San Juan de Ribera, arzobispo de Valencia – con recursos audiovisuales

San Juan de Ribera, arzobispo de Valencia – con recursos audiovisuales

Cuando él nace, atraviesa la cristiandad una crisis durísima. El fuego de la revolución protestante se ha corrido a media Europa. Reina la confusión y el dolor en el mundo católico, mientras herejes e infieles se mofan a coro de la Santa Iglesia esperando su agonía. Pero el soplo del Divino Espíritu vivificó de nuevo a la Esposa de Cristo y ésta empezó a mostrar de nuevo al mundo los caminos de la restauración católica o de la verdadera reforma. Una falange de santos reformadores promovió esta corriente purificadora, especialmente en España e Italia. Don Juan de Ribera será devotísimo amigo de todos ellos: Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Pedro de Alcántara, Juan de Ávila, Francisco de Borja, Teresa de Jesús, Luis Beltrán, Alonso Rodríguez, y otros más en nuestra patria. El papa San Pío V pensó hacerle cardenal, y San Carlos Borromeo, que le amaba entrañablemente sin haberle visto nunca, pedía consejo a Ribera para el buen gobierno de su vastísima diócesis de Milán.

Fue natural de la ciudad de Sevilla, hijo del ilustre don Pedro Afán Enríquez de Ribera y Portocarrero, conde de los Molares, marqués de Tarifa, duque de Alcalá, virrey de Nápoles y antes de Cataluña. El niño crecía sin el amor materno. Su madre, doña Teresa de los Pinelos, falleció muy pronto. Sevilla era a la sazón la puerta de América, por donde se derramaba en Europa aquel torrente de riquezas, de conocimientos nuevos, de sustancias desconocidas: oro, plata, perlas, cacao, maíz, animales raros, hombres y mujeres de razas exóticas. Pero también riquezas del espíritu daba de sí esta ciudad al mundo. Para nuestro caso bastará recoger las palabras de un historiador local: «Es indudable que de toda la nobleza sevillana fue la familia de los Enríquez de Ribera la que más se señaló por su generosidad y amor a los pobres. Nadie como doña Catalina y su hijo don Fadrique de Rivera en caridad a los enfermos y desvalidos. Esta egregia señora, prototipo de las más egregias virtudes, fundó el Hospital de las Cinco Llagas, que luego su hijo dotó y amplió con extraordinaria munificencia». En esta misma línea de santidad familiar merece un recuerdo doña Teresa Enríquez de Alvarado, «la loca del Sacramento», de quien se cuenta que por sus manos escogía la flor de los racimos traídos de doce leguas, de Cebreros, en la provincia de Ávila, por ser la más excelente uva para fabricar el vino del Sacrificio. Por sí misma cernía la harina de las hostias y la guardaba en limpia y rica orza, delante de la cual tenía siempre una luz encendida. No porque la creyese consagrada, sino porque sólo el pensar que aquella harina se había de transubstanciar en el cuerpo de Cristo, la obligaba a mirarla con tierno respeto: algo así como se mira una corona regia o como una madre contempla los vestidos que han de cubrir y abrigar el cuerpecito del esperado primogénito. Don Juan fue enviado por su padre a la Universidad de Salamanca, que por entonces vive un periodo áureo: lecciones de Vitoria, teólogos a Trento, introducción del método teológico salmanticense en Italia por obra de los hijos del patriarca de Loyola. Y en suma, foco del prestigio hispano que batalla con la espada y con la pluma frente a turcos y herejes. Ribera salió discípulo aventajado en aquellas aulas, sacó sus títulos y tuvo cátedra en la misma. Atenas española. Estaba para terminar el concilio de Trento y el papa Pío IV escogió para la mitra vacante de Badajoz a nuestro joven maestro, que a sus virtudes y alcurnia juntaba el ser hijo del virrey de Nápoles. Aún no había cumplido los treinta años. Para la reforma y santificación de sus ovejas lanzó pequeñas tropas de choque y conquista. Reclutó misioneros y recabó la ayuda del Maestro Ávila, quien dice con gran consuelo en una de sus cartas: «El obispo de Badajoz ha enviado seis predicadores por el obispado, según él me ha escrito, y da a cada uno cuarenta mil maravedís y cuarenta fanegas de trigo, y aún si yo le enviara algunos, dijo daría más, si tuvieran necesidad de socorrer a padres o hermanos». El, por su parte, no se desdeñaba de administrar los sacramentos a los enfermos y sentarse para atender a las almas como confesor ordinario en su iglesia. Dormía muchas veces sobre haces de sarmientos y Seguía el mismo rigor que en Salamanca. Por eso, el arzobispo de Granada, respondió por carta a una que el mismo don Juan le había escrito: «Me pide V. S. Ilma. que le dé cuenta de mi vida; eso deseo saber de V. S. Ilma., que siempre desde su niñez fue santo, pues cuando V. S. Ilma. vino a Salamanca, de poca edad, yo era estudiante pasante, y ya entonces erais santo». Los avisos que él dio, a petición de los padres y del concilio provincial compostelano, en 1565, han pasado a las actas. Entre diversas sugerencias, señala remedios prácticos para la reforma personal de los obispos, primer intento de esta clase en España, que sepamos, de aplicación de los decretos Tridentinos. En la predicación puso tal fuego y acierto, que los vecinos de los lugares circunvecinos a donde predicaba se convidaban mutuamente: «Vamos a oír al apóstol». En dos ocasiones vendió la vajilla de plata y el importe lo invirtió en comprar trigo y remediar a los pobres en años de carestía. El divino Morales nos ha transmitido la efigie del obispo de Badajoz: sus facciones revelan a un hombre de nervio, pero limpio de toda excitación exterior, contemplativo y apóstol, con aires de alta nobleza y finos modales. El día que partió de su obispado, siendo ya patriarca de Antioquía, para regir la archidiócesis valentina, dio a los pobres todas sus alhajas, dinero y bienes. Más de una vez había quedado sin un maravedí, pero siempre estuvo a punto la bolsa paterna. En Valencia, como en Badajoz, se sujetó a un horario que recuerda hábitos estudiantiles. Gran madrugador, se levantaba de tres a cuatro de la mañana y comenzaba el estudio y meditación sobre la Biblia hasta las siete; daba cuatro horas para el rezo del oficio divino, santa misa, preparar sermones y un breve descanso. A la una de la tarde, audiencia pública. Se retiraba a eso de las tres, sin tener tiempo señalado para la comida, y sólo tomaba algunos higos secos, uvas o fruta del tiempo. Bebía muy poco, raramente vino con agua. Por la tarde concedía audiencia sin poner inconvenientes. Terminada esta obligación, marchaba a un jardín extramuros donde iba acumulando libros y más libros. Tornaba a palacio al anochecer, y por espacio de tres horas se recogía en oración. Tampoco para cenar había momento señalado. Antes de acostarse tenía unos momentos de solaz con los suyos. Al rigor ordinario en la comida, añadía ciertos ayunos, como en los días de Semana Santa, que se pasaba cuarenta horas sin probar alimento, y, mientras fue joven, tres veces por semana ayunaba como un monje: sólo pan y agua. Su criado, Pedro Pascual, no podía menos de maravillarse muchas mañanas al entrar en la alcoba de su señor; la cama estaba como el día anterior, y, para cerciorarse, metía las manos entre las sábanas, y no hallándolas calientes, concluía que el patriarca no había reposado en ellas durante la noche. Tenía don Juan ciertos lugares secretos en sus habitaciones, así en palacio como en el colegio por él fundado y en su jardín-biblioteca de la calle de Alboraya, donde escondía las disciplinas y cilicios, que la curiosidad de Pedro Pascual descubría, hallándolos siempre bañados en sangre. Estos indicios hacían presagiar un pontificado santo, como el de fray Tomás de Villanueva, fallecido aún no hacía tres lustros y cuyo recuerdo amable estaba en la memoria de todos, a él escribe un cronista que a su muerte eran tal el llanto y la pena de los pobres y del pueblo en general, que el espectáculo causaba la mayor tristeza. No le llamaban de otra manera que «el arzobispo santo». Vestía un hábito humilde y apedazado, guardó en todo gran pobreza voluntaria. No hizo testamento, porque no tenía de qué. Y a fin de morir totalmente desprendido, renunció en favor de su iglesia ciertos derechos que sobre ella le correspondían.

Los valencianos se percataran pronto que don Juan de Ribera, su nuevo pastor, aunque joven —llegaba a esta sede a los treinta y seis años—, era viejo en doctrina, virtud y prudencia. Solían decir los que trataban con el patriarca que de sus palabras fluía un no sé qué misterioso que infundía juntamente respeto y un gozo conmovedor. Fray Tomás había dejado abiertos con sus fatigas los primeros surcos para la reforma de esta diócesis, que por más de cien años estuvo huérfana de la presencia de sus pastores. Cierto que Ribera tenía ante sí Las trazas y el ejemplo del arzobispo limosnero. Pero también una perspectiva ardua: aplicar a sus ovejas la doctrina reformatoria del concilio de Trento, que acababa de ser aceptado en España: un plan salvador, intenso, y cuyos frutos no se tocarían sino a largo plazo. Estaba también por delante la angustiosa cuestión morisca, con todos los anteriores fracasos de evangelización y apaciguamiento. Meditaba don Juan cuál sería el método adecuado para aquella tan general y variada misión entre cristianos viejos e infieles astutos, que no otra cosa eran los moros bautizados unas veces por la fuerza, otras voluntariamente, aunque para mayor amparo y encubrimiento de su infidelidad. Abrió el buen pastor su campaña con las visitas pastorales. Once veces visitó completamente, por sí o por sus delegados, todas las parroquias de su amplia jurisdicción. Cada bienio tenía noticia cabal del estado de sus 290 parroquias rurales. Lo mismo aparece el infatigable apóstol en los fragosos lugares del arciprestazgo de Villahermosa del Río, como en los no menos ásperos de la región alicantina. Aun en medio de penosas ocupaciones halla tiempo para el estudio, hurtando horas al descanso. Alojaba cierta vez en su casa el cura de Carcagente al patriarca durante la visita pastoral. Y aconteció que, habiéndose retirado todos a dormir y siendo muy entrada ya la noche, había luz en la alcoba del prelado. Movido por la curiosidad, atisbo el rector por los resquicios de la puerta y vio al arzobispo en la cama, sentado y estudiando rodeado de libros. El cura se movió a devoción, al recordar que lo mismo había leído de San Ambrosio. Entre los años 1569 y 1610 llevó a cabo 2.715 visitas pastorales, recogidas en 91 volúmenes, con un total de 91.202 folios. Celebró siete sínodos. Cada vez, los decretos eran pocos, breves y prácticos, para evitar que la muchedumbre de ellos tentase a olvidarlos. Son de carácter marcadamente sacerdotal. Del clero, en estrecha comunión con su obispo, cabía esperar con toda razón la enmienda del pueblo y una vida cristiana floreciente. Tratábalos con exquisita cortesía, ya en los retiros a puerta cerrada en la parroquia de Santo Tomás donde solía instruirles y aun reprenderles, ya en privado con advertencias paternales. Jerónimo Martínez de la Vega recordó toda su vida las palabras del arzobispo cuando le otorgaba licencia de confesar: «Mirad, hijo, lo que hacéis; que sois mozo y el oficio es peligroso». Y hablaba el bueno del patriarca aleccionado por la experiencia. En Badajoz hubo de rechazar a una joven, la cual simulando confesión, le descubrió los torpes deseos que hacia él sentía, Ribera huyó del lazo y aun ganó aquella alma para Dios. En Valencia se repitió la escena en horas de audiencia. Mas el patriarca, puesto en pie, en voz alta y en presencia de sus criados, comenzó a reprender a la desdichada, con tanto fervor de espíritu, que parecía echaba rayos de sus ojos. Así estuvo dos horas; y al cabo logró trocar aquel corazón apasionado y la envió a casa de sus padres con la advertencia de que la perdonasen y recibiesen. Este hombre, grande por su origen y por sus ministerios, sabía tratar con los pequeñuelos. Acostumbraba a ponerse en una sillita en la plaza de Burjasot, pueblecito cercano a la capital, y enseñaba por sí la doctrina cristiana a los niños. Y luego repartía dulces, monedas, ropas y otras cosas que necesitaban. Cuidadoso de la juventud, estableció en su palacio una escuela para los hijos de los nobles, en número de unos treinta, pues, como él afirmaba, se debía a todos como pastor. Desde muy niños estaban en casa del señor patriarca aprendiendo la piedad y las letras. Servíase de ellos solamente para el mayor esplendor de los pontificales. Cuando ya cursaban estudios superiores acudían a la Universidad en carroza para oír a sus respectivos maestros. Aquella escuela parecía más bien un seminario. De ella salieron un cardenal, un arzobispo, doce obispos, amén de un buen número de religiosos, canónigos y rectores de iglesias. La experiencia pastoral había persuadido al patriarca la conveniencia de empuñar juntamente el báculo y la espada. Felipe III le nombró virrey y capitán general. La tranquilidad, largos años perturbada, vino como por encanto y la justicia se aplicaba con rectitud. Nada escapaba al ojo vigilante del virrey arzobispo. Una viuda que llevaba pleito de importancia, se quejó alegando sospecha de parcialidad en el juez. Ribera se personó al día siguiente en el consejo y preguntó: «¿Quién de vuestras mercedes tiene la causa?» «Yo, señor», respondió el oidor. «¿En qué punto está?», tomó a preguntar el patriarca. «Ya está acordado para sentenciar y dados memoriales de ambas partes». Y mirando a los otros oidores insistió el patriarca: «¿Por qué no se da sentencia?» Y como todos guardasen silencio, prosiguió: «Venga el proceso mañana y estudien la causa, porque quiero que se dé sentencia». Cuando terminó el pleito dijo el oidor a un amigo: «Verdaderamente este señor es un santo. Yo estaba ciego con favorecer a una persona, y con sola la visita del patriarca y dos palabras que habló en consejo, cobré luz y descargué mi conciencia».

