Las estructuras de la Iglesia diocesana: contempladas desde la fidelidad del cristiano

Las estructuras de la Iglesia diocesana: contempladas desde la fidelidad del cristiano

La esencia y el dinamismo de la vida del cristiano se fundamentan en la fidelidad como respuesta permanente a la llamada del Señor que le invita, por los caminos que Él ha establecido, a vivir en comunión con Él y a trabajar por su Reino.

La fidelidad es aquel talante o disposición del alma que incita al hombre a mantener la comunión que ha instaurado con otra persona, a llevar a efecto la promesa hecha, a realizar el encargo libremente aceptado y a no retirar la palabra dada.

Los cristianos, desde los primeros tiempos eligieron muy pronto para sí el apelativo de «fieles», que reflejaba su identidad. Por la fe, se fiaban de Jesús y se sometían al plan de vida comunitario establecido e inaugurado por Él.

La fidelidad del cristiano hoy se sitúa de tal manera que «al mismo tiempo que sabe ser fiel a la verdad recibida de Cristo, debe serlo también para estar atento a los signos de los tiempos… y de insertar el mensaje cristiano en las corrientes de pensamiento, de palabra, de cultura, de costumbres, de tendencias de la humanidad, tal como hoy se vive y se agita sobre la faz de la tierra» (cf. ES 27).


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Obra original:  extracto del Libro del Sínodo, tema 11

Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)


Las estructuras de la Iglesia diocesana: contempladas desde la fidelidad del cristiano

Las estructuras de la Iglesia diocesana: introducción teológico-pastoral

A los ojos de todos, creyentes o no, la Iglesia aparece como una amplia institución, de alcance universal, con una determinada concretización local; con sus propios criterios, su organización, sus ritos, leyes, símbolos, disciplina y tradiciones, que configuran su propia identidad.

Estos elementos conforman el entramado que podríamos considerar como la estructura de la Iglesia, que al tiempo que le dan su propia configuración visible, contiene los instrumentos aptos para que ella pueda cumplir su misión de ser «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG l); es decir, están al servicio de la comunión y de la misión de la Iglesia.

El fiel y correcto uso de sus estructuras ha sido objeto de continua reflexión de la Iglesia a lo largo de su historia; de modo especial, en sus momentos fuertes de reflexión renovadora: Concilios, Sínodos… El Concilio Vaticano II sometió a profunda revisión las distintas estructuras de la Iglesia, imprimiendo en ellas un espíritu de renovación y adaptación a los tiempos presentes.


Actitudes ante las estructuras

No obstante, en el seno de la misma Iglesia se observan a veces algunas actitudes incorrectas. Mientras algunos, por una parte mantienen una actitud de menosprecio en relación con las estructuras, considerándolas como elementos adheridos al ser de la Iglesia, que impiden el auténtico seguimiento evangélico de Cristo y condicionan el dinamismo del Reino de Dios; otros, les atribuyen un valor absoluto identificándola, sin más, con la misma Iglesia y ponen toda su confianza apostólica en un perfecto entramado de unas estructuras robustas y consistentes por si mismas.

Por último, se encuentran aquellos que, desde su amor a la Iglesia y su compromiso como miembros de la misma, se esfuerzan, con mayor o menor acierto, por conseguir una renovación total, o en algunos de sus aspectos, para adaptarlas al querer de Cristo en cada situación concreta.

El cristiano ha de tener el adecuado conocimiento de las estructuras eclesiales, pues la autenticidad de su vida cristiana y la eficacia de su labor apostólica, depende, en gran parte, del recto uso que haga de las mismas estructuras.

Las estructuras que hoy presenta la Iglesia, están integradas, por una parte, por elementos esenciales que configuran su naturaleza en todo tiempo y lugar, como son la Palabra de Dios, los Sacramentos, el Ministerio Apostólico… Su existencia obedece a la voluntad de Cristo que dio a la Iglesia una determinada constitución. Frente a ellas, la única postura posible para un cristiano es intentar comprenderlas y asumirlas con verdadera fidelidad. Cuanto más y mejor se penetre en las estructuras legadas por Cristo, mayor capacidad se tiene para discernir sobre el valor relativo de las otras estructuras eclesiales.

