcha «la revolución de la ternura». Es necesario huir de la «espiritualidad del bienestar» que rechaza los «compromisos fraternos» y vencer «la mundanidad espiritual» que consiste en «buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana». El Papa habla de los que «se sienten superiores a otros» por ser «inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado» y, «en lugar de evangelizar lo que se hace es …clasificar a los demás», o de los que tienen un «cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción» en las necesidades de la gente. Se trata de «una tremenda corrupción con apariencia de bien…¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!».

Lanza un llamamiento a las comunidades eclesiales a no caer en envidias ni en celos «dentro del Pueblo de Dios y en las distintas comunidades, ¡cuántas guerras!»«¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». Subraya la necesidad de hacer crecer la responsabilidad de los laicos, mantenidos «al margen de las decisiones», a raíz de «un excesivo clericalismo». Afirma que «todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia», en particular «en los diversos lugares donde se toman las decisiones importantes».

«Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres…no se pueden eludir superficialmente». Los jóvenes deben tener «un protagonismo mayor». Frente a la escasez de vocaciones en algunos lugares, afirma que «no se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones».

Afrontando el tema de la inculturación, recuerda que «el cristianismo no tiene un único modo cultural» y que el rostro de la Iglesia es «pluriforme»«No podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia». El Papa reafirma la «fuerza activamente evangelizadora» de la piedad popular y alienta la investigación de los teólogos, invitándoles a llevar en el corazón «la finalidad evangelizadora de la Iglesia» y a no contentarse con «una teología de escritorio».

Se detiene «con cierta meticulosidad, en la homilía» porque «son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio y no podemos hacer oídos sordos». La homilía «debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase», debe saber decir «palabras que hacer arder los corazones», huyendo de «una predicación puramente moralista o adoctrinadora». Subraya la importancia de la preparación: «Un predicador que no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable»«Una buena homilía…debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen» .La predicación debe ser positiva para que de «siempre … esperanza» y no nos deje «encerrados en la negatividad». El anuncio mismo del Evangelio debe tener características positivas: «cercanía, apertura al diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena».

Hablando de los retos del mundo contemporáneo, el Papa denuncia el sistema económico actual: «es injusto en su raíz»«Esa economía mata» porque predomina «la ley del más fuerte».  La cultura actual del «descarte» ha creado «algo nuevo»«Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»». Vivimos en una «nueva tiranía invisible, a veces virtual», de un «mercado divinizado» donde imperan la «especulación financiera»«una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta». Denuncia los «ataques a la libertad religiosa» «las nuevas situaciones de persecución a los cristianos… En muchos lugares se trata más bien de una difusa indiferencia relativista». La familia prosigue el Papa— «atraviesa una crisis cultural profunda». Insistiendo en «el aporte indispensable del matrimonio a la sociedad»,subraya que «el individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que…desnaturaliza los vínculos familiares».

Reafirma «la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana» y el derecho de los pastores «a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas»«Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social». Cita a Juan Pablo II cuando afirma que la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». «Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica» antes que sociológica. «Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos»«Mientras no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres… no se resolverán los problemas del mundo». «La política, tan denigrada» afirma— «es una de las formas más preciosas de la caridad»«¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad…. la vida de los pobres!». Después una advertencia: «Cualquier comunidad de la Iglesia» que se olvide de los pobres «correrá el riesgo de la disolución».

El Papa invita a cuidar a los más débiles: «los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solos y abandonados» y los migrantes, por los que exhorta a los países «a una generosa apertura». Habla de las víctimas de la trata de personas y de nuevas formas de esclavitud: «En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda»«Doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia»«Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección» están «los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana»«No debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión… No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana». A continuación un llamamiento al respeto de todo lo creado: «estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos».

Por cuanto respecta al tema de la paz, el Papa afirma que «es necesaria una voz profética» cuando se quiere construir una reconciliación falsa que «silencie» a los más pobres mientras «algunos no quieren renunciar a sus privilegios». Para la construcción de una sociedad «en paz, justicia y fraternidad» indica cuatro principios: «El tiempo es superior al espacio» significa «trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos»«La unidad prevalece sobre el conflicto» quiere decir obrar para que los opuestos alcancen «una unidad pluriforme que engendra nueva vida»«La realidad es más importante que la idea» significa evitar que la política y la fe se reduzcan a la retórica . «El todo es superior a la parte» significa aunar globalización y localización.

La evangelización continúa el Papa— también implica un camino de diálogo «que abre a la Iglesia para colaborar con todas las realidades políticas, sociales, religiosas y culturales. El ecumenismo es ‘un camino ineludible de la evangelización’». Es importante el enriquecimiento recíproco: «¡cuántas cosas podemos aprender unos de otros!», por ejemplo, «en el diálogo con los hermanos ortodoxos, los católicos tenemos la posibilidad de aprender algo más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su experiencia de la sinodalidad»«el diálogo y la amistad con los hijos de Israel son parte de la vida de los discípulos de Jesús»«el diálogo interreligioso», que se conduce con «una identidad clara y gozosa», es «es una condición necesaria para la paz en el mundo» y no oscurece la evangelización; «en esta época adquiere gran importancia la relación con los creyentes del Islam»: el Papa implora «humildemente» para que los países de tradición islámica aseguren la libertad religiosa a los cristianos, también «¡teniendo en cuenta la libertad que los creyentes del Islam gozan en los países occidentales!»«Frente a episodios de fundamentalismo violento» invita a «evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia». Y contra el intento de privatizar las religiones en algunos contextos, afirma que «el debido respeto a las minorías de agnósticos o no creyentes no debe imponerse de un modo arbitrario que silencie las convicciones de mayorías creyentes o ignore la riqueza de las tradiciones religiosas». Reitera de este modo la importancia del diálogo y de la alianza entre creyentes y no creyentes.

El último capítulo está dedicado a los «evangelizadores con Espíritu», que son aquellos que «se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo» que «infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente». Se trata de «evangelizadores que oran y trabajan», conscientes de que «la misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo»«Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás»«En nuestra relación con el mundo precisa se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan»«Sólo puede ser misionero añade— alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros»«si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida». El Papa invita a no desanimarse ante los fracasos o la escasez de resultados porque la «fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada»«sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria». La Exhortación concluye con una oración a María «Madre del Evangelio»«Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño».

