Encuentro 1. El Señor es mi luz y mi salvación

Encuentro 1. El Señor es mi luz y mi salvación

Objetivos

Reconocer la Persona de Jesús como luz para nuestra vida.

Crecer en la experinecia orante pidiéndole a Dios que avive en cada uno la llama de la fe.

Reconocer que en el bautismo somos hechos hijos de Dios y miembros de la Iglesia

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Encuentro 1. El Señor es mi luz y mi salvación

 

Himno oficial de la JMJ 2013 en Río de Janeiro.

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[ DIOS NOS HABLA ]

My Last Day, «Mi último día», es un corto animado del 2011, basado en las peliculas La vida pública de Jesús de 1979 y La pasión de Cristo de 2004.

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[ EXPLICACIÓN DE LA FE ]

Vídeo «El Bautismo» de la serie Iglesia y Sacramentos de Editorial Casals.

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[ TESTIGO DE FE Y MISERICORDIA ]

Vida de santo Domingo Savio: articulo de EWTN

Vida de santo Domingo SavioDomingo significa: El que está consagrado al Señor.

Entre los miles de alumnos que tuvo el gran educador san Juan Bosco, el más famoso fue Santo Domingo Savio, joven estudiante que murió cuando apenas le faltaban tres semanas para cumplir sus 15 años.

Domingo Savio nació en Riva de Chieri (Italia) el 2 de abril de 1842. Era el mayor entre cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía familiar haciendo costuras para sus vecinas.

Desde muy pequeñín le agradaba mucho ayudar en la Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy de mañana y se encontraba cerrada la puerta, se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía, mientras llegaba el sacristán a abrir.

El día anterior a su primera confesión le pidió perdón a su mamá por todos los disgustos que le había proporcionado con sus defectos infantiles. El día de su primera comunión redactó el famoso propósito que dice: «Prefiero morir antes que pecar».

A los 12 años se encontró por primera vez con Don Bosco y le pidió que lo admitiera gratuitamente en el colegio que el futuro santo tenía para niños pobres. Don Bosco, para probar si de verdad tenía buena memoria le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo. Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. Y fue aceptado. Al recibir tan bella noticia le dijo a su gran educador: «Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje de santidad para obsequiárselo a Nuestro Señor». Esto se cumplió admirablemente.

Un día le dijo a su santo confesor que cuando iba a bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba malas conversaciones. El sacerdote le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció aunque esto le costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no había baño de ducha. Y Don Bosco añade al narrar este hecho: «Si este jovencito hubiera seguido yendo a aquel sitio no habría llegado a ser santo». Pero la obediencia lo salvó.

Cierto día dos compañeros se desafiaron a pelear a pedradas; Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le fue posible. Entonces cuando los dos compañeros estaban listos para lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo: «Antes de empezar, mirad a Cristo y decid: «Jesucristo, que era inocente, murió perdonando a sus verdugos; yo soy un pecador y voy a ofender a Cristo tratando de vengarme deliberadamente». Después podéis empezar arrojando vuestra primera piedra contra mí». Los dos enemigos se dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la tal pelea. Por muchos años recordaban con admiración este modo de obrar de su amiguito santo.

Domingo Savio iba cada día a visitar al Santísimo Sacramento en el templo, y en la santa Misa después de comulgar se quedaba como en éxtasis hablando con Nuestro Señor. Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas. Tanto le emocionaba la visita a Nuestro Señor Jesucristo en el Sagrario.

Domingo Savio ganó el Premio de Compañerismo durante tres años seguidos por votación popular entre los 800 alumnos del colegio. Los compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial con todos. El repetía: «Nosotros demostramos la santidad estando siempre alegres».

Con los mejores alumnos del colegio fundó una asociación llamada «Compañía de la Inmaculada» para animarse unos a otros a cumplir mejor sus deberes y a dedicarse con más fervor al apostolado. Y es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo Savio.

En un sueño-visión supo que Inglaterra iba a dar pronto un gran paso hacia el catolicismo. Y esto sucedió varios años después al convertirse el futuro cardenal Newman y varios grandes hombres ingleses al catolicismo. Otro día supo por inspiración que debajo de una escalera en una casa lejana se estaba muriendo una persona y que necesitaba los últimos sacramentos. El sacerdote fue allá y le ayudó a bien morir.

Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: «Te podía pegar yo también porque tengo más fuerza que tú. Pero te perdono, con tal de que no vuelvas a decir lo que no conviene decir». El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.

