Documental «Revolución en Río»

Documental «Revolución en Río»

Benedicto les convocó… y acudieron más de 3 millones. Francisco les habló… y les revolucionó.

Este vídeo revive la increíble Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro. Allí se reunió una multitud de jóvenes eufóricos en la playa de Copacabana. Seducidos por Cristo, cantan, bailan, adoran… y apuestan por la revolución del amor.

Muchos llegaron como peregrinos y se fueron como misioneros. ¿Qué tendrá este Papa? Anunció una nueva primavera cristiana en todo el mundo y ya pudo ver las primicias de esta siembra…

¡Acude gratuitamente a su estreno! Reserva los tickes y recíbelos en tu correo electrónico listos para imprimir.

El estreno es el domingo, 6 de octubre a las 12:00 horas en el Cine Palafox (Calle de Luchana, 15, 28010 – Madrid, España).

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Revolución en Río – Trailer

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«Revolución en Rio» – Sinopsis

«Revolución en Rio» - SinopsisUn documental que deja huella. Las escenas más impresionantes de la Jornada Mundial de la Juventud 2013. El sensacional ambiente de los 3 millones de peregrinos que acudieron a Río de Janeiro desde más de 187 países distintos atraídos por una persona en una playa.

Descubrirás testimonios impactantes, emotivos encuentros con el Papa Francisco. Es más que un espectáculo. Es un fenómeno social y espiritual, algo nunca visto.

En este documental encontrarás el mensaje claro y cálido del Papa resumido en cada uno de sus actos: en el santuario mariano más grande del mundo, Nuestra Señora Aparecida; con los pobres en la Favela de Varginha; en la catedral de Sao Sebastiao con un multitudionario grupo de jóvenes argentinos; en la playa de Copacabana durante el rezo del Vía Crucis; en la emocionante Misa de Envío…

Revive instantes inolvidables con las palabras del Papa de  «Hagan lío», el lío de la alegría, el lío de la evangelización, del compromiso y de llevar a Cristo a todas las personas.

En el film no faltan momentos de «suspense», fiesta, arte y dramatismo, bien apoyados en la banda sonora y salpicados con entrevistas de jóvenes in situ.

La JMJ 2013 fue un éxito colosal, un partido ganado por goleada por el Papa futbolero, si se cuentan como goles los cambios de los corazones, las decisiones de retorno o de entrega a Dios.

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«Revolución en Rio» - Ficha técnica«Revolución en Rio» – Ficha técnica

Título: Revolución en Río

Genero: Documental

Formato: HD

Productora: Goya Producciones

Duración: 55 min aprox.

Idiomas: español

Público: Recomendado para todos los públicos

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Para obtener invitaciones al estreno

Para reservar o adquirir el DVD

La venta en librerías comenzará a partir del 8 de octubre

Para más información, contactar con Goya producciones

prensa@goyaproducciones.es

+ 34 915 483 875


Dinámica sobre san Francisco de Asís

Dinámica sobre san Francisco de Asís

Esta sencilla dinámica, adecuada para los niños que se preparan para la Primera Comunión, está basada en una experiencia vital de la autora. Mary Torres que en ese momento cursaba el cuarto grado de escuela elemental— y sus compañeros estaban realizando una actividad para celebrar san Valentín. En esa misma clase, su maestra les estaba hablando sobre san Francisco de Asís y les propuso realizar un mural en el que cada corazón de cartulina que ella entregara llevaría insertado en su interior un dibujo ilustrado por los pequeños. Los dibujos debían estar basados en la expresión: «Los niños podemos expresar nuestro amor cuidando la naturaleza tal y como hizo san Francisco de Asís».

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Explora

Escoge entre las siguientes motivaciones:


Motivación 1

Puedes compartir con tus estudiantes los siguientes artículos con datos referentes a san Francisco.