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Fuente original: NEWS.VA


Santa Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa, con recursos audiovisuales

Santa Catalina Labouré y la Medalla Milagrosa, con recursos audiovisuales

La capilla de las apariciones de la Medalla Milagrosa se encuentra en la rue du Bac, de París, en la casa madre de las Hijas de la Caridad. Es fácil llegar por «Metro». Se baja en Sevre-Babylone, y detrás de los grandes almacenes «Au Bon Marché» está el edificio. Una casona muy parisina, como tantas otras de aquel barrio tranquilo. Se cruza el portalón, se pasa un patio alargado y se llega a la capilla.

La capilla es enormemente vulgar, como cientos o miles de capillas de casas religiosas. Una pieza rectangular sin estilo definido. Aún ahora, a pesar de las decoraciones y arreglos, la capilla sigue siendo desangelada.

Uno comprende que la Virgen se apareciera en Lourdes, en el paisaje risueño de los Pirineos, a orillas de un río de alta montaña; que se apareciera inclusive en Fátima, en el adusto y grave escenario de la «Cova de Iría»; que se apareciera en tantos montículos, árboles, fuentes o arroyuelos, donde ahora ermitas y santuarios dan fe de que allí se apareció María a unos pastorcillos, a un solitario, a una campesina piadosa…

Pero la capilla de la rue du Bac es el sitio menos poético para una aparición. Y, sin embargo, es el sitio donde las cosas están prácticamente lo mismo que cuando la Virgen se manifestó aquella noche del 27 de noviembre de 1830.

Yo siempre que paso por París voy a decir misa a esta capilla, a orar ante aquel altar «desde el cual serán derramadas todas las gracias», a contemplar el sillón, un sillón de brazos y respaldo muy bajos, tapizado de velludillo rojo, gastado y algo sucio, donde lo fieles dejan cartas con peticiones, porque en él se sentó la Virgen.

Si la capilla debe toda su celebridad a las apariciones, lo mismo podemos decir de Santa Catalina Labouré, la privilegiada vidente de nuestra Señora. Sin esta atención singular, la buena religiosa hubiera sido una más entre tantas Hijas de la Caridad, llena de celo por cumplir su oficio, aunque sin alcanzar el mérito de la canonización. Pero la Virgen se apareció a sor Labouré en la capilla de la casa central, y así la devoción a la Medalla Milagrosa preparó el proceso que llevaría a sor Catalina a los altares y riadas de fieles al santuario parisino. Y tan vulgar como la calle de Bac fue la vida de la vidente, sin relieves exteriores, sin que trascendiera nada de lo que en su gran alma pasaba.

Catalina, o, mejor dicho, Zoe, como la llamaban en su casa, nació en Fain-les-Moutiers (Bretaña) el 2 de mayo de 1806, de una familia de agricultores acomodados, siendo la novena de once hermanos vivientes de entre diecisiete que tuvo el cristiano matrimonio.

La madre murió en 1815, quedando huérfana Zoe a los nueve años. Ha de interrumpir sus estudios elementales, que su misma madre dirigiera, y con su hermana pequeña, Tonina, la envían a casa de unos parientes, para llamarlas en 1818, cuando María Luisa, la hermana mayor, ingresa en las Hijas de la Caridad.

—Ahora—dice Zoe a Tonina—, nos toca a nosotras hacer marchar la casa.

Doce años y diez años…, o sea, dos mujeres de gobierno. Parece milagroso, pero la hacienda campesina marcha, Había que ver a Zoe en el palomar entre los pichones zureantes que la envuelven en una aureola blanca. O atendiendo a la cocina para tener a punto la mesa, a la que se sientan muchas bocas con buen apetito. Otras veces hay que llevar al tajo la comida de los trabajadores.

Y al mismo tiempo que los deberes de casa, Zoe tiene que prepararse a la primera comunión. Acude cada día al catecismo a la parroquia de Moutiers-Saint-Jean, y su alma crece en deseos de recibir al Señor. Cuando llega al fin día tan deseado, Zoe se hace más piadosa, más reconcentrada. Además ayuna los viernes y los sábados, a pesar de las amenazas de Tonina, que quiere denunciarla a su padre. El señor Labouré es un campesino serio, casi adusto, de pocas palabras. Zoe no puede franquearse con él, ni tampoco con Tonina o Augusto, sus hermanos pequeños, incapaces de comprender sus cosas.

Y ora, ora mucho. Siempre que tiene un rato disponible vuela a la iglesia, y, sobre todo, en la capilla de la Virgen el tiempo se le pasa volando.

Un día ve en sueños a un venerable anciano que celebra la misa y la hace señas para que se acerque; mas ella huye despavorida. La visión vuelve a repetirse al visitar a un enfermo, y entonces la figura sonriente del anciano la dice: «Algún día te acercarás a mí, y serás feliz». De momento no entiede nada, no puede hablar con nadie de estas cosas, pero ella sigue trabajando, acudiendo gozosa al enorme palomar para que la envuelvan sus palomos, tomando en su corazón una decisión irrevocable que reveló a su hermana.

—Yo, Tonina, no me casaré; cuando tú seas mayor le pediré permiso a padre y me iré de religiosa, como María Luisa.

Esto mismo se lo dice un día al señor Labouré, aunque sacando fuerzas de flaquezas, porque dudaba mucho del consentimiento paterno.

Efectivamente, el padre creyó haber dado bastante a Dios con una hija y no estaba dispuesto a perder a Zoe, la predilecta. La muchacha tal vez necesitaba cambiar de ambiente, ver mundo, como se dice en la aldea.

Y la mandó a París, a que ayudase a su hermano Carlos, que tenía montada una hostería frecuentada por obreros.

El cambio fue muy brusco. Zoe añora su casa de labor, las aves de su corral y, sobre todo, sus pichones y la tranquilidad de su campo. Aquí todo es falso y viciado. ¡Qué palabras se oyen, qué galanterías, qué atrevimientos!

Sólo por la noche, después de un día terrible de trabajo, la joven doncella encuentra soledad en su pobre habitación. Entonces ora más intensamente que nunca, pide a la Virgen que la saque de aquel ambiente tan peligroso.

Carlos comprende que su hermana sufre, y como tiene buen corazón quiere facilitarla la entrada en el convento. ¿Pero cómo solucionarlo estando el padre por medio?

Habla con Huberto, otro hermano mayor, que es un brillante oficial, que tiene abierto un pensionado para señoritas en Chatillon-sur-Seine. Aquella casa es más apropiada para Zoe.