Un día hubo un grave desorden en clase. Domingo no participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le echaron la culpa de todo. El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó. Domingo no dijo ni una verdad, el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él respondió: «Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además a los promotores del desorden sí los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya habían cometido faltas. En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían». Muchos años después el profesor y los alumnos recordaban todavía con admiración tanta fortaleza en un niño de salud tan débil.

La madre de Don Bosco, mamá Margarita, le decía un día a su hijo: «Entre tus alumnos tienes muchos que son maravillosamente buenos. Pero ninguno iguala en virtud y en santidad a Domingo Savio. Nadie tan alegre y tan piadoso como él, y ninguno tan dispuesto siempre a ayudar a todos y en todo».

Don Bosco era el santo de la alegría. Nadie lo veía triste jamás, aunque su salud era muy deficiente y sus problemas enormes. Pero un día los alumnos lo vieron extraordinariamente serio. ¿Qué pasaba? Era que se alejaba de su colegio el más amado y santo de todos sus alumnos: Domingo Savio. Los médicos habían dicho que estaba tosiendo demasiado y que se encontraba demasiado débil para seguir estudiando, y que tenía que irse por unas semanas a descansar en su pueblo.

Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que habría de morir primero. Domingo les dijo a los compañeros: «el Padrenuestro de este mes será por mí». Nadie se imaginaba que iba a ser así, y así fue. Cuando Dominguito se despidió de su santo educador que en sólo tres años de bachillerato lo había llevado a tan grande santidad, los alumnos que lo rodeaban comentaban: «Miren, parece que Don Bosco va a llorar». Casi que se podía repetir aquel día lo que la gente decía de Jesús y un amigo suyo: «¡Mirad, cómo lo amaba!».

Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Los médicos y especialistas que Don Bosco contrató para que lo examinaran comentaban: «El alma de este muchacho tiene unos deseos tan grandes de irse con Dios, que su débil cuerpo ya no es capaz de contenerla más. Este jovencito muere de amor, de amor a Dios». Y así fue.

El 9 de marzo de 1857, poco antes de los 15 años, Domingo Savio, después de confesarse y comulgar y recibir la Unción de los enfermos, sintió que se iba hacia la eternidad. Llamó a su padre para que le rezara oraciones del devocionario junto a su cama (la madre no se sintió con fuerzas de acompañarlo en su agonía y su fue a llorar a una habitación cercana). Y a eso de las 9 de la noche exclamó: «Papá, papá, qué cosas tan hermosas veo»; y con una sonrisa angelical expiró dulcemente.

A los ocho días su padre sintió en sueños que Domingo se le aparecía para decirle muy contento que se había salvado. Y unos años después se le apareció a Don Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que están en el cielo. Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: «Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor. Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso».

Hagamos el propósito de conseguir la hermosa biografía de Santo Domingo, escrita por san Juan Bosco. Y hagámosla leer en nuestra familia a jóvenes y mayores. A todos puede hacer un gran bien esta lectura.

Domingo: ¡Quiero ser como tú!.

Vida de santo Domingo Savio: artículo original en el portal web de EWTN

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[ CELEBRAMOS ]

Canción «Pescador de hombres» de Cesáreo Gabaraín.

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[ EN FAMILIA ]

Película «Nuestra Señor de Fátima» (min 00.12-00.22)

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Encuentro 1. El Señor es mi luz y mi salvación

«Aprendo a ser testigo del Señor»: presentación e índice general de recursos

Los cuadernos Aprendo a ser testigo del Señor son unos guiones prácticos para trabajar en catequesis los diversos apartados del catecismo Testigos del Señor. La presente Guía ayudará a usar adecuadamente esos cuadernos.

La presente Guía tiene como finalidad ayudar a los catequistas a conducir cada encuentro de catequesis y a utilizar bien los numerosos recursos didácticos que le ofrecen los cuadernos, dando un tono atractivo y dinámico a los encuentros de catequesis. También puede ser una ayuda para los padres de familia, pues cada tema del cuaderno tiene una página dedicada a la catequesis en familia.

La página web complementaria de los cuadernos ofrecerá al catequista números recursos que le ayudarán a hacer más entretenidos los encuentros de catequesis. En ella se ofrecen videos, canciones, juegos, celebraciones de la Palabra, vidas de santos, etc., que el catequista utilizará según estime más conveniente.