Fundó en la ciudad el Colegio y Seminario de Corpus Christi para atender a la formación del clero y en esta misma casa, una capilla —institución entre las más famosas de la cristiandad— donde se honra al Santísimo Sacramento con un ceremonial y una liturgia llena de majestad y de sosiego, aun en nuestros días. De su amor a Jesús Sacra mentado diremos que con frecuencia se retiraba a celebrar el santo sacrificio a una capilla de su propia iglesia y, luego de alzar a Dios, íbase el ayudante, hasta el aviso del patriarca con una campanilla. Durábale esta misa de dos a tres horas por el arrobamiento y las lágrimas. Falleció en su amado colegio el 6 de enero de 1611. Aún pudo ver la expulsión de los moriscos por mandato de Felipe III en 1609. Ribera los había catequizado durante treinta y cuatro años, sin reducirlos al yugo de Cristo.

Cuando el anciano pastor rendía su alma a Dios, los niños en tropel cantaban por las calles de la ciudad: «El señor patriarca está en la gloria, con la palma y corona de la victoria». En sus funerales abrió los ojos y se le encendió el rostro para adorar al Señor desde la consagración hasta la comunión del celebrante. San Pío V le había llamado, hacía cuarenta años, «lumen totius Hispaniae» («lumbrera de toda España»).

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San Juan de Ribera en la red

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Recursos audiovisuales

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IV Centenario de san Juan de Ribera

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Evangelio del día: Pedro y Andrés, discípulos de Jesús

Evangelio del día: Pedro y Andrés, discípulos de Jesús

Juan 1, 35-42. Segundo domingo del Tiempo Ordinario. Estamos llamados a caminar para entrar cada vez más dentro del misterio del amor de Dios. En algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos, pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, incluso en la más dolorosa o difícil de entender.

Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí —que traducido significa Maestro— ¿dónde vives?». «Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.

Evangelio en Evangelio del día

Lecturas

Primera lectura: Primer Libro de Samuel, 1 Sam 3, 3b-10.19

Salmo: Sal 40(39), 2.4ab.7-8a.8b-9.10

Segunda lectura: Carta I de San Pablo a los Corintios, 1 Cor 6, 13c-15a.17-20

Oración introductoria

Señor, como los discípulos, deseo encontrarme contigo en este rato de meditación. Dame tu luz para tener un encuentro personal y experiencial de tu amor y así poder confesarte como mi Salvador y Redentor.

Petición

Jesucristo, dame la gracia de encontrarte y nunca más dejarte.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos catecúmenos:

Este momento conclusivo del Año de la fe os ve aquí reunidos con vuestros catequistas y familiares, en representación también de muchos otros hombres y mujeres que están realizando, en diversas partes del mundo, vuestro mismo itinerario de fe. Espiritualmente, estamos todos unidos en este momento. Venís de muchos países diversos, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Sin embargo, esta tarde sentimos que entre nosotros tenemos muchas cosas en común. Sobre todo tenemos una: el deseo de Dios. Este deseo lo evoca las palabras del salmista: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sal 42, 2-3). ¡Cuán importante es mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y hacer experiencia de su amor, hacer experiencia de su misericordia! Si llega a faltar la sed del Dios vivo, la fe corre el riesgo de convertirse en rutina, corre el riesgo de apagarse, como un fuego que no se reaviva. Corre el riesgo de llegar a ser «rancia», sin sentido.

El relato del Evangelio (cf. Jn 1, 35-42) nos ha presentado a Juan el Bautista que indica a sus discípulos a Jesús como el Cordero de Dios. Dos de ellos siguen al Maestro, y luego, a su vez, se convierten en «mediadores» que permiten a otros encontrar al Señor, conocerle y seguirle. Hay tres momentos en este relato que hacen referencia a la experiencia del catecumenado. En primer lugar está la escucha. Los dos discípulos escucharon el testimonio del Bautista. También vosotros, queridos catecúmenos, habéis escuchado a quienes os hablaron de Jesús y os propusieron seguirle, llegando a ser sus discípulos por medio del Bautismo. En el tumulto de muchas voces que resuenan en torno a nosotros y dentro de nosotros, vosotros habéis escuchado y acogido la voz que os indicaba a Jesús como el único que puede dar sentido pleno a nuestra vida.

El segundo momento es el encuentro. Los dos discípulos encuentran al Maestro y permanecen con Él. Tras haberle encontrado, advierten inmediatamente algo nuevo en su corazón: la exigencia de transmitir su alegría también a los demás, a fin de que también ellos lo puedan encontrar. Andrés, en efecto, encuentra a su hermano Simón y lo conduce a Jesús. ¡Cuánto bien nos hace contemplar esta escena! Nos recuerda que Dios no nos ha creado para estar solos, cerrados en nosotros mismos, sino para encontrarle a Él y para abrirnos al encuentro con los demás. Dios, el primero, viene hacia cada uno de nosotros; y esto es maravilloso. Él viene a nuestro encuentro. En la Biblia Dios aparece siempre como Aquél que toma la iniciativa del encuentro con el hombre: es Él quien busca al hombre, y generalmente le busca precisamente mientras el hombre atraviesa la experiencia amarga y trágica de traicionar a Dios y de huir de Él. Dios no espera a buscarle: le busca inmediatamente. Nuestro Padre es un buscador paciente. Él nos precede y nos espera siempre. No se cansa de esperarnos, no se aleja de nosotros, sino que tiene la paciencia de esperar el momento favorable del encuentro con cada uno de nosotros. Y cuando tiene lugar el encuentro, nunca es un encuentro apresurado, porque Dios desea permanecer largo rato con nosotros para sostenernos, para consolarnos, para donarnos su alegría. Dios se apresura para encontrarnos, pero nunca tiene prisa para dejarnos. Permanece con nosotros. Como nosotros le anhelamos y le deseamos, así también Él tiene deseo de estar con nosotros, porque nosotros pertenecemos a Él, somos «propiedad» suya, somos sus creaturas. También Él, podemos decir, tiene sed de nosotros, de encontrarnos. Nuestro Dios está sediento de nosotros. Éste es el corazón de Dios. Es hermoso sentir esto.

El último rasgo del relato es caminar. Los dos discípulos caminan hacia Jesús y luego hacen un tramo del camino junto a Él. Es una enseñanza importante para todos nosotros. La fe es un camino con Jesús. Recordad siempre esto: la fe es caminar con Jesús; y es una que dura toda la vida. Al final tendrá lugar el encuentro definitivo. Cierto, en algunos momentos de este camino nos sentimos cansados y confundidos. Pero la fe nos da la certeza de la presencia constante de Jesús en cada situación, incluso en la más dolorosa o difícil de entender. Estamos llamados a caminar para entrar cada vez más dentro del misterio del amor de Dios, que nos sobrepasa y nos permite vivir con serenidad y esperanza.

Queridos catecúmenos, hoy vosotros iniciáis el camino del catecumenado. Os deseo que lo recorráis con alegría, seguros del apoyo de toda la Iglesia, que os mira con mucha confianza. María, la discípula perfecta, os acompaña: es hermoso sentirla como nuestra Madre en la fe. Os invito a custodiar el entusiasmo del primer momento que os ha hecho abrir los ojos a la luz de la fe; a recordar, como el discípulo amado, el día, la hora en la que por primera vez os habéis quedado con Jesús, habéis sentido su mirado sobre vosotros. No olvidéis nunca esta mirada de Jesús sobre ti, sobre ti, sobre ti… ¡No olvidar nunca esta mirada! Es una mirada de amor. Y así estaréis siempre seguros del amor fiel del Señor. Él es fiel. Tened la certeza: Él no os traicionará jamás.

Santo Padre Francisco

Homilía del sábado, 23 de noviembre de 2013

Propósito

Que mi vida valga la pena, al responder al llamado de Dios, en actos de amor a los demás.

Diálogo con Cristo

Jesús, ¿qué es lo que estoy buscando? ¿En qué y por qué me afano? No permitas que me aleje del camino que me puede llevar a la santidad. Es urgente que tenga claro la importancia de la misión que me has encomendado. No puedo quedarme a «contemplar» ni a lamentar la situación de la sociedad, tengo que responder con amor a Tu amor.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

Fiesta del Bautismo del Señor – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI

Fiesta del Bautismo del Señor – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI

[…] Con este domingo después de la Epifanía concluye el Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).

Narra el evangelista Lucas que mientras Jesús, recibido el bautismo, «oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»» (3, 21-22). Este Jesús es el Hijo de Dios que está totalmente sumergido en la voluntad de amor del Padre. Este Jesús es aquél que morirá en la cruz y resucitará por el poder del mismo Espíritu que ahora se posa sobre Él y le consagra. Este Jesús es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige el camino de la humildad y de la responsabilidad, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia. Ser cristianos significa vivir así, pero este tipo de vida comporta un renacimiento: renacer de lo alto, de Dios, de la Gracia, Este renacimiento es el Bautismo, que Cristo ha donado a la Iglesia para regenerar a los hombres a una vida nueva. Afirma un antiguo texto atribuido a san Hipólito: «Quien entra con fe en este baño de regeneración, renuncia al diablo y se alinea con Cristo, reniega del enemigo y reconoce que Cristo es Dios, se despoja de la esclavitud y se reviste de la adopción filial» (Discurso sobre la Epifanía, 10: pg 10, 862).

