Evangelio del día: La pureza del corazón

Evangelio del día: La pureza del corazón

Mateo 15,1-2.10-14. Martes de la 18.ª semana del Tiempo Ordinario. Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza —pero también de la impureza moral—.

Entonces, unos fariseos y escribas de Jerusalén se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de nuestros antepasados y no se lavan las manos antes de comer?». Jesús llamó a la multitud y le dijo: «Escuchen y comprendan. Lo que mancha al hombre no es lo que entra por la boca, sino lo que sale de ella». Entonces se acercaron los discípulos y le dijeron: «¿Sabes que los fariseos se escandalizaron al oírte hablar así?». El les respondió: «Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Déjenlos: son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 30, 1-2.12-15.18-22

Salmo: Sal 102(101), 16-23

Oración introductoria

Jesús, permite que esta oración me ayude a líbrame del pecado de la hipocresía, de la insinceridad y de la incoherencia, porque quiero seguirte, no sólo en apariencia, sino de verdad. Dame la gracia de vivir una caridad positiva, haciendo el bien a los demás, brindando apoyo a todos, ofreciendo la estima sincera y sirviendo en todo lo que me sea posible a mi prójimo, sin buscar aplausos y sin importarme el «qué dirán».

Petición

Señor, dame un corazón sencillo y sincero, abierto a los demás.

Meditación de san Juan Pablo II

La pureza

1. Un análisis sobre la pureza será un complemento indispensable de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña, sobre las que hemos centrado el ciclo de nuestras presentes reflexiones. Cuando Cristo, explicando el significado justo del mandamiento: «No adulterarás», hizo una llamada al hombre interior, especificó, al mismo tiempo, la dimensión fundamental de la pureza, con la que están marcadas las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer en el matrimonio y fuera del matrimonio. Las palabras: «Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt 5, 28) expresan lo que contrasta con la pureza. A la vez, estas palabras exigen la pureza que en el sermón de la montaña está comprendida en el enunciado de las bienaventuranzas: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8).De este modo, Cristo dirige al corazón humano una llamada: lo invita, no lo acusa, como ya hemos aclarado anteriormente.

2. Cristo ve en el corazón, en lo íntimo del hombre, la fuente de la pureza —pero también de la impureza moral— en el significado fundamental y más genérico de la palabra. Esto lo confirma, por ejemplo, la respuesta dada a los fariseos, escandalizados por el hecho de que sus discípulos «traspasan la tradición de los ancianos, pues no se lavan las manos cuando comen» (Mt 15, 2). Jesús dijo entonces a los presentes: «No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre; pero lo que sale de la boca, eso es lo que le hace impuro» (Mt 15, 11). En cambio, a sus discípulos, contestando a la pregunta de Pedro, explicó así estas palabras: «… lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón provienen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que hace impuro al hombre: pero comer sin lavarse las manos, eso no hace impuro al hombre»(cf. Mt 15, 18-20; también Mc 7, 20-23).

Cuando decimos «pureza», «puro», en el significado primero de estos términos, indicamos lo que contrasta con lo sucio. «Ensuciar» significa «hacer inmundo», «manchar». Esto se refiere a los diversos ámbitos del mundo físico. Por ejemplo, se habla de una «calle sucia», de una «habitación sucia»; se habla también del «aire contaminado». Y así, también el hombre puede ser «inmundo» cuando su cuerpo no está limpio. Para quitar la suciedad del cuerpo, es necesario lavarlo. En la tradición del Antiguo Testamento se atribuía una gran importancia a las abluciones rituales, por ejemplo, a lavarse las manos antes de comer, de lo que habla el texto antes citado. Numerosas y detalladas prescripciones se referían a las abluciones del cuerpo en relación con la impureza sexual, entendida en sentido exclusivamente fisiológico, a lo que ya hemos aludido anteriormente (cf. Lev 15). De acuerdo con el estado de la ciencia médica del tiempo, las diversas abluciones podrían corresponder a prescripciones higiénicas. En cuanto eran impuestas en nombre de Dios y contenidas en los Libros Sagrados de la legislación veterotestamentaria, la observancia de ellas adquiría, indirectamente, un significado religioso; eran abluciones rituales y, en la vida del hombre de la Antigua Alianza, servían a la «pureza ritual».

3. Con relación a dicha tradición jurídico-religiosa de la Antigua Alianza se formó un modo erróneo de entender la pureza moral [1]. Se la entendía frecuentemente de modo exclusivamente exterior y «material». En todo caso, se difundió una tendencia explícita a esta interpretación. Cristo se opone a ella de modo radical: nada hace al hombre inmundo «desde el exterior», ninguna suciedad «material» hace impuro al hombre en sentido moral, o sea, interior. Ninguna ablución, ni siquiera ritual, es idónea de por sí para producir la pureza moral. Esta tiene su fuente exclusiva en el interior del hombre: proviene del corazón. Es probable que las respectivas prescripciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, las que se hallan en Levítico 15, 16-24; 18, 1, ss., o también 12, 1-5) sirviesen, además de para fines higiénicos, incluso para atribuir una cierta dimensión de interioridad a lo que en la persona humana es corpóreo y sexual. En todo caso, Cristo se cuidó bien de vincular la pureza en sentido moral (ético) con la fisiología y con los relativos procesos orgánicos. A la luz de las palabras de Mateo 15, 18-20, antes citadas, ninguno de los aspectos de la «inmundicia» sexual, en el sentido estrictamente somático, bio-fisiológico, entra de por sí en la definición de la pureza o de la impureza en sentido moral (ético).

4. El referido enunciado (Mt 15, 18-20) es importante sobre todo por razones semánticas. Al hablar de la pureza en sentido moral, es decir, de la virtud de la pureza, nos servimos de una analogía, según la cual el mal moral se compara precisamente con la inmundicia. Ciertamente esta analogía ha entrado a formar parte, desde los tiempos más remotos, del ámbito de los conceptos éticos. Cristo la vuelve a tomar y la confirma en toda su extensión: «Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre». Aquí Cristo habla de todo mal moral, de todo pecado; esto es, de transgresiones de los diversos mandamientos, y enumera «los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias», sin limitarse a un específico género de pecado. De ahí se deriva que el concepto de «pureza» y de «impureza» en sentido moral es ante todo un concepto general, no específico: por lo que todo bien moral es manifestación de pureza y todo mal moral es manifestación de impureza. El enunciado de Mateo 15, 18-20 no restringe la pureza a un sector único de la moral, o sea, al conectado con el mandamiento «No adulterarás» y «No desearás la mujer de tu prójimo», es decir, a lo que se refiere a las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer, ligadas al cuerpo y a la relativa concupiscencia. Análogamente podemos entender también la bienaventuranza del sermón de la montaña, dirigida a los hombres «limpios de corazón», tanto en sentido genérico como en el más específico. Solamente los eventuales contextos permitirán delimitar y precisar este significado.

5. El significado más amplio y general de la pureza está presente también en las Cartas de San Pablo, en las que gradualmente individuaremos los contextos que, de modo explícito, restringen el significado de la pureza al ámbito «somático» y «sexual», es decir, a ese significado que podemos tomar de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña sobre la concupiscencia, que se expresa ya en el «mirar a la mujer» y se equipara a un «adulterio cometido en el corazón» (cf. Mt 5, 27-28).