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Cuaderno 1

    Guía para el catequista 

    JESUCRISTO ES LA LUZ

    Encuentro 1. El Señor es mi luz y mi salvación 

    Encuentro 2. Enséñame, Señor, tu camino

    Encuentro 3. Este es el día que hizo el Señor

    Encuentro 4. Venid, aclamemos al Señor

    JESUCRISTO ES LA PALABRA

    Encuentro 5. El don de la fe

    Encuentro 6. Una gran historia de amor

    Encuentro 7. Dios, fuente de vida, crea el mundo    

    Encuentro 8. Dios crea al hombre y a la mujer

    Encuentro 9.  Dios nos ama a pesar del pecado

    Encuentro 10. Dios elige a Abrahán

    Encuentro 11. Dios llama a Moisés

    Encuentro 12. Dios hace una alianza

    Encuentro 13. Dios elige a David

    Encuentro 14. Dios invita a la conversión

    Encuentro 15. Dios consuela a su pueblo

    Encuentro 16. Dios educa a su pueblo

    Encuentro 17. Juan el Bautista

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Cuaderno 2

    Guía para el catequista 

    JESUCRISTO ES LA VERDAD

   Encuentro 18. El Hijo de Dios se hizo hombre 

    Encuentro 19. Jesús nació de santa María Virgen

    Encuentro 20. Jesús es el Hijo unigénito de Dios

    Encuentro 21. Jesús es el Mesías, el Cristo

    Encuentro 22. Jesús es el Señor: Pasión y muerte

    Encuentro 22 b. Jesús es el Señor: La Resurrección

    JESUCRISTO ES LA VIDA

    Encuentro 23. Jesús promete y envía el Espíritu Santo

    Encuentro 24. El Espíritu Santo da vida a la Iglesia    

    Encuentro 25. Sois Pueblo de Dios

    Encuentro 26. Pedro, apóstol de Jesucristo

    Encuentro 27. Llamados a la conversión

    Encuentro 28. Bautizados en el nombre de Cristo.
El sacramento del bautismo

    Encuentro 29. Fortalecidos por el don del Espíritu Santo.
El sacramento de la confirmación

    Encuentro 30. Fuente y culmen de la vida cristiana.
El sacramento de la eucaristía

    Encuentro 31. En nombre de Jesucristo, levántate y anda.
El sacramento de la penitencia

    Encuentro 32. Acudían enfermos y todos eran curados.
El sacramento de la unción de enfermos

    Encuentro 33. Se fió de mí y me confió este ministerio.
El sacramento del orden

    Encuentro 34. Ya no son dos, sino una sola carne.
El sacramento del matrimonio

    Encuentro 35. Esperamos unos cielos nuevos
y una tierra nueva

    Encuentro 36. Esta es nuestra fe, esta es la fe
de la Iglesia

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Cuaderno 3

Guía para el catequista

JESUCRISTO ES EL CAMINO

Encuentro 37. Pablo, escogido para anunciar el Evangelio de Dios

Encuentro 38. Tened los sentimientos de Cristo Jesús

Encuentro 39. Estáis salvados por pura gracia

Encuentro 40. Ya no eres esclavo, sino hijo

Encuentro 41. Obedeced a vuestros padres en el Señor

Encuentro 42. Dios da la vida

Encuentro 43. Vivid en el amor

Encuentro 44. No pongáis la confianza en las riquezas

Encuentro 45. Goza con la verdad

Encuentro 46. ¿Cómo piensa un cristiano?

Encuentro 47. ¿Cómo vive un cristiano?

Encuentro 48. ¿Cómo actúa un cristiano?

Encuentro 49. ¿Cómo reza un cristiano?

Encuentro 50. Sed siempre testigos del Señor

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Santo Domingo de Guzmán: vida de oración

Santo Domingo de Guzmán: vida de oración

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia celebra hoy la memoria de santo Domingo de Guzmán, sacerdote y fundador de la Orden de Predicadores, llamados dominicos. En una catequesis anterior ya ilustré esta insigne figura y la contribución fundamental que aportó a la renovación de la Iglesia de su tiempo. Hoy, quiero poner de relieve un aspecto esencial de su espiritualidad: su vida de oración. Santo Domingo fue un hombre de oración. Enamorado de Dios, no tuvo otra aspiración que la salvación de las almas, especialmente de las que habían caído en las redes de las herejías de su tiempo; imitador de Cristo, encarnó radicalmente los tres consejos evangélicos uniendo a la proclamación de la Palabra el testimonio de una vida pobre; bajo la guía del Espíritu Santo progresó en el camino de la perfección cristiana. En todo momento la oración fue la fuerza que renovó e hizo cada vez más fecundas sus obras apostólicas.

