Las estructuras de la Iglesia diocesana: índice general

Las estructuras de la Iglesia diocesana: índice general

La Iglesia es labranza, o arada de Dios (cf. 1 Co 3,9). En ese campo crece el vetusto olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas, y en el cual se realizó y concluirá la reconciliación de los judíos y gentiles (cf. Rm 11,13- 26). El celestial Agricultor la plantó como viña escogida (cf. Mt 21,33-34 par.; cf. Is 5,1 ss). La verdadera vid es Cristo, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos, que somos nosotros, que permanecemos en El por medio de la Iglesia, y sin El nada podemos hacer (cf. Jn 15,1-5).

Lumen Gentium, Constitución Dogmática sobre la Iglesia

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Las estructuras de la Iglesia diocesana: índice general

Introducción teológico-pastoral
Contempladas desde la fidelidad del cristiano
La Iglesia, manifestación y cumplimiento de la fidelidad de Dios
Cristo, realizador del proyecto del Padre
La Encarnación de Cristo ilumina el sentido de las estructuras
Características de las estructuras eclesiales
Principios que deben estar presentes en las estructuras de la Iglesia
Niveles estructurales
Organismos de colaboración con el obispo (I)
Organismos de colaboración con el obispo (II)
Organismos de colaboración con el obispo (III)
Organismos de colaboración con el obispo (IV)


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Obra original:  extracto del Libro del Sínodo, tema 11

Fuente original: Diócesis de san Cristóbal de la Laguna, Tenerife (España)

Colorea la casa del Señor

Colorea la casa del Señor

Con motivo del Día de la Iglesia diocesana os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando la casa del Señor.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.

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Colorea la casa del Señor

La casa del Señor – Lámina 1

La casa del Señor – Lámina 2

La casa del Señor - Lámina 1

La casa del Señor - Lámina 2

La casa del Señor – Lámina 3

La casa del Señor – Lámina 4

La casa del Señor - Lámina 3

La casa del Señor - Lámina 4

La casa del Señor – Lámina 5

La casa del Señor – Lámina 6

La casa del Señor - Lámina 5

La casa del Señor - Lámina 6

La casa del Señor – Lámina 7

La casa del Señor – Lámina 8

La casa del Señor - Lámina 7

La casa del Señor - Lámina 8

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La Iglesia diocesana: comunidad de fe, amor y esperanza

La Iglesia diocesana: comunidad de fe, amor y esperanza

Nos toca vivir en un mundo tecnificado, terriblemente frío, donde es difícil experimentar unas relaciones humanas cálidas. Para muchos es en la Iglesia, caravana de los hijos de Dios, donde encontramos el calor humano que nos ha traído la presencia de Dios en nuestro mundo. Dentro de la Iglesia, caminando unos junto a otros, agraciados con la misma fe, alentados por la misma esperanza y viviendo el mismo amor, recibimos la fuerza para vivir serena, gozosa y fraternalmente. En nuestra parroquia, en nuestra diócesis, podemos encontrar un verdadero oasis dentro del desierto de nuestro mundo.

La Iglesia, a través de sus hijos e hijas, repite en la historia los gestos de misericordia de su Señor y Maestro. Ella acoge y protege a los pobres y a los marginados, convierte a los pecadores, se ocupa de los enfermos, defiende a los pequeños y a los débiles, enseña a perdonar y a amar a los enemigos, anuncia la misericordia divina sobre la humanidad e intercede por todos. Cristo y la Iglesia son inseparables. La Iglesia es Jesús hoy, en medio de nuestras calles y plazas.

En el seno de la Madre Iglesia compartimos la misma fe. No es metáfora sino hermosa realidad que a la vida de hijos de Dios nacemos de María y por obra del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente nuestra Madre. Por eso nos ayuda a crecer en la fe y nos educa como cristianos. Por eso amamos a la Iglesia con cariño de hijos y hablamos de ella desde el amor que le profesamos. La reconocemos santa por ser hechura de Dios, aunque con defectos y pecados por albergar pecadores en su seno mientras peregrina por la tierra.

En la Iglesia recibimos el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros —dice Jesús— como yo os he amado». Sintiéndonos amados incondicionalmente por Dios Padre, amamos con el amor que Dios ha puesto en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo. No amamos a los demás con nuestro propio amor, pequeño y nunca del todo desinteresado, sino que tratamos de amar a todos, especialmente a los más débiles, con el amor inmenso de Dios.

Rigurosamente hablando, sólo en Dios ponemos nuestra esperanza. Pero en la Iglesia encontramos un vigor que no le viene de sí misma, sino del Señor crucificado. A pesar de sus elementos viejos y caducos, hay en ella una novedad que le viene de la vida nueva del Resucitado. La Iglesia cuenta con un Evangelio que no la deja descansar y la despierta de su adormecimiento. El suelo de la Iglesia está regado y sostenido por un subsuelo: el Espíritu Santo, fuente de toda esperanza y de todo consuelo.

Os agradezco vuestra colaboración generosa en el Día de la Iglesia Diocesana.

Recibid mi afecto y mi bendición,

Manuel Sánchez Monge

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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Artículo original en la página web de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol (España)

Sobre los divorciados vueltos a casar

Sobre los divorciados vueltos a casar

La discusión sobre la problemática de los fieles que tras un divorcio han contraído una nueva unión civil no es nueva. Siempre ha sido tratada por la Iglesia con gran seriedad, con la intención de ayudar a las personas afectadas, puesto que el matrimonio es un sacramento que alcanza en modo particularmente profundo la realidad personal, social, e histórica del hombre. A causa del creciente número de afectados en países de antigua tradición cristiana, se trata de un problema pastoral de gran trascendencia. Hoy los creyentes se interrogan muy seriamente: ¿No puede la Iglesia autorizar a los cristianos divorciados y vueltos a casar, bajo determinadas condiciones, a recibir los sacramentos? ¿Les están definitivamente atadas las manos en estas cuestione? Los teólogos, ¿realmente han considerado todas las implicaciones y consecuencias al respecto?

Estas preguntas deben ser discutidas en conformidad con la enseñanza católica sobre el matrimonio. Una pastoral enteramente responsable presupone una teología que se abandone a Dios que se revela, prestándole el pleno obsequio del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo «voluntariamente a la revelación hecha por El» (Constitución apostólica Dei Verbum, n. 5). Para hacer comprensible la auténtica doctrina de la Iglesia, debemos comenzar por la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, explicada por la tradición eclesial e interpretada de modo vinculante por el Magisterio.