San Pablo no es el autor de las palabras sobre la triple concupiscencia. Como sabemos, éstas se encuentran en la primera Carta de San Juan. Sin embargo, se puede decir que, análogamente a ésa que para Juan (1 Jn 2, 16-17) es contraposición en el interior del hombre entre Dios y el mundo (entre lo que viene «del Padre» y lo que viene «del mundo») —contraposición que nace en el corazón y penetra en las acciones del hombre como «concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida»—, San Pablo pone de relieve en el cristiano otra contradicción: la oposición y juntamente la tensión entre la «carne» y el «Espíritu» (escrito con mayúscula, es decir, el Espíritu Santo): «Os digo pues: andad en Espíritu y no deis satisfacción a la concupiscencia de la carne. Porque la carne tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne, pues uno y otro se oponen de manera que no hagáis lo que queréis» (Gál 5, 16-17). De aquí se sigue que la vida «según la carne» está en oposición a la vida «según el Espíritu». «Los que son según la carne sienten las cosas carnales; los que son según el Espíritu sienten las cosas espirituales» (Rom 8, 5).

En los análisis sucesivos trataremos de mostrar que la pureza —la pureza de corazón, de la que habló Cristo en el sermón de la montaña— se realiza precisamente en la «vida según el Espíritu»

San Juan Pablo II: la pureza

Audiencia General del miércoles, 10 de diciembre de 1980

Propósito

Pedir a la Virgen María que interceda por mí, para que sepa conservar y aumentar mi fe. Con ánimo renovado, tener más comprensión y tolerancia con los demás.

Diálogo con Cristo

Señor, hoy me invitas a dejar lo viejo, lo desgastado, la rutina. Me propones desprenderme del espíritu deteriorado y débil con el que a veces vivo mi fe. Me llamas a más, a estar en pie de lucha con un amor y un fervor renovado. Para que mi amor sea nuevo cada día debe alimentarse en la oración y en los sacramentos, por eso pido la intercesión de tu santísima Madre, para me ayude a renovar hoy mi amor por ti, para que me ayude a buscar continuamente mi renovación interior.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

Scott y Kimberly Hahn: testimonio de conversión de un matrimonio evangélico

Scott y Kimberly Hahn: testimonio de conversión de un matrimonio evangélico

Un día cometí una «fatal metedura de pata», decidí que había llegado del momento de ir, yo solo, a una misa católica. Tomé al fin la resolución de «atravesar las puertas del Gesú», la parroquia de Marquette University. Poco antes del mediodía me deslicé silenciosamente hacia la cripta de la capilla para la misa diaria. No sabía con certeza lo que encontraría; quizá estaría sólo con un sacerdote y un par de viejas monjas. Me senté en un banco del fondo para observar…

De repente, numerosas personas empezaron a entrar desde las calles, gente normal y corriente. Entraban, hacían una genuflexión y se arrodillaban para rezar. Me impresionó su sencilla pero sincera devoción.

Sonó una campanilla, y un sacerdote caminó hacia el altar. Yo me quedé sentado, dudando aún de si debía arrodillarme o no. Como evangélico calvinista, me habían enseñado que la misa católica era el sacrilegio más grande que un hombre podía cometer: inmolar a Cristo otra vez. Así que no sabía qué hacer.

Observaba y escuchaba atentamente a medida que las lecturas, oraciones y respuestas —tan impregnadas en la Escritura— convertían la Biblia en algo vivo. Me venían ganas de interrumpir para decir: «Mira, esta frase es de Isaías… El canto de los Salmos… ¡Caramba!, ahí tienen a otro profeta en esta plegaria». Encontré muchos elementos de la antigua liturgia judía que yo había estudiado tan intensamente.

Entonces comprendí, de repente, que éste era el lugar de la Biblia. Éste era el ambiente en el cual esta preciosa herencia de familia debe ser leída, proclamada y explicada… Luego pasamos a la Liturgia Eucarística, donde todas mis afirmaciones sobre la alianza hallaban su lugar.

Hubiera querido interrumpir cada parte y gritar: «¡Eh!, ¿queréis que os explique lo que está pasando desde el punto de vista de la Escritura? ¡Esto es fantástico!». Pero en vez de eso, allí estaba yo sentado, languideciendo por un hambre sobrenatural del Pan de Vida.

Tras pronunciar las palabras de la Consagración, el sacerdote mantuvo elevada la hostia. Entonces sentí que la última sombra de duda se había diluido en mí. Con todo mi corazón musité: «Señor mío y Dios mío. ¡Tú estás verdaderamente ahí! Y si eres Tú, entonces quiero tener plena comunión contigo. No quiero negarte nada».

[…] Al día siguiente allí estaba yo otra vez, y así día tras día. En menos de dos semanas ya estaba atrapado. No sé cómo decirlo, pero me había enamorado, de pies a cabeza, de Nuestro Señor en la Eucaristía. Su presencia en el Santísimo Sacramento era para mí poderosa y personal.

Roma, dulce hogar: nuestro camino al catolicismo

Scott  y Kimberly Hahn

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La conversión de Kimberly y Scott Hahn – Primera parte

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La conversión de Kimberly y Scott Hahn – Segunda parte

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La conversión de Kimberly y Scott Hahn – Tercera parte

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Testimonio de Scott Hahn

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La Iglesia vino antes de las Escrituras; la Iglesia produjo las Escrituras con la ayuda divina y conservó su integridad ante los peligros de la persecución y la herejía; la Iglesia reunió las Escrituras en un libro, un libro que sostiene a todos los que se definen cristianos.

Scott Hahn. Boletín Synodus Episcoporum.

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Página web de Scott Hahn

El capitán de Loyola (película biográfica de san Ignacio de Loyola)

El capitán de Loyola (película biográfica de san Ignacio de Loyola)

San Ignacio de Loyola fue, ante todo, un hombre de Dios, que en su vida puso en primer lugar a Dios, su mayor gloria y su mayor servicio; fue un hombre de profunda oración, que tenía su centro y su cumbre en la celebración eucarística diaria. De este modo, legó a sus seguidores una herencia espiritual valiosa, que no debe perderse u olvidarse. Precisamente por ser un hombre de Dios, san Ignacio fue un fiel servidor de la Iglesia, en la que vio y veneró a la esposa del Señor y la madre de los cristianos. Y del deseo de servir a la Iglesia de la manera más útil y eficaz nació el voto de especial obediencia al Papa, que él mismo definió como «nuestro principio y principal fundamento» (MI, Serie III, I, p.162).

Santo Padre emérito Benedicto XVI

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El capitán de Loyola – Sinopsis

Película que cuenta la vida de Ignacio de Loyola, religioso español, fundador de la Compañía de Jesús (FILMAFFINITY).

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El capitán de Loyola – Gloria TV

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El capitán de Loyola – You Tube

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El capitán de Loyola – Ficha de la película

Título original: El capitán de Loyola

Año: 1949

Duración: 100 min.