El beato Jordán de Sajonia, fallecido en 1237, su sucesor en el gobierno de la Orden, escribió: «Durante el día nadie se mostraba más sociable que él… Viceversa, de noche, nadie era más asiduo que él en velar en oración. El día lo dedicaba al prójimo, pero la noche la entregaba a Dios» (P. Filippini, Santo Domingo visto por sus contemporáneos, Bolonia 1982, p. 133). En santo Domingo podemos ver un ejemplo de integración armoniosa entre contemplación de los misterios divinos y actividad apostólica. Según los testimonios de las personas más cercanas a él, «hablaba siempre con Dios o de Dios». Esta observación indica su comunión profunda con el Señor y, al mismo tiempo, el compromiso constante de llevar a los demás a esta comunión con Dios. No dejó escritos sobre la oración, pero la tradición dominicana recogió y transmitió su experiencia viva en una obra titulada: Los nueve modos de orar de santo Domingo. Este libro, compuesto entre 1260 y 1288 por un fraile dominico, nos ayuda a comprender algo de la vida interior del Santo y nos ayuda también a nosotros, con todas las diferencias, a aprender algo sobre cómo rezar.

Son, por tanto, nueve los modos de orar según santo Domingo, y cada uno de estos, que realizaba siempre ante Jesús crucificado, expresa una actitud corporal y una espiritual que, íntimamente compenetradas, favorecen el recogimiento y el fervor. Los primeros siete modos siguen una línea ascendente, como pasos de un camino, hacia la comunión con Dios, con la Trinidad: santo Domingo reza de pie inclinado para expresar humildad, postrado en tierra para pedir perdón por los propios pecados, de rodillas haciendo penitencia para participar en los sufrimientos del Señor, con los brazos abiertos mirando fijamente al Crucificado para contemplar al Sumo Amor, con la mirada hacia el cielo sintiéndose atraído al mundo de Dios. Por lo tanto, son tres modos: de pie, de rodillas y postrado en tierra; pero siempre con la mirada dirigida al Señor crucificado. Los dos últimos modos, sobre los que quiero reflexionar brevemente, corresponden, en cambio, a dos prácticas de piedad vividas habitualmente por el Santo. Ante todo, la meditación personal, donde la oración adquiere una dimensión aún más íntima, fervorosa y tranquilizadora. Al final del rezo de la Liturgia de las Horas, y después de la celebración de la misa, santo Domingo prolongaba el coloquio con Dios, sin ponerse límites de tiempo. Sentado tranquilamente, se recogía en sí mismo en actitud de escucha, leyendo un libro o fijando la mirada en el Crucificado. Vivía tan intensamente estos momentos de relación con Dios que también exteriormente se podían percibir sus reacciones de alegría o de llanto. Por tanto, asimiló en sí, meditando, las realidades de la fe. Los testigos cuentan que, a veces, entraba en una especie de éxtasis con el rostro transfigurado, pero inmediatamente después retomaba humildemente sus actividades cotidianas con la nueva fuerza que viene de lo Alto. Luego, la oración durante los viajes entre un convento y otro; recitaba con los compañeros las Laudes, la Hora media y las Vísperas y, atravesando los valles o las colinas, contemplaba la belleza de la creación. Entonces brotaba de su corazón un canto de alabanza y de acción de gracias a Dios por tantos dones, sobre todo por la maravilla más grande: la redención realizada por Cristo.

Queridos amigos, santo Domingo nos recuerda que en el origen del testimonio de la fe, que todo cristiano debe dar en la familia, en el trabajo, en el compromiso social y también en los momentos de distensión, está la oración, el contacto personal con Dios. Sólo esta relación real con Dios nos da la fuerza para vivir intensamente cada acontecimiento, especialmente los momentos de mayor sufrimiento. Este santo nos recuerda también la importancia de las posturas exteriores en nuestra oración. Arrodillarse, estar de pie ante el Señor, fijar la mirada en el Crucificado, detenerse y recogerse en silencio, no son secundarios, sino que nos ayudan a ponernos interiormente, con toda la persona, en relación con Dios. Quiero llamar una vez más la atención sobre la necesidad para nuestra vida espiritual de encontrar diariamente momentos para rezar con tranquilidad; debemos tomarnos este tiempo especialmente en las vacaciones, dedicar un poco de tiempo a hablar con Dios. Será un modo también para ayudar a quien está cerca de nosotros a entrar en el rayo luminoso de la presencia de Dios, que trae la paz y el amor.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 8 de agosto de 2012


Catequesis sobre santo Domingo de Guzmán

Catequesis sobre santo Domingo de Guzmán

Queridos hermanos y hermanas:

La semana pasada presenté la luminosa figura desan Francisco de Asís. Hoy quiero hablaros de otro santo que, en la misma época, dio una contribución fundamental a la renovación de la Iglesia de su tiempo. Se trata de santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores, conocidos también como Frailes Dominicos.