El señor Labeuré accede. Otra vez el choque violento para la joven campesina, porque el colegio es refinado y en él se educan jóvenes de la mejor sociedad, que la zahieren con sus burlas. Pero perfecciona su pronunciación y puede reemprender sus estudios que dejara a los nueve años.

Un día, visitando el hospicio de la Caridad en Chatillon, quedó sorprendida viendo el retrato del anciano sacerdote que se le apareciera en su aldea. Era un cuadro de San Vicente de Paúl. Entonces comprendió cuál era su vocación, y como el Santo la predijera, se sintió feliz. Insistió ante su padre, y al fin éste se resignó a dar su consentimiento.

Zoe hizo su postulantado en la misma casa de Chatillon, y de allí marchó el día 21 de 1830 al «seminario» de la casa central de las Hijas de la Caridad en París.

A fines del noviciado, en enero de 1831, la directora del seminario dejó esta «ficha» de Zoe, que allí tomó el nombre de Catalina: «fuerte, de mediana talla; sabe leer y escribir para ella. El carácter parece bueno, el espiritu y el juicio no son sobresalientes. Es piadosa y trabaja en la virtud».

virgenmedallamilagrosaPues bien: a esta novicia corriente, sin cualidades destacables, fue a quien se manifestó repetidas veces el año 1830 la Virgen Santísima.

He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

«Vino después la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen. «Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre: Hermana, hermana, hermana. Despertándome, miré del lado que había oído la voz, que era hacia el pasillo. Corro la cortina y veo un niño vestido de blanco, de edad de cuatro a cinco años, que me dice: Venid a la capilla; la Santísima Virgen os espera. Inmediatamente me vino al pensamiento: ¡Pero se me va a oir! El niño me respondió: Tranquilizaos, son las once y media; todo el mundo está profundamente dormido: venid, yo os aguardo. «Me apresuré a vestirme y me dirigí hacia el niño, que había permanecido de pie, sin alejarse de la cabecera de mi lecho. Puesto siempre a mi izquierda, me siguió, o más bien yo le seguí a él en todos sus pasos. Las luces de todos ios lugares por donde pasábamos estaban encendidas, lo que me llenaba de admiración. Creció de punto el asombro cuando, al ir a entrar en la capilla, se abrió la puerta apenas la hubo tocado el niño con la punta del dedo; y fue todavía mucho mayor cuando vi todas las velas y candeleros encendidos, lo que me traía a la memoria la misa de Navidad. No veía, sin embargo, a la Santísima Virgen. «El niño me condujo al presbiterio, al lado del sillón del señor director. Aquí me puse de rodillas, y el niño permaneció de pie todo el tiempo. Como éste se me hiciera largo, miré no fuesen a pasar por la tribuna las hermanas a quienes tocaba vela. «Al fin llegó la hora. El niño me lo previene y me dice: He aquí a la Santísima Virgen; hela aquí. Yo oí como un ruido, como el roce de un vestido de seda, procedente del lado de la tribuna, junto al cuadro de San José, que venía a colocarse en las gradas del altar, al lado del Evangelio, en un sillón parecido al de Santa Ana; sólo que el rostro de la Santísima Virgen no era como el de aquella Santa. «Dudaba yo si seria la Santísima Virgen, pero el ángel que estaba allí me dijo: He ahí a la Santísima Virgen. Me sería imposible decir lo que sentí en aquel momento, lo que pasó dentro de mí; parecíame que no la veía. Entonces el niño me habló, no como niño, sino como hombre, con la mayor energía y con palabras las más enérgicas también. Mirando entonces a la Santísima Virgen, me puse de un salto junto a Ella, de rodillas sobre las gradas del altar y las manos apoyadas sobre las rodillas de esta Señora… «El momento que allí se pasó, fue el más dulce de mi vida; me seria imposible explicar todo lo que sentí. Díjome la Santísiina Virgen cómo debía portarme con mi director y muchas otras cosas que no debo decir, la manera de conducirme en mis penas, viniendo (y me señaló el altar con la mano izquierda) a postrarme ante él y derramar mi corazón; que allí recibiría todos los consuelos de que tuviera necesidad… Entonces yo le pregunté el completo significado de cuantas cosas habia visto, y Ella me lo explicó todo… «No sé el tiempo que allí permanecí; todo lo que sé es que, cuando la Virgen se retiró, yo no noté más que como algo que se desvanecía, y, en fin, como una sombra que se dirigía al lado de la tribuna por el mismo camino que había traído al venir. «Me levanté de las gradas del altar, y vi al niño donde le había dejado. Dijome: ¡Ya se fue! Tornamos por el mismo camino, siempre del todo iluminado y el niño continuamente a mi izquieda. Creo que este niño era el ángel de mi guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la Santísima Virgen, pues yo le había pedido mucho que me obtuviese este favor. Estaba vestido de blanco y llevaba en sí una luz maravillosa, o sea, que estaba resplandeciente de luz. Su edad sería como de cuatro a cinco años. «Vuelta a mi lecho, oí dar las dos de la mañana; ya no me dormí».

La anterior visión, que sor Catalina narra con todo candor, ocurrió en el mes de julio. fue como una preparación a las grandes visiones del mes de noviembre, que la Santa referiria a su confesor, el padre Aladel, por quién se insertaron los relatos en el proceso canónico iniciado seis años más tarde.

«A las cinco de la tarde, estando las Hijas de la Caridad haciendo oraciones, la Virgen Santísima se mostró a una hermana en un retablo de forma oval. La Reina de los cielos estaba de pie sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. Tenia en sus benditas manos unos como diamantes, de los cuales salían, en forma de hacecillos, rayos muy resplandecientes, que caían sobre la tierra… También vió en la parte superior del retablo escritas en caracteres de oro estas palabras: ¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! Las cuales palabras formaban un semicírculo que, pasando sobre la cabeza de la Virgen, terminaba a la altura de sus manos virginales. En esto volvióse el retablo, y en su reverso viése la letra M, sobre la cual habia una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de Maria… Luego oyó estas palabras: Es preciso acuñar una medalla según este modelo; cuantos la llevaren puesta, teniendo aplicadas indulgencias, y devotamente rezaren esta súplica, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios. E inmediatamente desapareció la visión».

Esta escena se repitió algunas veces, ya durante la misa, ya durante la oración, siempre en la capilla de la casa central. La primera aparición de la Medalla Milagrosa ocurrió el 27 de noviembre de 1830, un sábado víspera del primer domingo de adviento.

