Evangelio del día: Fiesta de san Lucas, apóstol y evangelista

Evangelio del día: Fiesta de san Lucas, apóstol y evangelista

Lucas 10, 1-9. Fiesta de San Lucas, apóstol y evangelista. Al Igual que el apóstol, para todos los cristianos también «es necesario que Él crezca y yo disminuya». 

Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 4, 9-17a

Salmo: Sal 145(144), 10-13.17-18

Oración introductoria

Padre, que san Lucas, modelo de entrega a la predicación del Evangelio hasta la muerte, nos ayude a llevar a todas las almas al conocimiento de Cristo.

Petición

San Lucas, ayúdamos a seguir tu ejemplo y acercarnos a la Virgen, que sea Ella quien nos ayude a conocer más a Jesús.

Meditación del Santo Padre Francisco

Una peregrinación singular es la que indicó el Papa Francisco durante la misa celebrada el viernes 18 de octubre por la mañana en Santa Marta. Es la visita a las residencias donde se hospedan sacerdotes y religiosas ya ancianos. Se trata de auténticos «santuarios de apostolicidad y de santidad —dijo el Obispo de Roma— que tenemos en la Iglesia», por lo tanto adonde vale la pena ir como «en peregrinación». Esta indicación fue el punto de llegada de una reflexión que partió de la comparación entre las lecturas de la liturgia del día: el pasaje del Evangelio de Lucas (10, 1-9) —en el que se relata «el inicio de la vida apostólica», cuando los discípulos fueron llamados y eran «jóvenes, fuertes y alegres»— y el pasaje de la segunda carta de san Pablo a Timoteo (4, 10-17) en el que el apóstol, ya cercano al «ocaso de su existencia», profundiza sobre el «final de la vida apostólica». De esta comparación se entiende —explicó el Papa— que todo «apóstol tiene un inicio alegre, entusiasta, con Dios dentro; pero no se le ahorra el ocaso». Y —confió— «a mí me hace bien pensar en el ocaso del apóstol».

Por lo tanto dirigió el pensamiento a «tres imágenes»: Moisés, Juan el Bautista y Pablo. Moisés es «ese jefe del pueblo de Dios, valiente, que luchaba contra los enemigos y luchaba también con Dios para salvar al pueblo. Es fuerte, pero al final se encuentra solo en el monte Nebo mirando la tierra prometida», en la que en cambio no puede entrar. En cuanto a Juan Bautista, tampoco a él «en los últimos tiempos se le ahorran angustias». Se pregunta si se ha equivocado, si ha tomado el verdadero camino, y a sus amigos les pide que vayan a preguntar a Jesús: «¿Eres tú o debemos esperar todavía?». Está atormentado por la angustia; hasta el punto de que «el hombre más grande nacido de mujer», como le definió Cristo mismo, acaba «bajo el poder de un gobernante débil, ebrio y corrupto, sometido al poder de la envidia de una adúltera y del capricho de una bailarina».

Finalmente está Pablo, quien confía a Timoteo toda su amargura. Para describir su sufrimiento, el Obispo de Roma usó la expresión: «no está en el séptimo cielo». Y propuso las palabras del apóstol: «Hijo mío, Demas me ha abandonado, enamorado de este mundo presente; Crescente se marchó a Galacia; Tito a Dalmacia; Lucas es el único que está conmigo. Toma a Marcos y tráelo contigo, pues me es útil para el ministerio. El manto que dejé, tráelo cuando vengas, y también los libros y los pergaminos. Alejandro, el herrero, se ha portado muy mal conmigo. Guárdate de él también tú, porque se opuso vehementemente a nuestras palabras». El Papa prosiguió recordando el relato que Pablo hace del proceso: «En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje». Una imagen que, según el Pontífice, contiene en sí el «ocaso» de todo apóstol: «solo, abandonado, traicionado»; asistido sólo por el Señor que «no abandona, no traiciona», porque «Él es fiel, no puede renegar de sí mismo».

La grandeza del apóstol —subrayó el Papa— está por lo tanto en hacer con la vida lo que Juan el Bautista decía: «es necesario que Él crezca y yo disminuya». En efecto, el apóstol es aquél «que da la vida para que el Señor crezca. Y al final está el ocaso». Fue así también para Pedro —observó el Papa Francisco—, a quien Jesús predijo: «Cuando seas viejo, te llevarán adonde tú no quieres ir».

La meditación sobre las fases finales de la vida de estos personajes sugirió así al Santo Padre «el recuerdo de esos santuarios de apostolicidad y de santidad que son las residencias de los sacerdotes y de las religiosas». Estructuras que acogen —añadió— «a buenos sacerdotes y buenas religiosas, envejecidos, con el peso de la soledad, que esperan que venga el Señor a llamar a la puerta de sus corazones». Lamentablemente —comentó el Papa— tendemos a olvidar estos santuarios: «no son sitios bellos, porque uno ve qué nos espera». Pero al contrario, «si miramos más en lo profundo, son bellísimos», por la riqueza de humanidad que hay dentro. Visitarles, por lo tanto, significa hacer «verdaderas peregrinaciones hacia estos santuarios de santidad y de apostolicidad», en la misma medida de las peregrinaciones que se hacen a los santuarios marianos o a aquellos dedicados a los santos.

«Pero me pregunto —añadió el Papa—, ¿nosotros, cristianos, tenemos deseo de hacer una visita —¡que será una verdadera peregrinación!— a estos santuarios de santidad y de apostolicidad que son las residencias de los sacerdotes y de las religiosas? Uno de vosotros me decía, hace días, que cuando iba a un país de misión, acudía al cementerio y veía todas las tumbas de los ancianos misioneros, sacerdotes y religiosas, allí desde hace 50, 100, 200 años, desconocidos. Y me decía: “Pero todos estos pueden ser canonizados, porque al final cuenta sólo esta santidad cotidiana, esta santidad de todos los días”».

En las residencias «estas religiosas y estos sacerdotes —dijo el Papa— esperan al Señor un poco como Pablo: un poco tristes, realmente, pero también con una cierta paz, con el rostro alegre». Precisamente por esto hace «bien a todos pensar en esta etapa de la vida que es el ocaso del apóstol» Y, concluyendo, pidió rogar al Señor que custodie a los sacerdotes y a las religiosas que se hallan en la fase final de su existencia, a fin de que puedan repetir al menos otra vez: «sí, Señor, quiero seguirte».

Santo Padre Francisco: El ocaso del apóstol

Meditación del viernes, 18 de octubre de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13).

102 A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (San Agustín, Enarratio in Psalmum,103,4,1).

103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).

104 En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Pedir a María, nuestra Madre, que lleve a Jesús todas nuestras intenciones de ser mejores portadores del Evangelio.

Diálogo con Cristo

Jesús, sólo llevándote en mi corazón podré transmite tu paz, tan necesaria en el mundo convulsionado por la violencia y la inseguridad. Por intercesión de san Lucas, concédeme que todos mis pensamientos, palabras y obras siembren la paz, principalmente en mi propia familia

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Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

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Evangelio del día: Cuidado con la avaricia

Evangelio del día: Cuidado con la avaricia

Lucas 12, 13-21. Lunes de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. La razón, incluida la nuestra, está oscurecida, como constatamos cada día, puesto que el egoísmo, la raíz de la avaricia, consiste en quererme a mí mismo por encima de todo y en considerar que el mundo existe para mí. Este egoísmo lo llevamos todos.

Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». Después les dijo: «Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha». Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?». Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 2, 1-10

Salmo: Sal 100(99), 2-5

Oración introductoria

Señor, me acerco a Ti con toda mi fragilidad. Tú me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco. Me pongo en tu presencia para acompañarte y consolarte, porque no me interesa acumular riquezas sino vivir con mucha fe, esperanza y caridad, seguro de que contigo siempre tengo un futuro que es bello porque está lleno de tu amor.

Petición

Dios mío, dame la sabiduría para comprender lo que es verdaderamente importante en esta vida.

Meditación del Santo Padre Francisco

El dinero sirve para realizar muchas obras buenas, para hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Es ésta la enseñanza que el Papa Francisco sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre.

Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del hombre que pide a Jesús que intime a su propio hermano para que reparta con él la herencia. Para el Pontífice, de hecho, el Señor nos habla a través de este personaje «de nuestra relación con las riquezas y con el dinero». Un tema que no es sólo de hace dos mil años, sino que se representa todavía hoy, todos los días. «Cuántas familias destruidas —comentó— hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!». Porque la primera consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le está cerca. «Cuando una persona está apegada al dinero —explicó el Obispo de Roma— se destruye a sí misma, destruye a la familia».

Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido absoluto. «El dinero —precisó el Papa Francisco— sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad». Lo que hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el Pontífice repitió las mismas palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del «hombre rico» contenida en el Evangelio: «El que atesora para sí, no es rico ante Dios». De aquí la advertencia: «Guardaos de toda clase de codicia». Es ésta en efecto «la que hace daño en relación con el dinero»; es la tensión constante a tener cada vez más que «lleva a la idolatría» del dinero y acaba con destruir «la relación con los demás». Porque la codicia hace enfermar al hombre, conduciéndole al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está «en función del dinero».

Por lo demás, la característica más peligrosa de la codicia es precisamente la de ser «un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario» del trazado por Dios para los hombres. Y al respecto el Santo Padre citó a san Pablo, quien recuerda «que Jesucristo, que era rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros». Así que hay un «camino de Dios», el «de la humildad, abajarse para servir», y un recorrido que va en la dirección opuesta, adonde conduce la codicia y la idolatría: «Tú que eres un pobre hombre, te haces dios por la vanidad».

Por este motivo —añadió el Pontífice— «Jesús dice cosas tan duras y fuertes contra el apego al dinero»: por ejemplo, cuando recuerda «que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero»; o cuando exhorta «a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad»; o también cuando «nos lleva al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo».

La actitud en clara antítesis a esta confianza en la misericordia divina es precisamente la del protagonista de la parábola evangélica, quien no conseguía pensar en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y en los bienes acumulados. Interrogándose sobre qué hacer con ello —explicó el Papa Francisco—, «podía decir: daré esto a otro para ayudarle». En cambio «la codicia le llevó a decir: construiré otros graneros y los llenaré. Cada vez más». Un comportamiento que, según el Papa, cela la ambición de alcanzar una especie de divinidad, «casi una divinidad idolátrica», como testimonian los pensamientos mismos del hombre: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente».

Pero es precisamente entonces cuando Dios le reconduce a su realidad de criatura, poniéndole en guardia con la frase: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma». Porque —observó el Obispo de Roma— «este camino contrario al camino de Dios es una necedad, lleva lejos de la vida. Destruye toda fraternidad humana». Mientras que el Señor nos muestra el verdadero camino. Que «no es el camino de la pobreza por la pobreza»; al contrario, «es el camino de la pobreza como instrumento, para que Dios sea Dios, para que Él sea el único Señor, no el ídolo de oro». En efecto, «todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para hacer marchar adelante el mundo, para que vaya adelante la humanidad, para ayudar a los demás».

De ahí el deseo de que «permanezca hoy en nuestro corazón la palabra del Señor», con su invitación a mantenerse lejos de la codicia, porque, «aunque uno esté en la abundancia, su vida no depende de lo que posee».

Santo Padre Francisco: El dinero sirve pero la codicia mata

Meditación del lunes, 21 de octubre de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Santidad, soy don Giampiero Ialongo, uno de los muchos párrocos que desempeñamos nuestro ministerio en la periferia de Roma, concretamente en Torre Angela, en el confín con Torbellamonaca, Borghesiana, Borgata Finocchio y Colle Prenestino. Estas periferias, como muchas otras, a menudo están olvidadas y descuidadas por parte de las instituciones. Me alegra que nos haya convocado esta tarde el presidente del municipio. Veremos qué sale de este encuentro con las autoridades municipales.

En nuestras periferias, quizá más que en otras zonas de nuestra ciudad, existe un fuerte malestar como consecuencia de la crisis económica internacional que comienza a gravar sobre las condiciones concretas de vida de numerosas familias. Como Cáritas parroquial, y sobre todo como Cáritas diocesana, hemos puesto en marcha muchas iniciativas encaminadas ante todo a la escucha, pero también a una ayuda material, concreta, a todas las personas que se dirigen a nosotros, sin distinción de raza, cultura o religión.

A pesar de ello, somos conscientes de que cada vez más se trata de una auténtica emergencia. Me parece que muchas, demasiadas personas —no sólo jubilados, sino también personas que tienen un empleo regular, un contrato a tiempo indeterminado— encuentran grandes dificultades para cuadrar las cuentas familiares. Regalamos paquetes de víveres o ropa; a veces damos ayuda económica concreta para pagar los recibos o el alquiler. Eso puede constituir una ayuda, pero creo que no es la solución. Estoy convencido de que como Iglesia deberíamos preguntarnos qué más podemos hacer, y sobre todo qué motivos han llevado a esta situación generalizada de crisis.

Deberíamos tener la valentía de denunciar un sistema económico y financiero injusto en sus raíces. Yo creo que, ante los desequilibrios introducidos por este sistema, no basta un poco de optimismo. Hace falta una palabra autorizada, una palabra libre, que ayude a los cristianos, como la que usted ya ha pronunciado, Santo Padre, para administrar con sabiduría evangélica y con responsabilidad los bienes que Dios ha dado para todos y no sólo para unos pocos. Aunque ya en otras ocasiones hemos escuchado su palabra sobre esto, me gustaría escucharla una vez más, en este contexto. Gracias, Santidad.

RESPUESTA DEL SANTO PADRE EMÉRITO BENDICTO XVI

Ante todo, quiero dar las gracias al cardenal vicario por sus palabras de confianza: Roma puede dar más candidatos para la mies del Señor. Sobre todo debemos orar al Señor de la mies, pero también debemos hacer lo que está de nuestra parte para animar a los jóvenes a decir sí al Señor. Desde luego, son precisamente los sacerdotes jóvenes quienes deben dar ejemplo a la juventud de que es hermoso trabajar para el Señor. En este sentido, estamos llenos de esperanza. Oremos al Señor y hagamos lo que esté de nuestra parte.

Ahora afrontemos esta cuestión, que toca el nervio de los problemas de nuestro tiempo. Yo distinguiría dos niveles. El primero, es el de la macroeconomía, que luego se realiza y afecta incluso al último ciudadano, el cual siente las consecuencias de una construcción equivocada. Naturalmente, denunciar esto es un deber de la Iglesia. Como sabéis, desde hace mucho tiempo estoy preparando una encíclica sobre estos puntos. Y, en este largo camino, veo que es difícil hablar con competencia, porque, si no se afrontan con competencia ciertas cuestiones económicas, no podemos ser creíbles. Por otra parte, también es preciso hablar con razonamientos éticos, fundados y suscitados por una conciencia formada según el Evangelio.

