por Padre Mario Pezzi | 30 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
«Escucha Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas».
Libro del Deuteronomio (Dt 6, 4-9)
Es constante en la Tradición cristiana, como también en la hebrea [29], que la primera y más incisiva transmisión de la fe a los hijos acontezca en el seno de la familia.
La familia: Iglesia doméstica
Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios». Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que «con toda su casa» habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa». Estas familias convertidas eran como islas de vida cristiana en un mundo no creyente (CEC, 1655).
Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como «iglesia doméstica», como «pequeña iglesia». Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. «Estar juntos» como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de «este» hombre concreto. A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada «progresista». lncluso la familia puede llegar a comportarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades. Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual todos viven (Lc 20, 35) y están llamados a la plenitud de la vida.
Carta a las familias, 15. [30]
La educación a la fe desde la más tierna edad de los hijos: enseñar a rezar
«La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres» (CEC, 2226).
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Notas
[29] Todo el pensamiento hebreo gira alrededor de conceptos pedagógicos concernientes a la educación de los hijos en cuanto que la transmisión de los conocimientos de los padres a la prole es el fundamento mismo de la familia hebrea y garantía para la continuidad de la identidad hebraica y de la comunidad entera.
La palabra «hijos» en hebreo se traduce con «banim» de cuya misma raíz deriva el sustantivo «bonim» (constructores).
Los hijos permiten la construcción de la comunidad y de ellos depende su futuro; también por este motivo están considerados, por el hebraísmo, un tesoro preciado donado por Dios. Todos los grandes maestros del pensamiento tradicional hebreo concuerdan en la afirmación de que la finalidad principal de la educación consiste en trasmitir unos valores fundamentales universales en la base de una sana relación entre padres e hijos.
La Biblia enseña que los padres y maestros tienen la obligación de guiar a sus propios hijos en la distinción entre el Bien y el mal en las distintas esferas de la vida. Está escrito que para una educación sana, el padre y la madre tendrían que estar de acuerdo sobre conceptos educativos básicos, unidos y coherentes en sus propias acciones.
El Talmud sugiere que, en el momento de educar a sus hijos, un padre tiene que dejar que «la mano izquierda rechace mientras la derecha acoge», es decir, el amor (simbolizado por la mano derecha, más fuerte) tiene de todas maneras que seguir siempre a la punición y ser utilizado mayoritariamente respecto a la severidad.
La liturgia cotidiana que se desarrolla entre los muros domésticos no es, según el hebraísmo menos relevante que la liturgia sinagogal. (L ‘educazione nella famiglia ebraica moderna, tesis de Laura di Rivka Barissever, www. moi’asha. i t/tesi/brs v/br rsv04. html).
[30] Juan Pablo II, Carta a las Familias, Roma 1994.
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Portal web de Camino Neocatecumenal
por CeF | 29 May, 2013 | Postcomunión Dinámicas
En este mes de mayo, mes de la Virgen María, os proponemos un mejor conocimiento de Nuestra Señora mediante la realización de este crucigrama.
Podéis obtener las imágenes en tamaño real, tanto del crucigrama como de la solución, pulsando directamente sobre el título.
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Conoce a Nuestra Señora: Palabras Cruzadas
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Conoce a Nuestra Señora: Solucionario de las Palabras Cruzadas
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por Editorial Casals | 27 May, 2013 | Despertar religioso Historias de la Biblia
El paralítico (I)
Estaba Jesús explicando el Evangelio en casa de unos amigos. La casa estaba llena y no cabía nadie más. Fuera de la casa, estaba un paralítico que había oído hablar de Jesús y deseaba entrar. Unos amigos le ayudaron, metiéndole por una ventana y lo pusieron a los pies de Jesús. Jesús le dijo: «Confía en mí, tus pecados te son perdonados».
«Que yo también te acerque a mis amigos»
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El paralítico (II)
También estaban allí unos fariseos, para ver lo que hacía Jesús y espiarle. Los fariseos pensaron: «Éste miente, pues sólo Dios puede perdonar los pecados». Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué pensáis mal? ¿Qué es más fácil: perdonar los pecados o curar al paralítico y que ande?». Y para que vieran que es el Hijo de Dios y que puede perdonar los pecados, dijo al paralítico: «¡Levántate, coge tu camilla y vete a casa!». El paralítico se puso en pie muy contento y se fue a su casa.
«Jesús, perdóname cuanto me he portado mal»
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La hija de Jairo (I)
Otro día, Jairo, que era uno de los jefes de la sinagoga, se acercó llorando porque su hija se le estaba muriendo. Jesús le acompañó. Cuando llegó a la casa, la niña ya había muerto, pero Él les dijo a los que lloraban y daban gritos: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino dormida». Algunos se reían de Él. Pero Jesús entró en el cuarto de la niña…
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La hija de Jairo (II)
La cogió de la mano… y la niña resucitó. Como Jesús es Dios, tiene poder sobre la vida y sobre la muerte. No tiene más que mandar. Por eso le bastó decirle a la hija de Jairo: «Niña, ¡levántate!». Y la niña muerta se levantó enseguida y se puso a andar. Y todos quedaron asombrados ante el poder de Jesús.
«Jesús, qué grande es tu poder»
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Multiplicación de los panes
Un día estaba Jesús hablando a mucha gente. Se iba haciendo de noche y estaban lejos de sus casas. Jesús les dijo a los Apóstoles que mandaran a todos sentarse y les dieran de cenar. Pero sólo tenían cinco panes y dos peces. Jesús bendijo los panes y los peces y se multiplicaron de tal manera, que los Apóstoles los repartieron y comieron todos y además sobró.
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Oración «Bendición de la mesa»
El niño Jesús, que nació en Belen,
Bendiga esta mesa y a nosotros también.
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 94 a 98
Coordinador: Pedro de la Herrán
Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz
Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez
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por Conferencia Episcopal Española | 23 May, 2013 | Catequesis Noticias
La Conferencia Episcopal Española ha publicado el documento «Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe«. Se trata de un texto cuyo autor es la XCVII Asamblea Plenaria. La última Comisión Permanente, de 25 de febrero, le dio el visto bueno definitivo.
Elaborado por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, el documento acoge las orientaciones dadas por Benedicto XVI acerca de la llamada «emergencia educativa» y propone como una de las primeras respuestas de la Iglesia el «aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy».