Su sucesor al frente de la Orden, el beato Jordán de Sajonia, ofrece un retrato completo de santo Domingo en el texto de una famosa oración: «Inflamado del celo de Dios y de ardor sobrenatural, por tu caridad sin límites y el fervor del espíritu vehemente te consagraste totalmente, con el voto de pobreza perpetua, a la observancia apostólica y a la predicación evangélica». Se subraya precisamente este rasgo fundamental del testimonio de Domingo: hablaba siempreconDios ydeDios. En la vida de los santos van siempre juntos el amor al Señor y al prójimo, la búsqueda de la gloria de Dios y de la salvación de las almas.

Domingo nació en España, en Caleruega, en torno al año 1170. Pertenecía a una noble familia de Castilla la Vieja y, con el apoyo de un tío sacerdote, se formó en una célebre escuela de Palencia. Se distinguió en seguida por el interés en el estudio de la Sagrada Escritura y por el amor a los pobres, hasta el punto de vender los libros, que en su tiempo constituían un bien de gran valor, para socorrer, con lo obtenido, a las víctimas de una carestía.

Ordenado sacerdote, fue elegido canónigo del cabildo de la catedral en su diócesis de origen, Osma. Aunque este nombramiento podía representar para él cierto motivo de prestigio en la Iglesia y en la sociedad, no lo interpretó como un privilegio personal, ni como el inicio de una brillante carrera eclesiástica, sino como un servicio que debía prestar con entrega y humildad. ¿Acaso no existe la tentación de hacer carrera y tener poder, una tentación de la que no están inmunes ni siquiera aquellos que tienen un papel de animación y de gobierno en la Iglesia? Lo recordé hace algunos meses, durante la consagración de cincos obispos: «No buscamos poder, prestigio, estima para nosotros mismos. (…) Sabemos cómo las cosas en la sociedad civil, y no raramente también en la Iglesia, sufren por el hecho de que muchos de aquellos a quienes les ha sido conferida una responsabilidad trabajan para sí mismos y no para la comunidad» (Homilía en la misa de ordenación episcopal de cinco prelados, 12 de septiembre de 2009: L’Osservatore Romano,edición en lengua española, 18 de septiembre de 2009, p. 7).

El obispo de Osma, que se llamaba Diego, un pastor auténtico y celoso, notó muy pronto las cualidades espirituales de Domingo, y quiso contar con su colaboración. Juntos se dirigieron al norte de Europa, para realizar misiones diplomáticas que les había encomendado el rey de Castilla. Durante el viaje, Domingo se dio cuenta de dos enormes desafíos que debía afrontar la Iglesia de su tiempo: la existencia de pueblos aún sin evangelizar, en los confines septentrionales del continente europeo, y la laceración religiosa que debilitaba la vida cristiana en el sur de Francia, donde la acción de algunos grupos herejes creaba desorden y alejamiento de la verdad de la fe. Así, la acción misionera hacia quienes no conocen la luz del Evangelio, y la obra de nueva evangelización de las comunidades cristianas se convirtieron en las metas apostólicas que Domingo se propuso conseguir. Fue el Papa, al que el obispo Diego y Domingo se dirigieron para pedir consejo, quien pidió a este último que se dedicara a la predicación a los albigenses, un grupo hereje que sostenía una concepción dualista de la realidad, es decir, con dos principios creadores igualmente poderosos, el Bien y el Mal. Este grupo, en consecuencia, despreciaba la materia como procedente del principio del mal, rechazando también el matrimonio, hasta negar la encarnación de Cristo, los sacramentos en los que el Señor nos «toca» a través de la materia, y la resurrección de los cuerpos. Los albigenses estimaban la vida pobre y austera —en este sentido eran incluso ejemplares— y criticaban la riqueza del clero de aquel tiempo. Domingo aceptó con entusiasmo esta misión, que llevó a cabo precisamente con el ejemplo de su vida pobre y austera, con la predicación del Evangelio y con debates públicos. A esta misión de predicar la Buena Nueva dedicó el resto de su vida. Sus hijos realizarían también los demás sueños de santo Domingo: la misiónad gentes,es decir, a aquellos que aún no conocían a Jesús, y la misión a quienes vivían en las ciudades, sobre todo las universitarias, donde las nuevas tendencias intelectuales eran un desafío para la fe de los cultos.

