Entrevista con el padre escolapio Gonzalo Carbó Bolta. Nació en Real de Gandía cerca de Valencia en España el 8 de julio de 1940. Tiene dos hermanos. Estudió con las carmelitas de Gandía hasta los 8 años y después pasó a los escolapios.
“Vengo de una familia sencilla” −cuenta Gonzalo− “una familia cristiana: mi padre trabajaba en una zapatería y mi madre, además de trabajar en la casa, era bordadora artística…”. Gonzalo parece casi perderse en el recuerdo de su infancia y, luego de un instante de silencio cargado de contenido, agrega: “mis padres eran amantes de la educación y poseían una gran espiritualidad”.
En 1951 entró en el postulantado escolapio. “A la semana ya había perdido varios kilos porque rechazaba la comida. Mis padres me dijeron ‘vente a casa’. Pero yo, con claridad impropia de niño, les dije: ‘no, me quedo’.” Fue ordenado sacerdote el 22 de febrero de 1964, en pleno Concilio Vaticano II, según el cual quería y suplicaba recibir y vivir el presbiterado.
Actualmente, el padre Gonzalo vive en Valencia en la casa de formación y dedica todo su tiempo al trabajo con niños. Desde hace 16 años comparte, vive, trabaja y ayuda en la vida espiritual de los niños pequeños, una experiencia que ha crecido con el tiempo y que cautiva a quienes se acercan a ella.
Además, le gusta mucho la música y el arte. Evangeliza desde hace 30 años las comunidades parroquiales que viven la renovación bautismal y eclesial según el Camino Neocatecumenal.
Al preguntarle cuál es la experiencia que como escolapio le ha tocado el corazón, a Gonzalo se le ilumina el rostro y responde: “La relación con los niños, algo que siempre había deseado en la Orden, un deseo profundo que ahora gracias a Dios me ocupa prácticamente todo el tiempo ministerial”.
¿Qué te gustaría ser cuando llegues a mayor?
Cuando tenía 11 años me propusieron ser escolapio. En esa época se usaba hacerlo de este modo. Claro que antes, cuando tenía 9, ya me habían preguntado qué me gustaría ser de mayor. Mi respuesta fue que sacerdote, maestro o médico. Un padre, el entonces provincial Jesús Gómez, me dijo: “Entonces te haces escolapio.
Así eres maestro, sacerdote y médico de las almas”.
Fue así como anuncié a mi familia que quería ser escolapio. Mi madre dijo “habla con tu padre”. Él estaba trabajando, y cuando le dije a él que quería ser escolapio, me respondió que no. Pero hablaron con un sacerdote, el P. Antonio Fuster, y al volver me dijeron “puedes marcharte cuando quieras”.
¿Te consideras un sacerdote del Vaticano II?
Mi generación vivió mucho el Concilio. Siento que el Señor me ha ido abriendo en tantas cosas, me ha ido formando poco a poco al hoy eclesial y dejándome siempre abierto a lo nuevo y siempre con esperanza. He sentido mías las palabras de Agustín: “Attende ubi albescit veritas”. No lo he buscado yo, me lo ha puesto Él.
¿Cómo surge la experiencia de la oración con niños?
Por pura Providencia. Cuando dejé de ser provincial solicité hacer algo con niños.
Tenía la experiencia de la oración continua de Calasanz. Él junto a otros santos dicen que los niños son capaces de oración y de contemplación, y que todo lo pueden con el corazón de Dios. Así me vi metido orando con los niños. Ellos están especialmente preparados para esto y desde el primer día quedé cautivado por la experiencia. Ya van 16 años del que llamamos “Oratorio de Niños Pequeños”.
¿Qué hacen?
Acercar los niños a Jesús para que, encontrándose ambos, puedan establecer un diálogo de amor entre ellos. Jesús habla a los niños y ellos creen y aman, y pueden pasar a sus vidas lo que viven en la oración. Además, se hacen misioneros de la experiencia para llevarla y comunicarla a sus padres. Seguimos una estructura.