El testimonio de la Sagrada Escritura

No deja de ser problemático situar inmediatamente nuestra cuestión en el ámbito del Antiguo Testamento, puesto que entonces el matrimonio no era considerado como un sacramento. No obstante, la Palabra de Dios en la Antigua Alianza es significativa para nosotros, ya que Jesús se coloca en esta tradición y argumenta a partir de ella. En el decálogo se encuentra el mandamiento: «No cometerás adulterio» (Ex 20,14), sin embargo, en otro lugar el divorcio es visto como algo posible. Según Dt 24,1-4, Moisés estableció que el hombre pueda expedir un libelo de repudio y despedir a la mujer de su casa, si no lo complace. En consecuencia de esto, el hombre y la mujer pueden volverse a casa. Sin embargo, junto a la concesión del divorcio, en el Antiguo Testamento es posible identificar una cierta resistencia hacia esta práctica. Al igual que el ideal de la monogamia, también la indisolubilidad está contenida en la comparación profética entre la alianza de Yavé con Israel y la alianza matrimonial. El profeta Malaquías lo expresa claramente: «No traicionarás a la esposa de tu juventud… siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza» (cfr Mal 2,14-15).

En particular, las controversias con los fariseos fueron para el Señor una ocasión para ocuparse del tema. Jesús se distancia expresamente de la práctica veterotestamentaria del divorcio, que Moisés había permitido a causa de la «dureza de corazón» de los hombres y se remite a la voluntad originaria de Dios: «Desde el comienzo de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10,5-9, cfr Mt 19; Lc 16,18). La Iglesia católica siempre se ha remitido, en la enseñanza y en la praxis, a estas palabras del Señor sobre la indisolubilidad del matrimonio. El pacto que une íntima y recíprocamente a los conyugues entre sí, ha sido establecido por Dios. Designa una realidad que proviene de Dios y que, por tanto, ya no está a disposición de los hombres.

Algunos exégetas sostienen hoy que estas palabras de Jesús habrían sido aplicadas, ya en tiempos apostólicos, con una cierta flexibilidad, concretamente con respecto a la porneia/fornicación (cfr Mt 5,32; 19,9) y a la separación entre un cristiano y su cónyuge no cristiano (cfr 1Cor 7,12-15). En el campo exegético, las cláusulas sobre la fornicación fueron objeto de discusión controvertida, desde el comienzo. Muchos están convencidos que no se trataría de excepciones a la indisolubilidad, sino de vínculos matrimoniales inválidos. De todos modos, la Iglesia no puede fundar su doctrina y praxis sobre hipótesis exegéticas debatidas. Ella debe atenerse a la clara enseñanza de Cristo.

Pablo establece la prohibición del divorcio como un deseo expreso de Cristo: «A los casados, en cambio, les ordeno –y esto no es mandamiento mío, sino del Señor– que la esposa no se separe de su marido. Si se separa, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su esposo. Y que tampoco el marido abandone a su mujer» (1Cor 7,10-11). Al mismo tiempo, permite en razón de su propia autoridad, que un no cristiano pueda separarse de su cónyuge, si se ha convertido al cristianismo. En este caso, el cristiano «no queda obligado» a permanecer soltero (1Cor 7, 12-16). A partir de esta posición, la Iglesia reconoce que sólo el matrimonio entre un hombre y una mujer bautizados es un sacramento en sentido real, y que sólo a éstos se aplica la indisolubilidad en modo incondicional. El matrimonio de no bautizados, si bien está orientado a la indisolubilidad, bajo ciertas circunstancias –a causa de bienes más altos– puede ser disuelto (Privilegium Paulinum). No se trata aquí, por tanto, de una excepción a las palabras del Señor. La indisolubilidad del matrimonio sacramental, es decir de éste en el ámbito del misterio cristiano, permanece intacta.

La Carta a los Efesios es de grande significado para el fundamento bíblico de la comprensión sacramental del matrimonio. En ella se señala: «Maridos, amad a vuestras esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (Ef 5,25). Y más adelante, escribe el Apóstol: «Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32). El matrimonio cristiano es un signo eficaz de la alianza entre Cristo y la Iglesia. El matrimonio entre bautizados es un sacramento porque significa y confiere la gracia de este pacto.


El testimonio de la Tradición de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia y los Concilios constituyen un importante testimonio para el desarrollo de la posición eclesiástica. Según los Padres, las instrucciones bíblicas son vinculantes. Éstos rechazan las leyes estatales sobre el divorcio por ser incompatibles con las exigencias de Jesús. La Iglesia de los Padres, en obediencia al Evangelio, rechazó el divorcio y un segundo matrimonio. En este punto, el testimonio de los Padres es inequivocable.

En la época patrística, los creyentes separados que se habían vuelto a casar civilmente no eran readmitidos oficialmente a los sacramentos, aun cuando hubiesen pasado por un periodo de penitencia. Algunos textos patrísticos, es cierto, permiten reconocer abusos, que no siempre fueron rechazados con rigor y que, en ocasiones, se buscaron soluciones pastorales para rarísimo casos-límites.

Más tarde, en algunas regiones, sobre todo a causa de la creciente interdependencia entre el Estado y la Iglesia, se llegó a compromisos mayores. En Oriente este desarrollo prosiguió su curso y condujo, especialmente después de la separación de la Cathedra Petri, a una praxis cada vez más liberal. Hoy existe en las iglesias ortodoxas una multitud de causas para el divorcio, que en su mayoría son justificados mediante la referencia a la Oikonomia, la indulgencia pastoral en casos particularmente difíciles, y abren el camino a un segundo o tercer matrimonio con carácter penitencial. Esta práctica no es coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y representa una dificultad significativa para el ecumenismo.

En Occidente, la Reforma Gregoriana se opuso a la tendencia liberalizadora y retornó a la interpretación originaria de la Escritura y de los Padres. La Iglesia Católica ha defendido la absoluta indisolubilidad del matrimonio también al precio de grandes sacrificios y sufrimientos. El cisma de la «Iglesia de Inglaterra» separada del sucesor de Pedro, tuvo lugar no con motivo de diferencias doctrinales, sino porque el Papa, en obediencia a las palabras de Jesús, no podía ceder a la presión del rey Enrique VIII para disolver su matrimonio.