Motivación 2

Hacer una «cajita sorpresa» y colocar papelitos con datos claves sobre la vida del santo. Cada niño escogerá al azar y lo leerá.

En estos enlaces encontrarás fácilmente datos clave sobre san Francisco de Asís:


Conceptualiza

La discusión se puede basar en lo siguiente:

  • Completar detalles relevantes de la vida de san Francisco de Asís.
  • Identificar acciones tomadas por el santo que son ejemplo de amor.
  • Dar ejemplos de acciones positivas que podemos realizar y en las que el amor sea la motivación.


Aplica

Realiza un mural en el que muestres tu amor cuidando la naturaleza tomando como ejemplo a San Francisco de Asís.

Dobla una cartulina roja de modo que obtengas cuatro partes. Recórtalas. Traza un corazón y recórtalo.

En una hoja en blanco puedes trazar un corazón más pequeño o un cuadrado que quepa en el interior del corazón rojo (podéis utilizar e imprimir el corazón que os ofrecemos) . Otra variación lo puede ser la hoja de trabajo que incluye este artículo. Puedes colorear el corazón rojo y el recuadro te servirá de plantilla para realizar el dibujo.

Plantilla para imprimir

Cada niño puede hacer su dibujo dentro del recuadro

Dinámica sobre san Francisco de Asís

En el recuadro u hoja de papel blanco realizarás el teniendo presente el siguiente pensamiento: «Los niños podemos expresar nuestro amor cuidando la naturaleza tal y como lo hizo san Francisco». Puedes hacer un dibujo del elemento con el que más te identifiques: fauna, vegetación, etc. Incluso lo puedes acompañar de con algún pensamiento de tu inspiración.


Cierre

Despliega los trabajos a modo de mural en un lugar visible, preferiblemente la pared. Puedes hacerlo en forma rectangular pero de ser posible trata de recrear un corazón gigante usando los hechos por los niños y coloca como título: «Los niños podemos expresar nuestro amor cuidando la naturaleza tal y como lo hizo san Francisco».

Variación: Crea un cielo usando el techo. Realiza nubes del tamaño de una hoja de papel legal, las podrías rellenar o bordear con algodón. Desde ellas puedes colgar los corazones con un listón azul de modo que recrees una lluvia de amor. En la parte trasera del corazón puedes escribir el nombre del estudiante.

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Material complementario


Audiovisual de san Francisco de Asís

Vídeo de animación «Francisco: el caballero de Asís» de la vida de san Francisco de Asís, de Convicción TV.



Canción «Hazme un instrumento de tu paz»

Oración de san Francisco de Asís cantada por el coro Infantil y Juvenil «Cajita de Música».



Letra de la canción «Hazme un instrumento de tu paz»

Hazme un instrumento de tu paz:

donde haya odio, lleve yo tu amor;

donde haya injuria, tu perdón, Señor;

donde haya duda, fe en ti.

Hazme un instrumento de tu paz:

que lleve tu esperanza por doquier;

donde haya oscuridad, lleve tu luz;

donde haya pena, tu gozo, Señor.

Maestro, ayúdame a nunca buscar

querer ser consolado, como consolar;

ser entendido, como entender;

ser amado, como yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz:

es perdonando que nos das perdón;

es dando a todos que tú nos das;

muriendo es que volvemos a nacer.

Maestro, ayúdame a nunca buscar

querer ser consolado, como consolar;

ser entendido, como entender;

ser amado, como yo amar.

Hazme un instrumento de tu paz.

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Fuente original: Evangelización católica

 

Catequesis sobre las Órdenes Mendicantes

Catequesis sobre las Órdenes Mendicantes

Al inicio del nuevo año miremos la historia del cristianismo, para ver cómo se desarrolla una historia y cómo puede renovarse. En ella podemos ver que los santos, guiados por la luz de Dios, son los auténticos reformadores de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Maestros con la palabra y testigos con el ejemplo, saben promover una renovación eclesial estable y profunda, porque ellos mismos están profundamente renovados, están en contacto con la verdadera novedad: la presencia de Dios en el mundo.