Así pues, hay que denunciar esos errores fundamentales que ahora se manifiestan en el hundimiento de los grandes bancos estadounidenses; son errores en el fondo. En definitiva, se trata de la avaricia humana como pecado o, como dice la carta a los Colosenses, la avaricia como idolatría. Debemos denunciar esta idolatría que va contra el verdadero Dios, que es la falsificación de la imagen de Dios, suplantándola con otro dios, «mammona». Debemos hacerlo con valentía, pero también de forma concreta, porque los grandes moralismos no ayudan si no se apoyan en conocimientos de las realidades, los cuales ayudan también a comprender qué se puede hacer en concreto para cambiar poco a poco la situación. Y, para poder hacerlo, naturalmente es necesario el conocimiento de esta verdad y la buena voluntad de todos.

Aquí llegamos al punto principal: ¿existe realmente el pecado original? Si no existiera, podríamos apelar a la razón lúcida, con argumentos accesibles a cada uno e irrefutables, y a la buena voluntad que existiría en todos. Sólo de este modo podríamos seguir adelante y reformar la humanidad. Pero no es así. La razón, incluida la nuestra, está oscurecida, como constatamos cada día, puesto que el egoísmo, la raíz de la avaricia, consiste en quererme a mí mismo por encima de todo y en considerar que el mundo existe para mí. Este egoísmo lo llevamos todos. Este es el oscurecimiento de la razón: puede ser muy docta, con argumentos científicos estupendos, y a pesar de ello sigue oscurecida por falsas premisas. De este modo, avanza con gran inteligencia, a grandes pasos, pero por un camino equivocado.

También la voluntad, como dicen los santos Padres, está inclinada. El hombre sencillamente no está dispuesto a hacer el bien, sino que se busca sobre todo a sí mismo, o busca el bien de su propio grupo. Por eso, encontrar realmente el camino de la razón, de la razón verdadera, ya no resulta fácil, y en el diálogo se desarrolla con dificultad. Sin la luz de la fe, que entra en las tinieblas del pecado original, la razón no puede salir adelante. Y la fe luego encuentra precisamente la resistencia de nuestra voluntad. Esta no quiere ver el camino, que también sería un camino de renuncia a sí mismo y de corrección de la propia voluntad en favor de los demás y no de sí mismo.

Por eso, hay que hacer una denuncia razonable y razonada de los errores, no con grandes moralismos, sino con razones concretas, que resulten comprensibles en el mundo de la economía de hoy. Esta denuncia es importante; para la Iglesia es un mandato desde siempre. Sabemos que en la nueva situación que se ha creado en el mundo industrial, la doctrina social de la Iglesia, comenzando por León XIII trata de hacer estas denuncias —y no sólo las denuncias, que resultan insuficientes—, sino también de mostrar los caminos difíciles donde, paso a paso, se exige el asentimiento de la razón y el asentimiento de la voluntad, juntamente con la corrección de mi conciencia, con la voluntad de renunciar en cierto sentido a mí mismo para colaborar en lo que es la verdadera finalidad de la vida humana, de la humanidad.

Dicho esto, la Iglesia tiene siempre la misión de estar vigilante, de hacer todo lo posible por conocer las razones del mundo económico, de entrar en ese razonamiento y de iluminar ese razonamiento con la fe que nos libra del egoísmo del pecado original. La Iglesia tiene la misión de entrar en este discernimiento, en este razonamiento; de hacerse escuchar, incluso en los diversos niveles nacionales e internacionales, para ayudar a corregir. Y esto no resulta fácil, porque muchos intereses personales y de grupos nacionales se oponen a una corrección radical. Quizá sea pesimismo, pero a mí me parece realismo, pues mientras exista el pecado original no llegaremos nunca a una corrección radical y total. Sin embargo, debemos hacer todo lo posible para lograr al menos correcciones provisionales, suficientes para ayudar a la humanidad a vivir y para poner freno al dominio del egoísmo, que se presenta bajo pretextos de ciencia y de economía nacional e internacional.

Este es el primer nivel. El segundo es ser realistas y ver que estas grandes finalidades de la macro-ciencia no se realizan en la micro-ciencia, la macroeconomía en la microeconomía, sin la conversión de los corazones. Si no hay justos, tampoco hay justicia. Debemos aceptar esto. Por eso, la educación en orden a la justicia es un objetivo prioritario; podríamos decir también que es la prioridad. San Pablo dice que la justificación es efecto de la obra de Cristo. No es un concepto abstracto, que se refiera a pecados que hoy no nos interesan, sino que se refiere precisamente a la justicia integral. Sólo Dios puede dárnosla, pero nos la da con nuestra cooperación en diversos niveles, en todos los niveles posibles.

No se puede crear la justicia en el mundo sólo con modelos económicos buenos, aunque son necesarios. La justicia sólo se realiza si hay justos. Y no hay justos si no existe el trabajo humilde, diario, de convertir los corazones, y de crear justicia en los corazones. Sólo así se extiende también la justicia correctiva. Por eso, el trabajo del párroco es tan fundamental, no sólo para la parroquia, sino también para toda la humanidad. Porque, como he dicho, si no hay justos, la justicia sería sólo abstracta. Y las estructuras buenas no se realizan si se opone el egoísmo incluso de personas competentes.

Nuestro trabajo humilde, diario, es fundamental para conseguir las grandes finalidades de la humanidad. Y debemos trabajar juntos en todos los niveles. La Iglesia universal debe denunciar, pero también anunciar qué se puede hacer y cómo se puede hacer. Las Conferencias episcopales y los obispos deben actuar. Pero todos debemos educar en orden a la justicia. Me parece que sigue siendo verdadero y realista el diálogo de Abraham con Dios (cf. Gn 18, 22-23), cuando el primero dice: ¿En verdad vas a destruir la ciudad? Tal vez haya cincuenta justos, o tal vez diez. Y diez justos bastan para que la ciudad sobreviva. Ahora bien, si no hay diez justos, la ciudad no sobrevivirá, a pesar de toda la doctrina económica. Por eso, debemos hacer lo necesario para educar y garantizar al menos diez justos y, si es posible, muchos más. Con nuestro anuncio hacemos precisamente que haya muchos justos, que esté realmente presente la justicia en el mundo.

Como efecto, los dos niveles son inseparables. Por una parte, si no anunciamos la macro-justicia, no crecerá la micro-justicia. Pero, por otra, si no hacemos el trabajo muy humilde de la micro-justicia, tampoco crecerá la macro-justicia. Y, como dije ya en mi primera encíclica, siempre, con todos los sistemas que puedan existir en el mundo, además de la justicia que buscamos, es necesaria la caridad. Abrir los corazones a la justicia y a la caridad es educar en la fe, es llevar a Dios.

Santo Padre Benedicto XVI

Respuestas a las preguntas de los párrocos romanos

Jueves, 26 de febrero de 2009

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. El destino universal y la propiedad privada de los bienes

2402 Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres.

2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienescontinúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.

2404 “El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás” (GS 69, 1). La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.

2405 Los bienes de producción —materiales o inmateriales— como tierras o fábricas, profesiones o artes, requieren los cuidados de sus poseedores para que su fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre.

2406 La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71, 4; SRS 42; CA 4048).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Ser responsable en el uso del dinero y demás talentos, cooperando, así, en la edificación de la justicia y la caridad.