País: España

Director: José Díaz Morales

Guión: José Díaz Morales (Historia: Francisco Bonmatí de Codecido, Reverendo Padre Heredia, José María Pemán, Ricardo Toledo)

Música: Manuel Parada

Fotografía: Theodore J. Pahle (B&W)

Reparto: Rafael Durán, Manuel Luna, Maruchi Fresno, Alicia Palacios, José María Lado, José Emilio Álvarez, Asunción Sancho, Manuel Arbó, Ricardo Acero, Manuel Dicenta, Eduardo Fajardo

Productora: Calderón

Género: Drama | Biográfico. Histórico. Religión

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Compañía de Jesús – Portal web oficial de los jesuitas en España

Compañía de Jesús – La curia de los jesuitas en Roma

Jesuitas de Loyola – Jesuitas de la tierra de Loyola y de Javier



Evangelio del día: La multiplicación de los panes

Evangelio del día: La multiplicación de los panes

Mateo 14, 13-21. Décimo octavo domingo del Tiempo Ordinario. El milagro consiste en compartir fraternamente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran.

Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos». Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos». Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados». «Tráiganmelos aquí», les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Isaías, Is 55, 1-3

Salmo: Sal 145(144), 8-9.15-16.17-18

Segunda lectura: Carta de San Pablo a los Romanos, Rom 8, 35.37-39

Oración introductoria

La multiplicación de los panes me recuerda que la abundancia es una característica del auténtico amor. Señor, creo en ti y te amo, por eso, con toda confianza, te pido que me permitas escucharte en esta oración para conocer cuál es el camino que debo seguir para que mi amor, a Ti y a los demás, sea ilimitado.

Petición

Jesús, ayúdame a que mi amor sea incondicional, auténtico, abundante.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicot XVI

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de este domingo describe el milagro de la multiplicación de los panes, que Jesús realiza para una multitud de personas que lo seguían para escucharlo y ser curados de diversas enfermedades (cf. Mt 14, 14). Al atardecer, los discípulos sugieren a Jesús que despida a la multitud, para que puedan ir a comer. Pero el Señor tiene en mente otra cosa: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16). Ellos, sin embargo, no tienen «más que cinco panes y dos peces». Jesús entonces realiza un gesto que hace pensar en el sacramento de la Eucaristía: «Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos, y los discípulos se los dieron a la gente» (Mt 14, 19). El milagro consiste en compartir fraternamente unos pocos panes que, confiados al poder de Dios, no sólo bastan para todos, sino que incluso sobran, hasta llenar doce canastos. El Señor invita a los discípulos a que sean ellos quienes distribuyan el pan a la multitud; de este modo los instruye y los prepara para la futura misión apostólica: en efecto, deberán llevar a todos el alimento de la Palabra de vida y del Sacramento.

En este signo prodigioso se entrelazan la encarnación de Dios y la obra de la redención. Jesús, de hecho, «baja» de la barca para encontrar a los hombres. San Máximo el Confesor afirma que el Verbo de Dios «se dignó, por amor nuestro, hacerse presente en la carne, derivada de nosotros y conforme a nosotros, menos en el pecado, y exponernos la enseñanza con palabras y ejemplos convenientes a nosotros» (Ambiguum 33: PG 91, 1285 C). El Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión hacia la gente. Esto nos lleva a pensar en tantos hermanos y hermanas que en estos días, en el Cuerno de África, sufren las dramáticas consecuencias de la carestía, agravadas por la guerra y por la falta de instituciones sólidas. Cristo está atento a la necesidad material, pero quiere dar algo más, porque el hombre siempre «tiene hambre de algo más, necesita algo más» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 315). En el pan de Cristo está presente el amor de Dios; en el encuentro con él «nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos realmente el «pan del cielo»» (ib., p. 316). Queridos amigos, «en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo» (Sacramentum caritatis, 88). Nos lo testimonia también san Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, de quien hoy la Iglesia hace memoria. En efecto, Ignacio eligió vivir «buscando a Dios en todas las cosas, y amándolo en todas las criaturas» (cf. Constituciones de la Compañía de Jesús, III, 1, 26). Confiemos a la Virgen María nuestra oración, para que abra nuestro corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 31 de julio de 2011

Propósito

En mi siguiente encuentro con Cristo en la Eucaristía, pedirle que abra mi corazón a la compasión hacia el prójimo y al compartir fraterno.

Diálogo con Cristo

Jesús, ayúdame a saber multiplicar mi amor. Para que el milagro se produzca necesito simplemente ofrecerte lo que tengo, nada más… pero tampoco nada menos. Tú multiplicarás estos pocos o muchos dones para el bien de todos. Con humildad y sencillez te ofrezco mis talentos, consciente de que los he recibido para darlos a los demás.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día

San Charbel (película biográfica)

San Charbel (película biográfica)

San Charbel, hermanos, como todo hombre, que viene a este mundo, fue llamado por Dios a una vocación, particular, que Jesús le fue desvelando, a lo largo de su vida; fue llamado primero a la vida consagrada, y allí, como religioso, expresó su amor a Dios, viviendo las virtudes de: pobreza, castidad y obediencia; más adelante, Jesús llamó a nuestro santo al Sacerdocio, en el que san Charbel amó a Jesucristo, «Sumo y Eterno Sacerdote», administrando a sus hermanos el alimento de la Palabra y la gracia de los Sacramentos, siendo además, ejemplo de humildad, fe, paciencia, piedad y sacrificio, para todos sus hermanos; finalmente, san Charbel fue llamado por Jesús, a la soledad, el silencio y el desamparo del Calvario y de la Cruz, san Charbel se entregó, íntegramente, al designio del Señor y su amor llegó al extremo, de acompañar a su adorable salvador, durante más de 20 años en una Ermita, donde su vida estuvo dedicada a la oración, a la penitencia, al sacrificio del silencio, a la mortificación de su cuerpo, al ayuno y a la contemplación y adoración de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía; así la vida de san Charbel, como podemos apreciar, fue un «holocausto de amor» a través, del cual, no solo amó a Dios con un corazón indiviso, sino que sirvió y sigue sirviendo al prójimo, por «amor a Aquel, que es el Amor».

Monseñor Georges M. Saad Abi Younes

Catequesis sobre san Charbel Makhlouf

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San Charbel, la película (2009) – Sinopsis

La película presenta la vida de san Chárbel, ermitaño del rito maronita y primer santo oriental canonizado por la Sede Apostólica desde el siglo XIII.

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San Charbel, la película (2009) – Gloria TV

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San Charbel, la película (2009) – You Tube

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San Charbel, la película (2009) – Vimeo

También podéis ver la película en el portal web Vimeo.

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San Charbel, la película (2009) – Nazaret TV

También podéis ver la película en el portal web Nazaret TV.