Comenzamos por orar en intimidad o “en secreto”. Luego se ora con la Palabra: la escuchan, aprenden, la aplican a su vida o la cantan. Y después se hacen hace oración en común, con súplicas o dando gracias en voz alta. Son niños que tienen entre 5 y 12 años.
Dices que acercan los niños a Jesús… Imagino que los niños te acercarán a Jesús también a ti, ¿no?
Sin duda. Ellos tienen una percepción muy nueva, certera, original y alegre del Evangelio. Juan Pablo II hablaba del “evangelio de los niños”: ellos nos lo entrega y nos llevan a Jesús. Fundamentalmente presentamos al Jesús de la resurrección, el encuentro el encuentro es con Jesús resucitado. Los teólogos discuten eternamente, pero los niños entienden perfectamente que Jesús con un cuerpo nuevo o un cuerpo espiritual está en la Palabra, en la Eucaristía, en un gesto, en un pequeño, en cualquier necesitado… Presentamos a un “Cristo sensible”, que entra por los sentidos, que se puede escuchar, ver, tocar, “gustar”, besar, ayudar, abrazar… Cuéntanos alguna anécdota Una vez, presentando la pasión de Cristo a niños de 5 años, al final de explicarla hacemos la misma pregunta que hacía Calasanz a los niños: “Si Jesús así nos ha amado ¿qué podríamos hacer nosotros por Jesús que está en cruz?”. Normalmente la respuesta que damos sería: “no pecar, querer a Jesús…”, pensando más en nosotros que en Jesús, ¿no? Pues una vez un grupo de niños dijo : “¿No tienes una sierra y así cortamos los clavos y bajamos a Jesús de la cruz?”. “¿Y dónde lo vais a colocar?”, le pregunté. “¡En nuestro corazón!”, contestaron ellos.
¿Se ayuda a los niños a entender que hay otras situaciones sociales como la pobreza o la inmigración?
Sí, claro. Además, ellos son muy sensibles a estas situaciones. Intentamos ayudarles a ser solidarios con estas realidades, desde sus posibilidades concretas como niños. Por ejemplo, después de recibir los regalos de Reyes, cada niño piensa en el mejor regalo para entregarlo a Jesús, y por Él a los necesitados. Se abre un combate dentro de sus corazones y con sus padres, pero el Señor acaba venciendo para el Amor. Estos regalos los ofrecemos a otros niños pobres, familias pobres, niños con cáncer o SIDA, gitanos, o los enviamos hacia otros países.
¿Cómo se integra la oración en la realidad cotidiana?
Si Jesús está presente en un pobre, la oración es ver lo que ese pobre necesita. Y la respuesta es darle lo que yo tengo. Si está en un niño, es acogerle con amor y respeto. Va apareciendo una oración que enseña a vivir la vida con amor de evangelio, que supone una donación de lo que uno es, sabe y tiene.
Nombraste la oración continua, ¿cuál era el significado para Calasanz?
Cuando Calasanz inicia su obra, debido a su propia experiencia y a la devoción creciente en Roma al Santísimo Sacramento, empieza a llevar los niños al oratorio. Entonces, durante el horario escolar, siempre había un grupito rezando y preparándose para los sacramentos. Calasanz pone esta experiencia −“piadosa costumbre de enseñar a orar”− como el corazón de su educación, ya desde el inicio de sus escuelas. Si hay oración, la educación camina… Entendemos que lo pusiera como corazón de la educación porque la relación con Jesús en la vida ordinaria permite superar los límites que una educación puramente humana nunca podría superar.
Yendo a lo personal, ¿qué te ha cambiado a ti esta experiencia con niños?