El Concilio de Trento confirmó la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio sacramental y explicó que ésta corresponde a la enseñanza del Evangelio (cfr DH 1807). En ocasiones, se sostiene que la Iglesia toleró de hecho la praxis oriental. Esto no corresponde a la verdad. Los canonistas hablaron reiteradamente de una práctica abusiva, y existen testimonios de grupos de cristianos ortodoxos, que, convertidos al catolicismo, tuvieron que firmar una confesión de fe con una expresa referencia a la imposibilidad de un segundo o un tercer matrimonio.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, sobre «la Iglesia en el mundo de hoy», ha enseñado una doctrina teológica y espiritualmente profunda sobre el matrimonio. Ella sostiene de forma clara su indisolubilidad. El matrimonio se entiende como una comunidad integral, corpóreo-espiritual, de vida y amor entre un hombre y una mujer, que recíprocamente se entregan y reciben como personas. Mediante el acto personal y libre del consentimiento recíproco, se funda por derecho divino una institución estable ordenada al bien de los conyugues y de la prole, e independiente del arbitrio del hombre: «Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad» (n. 48). A través del sacramento, Dios concede a los conyugues una gracia especial: «Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella» (idem). Mediante el sacramento, la indisolubilidad del matrimonio contiene un significado nuevo y más profundo: Llega a ser una imagen del amor de Dios hacia su pueblo y de la irrevocable fidelidad de Cristo a su Iglesia.

El matrimonio como sacramento se puede entender y vivir sólo en el contexto del misterio de Cristo. Cuando el matrimonio se seculariza o se contempla como una realidad meramente natural, queda impedido el acceso a su sacramentalidad. El matrimonio sacramental pertenece al orden de la gracia y, en definitiva, está integrado en la comunidad de amor de Cristo con su Iglesia. Los cristianos están llamados a vivir su matrimonio en el horizonte escatológico de la llegada del Reino de Dios en Jesucristo, Verbo de Dios encarnado.


El testimonio del Magisterio en épocas recientes

Con el texto, aún hoy fundamental, de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, publicado por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1981, después del Sínodo de Obispos sobre la familia cristiana en el mundo de hoy, se confirma expresamente la enseñanza dogmática de la Iglesia sobre el matrimonio. Desde el punto de vista pastoral, la Exhortación postsinodal se ocupa también de la atención de los fieles vueltos a casar con rito civil, pero que están aún vinculados entre sí por un matrimonio eclesiástico válido. El Papa manifiesta por tales fieles un alto grado de preocupación y de afecto. El n. 84 («Divorciados vueltos a casar») contiene las siguientes afirmaciones fundamentales:

1. Los pastores que tienen cura de ánimas, están obligados por amor a la verdad «a discernir bien las situaciones». No es posible evaluar todo y a todos de la misma manera.

2. Los pastores y las comunidades están obligados a ayudar con solicita caridad a los fieles interesados. También ellos pertenecen a la Iglesia, tienen derecho a la atención pastoral y deben tomar parte en la vida de la Iglesia.

3. Sin embargo, no se les puede conceder el acceso a la Eucaristía. Al respecto se adopta un doble motivo:

a) «Su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía»;

b) «Si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio». Una reconciliación a través del sacramento de la penitencia, que abre el camino hacia la comunión eucarística, únicamente es posible mediante el arrepentimiento acerca de lo acontecido y «la disposición a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio». Esto significa, concretamente, que cuando por motivos serios la nueva unión no puede interrumpirse, por ejemplo a causa de la educación de los hijos, el hombre y la mujer deben «obligarse a vivir una continencia plena».

4. A los pastores se les prohíbe expresamente, por motivos teológico sacramentales y no meramente legales, efectuar «ceremonias de cualquier tipo» para los divorciados vueltos a casar, mientras subsista la validez del primer matrimonio.

La carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar, del 14 de septiembre de 1994, ha confirmado que la praxis de la Iglesia, frente a esta pregunta, «no puede ser modificada basándose en las diferentes situaciones» (n.5). Además, se aclara que los fieles afectados no deben acercarse a recibir la sagrada comunión basándose en sus propias convicciones de conciencia: «En el caso de que él lo juzgara posible, los pastores y los confesores (…), tienen el grave deber de advertirle que dicho juicio de conciencia está reñido abiertamente con la doctrina de la Iglesia» (n. 6). Si existen dudas acerca de la validez de un matrimonio fracasado, éstas deberán ser examinadas por el tribunal matrimonial competente (cfr n. 9). Sigue siendo de fundamental importancia obrar «con solícita caridad [para] hacer todo aquello que pueda fortalecer en el amor de Cristo y de la Iglesia a los fieles que se encuentran en situación matrimonial irregular. Sólo así será posible para ellos acoger plenamente el mensaje del matrimonio cristiano y soportar en la fe los sufrimientos de su situación. En la acción pastoral se deberá cumplir toda clase de esfuerzos para que se comprenda bien que no se trata de discriminación alguna, sino únicamente de fidelidad absoluta a la voluntad de Cristo que restableció y nos confió de nuevo la indisolubilidad del matrimonio como don del Creador» (n. 10).

En la Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis, del 22 de febrero de 2007, Benedicto XVI retoma y da nuevo impulso al trabajo del anterior Sínodo de Obispos sobre la Eucaristía. El n. 29 del documento trata acerca de la situación de los fieles divorciados y vueltos a casar. También para Benedicto XVI se trata aquí de «un problema pastoral difícil y complejo». Reitera «la praxis de la Iglesia, fundada en la Sagrada Escritura (cfr Mc 10,2-12), de no admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo», pero también exhorta a los pastores a dedicar «una especial atención» a los afectados, «con el deseo de que, dentro de lo posible, cultiven un estilo de vida cristiano mediante la participación en la santa Misa, aunque sin comulgar, la escucha de la Palabra de Dios, la Adoración eucarística, la oración, la participación en la vida comunitaria, el diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual, la entrega a obras de caridad, de penitencia, y la tarea de educar a los hijos». Cuando existen dudas sobre la validez de un matrimonio anterior fracasado, éstas deberán ser examinadas por los tribunales matrimoniales competentes.

La mentalidad actual contradice la comprensión cristiana del matrimonio especialmente en lo relativo a la indisolubilidad y la apertura a la vida. Puesto que muchos cristianos están influído por este contexto cultural, en nuestros días, los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. En efecto, falta la voluntad de casarse según el sentido de la doctrina matrimonial católica y se ha reducido la pertenencia a un contexto vital de fe. Por esto, la comprobación de la validez del matrimonio es importante y puede conducir a una solución de estos problemas. Cuando la nulidad del matrimonio no puede demostrarse, la absolución y la comunión eucarística presuponen, de acuerdo con la probada praxis eclesial, una vida en común «como amigos, como hermano y hermana». Las bendiciones de estas uniones irregulares, «para que no surjan confusiones entre los fieles sobre el valor del matrimonio, se deben evitar». La bendición (bene-dictio: aprobacion por parte de Dios) de una relación que se opone a la voluntad del Señor es una contradicción en sí misma.