Por otra parte, la Iglesia está integrada por elementos que han ido surgiendo a lo largo del tiempo por voluntad de los hombres, atendiendo al empuje del Espíritu Santo que «rejuvenece a la Iglesia y la renueva incesantemente»(LG 4), y a las instancias culturales, psicológicas u ocasionales del lugar y del tiempo en que la Iglesia desarrolla su cometido. Respecto a estas, existe entre ellas un valor diferente. Unas han sido introducidas como un modo de explicitar los elementos esenciales de la Iglesia, mediante la intervención solemne y oficial de su Jeraquía; otras obedecen a situaciones circunstanciales de tiempo y lugar, con un valor transitorio. Ante ellas el cristiano ha de tener una actitud de «asimilación y discernimiento», siempre desde un espíritu de amor a la Iglesia, disponibilidad de colaboración, autocrítica, y paciencia en los procesos de transformación.


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Obra original:  extracto del Libro del Sínodo, tema 11

Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)


Las estructuras de la Iglesia diocesana: contempladas desde la fidelidad del cristiano

Las estructuras de la Iglesia diocesana: índice general

La Iglesia es labranza, o arada de Dios (cf. 1 Co 3,9). En ese campo crece el vetusto olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas, y en el cual se realizó y concluirá la reconciliación de los judíos y gentiles (cf. Rm 11,13- 26). El celestial Agricultor la plantó como viña escogida (cf. Mt 21,33-34 par.; cf. Is 5,1 ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en El por medio de la Iglesia, y sin El nada podemos hacer (cf. Jn 15,1-5).

Lumen Gentium, Constitución Dogmática sobre la Iglesia

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Las estructuras de la Iglesia diocesana: índice general

Introducción teológico-pastoral
Contempladas desde la fidelidad del cristiano
La Iglesia, manifestación y cumplimiento de la fidelidad de Dios
Cristo, realizador del proyecto del Padre
La Encarnación de Cristo ilumina el sentido de las estructuras
Características de las estructuras eclesiales
Principios que deben estar presentes en las estructuras de la Iglesia
Niveles estructurales
Organismos de colaboración con el obispo (I)
Organismos de colaboración con el obispo (II)
Organismos de colaboración con el obispo (III)
Organismos de colaboración con el obispo (IV)


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Obra original:  extracto del Libro del Sínodo, tema 11

Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)

San José Pignatelli, restaurador de los Jesuitas, con recursos audiovisuales

San José Pignatelli, restaurador de los Jesuitas, con recursos audiovisuales

El mérito especial de este santo fue el de conservar lo que quedaba de la Compañía de Jesús (que es la Comunidad religiosa más numerosa en la Iglesia Católica) y tratar de que los religiosos de esa comunidad pudieran sobrevivir, a pesar de una terrible persecución.

De familia italiana, nació en Zaragoza (España) en 1737. Se hizo jesuita y empezó a trabajar en los apostolados de su Comunidad, especialmente en enseñar catecismo a los niños y a los presos.

En 1767 la masonería mundial se puso de acuerdo para pedir a todos los gobernantes que expulsaran de sus países a los Padres Jesuitas. El rey Carlos III de España obedeció las órdenes masónicas y declaró que de España y de todos los territorios de América que dependían de ese país quedaban expulsados los jesuitas. Con este decreto injusto le hizo un inmenso mal a muchas naciones y a la Santa Iglesia Católica.

El Padre José Pignatelli y su hermano, que eran de familia de la alta clase social, recibieron la oferta de poder quedarse en España pero con la condición de que se salieran de la Compañía de Jesús. Ellos no aceptaron esto y prefirieron irse al destierro. Se fueron a la Isla de Córcega, pero luego los franceses invadieron esa isla y de allá también los expulsaron.

En 1774 Clemente XIV por petición de los reyes de ese tiempo dio un decreto suprimiendo la Compañía de Jesús. Como efecto de ese Decreto 23,000 jesuitas quedaron fuera de sus casas religiosas.

San José PignatelliEl Padre Pignatelli y sus demás compañeros, cuando oyeron leer el terrible decreto exclamaron: «Tenemos voto de obediencia al Papa. Obedecemos sin más, y de todo corazón».