Diálogo con Cristo

Acumular, comprar, buscar el placer… es el afán prioritario de nuestra cultura. Señor Jesús, frecuentemente me encuentro contemplando las cosas buenas de este mundo, pero no como medios sino como un fin. Necesito tener claras mis prioridades: Tú, primero, y luego todo lo demás, según me lleven hacia Ti. Dame la sabiduría para saber que la vida es corta y debo vivirla sólo para Ti.

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Evangelio del día: Orar hasta «hartar» a Dios

Evangelio del día: Orar hasta «hartar» a Dios

Lucas 18, 1-8. Vigésimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. La oración nos cambia el corazón, nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios.

Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».» Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».

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Lecturas

Primera lectura: Libro del Éxodo, Éx 17, 8-13

Salmo: Sal 121(120), 1-8

Segunda lectura: Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 3, 14; 4, 2

Oración introductoria

Señor, te damos gracias por enseñarnos a orar, por dejarnos tu oración, porque gracias a ella pedimos las gracias que necesitamos. Danos ese amor por la oración y que sigamos tu ejemplo de siempre orar antes de actuar.

Petición

Padre, dame la gracia de apreciar la oración que Cristo nos enseñó, el Padrenuestro y así pedirte lo que de verdad necesito.

Meditación del Santo Padre Francisco

Rezar es como hablar con un amigo: por ello «la oración debe ser libre, valiente, insistente», incluso a costa de llegar a “reñir” al Señor. Con la consciencia de que el Espíritu Santo está siempre y nos enseña cómo proceder. Es el estilo de la oración de Moisés lo que el Papa Francisco volvió a proponer en la misa del jueves 3 de abril, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.

Este pequeño «manual» de oración se lo sugirió la lectura del pasaje del libro del Éxodo (32, 7-14), que narra «la oración de Moisés por su pueblo que había caído en el gravísimo pecado de la idolatría». El Señor —explicó el Papa— «reprende precisamente a Moisés» y le dice: «Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto».

Es como si en este diálogo Dios quisiera tomar distancias, diciendo a Moisés: «Yo no tengo nada que ver con este pueblo; es el tuyo, ya no es el mío». Pero Moisés responde: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra el pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta?».

He aquí, entonces, que Moisés inicia su oración, «una verdadera lucha con Dios». Es «la lucha del jefe del pueblo para salvar a su pueblo, que es el pueblo de Dios». Moisés «habla libremente ante el Señor». Y actuando así «nos enseña cómo rezar: sin miedo, libremente, incluso con insistencia». Moisés «insiste, es valiente: la oración debe ser así».

Decir palabras y nada más no quiere decir rezar. Se debe saber también «“negociar” con Dios». Precisamente «como hacía Moisés, recordando a Dios, con argumentaciones, la relación que tiene con el pueblo». Así, «trata de “convencer” a Dios» de que si desencadenaba su ira contra el pueblo haría «un mal papel ante todos los egipcios».

En resumen, Moisés «trataba de “convencer” a Dios de cambiar de actitud con muchas argumentaciones. Y estas argumentaciones las busca en la memoria». Así, «dice a Dios: tú has hecho esto, esto y esto por tu pueblo, pero si ahora lo dejas morir en el desierto, ¿qué dirán nuestros enemigos ?». Dirán —continúa— «que tú eres malo, que tú no eres fiel». De este modo Moisés «trata de “convencer” al Señor», emprendiendo una «lucha» en la que pone en el centro dos elementos: «tu pueblo y mi pueblo».

La oración tiene éxito porque «Moisés logra “convencer” al Señor». El Papa destacó que «es hermoso el modo como termina este pasaje»: «Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo». Cierto, explicó, «el Señor estaba un poco cansado de este pueblo infiel». Pero «cuando uno lee, en la última palabra del pasaje, que el Señor se arrepintió» y «cambió de actitud» se debe preguntar: ¿Quién cambió verdaderamente aquí? ¿Cambió el Señor? «Yo creo que no», fue la respuesta del obispo de Roma: quien cambió fue Moisés. Porque él —afirmó— creía que el Señor habría destruido al pueblo. Y «busca en su memoria cómo había sido bueno el Señor con su pueblo, cómo lo había sacado de la esclavitud de Egipto para llevarlo adelante con una promesa».

Es «con estas argumentaciones que trata de “convencer” a Dios. En este proceso encuentra la memoria de su pueblo y la misericordia de Dios». Realmente, continuó el Papa, «Moisés tenía miedo de que Dios hiciese esta cosa» terrible. Pero «al final baja del monte» con una gran certeza en el corazón: «nuestro Dios es misericordioso, sabe perdonar, vuelve atrás con sus decisiones, es un padre».

Son todas cosas que Moisés ya «sabía, pero las sabía más o menos oscuramente. Es en la oración donde las vuelve a encontrar». Y es también «esto lo que hace la oración en nosotros: nos cambia el corazón, nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios». Pero para esto, añadió el Pontífice, «es importante hablar al Señor no con palabras vacías como hacen los paganos». Es necesario, en cambio, «hablar con la realidad: pero, mira, Señor, tengo este problema en la familia, con mi hijo, con este o con el otro… ¿Qué se puede hacer? Pero mira que tú no me puedes dejar así».

La oración necesita y requiere tiempo. En efecto, «rezar es también “negociar” con Dios para obtener lo que pido al Señor» pero sobre todo para conocerlo mejor. De ello brota una oración «como de un amigo a otro amigo». Por lo demás, «la Biblia dice que Moisés hablaba al Señor cara a cara, como un amigo». Y «así debe ser la oración: libre, insistente, con argumentaciones». Incluso «“reprendiendo” un poco al Señor: pero tú me has prometido esto y no lo has hecho».

El Papa Francisco recordó también que, después del cara a cara con Dios, «Moisés bajó del monte radiante. Había conocido aún más al Señor. Y con esa fuerza que le había dado retoma su trabajo de guiar al pueblo hacia la tierra prometida».

El Pontífice concluyó pidiendo al Señor que «nos dé a todos nosotros la gracia, porque rezar es una gracia». E invitó a recordar siempre que «cuando rezamos a Dios, no es un diálogo entre dos», porque «siempre en toda oración está el Espíritu Santo». Por lo tanto, «no se puede rezar sin el Espíritu Santo: es Él quien reza en nosotros, es Él quien nos cambia el corazón, es Él quien nos enseña a decir a Dios “padre”». Es al Espíritu Santo, añadió el Papa, a quien debemos pedir que nos enseñe a orar «como oró Moisés, a “negociar” con Dios con libertad de espíritu, con valentía».

Santo Padre Francisco: Un amigo con quien rezar

Meditación del jueves, 3 de abril de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA

2558 “Este es el misterio de la fe”. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (primera parte) y lo celebra en la Liturgia sacramental (segunda parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (tercera parte). Por tanto, este misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.

¿QUÉ ES LA ORACIÓN?

«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r:Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390).

La oración como don de Dios

2559 “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín,Sermo 56, 6, 9).

2560 “Si conocieras el don de Dios”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4).

2561 “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).

La oración como Alianza

2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.

2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.

2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.

La oración como comunión

2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es “la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con Él. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Este domingo acudiré al templo media hora antes para estar en presencia del Santísimo y hacer oración de agradecimiento por el amor e infitinta bondad de Dios hacia la humanidad.

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, tú sabes acerca de mi soberbia y lo mucho que me cuesta pedirte en oración. Ayúdame a pedir al Padre, pues sólo Él sabe lo que me conviene y lo que realmente necesito. Gracias Señor.