Según la tradición, esta mañana he tenido la alegría de bautizar a un nutrido grupo de niños nacidos en los últimos tres o cuatro meses. En este momento desearía extender mi oración y mi bendición a todos los neonatos; pero sobre todo invitar a todos a hacer memoria del propio Bautismo, de aquel renacimiento espiritual que nos abrió el camino de la vida eterna. Que cada cristiano, en este Año de la fe, redescubra la belleza de haber renacido de lo alto, del amor de Dios, y viva como hijo de Dios.

Santo Padre Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 13 de enero de 2013

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Queridos hermanos y hermanas:

La alegría que brota de la celebración de la Santa Navidad encuentra hoy cumplimiento en la fiesta del Bautismo del Señor. A esta alegría se añade un ulterior motivo para nosotros, aquí reunidos: en el sacramento del Bautismo que dentro de poco administraré a estos neonatos se manifiesta la presencia viva y operante del Espíritu Santo que, enriqueciendo a la Iglesia con nuevos hijos, la vivifica y la hace crecer, y de esto no podemos no alegrarnos. Deseo dirigiros un especial saludo a vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, que hoy testimoniáis vuestra fe pidiendo el Bautismo para estos niños, a fin de que sean generados a la vida nueva en Cristo y entren a formar parte de la comunidad de creyentes.

El relato evangélico del bautismo de Jesús, que hoy hemos escuchado según la redacción de san Lucas, muestra el camino de abajamiento y de humildad que el Hijo de Dios eligió libremente para adherirse al proyecto del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor por el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Siendo ya adulto, Jesús da inicio a su ministerio público acercándose al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico. ¿Necesita Jesús penitencia y conversión? Ciertamente no. Con todo, precisamente Aquél que no tiene pecado se sitúa entre los pecadores para hacerse bautizar, para realizar este gesto de penitencia; el Santo de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión, o sea, la gracia de volver a Él con todo el corazón para ser totalmente suyos. Jesús quiere ponerse del lado de los pecadores haciéndose solidario con ellos, expresando la cercanía de Dios. Jesús se muestra solidario con nosotros, con nuestra dificultad para convertirnos, para dejar nuestros egoísmos, para desprendernos de nuestros pecados, para decirnos que si le aceptamos en nuestra vida, Él es capaz de levantarnos de nuevo y conducirnos a la altura de Dios Padre. Y esta solidaridad de Jesús no es, por así decirlo, un simple ejercicio de la mente y de la voluntad. Jesús se sumergió realmente en nuestra condición humana, la vivió hasta el fondo, salvo en el pecado, y es capaz de comprender su debilidad y fragilidad. Por esto Él se mueve a la compasión, elige «padecer con» los hombres, hacerse penitente con nosotros. Esta es la obra de Dios que Jesús quiere realizar; la misión divina de curar a quien está herido y tratar a quien está enfermo, de cargar sobre sí el pecado del mundo.

¿Qué sucede en el momento en que Jesús se hace bautizar por Juan? Ante este acto de amor humilde por parte del Hijo de Dios, se abren los cielos y se manifiesta visiblemente el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras una voz de lo alto expresa la complacencia del Padre, que reconoce al Hijo unigénito, al Amado. Se trata de una verdadera manifestación de la Santísima Trinidad, que da testimonio de la divinidad de Jesús, de su ser el Mesías prometido, Aquél a quien Dios ha enviado para liberar a su pueblo, para que se salve (cf. Is 40, 2). Se realiza así la profecía de Isaías que hemos escuchado en la primera Lectura: el Señor Dios viene con poder para destruir las obras del pecado y su brazo ejerce el dominio para desarmar al Maligno; pero tengamos presente que este brazo es el brazo extendido en la cruz y que el poder de Cristo es el poder de Aquél que sufre por nosotros: este es el poder de Dios, distinto del poder del mundo; así viene Dios con poder para destruir el pecado. Verdaderamente Jesús actúa como el Pastor bueno que apacienta el rebaño y lo reúne para que no esté disperso (cf. Is 40, 10-11), y ofrece su propia vida para que tenga vida. Por su muerte redentora libera al hombre del dominio del pecado y le reconcilia con el Padre; por su resurrección salva al hombre de la muerte eterna y le hace victorioso sobre el Maligno.

Queridos hermanos y hermanas: ¿qué acontece en el Bautismo que en breve administraré a vuestros niños? Sucede precisamente esto: serán unidos de modo profundo y para siempre con Jesús, sumergidos en el misterio de su potencia, de su poder, o sea, en el misterio de su muerte, que es fuente de vida, para participar en su resurrección, para renacer a una vida nueva. He aquí el prodigio que hoy se repite también para vuestros niños: recibiendo el Bautismo renacen como hijos de Dios, partícipes en la relación filial que Jesús tiene con el Padre, capaces de dirigirse a Dios llamándole con plena confianza: «Abba, Padre». También sobre vuestros niños el cielo está abierto y Dios dice: estos son mis hijos, hijos de mi complacencia. Introducidos en esta relación y liberados del pecado original, ellos se convierten en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y se hacen capaces de vivir en plenitud su vocación a la santidad, a fin de poder heredar la vida eterna que nos ha obtenido la resurrección de Jesús.

Queridos padres: al pedir el Bautismo para vuestros hijos manifestáis y testimoniáis vuestra fe, la alegría de ser cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Es la alegría que brota de la conciencia de haber recibido un gran don de Dios, precisamente la fe, un don que ninguno de nosotros ha podido merecer, pero que nos ha sido dado gratuitamente y al que hemos respondido con nuestro «sí». Es la alegría de reconocernos hijos de Dios, de descubrirnos confiados a sus manos, de sentirnos acogidos en un abrazo de amor, igual que una mamá sostiene y abraza a su niño. Esta alegría, que orienta el camino de cada cristiano, se funda en una relación personal con Jesús, una relación que orienta toda la existencia humana. Es Él, en efecto, el sentido de nuestra vida, Aquél en quien vale la pena tener fija la mirada para ser iluminados por su Verdad y poder vivir en plenitud. El camino de la fe que hoy empieza para estos niños se funda por ello en una certeza, en la experiencia de que no hay nada más grande que conocer a Cristo y comunicar a los demás la amistad con Él; sólo en esta amistad se entreabren realmente las grandes potencialidades de la condición humana y podemos experimentar lo que es bello y lo que libera (cf. Homilía en la santa misa de inicio del pontificado, 24 de abril de 2005). Quien ha tenido esta experiencia no está dispuesto a renunciar a su fe por nada del mundo.

A vosotros, queridos padrinos y madrinas, la importante tarea de sostener y ayudar en la obra educativa de los padres, estando a su lado en la transmisión de las verdades de la fe y en el testimonio de los valores del Evangelio, en hacer crecer a estos niños en una amistad cada vez más profunda con el Señor. Sabed siempre ofrecerles vuestro buen ejemplo a través del ejercicio de las virtudes cristianas. No es fácil manifestar abiertamente y sin componendas aquello en lo que se cree, especialmente en el contexto en que vivimos, frente a una sociedad que considera a menudo pasados de moda y extemporáneos a quienes viven de la fe en Jesús. En la onda de esta mentalidad puede haber también entre los cristianos el riesgo de entender la relación con Jesús como limitante, como algo que mortifica la propia realización personal; «Dios es considerado una y otra vez como el límite de nuestra libertad, un límite que se ha de abatir para que el hombre pueda ser totalmente él mismo» (La infancia de Jesús, 92). ¡Pero no es así! Esta visión muestra no haber entendido nada de la relación con Dios, porque a medida que se procede en el camino de la fe se comprende cómo Jesús ejerce sobre nosotros la acción liberadora del amor de Dios, que nos hace salir de nuestro egoísmo, de estar replegados sobre nosotros mismos, para conducirnos a una vida plena, en comunión con Dios y abierta a los demás. «»Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera Carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino» (Enc. Deus caritas est, 1).

El agua con la que estos niños serán signados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo les sumergirá en la «fuente» de vida que es Dios mismo, que les hará sus verdaderos hijos. Y la semilla de las virtudes teologales, infundidas por Dios, la fe, la esperanza y la caridad, semilla que hoy se pone en su corazón por el poder del Espíritu Santo, habrá de ser alimentada siempre por la Palabra de Dios y los Sacramentos, de forma que estas virtudes del cristiano puedan crecer y llegar a plena maduración, hasta hacer de cada uno de ellos un verdadero testigo del Señor. Mientras invocamos sobre estos pequeños la efusión del Espíritu Santo, les encomendamos a la protección de la Virgen Santa; que ella les custodie siempre con su materna presencia y les acompañe en cada momento de su vida. Amén.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo, 13 de enero de 2013

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Evangelio del día: Jesús en la sinagoga de Nazaret

Evangelio del día: Jesús en la sinagoga de Nazaret

Lucas 4, 14-22. Tiempo de Navidad (10 de enero). Este evangelio nos invita a meditar sobre nuestro tiempo dispersivo y distraído; nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha, pues antes de poder hablar de Dios y con Dios, es necesario escucharle.

Jesús volvió a Galilea con el poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Epístola I de san Juan, 1 Jn 4, 19-21; 5, 1-4

Salmo: Sal 72(71), 1-2.14.15acd.17

Oración introductoria

Padre bueno, yo también digo que «el Espíritu del Señor está sobre mí» porque desde mi bautismo me has regalado la gracia de ser morada del Espíritu Santo. Abre mi mente y mi corazón para que esta oración me dé la sabiduría para comprender, vivir y trasmitir tu verdad.

Petición

Espíritu Santo, hazme dócil a todas tus inspiraciones.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de hoy nos presenta […] a Jesús, que «con la fuerza del Espíritu» entra el sábado en la sinagoga de Nazaret. Como buen observante, el Señor no se sustrae al ritmo litúrgico semanal y se une a la asamblea de sus paisanos en la oración y en la escucha de las Escrituras. El rito prevé la lectura de un texto de la Torah o de los Profetas, seguida de un comentario. Aquel día Jesús se puso en pie para hacer la lectura y encontró un pasaje del profeta Isaías que empieza así: «El Espíritu del Señor está sobre mí, / porque el Señor me ha ungido. / Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres» (61, 1-2). Comenta Orígenes: «No es casualidad que Él abriera el rollo y encontrara el capítulo de la lectura que profetiza sobre Él, sino que también esto fue obra de la providencia de Dios» (Homilías sobre el Evangelio de Lucas, 32, 3). De hecho, Jesús, terminada la lectura, en un silencio lleno de atención, dijo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21). San Cirilo de Alejandría afirma que el «hoy», situado entre la primera y la última venida de Cristo, está ligado a la capacidad del creyente de escuchar y enmendarse (cf. pg 69, 1241). Pero en un sentido aún más radical, es Jesús mismo «el hoy» de la salvación en la historia, porque lleva a cumplimiento la plenitud de la redención. El término «hoy», muy querido para san Lucas (cf. 19, 9; 23, 43), nos remite al título cristológico preferido por el mismo evangelista, esto es, «salvador» (sōtēr). Ya en los relatos de la infancia, éste es presentado en las palabras del ángel a los pastores: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor» (Lc 2, 11).

Queridos amigos, este pasaje «hoy» nos interpela también a nosotros. Ante todo nos hace pensar en nuestro modo de vivir el domingo: día de descanso y de la familia, pero antes aún día para dedicar al Señor, participando en la Eucaristía, en la que nos alimentamos del Cuerpo y Sangre de Cristo y de su Palabra de vida. En segundo lugar, en nuestro tiempo dispersivo y distraído, este Evangelio nos invita a interrogarnos sobre nuestra capacidad de escucha. Antes de poder hablar de Dios y con Dios, es necesario escucharle, y la liturgia de la Iglesia es la «escuela» de esta escucha del Señor que nos habla. Finalmente, nos dice que cada momento puede convertirse en un «hoy» propicio para nuestra conversión. Cada día (kathēmeran) puede convertirse en el hoy salvífico, porque la salvación es historia que continúa para la Iglesia y para cada discípulo de Cristo. Este es el sentido cristiano del «carpe diem»: aprovecha el hoy en el que Dios te llama para darte la salvación.