Es como vivir la parte buena, la parte de María en el Evangelio sentada a los pies de Jesús. Toda mi vida ministerial queda iluminada y conducida por esta experiencia de oración con los niños. Me ha ayudado a amar la entraña escolapia que es la oración. Al mismo tiempo me ha hecho ver el germen de una pedagogía nueva, porque las actitudes que aparecen en las oraciones de los niños tienen una capacidad transformadora: al llevar esas actitudes al aula, hacen que la misma experiencia pedagógica también cambie.
Cuando ves a un niño pequeño, ¿qué piensas al recordar que a los 10 años decidiste ser escolapio?
Veo que muchos niños que, a esa edad o incluso antes, desean lo mismo y lo dicen claramente y con naturalidad. Es que creo que Dios llama cuando quiere. El tema es cómo hacer el proceso junto a la familia, cómo cultivar el germen que tienen.
No se puede dejar de lado el cultivo y el proceso. Calasanz decía que nuestro carisma es trabajar “desde”: desde la infancia y hasta que acaban el proceso. No se concibe una ruptura de esta continuidad o abandonar el cultivo de los indicios que hay en el niño…
¿Por qué se da la ruptura de ese proceso de fe y de inicio vocacional?
El ambiente es muy diferente ahora: muchas familias no son creyentes, los programas educativos no siempre están al servicio de los niños sino en obediencia a las leyes. Necesitamos también educadores que crean y se comprometan en su vocación cristiana… Hay que dar más confianza y credibilidad al “a teneris annis” del pedagogo y santo Calasanz…
¿Hay una crisis de vocaciones?
Sigue habiendo vocaciones. Dios sigue llamando, enriqueciendo con carismas y ministerios a su Pueblo. Es cierto que hay algunos carismas con más vocaciones que otros. Hay formas nuevas, movimientos que están llenos de espíritu misionero y vocacional, caminos de renovación que apuntan a la radicalidad primera. Nos tendremos que preguntar por qué Dios no nos bendice con las que −creemos− necesarias vocaciones. Me lo pregunto en mi Provincia, tras bastantes años de significativa bendición vocacional…
Hoy quiero comenzar una nueva serie de catequesis. Después de las catequesis sobre los Padres de la Iglesia, sobre los grandes teólogos de la Edad Media, y sobre las grandes mujeres, ahora quiero elegir un un tema que nos interesa mucho a todos: es el tema de la oración, de modo específico de la cristiana, es decir, la oración que Jesús nos enseñó y que la Iglesia sigue enseñándonos. De hecho, es en Jesús en quien el hombre se hace capaz de unirse a Dios con la profundidad y la intimidad de la relación de paternidad y de filiación. Por eso, juntamente con los primeros discípulos, nos dirigimos con humilde confianza al Maestro y le pedimos: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11, 1).
En las próximas catequesis, acudiendo a las fuentes de la Sagrada Escritura, la gran tradición de los Padres de la Iglesia, de los maestros de espiritualidad y de la liturgia, queremos aprender a vivir aún más intensamente nuestra relación con el Señor, casi una «escuela de oración». En efecto, sabemos bien que la oración no se debe dar por descontada: hace falta aprender a orar, casi adquiriendo siempre de nuevo este arte; incluso quienes van muy adelantados en la vida espiritual sienten siempre la necesidad de entrar en la escuela de Jesús para aprender a orar con autenticidad. La primera lección nos la da el Señor con su ejemplo. Los Evangelios nos describen a Jesús en diálogo íntimo y constante con el Padre: es una comunión profunda de aquel que vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre que lo envió para la salvación del hombre.
En este artículo os ofrecemos la conferencia de Marino Restrepo acerca del noviazgo y la fe católica. Marino Restrepo, fundador de la misión Peregrinos del amor, fue hasta sus 47 años un artista drogadicto, alcohólico y lujurioso. Tras un secuestro por parte de las FARC, donde vivió en condiciones infrahumanas, tuvo una visión divina que cambió su vida radicalmente. Hoy día es un hombre de Iglesia y de férrea fe, dedica sus días a predicar la palabra de Dios.