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Evangelio del día en «Catholic.net»

Evangelio del día en «Evangelio del día»

Evangelio del día en «Orden de Predicadores»

Evangelio del día en «Evangeli.net»

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Evangelio del día: El Espíritu Santo les enseñará

Evangelio del día: El Espíritu Santo les enseñará

Lucas 12, 8-12. Sábado de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. El don de la sabiduría del Espíritu Santo es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios.

En aquel tiempo dijo Jesús: «Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 1, 15-23

Salmo: Sal 8, 2-7

Oración introductoria

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Petición

Dame la gracia, Señor, de una entrega total de mi vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios.

Meditación del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.

El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia… No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.

Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.

El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo, podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu Santo.

Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra, con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto…», y le explica con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos nosotros.

Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo. Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!

Santo Padre Francisco

Audiencia General del miércoles, 9 de abril de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

683 «Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:

El Bautismo «nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo» (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 7: SC 62 41-42).

684 El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: «que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). No obstante, es el «último» en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad . San Gregorio Nacianceno, «el Teólogo», explica esta progresión por medio de la pedagogía de la «condescendencia» divina:

«El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por avances y progresos «de gloria en gloria», es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 31  [Theologica 5], 26: SC 250, 326 [PG 36, 161-164]).

685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la «teología trinitaria», en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la «Economía» divina.

686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los «últimos tiempos», inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este designio divino, que se consuma en Cristo, «Primogénito» y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Contestar a llamamiento de Jesús con acciones concretas, a amarlo sobre todas las cosas y a servirle en los hermanos.

Diálogo con Cristo

Frecuentemente resulta difícil manifestar o defender la propia fe frente a los demás. Un falso respeto humano paraliza y lleva al terrible pecado de la omisión. Reconozco, Señor, mis debilidades y suplico tu gracia pero saber ser fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo.

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Evangelio del día: Nada oculto

Evangelio del día: Nada oculto

Lucas 12, 1-7. Viernes de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. «Nada hay oculto que no haya de descubrirse» (Lc 12, 2). Esta expresión no indica simplemente el hecho de que Dios escruta el corazón de todo hombre. Lo que está oculto y ha de ser revelado reviste un significado mucho más amplio y tiene alcance universal: se trata del anuncio evangélico sembrado en lo más íntimo de las conciencias, que hay que proclamar hasta los confines de la tierra.

Mientras tanto se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas. A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese. ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 1, 11-14

Salmo: Sal 33(32), 1-2.4-5.12-13

Oración introductoria

Padre, ¿cuál es tu designio de Creador y de Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla y estoy seguro que me responderás, escuchando tu Palabra.

Petición

Señor, ayudanos a trabajar por salvar nuestra alma. Estamos en el tiempo para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección.

Meditación de san Juan Pablo II

[…] El acto de fe no consiste simplemente en la adhesión del intelecto a las verdades reveladas por Dios; y tampoco en una actitud de entrega confiando en la acción de Dios. Es, más bien, la síntesis de ambos elementos, porque implica tanto la esfera intelectual como la afectiva, al ser un acto integral de la persona humana.

Estas reflexiones sobre la naturaleza de la fe tienen consecuencias inmediatas para el modo de elaborar, enseñar y aprender la teología. En efecto, si el acto de fe que lleva a la justificación del hombre implica a la persona en su totalidad, también la reflexión teológica sobre la revelación divina y sobre la respuesta humana ha de tener debidamente en cuenta los múltiples aspectos intelectual, afectivo, moral y espiritual, que intervienen en la relación de comunión entre Dios y el creyente.

3. «Dije: «confesaré al Señor mi pecado»» (Sal 32, 5). El Salmo responsorial que hemos repetido juntos subraya la conciencia tanto de la imposibilidad de llegar a Dios únicamente con nuestras fuerzas como de nuestra condición de pecadores. La persona humana, partiendo de la toma de conciencia de que está alejada de Dios, busca el encuentro con él y se abre a la acción de la gracia.

Mediante la fe, el hombre acoge la salvación que le ofrece el Padre en Jesucristo. Es verdaderamente dichoso el hombre a quien el Señor da la salvación (cf. estribillo del Salmo responsorial); el corazón de quien está en paz con Dios rebosa alegría: «Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo todos los de recto corazón» (Sal 32, 11).

La primera parte del pasaje evangélico de hoy se refiere a esta sincera confesión de los propios pecados y a la necesidad de abrirse a la acción de Dios. Jesús define «levadura de los fariseos» la dureza del corazón que no quiere reconocer las propias culpas y la incapacidad para acoger el don de Dios: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lc 12, 1). Con estas palabras, Jesús no sólo condena la actitud de falsedad y el afán de hacerse notar, sino también la presunción de creerse justos, que excluye toda posibilidad de auténtica conversión y de fe en Dios.

El acto de fe considerado en su integridad debe traducirse necesariamente en actitudes y decisiones concretas. De este modo, es posible superar la aparente contraposición entre la fe y las obras. Una fe entendida en sentido pleno no es un elemento abstracto, separado de la vida diaria; al contrario, abarca todas las dimensiones de la persona, incluidos sus ámbitos existenciales y sus experiencias vitales.

Un ejemplo elocuente de esta síntesis entre fe y obras, contemplación y acción, es la santa carmelita Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, cuya fiesta celebramos precisamente hoy. Alcanzó la cumbre de la intimidad con Dios y, al mismo tiempo, fue siempre muy activa desde el punto de vista apostólico y muy concreta en su acción. Su experiencia mística, como la de todos los santos, demuestra claramente que en quien busca a Dios todo converge hacia un único centro: la respuesta total a Dios que se comunica. También la teología, fiel a su índole de reflexión sapiencial sobre la fe, desemboca por su misma naturaleza en los campos de la moral y la espiritualidad.

4. En el texto de san Lucas que acabamos de proclamar, leemos: «Nada hay oculto que no haya de descubrirse» (Lc 12, 2). Esta expresión no indica simplemente el hecho de que Dios escruta el corazón de todo hombre. Lo que está oculto y ha de ser revelado reviste un significado mucho más amplio y tiene alcance universal: se trata del anuncio evangélico sembrado en lo más íntimo de las conciencias, que hay que proclamar hasta los confines de la tierra.

Estas palabras de Jesús añaden un elemento importante a la reflexión sobre el acto de fe: el paso de la esfera personal y, por decirlo así, de la intimidad del hombre, a la esfera comunitaria y misionera. La fe, para que sea plena y madura, tiene que ser comunicada, prolongando en cierto sentido el movimiento que parte del amor trinitario y tiende a abrazar a la humanidad y a la creación entera.

5. El anuncio evangélico no carece de riesgos. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de fidelidad heroica al Evangelio. También durante nuestro siglo, incluso en nuestros días, numerosos hermanos y hermanas en la fe han sellado con el supremo sacrificio de la vida su adhesión plena a Cristo y su servicio al reino de Dios.

Ante la perspectiva de la renuncia y del sacrificio, que en algunos casos puede llevar hasta el martirio, nos sostienen las palabras consoladoras de Jesús: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más» (Lc 12, 4). Las fuerzas del mal intentan entorpecer el progreso del Evangelio, tratan de anular la obra de la salvación y matar a los testigos de Cristo; pero precisamente el sacrificio de estos valientes obreros de la viña del Señor constituye la prueba elocuente del poder de Dios. ¡Cuántos momentos de prueba ha superado la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Cuántos mártires de nuestro siglo han entregado su vida por la causa de Cristo! De su sacrificio han brotado abundantes frutos para la Iglesia y para el reino de Dios.