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San Charbel, la película (2009) – Ficha

Título original: Charbel

Año: 2009

Duración: 106 min

País: Líbano

Idioma: Árabe (subtítulos en español)

Director: Nabil Lebbos

Música: Teddy Nasr

Reparto: Ghassan Estephan, Antoine Balabane, Julia Kassar, Elie Metri, Khaled el Sayyed, Charbel Eid

Productor: Roland Eid

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Portal web oficial de la película Charbel (2009)

Nota: también podéis ver otra película más antigua de la vida de san Charbel


San Charbel Makhlouf

San Charbel Makhlouf

San Charbel vivió el Amor de Dios; amor que, a lo largo de su vida, se fue haciendo más y más profundo, hasta alcanzar, las altas cimas de la contemplación, es decir, de la unión con su Creador y Redentor. Y no vayamos a creer, que esto se dio de un momento para otro, como un acto de magia; ¡No!, san Charbel siguió el mandamiento de Jesús, que todos conocemos, alimentándose de la Palabra de Dios en el santo Evangelio; renunciando a todo aquello que le apartara del Amor a Jesucristo Resucitado; para lo cual, él puso toda su voluntad, inteligencia y entendimiento al servicio de la Verdad; permaneciendo, para siempre, unido a Jesús, como «el sarmiento a la Vid».

Monseñor Georges M. Saad Abi Younes

Catequesis sobre san Charbel Makhlouf

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San Charbel Makhlouf (1828-1898 )

Patrón de cuantos sufren en cuerpo y alma

Día: 23 de Julio

Asuntos: Gran intercesor para encontrar trabajo y también para recuperar la salud

Su cuerpo permaneció incorrupto desde el día de su muerte, el 24 de Diciembre de 1898 hasta que el Papa Pablo VI lo canoniza en el Vaticano el 9 de octubre de 1977.

Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera con fuertemente.

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San Charbel Makhluf es un santo católico maronita libanés del siglo XIX que ha dejado atónitos a los sabios, porque de su cuerpo incorrupto salió líquido sangui­nolento que era inexplicable desde todo punto de vista científico. Si su cuerpo vivo tenía cinco litros de sangre y, después de muerto, exudaba un míni­mo de un litro de líquido por año, lo que darían 67 litros en 67 años, ¿de dónde salía ese líquido misterioso con el que se producían milagros maravillosos?

Después de muerto parecía un santo vivo, pues ni se le caía el pelo ni las uñas y su cuerpo mantenía su flexibilidad natural.

San Charbel vivió como un religioso de la Orden maronita (de san Marón) en el convento de Annaya durante 16 años y los últimos 23 años como ermitaño en una ermita cercana.

Fue un hombre dado continuamente a la oración ante el Santísimo Sacramento. Vivía intensamente la misa de cada día y llevaba una vida de continua penitencia, trabajando en los campos del convento en silencio para ganarse el pan. Su vida fue: oración, penitencia y trabajo. Después de muerto, miles y miles de devotos llegan a visitar su tumba, donde Dios sigue haciendo milagros.

San Charbel es un santo popular en el Líbano, pero es un santo de todos y para todos, pues es nuestro hermano que nos espera en el cielo y cuya vida nos estimula a vivir en la tierra de cara a la eternidad.

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Nació el 8 de Mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano, cercano a los famosos Cedros, el joven Yusef Antón Makhluf creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños. A la edad de veintitrés años, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir Sirio, Charbel, al ser admitido. Ordenado sacerdote en 1859, fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya.

El Padre Charbel vivió en esta comunidad por quince años, y fue un monje modelo en el sentido estricto de la palabra: se recuerda que, aunque se regocijaba al poder ayudar y asistir a su vecino, siempre fue un deseo dejar su monasterio. Disfrutaba pasar su tiempo cantando el oficio en el coro, trabajando en los campos y gozaba de la lectura espiritual, así que nadie se sorprendió cuando eventualmente él pidió, y recibió el permiso para ir a vivir la vida de un ermitaño. Mientras que los monjes Maronitas son generalmente comprometidos con el trabajo parroquial y pastoral, la provisión se hace siempre a aquellas almas elegidas que sienten el llamado a la vida ermitaña para impulsar su vocación, generalmente en grupos de dos o tres.

Así comenzó para el Nuevo ermitaño esa vida sagrada que ha sido inalterada desde los días de los Padres en el desierto: ayuno perpetuo, con abstinencia de carne, frutas y vino, trabajos manuales santificados por la oración, un lecho compuesto de hojas y cubiertos con piel de cabra como cama y un pedazo de madero colocado en el lugar habitual de una almohada, con la interdicción de dejar la ermita sin permiso expreso. San Charbel se puso bajo la obediencia de otro ermitaño, y pasó veintitrés años así, sus diversas austeridades parecían sólo incrementar la robustez de su salud. La única perturbación a su oración venía en la forma de la siempre creciente ola de visitantes atraídos por su reputación de santidad que buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro.

Entonces una mañana, a mediados de Diciembre de 1898, se enfermó sin previo aviso, justo antes de la consagración mientras celebraba una Misa. Sus compañeros le ayudaron a llegar su celda, la cual nunca volvió a dejar. La parálisis gradualmente se apoderó de él. La noche de Navidad murió, repitiendo la oración que no había podido terminar en el altar: «Padre de Verdad, tu hijo amado, que hace un increíble sacrificio por nosotros. Acepta esta ofrenda: Él murió para que yo pudiera vivir. Toma esta ofrenda! Acéptala…..» Estas palabras resumieron una vida de setenta años.

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Artículo original en www.sancharbel.com.ar

Catequesis sobre san Charbel Makhlouf

Catequesis sobre san Charbel Makhlouf

Vivimos este «tiempo ordinario» alimentándonos de la Palabra de Dios; del gozo de saber que, Jesucristo Resucitado de entre los muertos, vive para siempre; que su Amor es verdadero porque es la única realidad que sostiene nuestro peregrinar por este mundo; sí en verdad ponemos nuestra fe en Él.

Hermanos, la mejor noticia que hemos recibido jamás, es precisamente, la del Amor de Dios; Amor que llevó a Jesús, su Divino Hijo, al Sacrificio Redentor, por el cual, ya no estamos perdidos, ni solos, ni abandonados a nuestra suerte, estamos unidos a Dios, porque hemos sido liberados del mal y de la muerte; el Amor de Dios ha triunfado y nosotros hemos sido salvados, para gozar no solo de la eternidad en el futuro, sino desde hoy mismo, de la Vida Nueva, basada en el amor, la justicia y la paz, que provienen de Dios.

Pero, ¿cómo puede ser esto, nos atrevemos a pensar, sí vivimos una realidad distinta; un mundo que se mueve entre el odio, la violencia, la guerra, la inmoralidad, el engaño, la injusticia y la corrupción?

Confesémoslo, esta situación nos desalienta y muchas veces dudamos del amor de Dios; y dudamos, hermanos, porque no conocemos, realmente, a Jesús; porque, queremos vivir según nuestra voluntad, y no, según la voluntad de Dios; porque, confiamos mejor en el dinero, en el placer o en el poder, que en Jesucristo Resucitado; porque, en suma, no creemos, no conocemos y mucho menos, vivimos, el amor de Dios, manifestado en Jesús.

Pero, el AMOR existe, Jesús es el Amor; y aunque nuestra fe vacile, no podemos ocultar la verdad, de tantos hombres y mujeres que han vivido de ese Amor, por más de 2000 años.

Uno de estos hombres, fue SAN CHARBEL MAJLUF, quien gracias a la fe sencilla y sólida de sus padres, supo encarnar en su persona, el Evangelio, que hoy hemos escuchado.