Pasado el seminario, sor Labouré fue enviada al hospicio de Enghien, en el arrabal de San Antonio, de París, lo que le dió facilidad de seguir comunicándose con su confesor, el padre Aladel. La Virgen había dicho a sor Catalina en su última aparición: «Hija mía, de aquí en adelante ya no me verás más, pero oirás mi voz en tus oraciones». En efecto, aunque no se repitieron semejantes gracias sensibles, sí las intelectuales, que ellas distinguía muy bien de las imaginativas o de los afectos del fervor.

En el hospicio de Enghien, la joven religiosa fue destinada a la cocina, donde no faltaba trabajo; pero interiormente sentía apremios para que la medalla se grabara, y así se lo comunicó al señor Alabel, como queja de la Virgen. El prudente religioso fue a visitar a monseñor de Quelen, arzobispo de París, y al fin, a mediados de 1832, consiguió permiso para grabar la medalla, pudiendo experimentar el propio prelado sus efectos milagrosos en monseñor de Pradt, ex obispo de Poitiers y Malinas, aplicándole una medalla y logrando su reconciliación con Roma, pues era uno de los obispos «constitucionales».

Sor Catalina recibió también una medalla, y, después de comprobar que estaba conforme al original, dijo: «Ahora es menester propagarla».

Esto fue fácil, pues la Hijas de la Caridad fueron las primeras propagandistas. Entre ellas había cundido la noticia de las apariciones, si bien se ignoraba qué hermana fuera la vidente, cosa que jamás pudo averiguarse hasta que la propia Sor Catalina en 1876, cuando ya presentía su muerte, se lo manifestó a su superiora para salvar del olvido algunos detalles que no constaban en el proceso canónico, en el que depuso solamente su confesor. Ni aun consintió en visitar al propio monseñor de Quelen, aunque deseaba vivamente conocerla o al menos hablar con ella. El padre pudo defender su anonimato alegando que sabía tales cosas por secreto de confesión.

La Medalla Milagrosa, nombre con que el pueblo comenzó a designarla por los milagros que a su contacto se obraban en todas partes, se hizo más popular con la ruidosa conversión del judío Alfonso de Ratisbona, ocurrida en Roma el 20 de enero de 1842. De paso por la Ciudad Eterna, el joven israelita recibió una medalla del barón de Bussieres, convertido hacía poco del protestantismo. Ratisbona la aceptó simplemente por urbanidad. Una tarde, esperándole en la pequeña iglesia de San Andrés dalle Fratre, se sintió atraído hacia la capilla de la Virgen, donde se le apareció esta Señora tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y cayo como en éxtasis. No habló nada, pero lo comprendió todo; pidió el bautismo, renunció a la boda que tenía concertada, y con su hermano Teodoro, también convertido, fundó la Congregación de los Religiosos de Nuestra Señora de Sión para la conversión de los judíos.

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A partir de entonces la Medalla Milagrosa adquiere la popularidad de las grandes devociones marianas, como el rosario o el escapulario.

Y entre tanto sor Catalina Labouré se hunde más y más en la humildad y el silencio. Cuarenta y cinco años de silencio. La aldeanita de Fain-les-Moutiers, que sabia callar en casa del señor Labouré, calla también ahora en el hospicio de ancianos.

Después de haber insistido, suplicado, conjurado, siempre con admirable modosidad, inclina la cabeza y espera en silencio.

En Enghien pasa de la cocina a la ropería, al cuidado del gallinero, lo que le recuerda sus pichones de la granja de la infancia: a la asistencia a los ancianos de la enfermería, al cargo, ya para hermanas inútiles y sin fuerzas, de la portería.

En 1865 muere el padre Aladel, y puede cualquiera pensar en la gran pena de la Santa. Sin embargo, durante las exequias alguien pudo observar el rostro radiante de sor Catalina, que presentía el premio que la Virgen otorgaba a su fiel servidor.

Otro sacerdote le sustituye en su cometido de confesor: la religiosa le informe sobre las apariciones, pero no consigue ser comprendida.

Sor Catalina habla de tales hechos extraordinarios exclusivamente con su confesor: ni siquiera en los apuntes íntimos de la semana de ejercicios hay referencias a sus visiones.

Ella vive en el silencio, y hasta tal punto es dueña de sí, que en los cuarenta y seis años de religiosa jamás hizo traición a su secreto, aun después que las novicias de 1830 iban desapareciendo, y se sabe que la testigo de las apariciones aún vive. La someten a preguntas imprevistas para cogerla de sorpresa, y todo en vano. Sor Catalina sigue impasible, desempeñando los vulgares oficios de comunidad con el aire más natural del mundo.

La virtud del silencio consiste no tanto en sustraerse a la atención de los demás cuanto en insistir ante su confesor con paciencia y sin desmayos, sin que estalle su dolor ante las dilaciones. Ha muerto el padre Aladel y el altar de la capilla sigue sin levantarse, y la religiosa teme que la muerte la impida cumplir toda la misión que se le confiara.

El confesor que sustituyó al padre Aladel es sustituido por otro. Estamos a principios de junio de 1876, año en que «sabe» la Santa que habrá de morir. Tiene delante pocos meses de vida. Ora con insistencia, y, después de haber pedido consejo a la Virgen, confía su secreto a la superiora de Enghien, la cual con voluntad y decisión consigue que se erija en el altar la estatua que perpetúe el recuerdo de las apariciones.

La misión ha sido cumplida del todo. Y sor Catalina muere ya rápidamente a los setenta años, el 31 de diciembre de 1876.

En noviembre de aquel año tuvo el consuelo de hacer los últimos ejercicios en la capilla de la rue de Bac, donde había sentido las confidencias de la Virgen.

Su muerte fue dulce, después de recibir los santos sacramentos, mientras le rezaban las letanías de la Inmaculada.

Cuando cincuenta y seis años más tarde el cardenal Verdier abría su sepultura para hacer la recognición oficial de sus reliquias, se halló su cuerpo incorrupto, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen.

Hoy sus reliquias reposan en la propia capilla de la rue du Bac, en el altar de la Virgen del Globo, por cuya erección tuvo que luchar la Santa hasta el último instante.

Beatificada por Pío XI en 1923, fue canonizada por Pío XII en 1947. Sus dos nombres fueron como el presagio de su existencia: Zoe significa «vida», y Catalina, ‘pura».

Artículo de Casimiro Sánchez Aliseda en mercaba.org.