Por eso, al comienzo de este nuevo año académico nos consuelan y animan las palabras de Jesús: «No temáis» (Lc 12, 7). Queridos hermanos, no tengamos miedo de abrir las puertas de nuestro corazón a la fe, de convertirla en experiencia viva en nuestra existencia y de anunciarla continuamente a nuestros hermanos.

La santísima Virgen, modelo de fe y sede de la Sabiduría divina, nos haga discípulos fieles de su Hijo Jesús y heraldos generosos de su Palabra.

Amén.

San Juan Pablo II

Homilía del viernes, 15 de octubre 1999

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

III. Vida moral y testimonio misionero

2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).

2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).

2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.

Catecismo de la Iglesia Católica

Propòsito

Como nos pide el Papa: ponernos a la escucha de Dios, que tiene un designio de amor para cada uno de nosotros, a través de la oración.

Diálogo con Cristo

Gracias, Jesús, por tu amor y por este momento de oración. Conoces mi debilidad y cobardía ante las dificultades que hoy tendré que afrontar. Me preocupa el sacrificio que haré y me inquieta saber que los resultados pueden ser contrarios a lo que espero. Ayúdame a darme cuenta que Tú te harás cargo de cada minuto y detalle de este día y que todo lo bueno que resulte, será consecuencia de tu Providencia.

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Evangelio del día: Jesús reprende a los legistas

Evangelio del día: Jesús reprende a los legistas

Lucas 11, 47-54. Jueves de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. Los cristianos que tienen miedo de hacer puentes y prefieren construir muros, son cristianos no seguros de su propia fe, seguros de Jesucristo. Y se defienden alzando muros.

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros. Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos. Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo: desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto. ¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden». Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de San Pablo a los Efesios, Ef 1, 1-10

Salmo: Sal 98(97), 1-6

Oración introductoria

Padre, Tú derramas tu amor sin distinción, quieres que todos experimenten tu cercanía y misericordia. ¡Ay de mí porque con mi pobre testimonio cristiano puedo alejar a otros de tu cariño! Ilumina mi oración, ven y haz morada en mi corazón, para que sea un auténtico testigo de tu amor.

Petición

Jesùs, te pedimos que tomemos la mano de María donde estaremos seguros de ir por el buen camino, por el camino de la verdad y de la Iglesia, que es la misma verdad.

Meditación del Santo Padre Francisco

Él no dice: ¡Idólatras, iréis al infierno! sino que busca llegar a su corazón; no condena desde el inicio, busca el diálogo: Pablo es un pontífice, constructor de puentes. Él no quiere convertirse en un constructor de muros. Esto nos hace pensar sobre la actitud de un cristiano. Un cristiano debe anunciar a Jesucristo de forma que Jesucristo sea aceptado, recibido, no rechazado, el anuncio de la verdad depende del Espíritu Santo. Pablo es consciente que debe evangelizar, no hacer prosélitos. La Iglesia no crece en el proselitismo, Benedicto XVI nos lo ha dicho; sino que crece por atracción, por el testimonio, por la predicación. Pablo actúa así porque estaba seguro, seguro de Jesucristo. No dudaba de su Señor. Los cristianos que tienen miedo de hacer puentes y prefieren construir muros, son cristianos no seguros de su propia fe, seguros de Jesucristo. Y se defienden alzando muros.

Santo Padre Francisco: Para ser la Iglesia del sí

Misas matutinas del 2 de mayo al 8 de mayo de 2013

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Vivir en la verdad

2465 El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf Pr 8, 7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). “Tu verdad, de edad en edad” (Sal 119, 90; Lc 1, 50). Puesto que Dios es el “Veraz” (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119, 30).

2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn14, 26) y que conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).

2467 El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: “Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas […], se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (DH 2).

2468 La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombreveracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

2469 “Los hombres […] no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, “un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3).

2470 El discípulo de Cristo acepta “vivir en la verdad”, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. “Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1, 6).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propòsito

Rezar hoy en especial por el Papa, que tenga fortaleza para guiar a la Iglesia y nosotros seamos fieles a èl.

Diálogo con Cristo

Señor, erróneamente existe la tendencia de pensar que así como el agua y el aceite no se mezclan, tampoco lo hacen tus mandamientos y la felicidad. Por eso, con diligencia voy adormilando mi conciencia, y sutilmente hago a un lado todo lo que implique renuncia, esfuerzo, sacrificio. Gracias por recordarme que me ofreces tu gracia y amor para ser fiel siempre a tu ley, que tiene como fundamento el amor.

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Evangelio del día: No sean como los fariseos

Evangelio del día: No sean como los fariseos

Lucas 11, 42-46. Miércoles de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. Pensando en los maestros que oprimen la libertad de los demás en nombre de su propia autoridad, san Buenaventura indica quién es el auténtico Maestro, afirmando: «Nadie puede enseñar, ni obrar, ni alcanzar las verdades conocibles sin que esté presente el Hijo de Dios».

Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!». Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros». El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 5, 18-25 

Salmo: Sal 1, 1-4.6

Oración introductoria

Jesús, permite que esta oración me ayude a líbrame del pecado de la hipocresía, de la insinceridad y de la incoherencia, porque quiero seguirte, no sólo en apariencia, sino de verdad. Dame la gracia de vivir una caridad positiva, haciendo el bien a los demás, brindando apoyo a todos, ofreciendo la estima sincera y sirviendo en todo lo que me sea posible a mi prójimo, sin buscar aplausos y sin importarme el «qué dirán».

Petición

Señor, dame un corazón sencillo y sincero, abierto a los demás.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

En la liturgia de este domingo, el apóstol san Pablo nos invita a considerar el Evangelio «no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios» (1 Ts 2, 13). De este modo podemos acoger con fe las advertencias que Jesús dirige a nuestra conciencia, para asumir un comportamiento acorde con ellas. En el pasaje de hoy, amonesta a los escribas y fariseos, que en la comunidad desempeñaban el papel de maestros, porque su conducta estaba abiertamente en contraste con la enseñanza que proponían a los demás con rigor. Jesús subraya que ellos «dicen, pero no hacen» (Mt 23, 3); más aún, «lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar» (Mt 23, 4). Es necesario acoger la buena doctrina, pero se corre el riesgo de desmentirla con una conducta incoherente. Por esto Jesús dice: «Haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen» (Mt 23, 3). La actitud de Jesús es exactamente la opuesta: él es el primero en practicar el mandamiento del amor, que enseña a todos, y puede decir que es un peso ligero y suave precisamente porque nos ayuda a llevarlo juntamente con él (cf. Mt 11, 29-30).

Pensando en los maestros que oprimen la libertad de los demás en nombre de su propia autoridad, san Buenaventura indica quién es el auténtico Maestro, afirmando: «Nadie puede enseñar, ni obrar, ni alcanzar las verdades conocibles sin que esté presente el Hijo de Dios» (Sermo I de Tempore, Dom. XXII post Pentecosten, Opera omnia, IX, Quaracchi, 1901, p. 442). «Jesús se sienta en la «cátedra» como el Moisés más grande, que extiende la Alianza a todos los pueblos» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 93). ¡Él es nuestro verdadero y único Maestro! Por ello, estamos llamados a seguir al Hijo de Dios, al Verbo encarnado, que manifiesta la verdad de su enseñanza a través de la fidelidad a la voluntad del Padre, a través del don de sí mismo. Escribe el beato Antonio Rosmini: «El primer maestro forma a todos los demás maestros, del mismo modo que forma a los discípulos, porque [tanto unos como otros] existen sólo en virtud de ese tácito pero poderosísimo magisterio» (Idea della Sapienza, 82, en: Introduzione alla filosofia, vol. II, Roma 1934, p. 143). Jesús condena enérgicamente también la vanagloria y asegura que obrar «para que los vea la gente» (Mt 23, 5) pone a merced de la aprobación humana, amenazando los valores que fundan la autenticidad de la persona.