San Charbel vivió el Amor de Dios; amor que, a lo largo de su vida, se fue haciendo más y más profundo, hasta alcanzar, las altas cimas de la contemplación, es decir, de la unión con su Creador y Redentor. Y no vayamos a creer, que esto se dio de un momento para otro, como un acto de magia; ¡No!, san Charbel siguió el mandamiento de Jesús, que todos conocemos, alimentándose de la Palabra de Dios en el santo Evangelio; renunciando a todo aquello que le apartara del Amor a Jesucristo Resucitado; para lo cual, él puso toda su voluntad, inteligencia y entendimiento al servicio de la Verdad; permaneciendo, para siempre, unido a Jesús, como «el sarmiento a la Vid».

El firme propósito de san Charbel fue el de conocer a Jesús, cada vez más, para servirle mejor; para que su fe, se incrementara, y así pudiera escuchar la voz de Dios, para poder cumplir con su voluntad y vivir de su amor. Este fue el trabajo de san Charbel durante toda su vida mortal, hacer vida el mandamiento del Señor: «ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12).

San Charbel, hermanos, como todo hombre, que viene a este mundo, fue llamado por Dios a una vocación, particular, que Jesús le fue desvelando, a lo largo de su vida; fue llamado primero a la vida consagrada, y allí, como religioso, expresó su amor a Dios, viviendo las virtudes de: pobreza, castidad y obediencia; más adelante, Jesús llamó a nuestro santo al Sacerdocio, en el que san Charbel amó a Jesucristo, «Sumo y Eterno Sacerdote», administrando a sus hermanos el alimento de la Palabra y la gracia de los Sacramentos, siendo además, ejemplo de humildad, fe, paciencia, piedad y sacrificio, para todos sus hermanos; finalmente, san Charbel fue llamado por Jesús, a la soledad, el silencio y el desamparo del Calvario y de la Cruz, san Charbel se entregó, íntegramente, al designio del Señor y su amor llegó al extremo, de acompañar a su adorable salvador, durante más de 20 años en una Ermita, donde su vida estuvo dedicada a la oración, a la penitencia, al sacrificio del silencio, a la mortificación de su cuerpo, al ayuno y a la contemplación y adoración de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía; así la vida de san Charbel, como podemos apreciar, fue un «holocausto de amor» a través, del cual, no solo amó a Dios con un corazón indiviso, sino que sirvió y sigue sirviendo al prójimo, por «amor a Aquel, que es el Amor».

Así, la vida de san Charbel, no es otra cosa, que el cumplimiento fiel de su vocación: religiosa, sacerdotal y de Ermitaño; la GRACIA Y EL AMOR de Jesús no fueron estériles en san Charbel, quien realizó en su vida, el ideal, que todos quisiéramos alcanzar: el de amar y ser amado.

Hoy, san Charbel, aquel humilde campesino y pastor goza eternamente del Amor de Dios, porque el supo vivir de su amor, dejándonos con su vida oculta, un ejemplo de lo que Dios puede, en todo aquel que le ama y permanece en Él.

Hermanos, nos consta que, san Charbel ha recibido la corona de la gloria, por la que han amado y luchado, todos los santos; nos consta que el amor de Jesús, se sigue derramando, a través de él, por todos los beneficios y bendiciones, que hemos recibido, sus devotos, gracias a su poderosa intercesión; nos consta también que, san Charbel sigue y seguirá siendo un «testimonio imperecedero del amor de Dios» y un ejemplo de las virtudes y dones, que el supo trabajar durante su vida, siguiendo el Mandamiento de Cristo: «ÁMENSE LOS UNOS A LOS OTROS, COMO YO LOS HE AMADO» (Jn 15, 12).

Pidamos a la siempre Virgen María, nuestra dulce y santa Madre, durante este mes, las gracias necesarias para vivir el AMOR DE DIOS, como lo vivió san Charbel.

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San Charbel: una vida ejemplar

Mons. Georges M. Saad Abi Younes

Obispo Maronita de México


Evangelio del día: El trigo y la cizaña

Evangelio del día: El trigo y la cizaña

Mateo 13, 24-30. Sábado de la 16.ª semana del Tiempo Ordinario. La parábola del trigo y la cizaña nos exhorta a estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del bautismo.

Y les propuso otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: «Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él? El les respondió: «Esto lo ha hecho algún enemigo». Los peones replicaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?». «No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Jeremías, Jer 7, 1-11

Salmo: Sal 84(83), 3-6a.8a.11

Oración introductoria

Señor, inicio mi oración pidiendo perdón por no corresponder a tu amor. Tú sabes que en mi vida hay mucha cizaña pero, gracias a tu misericordia, también hay buen trigo. Concédeme en esta oración purificar mi corazón, mis hábitos, defectos y debilidades, para ser un cristiano más auténtico y un verdadero apóstol de tu Reino.

Petición

Señor, vence con tu misericordia mi malicia y dame la gracia de amarte más cada día.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Jesús compara el Reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto será bueno sólo si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola de la cizaña, Jesús advierte que, después de la siembra del dueño, «mientras todos dormían», aparece «su enemigo», que siembra la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola, observa que «primero muchos son cizaña y luego se convierten en grano bueno». Y agrega: «si éstos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no lograrían el laudable cambio».

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Ángelus del domingo, 17 de julio de 2011

Propósito

Que todo lo que haga, lea, vea o escuche hoy, sea digno del Espíritu Santo.

Diálogo con Cristo

Jesús, gracias por tu paciencia y comprensión ante mi debilidad. Dame la fuerza de tu Espíritu Santo para que sea capaz de arrancar enérgicamente toda la cizaña que disimuladamente he dejado crecer en mi vida. Me ofrezco a Ti con todo lo que soy, porque no quiero que haya nada en mí que no te pertenezca. Quiero vivir mi fe con autenticidad y con un espíritu puro y nuevo.

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Evangelio en Catholic.net

Evangelio en Evangelio del día



Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa

Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa

Dios se mostró enojado y dijo: «Aquel a quien destiné esta obra de mis manos para gran gloria, me desprecia mucho. Esta alma, a quien le ofrecí mi amoroso cuidado, me hizo tres cosas: Desvió sus ojos de Mí y los volvió al enemigo. Fijó su voluntad en el mundo. Puso su confianza en él mismo, porque tenía la libertad de pecar contra mí. Por esta razón, porque no se molestó en tener ninguna consideración por mi, ejercí mi repentina justicia sobre él».

Segundo libro de las Revelaciones Celestiales a santa Brígida de Suecia

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Suecia es en la actualidad un país típicamente protestante: sus habitantes, en su inmensa mayoría, son luteranos, y la vida y la cultura de la nación están impregnadas del espíritu del protestantismo. La Reforma, que allí tuvo lugar en la primera mitad del siglo XVI, favorecida por los nobles y por el poder real, acabó por completo con el catolicismo. Hoy día hay de nuevo católicos en Suecia, pero son muy poco numerosos, sin embargo, durante la Edad Media la cultura católica y la vida espiritual florecieron también en los países escandinavos, que llegaron a constituir un verdadero plantel de santos. Están, en primer lugar, los tres santos reyes mártires, patronos de los tres reinos escandinavos: San Canuto de Dinamarca, San Olao de Noruega y San Eric de Suecia, y después otros muchos más (sobre todo monjes y monjas, presbíteros y obispos), pero entre todos los santos de Escandinavia, la más célebre es Santa Brígida de Suecia.