Las Orientaciones pastorales que ahora se publican «quieren ayudar a los padres de familias en su difícil y hermosa responsabilidad de educar a sus hijos; a los sacerdotes y catequistas en las parroquias en la paciente y apasionante misión de iniciar en la fe a las nuevas generaciones de cristianos; así como a los profesores de religión en los centros de enseñanza, estatales y de iniciativa social, católicos o civiles, preocupados y entregados a la noble tarea de formación de niños y jóvenes».
El documento está estructurado en cinco capítulos: en el primero, se hace un breve análisis de las necesidades, dificultades y posibilidades de la transmisión de la fe en la familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa escolar; en el segundo, se trata de los responsables de la coordinación de objetivos y acciones; en el tercero, se exponen los servicios distintos y complementarios que corresponden a los diversos ámbitos; en el cuarto, se señalan las dimensiones específicas de estos servicios en la transmisión de la fe; y, en el quinto, se ofrecen aquellos medios que favorecen y ayudan a la transmisión de la fe, hoy, según las distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades de padres, catequistas y profesores.
Una propuesta en el contexto de la «nueva evangelización»
El primer capítulo comienza analizando los distintos factores que hoy «son signo y causa de un radical cambio de mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición» (dispersión, fragmentación de la persona, modelos de referencia poco consistentes, etc.). Todo ello ha repercutido de manera significativa en los lugares de transmisión de la fe: familia, escuela, ambiente, e incluso, en grupos de identidad eclesial. «Más allá de la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo, los papas alientan a la Iglesia a revitalizar su propio cuerpo, poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza del Evangelio».
El texto que ahora ofrecen los obispos se enmarca en este contexto de «nueva evangelización». Aun reconociendo las dificultades que plantea la coyuntura actual, «estamos persuadidos –subrayan- de que desde una sana antropología, los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni destruir. De hecho se advierte una sed generalizada de certezas, de valores y de objetivos elevados que orienten la propia vida».
Responsables de la coordinación
En el segundo capítulo las Orientaciones pastorales inciden en que «transmitir o comunicar la fe es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición. Podemos decir que se trata de una tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc.»
Los obispos recuerdan el papel especial e insustituible que los laicos cristianos tienen en la comunicación de la fe, la importancia de que el empeño educativo se realice en comunión al servicio de la misión, y de esta manera va recorriendo las diferentes responsabilidades que se tienen en la parroquia, en el arciprestazgo, o en la escuela; en particular, en la escuela católica, que «debe ser un referente educativo no solo en su acción formativa, sino en el testimonio de las personas consagradas y profesores cristianos laicos. Este testimonio solo será eficiente si se realiza dentro de la espiritualidad de comunión eclesial».
El servicio de la familia, la parroquia y la escuela
El tercer apartado es un capítulo central en el documento y en él se especifica cuál es el servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe. En él se reconoce a la familia como «primera escuela» e «iglesia doméstica». «Los padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en el que se miran los niños y adolescentes (…) La iniciación en la fe cristiana es recibida por los hijos como la transmisión de un tesoro que sus padres les entregan, y de un misterio que progresivamente van reconociendo como suyo y muy valioso. Los padres son maestros porque son testimonio vivo de un amor que busca siempre lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios siente por ellos».
Como «iglesia doméstica» que es, la función educadora de la familia no se queda en el testimonio, de por sí imprescindible, sino también en la presentación de los contenidos de la fe, adecuados a la edad de los hijos, y en ser el marco propicio donde se descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún en un ambiente social desfavorable.
Respecto a la acción catequética en la parroquia, se señala que «en la situación actual, todo el proceso de iniciación cristiana exige una atenta reflexión sobre su significado y su forma de realización». Concierne a la parroquia promover el primer anuncio de llamada a la fe (no debe presuponerse siempre que el despertar religioso ha surgido en el seno de la familia), y se invita a que exista una relación, que resulta básica, entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial.
Con respecto a la enseñanza religiosa en la escuela, en el documento se recuerda que se trata de «un derecho y un deber de los padres y alumnos católicos», y en concreto en este capítulo se explica en qué consiste la peculiaridad de esta enseñanza: «presenta el mensaje y acontecimiento cristianos en sus elementos fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida».
La religión no es solo una realidad interior, aunque esto para el creyente sea lo decisivo; la religión ha sido a lo largo de la historia, como lo es en el momento actual, un elemento integrante del entramado social humano y un ineludible hecho cultural. «Por ello, los contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las civilizaciones. Y si la religión es un hecho cultural importante que subyace en el seno de nuestra sociedad, es evidente que su incorporación a la escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno».
Frente a algunas voces que cuestionan la presencia de la religión en la escuela, en el texto se ofrecen algunos motivos que autorizan su presencia, como son por ejemplo el hecho de que sea necesaria para «comprender la civilización europea en la que estamos sumergidos», el que esta enseñanza, bien realizada, «favorece la unidad interior del alumno creyente», y el hecho de que «brinde al alumno motivos para vivir, le ofrezca valores morales a los que adherirse y le indique caminos para orientar su comportamiento».
Por último, la enseñanza de la religión tiene también una evidente dimensión evangelizadora. «Siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, hemos de subrayar que la enseñanza religiosa, lejos de ser solamente una comunicación de datos fácticos, informativa, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es performativa. Por ello, esta materia no puede reducirse a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, como desean algunos; debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de transmisión y de testimonio de fe. Por ello, los profesores deben ser conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la escuela el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad académica con el resto de los demás saberes, haciendo posible el discernimiento de la cultura que se transmite en la escuela y respondiendo a los interrogantes de los alumnos, en especial a la gran pregunta sobre el sentido de la vida».
Elementos al servicio de la transmisión de la fe
El cuarto capítulo recoge, de forma práctica, los elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia y la escuela. «Uno de los elementos a tener en cuenta a la hora de coordinar la educación cristiana –comienza diciendo el texto- es el de las dimensiones específicas de cada institución y es particularmente necesario en lo que se refiere a los contenidos. Cuidando lo característico y propio, se favorece mejor lo complementario».
La familia debe cuidad el despertar religioso del niño, su capacidad de admiración y ayudarle a descubrir a Dios, también en la oración. La catequesis debe tener en cuenta la síntesis de la fe desde la vivencia y la escuela, por su parte, la síntesis de fe desde el saber.
El texto propone una serie de contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático; ofrece un itinerario marco para la formación religiosa de los adolescentes; y detalla referencias concretas a la psicología de la adolescencia, dado que el mensaje cristiano es sembrado en una «tierra abonada de elementales necesidades y de sorprendentes posibilidades», donde conviene tener en cuenta de manera muy especial cuestiones como la libertad, la confianza, la amistad, la compañía y la celebración.