Queridos amigos, el Señor Jesús se presentó al mundo como siervo, se despojó totalmente de sí mismo y se rebajó hasta dar en la cruz la más elocuente lección de humildad y de amor. De su ejemplo brota la propuesta de vida: «El primero entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23, 11). Invoquemos la intercesión de María santísima y pidamos, de modo especial, por aquellos que en la comunidad cristiana están llamados al ministerio de la doctrina, para que testimonien siempre con obras las verdades que transmiten con la palabra.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 30 de octubre de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

II. El respeto de la dignidad de las personas

El respeto del alma del prójimo: el escándalo

2284 El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave si, por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave.

2285 El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt18, 6; cf 1 Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7, 15).

2286 El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión.

Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” (Pío XII, Mensaje radiofónico, 1 junio 1941). Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que “exasperan” a sus alumnos (cf Ef6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.

2287 El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. “Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lc 17, 1).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Es la hora de acudir al Señor y pedirle que nos ayude, que nos cure de nuestros pecados, que sane nuestra alma débil, decirle que queremos amarle a Él y a nuestros hermanos pero que no sabemos, y aún sabiendo no podemos.

Diálogo con Cristo

Oh, Espíritu de santidad, ven y renueva mi corazón en esta oración. Ven, Espíritu de amor, de paz, y enséñame a ser auténtico y coherente con mi fe para llegar a ser benevolente, lleno siempre de amor y comprensión con todos, especialmente con los más cercanos. Ayúdame a corresponderte con un amor fiel, verdadero y apasionado.

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Evangelio del día: No es importante lo exterior

Evangelio del día: No es importante lo exterior

Lucas 11, 37-41. Martes de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. Jesús condena a las personas que tienen buenas maneras pero malos hábitos, porque una cuestión es aparentar ser buenos y hermosos y otra cosa es la verdad interior.

Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo extrañó de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: «¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia. ¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 5, 1-6

Salmo: Sal 119(118), 41.43-45.47-48

Oración introductoria

Dios mío, Tú eres mi Padre amoroso que anhelas que experimente la auténtica paz y felicidad al dejarte ser el centro de mi vida interior. Guía mi meditación para que me aleje de las preocupaciones exteriores y pasajeras y pueda ser dócil a tus inspiraciones.

Petición

Jesús, ayúdame a experimentar vivamente tu misericordia en esta oración para corresponderte con más docilidad.

Meditación del Santo Padre Francisco

«Jesús condena a las personas que tienen buenas maneras pero malos hábitos», porque una cuestión es «aparentar ser buenos y hermosos» y otra cosa es la verdad interior. Del mismo modo, no sirve estar vinculados exclusivamente a la letra de la ley, porque «la ley por sí misma no salva. La ley salva cuando te conduce a la fuente de la salvación». Durante la misa celebrada el [día de hoy], el Papa Francisco invitó a cada uno a hacer un «examen de conciencia acerca de cómo es su fe».

Centrándose en el pasaje del Evangelio de san Lucas (11, 37-41) propuesto por la liturgia del día, el Pontífice explicó la actitud de Jesús con respecto al fariseo, escandalizado porque el Señor no cumple con las abluciones rituales antes de la comida. La respuesta de Cristo es severa: «Estáis muy preocupados por lo exterior, por la apariencia, pero vuestro interior está lleno de rapiña y maldad». Palabras que se acompañan con las del paralelo pasaje de Mateo, donde se habla de «codicia y corrupción» y donde se comparan a los fariseos con los «sepulcros blanqueados». Al respecto el Papa destacó que «Jesús condena» firmemente la seguridad que los fariseos «tenían en el cumplimiento de la ley», condena «esta espiritualidad del cosmético».

Se refiere a la gente «que le gustaba pasear por las plazas», hacerse ver mientras rezaba y maquillarse con los signos del ayuno. «¿Por qué el Señor es así?», se preguntó el Papa Francisco, destacando cómo el Evangelio usa para las actitudes de los fariseos dos adjetivos distintos pero relacionados: «rapiña y maldad». Y explicó que esa maldad está «muy unida al dinero».

Por lo demás —dijo el Pontífice contando una breve anécdota— «una vez escuché a un anciano predicador de ejercicios que decía: «¿Pero cómo puede entrar el pecado en el alma? ¡Ah, sencillamente! Por los bolsillos…»». Precisamente el dinero, en esencia, es «la puerta» por la cual pasa la corrupción del corazón. Se comprende, por ello, el motivo por el cual Jesús afirma: «Dad más bien como limosna todo aquello que tenéis dentro».

«La limosna —explicó el Papa Francisco— ha sido siempre, en la tradición de la Biblia, tanto en el antiguo como en el nuevo Testamento, una piedra de semejanza con la justicia. Un hombre justo, una mujer justa está siempre relacionada con la limosna»: porque con la limosna se comparte lo propio con los demás, se dona lo que cada uno «tiene dentro».

Vuelve así el tema de la apariencia y de la verdad interior. Los fariseos de los que habla Jesús «se creían buenos porque hacían todo lo que la ley mandaba hacer». Pero la ley «por sí sola no salva». La ley salva «cuando te conduce a la fuente de salvación, cuando prepara tu corazón para recibir la verdadera salvación que viene de la fe».

Es el mismo concepto, aclaró el Papa, que emerge de la primera lectura de la liturgia, tomada de la carta en la que Pablo discute con los Gálatas (5, 1-6) porque ellos, «muy apegados a la ley, tuvieron miedo de la fe y volvieron a las prescripciones de la ley» respecto a la circuncisión. Palabras que se adaptan bien incluso a nuestra realidad cotidiana, porque la fe, destacó el obispo de Roma, «no es sólo recitar el Credo: todos nosotros creemos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la vida eterna…». Pero si nuestra fe es «inmóvil» y «no activa», entonces «no sirve».

Lo que vale en Cristo Jesús es, por lo tanto, «la fe que llega a ser activa en la caridad». He aquí, entonces, que se vuelve al tema de la limosna. Una limosna entendida «en el sentido más amplio de la palabra», o sea «distanciarse de la dictatura del dinero, de la idolatría del dinero» porque «toda codicia nos aleja de Jesucristo».

Por ello, explicó el Papa, en toda la Biblia se «habla mucho de limosna, tanto de la pequeña de cada día» como de «la más significativa». Es necesario, sin embargo, estar atentos a dos cosas: no debemos «hacer sonar la trompeta cuando se da limosna» y no debemos limitarnos a dar lo superfluo. Es necesario, dijo el Papa Francisco, «despojarse» y no dar «sólo aquello que sobra». Hay que hacer como aquella ancianita «que dio todo lo que tenía para vivir».