En su homilía para el VII Encuentro Mundial de las Familias en Milán, el 3 de junio de 2012, Benedicto XVI habló una vez más de este doloroso problema: «Quisiera dirigir unas palabras también a los fieles que, aun compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por las experiencias dolorosas del fracaso y la separación. Sabed que el Papa y la Iglesia os sostienen en vuestra dificultad. Os animo a permanecer unidos a vuestras comunidades, al mismo tiempo que espero que las diócesis pongan en marcha adecuadas iniciativas de acogida y cercanía».

El último Sínodo de Obispos sobre «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana» (7-28 de octubre de 2012), ha vuelto a ocuparse de la situación de los fieles que tras el fracaso de una comunidad de vida matrimonial (no el fracaso del matrimonio como tal, que permanece en cuanto sacramento), han establecido una nueva unión y conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio. En el mensaje conclusivo, los Padres sinodales se dirigieron a ellos con las siguientes palabras: «A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que también la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación».


Consideraciones antropológicas y teológico-sacramentales

La doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio encuentra con frecuencia incomprensiones en un ambiente secularizado. Allí donde las ideas fundamentales de la fe cristiana se han perdido, la mera pertenencia convencional a la Iglesia no está en condiciones de sostener decisiones de vida relevantes ni de ofrecer un apoyo en las crisis tanto del estado matrimonial como del sacerdotal y la vida consagrada. Muchos se preguntan: ¿Cómo podré comprometerme para toda la vida con una única mujer o un único hombre? ¿Quién me puede decir cómo estará mi matrimonio en diez, veinte, treinta o cuarenta años? Por otra parte, ¿es posible una unión de carácter definitivo a una única persona? La gran cantidad de uniones matrimoniales que hoy se rompen refuerzan el escepticismo de los jóvenes sobre las decisiones que comprometan la propia vida para siempre.

Por otra parte, el ideal de la fidelidad entre un hombre y una mujer, fundado en el orden de la creación, no ha perdido nada de su atractivo, como lo revelan recientes encuestas dirigidas a gente joven. La mayoría de los jóvenes anhela una relación estable y duradera, tal como corresponde a la naturaleza espiritual y moral del hombre. Además, se debe recordar el valor antropológico del matrimonio indisoluble, que libera a los cónyuges de la arbitrariedad y de la tiranía de sentimientos y estados de ánimo, y les ayuda a sobrellevar las dificultades personales y a vencer las experiencias dolorosas. En particular, protege a los niños, que, por lo general, son los que más sufren con la ruptura del matrimonio.

El amor es más que un sentimiento o instinto. En su esencia, el amor es entrega. En el amor matrimonial, dos personas se dicen consciente y voluntariamente: sólo tú, y para siempre. A las palabras del Señor: «Lo que Dios ha unido» corresponde la promesa de los esposos: «Yo te acepto como mi marido… Yo te acepto como mi mujer… Quiero amarte, cuidarte y honrarte toda mi vida, hasta que la muerte nos separe». El sacerdote bendice la alianza que los esposos han sellado entre si ante la presencia de Dios. Quien se pregunte si el vínculo matrimonial tiene una naturaleza ontológica, déjese instruir por las palabras del Señor: «Al principio, el Creador los hizo varón y mujer, y que dijo: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne» (Mt 19, 4-6).

Para los cristianos rige el hecho de que el matrimonio entre bautizados –por tanto, incorporados al cuerpo de Cristo–, tiene una dimensión sacramental y representa así una realidad sobrenatural. Uno de los más serios problemas pastorales está constituido por el hecho de que algunos juzgan el matrimonio exclusivamente con criterios mundanos y pragmáticos. Quien piensa según «el espíritu del mundo» (1Cor 2,12) no puede comprender la sacramentalidad del matrimonio. La Iglesia no puede responder a la creciente incomprensión sobre la santidad del matrimonio con una adaptación pragmática ante lo presuntamente inexorable, sino sólo mediante la confianza en «el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido» (1Cor 2,12). El matrimonio sacramental es un testimonio de la potencia de la gracia que transforma al hombre y prepara a toda la Iglesia para la ciudad santa, la nueva Jerusalén, la Iglesia misma, preparada «como una novia que se engalana para su esposo» (Ap 21,2). El evangelio de la santidad del matrimonio se anuncia con audacia profética. Un profeta tibio busca su propia salvación en la adaptación al espíritu de los tiempos, pero no la salvación del mundo en Jesucristo. La fidelidad a las promesas del matrimonio es un signo profético de la salvación que Dios dona al mundo: «Quien sea capaz de entender, que entienda» (Mt 19,12). Mediante la gracia sacramental, el amor conyugal es purificado, fortalecido e incrementado. «Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio» (Gaudium et Spes, n. 49). Los esposos, en virtud del sacramento del matrimonio, participan en el definitivo e irrevocable amor de Dios. Por esto, pueden ser testigos del fiel amor de Dios, nutriendo permanentemente su amor a través de una vida de fe y de caridad.

Los pastores saben que existen ciertamente situaciones en que la convivencia matrimonial, por motivos graves, se torna prácticamente imposible, por ejemplo, a causa de violencia sicológica o física. En estas situaciones dolorosas la Iglesia ha siempre permitido que los conyugues se separaran. Sin embargo, se debe precisar que el vínculo conyugal del matrimonio válidamente celebrado se mantiene intacto ante Dios, y sus integrantes no son libres para contraer un nuevo matrimonio mientras el otro cónyuge permanece con vida. Los pastores y las comunidades cristianas se deben por lo tanto comprometer en promover caminos de reconciliación, también en estas situaciones, o bien, cuando no sea posible, ayudar a las personas afectadas a superar en la fe su difícil situación.


Comentarios teológico morales

Cada vez con más frecuencia se sugiere que la decisión de acercarse o no a la comunión eucarística por parte de los divorciados vueltos a casar debería dejarse a la iniciativa de la conciencia personal. Este argumento, al que subyace un concepto problemático de «conciencia», ya fue rechazado en la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1994. Desde luego, los fieles deben examinar su conciencia en cada celebración eucarística para ver si es posible recibir la sagrada comunión, a la que siempre se opone un pecado grave no confesado. Los fieles tienen el deber de formar su conciencia y de orientarla a la verdad. Para esto, deben prestar obediencia a la voz del Magisterio de la Iglesia que ayuda «a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella» (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis splendor, n. 64).