Medios y modos
Las Orientaciones pastorales terminan con un capítulo dedicado a los medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe. Repasa las situaciones que hay que tener en cuenta a las distintas edades; urge a los padres, catequistas, profesores y alumnos a dar testimonio cristiano; y repasa los medios y servicios mutuos que hay que tener en cuenta y prestar en los distintos ámbitos. «Los catequistas, profesores y padres, interrelacionados, han de ofrecer un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza religiosa propone y fundamente, así como han de valorarse positivamente en aquello que cada uno realiza según su función».
«Invitamos a todas las instituciones implicadas –concluyen los obispos- a colaborar en este proyecto al servicio de la transmisión de la fe. Formar a las nuevas generaciones siempre ha sido una labor ardua, pero gratificante. En las circunstancias actuales que nos toca vivir, podemos afirmar a que es un tarea difícil, pero apasionante. Hoy, necesitamos educadores en la fe que sean maestros y testigos: o, mejor, testigos para ser maestros» (…) Es una ocasión para fomentar, de nuevo, la educación cristiana a todos los niveles y ofrecerla como alternativa a otras. La Conferencia Episcopal Española estudiará las posibilidades de un proyecto educativo católico que contemple una visión coherente, armónica y completa del hombre, con objetivos, acciones y medios adecuados, y que sirva como marco de referencia para todas las instituciones educativas católicas. En palabras del beato Juan Pablo II, somos conscientes de que está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su realización».
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Fuente original: Conferencia Episcopal Española
por CeF | 22 May, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (IV)
La Visitación de la Santísima Virgen
31 de mayo
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La Iglesia celebra aquí a María en su viaje a la casa de santa Isabel, luego del anuncio del Ángel Gabriel. Este encuentro fue ocasión para que María entonase el canto de gratitud, llamado el Magnificat.
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María, Madre de la Iglesia
Lunes posterior al domingo de Pentecostés
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El Papa Pablo VI proclamó el 21 de noviembre de 1964 con este título a la Santísima Virgen. Ella, en el Cenáculo, esperando al Espíritu Santo, está constituida como tipo y ejemplo de la fecundidad de la Iglesia, por su maternidad virginal. El Santo Padre recomienda al mundo cristiano la devoción a María, el rezo del Ángelus y del Rosario.
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El Inmaculado Corazón de María
Sábado siguiente a la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
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La devoción al Inmaculado Corazón de María tiene por objeto honrar a la Madre de Dios en su amor a Cristo y a la humanidad. Pío XII consagró al mundo al Purísimo Corazón, según lo había perdido la misma Virgen en Fátima.
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Nuestra Señora de la Paz
24 de junio
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Desde 1981, la Virgen se presenta diariamente en Medjugorje, Bosnia-Herzegovina, como la «Reina de la Paz», para que sus hijos lleven la paz, el amor y la conversión. Los mensajes de la Santa Madre deben ser escuchados y, sobre todo, vividos.
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Santo Padre Francisco | 22 May, 2013 | Catequesis Magisterio
¡Buenas tardes a todos!
Estoy contento de encontraros y de que todos nosotros nos encontremos en esta plaza para orar, para estar unidos y para esperar el don del Espíritu. Conocía vuestras preguntas y he pensado en ellas —¡así que esto no es sin conocimiento! Ante todo, ¡la verdad! Las tengo aquí, escritas.
La primera —«Usted ¿cómo pudo en su vida llegar a la certeza de la fe? Y ¿qué camino nos indica para que cada uno de nosotros venza la fragilidad de la fe?»— es una pregunta histórica, porque se refiere a mi historia, ¡la historia de mi vida!
Tuve la gracia de crecer en una familia en la que la fe se vivía de modo sencillo y concreto; pero fue sobre todo mi abuela, la mamá de mi padre, quien marcó mi camino de fe. Era una mujer que nos explicaba, nos hablaba de Jesús, nos enseñaba el Catecismo. Recuerdo siempre que el Viernes Santo nos llevaba, por la tarde, a la procesión de las antorchas, y al final de esta procesión llegaba el «Cristo yacente», y la abuela nos hacía —a nosotros, niños— arrodillarnos y nos decía: «Mirad, está muerto, pero mañana resucita». Recibí el primer anuncio cristiano precisamente de esta mujer, ¡de mi abuela! ¡Esto es bellísimo! El primer anuncio en casa, ¡con la familia! Y esto me hace pensar en el amor de tantas mamás y de tantas abuelas en la transmisión de la fe. Son quienes transmiten la fe. Esto sucedía también en los primeros tiempos, porque san Pablo decía a Timoteo: «Evoco el recuerdo de la fe de tu abuela y de tu madre» (cf. 2 Tm 1,5). Todas las mamás que están aquí, todas las abuelas, ¡pensad en esto! Transmitir la fe. Porque Dios nos pone al lado personas que ayudan nuestro camino de fe. Nosotros no encontramos la fe en lo abstracto, ¡no! Es siempre una persona que predica, que nos dice quién es Jesús, que nos transmite la fe, nos da el primer anuncio. Y así fue la primera experiencia de fe que tuve.