Esta consoladora realidad, o sea, que en cada generación nacen santos y traen la creatividad de la renovación, acompaña constantemente la historia de la Iglesia en medio de las tristezas y los aspectos negativos de su camino. De hecho, vemos cómo siglo a siglo nacen también las fuerzas de la reforma y de la renovación, porque la novedad de Dios es inexorable y da siempre nueva fuerza para seguir adelante.

Así sucedió también en el siglo XIII con el nacimiento y el extraordinario desarrollo de las Órdenes Mendicantes: un modelo de gran renovación en una nueva época histórica. Se las llamó así por su característica de «mendigar», es decir, de recurrir humildemente al apoyo económico de la gente para vivir el voto de pobreza y cumplir su misión evangelizadora. De las Órdenes Mendicantes que surgieron en ese periodo las más conocidas e importantes son los Frailes Menores y los Frailes Predicadores, conocidos como Franciscanos y Dominicos. Se les llama así por el nombre de sus fundadores, san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, respectivamente. Estos dos grandes santos tuvieron la capacidad de leer con inteligencia «los signos de los tiempos», intuyendo los desafíos que debía afrontar la Iglesia de su época.

Un primer desafío era la expansión de varios grupos y movimientos de fieles que, a pesar de estar impulsados por un legítimo deseo de auténtica vida cristiana, se situaban a menudo fuera de la comunión eclesial. Estaban en profunda oposición a la Iglesia rica y hermosa que se había desarrollado precisamente con el florecimiento del monaquismo. En recientes catequesis hablé de la comunidad monástica de Cluny, que había atraído a numerosos jóvenes y, por tanto, fuerzas vitales, como también bienes y riquezas. Así se había desarrollado, lógicamente, en un primer momento, una Iglesia rica en propiedades y también inmóvil. Contra esta Iglesia se contrapuso la idea de que Cristo vino a la tierra pobre y que la verdadera Iglesia debería ser precisamente la Iglesia de los pobres; así el deseo de una verdadera autenticidad cristiana se opuso a la realidad de la Iglesia empírica. Se trata de los movimientos llamados «pauperísticos» de la Edad Media, los cuales criticaban ásperamente el modo de vivir de los sacerdotes y de los monjes de aquel tiempo, acusados de haber traicionado el Evangelio y de no practicar la pobreza como los primeros cristianos, y estos movimientos contrapusieron al ministerio de los obispos una auténtica «jerarquía paralela». Además, para justificar sus propias opciones, difundieron doctrinas incompatibles con la fe católica. Por ejemplo, el movimiento de los cátaros o albigenses volvió a proponer antiguas herejías, como la devaluación y el desprecio del mundo material la oposición contra la riqueza se convierte rápidamente en oposición contra la realidad material en cuanto tal, la negación de la voluntad libre y después el dualismo, la existencia de un segundo principio del mal equiparado a Dios. Estos movimientos tuvieron éxito, especialmente en Francia y en Italia, no sólo por su sólida organización, sino también porque denunciaban un desorden real en la Iglesia, causado por el comportamiento poco ejemplar de varios representantes del clero.