Cuando los divorciados vueltos a casar están en conciencia convencidos de que su matrimonio anterior no era válido, tal hecho se deberá comprobarse objetivamente, a través de la autoridad judicial competente en materia matrimonial. El matrimonio no es incumbencia exclusiva de los conyugues delante de Dios, sino que, siendo una realidad de la Iglesia, es un sacramento, respecto del cual no toca al individuo decidir su validez, sino a la Iglesia, en la que él se encuentra incorporado mediante la fe y el Bautismo. «Si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión puede considerarse conformé al derecho; por tanto, por motivos intrínsecos, es imposible que reciban los Sacramentos. La conciencia de cada uno está vinculada, sin excepción, a esta norma» (Card. Joseph Ratzinger, «A propósito de algunas objeciones contra la doctrina de la Iglesia sobre de la recepción de la Comunión eucarística por parte de los fieles divorciados y vueltos a casar»).

Igualmente, la doctrina de la epikeia, según la cual, una ley vale en términos generales, pero la acción humana no siempre corresponde totalmente a ella, no puede ser aplicada aquí, puesto que en el caso de la indisolubilidad del matrimonio sacramental se trata de una norma divina que la Iglesia no tiene autoridad para cambiar. Ésta tiene, sin embargo, en la línea del Privilegium Paulinum, la potestad para esclarecer qué condiciones se deben cumplir para que surja el matrimonio indisoluble según las disposiciones de Jesús. Reconociendo esto, ella ha establecido impedimentos matrimoniales, reconocido causas para la nulidad del matrimonio, y ha desarrollado un detallado procedimiento.

Otra tendencia a favor de la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos es la que invoca el argumento de la misericordia. Puesto que Jesús mismo se solidarizó con las personas que sufren, dándoles su amor misericordioso, la misericordia sería por lo tanto un signo especial del auténtico seguimiento de Cristo. Esto es cierto, sin embargo, no es suficiente como argumento teológico-sacramental, puesto que todo el orden sacramental es obra de la misericordia divina y no puede ser revocado invocando el mismo principio que lo sostiene. Además, mediante una invocación objetivamente falsa de la misericordia divina se corre el peligro de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría más que perdonar. Al misterio de Dios pertenece el hecho de que junto a la misericordia están también la santidad y la justicia. Si se esconden estos atributos de Dios y no se toma en serio la realidad del pecado, tampoco se puede hacer plausible a los hombres su misericordia. Jesús recibió a la mujer adúltera con gran compasión, pero también le dijo: «vete y desde ahora no peques más» (Jn 8,11). La misericordia de Dios no es una dispensa de los mandamientos de Dios y de las disposiciones de la Iglesia. Mejor dicho, ella concede la fuerza de la gracia para su cumplimiento, para levantarse después de una caída y para llevar una vida de perfección de acuerdo a la imagen del Padre celestial.


La solicitud pastoral

Aunque por su propia naturaleza no sea posible admitir a los sacramentos a las personas divorciadas y vueltas a casar, tanto más son necesarios los esfuerzos pastorales hacia estos fieles. Pero se debe tener en cuenta que tales esfuerzos tienen que mantenerse dentro del marco de la Revelación y de los presupuestos de la doctrina de la Iglesia. El camino señalado por la Iglesia para estas personas no es simple. Sin embargo, ellas deben saber y sentir que la Iglesia, como comunidad de salvación, les acompaña en su camino. Cuando los cónyuges se esfuerzan por comprender la praxis de la Iglesia y se abstienen de la comunión, ellos ofrecen a su modo un testimonio a favor de la indisolubilidad del matrimonio.

La solicitud por los divorciados vueltos a casar no se debe reducir a la cuestión sobre la posibilidad de recibir la comunión sacramental. Se trata de una pastoral global que procura estar a la altura de las diversas situaciones. Es importante al respecto señalar que además de la comunión sacramental existen otras formas de comunión con Dios. La unión con Dios se alcanza cuando el creyente se dirige a Él con fe, esperanza y amor, en el arrepentimiento y la oración. Dios puede conceder su cercanía y su salvación a los hombres por diversos caminos, aun cuando se encuentran en una situación de vida contradictoria. Como ininterrumpidamente subrayan los recientes documentos del Magisterio, los pastores y las comunidades cristianas están llamados a acoger abierta y cordialmente a los hombres en situaciones irregulares, a permanecer a su lado con empatía, procurando ayudarles, y dejándoles sentir el amor del Buen Pastor. Una pastoral fundada en la verdad y en el amor encontrará siempre y de nuevo los caminos legítimos por recorrer y formas más justa para actuar.

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Testimonio a favor de la fuerza de la Gracia

Sobre la indisolubilidad del matrimonio y el debate acerca de los divorciados vueltos a casar y los sacramentos

S.E. Mons. Gerhard L. Müller

Jérôme Lejeune: el científico que renunció al Nobel por defender la vida

Jérôme Lejeune: el científico que renunció al Nobel por defender la vida

«Al que viola las leyes naturales, solamente Dios puede perdonarlo verdaderamente; el hombre perdona a veces; la naturaleza no perdona jamás: ella no es una persona»

Jérôme Lejeune

Corría el 26 de junio de 1926 en el pueblo Montrouge de Francia, cuando nació Jérôme Jean Louis Marie Lejeune. Es llamado el padre de la genética moderna, por el asombroso descubrimiento que hizo sobre el Síndrome de Down. El había asistido a un congreso científico, donde Albert Levan había expuesto el número de cromosomas que tenía el ser humano. Reflexionando sobre el tema, Lejeune hizo una biopsia a uno de sus pacientes con síndrome de Down usando un equipo prestado y descubrió que en el cromosoma 21 estas personas presentan tres en lugar de dos cromosomas, lo que se llama trisomía. También diagnosticó el primer caso del síndrome Cri du Chat.

En 1962 fue designado como experto en genética humana en la Organización Mundial de la Salud (OMS) y en 1964 fue nombrado Director del Centro nacional de Investigaciones Científicas de Francia y en el mismo año se crea para él en la Facultad de Medicina de la Sorbona la primera cátedra de Genética fundamental. Se transformó así en candidato número uno al Premio Nobel.