Pero hay un día muy importante para mí: el 21 de septiembre del ’53. Tenía casi 17 años. Era el «Día del estudiante», para nosotros el día de primavera —para vosotros aquí es el día de otoño. Antes de acudir a la fiesta, pasé por la parroquia a la que iba, encontré a un sacerdote a quien no conocía, y sentí la necesidad de confesarme. Ésta fue para mí una experiencia de encuentro: encontré a alguien que me esperaba. Pero no sé qué pasó, no lo recuerdo, no sé por qué estaba aquel sacerdote allí, a quien no conocía, por qué había sentido ese deseo de confesarme, pero la verdad es que alguien me esperaba. Me estaba esperando desde hacía tiempo. Después de la confesión sentí que algo había cambiado. Yo no era el mismo. Había oído justamente como una voz, una llamada: estaba convencido de que tenía que ser sacerdote. Esta experiencia en la fe es importante. Nosotros decimos que debemos buscar a Dios, ir a Él a pedir perdón, pero cuando vamos Él nos espera, ¡Él está primero! Nosotros, en español, tenemos una palabra que expresa bien esto: «El Señor siempre nos primerea», está primero, ¡nos está esperando! Y ésta es precisamente una gracia grande: encontrar a alguien que te está esperando. Tú vas pecador, pero Él te está esperando para perdonarte. Ésta es la experiencia que los profetas de Israel describían diciendo que el Señor es como la flor del almendro, la primera flor de primavera (cf. Jer 1, 11-12). Antes de que salgan las demás flores, está él: él que espera. El Señor nos espera. Y cuando le buscamos, hallamos esta realidad: que es Él quien nos espera para acogernos, para darnos su amor. Y esto te lleva al corazón un estupor tal que no lo crees, y así va creciendo la fe. Con el encuentro con una persona, con el encuentro con el Señor. Alguno dirá: «No; yo prefiero estudiar la fe en los libros». Es importante estudiarla, pero mira: esto solo no basta. Lo importante es el encuentro con Jesús, el encuentro con Él; y esto te da la fe, porque es precisamente Él quien te la da. Hablabais también de la fragilidad de la fe, cómo se hace para vencerla. El mayor enemigo de la fragilidad —curioso, ¿eh?— es el miedo. ¡Pero no tengáis miedo! Somos frágiles, y lo sabemos. Pero Él es más fuerte. Si tú estás con Él, no hay problema. Un niño es fragilísimo —he visto muchos hoy—, pero estaba con su papá, con su mamá: está seguro. Con el Señor estamos seguros. La fe crece con el Señor, precisamente de la mano del Señor; esto nos hace crecer y nos hace fuertes Pero si pensamos que podemos arreglárnoslas solos… Pensemos en qué le sucedió a Pedro: «Señor, nunca te negaré» (cf. Mt 26, 33-35); y después cantó el gallo y le había negado tres veces (cf. vv. 69-75). Pensemos: cuando nos fiamos demasiado de nosotros mismos, somos más frágiles, más frágiles. ¡Siempre con el Señor! Y decir «con el Señor» significa decir con la Eucaristía, con la Biblia, con la oración… pero también en familia, también con mamá, también con ella, porque ella es quien nos lleva al Señor; es la madre, es quien sabe todo. Así rezar también a la Virgen y pedirle, como mamá, que me fortalezca. Esto es lo que pienso sobre la fragilidad; al menos es mi experiencia. Algo que me hace fuerte todos los días es rezar el Rosario a la Virgen. Siento una fuerza muy grande porque acudo a Ella y me siento fuerte.
((segunda pregunta))
Pasemos a la segunda pregunta.
«Creo que todos los aquí presentes sentimos fuertemente este desafío, el desafío de la evangelización, que está en el corazón de nuestras experiencias. Por esto desearía pedirle, Padre Santo, que nos ayude, a mí y a todos, a entender cómo vivir este desafío en nuestro tiempo. ¿Para usted qué es lo más importante que todos nosotros, movimientos, asociaciones y comunidades, debemos contemplar para llevar a cabo la tarea a la que estamos llamados? ¿Cómo podemos comunicar de modo eficaz la fe hoy?»
Diré sólo tres palabras.
La primera: Jesús. ¿Qué es lo más importante? Jesús. Si vamos adelante con la organización, con otras cosas, con cosas bellas, pero sin Jesús, no vamos adelante; la cosa no marcha. Jesús es más importante. Ahora desearía hacer un pequeño reproche, pero fraternalmente, entre nosotros. Todos habéis gritado en la plaza: «Francisco, Francisco, Papa Francisco». Pero, ¿qué era de Jesús? Habría querido que gritarais: «Jesús, Jesús es el Señor, ¡y está en medio de nosotros!». De ahora en adelante nada de «Francisco», ¡sino Jesús!
La segunda palabra es: la oración. Mirar el rostro de Dios, pero sobre todo —y esto está unido a lo que he dicho antes— sentirse mirado. El Señor nos mira: nos mira antes. Mi vivencia es lo que experimento ante el sagrario cuando voy a orar, por la tarde, ante el Señor. Algunas veces me duermo un poquito; esto es verdad, porque un poco el cansancio del día te adormece. Pero Él me entiende. Y siento tanto consuelo cuando pienso que Él me mira. Nosotros pensamos que debemos rezar, hablar, hablar, hablar… ¡no! Déjate mirar por el Señor. Cuando Él nos mira, nos da la fuerza y nos ayuda a testimoniarle —porque la pregunta era sobre el testimonio de la fe, ¿no?—. Primero «Jesús»; después «oración» —sentimos que Dios nos lleva de la mano—. Así que subrayo la importancia de dejarse guiar por Él. Esto es más importante que cualquier cálculo. Somos verdaderos evangelizadores dejándonos guiar por Él. Pensemos en Pedro; tal vez estaba echándose la siesta y tuvo una visión, la visión del lienzo con todos los animales, y oyó que Jesús le decía algo, pero él no entendía. En ese momento llegaron algunos no-judíos a llamarle para ir a una casa, y vio cómo el Espíritu Santo estaba allí. Pedro se dejó guiar por Jesús para llevar aquella primera evangelización a los gentiles, quienes no eran judíos: algo inimaginable en aquel tiempo (cf. Hch 10, 9-33). Y así, toda la historia, ¡toda la historia! Dejarse guiar por Jesús. Es precisamente el leader, nuestro leader es Jesús.
Y la tercera: el testimonio. Jesús, oración —la oración, ese dejarse guiar por Él— y después el testimonio. Pero desearía añadir algo. Este dejarse guiar por Jesús te lleva a las sorpresas de Jesús. Se puede pensar que la evangelización debemos programarla teóricamente, pensando en las estrategias, haciendo planes. Pero estos son instrumentos, pequeños instrumentos. Lo importante es Jesús y dejarse guiar por Él. Después podemos trazar las estrategias, pero esto es secundario.
Finalmente, el testimonio: la comunicación de la fe se puede hacer sólo con el testimonio, y esto es el amor. No con nuestras ideas, sino con el Evangelio vivido en la propia existencia y que el Espíritu Santo hace vivir dentro de nosotros. Es como una sinergia entre nosotros y el Espíritu Santo, y esto conduce al testimonio. A la Iglesia la llevan adelante los santos, que son precisamente quienes dan este testimonio. Como dijo Juan Pablo II y también Benedicto XVI, el mundo de hoy tiene mucha necesidad de testigos. No tanto de maestros, sino de testigos. No hablar tanto, sino hablar con toda la vida: la coherencia de vida, ¡precisamente la coherencia de vida! Una coherencia de vida que es vivir el cristianismo como un encuentro con Jesús que me lleva a los demás y no como un hecho social. Socialmente somos así, somos cristianos, cerrados en nosotros. No, ¡esto no! ¡El testimonio!