Santa Brígida de Suecia, patrona de Europa. Fiesta el día 23 de julio.

Santa Brígida nació probablemente en 1303 en Finsta, en la región de Upland, núcleo originario del reino de Suecia. De su infancia no sabemos mucho; cuenta una piadosa leyenda que, al nacer, su madre se salvó milagrosamente del peligro de muerte en que se encontraba, y que, niña ya, si se intentaba castigarla, las varas se quebraban al ir a pegarle. Fueron sus padres, Birger Petersson e Ingeborg Bengtsdotter, ricos terratenientes; su padre era senador del reino y gobernador de Upland y, lo mismo que su madre, era de una profunda y piadosa religiosidad: ambos se confesaban todos los viernes, se mortificaban con rigurosos ayunos, practicaban la limosna, apacentaban su espíritu con lecturas piadosas y hacían largas peregrinaciones. En realidad, toda la familia de santa Brígida era muy devota y cristiana: tía suya era Ingrid de Skänninge, fundadora del primer convento de dominicas en Suecia, y un hermano de santa Brígida, cuyo nombre era Israel, se llamaba y consideraba caballerescamente «el novio de la Virgen». Santa Brígida quedó muy pronto huérfana de madre, y, sin salir del medio social de su cuna, se educó con una tía suya, esposa del gobernador de Östergötland, en un ambiente religioso y caballeresco.

A los catorce años (conforme a los usos de la época) fue casada con el noble caballero Ulf Gudmarsson, senador y gobernador de la región de Närke; fijaron su residencia en Ulvasa, en Östergötland, y en casi treinta años de matrimonio tuvieron ocho hijos (Marta, Carlos; Birger, Catalina, Benito, Gudmar, Ingeborg y Cecilia) de muy diverso carácter, pues mientras Carlos fue un príncipe ligero y mundano, Catalina (elevada también a los altares) sería la fiel continuadora de la obra de su madre, a quien profesó en vida una ejemplar devoción filial y de quien fue su mejor colaboradora.

Santa Brígida ayudaba a su marido en el gobierno de sus extensos dominios señoriales y le animaba a la lectura y al estudio, con el fin, sobre todo, de que conociera bien las leyes para juzgar con rectitud; mas no por ello desatendía la educación de sus hijos: asistía ella misma a las lecciones del clérigo encargado de la instrucción de los niños y juntamente con ellos empezó a aprender latín, velando al mismo tiempo por que se les infundiera el santo temor de Dios y se fortalecieran en la fe cristiana.

Después, Santa Brígida fue llamada a la corte, como dama de honor de la reina Blanca, esposa del rey Magnus Eriksson; hizo todo cuanto estuvo en su mano para que en la corte hubiera un ambiente menos mundano y los reyes llevaran una vida más profundamente religiosa, si bien sus desvelos no se vieron coronados por el éxito.

En 1341, siguiendo una tradición familiar, santa Brígida y su marido hicieron la peregrinación a Santiago de Compostela, viaje que duró dos años y que les permitió ver de cerca las dos más grandes calamidades del siglo: la Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia y el destierro de los Papas en Aviñón (Francia). De vuelta del largo viaje a la remota España, Ulf Gudmarsson se encierra en el monasterio cisterciense de Alvastra, donde enferma y muere el 12 de febrero de 1344.

La muerte de su marido señala el comienzo de una mayor actividad por parte de Santa Brígida. La divina llamada de que entonces fue objeto se nos cuenta de esta manera en las Revelaciones extravagantes: «Pasados algunos días después dé la muerte de su marido, encontrándose santa Brígida muy preocupada acerca de su estado, vióse envuelta e inflamada por el espíritu del Señor; y arrebatada en espíritu vió una nube resplandeciente y oyó una voz que desde la nube le decía: ‘Yo soy tu Dios, que quiero hablar contigo’. Asustada, no sea que fuese engaño del enemigo, oyó por segunda vez: ‘No temas, pues Yo soy el Creador, no el engañador. Y has de saber que no hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos. Escucha, pues, lo que digo. Tú serás mi esposa y mi instrumento; oirás y verás cosas ocultas espirituales y celestes, y mi espíritu permanecerá contigo hasta la muerte. Cree, pues, firmemente que soy Yo mismo, que nací de la Virgen pura, que sufrí y padecí muerte de cruz por la salvación de todas las almas; que resucité de entre los muertos y subí a los cielos; que ahora, además, por mi Espíritu, hablo contigo».

Revelaciones celestiales a santa Brígida Libros de las Revelaciones Celestiales

Poco después, en 1345, iniciaba santa Brígida la construcción de un monasterio doble, para monjas y monjes, en Vadstena; a orillas del Vättern, siendo ayudada con dinero por el mismo rey, pero solamente al principio, porque después el monarca se opuso al proyecto y hasta ordenó la demolición de las obras comenzadas. Pero estas dificultades iniciales, lo mismo que otras mayores, que después le saldrían al paso, no arredraron a santa Brígida. En este tiempo escribe también santa Brígida la Regla para su proyectado monasterio, y recibe otra serie de revelaciones divinas con el encargo de dar a conocer su contenido, como así lo hace, una vez obtenida la oportuna licencia de los obispos suecos a quienes consultó. De conformidad con lo que se le había revelado, se dirigió amonestando a los monarcas, a los nobles y al mismo clero, para que llevaran una vida más de acuerdo con la moral cristiana; a los reyes de Inglaterra y de Francia, para que hicieran la paz; al Papa, para que abandonara la ciudad francesa de Aviñón y regresara a Roma, verdadera cabeza de la cristiandad.

Y a Roma y no a Aviñón se dirigió santa Brígida en 1349 con el doble propósito de conseguir del Papa la aprobación de la Regla, y de ganar el jubileo del Año Santo de 1350. Nuestra Santa tuvo en la Ciudad Eterna la revelación de esperar allí hasta que hubiera venido el Papa, y así lo hizo, reuniendo a su alrededor mientras esperaba, un grupo de personas, «los amigos de Dios», entre los cuales sobresalían su hija Catalina y los prelados suecos Pedro de Alvastra y Pedro de Skänninge; años después se unió a ellos el eremita Alfonso de Vadaterra, obispo de Jaén, buen teólogo y bien relacionado con la Curia y la nobleza de Roma, que protegería eficazmente a los ascetas escandinavos y que después sería el recopilador de la obra escrita de Santa Brígida. Después de casi veinte años de espera vino por fin a Roma el papa Urbano V, dando su aprobación a la Orden brigidina, si bien con tantas restricciones que desfiguraban substancialmente la imagen que de la misma había bosquejado la Santa. Por otra parte, el Papa se volvió a Francia, a pesar de las súplicas insistentes de Santa Brígida para que no lo hiciera. Santa Brígida hubo de continuar su estancia en Roma y no volvería ya a ver más su tierra.