Antes de visionar la conferencia, os recomendamos conocer el extraordinario testimonio de vida de Marino Restrepo.
Con motivo de la fiesta del Corpus Christi, os ofrecemos las siguientes láminas para que los más peques de la familia se diviertan coloreando el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Podéis acceder a las láminas pulsando los enlaces de cada título de las imágenes.
En una noche de julio de 1348, una tormenta amenazaba el pueblito de Alboraya. En una sencilla casa, un hombre moribundo esperaba el sacramento de la Eucaristía; el párroco del lugar sabía cuán necesario era para el enfermo recibir el socorro del Cuerpo de Cristo y hacia allí se dirigió apresuradamente…
Cuando el párroco administró el sagrado sacramento y se disponía a regresar a la parroquia, empezó a llover… Apretando fuertemente contra su pecho el cáliz con tres hostias consagradas, corrió de regreso a la parroquia. El camino estaba completamente embarrado y tenía que atravesar un pequeño río que solo tenía como puente un exiguo tablón de madera. La crecida del río llegaba hasta el tablón; no obstante el párroco decidió cruzarlo… pero a mitad de camino resbaló y cayó, perdiendo el cáliz con las hostias consagradas que la corriente se llevó río abajo.
Desesperado, el párroco se arrojó en pos del cáliz tratando de rescatar las tres hostias… pero fueron vanos sus esfuerzos y el cáliz desapareció en el agua.
Muchas personas del pueblo ayudaron al párroco esa noche para encontrar el cáliz. Ya al alba, lograron hallar el cáliz, pero… ¡estaba vacío!
¡Cuánta pena ante la pérdida de las hostias consagradas!
Las buenas gentes del pueblito organizaron actos de reparación y honra a la sagrada Eucaristía. El Señor vio su fe y se apiadó de ellos respondiendo con un gran milagro…
A la luz de la aurora, en la desembocadura del río en el mar, todas las gentes del pueblo observaron extasiados tres pececillos erguidos contra la corriente… Cada uno sostenía una hostia consagrada en su boca entreabierta. Todos cayeron de rodillas y con el corazón inundado de felicidad y amor por la Eucaristía, dando gracias y alabando al Señor mientras los peces se mantenían inmóviles en medio de la corriente.
Mientras la muchedumbre cantaba al Señor, los peces se acercaron a la orilla depositando las tres hostias en las manos del sacerdote. Entonces, todas las personas se dirigieron en procesión hasta la parroquia…
«¿Quién negará de este pan el Misterio, cuando un mudo pez nos predica la fe?»
Vivía en Judea un matrimonio mayor, llamados Joaquín y Ana, que pedían a Dios, con fervor, una sola cosa: que les diera descendencia. Tan pura era su oración que el Señor los premió con un gran regalo: una bellísima niña a la que llamaron María.
María era dulce, fiel y amable, respetuosa con su familia y amiga de todos. Además, como sus padres, amaba a Dios sobre todas las cosas.
Y Dios, que nos conoce a todos en nuestro interior, la encontró tan pura y buena, que la reservó para la misión más importante: ser la Madre del Salvador y de todos los hombres.
El canto es una forma intensa de expresión verbal, poética y musical a la vez. Es una de las maneras más completas de la expresión humana y quizás uno de los mejores momentos para alabar y comunicarse con Dios.
El canto ocupa un lugar destacadísimo en la oración infantil. Junto al gesto es uno de los medios de expresión que más gusta y atrapa a los niños. El canto penetra de tal modo en el corazón de los pequeños que muchas canciones aprendidas en la infancia se recuerdan de por vida.
El canto religioso es un recurso educativo-recreativo-pastoral importantísimo. En la catequesis de niños el canto debe ser un elemento cotidiano y permanente. Especialmente cuando unimos cantos con gestos. Esta fusión “mágica” de canto y gesto genera en los pequeños una respuesta que ni siquiera imaginamos, cuya potencia educadora es de difícil dimensionamiento. Quienes ya han hecho la experiencia sabrán que pocas cosas les gustan más a los chicos que «cantar con todo el cuerpo»; es decir, hacer una sola cosa del gesto, la canción y la oración.