Los Franciscanos y los Dominicos, en la estela de sus fundadores, mostraron en cambio que era posible vivir la pobreza evangélica, la verdad del Evangelio como tal, sin separarse de la Iglesia; mostraron que la Iglesia sigue siendo el lugar verdadero, auténtico, del Evangelio y de la Escritura. Más aún, santo Domingo y san Francisco sacaron la fuerza de su testimonio precisamente de su íntima comunión con la Iglesia y con el Papado. Con una elección totalmente original en la historia de la vida consagrada, los miembros de estas Órdenes no sólo renunciaban a la posesión de bienes personales, como hacían los monjes desde la antigüedad, sino que ni siquiera querían que se pusieran a nombre de la comunidad terrenos y bienes inmuebles. Así pretendían dar testimonio de una vida extremadamente sobria, para ser solidarios con los pobres y confiar únicamente en la Providencia, vivir cada día de la Providencia, de la confianza de ponerse en las manos de Dios. Este estilo personal y comunitario de las Órdenes Mendicantes, unido a la total adhesión a las enseñanzas de la Iglesia y a su autoridad, fue muy apreciado por los Pontífices de la época, como Inocencio III y Honorio III, que apoyaron plenamente estas nuevas experiencias eclesiales, reconociendo en ellas la voz del Espíritu. Y no faltaron los frutos: los grupos «pauperísticos» que se habían separado de la Iglesia volvieron a la comunión eclesial o lentamente se redujeron hasta desaparecer. También hoy, a pesar de vivir en una sociedad en la que a menudo prevalece el «tener» sobre el «ser», la gente es muy sensible a los ejemplos de pobreza y solidaridad que dan los creyentes con opciones valientes. En nuestros días tampoco faltan iniciativas similares: los movimientos, que parten realmente de la novedad del Evangelio y lo viven con radicalidad en la actualidad, poniéndose en las manos de Dios, para servir al prójimo. El mundo, como recordaba Pablo VI en la Evangelii nuntiandi, escucha de buen grado a los maestros, cuando son también testigos. Esta es una lección que no hay que olvidar nunca en la obra de difusión del Evangelio: ser los primeros en vivir aquello que se anuncia, ser espejo de la caridad divina.

Franciscanos y Dominicos fueron testigos, pero también maestros. De hecho, otra exigencia generalizada en su época era la de la instrucción religiosa. No pocos fieles laicos, que vivían en las ciudades en vías de gran expansión, deseaban practicar una vida cristiana espiritualmente intensa. Por tanto, trataban de profundizar en el conocimiento de la fe y de ser guiados en el arduo pero entusiasmante camino de la santidad. Las Órdenes Mendicantes supieron felizmente salir al encuentro también de esta necesidad: el anuncio del Evangelio en la sencillez y en su profundidad y grandeza era un objetivo, quizás el objetivo principal, de este movimiento. En efecto, se dedicaron con gran celo a la predicación. Eran muy numerosos los fieles —a menudo auténticas multitudes— que se reunían en las iglesias y en lugares al aire libre para escuchar a los predicadores, como san Antonio, por ejemplo. Se trataban temas cercanos a la vida de la gente, sobre todo la práctica de las virtudes teologales y morales, con ejemplos concretos, fácilmente comprensibles. Además, se enseñaban formas para alimentar la vida de oración y la piedad. Por ejemplo, los Franciscanos difundieron mucho la devoción a la humanidad de Cristo, con el compromiso de imitar al Señor. No sorprende entonces que fueran numerosos los fieles, mujeres y hombres, que elegían ser acompañados en el camino cristiano por frailes Franciscanos y Dominicos, directores espirituales y confesores buscados y apreciados. Nacieron así asociaciones de fieles laicos que se inspiraban en la espiritualidad de san Francisco y santo Domingo, adaptada a su estado de vida. Se trata de la Orden Tercera, tanto franciscana como dominicana. En otras palabras, la propuesta de una «santidad laical» conquistó a muchas personas. Como recordó el concilio ecuménico Vaticano II, la llamada a la santidad no está reservada a algunos, sino que es universal (cf. Lumen gentium, 40). En todos los estados de vida, según las exigencias de cada uno de ellos, es posible vivir el Evangelio. También hoy cada cristiano debe tender a la «medida alta de la vida cristiana», sea cual sea el estado de vida al que pertenezca.