((tercera pregunta))
La tercera pregunta: «Desearía preguntarle, Padre Santo, ¿cómo podemos vivir, todos nosotros, una Iglesia pobre y para los pobres? ¿De qué forma el hombre que sufre es un interrogante para nuestra fe? Todos nosotros, como movimientos y asociaciones laicales, ¿qué contribución concreta y eficaz podemos dar a la Iglesia y a la sociedad para afrontar esta grave crisis que toca la ética pública» —¡esto es importante!—, «el modelo de desarrollo, la política, en resumen, un nuevo modo de ser hombres y mujeres?».
Retomo desde el testimonio. Ante todo, vivir el Evangelio es la principal contribución que podemos dar. La Iglesia no es un movimiento político, ni una estructura bien organizada: no es esto. No somos una ONG, y cuando la Iglesia se convierte en una ONG pierde la sal, no tiene sabor, es sólo una organización vacía. Y en esto sed listos, porque el diablo nos engaña, porque existe el peligro del eficientismo. Una cosa es predicar a Jesús, otra cosa es la eficacia, ser eficaces. No; aquello es otro valor. El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir. Cuando se oye a algunos decir que la solidaridad no es un valor, sino una «actitud primaria» que debe desaparecer… ¡esto no funciona! Se está pensando en una eficacia sólo mundana. Los momentos de crisis, como los que estamos viviendo —pero tú dijiste antes que «estamos en un mundo de mentiras»—, este momento de crisis, prestemos atención, no consiste en una crisis sólo económica; no es una crisis cultural. Es una crisis del hombre: ¡lo que está en crisis es el hombre! ¡Y lo que puede resultar destruido es el hombre! ¡Pero el hombre es imagen de Dios! ¡Por esto es una crisis profunda! En este momento de crisis no podemos preocuparnos sólo de nosotros mismos, encerrarnos en la soledad, en el desaliento, en el sentimiento de impotencia ante los problemas. No os encerréis, por favor. Esto es un peligro: nos encerramos en la parroquia, con los amigos, en el movimiento, con quienes pensamos las mismas cosas… pero ¿sabéis qué ocurre? Cuando la Iglesia se cierra, se enferma, se enferma. Pensad en una habitación cerrada durante un año; cuando vas huele a humedad, muchas cosas no marchan. Una Iglesia cerrada es lo mismo: es una Iglesia enferma. La Iglesia debe salir de sí misma. ¿Adónde? Hacia las periferias existenciales, cualesquiera que sean. Pero salir. Jesús nos dice: «Id por todo el mundo. Id. Predicad. Dad testimonio del Evangelio» (cf. Mc 16, 15). Pero ¿qué ocurre si uno sale de sí mismo? Puede suceder lo que le puede pasar a cualquiera que salga de casa y vaya por la calle: un accidente. Pero yo os digo: prefiero mil veces una Iglesia accidentada, que haya tenido un accidente, que una Iglesia enferma por encerrarse. Salid fuera, ¡salid! Pensad en lo que dice el Apocalipsis. Dice algo bello: que Jesús está a la puerta y llama, llama para entrar a nuestro corazón (cf. Ap 3, 20). Este es el sentido del Apocalipsis. Pero haceos esta pregunta: ¿cuántas veces Jesús está dentro y llama a la puerta para salir, para salir fuera, y no le dejamos salir sólo por nuestras seguridades, porque muchas veces estamos encerrados en estructuras caducas, que sirven sólo para hacernos esclavos y no hijos de Dios libres? En esta «salida» es importante ir al encuentro; esta palabra para mí es muy importante: el encuentro con los demás. ¿Por qué? Porque la fe es un encuentro con Jesús, y nosotros debemos hacer lo mismo que hace Jesús: encontrar a los demás. Vivimos una cultura del desencuentro, una cultura de la fragmentación, una cultura en la que lo que no me sirve lo tiro, la cultura del descarte. Pero sobre este punto os invito a pensar —y es parte de la crisis— en los ancianos, que son la sabiduría de un pueblo, en los niños… ¡la cultura del descarte! Pero nosotros debemos ir al encuentro y debemos crear con nuestra fe una «cultura del encuentro», una cultura de la amistad, una cultura donde hallamos hermanos, donde podemos hablar también con quienes no piensan como nosotros, también con quienes tienen otra fe, que no tienen la misma fe. Todos tienen algo en común con nosotros: son imágenes de Dios, son hijos de Dios. Ir al encuentro con todos, sin negociar nuestra pertenencia. Y otro punto es importante: con los pobres. Si salimos de nosotros mismos, hallamos la pobreza. Hoy —duele el corazón al decirlo—, hoy, hallar a un vagabundo muerto de frío no es noticia. Hoy es noticia, tal vez, un escándalo. Un escándalo: ¡ah! Esto es noticia. Hoy, pensar en que muchos niños no tienen qué comer no es noticia. Esto es grave, ¡esto es grave! No podemos quedarnos tranquilos. En fin… las cosas son así. No podemos volvernos cristianos almidonados, esos cristianos demasiado educados, que hablan de cosas teológicas mientras se toman el té, tranquilos. ¡No! Nosotros debemos ser cristianos valientes e ir a buscar a quienes son precisamente la carne de Cristo, ¡los que son la carne de Cristo! Cuando voy a confesar —ahora no puedo, porque salir a confesar… De aquí no se puede salir, pero este es otro problema—, cuando yo iba confesar en la diócesis precedente, venían algunos y siempre hacía esta pregunta: «Pero ¿usted da limosna?». —«Sí, padre». «Ah, bien, bien». Y hacía dos más: «Dígame, cuando usted da limosna, ¿mira a los ojos de aquél a quien da limosna?». —«Ah, no sé, no me he dado cuenta». Segunda pregunta: «Y cuando usted da la limosna, ¿toca la mano de aquel a quien le da la limosna, o le echa la moneda?». Este es el problema: la carne de Cristo, tocar la carne de Cristo, tomar sobre nosotros este dolor por los pobres. La pobreza, para nosotros cristianos, no es una categoría sociológica o filosófica y cultural: no; es una categoría teologal. Diría, tal vez la primera categoría, porque aquel Dios, el Hijo de Dios, se abajó, se hizo pobre para caminar con nosotros por el camino. Y esta es nuestra pobreza: la pobreza de la carne de Cristo, la pobreza que nos ha traído el Hijo de Dios con su Encarnación. Una Iglesia pobre para los pobres empieza con ir hacia la carne de Cristo. Si vamos hacia la carne de Cristo, comenzamos a entender algo, a entender qué es esta pobreza, la pobreza del Señor. Y esto no es fácil. Pero existe un problema que no hace bien a los cristianos: el espíritu del mundo, el espíritu mundano, la mundanidad espiritual. Esto nos lleva a una suficiencia, a vivir el espíritu del mundo y no el de Jesús. La pregunta que hacíais vosotros: cómo se debe vivir para afrontar esta crisis que toca la ética pública, el modelo de desarrollo, la política. Como ésta es una crisis del hombre, una crisis que destruye al hombre, es una crisis que despoja al hombre de la ética. En la vida pública, en la política, si no existe ética, una ética de referencia, todo es posible y todo se puede hacer. Y vemos, cuando leemos el periódico, cómo la falta de ética en la vida pública hace mucho mal a toda la humanidad.