Aunque sus aportaciones como científico fueron enormes, lo que más llama la atención es su calidad como ser humano. Es de todos conocido, que Jerome Lejeune estaba postulado para ser Premio Nobel, pero tenía que abandonar su línea pro vida y anti aborto… Esto significaba que no debía oponerse al proyecto de ley de aborto eugenésico de Francia. A pesar de esto se opuso y fue mas allá pues llevó la causa pro vida a las Naciones Unidas. Se refirió a la Organización Mundial de la Salud diciendo: “he aquí una institución para la salud que se ha transformado en una institución para la muerte”. Esa misma tarde escribe a su mujer y a su hija diciendo: “Hoy me he jugado mi Premio Nobel”. Y así fue, cayó en desgracia ante el mundo y la comunidad científica y el premio no le fue concebido. Fue acusado de querer imponer su fe católica en el ámbito de la ciencia. No faltaron miembros de la Iglesia que lo rechazaran. Le cortaron los fondos para sus investigaciones. De repente se convirtió en un rechazado.

El fundamento de la defensa que dio sobre la vida es que desde la fecundación, con a penas 1.5 mm de tamaño, ya existe un ser humano. “Cada uno de nosotros tiene un momento preciso en que comenzamos. Es el momento en que toda la necesaria y suficiente información genética es recogida dentro de una célula, el huevo fertilizado y este momento es el momento de la fertilización. Sabemos que esta información esta escrita en un tipo de cinta a la que llamamos DNA… La vida esta escrita en un lenguaje fantásticamente miniaturizado” Por ello, también se opuso férreamente al término que muchos pro abortistas comenzaron a utilizar: pre embrión.

Horas antes de que Juan Pablo II sufriera el atentado que casi lo mata en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, se había reunido Jerome con el para discutir asuntos de genética y la ética. Era amigo personal del difunto Papa.

Como parte de su legado, creó una fundación para tratar el Síndrome de Down y otras alteraciones genéticas mentales que ha atendido a miles de personas con esta alteración, dándoles tratamiento físico y psicológico, orientándolos para tener una calidad de vida mayor y para que aprovechen las capacidades que SI tienen. Por otro lado, su función de investigación para avanzar en temas de alteraciones genéticas es reconocida a nivel internacional. Asi que por un lado el tratar y convivir con pacientes y por otro investigar sobre las enfermedades que sufren resulta ser una sinergia explosiva y de gran utilidad. Su reto es que algún dia pueda ser curable la trisomía o Síndrome de Down: “Encontraremos una solución, es imposible no encontrar una. El esfuerzo intelectual necesario es mucho menor que el requerido para llevar al hombre a la luna”.

Juan Pablo II reconoció la excelencia del Dr. Lejeune nombrándolo Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, el 26 de febrero de 1994, pero murió el 3 de abril del mismo año, un Domingo de Pascua. Con motivo de su muerte, Juan Pablo II escribió al Cardenal Lustinger de Paris diciendo: “En su condición de científico y biólogo era una apasionado de la vida. Llegó a ser el más grande defensor de la vida, especialmente de la vida de los por nacer, tan amenazada en la sociedad contemporánea, de modo que se puede pensar en que es una amenaza programada. Lejeune asumió plenamente la particular responsabilidad del científico, dispuesto a ser signo de contradicción, sin hacer caso a las presiones de la sociedad permisiva y al ostracismo del que era víctima”.

Con base en estos hechos contundentes de su vida, en la XIII Asamblea General de la Pontificia Academia para la vida que se llevó a cabo el 25 de febrero pasado, se anunció la apertura de la causa de beatificación de Jerome Lejeune. Es muy significativo, que el proceso comience justo en plena campaña electoral francesa, dado el empeño del Papa Benedicto XVI de recristianizar Europa, es congruente al proponer como modelo de vida a Francia y a Europa entera a un europeo destacado, renombrado y modelo de cristiano y de laico.

En estos días en que se está viviendo con particular intensidad el debate sobre el tema de la vida, es importante recordar a quien fue el padre de la genética y uno de los grandes científicos del Siglo XX. Hoy sus palabras, su contundencia al demostrar que existe vida humana en el preciso momento de la concepción deben alumbrar el camino para tomar la mejor decisión en torno a la legislación en cualquier nación.

Que no quede duda, el padre de la genética afirma contundente e inequívocamente dadas las evidencias, que abortar es quitarle la vida a un ser humano, dicho en palabras más claras, es matar. Éticamente es lo mismo matar a un ser humano de 1 dia, de 5 años o de 99 años… es una VIDA HUMANA. 

Rosa Martha Abascal

Artículo original en catholic.net

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Recuerdos del científico Jérôme Lejeune, defensor de la vida

Vídeo del programa Compromiso del Laico, que incluye una entrevista con la Lic. Mónica del Río, en la que rememora la vida del ya Venerable Jérôme Lejeune.

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Vídeos con apuntes de su vida 

En cada uno de estos dos vídeos se presenta un resumen de la persona y vida de este gran científico.

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Una bella leyenda

Una bella leyenda

Existe en Noruega una bella leyenda.

Una mañana muy de mañana, el ángel vigilante nocturno del paraíso se presentó delante del trono de Dios y pidió permiso para hablar.

—¿Ocurre alguna novedad? —le dijo el Altísimo.

—Señor, contestó el ángel, un grupo de santos se ha levantado iracundo de sus tronos, ha arrojado violentamente la corona que llevaban en la cabeza y, en actitud de protesta, se han ido al confín del paraíso.

—¿De qué protestan?

—Dicen que un alma santa se la ha sepultado en el infierno.

—Veamos, dijo el Señor.

Se levantó el Señor y, precedido del ángel, cruzó, con asombro de los bienaventurados, todas las estancias celestiales hasta llegar al confín del cielo, desde cuyo brocal se atisbaba, en el fondo tenebroso el lugar horrible donde sufren eternamente los condenados. Junto al brocal estaban los santos en actitud de protesta y rebeldía. Preguntó el Señor la causa de su conducta. Por todos habló uno, repitiendo exactamente las palabras del ángel.

—Bien —dijo el Señor, por una vez hagamos una excepción.

El Señor dio orden al ángel de que bajara al infierno y rescatara al «alma santa». Se lanzó el ángel al abismo, abrió sus alas y fue descendiento lenta y majestuosamente. A medida que descendía se iluminaban las regiones oscuras. Por fin se llegó a ver claramente el fondo mismo de la sima donde los proscritos se agitaban entre dolores horrendos.

Al ver el ángel, comprendieron que se trataba de rescatar a alguno, y todos pugnaban por ser los afortunados.

Planeó el ángel sobre aquel agitado e inmenso mar de cabezas hasta que descubrió la persona que buscaba. Con rápido movimiento la tomó por la cintura y la sacó de la muchedumbre de los atormentados. A pesar de la rapidez de su acción, no pudo evitar el ángel que otras almas se agarraran al alma privilegiada y en racimo surgieran todas hacia la altura del paraíso.