Que la Virgen María sea siempre nuestro modelo y nuestra guía para saber reconocer y acoger, cada día de nuestra vida, la presencia de Dios, Salvador nuestro y de toda la humanidad.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 27 de enero de 2013

Propósito

No ser indiferente a la inspiración del Espíritu Santo que me impulsa a encontrarme con los demás.

Diálogo con Cristo

Señor, te pido me des la gracia para guiarme en todo por el Espíritu Santo, que Él me inspire lo que debo pensar, lo que debo decir, lo que debo callar, lo que debo hacer, cómo debo obrar para procurar el bien de los hombres y el cumplimiento de mi misión. No puedo hacer nada sin la inspiración del Espíritu Santo, pongo en manos de María mi esfuerzo consciente y firme por trabajar y cooperar con Él sin límite ni reserva alguna.

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Evangelio en Evangelio del día


Evangelio del día: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Evangelio del día: Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

Lucas 2, 16-21. Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Tiempo de Navidad (1 de enero). María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano.

Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se el puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de los Números, Núm 6, 22-27

Salmo: Sal 67(66), 2-3.5.6.8

Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 4, 4-7

Oración introductoria

Gracias, Señor, por permitir que inicie este año buscando tener un momento de intimidad contigo en la oración. Invoco a tu santísima Madre para que me ayude a contemplar su ejemplo y virtudes. Ruego al Espíritu Santo que infunda en mí su luz y fortaleza para crecer en la humildad de los pastores.

Petición

Señor, ayúdame a incrementar mi amor por María.

Meditación del Santo Padre Francisco

La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-25). Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera. Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco de una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.

El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura.

Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un cometido, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.

Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos— con el título de Salus populi romani. Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura. Pero es algo más: es el sensus fidei del santo pueblo fiel de Dios, que nunca, en su unidad, nunca se equivoca.

María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino —deseo destacarlo enseguida— procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 2). Nuestro itinerario de fe es igual al de María, y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).

Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, a todos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María. A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia y de paz y de Dios; y la invocamos todos juntos :, y os invito a invocarla tres veces, imitando a aquellos hermanos de Éfeso, diciéndole: ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! ¡Madre de Dios! Amén.

Santo Padre Francisco

Homilía del miércoles, 1 de enero de 2014

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas

«Que Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros». Así, con estas palabras del Salmo 66, hemos aclamado, después de haber escuchado en la primera lectura la antigua bendición sacerdotal sobre el pueblo de la alianza. Es particularmente significativo que al comienzo de cada año Dios proyecte sobre nosotros, su pueblo, la luminosidad de su santo Nombre, el Nombre que viene pronunciado tres veces en la solemne fórmula de la bendición bíblica. Resulta también muy significativo que al Verbo de Dios, que «se hizo carne y habitó entre nosotros» como la «luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9.14), se le dé, ocho días después de su nacimiento – como nos narra el evangelio de hoy – el nombre de Jesús (cf. Lc 2,21).

Estamos aquí reunidos en este nombre. Saludo de corazón a todos los presentes, en primer lugar a los ilustres Embajadores del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Saludo con afecto al Cardenal Bertone, mi Secretario de Estado, y al Cardenal Turkson, junto a todos los miembros del Pontificio Consejo Justicia y Paz; a ellos les agradezco particularmente su esfuerzo por difundir el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que este año tiene como tema «Bienaventurados los que trabajan por la paz».

A pesar de que el mundo está todavía lamentablemente marcado por «focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado», así como por distintas formas de terrorismo y criminalidad, estoy persuadido de que «las numerosas iniciativas de paz que enriquecen el mundo atestiguan la vocación innata de la humanidad hacia la paz. El deseo de paz es una aspiración esencial de cada hombre, y coincide en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda… El hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios. Todo esto me ha llevado a inspirarme para este mensaje en las palabras de Jesucristo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9)» (Mensaje, 1). Esta bienaventuranza «dice que la paz es al mismo tiempo un don mesiánico y una obra humana …Se trata de paz con Dios viviendo según su voluntad. Paz interior con uno mismo, y paz exterior con el prójimo y con toda la creación» (ibíd., 2 y 3). Sí, la paz es el bien por excelencia que hay que pedir como don de Dios y, al mismo tiempo, construir con todas las fuerzas.

Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta paz? ¿Cómo podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los problemas, las oscuridades, las angustias? La respuesta la tenemos en las lecturas de la liturgia de hoy. Los textos bíblicos, sobre todo el evangelio de san Lucas que se ha proclamado hace poco, nos proponen contemplar la paz interior de María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los que «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7), le sucedieron muchos acontecimientos imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un extenuante viaje desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la búsqueda de un refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la visita inesperada de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde la calma, no se inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan; simplemente considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en su corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz interior que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces turbulentos y confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos con frecuencia y nos desconciertan.

El texto evangélico termina con una mención a la circuncisión de Jesús. Según la ley de Moisés, un niño tenía que ser circuncidado ocho días después de su nacimiento, y en ese momento se le imponía el nombre. Dios mismo, mediante su mensajero, había dicho a María –y también a José– que el nombre del Niño era «Jesús» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31); y así sucedió. El nombre que Dios había ya establecido aún antes de que el Niño fuera concebido se le impone oficialmente en el momento de la circuncisión. Y esto marca también definitivamente la identidad de María: ella es «la madre de Jesús», es decir la madre del Salvador, del Cristo, del Señor. Jesús no es un hombre como cualquier otro, sino el Verbo de Dios, una de las Personas divinas, el Hijo de Dios: por eso la Iglesia ha dado a María el título de Theotokos, es decir «Madre de Dios».

La primera lectura nos recuerda que la paz es un don de Dios y que está unida al esplendor del rostro de Dios, según el texto del Libro de los Números, que transmite la bendición utilizada por los sacerdotes del pueblo de Israel en las asambleas litúrgicas. Una bendición que repite tres veces el santo nombre de Dios, el nombre impronunciable, y uniéndolo cada vez a dos verbos que indican una acción favorable al hombre: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine el Señor su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (6,24-26). La paz es por tanto la culminación de estas seis acciones de Dios en favor nuestro, en las que vuelve el esplendor de su rostro sobre nosotros.

Para la sagrada Escritura, contemplar el rostro de Dios es la máxima felicidad: «lo colmas de gozo delante de tu rostro», dice el salmista (Sal 21,7). Alegría, seguridad y paz, nacen de la contemplación del rostro de Dios. Pero, ¿qué significa concretamente contemplar el rostro del Señor, tal y como lo entiende el Nuevo Testamento? Quiere decir conocerlo directamente, en la medida en que es posible en esta vida, mediante Jesucristo, en el que se ha revelado. Gozar del esplendor del rostro de Dios quiere decir penetrar en el misterio de su Nombre que Jesús nos ha manifestado, comprender algo de su vida íntima y de su voluntad, para que vivamos de acuerdo con su designio de amor sobre la humanidad. Lo expresa el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de la Carta a los Gálatas (4,4-7), al hablar del Espíritu que grita en lo más profundo de nuestros corazones: «¡Abba Padre!». Es el grito que brota de la contemplación del rostro verdadero de Dios, de la revelación del misterio de su Nombre. Jesús afirma: «He manifestado tu nombre a los hombres» (Jn 17,6). El Hijo de Dios que se hizo carne nos ha dado a conocer al Padre, nos ha hecho percibir en su rostro humano visible el rostro invisible del Padre; a través del don del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, nos ha hecho conocer que en él también nosotros somos hijos de Dios, como afirma san Pablo en el texto que hemos escuchado: «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba Padre!»» (Ga 4,6).

Queridos hermanos, aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de contemplar en Jesucristo el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en el Hijo, y de tener así, en el camino de nuestra vida, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno y omnipotente. El esplendor del rostro del Señor sobre nosotros, que nos da paz, es la manifestación de su paternidad; el Señor vuelve su rostro sobre nosotros, se manifiesta como Padre y nos da paz. Aquí está el principio de esa paz profunda –«paz con Dios»– que está unida indisolublemente a la fe y a la gracia, como escribe san Pablo a los cristianos de Roma (cf. Rm 5,2). No hay nada que pueda quitar a los creyentes esta paz, ni siquiera las dificultades y sufrimientos de la vida. En efecto, los sufrimientos, las pruebas y las oscuridades no debilitan sino que fortalecen nuestra esperanza, una esperanza que no defrauda porque «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5).

Que la Virgen María, a la que hoy veneramos con el título de Madre de Dios, nos ayude a contemplar el rostro de Jesús, Príncipe de la Paz. Que nos sostenga y acompañe en este año nuevo; que obtenga para nosotros y el mundo entero el don de la paz. Amén.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del martes, 1 de enero de 2013

Propósito

Si queremos salir de estas Navidades «glorificando y alabando a Dios por todo lo que hemos visto y oído» y de habernos encontrado con Cristo niño, hace falta desprendimiento de nosotros mismos, humildad y oración. Y así, todos los que nos escuchen se maravillarán de las cosas que les decimos.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, porque hoy me muestras la fe de la Virgen, que meditaba todos los acontecimientos en su corazón. Y los pastores, qué gran lección de humildad y de amor. No preguntan, no cuestionan, con sencillez aceptan el anuncio y salen maravillados después de contemplar a Jesús. Permite, Señor, que en este nuevo año sepa cultivar la unión contigo en la oración, para que pueda verte en todos los acontecimientos. Para ello sé que se necesita más que el deseo o la buena intención, tengo que hacer una opción radical por la oración, que me lleve a dedicarte lo mejor de mi tiempo.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día



¡Colorea al Divino Niño Jesús!

¡Colorea al Divino Niño Jesús!

Queda poco para que celebremos el acontecimiento más importante en la historia de la Humanidad: el nacimiento del Divino Niño Jesús. Por este motivo, os proponemos unas cuantas láminas para que los niños de la casa se entretengan coloreando al Niño.

Podéis acceder a las imágenes en tamaño grande, pulsando sobre los títulos o sobre las propias imágenes.

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Oración al Divino Niño Jesús

Divino Niño Jesús Dios de mi corazón y modelo de mi conducta,

estate siempre conmigo para separarme del mal y hacerme semejante a Ti,

haciendo que crezca en sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.

¡Oh dulce y pequeño Niño Jesús,

yo te amaré siempre con todo mi corazón!

Divino Niño Jesús, Bendícenos.

Divino Niño Jesús, Escúchanos.

Divino Niño Jesús, Óyenos.

Amén.

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¡Colorea al Divino Niño Jesús!

Divino Niño Jesús

Lámina 1

Divino Niño Jesús

Lámina 2

Divino Niño Jesús  Lámina 1 Divino Niño Jesús  Lámina 2

Divino Niño Jesús

Lámina 3

Divino Niño Jesús

Lámina 4

Divino Niño Jesús  Lámina 3 Divino Niño Jesús  Lámina 4

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Evangelio del día: «He aquí la esclava del Señor»

Evangelio del día: «He aquí la esclava del Señor»

Lucas 1, 26-38. IV Domingo del Tiempo de Adviento. A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime.

En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Angel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Angel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Angel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Angel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho».Y el Angel se alejó.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segundo Libro de Samuel, II Sam 7, 1-5.8b-12.14a.16

Salmo: Sal 89(88), 2-5.27.29

Segunda lectura: Carta de San Pablo a los Romanos, Rom 16, 25-27

Oración introductoria

Señor, así como María supo acoger el anuncio del ángel, permite que yo sepa escuchar y aceptar lo que hoy quieres decirme en mi oración, porque mi anhelo es que la verdad de tu Evangelio impregne mi modo de ver, pensar y de actuar.