Santa Brígida y el grupo reunido en torno a ella llevaban en Roma una vida de inusitada dureza en aquel mundano siglo XIV, siguiendo hasta donde les era posible las normas de la Regla que para su Orden había escrito. El grupo monacal estaba sometido a una estrecha pobreza voluntaria, ganándose todo el sustento con el trabajo manual y en muchos casos pidiendo, lo que no les impedía ejercer la caridad, bien mediante la limosna material, bien enseñando la doctrina cristiana a los pobres y extranjeros; las visitas a las iglesias y a las sepulturas de los mártires y las peregrinaciones a los más apartados santuarios de toda Italia eran otras de las actividades favoritas de nuestra Santa. Mientras tanto se disciplinaba con largos ayunos y rudas penitencias: por ejemplo, dormía siempre sobre el santo suelo. Santa Brígida, exigente consigo misma, también lo era con los demás; uno de los rasgos de su personalidad que más la dieron a conocer entre las gentes romanas era su actividad amonestadora, hasta el punto de haberle dado el remoquete de «bruja escandinava» todas aquellas personas a quienes molestaban sus constantes llamadas al orden y a la rectitud de vida, algo que brillaba por su ausencia en el ambiente agitado y anárquico de la Roma de aquellos tiempos.

Acompañada de su hija Catalina, de los dos Pedros y de Alfonso de Jaén, embarcándose en Nápoles y haciendo escala en Chipre, hizo también santa Brígida la peregrinación a Tierra Santa, viviendo medio año en la «tierra del Evangelio», donde Dios se sirvió dispensarle abundantes revelaciones relativas a la vida humana del Señor, en particular sobre su nacimiento y su pasión, revelaciones cuya notoria influencia en los artistas que después han representado tales misterios señalan con complacencia los biógrafos modernos de Santa Brígida. Poco después de haber regresado de esta larga peregrinación, moría nuestra Santa el 23 de julio de 1373 en Roma, en la que había sido su residencia romana, la que después se llamaría «Casa de Santa Brígida», que en los tiempos finales de la Edad Media y luego en los del Renacimiento iba a constituir algo así como el hogar escandinavo de la ciudad de los Papas.

Oraciones reveladas

Santa Brígida fue enterrada en la iglesia romana de San Lorenzo in Panisperma; pero sólo provisionalmente, pues poco después su hija Catalina, juntamente con su hermano Birger Ulfsson y los dos Pedros, trasladaron a Suecia los restos mortales de la Santa. El largo camino de Roma a Danzig lo hicieron pasando por Viena y por el celebérrimo santuario mariano de Czestochowa, en Polonia; en Danzig se embarcaron hasta la isla báltica de Öland, que atravesaron por tierra, para embarcarse de nuevo y, bordeando la costa, tocar tierra sueca en Sóderköping; desde aquí, hasta su definitivo reposo en su amado monasterio de Vadstena, los restos mortales de la Santa pasaron todavía por las populosas y para ella familiares ciudades de Skänninge y Linkóping. A su paso por los diversos países de Europa, el fúnebre cortejo iba cumpliendo una verdadera actividad misionera: santa Catalina dirigía a los pecadores saludables instrucciones, procuraba con sus hechos y palabras inspirar por doquier el santo temor de Dios, y al mismo tiempo daba a conocer las predicciones y revelaciones de Santa Brígida. Ya en Suecia, el recorrido con los restos mortales de Santa Brígida adquirió caracteres de una auténtica procesión triunfal; los milagros florecían a su paso y de todas partes acudían a saber las revelaciones brigidinas, a rogar y rezar ante sus despojos, y a oír los sermones de Pedro de Alvastra. Después de haber recorrido durante más de medio mes las tierras patrias que había dejado un cuarto de siglo antes y a las que en vida no había podido regresar, Santa Brígida fue enterrada en el monasterio de Vadstena el 4 de julio de 1374, viéndose honrado el sepelio con la asistencia de lo más florido de la nobleza y del clero de Suecia, así como de un pueblo abundante y devoto. Los milagros ante su tumba fueron numerosos y poco tiempo después, en 1375, su santa hija Catalina emprendía el largo viaje a Roma para conseguir la canonización de su amada madre y la aprobación definitiva de la Orden brigidina; Santa Catalina vió logrado el segundo objetivo, pero Santa Brígida no fue elevada a los altares sino por el papa Bonifacio IX en 1401 (cuando ya había fallecido Santa Catalina). La canonización fue confirmada en 1415 en el concilio de Constanza por el antipapa Juan XXIII, pero los reyes de Suecia querían una canonización absolutamente legítima para su Santa y pidieron y obtuvieron en 1419 la confirmación de la misma por el papa Martín V, Sumo Pontífice de toda la cristiandad. Su fiesta se celebraba el 7 de octubre, que sigue siendo el día de Santa Brígida en el calendario nacional sueco, hasta el siglo xviii, en que el papa Urbano VIII la trasladó al 8 de octubre para que no coincidiese con la fiesta del Rosario.


Orden del Santísimo Salvador

Además del ejemplo de su vida de santidad, de la extraordinaria y sorprendente actividad de Santa Brígida han llegado hasta nosotros dos frutos visibles y perdurables: sus obras literarias y la Orden del Santísimo Salvador.

La Orden brigidina (Ordo Sanctissimi Salvatoris) es una Orden contemplativa cuya finalidad primordial es alabar al Señor y a la Santísima Virgen y ofrecer reparación por las continuas ofensas que se cometen contra la divina Majestad; sus miembros han de llevar una vida perfecta para el honor de Dios y la salvación de las almas y tomar como base de su oración la meditación en la pasión del Señor. Su hábito y su manto es gris, y tanto en el hábito como en el número de sus miembros dejó su impronta el arraigado simbolismo medieval. Cada monasterio debía tener 60 monjas, 13 presbíteros, dos diáconos, dos subdiáconos y ocho hermanos legos, con lo cual el número total de 85 personas igualaría al de los 72 discípulos más los 13 apóstoles, incluyendo entre éstos a San Pablo. El carácter de Orden mixta fue una de las mayores dificultades que encontró nuestra Santa para su aprobación, aparte de la decisión, aún vigente en su época, del concilio de Letrán de 1215 de que no se crearan Ordenes nuevas. Realmente fue la hija de Santa Brígida, Santa Catalina, la que consiguió la aprobación definitiva de la Orden brigidina y quien organizó conforme a la Regla de la misma el monasterio de Vadstena. La Orden del Santísimo Salvador, por su celo apostólico, por su eficaz labor en la instrucción del pueblo y por su actividad cultural, significó un fuerte lazo de unión de los tres reinos escandinavos. Su actividad en el campo de la cultura fue muy grande a finales de la Edad Media: muchos brigidinos escandinavos fueron obispos y profesores de universidad; ellos tradujeron la Biblia a los idiomas escandinavos, y fueron los monjes de Vadstena los que tuvieron la primera imprenta de Suecia. La Orden del Santísimo Salvador se extendió por toda Europa, llegando a tener unos 80 florecientes monasterios; con la Reforma protestante, primero, y con la Revolución francesa, después, la Orden brigidina sufrió mucho, si bien consiguió sobrevivir en Europa en el monasterio bávaro de Altomünster. En el siglo xvi, una dama española, la Venerable Marina de Escobar, dió un gran impulso a la rama española de la Orden que ha perdurado en Méjico y en España. La Orden del Santísimo Salvador ha sido restaurada en nuestros días, siguiendo muy de cerca las huellas y el espíritu de Santa Brígida, merced al infatigable tesón de la madre Isabel Hesselblad, otra tenaz mujer sueca de nuestros días (falleció en 1957); y ha sido construido un nuevo monasterio en Vadstena, al lado mismo de la famosa «Iglesia Azul» (Blakyrka), la primera de la Orden brigidina.