La persona elegido no vio con buenos ojos que otras participasen de su ventura. Y se agitaba violentamente, obligando a las otras almas a caer de nuevo una a una en el abismo. Ya estaba el ángel cerca del brocal desde donde le contemplaban los santos rebeldes. Sólo un alma había logrado continuar asida el alma santa. Pero en un movimiento más violento de ésta obligó a aquella desgraciada a desprenderse también y a caer en el infierno danto horribles alaridos. Mas, en el instante en que la última alma se desprendió de la que había de ser favorita el ángel alzó su brazo y dejó que aquella «alma santa» cayera de nuevo en la mansión del dolor.

Los santos que contemplaban la escena quedaron espantados. Se volvieron al Señor, el cual, clavando en ellos una durísima mirada, les dijo con voz severa: «Un juicio sin misericordia para aquellos que no saben tener misericordia».

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Noticias Cristianas: «Historias para amar al prójimo. Historia, n.º 8»

Historias para amar, páginas 88-90

Zaqueo un «pez gordo»

Zaqueo un «pez gordo»

Lucas 19,1-10. Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario. Zaqueo le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento.

En aquel tiempo Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Sab 11, 22; 12, 2

Salmo: Sal 144, 1-2.8-11

Segunda lectura: 2 Tes 1, 11; 2, 2

Oración introductoria

Señor, Tú dijiste que habías venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Jesús, yo soy uno de ésos. Sin Ti, nada puedo, estoy perdido. Ven, Señor, que esta oración renueve en mí todo lo que está decaído, corrija todo aquello que necesito cambiar, transforme lo que haya en mi vida que no sea conforme a tu Evangelio.

Petición

Jesús, dame la astucia para saber buscarte y la generosidad para poder imitar a Zaqueo, que supo corresponder a tu amor al poner sus bienes a tu servicio.

Meditación del Santo Padre Francisco

Luego viene un segundo momento: la fiesta. El Señor hace fiesta con los pecadores. Se celebra la misericordia de Dios, que cambia la vida. Después de estos dos momentos, el estupor del encuentro y la fiesta, viene el trabajo diario, el anuncio del evangelio. Este trabajo debe ser alimentado con el recuerdo de aquel primer encuentro, de aquella fiesta. Y esto no es un momento, es un tiempo: hasta el final de la vida. La memoria. ¿Memoria de qué? ¡De aquellos hechos! ¡De ese encuentro con Jesús que cambió mi vida! ¡Cuando tuvo misericordia! Que ha sido muy bueno conmigo y también me dijo: «¡Invita a tus amigos pecadores, para que hagamos fiesta!». Ese recuerdo le da fuerza a Zaqueo para seguir adelante. «¡El Señor me ha cambiado la vida! ¡Me encontré con el Señor!». Recordar siempre. Es como soplar sobre las brasas de aquella memoria, ¿verdad? Soplar para mantener el fuego, siempre.

Santo Padre Francisco, 5 de julio de 2013

Reflexión

Hoy aparece en escena un personaje impresionante. Y no precisamente por su estatura, pues era un hombre muy bajito. Pero era jefe de publicanos y un famoso recaudador de impuestos. Ya sabemos quiénes y qué reputación tenían los publicanos en los tiempos de Jesús. Eran colaboracionistas del régimen opresor. Y, por tanto, eran considerados como traidores y enemigos de Israel, pues se encargaban de sacar el dinero a la gente para entregarlo al invasor: al César y a los odiosos romanos. Pero, además, éste es como solemos decir— «un pez gordo». Casi casi como un «padrino» de publicanos. Era obvio, pues, que el pueblo judío lo despreciara.

Sin embargo, tiene la curiosidad de un niño y no duda en encaramarse en una higuera del camino por donde iba a pasar Jesús. A pesar de su aparente o supuesta maldad, todavía le queda algo de esa sana ingenuidad y sencillez que se necesita para creer. Sabe prescindir de su categoría y de su condición social, y no teme hacer el ridículo con tal de ver a Jesús. En el fondo, parece no es tan malo, pues está dispuesto a ver y a hablar a Jesús, si le es posible, sin importarle la opinión de los demás. Este jefe de publicanos se llamaba Zaqueo.

Nuestro Señor, que con su fina observación ya se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor, quiso recompensar con largueza aquel gesto de interés de ese hombrecillo. Jesús se detiene a saludarlo por el camino. Pero no sólo. Él mismo se autoinvita a comer a su casa: «Baja pronto, Zaqueo le dice el Señor— porque hoy tengo que hospedarme en tu casa». Tener amistad con un personaje tan poco prestigioso no acarrarearía buena fama a nuestro Señor. Pero Jesús nunca se preocupó de los comentarios de la gente, y menos cuando se trataba de salvar a las almas para llevarlas a Dios.

Es curioso el lenguaje que usa nuestro Señor: «Hoy tengo que hospedarme en tu casa». Como si se tratara de una obligación. En todo caso, era un deber de su amor redentor. Aquel día Jesús entraría a la casa de Zaqueo porque había sonado para él la hora de la salvación.

«Te compadeces de todos porque todo lo puedes nos dice el libro de la Sabiduría—; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (Sab 11, 24-27). Estas palabras están tomadas de la primera lectura de este domingo. Pero, además, es uno de los textos que usa la Iglesia el miércoles de Ceniza para invitar a todos los cristianos a la conversión y al acercamiento a Dios a través de los sacramentos.

Zaqueo nos refiere el evangelista— bajó enseguida del árbol y lo recibió muy contento en su casa. Tenía fama de pecador público, pero, en el fondo de su corazón, era mucho mejor que tantos fariseos, que se sentían «perfectos». Al menos, este Zaqueo, como tantos otros publicanos y pecadores, tenía la sencillez de corazón suficiente para acoger a Jesús sin prevenciones y espíritu crítico como lo hacían muchos de los fariseos y saduceos— y tenía las disposiciones interiores necesarias para recibir la salvación que Jesús le traía.

Por eso, nuestro Señor pronunció aquellas palabras tan fuertes contra los dirigentes religiosos de Israel: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, guías ciegos, que no entráis vosotros en el Reino de los cielos, y que impedís entrar a los que querrían hacerlo!» (Mt 23,13). Y en otra ocasión pronunció esta dura sentencia: «Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos» porque, a pesar de sus muchos pecados, ellos sí supieron acoger con humildad el mensaje y la salvación de Jesús, cosa que aquéllos no hicieron.