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Otros recursos en la red

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Recursos audiovisuales

Santa Catalina Labouré en dibujos animados, de «Mi familia católica»

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Santa Catalina Labouré y la Virgen de la Medalla Milagrosa

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Santa Catalina Labouré (parte 1) – La Virgen de la Medalla Milagrosa y su mensaje

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Santa Catalina Labouré (parte 2) – Su cuerpo incorrupto

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Himno a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, por Cancionero Católico

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Virgen de la Medalla Milagrosa, con recursos audiovisuales

Virgen de la Medalla Milagrosa, con recursos audiovisuales

El 27 de noviembre de 1830, a las 5 y media de la tarde, estando en oración, Santa Catalina Labouré ve en el sitio donde está actualmente la Virgen del globo, como dos cuadros vivientes que pasan en fundido encadenado.

En el primero, la Virgen está de pie sobre medio globo terráqueo y lleva en sus manos un pequeño globo dorado. Sus pies aplastan una serpiente.

En el segundo, salen de sus manos abiertas unos rayos de un brillo bellísimo. Al mismo tiempo Catalina oye una voz que dice :

«Estos rayos son el símbolo de las gracias que María consigue para los hombres».

Después se forma un óvalo en torno a la aparición y Catalina ve como se inscribe en semicírculo una invocación, hasta entonces desconocida, escrita en letras de oro:

«Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

Después, la medalla se vuelve y Catalina ve el reverso : arriba, una cruz sobre la letra inicial de María, abajo, dos corazones, uno coronado de espinas, otro atravesado por una espada. Entonces oye Catalina estas palabras:

«Haz, haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán grandes gracias».

Medalla Milagrosa

La Medalla

En esta capilla escogida por Dios, la Virgen María en persona ha venido a revelar su identidad por medio de un objeto pequeño, una medalla, destinada a todos sin distinción!

La identidad de María era tema de controversias entre teólogos desde los primeros tiempos de la Iglesia. En 431, el Concilio de Efeso había proclamado el primer dogma mariano : María es madre de Dios. Desde 1830, la invocación « Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti » que se levanta hacia el cielo, mil y mil veces repetida por miles de almas cristianas en todo el mundo a petición de la Madre de Dios, va a producir su efecto.

El 8 de diciembre de 1854, Pío IX proclama el dogma de la Inmaculada Concepción : por una gracia especial que ya le venía de la muerte de su Hijo, María fue concebida sin pecado.

Cuatro años más tarde, en 1858, las apariciones de Lourdes van a confirmar a Bernadette Soubirous el privilegio de la madre de Dios.

Corazón Inmaculado, María fue la primera rescatada por los méritos de Jesucristo. Es luz para nuestra tierra. Todos estamos destinados, como ella, a la felicidad eterna.

La medalla milagrosa

Unos meses después de las apariciones, sor Catalina es destinada al hospicio de Enghien, en el distrito 12 de París, para cuidar a los ancianos. Se pone al trabajo. Pero la voz interior insiste : hay que hacer que se acuñe la medalla. De eso Catalina vuelve a hablar a su confesor, el Padre Aladel.

En febrero de 1832, hay en París una terrible epidemia de cólera, que va a hacer más de 20.000 muertos. Las Hijas de la Caridad empiezan a distribuir, en junio, las 2.000 primeras medallas acuñadas a petición del padre Aladel.

Son numerosas las curaciones, lo mismo que las protecciones y conversiones. Es un maremoto. El pueblo de París califica la medalla de «milagrosa».

En el otoño de 1834 ya hay más de 500.000 medallas, y en 1835 más de un millón en todo el mundo. En 1839, se ha propagado la medalla hasta alcanzar más de diez millones de ejemplares.

A la muerte de sor Catalina, en 1876, se cuentan más de mil millones de medallas.

La medalla luminosa

Las palabras y los símbolos grabados en el anverso de la medalla expresan un mensaje con tres aspectos estrechamente ligados entre sí.

«Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti».

La identidad de María se nos revela aquí explícitamente : la Virgen María es inmaculada desde su concepción. De este privilegio que ya le viene de los méritos de la Pasión de su Hijo Jesucristo, emana su inmenso poder de intercesión que ejerce para quienes le dirigen sus plegarias.

Por eso la Virgen María invita a todos las personas a acudir a ella en cualquier trance.

Sus pies en medio de un globo aplastan la cabeza de una serpiente.

Este globo representa a la tierra, el mundo. Entre judíos y cristianos, la serpiente personifica a Satanás y las fuerzas del mal.

La Virgen María toma parte en el combate espiritual, el combate contra el mal, cuyo campo de batalla es nuestro mundo. Nos invita a entrar nosotros también en la lógica de Dios que no es la lógica del mundo. La gracia auténtica de conversión es lo que ha de pedir el cristiano a María para transmitirla al mundo.

Sus manos están abiertas y sus dedos adornados con anillos que llevan piedras preciosas de las que salen rayos que caen esparciéndose por toda la tierra.

El resplandor de estos rayos, lo mismo que la hermosura y la luminosidad de la aparición descritas por Catalina, requieren, justifican y alientan nuestra confianza en la fidelidad de María (los anillos) para con su Criador y para con sus hijos; en la eficacia de su intervención (los rayos de gracia que caen en la tierra) y en la victoria final (la luz), ya que ella misma, primera discípula, es la primera salvada.

La medalla dolorosa

La medalla lleva en su reverso una inicial y unos símbolos que nos introducen en el secreto de María.

La letra « M » está coronada con una cruz.

La letra « M » es la inicial de María, la cruz es la Cruz de Cristo. Los dos signos enlazados muestran la relación indisoluble que existe entre Cristo y su Madre Santísima. María está asociada, a la misión de Salvación de la humanidad por su Hijo Jesús,y participa con su compasión en el mismo sacrificio redentor de Cristo.

Abajo, dos corazones, uno rodeado de una corona de espinas, el otro traspasado por una espada.

  • El corazón coronado de espinas es el Corazón de Jesús. Recuerda el cruel episodio de la Pasión de Cristo, relatado en los evangelios, antes de que se le diese muerte. Significa su Pasión de amor por los hombres.
  • El corazón traspasado con una espada es el Corazón de María, su Madre. Recuerda la profecía de Simeón relatada en los evangelios, el día de la Presentación de Jesús en el templo de Jerusalén por María y José. Significa el amor de Cristo que mora en María y su amor por nosotros : Para nuestra Salvación, acepta el sacrificio de su propio Hijo.
  • Los dos Corazones juntos expresan que la vida de María es vida de intimidad con Jesús.