Este gran santo nos recuerda que en el corazón de la Iglesia debe arder siempre un fuego misionero, que impulsa incesantemente a llevar el primer anuncio del Evangelio y, donde sea necesario, a una nueva evangelización: de hecho, Cristo es el bien más precioso que los hombres y las mujeres de todo tiempo y de todo lugar tienen derecho a conocer y amar. Y es consolador ver cómo también en la Iglesia de hoy son tantos —pastores y fieles laicos, miembros de antiguas Órdenes religiosas y de nuevos movimientos eclesiales— los que con alegría entregan su vida por este ideal supremo: anunciar y dar testimonio del Evangelio.

A Domingo de Guzmán se asociaron después otros hombres, atraídos por la misma aspiración. De esta forma, progresivamente, desde la primera fundación en Tolosa, tuvo su origen la Orden de Predicadores. En efecto, Domingo, en plena obediencia a las directrices de los Papas de su tiempo, Inocencio III y Honorio III, adoptó la antigua Regla de san Agustín, adaptándola a las exigencias de la vida apostólica, que lo llevaban a él y a sus compañeros a predicar trasladándose de un lugar a otro, pero volviendo después a sus propios conventos, lugares de estudio, oración y vida comunitaria. De modo especial, Domingo quiso dar relevancia a dos valores que consideraba indispensables para el éxito de la misión evangelizadora: la vida comunitaria en la pobreza y el estudio.

Ante todo, Domingo y los Frailes Predicadores se presentaban como mendicantes, es decir, sin grandes propiedades de terrenos que administrar. Este elemento los hacía más disponibles al estudio y a la predicación itinerante y constituía un testimonio concreto para la gente. El gobierno interno de los conventos y de las provincias dominicas se estructuró sobre el sistema de capítulos, que elegían a sus propios superiores, confirmados después por los superiores mayores; una organización, por tanto, que estimulaba la vida fraterna y la responsabilidad de todos los miembros de la comunidad, exigiendo fuertes convicciones personales. La elección de este sistema nació precisamente del hecho de que los dominicos, como predicadores de la verdad de Dios, debían ser coherentes con lo que anunciaban. La verdad estudiada y compartida en la caridad con los hermanos es el fundamento más profundo de la alegría. El beato Jordán de Sajonia dice de santo Domingo: «Acogía a cada hombre en el gran seno de la caridad y, como amaba a todos, todos lo amaban. Se había hecho una ley personal de alegrarse con las personas felices y de llorar con aquellos que lloraban» (Libellus de principiis Ordinis Praedicatorum autore Iordano de Saxonia,ed. H.C. Scheeben, [Monumenta Historica Sancti Patris Nostri Dominici,Romae, 1935]).

En segundo lugar, Domingo, con un gesto valiente, quiso que sus seguidores adquirieran una sólida formación teológica, y no dudó en enviarlos a las universidades de la época, aunque no pocos eclesiásticos miraban con desconfianza a esas instituciones culturales. Las Constituciones de la Orden de Predicadores dan mucha importancia al estudio como preparación al apostolado. Domingo quiso que sus frailes se dedicasen a él sin reservas, con diligencia y piedad; un estudio fundado en el alma de cada saber teológico, es decir, en la Sagrada Escritura, y respetuoso de las preguntas planteadas por la razón. El desarrollo de la cultura exige que quienes desempeñan el ministerio de la Palabra, en los distintos niveles, estén bien preparados. Exhorto, por tanto, a todos, pastores y laicos, a cultivar esta «dimensión cultural» de la fe, para que la belleza de la verdad cristiana pueda ser comprendida mejor y la fe pueda ser verdaderamente alimentada, fortalecida y también defendida. En este Año sacerdotal, invito a los seminaristas y a los sacerdotes a estimar el valor espiritual del estudio. La calidad del ministerio sacerdotal depende también de la generosidad con que se aplica al estudio de las verdades reveladas.

Domingo, que quiso fundar una Orden religiosa de predicadores-teólogos, nos recuerda que la teología tiene una dimensión espiritual y pastoral, que enriquece el alma y la vida. Los sacerdotes, los consagrados y también todos los fieles pueden encontrar una profunda «alegría interior» al contemplar la belleza de la verdad que viene de Dios, verdad siempre actual y siempre viva. El lema de los Frailes Predicadores —contemplata aliis tradere— nos ayuda a descubrir, además, un anhelo pastoral en el estudio contemplativo de esa verdad, por la exigencia de comunicar a los demás el fruto de la propia contemplación.