Petición

Jesús, permite que siempre diga un «sí», alegre y confiado, a lo que Tú quieras pedirme.

Meditación del Santo Padre Francisco

El misterio de la relación entre Dios y el hombre no busca la publicidad, porque no lo haría verdadero. Requiere más bien el estilo del silencio. Corresponde luego a cada uno de nosotros descubrir, precisamente en el silencio, las características del misterio de Dios en la vida personal. A pocos días de la Navidad, el Papa Francisco propuso una fuerte reflexión sobre el valor del silencio. E invitó a amarlo y buscarlo así como lo hizo María, cuyo testimonio evocó en la misa celebrada [hoy].

Una reflexión basada en el pasaje del Evangelio de san Lucas propuesto por la liturgia del día (1, 26-38), que inicia con «esa frase» que «nos dice mucho» dirigida por el ángel a la Virgen: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra», y que remite también al pasaje del libro de Isaías (7, 10-14), proclamado en la primera lectura de la celebración.

«Es la sombra de Dios —explicó el Pontífice— que en la historia de la salvación custodia siempre el misterio». Es «la sombra de Dios que acompañó al pueblo en el desierto». Toda la historia de la salvación muestra que «el Señor cuidó siempre el misterio. Y cubrió el misterio. No hizo publicidad del misterio». En efecto, «el misterio que hace publicidad de sí mismo no es cristiano, no es misterio de Dios. Es un fingimiento de misterio». Precisamente el pasaje evangélico de hoy lo confirma, prosiguió el Papa. Cuando la Virgen recibe del ángel el anuncio del Hijo, «el misterio de su maternidad personal» permanece oculto.

Y ésta es una verdad que se refiere también a todos nosotros. «Esta sombra de Dios en nosotros, en nuestra vida», afirmó el Pontífice, nos ayuda a «descubrir nuestro misterio: nuestro misterio del encuentro con el Señor, nuestro misterio del camino de la vida con el Señor». En efecto, «cada uno de nosotros —explicó el Papa— sabe cómo obra misteriosamente el Señor en su corazón, en su alma. Y cuál es la nube, el poder, cómo es el estilo del Espíritu Santo para cubrir nuestro misterio. Esta nube en nosotros, en nuestra vida, se llama silencio. El silencio es precisamente la nube que cubre el misterio de nuestra relación con el Señor, de nuestra santidad y nuestros pecados».

Es un «misterio» que, continuó, «no podemos explicar. Pero cuando no hay silencio en nuestra vida el misterio se pierde, se va». He aquí, entonces, la importancia de «custodiar el misterio con el silencio: es la nube, el poder de Dios para nosotros, la fuerza del Espíritu Santo».

El Papa Francisco propuso una vez más el testimonio de la Virgen que vivió hasta el final «este silencio» en toda su vida. «Pienso —dijo el Pontífice— cuántas veces calló, cuántas veces no dijo lo que sentía para custodiar el misterio de la relación con su Hijo». Y recordó que «Pablo VI en 1964, en Nazaret, nos decía que tenemos la necesidad de renovar y reforzar, de robustecer el silencio», precisamente porque «el silencio custodia el misterio». El Papa dejó lugar luego «al silencio de la Virgen al pie de la cruz», a lo que pasaba por su mente —recordó— como hizo también Juan Pablo II.

En realidad, precisó, el Evangelio, no refiere palabra alguna de la Virgen: María «era silenciosa, pero dentro de su corazón cuántas cosas decía al Señor» en ese momento crucial de la historia. Probablemente María habrá reflexionado en las palabras del ángel que «hemos leído» en el Evangelio respecto a su Hijo: «Aquel día me dijiste que sería grande. Tú me dijiste que le darías el trono de David su padre y que reinaría para siempre. Pero ahora lo veo allí», en la cruz. María «con el silencio cubrió el misterio que no comprendía. Y con el silencio dejó que el misterio pudiera crecer y florecer» llevando a todos una gran «esperanza».

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»: las palabras del ángel a María, dijo una vez más el Pontífice, nos aseguran que «el Señor cubre su misterio». Porque «el misterio de nuestra relación con Dios, de nuestro camino, de nuestra salvación no se puede poner al aire, hacer con él publicidad. El silencio lo custodia». El Papa Francisco concluyó su homilía con la oración de que «el Señor nos dé a todos la gracia de amar el silencio, buscarlo, tener un corazón protegido por la nube del silencio. Y así el misterio que crece en nosotros dará muchos frutos».

Santo Padre Francisco: El misterio no busca publicidad

Homilía del viernes, 20 de diciembre de 2013

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de este cuarto domingo de Adviento nos vuelve a proponer el relato de la Anunciación (Lc 1, 26-38), el misterio al que volvemos cada día al rezar el Ángelus. Esta oración nos hace revivir el momento decisivo en el que Dios llamó al corazón de María y, al recibir su «sí», comenzó a tomar carne en ella y de ella. La oración «Colecta» de la misa de hoy es la misma que se reza al final del Ángelus: «Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección».

A pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al misterio inefable que María llevó durante nueve meses en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el mal que las oprime.

Este misterio de salvación, además de su dimensión histórica, tiene también una dimensión cósmica: Cristo es el sol de gracia que, con su luz, «transfigura y enciende el universo en espera» (Liturgia). La misma colocación de la fiesta de Navidad está vinculada al solsticio de invierno, cuando las jornadas, en el hemisferio boreal, comienzan a alargarse. A este respecto, tal vez no todos saben que la plaza de San Pedro es también una meridiana; en efecto, el gran obelisco arroja su sombra a lo largo de una línea que recorre el empedrado hacia la fuente que está bajo esta ventana, y en estos días la sombra es la más larga del año. Esto nos recuerda la función de la astronomía para marcar los tiempos de la oración. El Ángelus, por ejemplo, se recita por la mañana, a mediodía y por la tarde, y con la meridiana, que en otros tiempos servía precisamente para conocer el «mediodía verdadero», se regulaban los relojes.

El hecho de que precisamente hoy, 21 de diciembre, a esta misma hora, caiga el solsticio de invierno me brinda la oportunidad de saludar a todos aquellos que van a participar de varias maneras en las iniciativas del año mundial de la astronomía, el 2009, convocado en el cuarto centenario de las primeras observaciones de Galileo Galilei con el telescopio. Entre mis predecesores de venerada memoria ha habido cultivadores de esta ciencia, como Silvestre II, que la enseñó, Gregorio XIII, a quien debemos nuestro calendario, y san Pío X, que sabía construir relojes de sol. Si los cielos, según las bellas palabras del salmista, «narran la gloria de Dios» (Sal 19, 2), también las leyes de la naturaleza, que en el transcurso de los siglos tantos hombres y mujeres de ciencia nos han ayudado a entender cada vez mejor, son un gran estímulo para contemplar con gratitud las obras del Señor.

Volvamos ahora nuestra mirada a María y José, que esperan el nacimiento de Jesús, y aprendamos de ellos el secreto del recogimiento para gustar la alegría de la Navidad. Preparémonos para acoger con fe al Redentor que viene a estar con nosotros, Palabra de amor de Dios para la humanidad de todos los tiempos.

Santo Padre emérito Benedicto XVI: Ángelus del IV domingo de Adviento

Domingo, 21 de diciembre de 2008

Propósito

Rechazar preocupaciones sobre las que no puedo hacer nada, para actuar confiadamente sobre lo que sí puedo cambiar.

Diálogo con Cristo

Dios mío, gracias por quedarte en la Eucaristía y por darme a María como madre y modelo de mi vida. Contemplar su gozo, su actitud de acogida y aceptación, su humildad, me motivan a exclamar con gozo: heme aquí Señor, débil e infiel, pero lleno de alegría por saber que con tu gracia, las cosas pueden y van a cambiar.

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Evangelio en Catholic.net

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Evangelio del día: ¡Preparad los caminos del Señor!

Evangelio del día: ¡Preparad los caminos del Señor!

Juan 1, 6-8.19-28. III domingo del Tiempo de Adviento. Es nuestra tarea escuchar hoy esa «voz que grita en el desierto» para conceder espacio y acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva. 

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era luz, sino el testigo de la luz. Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?». El confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?». Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?». «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán donde Juan bautizaba.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 61, 1-2a.10-11

Salmo: (Tomado del) Evangelio según San Lucas, Lc 1, 46-50.53-54

Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, 1 Tes 5, 16-24

Oración introductoria

Señor, como Juan Bautista quiero ser testigo de tu luz, de tu amor, de tu verdad. Que esta meditación, con tu gracia, me ayude a crecer en el amor, a cambiar mi corazón para poder cumplir con mi propósito de amarte en los demás, cada día, más y mejor.

Petición

Que la experiencia de tu amor mueva mi voluntad para querer compartir con los demás la buena noticia de saber que Tú nos amas.

Meditación del Papa

Queridos hermanos y hermanas:

[…] Juan Bautista se define como la «voz que grita en el desierto: preparad el camino al Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4). La voz proclama la palabra, pero en este caso la Palabra de Dios precede, en cuanto es ella misma la que desciende sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto (cf. Lc 3, 2). Por lo tanto él tiene un gran papel, pero siempre en función de Cristo. Comenta san Agustín: «Juan es la voz. Del Señor en cambio se dice: «En el principio existía el Verbo» (Jn 1, 1). Juan es la voz que pasa, Cristo es el Verbo eterno que era en el principio. Si a la voz le quitas la palabra, ¿qué queda? Un vago sonido. La voz sin palabra golpea el oído, pero no edifica el corazón» (Discurso 293, 3: pl 38, 1328). Es nuestra tarea escuchar hoy esa voz para conceder espacio y acogida en el corazón a Jesús, Palabra que nos salva. En este tiempo de Adviento preparémonos para ver, con los ojos de la fe, en la humilde Gruta de Belén, la salvación de Dios (cf. Lc 3, 6). En la sociedad de consumo, donde existe la tentación de buscar la alegría en las cosas, el Bautista nos enseña a vivir de manera esencial, a fin de que la Navidad se viva no sólo como una fiesta exterior, sino como la fiesta del Hijo de Dios, que ha venido a traer a los hombres la paz, la vida y la alegría verdadera.

A la materna intercesión de María, Virgen de Adviento, confiamos nuestro camino al encuentro del Señor que viene, para estar preparados a acoger, en el corazón y en toda la vida, al Emanuel, Dios-con-nosotros.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del II Domingo de Adviento, 9 de diciembre de 2012

Propósito

Hoy le hablaré a alguien, con mucha alegría y esperanza, de lo que Cristo ha hecho en mí.

Diálogo con Cristo

¿Cuántas veces he sentido pena de reconocer mi fe ante los demás? ¿Cuántas veces te he negado Señor por miedo a las críticas o burlas en el trabajo, en la escuela, con los vecinos o familia? Tú sabes Padre mío de mi debilidad, de mi cobardía ante el qué dirán, por ello te suplico que fortalezcas mi voluntad para que sepa comunicar a los demás la auténtica alegría de la Navidad. Que mi testimonio de vida ayude a que otros sepan preparar el camino para recibirte en su corazón.