Mateo 5, 13-16. Martes de la 10.ª semana del Tiempo Ordinario. La luz del Señor es una luz humilde, mansa, tranquila… es una luz de paz.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo».
Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a los Corintios, 2 Cor 1, 18-22
Salmo: Sal 119(118)
Oración introductoria
¡Oh Dios mío, Padre Todopoderoso! Nuestra felicidad está en buscar el Reino de los Cielos. Ayúdame a irradiar esta felicidad a los demás.
Petición
Señor, concédeme tu gracia indispensable para ser luz que ilumine la obra que Dios ha hecho en mí.
Meditación del Santo Padre Francisco
La humildad, la mansedumbre, el amor, la experiencia de la cruz, son los medios a través de los cuales el Señor derrota el mal. Y la luz que Jesús ha traído al mundo vence la ceguera del hombre, a menudo deslumbrado por la falsa luz del mundo, más potente, pero engañosa. Nos corresponde a nosotros discernir qué luz viene de Dios. Es éste el sentido de la reflexión propuesta por el Papa Francisco durante la misa del martes 3 de septiembre.
Comentando la primera lectura, el Santo Padre se detuvo en la «hermosa palabra» que san Pablo dirige a los Tesalonicenses: «Vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas… sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas» (1 Tes 5,1- 6, 9-11).
Está claro —explicó el Papa— lo que quiere decir el apóstol: «la identidad cristiana es identidad de la luz, no de las tinieblas». Y Jesús trajo esta luz al mundo. «San Juan —precisó el Santo Padre—, en el primer capítulo de su Evangelio, nos dice que «la luz vino al mundo», Él, Jesús». Una luz que «no ha sido bien querida por el mundo», pero que sin embargo «nos salva de las tinieblas, de las tinieblas del pecado». Hoy —continuó el Pontífice— se piensa que es posible obtener esta luz que rasga las tinieblas a través de tantos hallazgos científicos y otras invenciones del hombre, gracias a los cuales «se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo». Pero «la luz de Jesús —advirtió— es otra cosa. No es una luz de ignorancia, ¡no, no! Es una luz de sabiduría, de prudencia; pero es otra cosa. La luz que nos ofrece el mundo es una luz artificial. Tal vez fuerte, más fuerte que la de Jesús, ¿eh? Fuerte como un fuego artificial, como un flash de fotografía. En cambio la luz de Jesús es una luz mansa, es una luz tranquila, es una luz de paz. Es como la luz de la noche de Navidad: sin pretensiones. Es así: se ofrece y da paz. La luz de Jesús no da espectáculo; es una luz que llega al corazón. Es verdad que el diablo, y esto lo dice san Pablo, muchas veces viene disfrazado de ángel de luz. Le gusta imitar la luz de Jesús. Se hace bueno y nos habla así, tranquilamente, como habló a Jesús tras el ayuno en el desierto: «si tú eres el hijo de Dios haz este milagro, arrójate del templo», ¡hace espectáculo! Y lo dice de manera tranquila» y por ello engañosa.
Por ello el Papa Francisco recomendó «pedir mucho al Señor la sabiduría del discernimiento para reconocer cuándo es Jesús quien nos da la luz y cuándo es precisamente el demonio disfrazado de ángel de luz. ¡Cuántos creen vivir en la luz, pero están en las tinieblas y no se dan cuenta!».