Durante los 20 años siguientes la vida del Padre José y la de los demás jesuitas será de tremendos sufrimientos. Pasando por situaciones económicas sumamente difíciles (como los demás jesuitas dejados sin su comunidad), pero siempre sereno, prudente, espiritual, amable, fiel.

Se fue a la ciudad de Bolonia y allí estuvo dedicado a ayudar a otros sacerdotes en sus labores sacerdotales, y a coleccionar libros y manuscritos relacionados con la Compañía de Jesús y a suministrar ayuda a sus compañeros de religión. Muchos de ellos estaban en la miseria y si eran españoles no les dejaban ni siquiera ejercer el sacerdocio. Un día al pasar por frente a una obra del gobierno, alguien le dijo que aquello lo habían construido con lo que les habían quitado a los jesuitas, y Pignatelli respondió: «Entonces deberían ponerle por nombre «Haceldama», porque así se llamó el campo que compraron con el dinero que Judas consiguió al vender a Jesús.

Cuando los gobiernos de Europa se declaraban en contra de los jesuitas, la emperatriz de Rusia, Catalina, prohibió publicar en su país el decreto que mandaba acabar con la Compañía de Jesús, y recibió allá a varios religiosos de esa comunidad. El Padre Pignatelli con permiso del Papa Pío VI se afilió a los jesuitas que estaban en Rusia y con la ayuda de ellos empezó a organizar otra vez a los jesuitas en Italia. Conseguía vocaciones y mandaba los novicios a Rusia y allá eran recibidos en la comunidad. El jefe de los jesuitas de Rusia lo nombró provincial de la comunidad en Italia, y el Papa Pío VII aprobó ese nombramiento. Así la comunidad empezaba a renacer otra vez, aunque fuera bajo cuerda y en gran secreto.

El Padre Pignatelli oraba y trabajaba sin descanso por conseguir que su Comunidad volviera a renacer. En 1804 logró con gran alegría que en el reino de Nápoles fuera restablecida la Compañía de Jesús. Fue nombrado Provincial. Con las generosas ayudas que le enviaban sus familiares logró restablecer casas de Jesuitas en Roma, en Palermo, en Orvieto y en Cerdeña.

Ya estaba para conseguir que el Sumo Pontífice restableciera otra vez la Compañía de Jesús, cuando Napoleón se llevó preso a Pío VII al destierro.

El Padre Pignatelli murió en 1811 sin haber logrado que su amada Comunidad religiosa lograra volver a renacer plenamente, pero tres años después de su muerte, al quedar libre de su destierro el Papa Pío VII y volver libre a Roma, decretó que la Compañía de Jesús volvía a quedar instituida en todo el mundo, con razón Pío XI llamaba a San José Pignatelli «el anillo que unió la Compañía de Jesús que había existido antes, con la que empezó a existir nuevamente». Los Jesuitas lo recuerdan con inmensa gratitud, y nosotros le suplicamos a Dios que a esta comunidad y a todas las demás comunidades religiosas de la Iglesia Católica las conserve llenas de un gran fervor y de grandísima santidad.

Artículo original en EWTN-Fe

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Otras biografías en la red

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Recursos audiovisuales

San José Pignatelli, por mujerfuerte.org, Hijas del Sagrado Corazón de Jesús IFCJ

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San José Pignatelli, por Encarni Llamas en DiócesisTV

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São José Pignatelli (portugués)

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San Leandro de Sevilla, con recursos audiovisuales

San Leandro de Sevilla, con recursos audiovisuales

Una de las más impresionantes figuras de la Historia de Sevilla del siglo VI es San Leandro. Vive en la segunda mitad de este siglo y le toca sufrir la oposición entre las culturas hispano-romana y visigótica, entre el catolicismo de los dominados por el rey Leovigildo y el arrianismo de los dominadores bárbaros. Nace en Cartagena ca. 540, de familia noble.

Su padre era hispano-romano y, por motivos probablemente políticos, tuvo que salir de su tierra estableciéndose en Sevilla. De sus cuatro hijos, todos son santos de la Iglesia Católica: el mayor, Leandro, otros dos varones, Fulgencio que fue obispo de Écija e Isidoro, obispo de Sevilla y Florentina, religiosa contemplativa.