Quien da limosna y hace «sonar la trompeta» para que todos lo sepan, «no es cristiano». Esto, reafirmó el Pontífice, es un obrar «farisaico, es hipócrita». Y para hacer comprender mejor el concepto, el Papa contó lo que una vez le sucedió al padre Pedro Arrupe, prepósito general de la Compañía de Jesús de 1965 a 1983. En el período en el que «era misionero en Japón», durante un viaje en búsqueda de donativos para su misión, recibió la invitación de una señora importante que quería dar un donativo. La mujer no lo recibió en privado, sino que quiso entregar el sobre ante los «periodistas que tomaban la foto». Lo que hacía era «sonar la trompeta».

El padre Arrupe, recordó el Pontífice, contó que había «sufrido una gran humillación» y que la soportó sólo por el bien de los «pobres de Japón, para la misión». Al volver a casa, abrió el sobre y descubrió que «había diez dólares». Si el corazón no cambia, comentó el Papa Francisco, la apariencia no cuenta nada. Y concluyó de este modo su homilía: «Hoy nos hará bien pensar cómo es mi fe, cómo es mi vida cristiana: ¿es una vida cristiana de cosmética, de apariencia o es una vida cristiana con la fe activa en la caridad?». Cada uno podrá, «delante de Dios», hacer su examen de conciencia. Y «nos hará bien hacerlo».

Santo Padre Francisco: Apariencia y verdad

Meditación del martes, 14 de octubre de 2014

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

La limosna, la oración y el ayuno caracterizan al judío observante de la ley. Con el transcurso del tiempo, estas prescripciones cayeron en el formalismo exterior, o incluso se transformaron en un signo de superioridad. Jesús pone de relieve una tentación común en estas tres obras de misericordia. Cuando se realiza una obra buena, casi por instinto surge el deseo de ser estimados y admirados por la buena acción, es decir, se busca una satisfacción. Y esto, por una parte, nos encierra en nosotros mismos y, por otra, nos hace salir de nosotros mismos, porque vivimos proyectados hacia lo que los demás piensan de nosotros y admiran en nosotros. El Señor Jesús, al proponer de nuevo estas prescripciones, no pide un respeto formal a una ley ajena al hombre, impuesta como una pesada carga por un legislador severo, sino que invita a redescubrir estas tres obras de misericordia viviéndolas de manera más profunda, no por amor propio, sino por amor a Dios, como medios en el camino de conversión a él. Limosna, oración y ayuno: es el camino de la pedagogía divina que nos acompaña, no sólo durante la Cuaresma, hacia el encuentro con el Señor resucitado; un camino que hemos de recorrer sin ostentación, con la certeza de que el Padre celestial sabe leer y ver también en lo secreto de nuestro corazón.

Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del Miércoles de Ceniza el día 9 de marzo de 2011

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Vivir en la verdad

2465 El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf Pr 8, 7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). “Tu verdad, de edad en edad” (Sal 119, 90; Lc 1, 50). Puesto que Dios es el “Veraz” (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119, 30).

2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn14, 26) y que conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).

2467 El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: “Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas […], se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (DH 2).

2468 La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombreveracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

2469 “Los hombres […] no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, “un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3).

2470 El discípulo de Cristo acepta “vivir en la verdad”, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. “Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1, 6).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Pidamos la gracia de purificar nuestros corazones con los sacramentos y las oraciones que pueden limpiar el interior del hombre. Aprendamos a apreciar en las demás personas lo bello de sus almas y no tanto la fealdad o suciedad de la persona que está frente a nosotros.

Diálogo con Cristo

Señor, el Año de la fe invita a redescubrir nuestra fe. Dame la sabiduría para no convertir tus mandamientos en un fin (cuando son sólo medios), ni situarme en una posición laxa que busca evadir el esfuerzo. Te ofrezco que, con tu gracia, viviré una caridad generosa: hacer el bien a los demás, brindar apoyo a todos, ofrecer la estima sincera y servir en todo lo que me sea posible, éstos sí son los mejores medios para purificar mis debilidades.

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Evangelio del día: No pidan una señal

Evangelio del día: No pidan una señal

Lucas 11, 29-32. Lunes de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. La señal de que estamos en el buen camino es socorrer al oprimido, cuidar al prójimo, al enfermo, al pobre, a quien tiene necesidad, al ignorante…

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón. El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Carta de san Pablo a los Gálatas, Gál 4, 22-24.26-27.31; 5, 1

Salmo: Sal 113(112), 1-7

Oración introductoria

Dios mío, creo que al invocarte te haces presente en mi oración. Tengo la certeza que quieres concederme este momento de oración para llenarme de tu gracia, para que crea y mire al futuro con confianza, para poder amar más generosamente.

Petición

Señor, ayúdame a reconocer los signos de tu presencia en lo cotidiano de mi vida.

Meditación del Santo Padre Francisco

Pero, «¿cuál es la señal de que estamos en el buen camino? Lo dice la Escritura: socorrer al oprimido, cuidar al prójimo, al enfermo, al pobre, a quien tiene necesidad, al ignorante. Esta es la piedra de toque». Y aún más: «Los hipócritas no pueden hacer esto, porque están tan llenos de sí mismos que son ciegos para mirar a los demás». Pero «cuando uno camina un poco y se acerca al Señor, la luz del Padre hace ver estas cosas y va a ayudar a los hermanos. Este es el signo de la conversión».

Cierto, añadió, esta «no es toda la conversión; porque la conversión —explicó— es el encuentro con Jesucristo. Pero la señal de que estamos con Jesús es precisamente esta: atender a los hermanos, a los pobres, a los enfermos como el Señor nos enseña en el Evangelio».

Santo Padre Francisco: Cristianos sin maquillaje

Meditación del martes, 18 de marzo de 2014

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Vivir en la verdad

2465 El Antiguo Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf Pr 8, 7; 2 S 7, 28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). “Tu verdad, de edad en edad” (Sal 119, 90; Lc 1, 50). Puesto que Dios es el “Veraz” (Rm 3, 4), los miembros de su pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal 119, 30).

2466 En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. “Lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14), él es la “luz del mundo” (Jn 8, 12), la Verdad (cf Jn 14, 6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12, 46). El discípulo de Jesús, “permanece en su palabra”, para conocer “la verdad que hace libre” (cf Jn 8, 31-32) y que santifica (cf Jn 17, 17). Seguir a Jesús es vivir del “Espíritu de verdad” (Jn 14, 17) que el Padre envía en su nombre (cf Jn14, 26) y que conduce “a la verdad completa” (Jn 16, 13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional de la verdad: «Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”» (Mt 5, 37).

2467 El hombre busca naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y atestiguarla: “Todos los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas […], se ven impulsados, por su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral de hacerlo, sobre todo con respecto a la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse a la verdad una vez que la han conocido y a ordenar toda su vida según sus exigencias” (DH 2).

2468 La verdad como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene por nombreveracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.

2469 “Los hombres […] no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3 ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido; observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, “un hombre debe honestamente a otro la manifestación de la verdad” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 109, a. 3).

2470 El discípulo de Cristo acepta “vivir en la verdad”, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. “Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la verdad” (1 Jn 1, 6).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Estar atento para aprovechar las gracias y mociones particulares que Dios me va a dar este día.

Diálogo con Cristo

Señor, todo está bajo tu dominio menos mi libertad, porque Tú respetas mi decisión de cumplir o no tu voluntad. Me has dado tu Palabra en el Evangelio, te me ofreces en la Eucaristía, para que tu presencia viva transforme todo mi ser: inteligencia, voluntad, afectos, imaginación y sentimientos. Haz, Jesús, que sepa apreciar estos dones y que aproveche todas las oportunidades, circunstancias y situaciones de mi vida para amarte más.

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