Cuando Domingo murió, en 1221, en Bolonia, la ciudad que lo declaró su patrono, su obra ya había tenido gran éxito. La Orden de Predicadores, con el apoyo de la Santa Sede, se había difundido en muchos países de Europa en beneficio de toda la Iglesia. Domingo fue canonizado en 1234, y él mismo, con su santidad, nos indica dos medios indispensables para que la acción apostólica sea eficaz. Ante todo, la devoción mariana, que cultivó con ternura y que dejó como herencia preciosa a sus hijos espirituales, los cuales en la historia de la Iglesia han tenido el gran mérito de difundir la oración del santo rosario, tan arraigada en el pueblo cristiano y tan rica en valores evangélicos, una verdadera escuela de fe y de piedad. En segundo lugar, Domingo, que se hizo cargo de algunos monasterios femeninos en Francia y en Roma, creyó hasta el fondo en el valor de la oración de intercesión por el éxito del trabajo apostólico. Sólo en el cielo comprenderemos hasta qué punto la oración de las monjas de clausura acompaña eficazmente la acción apostólica. A cada una de ellas dirijo mi pensamiento agradecido y afectuoso.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 3 de febrero de 2010

El corazón más hermoso

El corazón más hermoso

Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños.

Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.

De pronto un anciano se acercó y dijo:

—¿Por qué dices eso, si tu corazón no es ni por asomo tan hermoso como el mío?».

Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La gente se sobrecogió al mirarlo.

—¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?, pensaron…

El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.

—Debes estar bromeando— dijo —Compara tu corazón con el mío… El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor.

—Es cierto— dijo el anciano —tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo… Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.

—Hubo oportunidades— continuó el anciano —en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos, dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día -tal vez- regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón.

—¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?

El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

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El corazón más hermoso

Cuento original en el portal web padrenuestro.net

«Evangelización y Cultura». Conferencia de Kiko Argüello

«Evangelización y Cultura». Conferencia de Kiko Argüello

Para la Iglesia, la cultura es una realidad vital, urgente, necesaria. El vínculo del Evangelio con el hombre, repetía Juan Pablo II ante la UNESCO, «es efectivamente, creador de cultura en su mismo fundamento». Cuando el Evangelio es acogido por la obediencia de la fe en el corazón del hombre, todas sus facultades, su inteligencia, su afecto, su capacidad creativa, se revisten de la energía nueva de la Palabra de Dios, viva y eficaz, la Palabra creadora que hizo surgir todo de la nada, el cosmos del caos (cf. Jn 1, 1-18). De ahí la importancia que tiene para la Iglesia, como responsable del destino sobrenatural del hombre, una acción pastoral atenta y clarividente respecto a la cultura, especialmente a la cultura viva, es decir, al conjunto de los principios y valores que constituyen el ethos de un pueblo: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe … Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida».

Cardenal Tarcisio Bertone

Discurso del lunes, 19 de enero de 2009

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«Evangelización y Cultura». Conferencia de Kiko Argüello.

Conferencia de Kiko Argüello en la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia (España) en la Clausura de los Dies Academicus

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Miniserie «María de Nazaret»

Miniserie «María de Nazaret»

[…] todo es don gratuito de Dios, todo es gracia, todo es don de su amor por nosotros. El ángel Gabriel llamó a María «llena de gracia» (Lc 1, 28): en ella no había espacio para el pecado, porque Dios la predestinó desde desde siempre como madre de Jesús y la preservó de la culpa original. Y María correspondió a la gracia y se abandonó diciendo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (v. 38). No dice: «Yo lo haré según tu palabra»: ¡no! Sino: «Hágase en mí…». Y el Verbo se hizo carne en su seno. También a nosotros se nos pide escuchar a Dios que nos habla y acoger su voluntad; según la lógica evangélica nada es más activo y fecundo que escuchar y acoger la Palabra del Señor, que viene del Evangelio, de la Biblia. El Señor nos habla siempre.

La actitud de María de Nazaret nos muestra que el ser está antes del hacer, y que es necesario dejar hacer a Dios para ser verdaderamente como Él nos quiere. Es Él quien hace en nosotros muchas maravillas. María fue receptiva, pero no pasiva. Como, a nivel físico, recibió el poder el Espíritu Santo para luego dar carne y sangre al Hijo de Dios que se formó en ella, así, a nivel espiritual, acogió la gracia y correspondió a la misma con la fe. Por ello san Agustín afirma que la Virgen «concibió primero en su corazón que en su seno» (Discursos, 215, 4). Concibió primero la fe y luego al Señor. Este misterio de la acogida de la gracia, que en María, por un privilegio único, no contaba con el obstáculo del pecado, es una posibilidad para todos. San Pablo, en efecto, inicia su Carta a los Efesios con estas palabras de alabanza: «Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos» (1, 3). Como Isabel saludó a María llamándola «bendita tú entre las mujeres» (Lc 1, 42), así también nosotros hemos sido desde siempre «bendecidos», es decir amados, y por ello «elegidos antes de la creación del mundo para que fuésemos santos e intachables» (Ef 1, 4).