A la muerte de su padre, San Leandro asumió la dirección de la familia, ocupándose de la educación de su hermano Isidoro. A éste le dedicaría más adelante un tratado para que no temiera la muerte. Terminada la educación de sus hermanos, San Leandro abrazó la vida monástica y se dedicó a difundir el catolicismo entre los visigodos en contra del arrianismo del rey.

Desde el monasterio es elevado a la sede episcopal hispalense, donde sigue su preocupación contra la herejía arriana, que Leovigildo quiso hacer extensiva a toda Hispania. Pero el plan real sufre un duro golpe cuando su hijo Hermenegildo se convierte al catolicismo. El padre le había hecho gobernador de la Bética, cuya capital era Sevilla. Aquí, San Leandro e Infunda, esposa católica de Hermenegildo, logran que éste se convierta a la fe católica. Todos los autores contemporáneos atribuyen su conversión a la predicación y consejos de San Leandro. Así, San Gregorio Magno afirma: «Poco ha que Hermenegildo, hijo de Leovigildo, rey de los visigodos, se ha convertido de la herejía arriana por la predicación de Leandro, obispo de Sevilla».

San Buenaventura y San Leandro (Museo Bellas Artes Sevilla)Estalla la guerra entre Leovigildo y Hermenegildo, siendo éste derrotado por su padre y más tarde asesinado. San Leandro tiene que sufrir el destierro marchando a Constantinopla. El rey veía en él el principal responsable de la conversión y rebelión de su hijo y, por tanto, el principal obstáculo en su intento de unificación político-religiosa de Hispania sobre la base de la fe arriana.

Desde el exilio, San Leandro siguió combatiendo el arrianismo. Viendo Leovigildo la imposibilidad de de unificar la península en el arrianismo levantó el destierro a los obispos católicos. Su otro hijo, Recaredo, en contacto con San Leandro, se convierte al catolicismo en el III Concilio de Toledo presidido por el arzobispo hispalense. De esta forma, la población española adquiere la convicción de que forma un pueblo, una nación.

Pero la influencia de San Leandro en la sociedad hispana no termina en ese Concilio. En el 590 convoca y preside el I Concilio de Sevilla, contribuyendo, además, con su sabiduría, al resurgimiento literario. La escuela de Sevilla, creada por él, fue la más ilustre de todas las de España y el centro de la restauración científica visigótica. Allí se estudiaba griego, hebreo, himnos, poemas clásicos, etc. Los principales doctores visigóticos eran helenistas, y lo era también San Leandro. De esta escuela salió su más insigne discípulo, su hermano San Isidoro.

De San Leandro dice Isidoro que era «suave en el hablar, grande en el ingenio y clarísimo en la vida y doctrina». De San Leandro se dice, igualmente, que fue un hombre distinguido por su elegancia y brillantez. Con aires de pensador, citaba a los filósofos griegos y recordaba la filosofía de Séneca.

La elocuencia del metropolitano hispalense ha sido comparada con la de San Juan Crisóstomo. Al morir sobre el año 600 dejó concluida definitivamente la cuestión arriana. Su gran personalidad y santidad fue reconocida por la Iglesia Universal y su influencia histórica por todos los tratados de nuestra Historia.

Artículo original de Francisco Santiago en conociendosevilla.org.

Otras biografías en la red

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Recursos audiovisuales

San Leandro de Sevilla, por Encarni Llamas en DiócesisTV

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San Josafat de Lituania: Patrón de la unión de los cristianos, con recursos audiovisuales

San Josafat de Lituania: Patrón de la unión de los cristianos, con recursos audiovisuales

«La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos»

(Tertuliano)

Josafat es una palabra hebrea que significa «Dios es mi juez».

La nación de Lituania es ahora de gran mayoría católica. Pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice. Y la conversión de Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat. Pero tuvo que derramar su sangre, para conseguir que su país aceptara el catolicismo.

En 1595 los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania habían propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más fanáticos ortodoxos se habían opuesto violentamente y se habían producido muchos desórdenes callejeros. Ahora llegaba al convento el que más iba a trabajar y a sacrificarse por obtener que su nación se pasara a la Iglesia Católica.