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¿Cómo dar catequesis?: Indicaciones básicas para los catequistas

¿Cómo dar catequesis?: Indicaciones básicas para los catequistas

La catequesis es un pilar maestro para la educación de la fe, y hacen falta buenos catequistas. Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia. Aunque a veces pueda ser difícil, se trabaje mucho, con mucho empeño, y no se vean los resultados deseados, educar en la fe es hermoso. Es, quizás, la mejor herencia que podemos dejar: la fe. Educar en la fe, para hacerla crecer. Ayudar a niños, muchachos, jóvenes y adultos a conocer y amar cada vez más al Señor, es una de las más bellas aventuras educativas: se construye la Iglesia. «Ser» catequistas. No trabajar como catequistas: eso no vale. Uno trabaja como catequista porque le gusta la enseñanza… Pero si tú no eres catequista, ¡no vale! No serás fecundo, no serás fecunda. Catequista es una vocación: “ser catequista”, ésta es la vocación, no trabajar como catequista. ¡Cuidado!, no he dicho «hacer» de catequista, sino «serlo», porque incluye la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Recuerden lo que nos dijo Benedicto XVI: “La Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”. Y lo que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente en la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Ayudamos, guiamos al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar lo que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “Predicad siempre el Evangelio y, si fuese necesario, también con las palabras”. Las palabras vienen… pero antes el testimonio: que la gente vea en vuestra vida el Evangelio, que pueda leer el Evangelio. Y «ser» catequistas requiere amor, amor cada vez más intenso a Cristo, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas, no se compra tampoco aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo, sale de Cristo y nosotros tenemos que caminar desde Cristo, desde este amor que Él nos da.

SS Francisco: Discurso a los participantes en el
Congreso Internacional sobre la Catequesis,
27 de septiembre de 2013. 

* * *

En este artículo os presentamos unas cuantas consideraciones para los catequistas, especialmente para aquellos que comienzan su trabajo con niños.

* * *

Índice

Ayudas para un catequista que empieza

1. Para conocer mejor a los niños

2. Descubrir la vida de los niños

3. La catequesis hoy

4. El ambiente

5. Las preguntas

La fe, para crecer, necesita razonarse y dialogar.

6. Diversos medios de expresión

7. Orar en catequesis

8. La reunión de catequesis no se improvisa…

9. Conocer los libros que los niños utilizan

10. Las reuniones de padres

12. Material didáctico

* * *

 

Ayudas para un catequista que empieza 

1. Para conocer mejor a los niños

Para «dar catequesis» hay que conocer, naturalmente, el evangelio y lo esencial de la fe cristiana. Pero también hay que conocer a los niños. A veces uno se deja llevar por un cierto pesimismo acerca de los niños que se puede entrever en las opiniones que otras personas nos dan cuando les decimos que vamos a ser catequistas, «los niños de hoy en día…»

Otras veces ponemos al niño una «etiqueta»: «A David la catequesis le importa un comino», o «Beatriz es una niña deliciosa», o Héctor siempre tiene ocurrencias»… Su agresividad, su tranquilidad, su simpatía o sus travesuras no lo dicen todo de un niño, Para conocer a un niño hay que quererlo.

Entonces, ¿qué hay que hacer? 

Ser condescendiente y tener de cada niño una idea previa positiva. Saber el nombre de cada uno. Recordar sus intereses. Escuchar lo que dicen esforzándose por comprenderlos, Saber comunicarle confianza en el mismo. Que estén seguros de nuestro cariño, aunque a veces tengamos que enfadarnos.

Procurar no dejarse impresionar por los resultados. Un niño que dibuja muy bien, otro que sabe expresarse, aquel que sube rezar con sentimiento, o aquel otro que siempre hace preguntas inteligentes…. Pero, ¿los demás qué? Todos son importantes, sin distinciones de unos y otros.

Intentar comprender en vez de juzgar. «A David no le interesa nada». Se trata de una constatación, nada más. Para poder ayudar a David lo que hay que hacer es buscar por qué manifiesta esa indiferencia: ¿Se encuentra solo, aislado o incómodo en el grupo? ¿Comprende lo que se habla en el grupo? Cuando se le dice que haga tal actividad, o tal trabajo, ¿es precisamente ése el medio como mejor se comunica y expresa David? ¿Viene a catequesis a la fuerza? ¿Tiene problemas en la familia? Muchas veces lo mejor es preguntar a sus padres qué opinan: «No acabo de saber si David realmente se siente bien en el grupo, o conmigo… ¿Qué os parece a vosotros?»…

Conocer algunos datos de psicología.

De ese modo no esperaremos del niño precisamente lo que todavía no puede ofrecer. Hay muchos libros de catequesis que ofrecen esos mínimos datos de psicología evolutiva. No es necesario todo un tratado. Pero si unos mínimos conocimientos de lo que cada niño es en cada edad.

Cuestionario 

¿Puedes contestar estos datos de cada uno de los niños de tu grupo?

  • Nombre y apellidos. Dirección y teléfono.
  • ¿Conoces su casa? ¿Su colegio? ¿Su clase?
  • ¿Conoces su situación familiar? (Viven los padres, están separados, etc.).
  • ¿Vive con sus padres o con algún familiar?
  • ¿Tiene hermanos y hermanas? ¿Qué lugar ocupa entre ellos?
  • ¿Cuál es su juego, su deporte favorito?
  • ¿Es espontáneo en el grupo? ¿Hace preguntas?
  • ¿Cómo se expresa mejor: de palabra, con un dibujo, o de alguna otra manera?
  • ¿Viene normalmente a la catequesis? ¿Viene a gusto?

*  *  *


2. Descubrir la vida de los niños

En un grupo de catequesis se juntan niños cuyas experiencias de vida son muy distintas. No es tan sencillo conocer a unos niños cuyo ambiente social es totalmente diferente del que vivo yo; si vivo en el centro, y doy catequesis en un barrio, por ejemplo. ¿Qué dirían si vinieran a mi casa, que posiblemente es el doble de grande que la suya, con ascensor con memoria, portero electrónico, etc.?

Un niño, por ejemplo, oye comentar a su padre problemas que tiene en el almacén, o en la oficina, con sus jefes, con sus empleados… Y los problemas de los encargos,… Y piensa lo duro que es eso de ser jefe del almacén. Pero cuando viene al grupo, otro niño habla de la huelga que mantienen unos agricultores o empleados y lo pone como ejemplo de solidaridad y de cristianismo. Al oír estas cosas, se siente aislado.

Cuando uno empieza a ser catequista es muy importante conocer el barrio o el pueblo en función de los niños que viven en él. Podes hacerte todas estas preguntas:

  • ¿Cuántos colegios hay en el barrio, o en el pueblo?
  • ¿Cuántas horas pasa cada niño en su colegio? ¿Y en el transporte escolar? ¿Hacen gimnasia en el colegio? ¿Hacen algún deporte? ¿Tienen un coro? ¿Se organizan salidas, excursiones…?
  • ¿Tienen deberes para casa?
  • ¿Dónde tienen los niños un sitio para moverse libremente, para jugar?
  • ¿O tienen que jugar en la calle misma? ¿O no les queda más remedio que pasarse la tarde viendo la tele? O…
  • ¿Qué diversiones hay en el barrio para los niños? ¿Cuánto cuestan?
  • ¿Hay alguien que organice algo en el barrio, en el pueblo, para los niños? ¿Quién? ¿Algún centro social, un club juvenil, un grupo privado o asociación, un movimiento infantil, o la misma escuela? ¿Cuántos niños de mi grupo participan?
  • ¿Hay movimientos cristianos infantiles?
  • ¿Cuándo se reúnen? ¿Dónde? ¿Con quién? ¿Ven a ellos los niños de mi grupo?

*  *  *

3. La catequesis hoy

Escuchar, trabajar, hacer, orar 

Ser catequista es hacer que un grupo de niños lleguen a descubrir a Jesucristo y animar sus actividades. Es dar testimonio en ese grupo de la fe de la iglesia y no únicamente expresar sus opiniones personales. Es inducir al niño en el conocimiento vivo de Jesús en vez de enseñarle únicamente fórmulas doctrinales.

Los niños, en la catequesis, están activos: escuchan al catequista y a los demás niños, leen y estudian de una manera adecuada a su edad los relatos del evangelio, dan sus propias opiniones, miran unos dibujos y cuentan lo que les sugieren, dibujan, recortan, pegan… cantan, oran con su corazón y con su cuerpo…

También el catequista está activo en la catequesis… Cuenta un episodio de la Biblia o del evangelio, explica muy claramente todos los detalles de la actividad que van a hacer, anima una discusión de grupo, procurando que se escriben unos a otros; les hace cantar, dirige la oración, etc. etc.

En una reunión de catequesis el modo de estar activo no es siempre el mismo: las actividades son muy variadas. Normalmente los libros que se utilizan en la catequesis explican con claridad todos los pasos a dar en las diversa actividades.

*  *  *


4. El ambiente 

Cuando hay ruido, distracción… es difícil que llegue a darse la experiencia que buscamos en la catequesis. El ambiente de la catequesis es algo esencial si queremos lograr algo más que pasar el rato sin avanzar realmente en la experiencia humana y cristiana que buscamos.

Algunas reglas

  • Si queremos ganar tiempo debemos llegar 10 minutos antes. 
  • Si la sala está desordenada, todo predispone al follón. 
  • Cuando un niño no es bien acogido, él tampoco sabrá «acoger» lo que se le quiere ofrecer en la catequesis. 
  • Si hablamos muy alto en la catequesis, los niños hablarán alto y harán ruido. 
  • Si un niño no tiene nada que hacer, tiene derecho a estar de charla con el vecino, no enterarse de nada y molestar al resto. 
  • Es mejor subrayar lo bueno, los éxitos, etc., que pasarse la catequesis reprochando fallos, errores y fracasos. 
  • Si amenazamos pero no hacemos, si prometemos pero no cumplimos, ése es el mejor método para perder toda la autoridad moral que necesitamos. 
  • Enfadarse y dar gritos es un solemne error. 
  • Si lo que decimos es vago y abstracto, la atención que pongan los niños será también vaga y abstracta. 
  • Cuando un catequista se siente feliz y a sus anchas con los niños, la catequesis es realmente una gozada para todos. Algunas reflexiones 

Un buen catequista está constantemente atento a lo que pasa en el grupo. De esta manera se dará cuenta de que, por ejemplo, hay un niño que es tímido y que, sin embargo, quisiera decir algo, pero no se atreve a decirlo porque siempre son los mismos los que hablan y lo dicen todo. Se dará cuenta, por ejemplo, de que hay dos niños, en un rincón, que no hacen otra cosa que darse patadas por debajo de la mesa porque la explicación está siendo demasiado larga y uno se ha enrollado.

Si estamos constantemente pendientes del libro para ver lo que hay que hacer y lo que hay que decir, difícilmente estaremos atentos a lo que dicen y hacen los niños.

Cuando, por fin, conseguimos una actividad interesante para los niños, el ambiente cambia, los niños están felices, y se logra avanzar en el a grupo.

Un castigo es, siempre, en cierto modo, un fracaso del educador. A veces, sin embargo, es un mal menor. Es preferible cambiar a un niño de sitio que pasarse todo el tiempo distraído y distrayendo a los demás. Es mejor confiscar una pelota, un muñeco, un cromo… que verlo pasar todo el rato de mano en mano… Si el catequista sabe contener sus nervios y sin excesiva represión ordinariamente puede lograr un mínimo de paz en el grupo.

A veces hay niños difíciles y que no hacen más que molestar y distraer a los demás. Se impone generalmente en estos casos armarse de toda la paciencia del mundo para lograr convivir lo mejor posible. Pero si un niño impide por completo todo trabajo en el grupo, es preferible sugerirle que cambie de grupo o que otro catequista lo tome aparte y trabaje con él solo. Muchas veces estos niños son más bien muy nerviosos, o, en el fondo, tienen problemas familiares: en esos casos el castigo nunca sirve para nada.

La actitud del catequista debe variar según las diversas edades: con los más pequeños, una sonrisa atenta da seguridad. Con los medianos se pueden dejar establecidas desde el comienzo unas mínimas reglas para el grupo: escuchar al que está hablando sin interrumpirle, que estemos con calma y seriedad cuando rezamos… si hacemos esto, se puede hacer de vez en cuando una evaluación de cómo van las cosas y si se cumplen las normas establecidas.