Doce estrellas grabadas alrededor

Corresponden a los doce apóstoles y representan a la Iglesia. Ser de la Iglesia, es amar a Cristo y participar en su pasión por la Salvación del mundo. Todo bautizado está invitado a asociarse a la misión de Cristo uniendo su corazón a los Corazones de Jesús y de María.

La medalla es un llamamiento a la conciencia de cada uno, para que escoja, como Cristo y María, la vía del amor hasta la entrega total de sí mismo.

Artículo original en Aciprensa.

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Otras fuentes en la red

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Devocionario

Oraciones, Triduo y Novena breve de la Medalla Milagrosa (enlace).

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Recursos audiovisuales

Historia de la Medalla Milagrosa, por Parroquia y Santuario de la Medalla Milagrosa

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Virgen de la Medalla Milagrosa

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Medalla de la Virgen Milagrosa, por milagros de la fe (Colombia)

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La Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, por mariadenazatreth.com

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Himno de la Virgen de la Medalla Milagrosa

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Himno a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, por Cancionero Católico

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Oraciones, Triduo y Novena breve de la Medalla Milagrosa

Oraciones, Triduo y Novena breve de la Medalla Milagrosa

En este artículo os ofrecemos diversas oraciones para fomentar la devoción por la Virgen de la Medalla Milagrosa, entre ellas el Triduo y una Novena breve.

Oración de consagración a la Milagrosa

Postrado ante vuestro acatamiento, ¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!, y después de saludaros en el augusto misterio de vuestra concepción sin mancha, os elijo, desde ahora para siempre, por mi Madre, Abogada, Reina y Señora de todas mis acciones y Protectora ante la majestad de Dios. Yo os prometo, virgen purísima, no olvidaros jamás, ni vuestro culto ni los intereses de vuestra gloria, a la vez que os prometo también promover en los que me rodean vuestro amor. Recibidme, Madre tierna, desde este momento y sed para mí el refugio en esta vida y el sostén a la hora de la muerte. Amén.

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Para obtener una gracia especial

¡Oh María, consuelo de cuantos os invocan!. Escuchad benigna la confiada oración que en mi necesidad elevo al trono de vuestra misericordia. ¿A quién podré recurrir mejor que a Vos, Virgen bendita, que sólo respiráis dignidad y clemencia, que dueña de todos los bienes de Dios, sólo pensáis en difundirlos en torno vuestro? Sed pues mi amparo, mi esperanza en esta ocasión; y ya que devotamente pende de mi cuello la Medalla Milagrosa, prenda inestimable de vuestro amor, concededme, Madre Inmaculada, concededme la gracia que con tanta insistencia os pido.

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Para obtener la conversión de un pecador

¡Oh Virgen Inmaculada, verdadera escala por donde pueden los pecadores llegar al reino de Dios! Mostraos tal en la conversión de este infeliz que eficazmente encomendamos a vuestro patrocinio; iluminad su inteligencia con los rayos de luz divina que proyecta vuestra Medalla, para que conozca la vida peligrosa que arrastra, la inmensa desventura en que vive alejado de Dios y el terrible castigo que le espera; y, sobre todo, dejad sentir vuestra influencia sobre su corazón para que llore la ingratitud con que mira a Dios, su Padre amoroso, y a Vos, su tierna y cariñosa Madre. Tendedle vuestra mano ¡oh Virgen Purísima! arrancadle del cautiverio del pecado, sacadle de las tinieblas en que yace y conducidle al reino de la luz, de la paz y de la divina gracia.

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Para obtener la curación de un enfermo

¡Oh María, sin pecado concebida, cuya inmensa bondad y tierna misericordia no excluye el alivio de este amargo fruto de la culpa que se llama enfermedad de la cual es con frecuencia víctima nuestro miserable cuerpo! ¡Oh Madre piadosa, a quien la Iglesia llama confiada ¡Salud de los enfermos! Aquí me tenéis implorando vuestro favor. Lo que tantos afligidos obtenían por la palabra de vuestro Hijo Jesús, obténgalo este querido enfermo, que os recomiendo, mediante la aplicación de vuestra Medalla. Que su eficacia, tantas veces probada y reconocida en todo el mundo, se manifieste una vez más: para que cuantos seamos testigos de este nuevo favor vuestro, podamos exclamar agradecidos: La Medalla Milagrosa le ha curado.

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Para dar gracias por un favor recibido

¡Oh dulce y gloriosísima Virgen María! He dirigido mis humildes súplicas a vuestro trono, y he conocido por experiencia que nunca se os invoca en vano; que vuestros ojos miran complacidos a quien en vuestra presencia se postra; que vuestros oídos están atentos a nuestras plegarias; que vuestras manos vierten bendiciones a torrentes sobre el mundo entero, y en particular sobre los que llevan con confianza la Medalla Milagrosa. ¿Cómo pagaros, Madre Inmaculada, tanto favor? De ningún modo mejor que proclamando vuestra bondad y difundiendo por todas partes vuestra bendita Medalla, como me propongo hacerlo desde este día en testimonio de mi agradecimiento y de mi amor. Dadme gracia, Madre mía, para llevarlo a cabo.

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Oración de san Juan Pablo II

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Amén.

Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos. Ésta es la oración que tú inspiraste, oh María, a santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero. ¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en ti! ¡La maravilla de tu maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la cruz de nuestro Salvador!

Tu corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevemos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.

Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.

Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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Triduo de la Medalla Milagrosa

Hecha la señal de la Cruz y recitado el Señor mío Jesucristo, se rezará lo siguiente:

Oración para todos los días

Oh María, sin pecado concebida, vedme postrado a vuestras plantas, lleno de confianza. Ese vuestro rostro purísimo, esa amable sonrisa de vuestros labios, esas manos cargadas de celestiales bendiciones, esa actitud amorosa que habéis adoptado para recibir a los que vienen a Vos, esos ojos fijos en la tierra para observar nuestras necesidades y venir en nuestro auxilio, todo, todo me inspira amor, confianza y completa seguridad. Y como si esto fuera poco para alejar de nosotros toda duda habéis empeñado solemnemente vuestra palabra en favor de los que lleven la Santa Medalla, diciendo a vuestra sierva, Sor Catalina Labouré: «Cuantos llevaren esta Medalla, alcanzarán especial protección de la Madre de Dios.»