Desearía contaros una historia. Ya lo he hecho dos veces esta semana, pero lo haré una tercera vez con vosotros. Es la historia que cuenta un midrash bíblico de un rabino del siglo XII. Él narra la historia de la construcción de la Torre de Babel y dice que, para construir la Torre de Babel, era necesario hacer los ladrillos. ¿Qué significa esto? Ir, amasar el barro, llevar la paja, hacer todo… después, al horno. Y cuando el ladrillo estaba hecho había que llevarlo a lo alto, para la construcción de la Torre de Babel. Un ladrillo era un tesoro, por todo el trabajo que se necesitaba para hacerlo. Cuando caía un ladrillo, era una tragedia nacional y el obrero culpable era castigado; era tan precioso un ladrillo que si caía era un drama. Pero si caía un obrero no ocurría nada, era otra cosa. Esto pasa hoy: si las inversiones en las bancas caen un poco… tragedia… ¿qué hacer? Pero si mueren de hambre las personas, si no tienen qué comer, si no tienen salud, ¡no pasa nada! ¡Ésta es nuestra crisis de hoy! Y el testimonio de una Iglesia pobre para los pobres va contra esta mentalidad.
((cuarta pregunta))
La cuarta pregunta: «Frente a estas situaciones parece que mi confesar, mi testimonio, es tímido y amedrentado. Desearía hacer más, pero ¿qué? Y ¿cómo ayudar a nuestros hermanos, cómo aliviar su sufrimiento al no poder hacer nada, o muy poco, para cambiar su contexto político-social?». Para anunciar el Evangelio son necesarias dos virtudes: la valentía y la paciencia. Ellos [los cristianos que sufren] están en la Iglesia de la paciencia. Ellos sufren y hay más mártires hoy que en los primeros siglos de la Iglesia; ¡más mártires! Hermanos y hermanas nuestros. ¡Sufren! Llevan la fe hasta el martirio. Pero el martirio jamás es una derrota; el martirio es el grado más alto del testimonio que debemos dar. Nosotros estamos en camino hacia el martirio, los pequeños martirios: renunciar a esto, hacer esto… pero estamos en camino. Y ellos, pobrecillos, dan la vida, pero la dan —como hemos oído de la situación en Pakistán— por amor a Jesús, testimoniando a Jesús. Un cristiano debe tener siempre esta actitud de mansedumbre, de humildad, precisamente la actitud que tienen ellos, confiando en Jesús, encomendándose a Jesús. Hay que precisar que muchas veces estos conflictos no tienen un origen religioso; a menudo existen otras causas, de tipo social y político, y desgraciadamente las pertenencias religiosas se utilizan como gasolina sobre el fuego. Un cristiano debe saber siempre responder al mal con el bien, aunque a menudo es difícil. Nosotros buscamos hacerles sentir, a estos hermanos y hermanas, que estamos profundamente unidos —¡profundamente unidos!— a su situación, que sabemos que son cristianos «entrados en la paciencia». Cuando Jesús va al encuentro de la Pasión, entra en la paciencia. Ellos han entrado en la paciencia: hacérselo saber, pero también hacerlo saber al Señor. Os hago una pregunta: ¿oráis por estos hermanos y estas hermanas? ¿Oráis por ellos? ¿En la oración de todos los días? No pediré ahora que levante la mano quien reza: no. No lo pediré, ahora. Pero pensadlo bien. En la oración de todos los días decimos a Jesús: «Señor, mira a este hermano, mira a esta hermana que sufre tanto, ¡que sufre tanto!». Ellos hacen la experiencia del límite, precisamente del límite entre la vida y la muerte. Y también para nosotros: esta experiencia debe llevarnos a promover la libertad religiosa para todos, ¡para todos! Cada hombre y cada mujer deben ser libres en la propia confesión religiosa, cualquiera que ésta sea. ¿Por qué? Porque ese hombre y esa mujer son hijos de Dios.
Y así creo haber dicho algo acerca de vuestras preguntas; me disculpo si he sido demasiado largo. ¡Muchas gracias! Gracias a vosotros, y no olvidéis: nada de una Iglesia cerrada, sino una Iglesia que va fuera, que va a las periferias de la existencia. Que el Señor nos guíe por ahí. Gracias.
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Palabras del Santo Padre Francisco I
Vigilia de Pentecostés con los movimientos eclesiales
Plaza de San Pedro
Sábado 18 de mayo de 2013
por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Padre, madre e hijos están llamados a enraizarse personalmente en Dios
En el caso de disparidad de puntos de vista sobre la familia, sobre la educación de los hijos, el padre y la madre, al fin de encontrar una unidad de comportamiento delante de los hijos, están llamados a estar personalmente y profundamente radicados en Dios. Aquí también aparece la necesidad de una constante conversión a Dios.
Si el modelo de la familia cristiana es la familia de Nazaret —la Sagrada Familia—, que la Liturgia llama «experta en el sufrir» descubrimos que en ella los tres componentes están enraizados personalmente en Dios, tienen una relación personal con él.
María, ante el anuncio del Ángel contesta: «hágase en mi según tu palabra», el diseño de Dios.
José no dice nada, pero hace, cumple lo que Dios manifiesta momento por momento, en situaciones difíciles y dolorosas, cumple la voluntad de Dios, se deja guiar por el Señor.
El adolescente Jesús manifestará claramente a sus padres que está llamado a ocuparse de las cosas de su padre, aun viviendo sometido a ellos en la casa de Nazaret.