Algunas «recetas»

  • No mandes más de una cosa cada vez. Si dices, por ejemplo: «Bueno, ahora recoge bien todos los papeles, pinturas y lo demás, y juego estaremos un momentito en silencio», lo único que lograrás es un lío que puede durar toda la eternidad.
  • Espera a que todos estén atentos antes de comenzar a explicar las cosas. Si no, tendrás que volverlo a repetir una, dos, tres o cuatro veces más.
  • Habla despacito y con claridad. Si hablas precipitadamente no vas a provocar más que «meneo» y no os van a entender.
  • Entre los medianos, si tienes un grupo de niños muy habladores y espontáneos, hazle escribir de vez en cuando la respuesta, cada uno, y que luego la vayan leyendo uno a uno.
  • El modo de colocarse en la catequesis tiene su importancia. Hay que buscar una colocación que favorezca la atención y la participación de los chicos impidiendo al mismo tiempo la distracción y la indisciplina.

*  *  *

5. Las preguntas

Hacemos preguntas a los niños

Evitar: 

Hacer varias preguntas a la vez.

Hacer muy a menudo preguntas que sólo se contestan con un sí o con un no.

Acosar a los niños con preguntas cuya respuesta está claro que ignoran. Por ejemplo, algo así como: Había una persona que tenía muchas ganas de conocer a Jesús. —¿Sabes quién? Un niño dice: —¡Pedro!, otro: —¡Zaqueo!; otro: ¡María! Y el catequista: —No, no. la respuesta es Juan Bautista»… ¡Pero si los niños no lo conocen todavía…!

Quieres arrancar la respuesta que necesitamos. Los niños van dando respuestas —inexactas— para lo que nosotros pretendemos de antemano. Al final… les tenemos que decir: —La respuesta correcta era… (y nos quedamos tan satisfechos…)

Intentar: 

Que las preguntas sean concretas: «¿Qué le dijo Jesús a Jairo?»

Hacer preguntas que puedan tener diversas respuestas, pues eso provoca diálogos interesantes entre los niños. Por ejemplo: —¿Qué podrían pensar de Jesús los vendedores del templo cuando los echó de allí…?

Hacer preguntas que ayuden a dar contestaciones muy concretas: un niño, por ejemplo, dice: —Jesús anunciaba la Buena Noticia—. Se le puede preguntar: —¿Y cuál es esa Buena Noticia?

Que las preguntas hagan referencia a la experiencia de los niños: —Imaginamos a una persona que es muy acogedora: —¿Cómo actúa?.

Los niños nos preguntan a nosotros 

Hay preguntas cuya respuesta no se puede evitar: la muerte, la creación, la presencia de Dios. Pueden discutirse en casa, o en la reunión de catequistas, para estar preparados cuando nos las hagan.

A veces las respuestas tienen que ser breves y meramente informativas. Por ejemplo: —Sí, Jesús era judío… o —Sí, realmente existió.

Antes de ponernos nerviosos, cuando un niño nos pregunta hay que asegurarse de haber entendido bien la pregunta. Por ejemplo, un niño pregunta: —¿Y Jesús se equivocó alguna vez?.

Si hace este tipo de preguntas es porque ya tiene alto en la cabeza. Hay que ayudar al niño a expresarse.

Cuando un niño nos pregunta quiere saber lo que pensamos nosotros y lo que hay que pensar. Por ejemplo:

—¿Jesús resucitó de verdad?

— Yo así lo creo porque lo dijeron los apóstoles. Para mí y para los cristianos, Jesús está verdaderamente vivo.

A veces podemos consultar a los demás catequistas: «El otro día Javi me preguntó si los niños no bautizados son hijos de Dios. ¿Qué le dirías tú?»

Otras veces lo que podemos hacer es ayudar al niño a que él mismo encuentre la respuesta, ayudándole a recordar cosas que ya conoce, o diciéndole que lea un texto que ya conoce, etc.

Cuando uno, de pronto, se queda sin saber qué contestar, lo mejor es decirle al niño: «Voy a pensarlo en casa estos días y la semana que viene volvemos a hablar de esto, ¿te parece?». Pero lo importante es hacerlo de verdad la semana siguiente…

Una catequesis donde hay intercambio de preguntas y respuestas, de interrogantes mutuos, etc., evidencia un tono, un ambiente de interés y libertad.

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La fe, para crecer, necesita razonarse y dialogar.


6. Diversos medios de expresión

Aprender a expresarse… 

En las reuniones de catequistas se proponen a veces actividades que requieren una cierta técnica concreta. Un catequista, al principio, no sabe hacerlo todo. Por eso, puede empezar haciendo cosas sencillas… y, poco a poco, irse formando a medida que la catequesis avanza.

Normalmente el libro de catequesis propone una serie de actividades para cada reunión o sesión de catequesis. Hay que elegir, de todas ellas, aquella que sea posible su realización, o la que nos parece más adaptada. Todo eso depende del tiempo que tengamos para la reunión, del espacio, de los gustos de los niños, de sus posibilidades reales…

Hoy en día, los niños no son demasiado capaces de escuchar un discurso muy largo… Pero sí son capaces de expresar la fe con gestos, con dibujos, con canciones…

… de muchas maneras 

El gesto puede ayudar al grupo a revivir o a interiorizar un relato. Puede servir para acompañar una oración. El catequista, por ejemplo, subraya, en un relato del Evangelio, las principales actitudes de los personajes (recogimiento, conversión, escucha, necesidad…). Y piensa cómo pueden expresarse esas actitudes con gestos sobrios. Se lo propone al grupo. El grupo mismo, al cabo de dos o tres veces, llegará ser capaz él mismo de pensar la manera de expresar con el cuerpo el Padrenuestro o un Salmo, etc.: levantar las manos, abrir los brazos, etc.

La canción crea un clima alegre y meditativo. Une a todos en una misma oración, pacifica. Podemos utilizar para ello casetes, cedés, vídeos de Internet, karaokes… No es necesario, pues, ser buen cantante para ser catequista. Se escucha la canción una vez y luego se canta al mismo tiempo que la casete, etc.

El mural: Se pueden reunir en él los dibujos de todos los niños en torno, por ejemplo, a una frase. Pueden colocarse en él las ideas de todos los subgrupos para hacer luego una puesta en común, o un debate sobre algo… El conjunto del mural se piensa entre todos y luego ya la realización se deja a la libre iniciativa de los niños. Antes de darlo por acabado los niños deben fijarse si han expresado bien lo que querían. Un mural debe poderse leer a 2 pies de distancia como mínimo.

El dibujo es, tal vez, la técnica que más se usa en catequesis. Pero no basta él solo. Hay niños a los que no les gusta dibujar y hay que buscar algo diferente para ellos. Lo principal del dibujo no es la habilidad con que está realizado, sino su significado: ¡todo dibujo tiene derecho a provocar una inmensa simpatía!

Realizar bien las actividades

Antes de empezar hay que tener preparado todo el material: revistas, pegamento, dibujos, cedés, radio… Con los más pequeños no es recomendable que sean ellos los que busquen las fotos en las revistas.

Hay que exponer con claridad y de un modo entusiásticamente lo que se va a hacer para que los niños se sientan motivados a hacerlo. Explicarlo una primera vez y constatar que se ha entendido bien todo. Volverlo a explicar de otra manera si es necesario. Si a los niños no se les ocurre nada, se les pueden poner ejemplos para echar a andar su imaginación… Es importante decirles qué se ya a hacer después con lo que hayan hecho: enseñárselo a sus papás, presentarlo en la eucaristía, etc.

Dialogar durante toda la actividad el catequista debe estar atento para escuchar a los niños. Pasa a su lado para facilitar el diálogo, sobre todo con los que les cuesta expresarse en el grupo. Ayudarles a profundizar las ideas que se les ocurren: Conchita da gracias a Dios por haber tenido un sobresaliente.

—¿Quién te ha puesto ese sobresaliente?

Conchita contesta: —La señorita.

El catequista: —Entonces, ¿por qué darle gracias sólo a Dios? 

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7. Orar en catequesis

Todo el sentido de la catequesis es ayudar a los niños a ponerse en comunicación viva con Dios. Todo lo que se dice y hace en la catequesis tiene su importancia de cara a la educación para la oración.

Escucharse 

Para ponerse en relación con Dios, a quien no se le ve, hay que ponerse en relación con los hermanos a quien vemos y tenemos a nuestro lado.

Descubrir el valor del silencio 

Aprender a hacer silencio, no para ser bueno sino para poder estar atento a lo que nos rodea, para pensar en alguien querido, para acordarse de algo bonito. Es el aprendizaje del silencio interior, silencio activo en donde puede brotar y nacer la oración.

Ver a alguien orando 

Algunos niños no han visto nunca a alguien orando, ni siquiera han orado ellos antes de que vinieran a la catequesis. Hay que darles tiempo para irse introduciendo en la oración y no —hacer— la oración corno si fuese algo evidente al venir a catequesis. Al comienzo, el catequista mismo es quien ora, mientras los niños le escuchan. Poco a poco va invitando a los niños que quieran a participar en su oración repitiendo palabras sencillas.

Alimentar la oración con la vida 

La vida del grupo puede expresarse en la oración:

«Señor, tú nos conoces y nos quieres a cada uno de nosotros. Te pedimos por Oscar, que no ha podido venir… y por Nuria, porque su papá no tiene trabajo».

Aprender a orar la oración del Señor

Una oración tan importante como el Padrenuestro no pueden decirla los niños sin una cierta preparación. Es normal que hayan ya oído a otras personas rezar el Padrenuestro en misa, en una celebración, etc. Por eso el Padrenuestro es un poco para ellos la oración de los cristianos. Por eso ahora puede hacérsele sitio a esta oración en la catequesis, Y poco a poco se puede ir explicando su sentido.

Un mural adquiere todo su sentido cuando los niños y el catequista se ponen juntos a mirarlo. Puede leerse despacito la frase que hay escrita en el medio. Luego, cada uno, la lee para sus adentros en silencio. Se puede cantar una canción, o leer un texto del Evangelio sobre el que se ha tenido la catequesis. Los que quieran pueden decir en voz alta una oración personal.

Mirar juntos algo bonito en lo que se ha puesto el alma para llegarlo a hacer, escuchar un mensaje cuyo contenido ya se entiende… eso son caminos posibles para la contemplación de Dios.

Cuando se hace bien un gesto bonito, todo el cuerpo se impregna con las palabras de la oración y las hace suyas. Los niños se sienten inmediatamente a gusto haciendo una oración con gestos, muy sencillos y bonitos.

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8. La reunión de catequesis no se improvisa… 

La reunión de catequesis es algo serio y hay que prepararla. El catequista debe pensar bien que es lo que pretende: que los niños descubran un aspecto del misterio de Cristo, o de la vida cristiana, etc. Quiere que la reunión no sea inútil, que realmente sirva para algo, Y quiere hacer determinadas cosas, bien hechas: una reflexión, buscar y leer algunos textos del Evangelio, oración, un mural, una escenificación… Pero para conseguir lo que se pretende hay que tener previsto el camino y las etapas de ese camino.

Preparación en grupo 

Realmente el ideal, que hay que conseguir como sea, es que los catequistas de la parroquia, del grupo, etc., se reúnan periódicamente para preparar juntos la catequesis siguiente. De este modo todos pueden beneficiara de la experiencia, de las cualidades, de la creatividad, etc. de los demás.

Preparación personal

De todos modos, cada catequista debe preparar personalmente su reunión con los niños. Aquí les hacemos algunas sugerencias:

Días antes de la reunión: 

Estudiar detenidamente cómo ya a desarrollarse la reunión. Concretar el plan de la reunión, cómo enlazar los diversos momentos…

Pensar los medios que vamos a utilizar: un cuento, un texto con preguntas, una canción, un mural, una escenificación. Seleccionar lo que nos parezca mejor pedagógicamente.