Así la importancia de las Órdenes Mendicantes creció tanto en la Edad Media que instituciones laicales como las organizaciones de trabajo, las antiguas corporaciones y las propias autoridades civiles, recurrían a menudo a la consulta espiritual de los miembros de estas Órdenes para la redacción de sus reglamentos y, a veces, para solucionar sus conflictos internos y externos. Los Franciscanos y los Dominicos se convirtieron en los animadores espirituales de la ciudad medieval. Con gran intuición, pusieron en marcha una estrategia pastoral adaptada a las transformaciones de la sociedad. Dado que muchas personas se trasladaban del campo a las ciudades, ya no colocaron sus conventos en zonas rurales, sino en las urbanas. Además, para llevar a cabo su actividad en beneficio de las almas, era necesario trasladarse según las exigencias pastorales. Con otra decisión totalmente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir otra forma. Frailes Menores y Predicadores viajaban de un lugar a otro, con fervor misionero. En consecuencia, se dieron una organización distinta respecto a la de la mayor parte de las Órdenes monásticas. En lugar de la tradicional autonomía de la que gozaba cada monasterio, dieron mayor importancia a la Orden en cuanto tal y al superior general, como también a la estructura de las provincias. Así los mendicantes estaban más disponibles para las exigencias de la Iglesia universal. Esta flexibilidad hizo posible el envío de los frailes más adecuados para el desarrollo de misiones específicas, y las Órdenes Mendicantes llegaron al norte de África, a Oriente Medio y al norte de Europa. Con esta flexibilidad se renovó el dinamismo misionero.

Otro gran desafío eran las transformaciones culturales que estaban teniendo lugar en ese periodo. Nuevas cuestiones avivaban el debate en las universidades, que nacieron a finales del siglo xii. Frailes Menores y Predicadores no dudaron en asumir también esta tarea y, como estudiantes y profesores, entraron en las universidades más famosas de su tiempo, erigieron centros de estudio, produjeron textos de gran valor, dieron vida a auténticas escuelas de pensamiento, fueron protagonistas de la teología escolástica en su mejor período e influyeron significativamente en el desarrollo del pensamiento. Los más grandes pensadores, santo Tomás de Aquino y san Buenaventura, eran mendicantes, trabajando precisamente con este dinamismo de la nueva evangelización, que renovó también la valentía del pensamiento, del diálogo entre razón y fe. También hoy hay una «caridad de la verdad y en la verdad», una «caridad intelectual» que ejercer, para iluminar las inteligencias y conjugar la fe con la cultura. El empeño puesto por los Franciscanos y los Dominicos en las universidades medievales es una invitación, queridos fieles, a hacerse presentes en los lugares de elaboración del saber, para proponer, con respeto y convicción, la luz del Evangelio sobre las cuestiones fundamentales que afectan al hombre, su dignidad, su destino eterno. Pensando en el papel de los Franciscanos y de los Dominicos en la Edad Media, en la renovación espiritual que suscitaron, en el soplo de vida nueva que infundieron en el mundo, un monje dijo: «En aquel tiempo el mundo envejecía. Pero en la Iglesia surgieron dos Órdenes, que renovaron su juventud, como la de un águila» (Burchard d’Ursperg, Chronicon).

Queridos hermanos y hermanas, precisamente al inicio de este año invoquemos al Espíritu Santo, eterna juventud de la Iglesia: que él haga que cada uno sienta la urgencia de dar un testimonio coherente y valiente del Evangelio, para que nunca falten santos, que hagan resplandecer a la Iglesia como esposa siempre pura y bella, sin mancha y sin arruga, capaz de atraer irresistiblemente el mundo hacia Cristo, hacia su salvación.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 13 de enero de 2010

Catequesis sobre san Francisco de Asís

Catequesis sobre san Francisco de Asís

Queridos hermanos y hermanas:

En una catequesis reciente ilustré ya el papel providencial que tuvieron la Orden de los Frailes Menores y la Orden de los Frailes Predicadores, fundadas respectivamente por san Francisco de Asís y por santo Domingo de Guzmán, en la renovación de la Iglesia de su tiempo.