Cuando sus enemigos se lanzaron contra él, le atravesaron de un lanzazo, le pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo echaron al río Divina. Era el 12 de noviembre de 1623. Meses después los verdugos se convirtieron a la fe católica y pidieron perdón de su terrible crimen.

El Papa Juan Pablo II declaró a San Josafat patrono de los que trabajan por la unión de los cristianos.

Artículo orginal en Aciprensa.

Otras biografías de san Josafat

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Recursos audiovisuales

San Josafat de Lituania, mártir

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San Josafat de Lituania, por Encarni Llamas en DiócesisTV

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Colorea la casa del Señor

Colorea la casa del Señor

Con motivo del Día de la Iglesia diocesana os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando la casa del Señor.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.

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Colorea la casa del Señor

La casa del Señor – Lámina 1

La casa del Señor – Lámina 2

La casa del Señor - Lámina 1

La casa del Señor - Lámina 2

La casa del Señor – Lámina 3

La casa del Señor – Lámina 4

La casa del Señor - Lámina 3

La casa del Señor - Lámina 4

La casa del Señor – Lámina 5

La casa del Señor – Lámina 6

La casa del Señor - Lámina 5

La casa del Señor - Lámina 6

La casa del Señor – Lámina 7

La casa del Señor – Lámina 8

La casa del Señor - Lámina 7

La casa del Señor - Lámina 8

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La Iglesia diocesana: comunidad de fe, amor y esperanza

La Iglesia diocesana: comunidad de fe, amor y esperanza

Nos toca vivir en un mundo tecnificado, terriblemente frío, donde es difícil experimentar unas relaciones humanas cálidas. Para muchos es en la Iglesia, caravana de los hijos de Dios, donde encontramos el calor humano que nos ha traído la presencia de Dios en nuestro mundo. Dentro de la Iglesia, caminando unos junto a otros, agraciados con la misma fe, alentados por la misma esperanza y viviendo el mismo amor, recibimos la fuerza para vivir serena, gozosa y fraternalmente. En nuestra parroquia, en nuestra diócesis, podemos encontrar un verdadero oasis dentro del desierto de nuestro mundo.

La Iglesia, a través de sus hijos e hijas, repite en la historia los gestos de misericordia de su Señor y Maestro. Ella acoge y protege a los pobres y a los marginados, convierte a los pecadores, se ocupa de los enfermos, defiende a los pequeños y a los débiles, enseña a perdonar y a amar a los enemigos, anuncia la misericordia divina sobre la humanidad e intercede por todos. Cristo y la Iglesia son inseparables. La Iglesia es Jesús hoy, en medio de nuestras calles y plazas.

En el seno de la Madre Iglesia compartimos la misma fe. No es metáfora sino hermosa realidad que a la vida de hijos de Dios nacemos de María y por obra del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente nuestra Madre. Por eso nos ayuda a crecer en la fe y nos educa como cristianos. Por eso amamos a la Iglesia con cariño de hijos y hablamos de ella desde el amor que le profesamos. La reconocemos santa por ser hechura de Dios, aunque con defectos y pecados por albergar pecadores en su seno mientras peregrina por la tierra.

En la Iglesia recibimos el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros —dice Jesús— como yo os he amado». Sintiéndonos amados incondicionalmente por Dios Padre, amamos con el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo. No amamos a los demás con nuestro propio amor, pequeño y nunca del todo desinteresado, sino que tratamos de amar a todos, especialmente a los más débiles, con el amor inmenso de Dios.

Rigurosamente hablando, sólo en Dios ponemos nuestra esperanza. Pero en la Iglesia encontramos un vigor que no le viene de sí misma, sino del Señor crucificado. A pesar de sus elementos viejos y caducos, hay en ella una novedad que le viene de la vida nueva del Resucitado. La Iglesia cuenta con un Evangelio que no la deja descansar y la despierta de su adormecimiento. El suelo de la Iglesia está regado y sostenido por un subsuelo: el Espíritu Santo, fuente de toda esperanza y de todo consuelo.