Es esclarecedor, al propósito, un «midrash» de un autor español de 1800 que, comentando el tormento de José cuando se dio cuenta de que María estaba embarazada, cuando en lo profundo de su corazón decide repudiarla en secreto, se imagina un coloquio entre José y María después de que José recibiera del ángel en sueños, la explicación del misterio.
José le pregunta a María: pero, ¿por qué no me dijiste nada antes… por qué has dejado que viviera este tormento durante días, no has visto lo que sufría?… Si tú sabías la respuesta, ¿por qué no me lo has dicho, ahorrándome estos días y estas noches de sufrimiento y de tormento?
Y María le contesta: y, ¿quién era yo para interferir en tu relación con Dios? ¿Cómo habría podido explicarte yo lo que para mí misma era inexplicable?… Solo Dios te podía revelar directamente este misterio.
Jesús mismo, delante de María y de José —que después de haberle hallado en el templo de Jerusalén le dicen: ¿por qué no has hecho esto?… ¿Por qué no nos dijiste antes que te quedarías en el templo, y nos habría ahorrado estos tres días de angustia y de dolor?— da una respuesta que María entenderá solamente más tarde.
En ciertos momentos el marido debe tomar unas decisiones en conciencia delante de Dios
En ciertos momentos el marido debe tomar unas decisiones, después de haber hablado con la mujer (no delante de los hijos), a solas: en conciencia y ante Dios, después de haber rezado. Aunque la decisión puede causar un sufrimiento en el momento a la mujer o a los hijos. Como dice Jesús, en aquel momento el marido y padre está llamado a no buscar su complacencia, ni la gloria de los hombres, o la vida tranquila, sino la gloria de Dios solo. Y la mujer en estos casos, aunque sea más dotada, más fuerte, aunque no comparta la decisión, está llamada a someterse al marido como cabeza de la familia. Más bien, como mujer y madre tiene una tarea muy importante ayudando al marido a ser verdadero padre, a tomar decisiones según Dios, y también a ayudar a los hijos a reconocer la autoridad del padre.
Si los hijos vislumbran una división, una «descomunión» profunda en los padres, lo tienen fácil para no obedecer, y para crecer haciendo su propia voluntad.
Es importante que los hijos vean en el padre al cabeza de familia, el punto de referencia y de seguridad, mientras que en la madre vean el amor, la ternura, la comprensión.
La obediencia en la familia
En la familia los hijos aprenden a obedecer y los padres a que les obedezcan, aunque esto vaya en contra de la mentalidad corriente. En esto los padres y los hijos son ayudados por la participación en el Camino Neocatecumenal. En efecto, en el Camino todos son iniciados a obedecer en la fe a Dios: tanto en las personas de los Catequistas en el itinerario neocatecumenal como a la jerarquía: al Papa, al Obispo, al Presbítero. El hecho mismo de poder ver y experimentar que los padres mismos obedecen a otros ayuda a los hijos a aprender a obedecer.
Jesús mismo aprendió a obedecer al Padre a través de lo que sufrió… también él, verdadero hombre, fue tentado a no adecuarse a la voluntad del Padre. En el fondo, la obediencia a los padres (y a la autoridad constituida por Dios) es sacramento de la obediencia a Dios. San Pablo recomienda obedecer como al Señor: en conciencia. Lo mismo afirma también san Pedro.
La desaparición de Dios es desaparición del padre, desaparición de la autoridad y desaparición de la obediencia; todo eso es sustituido por el Estado, que hace de padre y madre, emana leyes y obliga a la observancia con el miedo al castigo para quien las infringe.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La pregunta está formulada de manera provocativa y maliciosa, intencionadamente, pero refleja un problema que a veces se crea en la pareja, sobre todo en referencia a la educación de los hijos.
Todos conocemos el dicho popular: «en mi casa mando yo, dice el marido, pero se hace lo que dice mi mujer».
Esta no es la actitud cristiana; en efecto, San Pablo, en la analogía entre Cristo que ama a la Iglesia y el mando llamado a amar similarmente a la mujer, dice que Cristo es la cabeza del cuerpo como el marido es cabeza de la mujer, y como tal, en las decisiones importantes, pide la sumisión a la mujer sobre todo delante de los hijos, delante de los cuales tiene que aparecer la autoridad del padre, avalada también por la madre.
Autoridad no significa autoritarismo o arbitrariedad, ni siquiera despotismo
Jesús enseñaba con autoridad… sin embargo vino a servir. Su autoridad no se imponía, pero por el hecho de que había sido enviado por el Padre como testigo de la verdad, la verdad misma interpelaba una respuesta libre a los que lo escuchaban. La verdad lleva en sí misma la autoridad por lo que quien la acoge se salva y quien la rechaza se condena.
La autoridad está en función del servicio, de una misión, no de un instrumento para ponerse por encima de los demás (abuso de autoridad).
La autoridad paterna no significa que la mujer no tenga una personalidad más fuerte
El ejercicio de la autoridad paterna no significa que en el matrimonio la mujer no pueda tener más dotes y una personalidad más fuerte que la del marido.
El amor conyugal consiste, antes que nada, en el convencimiento y en la certeza que «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre», es decir, en la convicción que esta es la mujer que Dios ha querido para mí, como esposa y como madre de mis hijos… así como es, con su carácter, sus dotes; y yo como el marido para ella. El amor conlleva el respeto del otro así como es, con sus dotes, con sus límites, y también con sus pecados, no en la pretensión de que llegue a ser la realización de una proyección mía sobre el otro, mortificando su carácter, sus dotes y talentos para imponerme a mí mismo sobre el otro.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Para que la corrección sea eficaz es necesario que el padre y la madre estén unidos.
Para que la corrección sea eficaz, es muy importante que los hijos vean al padre y a la madre unidos. Si frente al padre que corrige, el hijo entrevé una posibilidad de refugio en la madre, porque percibe que ésta no comparte la severidad del marido, la función de la corrección pierde su fuerza.
En esto la madre tiene una función importante. El hecho de que por la maternidad se crea un vínculo afectivo particular con cada hijo, no debe llevar a la madre a separar su corazón del marido, del cual ella es siempre la esposa, para pegarse a los hijos.
Si el hijo halla una alianza en la madre contra el padre que corrige, quedará marcado en su crecimiento. Mimado por la madre, tendrá dificultades para superar el infantilismo y convertirse en adulto. No se hallará preparado para enfrentarse a las dificultades de la vida, al sufrimiento, a dejar su casa para seguir su propia vocación. Por una parte quisiera librarse de la unión con la madre, pero por otro lado se siente incapaz.