Y, lo más hermoso de todo, es ver la actitud tan sincera de Zaqueo, que le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento. Puesto en pie, como para dar mayor solemnidad a su promesa, le dice a Jesús: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». De verdad que ha sonado la hora de la salvación para este hombre, como nuestro Señor le confirma: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también éste es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».

Ésta es siempre la actitud de nuestro Señor. Ésa es su misión. Para eso se encarnó y se hizo hombre, y para eso vino al mundo: para perdonar y no para juzgar; para salvar y no para condenar. Por eso era siempre comprensivo e infinitamente misericordioso con todos, especialmente con los extraviados. Ninguno de nosotros podemos dudar, pues, del amor y del perdón que Jesús nos concede en el sacramento de la penitencia.

Propósito

¡Qué dicha y qué consuelo saber que contamos con un Redentor de tanta bondad y misericordia! Y los sacerdotes son sus representantes e intermediarios para darnos la salvación que Dios nos ofrece. Ojalá que, a partir de hoy, acudamos con más confianza al sacramento de la reconciliación, en donde Jesús nos espera con los brazos abiertos para acogernos y «cenar con nosotros», como lo hizo aquel hermoso día con Zaqueo.


Catequesis de Benedicto XVI sobre la «Solemnidad de Todos los Santos»

Catequesis de Benedicto XVI sobre la «Solemnidad de Todos los Santos»

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia para elevar la mirada de las realidades terrenas, marcadas por el tiempo, a la dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. La liturgia nos recuerda hoy que la santidad es la vocación originaria de todo bautizado (cf. Lumen gentium, 40). En efecto, Cristo, que con el Padre y con el Espíritu es el único Santo (cf. Ap 15, 4), amó a la Iglesia como a su esposa y se entregó por ella con el fin de santificarla (cf. Ef 5, 25-26). Por esta razón, todos los miembros del pueblo de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol san Pablo: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4, 3). Así pues, se nos invita a mirar a la Iglesia no sólo en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo la ha querido, es decir, como «comunión de los santos» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 946). En el Credo profesamos la Iglesia «santa», santa en cuanto que es el Cuerpo de Cristo, es instrumento de participación en los santos Misterios —en primer lugar, la Eucaristía— y familia de los santos, a cuya protección se nos encomienda en el día del Bautismo. Hoy veneramos precisamente a esta innumerable comunidad de Todos los Santos, los cuales, a través de sus diferentes itinerarios de vida, nos indican diversos caminos de santidad, unidos por un único denominador: seguir a Cristo y configurarse con él, fin último de nuestra historia humana. De hecho, todos los estados de vida pueden llegar a ser, con la acción de la gracia y con el esfuerzo y la perseverancia de cada uno, caminos de santificación.

La conmemoración de los fieles difuntos, a la que se dedica el día 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado, y a todas las almas que están en camino hacia la plenitud de la vida, precisamente en el horizonte de la Iglesia celestial, a la que la solemnidad de hoy nos ha elevado. Ya desde los primeros tiempos de la fe cristiana, la Iglesia terrena, reconociendo la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ha cultivado con gran piedad la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios por ellos. Nuestra oración por los muertos es, por tanto, no sólo útil sino también necesaria, porque no sólo les puede ayudar, sino que al mismo tiempo hace eficaz su intercesión en favor nuestro (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 958). También la visita a los cementerios, a la vez que conserva los vínculos de afecto con quienes nos han amado en esta vida, nos recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte.

Por eso, el llanto debido a la separación terrena no ha de prevalecer sobre la certeza de la resurrección, sobre la esperanza de llegar a la bienaventuranza de la eternidad, «momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad» (Spe salvi, 12). En efecto, el objeto de nuestra esperanza consiste en gozar en la presencia de Dios en la eternidad. Lo prometió Jesús a sus discípulos, diciendo: «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16, 22).

A la Virgen María, Reina de todos los santos, encomendamos nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos para nuestros hermanos y hermanas difuntos su maternal intercesión.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Solemnidad de Todos los Santos, Ángelus del martes, 1 de noviembre de 2011

Jesús de Nazaret – Película online

Jesús de Nazaret – Película online

Magistralmente dirigida por Franco Zeffirelli y talentosamente interpretada por Robert Powell, esta miniserie para la televisión es uno de los mejores materiales audiovisuales acerca de la vida de Jesús. Filmada como si se hubiera tratado de un largometraje de elevado presupuesto, esta miniserie épica es una deslumbrante y majestuosa combinación de intensa narración y extraordinaria precisión religiosa e histórica aclamada por la crítica y el público internacionalmente. Lo anterior se refleja en la gran aceptación que esta producción ha tenido mundialmente habiendo sido vista por más de medio millón de personas desde su estreno.

El talento de Zeffirelli daría como resultado lo que muchos han llamado «la mejor producción acerca de la vida de Cristo de todos los tiempos» apoyada por un elenco de actores y actrices aclamados, cuya fortaleza era su habilidad de actuación y no su condición de celebridades, y una poderosa banda sonora compuesta por Maurice Jarre, esta miniserie ha dado a conocer detalladamente la historia de El Hijo del Hombre, su nacimiento, su pasión, su bautismo, su vida, sus seguidores, sus enemigos y su legado a la humanidad.

Aunque muchas otras superproducciones acerca de la vida de Cristo tienen grandes momentos, Jesús de Nazareth las supera a todas, ya que presenta un cuadro humano de los personajes asociados al protagonista desarrollándolos con profundidad mediante la inteligente presentación de tramas paralelas que contribuyen a fortalecer la historia y darle credibilidad.

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Sinopsis original del portal web Instituto Politécnico Cristo Rey, en el que también podéis descargaros una dinámica de catequesis que trabaja esta misma producción audiovisual.

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Jesús de Nazaret – Parte 1

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Jesús de Nazaret – Parte 2

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Jesús de Nazaret – Parte 3

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Jesús de Nazaret – Parte 4

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Jesús de Nazaret – Ficha de la película

Título original: Jesus of Nazareth

Año: 1977

Duración: 371 min.

Director: Franco Zeffirelli

Guión: Suso Cecchi d’Amico, Franco Zeffirelli, Anthony Burgess

Música: Maurice Jarre

Fotografía: Armando Nannuzzi & David Watkin

Reparto: Robert Powell, Anne Bancroft, James Mason, Rod Steiger, Michael York, Peter Ustinov, Anthony Quinn, Laurence Olivier, Claudia Cardinale, James Earl Jones, Stacy Keach, Donald Pleasence, Fernando Rey, Christopher Plummer, Ralph Richardson, Cyril Cusack.

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