Os agradezco vuestra colaboración generosa en el Día de la Iglesia Diocesana.

Recibid mi afecto y mi bendición,

Manuel Sánchez Monge

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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Artículo original en la página web de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol (España)

Catequesis y recursos audiovisuales sobre León Magno

Catequesis y recursos audiovisuales sobre León Magno

Continuando nuestro camino entre los padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan a lo lejos, en el encuentro de hoy nos acercamos a la figura de un Papa que, en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de san León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes pontífices que han honrado la Sede de Roma, ofreciendo una gran contribución a reforzar su autoridad y prestigio. Primer obispo de Roma en llevar el nombre de León, adoptado después por otros doce sumos pontífices, es también el primer Papa del que nos ha llegado su predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones. Viene a la mente espontáneamente su recuerdo en el contexto de las actuales audiencias generales del miércoles, citas que se han convertido para el obispo de Roma en una acostumbrada forma de encuentro con los fieles y con los visitantes procedentes de todas las partes del mundo.

León había nacido en Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado llevó en el año 440 a Gala Placidia, que en ese momento regía el Imperio de Occidente, a enviarle a Galia para subsanar la difícil situación. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor, falleció y fue elegido como su sucesor León, quien recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en Galia.

Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Iniciaba de este modo su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de san Pedro. Sus reliquias siguen custodiadas en uno de los altares de la Basílica vaticana.

El Papa León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento en Occidente de la autoridad imperial, y una larga crisis social habían obligado al obispo de Roma —como sucedería con más claridad todavía un siglo y medio después, durante el pontificado de Gregorio Magno— a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana. Es famoso un episodio de la vida de León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al paso de Atila, el jefe de los hunos, para convencerle de que no continuara la guerra de invasión con la que había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península.

Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz desempeñada por el pontífice. No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy sorprende: en la primavera del año 455, León no logró impedir que los vándalos de Genserico, al llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al paso del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, de San Pablo y de San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

XXXXX Conocemos bien la acción del Papa León gracias a sus hermosísimos sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el pontífice se presenta en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, como teólogo y pastor. León Magno, constantemente requerido por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como un auténtico heredero del apóstol Pedro: los numerosos obispos, en buena parte orientales, reunidos en el Concilio de Calcedonia, demostraron que eran sumamente conscientes de esto.

Celebrado en el año 451, con 350 obispos participantes, este Concilio se convirtió en la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos precedentes: el de Nicea del año 325, el de Constantinopla del año 381 y el de Éfeso del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que hay que «acoger y venerar, como los cuatro libros del santo Evangelio, los cuatro concilios», porque, como sigue explicando Gregorio, sobre ellos «se edifica la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El Concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la auténtica naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.

Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, era afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron unidos los padres conciliares. A partir de aquella intervención y de otras pronunciadas durante la controversia cristológica de aquellos años, se hace evidente que el Papa experimentaba con particular urgencia las responsabilidades del sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apostolado se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de los santos Pedro y Pablo (83,2). Y el pontífice supo ejercer estas responsabilidades, tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y de sus legados. Mostraba de este modo cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que tenía lugar, en un período de profunda crisis, de la Roma pagana a la cristiana, León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Alentó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y la pobreza. Afrontó las supersticiones paganas y la acción de los grupos maniqueos. Enlazó la liturgia a la vida cotidiana de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y con la limosna, sobre todo con motivo de las Quattro tempora, que caracterizan en el transcurso del año el cambio de las estaciones. En particular, León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada quien. Lo subraya en un sermón (64,1-2) hablando de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre plasmado en el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo a través de la nueva vida de la gracia.

Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al Concilio de Calcedonia, ofreció una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese Concilio, lo que dijo san Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser Dios y Hombre al mismo tiempo, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (Cf. Serm ón 64). En la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. De esta manera nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Aprendamos, por tanto, con san León Magno a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Catequesis sobre san León Magno, Doctor de la Iglesia

Audiencia General del miércoles, 5 de marzo de 2008

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Meditación sobre el texto de «San León Magno» A imagen de Dios (Homilía 12 sobre el ayuno, 1-2;4)

www.catolicosfirmesensufe.org

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