La función del padre, también a través de la corrección, será la de ayudar al hijo a romper el lazo umbilical con la madre, a dirigirse hacia fuera, hacia el padre, hacia los hermanos, a crecer y llegar a ser adulto. Para esta ayuda en el crecimiento que permita superar el infantilismo, es importante la presencia de hermanos y hermanas.
En la educación de los hijos no hay reglas ni fórmulas mágicas, sino una asistencia particular del Espíritu Santo
En la educación de los hijos no hay reglas ni fórmulas mágicas. La educación es una verdadera misión de los padres y en esto los padres están llamados a ser conscientes de una particular asistencia del Espíritu Santo que les irá inspirando las posturas que hay que adoptar con cada hijo o hija, según su edad.
Cito ahora tres textos que puedan ayudar a los padres.
San Juan Bosco: para educar, imitar a Jesús y dejarse guiar por el amor
En la corrección es importante que los hijos vean el amor de los padres hacia ellos. San Juan Bosco, que obtuvo de Dios un don particular para la educación de los muchachos y de los jóvenes, confiesa:
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad!
Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos. Caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos no para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener la incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Este era el modo de obrar de Jesús con los Apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o por lo menos dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que estas ofenden a los que las escuchan sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
De las Cartas de San Juan Bosco, epistolario, Turín 1959, 4, 201-203
Papa Juan Pablo II: educar significa orientar al discípulo en el conocimiento de la verdad
El Papa, en un discurso a la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Educación Católica precisa cual es el contenido de la educación: reconocer la verdad sobre sí mismo.
Solo quien ama educa, porque solo quien ama sabe decir la verdad que es el amor. Dios es el verdadero educador porque «Dios es amor».
Esta expresión de Jesús, que nos entrega el Evangelio según San Juan, representa un punto de referencia decisivo para trazar algunas perspectivas del misterio de la educación. En el versículo que acabamos de recordar, Jesús pone en relación dos componentes —libertad y verdad— que, a menudo, el hombre no ha conseguido coordinar bien. Podemos observar, en efecto, que mientras en el pasado prevaleció a veces una forma de verdad alejada de la libertad, hoy se asiste con frecuencia a un ejercicio de la libertad alejada de la verdad.
Sin embargo, una persona es libre, afirma Jesús, solamente cuando reconoce la verdad sobre sí misma. Esto conlleva, naturalmente, un lento, paciente, amoroso camino a través del cual es posible descubrir progresivamente su propio verdadero ser, su auténtico rostro.
Y es a lo largo de este camino que se inserta la figura del educador como aquel que, ayudando con rasgos paternos y maternos a reconocer la verdad sobre sí mismos, colabora a la consecución de la libertad, «signo eminentísimo de la imagen divina» (GS, 17).
La tarea del educador, según esta perspectiva es por un lado testimoniar que la verdad sobre sí mismo no se reduce a una proyección de ideas e imágenes propias y, por otro lado, orientas al discípulo hacia el descubrimiento estupendo y siempre sorprendente de la verdad que lo precede y sobre la cual no tiene ningún dominio.
Mas la verdad sobre nosotros está estrechamente vinculada al amor hacia nosotros. Solamente quien ama posee y conserva el misterio de nuestra verdadera imagen, también cuando eso se nos escapa de las manos.
Solo quien ama educa, porque solo quien ama sabe decir la verdad que es el amor. Dios es el verdadero educador porque «Dios es amor».
He aquí lo nuclear, el centro candente de toda actividad educativa; colaborar al descubrimiento de la verdadera imagen que el amurar de Dios ha impreso indeleblemente en cada persona y que se conserva en el misterio de su mismo amor. Educar significa reconocer en cada persona y pronunciar sobre cada persona la verdad que es Jesús, para que cada persona pueda llegar a ser libre. Libre de las esclavitudes que le han sido impuestas, libre de la esclavitud, todavía más estrecha y tremenda, que ella misma se impone.
El misterio de la educación resulta ser así estrechamente vinculado al misterio de la vocación, es decir, al misterio de este «nombre» con el que el Padre nos llamó y predestinó en Cristo antes de la fundación del mundo.
Beato Juan Pablo II
Asamblea Plenaria de la Congregación para la Educación Católica
Martes 14 de noviembre de 1995
San Ambrosio: más que vuestros consejos les ayudará la estima que nutren hacia vosotros y vosotros hacia ellos
La educación de los hijos es una tarea para adultos dispuestos a una dedicación que te lleve a olvidarte de ti mismo: son capaces de esto el marido y la mujer que se aman a tal punto que no necesitan mendigar en otros lares el afecto necesario.
El bien de vuestros hijos será lo que ellos elegirán: no soñéis para ellos con vuestros deseos.
Bastará con que sepan amar el bien y guardarse del mal y que consideren algo horroroso la mentira.
No pretendáis, pues, dibujar su futuro: estad satisfechos más bien de que vayan al encuentro del mañana con empuje, también cuando os parezca que se olvidan de vosotros.
No animéis ingenuas fantasías de grandeza, y si Dios los llama a algo hermoso y grande no seáis vosotros el lastre que les impide volar.
No os arroguéis el derecho de tomar decisiones en su lugar, más bien ayudarles a entender qué decisión tomar y a que no se asusten si lo que aman requiere esfuerzo y alguna vez hace sufrir: más insoportable es una vida vivida para nada.
Más que vuestros consejos les ayudará la estima que nutren hacia vosotros y vosotros hacia ellos; más que por mil recomendaciones sofocantes, serán ayudados por los gestos que vieron en casa: los afectos sencillos, certeros y expresados con pudor.
Y todos esos discursos sobre la caridad no me enseñarán más que el gesto de mi madre que abría la puerta de la casa a un vagabundo hambriento, y no encuentro un gesto mejor, por no decir el orgullo de ser hombre, que cuando mi padre se adelantó a tomar la defensa de un hombre acusado injustamente.
Que vuestros hijos habiten en vuestra casa con aquel sano hallarse bien que te hace sentir a gusto y que te anima también a salir de casa, porque te insufla dentro la confianza en Dios y el gusto de vivir bien [28].
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Notas
[28] C. M. Martini, Sette diaIoghi con Ambrogio, Vescovo di Milan, Centro Ambrosiano, 1996.
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