¿Pero cómo es la luz que nos ofrece Jesús? «Podemos reconocerla —explicó el Santo Padre— porque es una luz humilde. No es una luz que se impone, es humilde. Es una luz apacible, con la fuerza de la mansedumbre; es una luz que habla al corazón y es también una luz que ofrece la cruz. Si nosotros, en nuestra luz interior, somos hombres mansos, oímos la voz de Jesús en el corazón y contemplamos sin miedo la cruz en la luz de Jesús». Pero si, al contrario, nos dejamos deslumbrar por una luz que nos hace sentir seguros, orgullosos y nos lleva a mirar a los demás desde arriba, a desdeñarles con soberbia, ciertamente no nos hallamos en presencia de la «luz de Jesús». Es en cambio «luz del diablo disfrazado de Jesús —dijo el obispo de Roma—, de ángel de luz. Debemos distinguir siempre: donde está Jesús hay siempre humildad, mansedumbre, amor y cruz. Jamás encontraremos, en efecto, a Jesús sin humildad, sin mansedumbre, sin amor y sin cruz». Él hizo el primero este camino de luz. Debemos ir tras Él sin miedo, porque «Jesús tiene la fuerza y la autoridad para darnos esta luz». Una fuerza descrita en el pasaje del Evangelio de la liturgia del día, en el que Lucas narra el episodio de la expulsión, en Cafarnaún, del demonio del hombre poseído (cf. Lc 4, 16-30). «La gente —subrayó el Papa comentando el texto— era presa del temor y, dice el Evangelio, se preguntaba: «¿qué clase de palabra es ésta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Jesús no necesita un ejército para expulsar los demonios, no necesita soberbia, no necesita fuerza, orgullo». ¿Cuál es ésta palabra que «da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen?», se preguntó el Pontífice. «Es una palabra —respondió— humilde, mansa, con mucho amor». Es una palabra que nos acompaña en los momentos de sufrimiento, que nos acercan a la cruz de Jesús. «Pidamos al Señor —fue la exhortación conclusiva del Papa Francisco— que nos dé hoy la gracia de su luz y nos enseñe a distinguir cuándo la luz es su luz y cuándo es una luz artificial hecha por el enemigo para engañarnos».
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Ser el primero en disculparme y poner una sonrisa tras una discusión.
Diálogo con Cristo
Señor, me llamas a ser sal y luz para los demás; a ser reflejo de tu amor y misericordia. Ayúdame, Señor, a ser dócil al Espíritu Santo, para que sea el sagrado Paráclito quien muestre al testigo auténtico de tu amor.
San Antonio es uno de los santos católicos que mayor devoción recibe en el mundo. Nace en Lisboa (Portugal), en 1195. Ingresa en un monasterio a las afueras de la ciudad. Dos años después se traslada a Coimbra. Aunque sus conocimientos son muy amplios, profundiza más en las Sagradas Escrituras.
Ante la popularidad adquirida del martirio de cinco franciscanos en Marruecos decide hacerse franciscano, deseoso de consagrarse al apostolado entre los infieles y morir mártir de Cristo.
En 1220, ya como franciscano, desembarca en Marruecos. Cae enfermo y sus superiores creen oportuno repatriarlo, pero en el viaje de regreso, acaba en Sicilia tras un tortuoso viaje. Allí conoce a san Francisco de Asís con quien convive y comparte los comentarios de su relación con Dios, en el convento de Monte Paula.
Su fama comienza a extenderse con ocasión de un sermón predicado a franciscanos y dominicos que fueron ordenados sacerdotes, en 1221. Habla de tal manera de todos quedaron maravillados de su sabiduría. Cuando ve que sus estudios progresaban, decide ordenarse sacerdote, y como profesor de Teología, ejerce pastoralmente por Francia e Italia donde alcanza una afamada popularidad. Se dedica a la composición de sermones para todas las festividades del año.
Fallece a los treinta y seis años el 13 de junio de 1231 y, en el lugar de su muerte fue construido un templo en su honor, por lo que se llamó san Antonio de Padua. En el mundo de habla española y portuguesa también es conocido como san Antonio de los Portugueses o san Antonio de Lisboa. Al año siguiente de su muerte fue canonizado por el Papa.
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Antonio, el guerrero de Dios – Película original con subtítulos