Santo Padre Francisco

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Ángelus del lunes, 8 de diciembre de 2014

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«María de Nazaret» –  (Partes I y II) en Gloria TV


María de Nazaret: La Anunciación de María


María de Nazaret: el Bautismo y la Pasión de Cristo

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«María de Nazaret» – (Partes I y II) en Youtube


María de Nazaret: La Anunciación de María


María de Nazaret: el Bautismo y la Pasión de Cristo

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Película animada: «10 Mandamientos»

Película animada: «10 Mandamientos»

Ninguno de nosotros puede imaginar la vida eterna, porque está fuera de nuestra experiencia. Sin embargo, podemos comenzar a comprender qué es la vida eterna, y pienso que ella, con su pregunta, nos ha hecho una descripción de lo esencial de la vida eterna, es decir, de la verdadera vida: no desperdiciar la vida, vivirla en profundidad, no vivir para uno mismo, no vivir al día, sino vivir realmente la vida en su riqueza y en su totalidad. ¿Cómo hacerlo? Esta es la gran pregunta, con la cual también el joven rico del Evangelio acudió al Señor (cf. Mc 10, 17). A primera vista, la respuesta del Señor parece muy tajante. A fin de cuentas, le dice: guarda los mandamientos (cf. Mc 10, 19). Pero si reflexionamos bien, si escuchamos bien al Señor, en la globalidad del Evangelio, encontramos detrás la gran sabiduría de la Palabra de Dios, de Jesús. Los mandamientos, según otra Palabra de Jesús, se resumen en un único mandamiento: amar a Dios con toda el alma, con toda la mente, con toda la existencia, y amar al prójimo como a sí mismo. Amar a Dios supone conocer a Dios, reconocer a Dios. Y este es el primer paso que debemos dar: tratar de conocer a Dios. Y así sabemos que nuestra vida no existe por casualidad, no es una casualidad. Dios ha querido mi vida desde la eternidad. Soy amado, soy necesario. Dios tiene un proyecto para mí en la totalidad de la historia; tiene un proyecto precisamente para mí. Mi vida es importante y también necesaria. El amor eterno me ha creado en profundidad y me espera.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Discurso del jueves, 25 de marzo de 2010

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«10 Mandamientos» (Parte I) – Película en inglés subtitulada en español

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«10 Mandamientos» (Parte II) – Película en inglés subtitulada en español

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«10 Mandamientos» – Película completa solo en inglés

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Película «El Apocalipsis»

Película «El Apocalipsis»

Queridos amigos, el Apocalipsis nos presenta una comunidad reunida en oración, porque es precisamente en la oración donde sentimos de modo cada vez más intenso la presencia de Jesús con nosotros y en nosotros. Cuanto más y mejor oramos con constancia, con intensidad, tanto más nos asemejamos a él, y él entra verdaderamente en nuestra vida y la guía, dándole alegría y paz. Y cuanto más conocemos, amamos y seguimos a Jesús, tanto más sentimos la necesidad de estar en oración con él, recibiendo serenidad, esperanza y fuerza en nuestra vida.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

La oración en el Libro del Apocalipsis (I)

El Apocalipsis, a pesar de la complejidad de los símbolos, nos implica en una oración muy rica, por la cual también nosotros escuchamos, alabamos, damos gracias, contemplamos al Señor y le pedimos perdón. Su estructura de gran oración litúrgica comunitaria es también una importante llamada a redescubrir la fuerza extraordinaria y transformadora de la Eucaristía. Quiero invitar con fuerza, de manera especial, a ser fieles a la santa misa dominical en el día del Señor, el Domingo, verdadero centro de la semana. La riqueza de la oración en el Apocalipsis nos hace pensar en un diamante, que tiene una serie fascinante de tallas, pero cuya belleza reside en la pureza del único núcleo central. Las sugestivas formas de oración que encontramos en el Apocalipsis hacen brillar la belleza única e indecible de Jesucristo.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

La oración en el Libro del Apocalipsis (II)

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Ficha y enlace de compra en dvdbiblia.com

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«Hechos de los Apóstoles» – Ficha de la película

Título original: The Apocalypse

Año: 2004

Duración: 92 min aprox.

Director: Raffaele Mertes

Reparto: Richard Harris, Vittoria Belvedere, Benjamin Sadler

Género: Drama  |  Religión

Productora: RAI Italia

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