Los escritos de nuestra Santa constituyen la obra capital de la literatura sueca medieval. El conjunto más importante lo forman las Revelaciones, en ocho libros, recogidas y ordenadas (aunque no muy sistemáticamente) por Alfonso de Vadaterra, y las llamadas Revelaciones extravagantes, no incluidas en la recensión hecha por el obispo de Jaén y recopiladas más tarde por Pedro de Alvastra; hay que añadir además la Regla del Santísimo Salvador y el Sermón angélico sobre la excelencia de la Virgen. Santa Brígida sabía y hablaba latín, pero su obra era dictada en sueco a sus secretarios (los dos Pedros), que la iban poniendo en latín; no en un latín con pretensiones clásicas, sino en el latín que era la lengua de la conversación de los hombres cultos de su siglo, es decir, la verdadera lengua europea de la época. El estar en latín fue sin duda un factor que contribuyó decisivamente a favorecer la difusión de los escritos brigidinos, sobre todo de las Revelaciones, que conocieron nada menos que nueve ediciones en menos de doscientos años. Las Revelaciones de Santa Brígida fueron, sin embargo, discutidas desde muy pronto, siendo eficazmente defendidas en el concilio de Basilea (1436) por el dominico, y más tarde cardenal, Juan de Torquemada, quien al mismo tiempo hizo un detenido estudio de las mismas y las clasificó en tres tipos: corporales, espirituales e intelectuales. Estas revelaciones fueron un mensaje que Santa Brígida debía llevar al mundo; el Señor le había dicho: «No hablo por ti sola, sino por la salvación de todos los cristianos». Pero fueron también las revelaciones que iba recibiendo las que determinaban la actuación de Santa Brígida a lo largo de su vida.

Ya a los siete años se le apareció la Virgen María ofreciéndole una corona de espinas: «Ven y acércate, Brígida», le dijo. «¿Quieres esta corona?», «», contestó nuestra Santa. Una corona blanca sobre la toca sería después el distintivo más característico del hábito brigidino. A los diez años se le apareció Cristo en la cruz, diciéndole: «Mira cómo estoy herido»«¿Quién te ha hecho eso, Señor?», «Los que me desprecian y se olvidan de mi amor me han hecho esto», le dijo el Señor. Pocos años más tarde se le apareció un diablo pestilente, que le dijo: «Nada puedo sin permiso del Crucificado». Todo ello determinaría la profunda devoción de Santa Brígida a Cristo crucificado. Obedeciendo a revelaciones recibidas hizo el viaje a Roma y allí permaneció esperando durante poco menos de veinticinco años el definitivo regresó del Papa; y por el mismo motivo tuvo siempre fe en el triunfo de su obra, es decir, en la definitiva aprobación de la Orden del Santísimo Salvador, cuya Regla había escrito nuestra Santa también por inspiración divina.

Santa Brígida tuvo también revelaciones sobre diversos acontecimientos: por una revelación divina supo, estando en Roma, al mismo tiempo de tener lugar en Suecia, la muerte de su yerno; y predijó también, para tan pronto como hubiese regresado a Aviñón; la muerte del papa Urbano V, quien, a pesar de las insistentes súplicas de la Santa para que no lo hiciera, no quiso quedarse en Roma cuando vino allí en 1367. «Por la gracia del Espíritu Santo podemos leer en las Revelaciones extravagantes— tuvo este gran don la esposa de Cristo: que cuantas veces se le acercaban personas llenas de espíritu inmundo y soberbio, en seguida sentía un hedor tan grande y tenía en su boca un sabor tan amargo que apenas podía soportarlo». Otros muchos hechos milagrosos se cuentan de nuestra Santa, gran número de los cuales están recogidos en el Libro de los milagros de Santa Brígida de Suecia, pero ¿qué mayor milagro que el de la fundación y pervivencia de la Orden del Santísimo Salvador, fundada en medio de dificultades humanamente invencibles y perenne a pesar de las persecuciones de que ha sido objeto en Europa?

Los escritos de Santa Brígida, y en particular sus Revelaciones, nos permiten conocer muy bien su mundo de ideas y pensamientos, sus ideales, su carácter y hasta el desenvolvimiento de su propia espiritualidad. En ellos queda reflejado: su gozo ante la obediencia («La virginidad merece la corona dice— , la viudedad acerca a Dios, el matrimonio no excluye del cielo; pero lo que lleva a la gloria es la obediencia); su devoción a la humanidad de Cristo (a la pasión sobre todo), a la Eucaristía (Santa Brígida comulgaba los domingos y días de fiesta, lo que entonces se consideraba comunión muy frecuente), al Corazón de Jesús («Cosa digna es dice la Santa— que tu invicto Corazón, ¡oh Jesús!, sea siempre magnificado en el cielo y en la tierra e incesantemente alabado») y a la Santísima Virgen (en los escritos brigidinos se puede espigar una serie de afirmaciones que constituyen todo un tratado de mariología). También nos es dado seguir en ellos la lucha que, para conseguir una mayor perfección y llegar a la verdadera humildad, hubo de sostener contra diversas clases de tentaciones: tentaciones de orgullo y sensualidad; tentaciones contra la fe; sentimiento de verse abandonada por el Padre celestial y de considerarse, a veces, incapaz de orar. Pero también podemos ver allí su voluntad inquebrantable, su gusto siempre creciente por la austeridad, su deseo ferviente de apostolado, su afán de reformar las costumbres. Realmente es sombrío el cuadro que Santa Brígida traza en sus escritos al describir el estado de la cristiandad de su época; a laicos, Ordenes religiosas, presbíteros, obispos y papas: a todos llama a penitencia. Si no siempre tuvo éxito, consiguió muchas veces lo que se proponía. A su esposo, lo atrajo a una vida más piadosa; a su hija Catalina, la hizo entrar en el círculo de su actividad de fundación y santificación, y lo mismo sucedió con otras personas que con ella entraban en contacto. Por su carácter práctico y activo, por sus rasgos de simplificación espiritual, por su constante tendencia a la austeridad, se la ha considerado (sobre todo en su país) como una precursora de la Reforma; pero ésos son más bien rasgos de una auténtica reformadora hondamente católica, como lo prueba además su devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen. Mujer de carácter complejo y gran coraje, fue una infatigable luchadora, y (como ella misma nos dice, «la mensajera de un gran Señor»). Por eso Santa Brígida mereció que su muy amado Crucificado le dijera poco antes de morir: «Yo he hecho contigo como suele hacer el esposo, que se esconde de su esposa para ser de ella más ardientemente deseado. Así Yo no te he visitado con consuelos en este tiempo pasado porque era el tiempo de tu prueba. Pero ahora, una vez ya probada, ven a Mí».

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