Madre mía amantísima: Vos sabéis que la llevo sobre mi pecho, que la beso con amor y que os invoco con frecuencia. Realizad, pues, en mí vuestras promesas; venid en mi auxilio, cubridme con vuestra protección, para que Jesús se apiade de mi pobre alma y merezca conseguir por vuestro medio la gracia, que pretendo con este triduo a vuestra Santa Medalla.

Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a Vos.

Rezar las oraciones del día que corresponda:

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Día primero

Nombre de María

Rezar la oración preparatoria de todos los días.

Entre los recuerdos que la Santísima Virgen ha querido dejarnos en la Medalla Milagrosa, uno de los más singulares es el de su dulcísimo nombre, consignado en la jaculatoria que rodea su sagrada imagen.

Nombre excelso, nombre grande, nombre ilustre y singular, que encierra en sí todas las virtudes con que Dios adornó a María, nombre que calma las aspiraciones de toda la tierra, nombre que anuncia la felicidad a los mortales, nombre que pronuncian con entusiasmo los Angeles, que regocija a la corte celestial; nombre de quien podemos decir con San Bernardo que no es un nombre vacío de significación, como el de los héroes del mundo, sino que encierra en sí la más positiva grandeza. Nombre dulcísimo, que suaviza los males del hombre y es el apoyo más sólido de sus esperanzas, la prenda mas segura de su porvenir.

¡Oh María! Cuál seréis Vos misma, si solo vuestro nombre es tan amable y tan gracioso? ¡Oh Santísima Virgen María!, exclama San Bernardo, vuestro nombre es tan dulce y amable, que no puede pronunciarse sin que deje inflamado de amor y favorecido al que lo nombra. Nombre augusto de María, tu serás para mi alma la escala bendita que la conducirá al reino de los Cielos.

Aquí expondrá cada uno a la Virgen la gracia que desee conseguir en este Triduo, rezando después tres Avemarías precedidas de la jaculatoria: ¡Oh María, sin pecado concebida; rogad por nosotros que recurrimos a Vos!

Oración de San Atanasio

Acoge, oh Santísima Virgen, nuestras súplicas y acuérdate de nosotros. Dispénsanos los dones de tus riquezas. El Arcángel te saluda llena de gracia. Todas las naciones te llaman bienaventurada, todas las jerarquías del Cielo te bendicen, y nosotros, que pertenecemos a la jerarquía terrestre, decimos también: Dios te salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo, ruega por nosotros, oh Madre de Dios, nuestra Señora y nuestra Reina. Amén.

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Día segundo

Concepción de María

Rezar la oración preparatoria de todos los días.

Después del nombre de María, aparece en la Medalla Milagrosa el misterio de su purísima Concepción, el más glorioso privilegio de cuantos le concedió la Augustísima Trinidad.

Esta Medalla nos recuerda constantemente sus triunfos sobre la infernal serpiente, hollando con el mayor denuedo la orgullosa cabeza de Lucifer y rompiendo las duras cadenas con que estaban aprisionados los hijos de Adán.

Por lo mismo, la Medalla Milagrosa, al confesar el misterio de la Concepción Inmaculada de María, nos predica que la Santísima Virgen es la corredentora del universo, la tesorera de los dones del Altísimo, la fiadora entre Dios y los hombres, la que realizó del modo más singular la paz y reconciliación del género humano.

Ya no podemos extrañar que la Santísima Virgen al ser invocada con una oración que tan alto predica sus grandezas, haya querido vincular en ella toda suerte de favores. Recordemos, una vez mas, sus palabras: «Cuantos piadosamente llevaren esta Medalla y devotamente rezaren esta oración: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!, alcanzarán particular protección de la Madre de Dios. Repitamos, pues, sin cesar, esa hermosa jaculatoria. Sea ella el suave y delicioso alimento de nuestras almas. Resuene en todos nuestros peligros, en nuestras angustias, en nuestras alegrías, y sobre todo en la hora de nuestra muerte: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos!. Así sea.

Petición, como el día primero

Oración de San Andrés

¡Oh María!, si pongo mi confianza en Ti, seré salvo; si me hallare bajo tu protección, nada he de temer, porque ser tu devoto es tener armas seguras de salvación, que Dios concede a los que quiere salvar.

¡Oh Madre de misericordia!, intercede por nosotros y en la hora de nuestra muerte recíbenos en tus brazos y presenta nuestras almas a tu divino hijo, Jesús, y esto será bastante para que El nos mire con amor y nos reciba en su reino. Amén.

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Día tercero

Protección de María

Rezar la oración preparatoria de todos los días.

La Medalla Milagrosa, al confesar el misterio de la Concepción Inmaculada de María, garantiza a la vez el auxilio divino a cuantos la llevan puesta. La Santísima Virgen, dice San Bernardino, es muy cortés y agradecida, tanto que no le permite su corazón que el hombre la salude sin devolver el saludo de una manera inefable.

Esta súplica: «Rogad por nosotros, que recurrimos a Vos» ha venido a ser fuente sagrada de vida, de gracia y de santidad; remedio de todas las enfermedades, consuelo de los afligidos y dulce esperanza de los pecadores.

Acudamos, pues, a María, en todas nuestras necesidades de alma y de cuerpo. Invoquémosla y digamos con frecuencia: «¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos!», y esta oración tan grata a la madre de Dios, será suficiente para aliviarnos y socorrernos. Si la enfermedad viene a visitarnos, ella nos curará, si la salud nos conviene, y de no convenimos nos concederá la gracia de soportar el dolor con cristiana resignación. Si el desaliento quiere apoderarse de nosotros y la tristeza sumergirnos en un mar de desolación, repitamos la jaculatoria de la Medalla, y la Virgen nos consolará, porque es Madre de los afligidos, alivio de nuestros males y eficaz remedio para todos los sufrimientos del humano corazón. Con el apoyo de María viviremos confiados lejos de la culpa y nuestra muerte será preciosa a los ojos del Señor. Así sea.

Petición, como el día primero.

Oración de San Germán

¡Oh mi única señora y único consuelo de mi corazón! Ya que eres el celestial rocío que refrigera mis penas; Tú que eres la luz de mi alma cuando se halla rodeada de tinieblas; Tú que eres mi fortaleza en las debilidades, mi tesoro en la pobreza y la esperanza de mi salud, oye mis humildes ruegos y compadécete de mí, como corresponde a la Madre de un Dios, que ama tanto a los hombres. Concédeme la gracia de gozar contigo en el Cielo, de vivir contigo en el Paraíso. Yo sé que siendo Tú la Madre de Dios, si quieres, puedes alcanzarme esta gracia; así lo espero de tu misericordia. Amén.