Si se trata de un texto del Evangelio, leer y meditarlo personalmente.

Apuntar las cosas que se necesitan: papel, revista, casete… Buscar un tiempo en la semana para tenerlo preparado.

Pensar cómo vamos a presentar a los niños las diferentes actividades para que comprendan claramente lo que hay que hacer.

Inmediatamente antes de la reunión:

Hacer lo imposible para llegar un rato antes de que lleguen los niños. Ordenar la sala antes de que vengan. Un pequeño toque de sensibilidad tiene su importancia: flores, una planta…

Dos o tres minutos antes de que los niños lleguen, hacer una pausa para que, cuando aparezcan, uno esté ya por completo a su disposición.

Cuando la reunión está bien preparada el catequista no tiene problemas para afrontar lo imprevisible si es que ocurre.

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9. Conocer los libros que los niños utilizan 

Hay una gran variedad de materiales de catequesis: manuales, fichas, libros, cuadernos de actividades…

El catequista tiene que conocer lo mejor posible los libros y materiales que los niños utilizan, sean los de la misma catequesis, lo mismo que los de la escuela.

Un lenguaje adaptado

¿Cómo hablar a los niños, con un lenguaje asequible a ellos, de Dios creador, de los milagros de Jesús, de la Eucaristía, de cómo vivir hoy el Evangelio, etc.? A veces es realmente difícil pero en muchos libros de catequesis, en los materiales tan variados, etc., podemos encontrar modos, ejemplos y palabras que a nosotros no se nos ocurrirían a primera vista.

Una verdadera mina de recursos Esos libros nos ofrecen oraciones, dibujos, textos de la Biblia, al alcance de los niños. Y, si son los libros que ellos mismo utilizan —de ahí la importancia de saber elegir— podemos hacer referencia a ellos. Por ejemplo, si a un niño se te ocurre preguntar de repente: «¿Y qué es un fariseo?», al catequista le sería muy útil conocer de tal manera el libro que el niño tiene a su alcance para poderle indicar la página donde puede encontrar la respuesta adecuada.

Un instrumento de diálogo con los papás 

Cuando los padres dicen: «Mi hijo no tiene ni idea de lo que es la misa», es el momento de estar preparado para poderle decir: «mire usted la página 60 y 61 de su libro y podrá comentarlas con él». Otros se lamentan: «Mi hijo todavía no se sabe el Padre Nuestro…». Se le puede indicar al padre que, de vez en cuando, lo lea juntamente con su hijo en la página…

Tened en cuenta ¿Qué tipo de libro tiene el niño? ¿Es un libro de lectura seguida? Entonces puede utilizarse libremente según el interés del grupo, de las fiestas que hay que preparar… Y tened en cuenta también que es un libro para leerlo, para hacer que lo lean: no contentarse con contarles a los niños lo que el libro dice.

¿Se trata de un manual organizado sistemáticamente según un programa para todo el año? En ese caso, lo esencial es el modo como se van enlazando los capítulos.

¿Se trata de una serie de folletos que se les van dando a los niños? También en este caso es importante captar la continuidad que hay entre ellos. Con frecuencia estos folletos proponen trabajos o actividades. Hay que tener muy claro entonces lo que se le pide al niño y ayudarle a que tenga todo lo necesario para realizar esos trabajos, en el grupo o en su casa.

Recordar el título del libro 

Puede parecer una perogrullada pero ocurre muchas veces que los catequistas se pasan meses incluso sin fijarse en el título del libro que se utiliza en la catequesis. Y, sin embargo, el libro tiene un título: no es simplemente «el libro amarillo» o «el libro azul»…

Estudiar detenidamente los índices

Guiarse de la lista de títulos y subtítulos del índice para hojear el conjunto de, libro. Conocer bien los índices para poder encontrar rápidamente lo que buscarnos.

Dar tanta importancia a las imágenes como a los textos Las imágenes suelen decir algo distinto de lo que dice el texto. Hay que intentar comprender lo que quieren decir, por qué los autores han colocado en tal página esa foto o ese dibujo. Los mismos niños nos pueden ayudar a comprender este tipo de cosas.

Perder un tiempo al comienzo de curso para estudiar el libro que utilizan los niños es ganar tiempo durante el curso de catequesis.

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10. Las reuniones de padres 

El límite entre padres y catequistas no es terminante. Con frecuencia el catequista es un padre (¡una madre…!), Los padres que no son catequistas pueden participar en la formación cristiana de su hijo y también interesarse en la vida del grupo de catequesis.

Es difícil, pero es importante 

Los papás de un niño están tan cerca de él que están prácticamente allí con él, en la catequesis. Los niños repiten sus frases, reflejan muchas de sus actitudes. Esos padres, en realidad, forman parte del grupo. No es fácil reunirles a todos. Unas veces porque trabajan los dos, otras porque viven lejos, o están a turnos y no coinciden unos y otros… Otras veces no hay conocimiento suficiente entre padres y catequistas como para ahondar sinceramente en algunos temas. Está claro que no es tan sencillo contactar realmente con los padres.

Sin embargo, cuando se da ese conocimiento, se entienden de forma distinta muchas de las cosas que pensábamos. Empezamos a saber matizar ciertos juicios que fácilmente hacemos todos: «Esos padres mandan al niño a la catequesis y ya se despreocupan de todo… ¿Cómo van a ir a misa los niños si los primeros que no van son sus padres?» Las situaciones familiares se clarifican conociendo la historia de cada familia, sus dificultades. Se puede llegar a entender más desde dentro la indiferencia religiosa de algunos. Esa indiferencia puede darse al mismo tiempo que una gran entrega a los hijos o una disponibilidad total con los vecinos…

Construir la Iglesia  

Si habláramos con los padres, les vamos a encontrar frecuentemente inquietos ante los nuevos métodos de catequesis. Otros, de lo que se admiran es de que el niño mismo sea quien quiere ir a la catequesis con sus compañeros. Hay mucho de qué hablar, muchas cosas que ayudar a descubrir. Todos esos pequeños contactos, poco a poco, van tejiendo la Iglesia.

Es cierto que las reuniones con los padres, o cuando nos encontramos y hablamos con ellos, no siempre son gratificantes. Muchas veces hablarnos y hablamos y nos parece que estamos siempre donde habíamos empezado. Pero este es precisamente el mundo al que vino Jesús a buscar y no un grupo selecto de personas. No nos debe sorprender que muchos digan que más importante que la catequesis de los niños es la de sus padres.

Si en algún momento llegamos a conseguir que los padres aprendan a escucharse unos a claridad lo que piensan y dejarse interpelar por los otros… entonces estaremos iniciando un nuevo camino junto.

Precisamente gracias a la catequesis de sus hijos, muchos padres empiezan a descubrir una Iglesia muy diferente de la que conocieron de niños o de jóvenes. A muchos, con ocasión de la catequesis de sus hijos, se les vuelve a despertar el deseo de orar, cosa que habían abandonado hace tiempo y que ahora redescubren al acompañar a sus hijos a la Eucaristía, por ejemplo. O comienzan a hacerse las preguntas que dejaron tanto tiempo sin contestar… Todo eso significaría que comentamos a caminar juntos al encuentro de Dios, y habríamos conseguido una gran cosa.

Contactos muy sencillos 

En la misma compra, a la salida del colegio, en la reunión de padres de alumnos, el encuentro con los padres se realiza de modo absolutamente natural, —de igual a igual—. Y eso es muy importante, aunque no se hable precisamente de la catequesis.

Las celebraciones, las misas de niños, son ocasiones excelentes para saludar a los padres y cambiar con ellos algunas palabras. Pero también se les puede llamar por teléfono o ir a su casa. En esos casos, es posible que hablemos más de sus problemas más urgentes que de la misma catequesis, pero el conocimiento que hemos hecho de esa familia nunca es tiempo perdido.

A lo mejor se nos ocurre que sería bueno que se conocieran los padres de los niños del mismo grupo. Se les puede invitar. Cuando el grupo es pequeño, se habla más sinceramente. Y no es indiferente el sitio donde nos reunamos: la casa de uno de ellos o una sala agradable de la parroquia. Eso, mejor que reunirnos en un aula llena de pupitres pequeños en los que no pueden apenas sentarse.

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11. La oración

Es triste que muchos católicos no sepan orar o simplemente no lo hacen, por lo que creemos que se debe dedicar tiempo a enseñar sobre la oración en cada clase el cual debe incluir breve tiempo para orar con los niños.

Usar ideas para manejar la oración como: tren para enseñar oración.

Este tren se dibuja en un pliego de cartulina y se usa para decorar el salón de clase, el tren tiene dos vagones, uno dice «de mí para Dios – Peticiones» y otro «de Dios para mí – Gracias». Se hace una abertura arriba de cada uno de los dos vagones y se pega por detrás una hoja o sobre para que quede en forma de bolsa, los niños anotarán sus peticiones en tarjetitas y se orará por todas las peticiones. Cuando Dios conteste la petición se pasará al vagón de gracias.

Cuaderno de temas de oración

El propósito de este cuaderno es ayudarnos a enseñar a los niños diferentes aspectos de la oración.
Se hace con un cuaderno de dibujo grande y en cada página ponemos un aspecto que los niños deberán aprender sobre la oración.

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12. Material didáctico

  • Caricatura: Todo el mundo se divierte mirando una caricatura graciosa. Muchos puntos quisquillosos se pueden introducir o ilustrar por medio de una caricatura sin que nadie se ofenda. En cambio, la verdad pintada exactamente como es podría herir o provocar rechazo total de ella. Podemos hojear revistas y periódicos para adquirir ideas. Demos seriedad a lo que puede hacer reír si sirve para introducir una verdad.
  • Cuadros: El uso de cuadros es muy importante en la enseñanza de los niños, sobre todo en los de pequeña edad. El maestro debe tener cuadros o ilustraciones de lo que el quiere enseñar. Los niños pequeños tienen mayor dificultad para aprender cosas abstractas (como amor, santidad, justicia) por lo que el maestro deberá tener recortes de periódicos y revistas que le sirvan para su enseñanza en clase. Existen muchos libros con cuadros para dar lecciones a los niños. Se introducen cuadros de ilustraciones en las páginas de la Biblia, cuando decimos «la Biblia dice que…» sacamos la ilustración de la Biblia para que el niño visualice que la lección procede de la Biblia (es más aconsejable hacerlo así que narrar con el expositor en la mano).
  • Elaboración de un archivero para nuestros cuadros: El archivero se puede hacer con una caja de cartón, o como los pequeños archiveros que venden de plástico u otro material. Las divisiones del archivero se pueden poner de acuerdo al tipo de cuadros que se archivan en él. Los cuadros se archivarán de acuerdo al orden que escojamos y puede ser: Por orden alfabético: Adán, Isaac, Jacob, Jesús, Josué, Mateo, Moisés, Pablo, etc. Por temas: Amor, Navidad, Pecado, Templo de Jerusalén, Vida de Cristo, etc. Las historias se pueden poner de acuerdo al orden en que aparecen en la Biblia.
  • Anaquel para cuadros: Se pone esta pequeña repisa para poner los cuadros como adorno en el cambiándolo en las diferentes clases o temas del mes.
  • Cuerda para cuadros: Se pone una cuerda estirada de lado a lado del salón, y se colocan los cuadros con pinzas para tender la ropa.
  • Dibujos: Los dibujos ilustran, dan variedad. El dibujo es parte de la misma fibra del pueblo latino. Se puede decorar un salón con dibujos de los alumnos. Se puede sacar provecho a los alumnos que son dibujantes.