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Novena breve de la Medalla Milagrosa

Oración preparatoria

Virgen y Madre Inmaculada, mira con ojos misericordiosos al hijo que viene a Ti, lleno de confianza y amor, a implorar tu maternal protección, y a darte gracias por el gran don celestial de tu bendita Medalla Milagrosa.

Creo y espero en tu Medalla, Madre mía del Cielo, y la amo con todo mi corazón, y tengo la plena seguridad de que no me veré desatendido. Amén.

Leer la reflexión del día correspondiente.

Oraciones finales

Después de unos momentos de pausa para meditar el punto leído y pedir la gracia o gracias que se deseen alcanzar en esta Novena, se terminará rezando:

Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.

Rezar tres avemarías con la jaculatoria: OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS.

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Día primero

Comenzar con la oración preparatoria.

En una medianoche iluminada con luz celeste como de Nochebuena -la del 18 de julio de 1830- aparecióse por primera vez la Virgen Santísima a Santa Catalina Labouré, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.

Y le habló a la santa de las desgracias y calamidades del mundo con tanta pena y compasión que se le anudaba la voz en la garganta y le saltaban las lágrimas de los ojos.

¡Cómo nos ama nuestra Madre del Cielo! ¡Cómo siente las penas de cada uno de sus hijos! Que tú recuerdo y tu medalla, Virgen Milagrosa, sean alivio y consuelo de todos los que sufren y lloran en desamparo.

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Día segundo

Comenzar con la oración preparatoria.

En su primera aparición, la Virgen Milagrosa enseñó a Santa Catalina la manera como había de portarse en las penas y tribulaciones que se avecinaban.

«Venid al pie de este altar -decíale la celestial Señora-, aquí se distribuirán las gracias sobre cuantas personas las pidan con confianza y fervor, sobre grandes y pequeños.»

Que la Virgen de la santa medalla y Jesús del sagrario sean siempre luz, fortaleza y guía de nuestra vida.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día tercero

Comenzar con la oración preparatoria.

En sus confidencias díjole la Virgen Milagrosa a Sor Catalina: «Acontecerán no pequeñas calamidades. El peligro será grande. Llegará un momento en que todo se creerá perdido. Entonces yo estaré con vosotros: tened confianza…»

Refugiémonos en esta confianza, fuertemente apoyada en las seguridades que de su presencia y de su protección nos da la Virgen Milagrosa. Y en las horas malas y en los trances difíciles no cesemos de invocarla: «Auxilio de los cristianos, rogad por nosotros».

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día cuarto

Comenzar con la oración preparatoria.

En la tarde del 27 de noviembre de 1830, baja otra vez del Cielo la Santísima Virgen para manifestarse a Santa Catalina Labouré.

De pie entre resplandores de gloria, tiene en sus manos una pequeña esfera y aparece en actitud extática, como de profunda oración. Después, sin dejar de apretar la esfera contra su pecho, mira a Sor Catalina para decirle: «Esta esfera representa al mundo entero.., y a cada persona en particular».

Como el hijo pequeño en brazos de su madre, así estamos nosotros en el regazo de María, muy junto a su Corazón Inmaculada. ¿Podría encontrarse un sitio más seguro?

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día quinto

Comenzar con la oración preparatoria.

De las manos de María Milagrosa, como de una fuente luminosa, brotaban en cascada los rayos de luz. Y la Virgen explicó: «Es el símbolo de las gracias que Yo derramo sobre cuantas personas me las piden», haciéndome comprender -añade Santa Catalina- lo mucho que le agradan las súplicas que se le hacen, y la liberalidad con que las atiende.

La Virgen Milagrosa es la Madre de la divina gracia que quiere confirmar y afianzar nuestra fe en su omnipotente y universal mediación. ¿Por qué, pues, no acudir a Ella en todas nuestras necesidades?.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día sexto

Comenzar con la oración preparatoria.

Como marco «¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!».

Y enseguida oyó una voz que recomendaba llevar la medalla y repetir a menudo aquella oración-jaculatoria, y prometía gracias especiales a los que así lo hiciesen.

¿Dejaremos nosotros de hacerlo?. Sería imperdonable dejar de utilizar un medio tan fácil de aseguramos en todo momento el favor de la Santísima Virgen.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día séptimo

Comenzar con la oración preparatoria.

Nuestra Señora ordenó a Sor Catalina que fuera acuñada una medalla según el modelo que Ella misma le había diseñado.

Después le dijo: «Cuantas personas la lleven, recibirán grandes gracias que serán más abundantes de llevarla al cuello y con confianza».

Esta es la Gran Promesa de la Medalla Milagrosa. Agradezcámosle tanta bondad, y escudemos siempre nuestro pecho con la medalla que es prenda segura de la protección de María.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día octavo

Comenzar con la oración preparatoria.

Fueron tantos y tan portentosos los milagros obrados por doquier por la nueva medalla (conversiones de pecadores obstinados, curación de enfermos desahuciados, hechos maravillosos de todas clases) que la voz popular empezó a denominarla con el sobrenombre de la medalla de los milagros, la medalla milagrosa; y con este apellido glorioso se ha propagado rápidamente por todo el mundo.

Deseosos de contribuir también nosotros a la mayor gloria de Dios y honor de su Madre Santísima, seamos desde este día apóstoles de su milagrosa medalla.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

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Día noveno

Comenzar con la oración preparatoria.

Las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa constituyen indudablemente una de las pruebas más exquisitas de su amor maternal y misericordioso.

Amemos a quien tanto nos amó y nos ama. «Si amo a María -decía San Juan Bérchmans- tengo asegurada mi eterna salvación».

Como su feliz vidente y confidente, Santa Catalina Labouré, pidámosle cada día a Nuestra Señora, la gracia de su amor y de su devoción.

Meditar y terminar con las oraciones finales.

Estas y la Novena larga en devocionario.com.

Coronas de Adviento para colorear

Coronas de Adviento para colorear

Con motivo del comienzo del tiempo de Adviento os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando la Corona de Adviento.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.

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Coronas de Adviento para colorear

Corona de Adviento – Lámina 1

Corona de Adviento – Lámina 2

Corona de Adviento - Lámina 1

Corona de Adviento - Lámina 2

Corona de Adviento – Lámina 3

Corona de Adviento – Lámina 4

Corona de Adviento - Lámina 3

Corona de Adviento - Lámina 4

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