Hoy quiero presentaros la figura de san Francisco, un auténtico «gigante» de la santidad, que sigue fascinando a numerosísimas personas de todas las edades y religiones.

«Nacióle un sol al mundo». Con estas palabras, el sumo poeta italiano Dante Alighieri alude en la Divina Comedia (Paraíso, Canto XI) al nacimiento de Francisco, que tuvo lugar a finales de 1181 o a principios de 1182, en Asís. Francisco pertenecía a una familia rica —su padre era comerciante de telas— y vivió una adolescencia y una juventud despreocupadas, cultivando los ideales caballerescos de su tiempo. A los veinte años tomó parte en una campaña militar y lo hicieron prisionero. Enfermó y fue liberado. A su regreso a Asís, comenzó en él un lento proceso de conversión espiritual que lo llevó a abandonar gradualmente el estilo de vida mundano que había practicado hasta entonces. Se remontan a este período los célebres episodios del encuentro con el leproso, al cual Francisco, bajando de su caballo, dio el beso de la paz, y del mensaje del Crucifijo en la iglesita de San Damián. Cristo en la cruz tomó vida en tres ocasiones y le dijo: «Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas». Este simple acontecimiento de escuchar la Palabra del Señor en la iglesia de san Damián esconde un simbolismo profundo. En su sentido inmediato san Francisco es llamado a reparar esta iglesita, pero el estado ruinoso de este edificio es símbolo de la situación dramática e inquietante de la Iglesia en aquel tiempo, con una fe superficial que no conforma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que conlleva también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos heréticos. Sin embargo, en el centro de esta Iglesia en ruinas está el Crucifijo y habla: llama a la renovación, llama a Francisco a un trabajo manual para reparar concretamente la iglesita de san Damián, símbolo de la llamada más profunda a renovar la Iglesia de Cristo, con su radicalidad de fe y con su entusiasmo de amor a Cristo. Este acontecimiento, que probablemente tuvo lugar en 1205, recuerda otro acontecimiento parecido que sucedió en 1207: el sueño del Papa Inocencio III, quien en sueños ve que la basílica de San Juan de Letrán, la iglesia madre de todas las iglesias, se está derrumbando y un religioso pequeño e insignificante sostiene con sus hombros la iglesia para que no se derrumbe. Es interesante observar, por una parte, que no es el Papa quien ayuda para que la iglesia no se derrumbe, sino un pequeño e insignificante religioso, que el Papa reconoce en Francisco cuando este lo visita. Inocencio III era un Papa poderoso, de gran cultura teológica y gran poder político; sin embargo, no es él quien renueva la Iglesia, sino el pequeño e insignificante religioso: es san Francisco, llamado por Dios. Pero, por otra parte, es importante observar que san Francisco no renueva la Iglesia sin el Papa o en contra de él, sino sólo en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los obispos, la Iglesia fundada en la sucesión de los Apóstoles y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en ese momento para renovar la Iglesia. En la unidad crece la verdadera renovación.

Volvamos a la vida de san Francisco. Puesto que su padre Bernardone le reprochaba su excesiva generosidad con los pobres, Francisco, ante el obispo de Asís, con un gesto simbólico se despojó de sus vestidos, indicando así que renunciaba a la herencia paterna: como en el momento de la creación, Francisco no tiene nada más que la vida que Dios le ha dado, a cuyas manos se entrega. Desde entonces vivió como un eremita, hasta que, en 1208, tuvo lugar otro acontecimiento fundamental en el itinerario de su conversión. Escuchando un pasaje del Evangelio de san Mateo —el discurso de Jesús a los Apóstoles enviados a la misión—, Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación. Otros compañeros se asociaron a él y en 1209 fue a Roma, para someter al Papa Inocencio III el proyecto de una nueva forma de vida cristiana. Recibió una acogida paterna de aquel gran Pontífice, que, iluminado por el Señor, intuyó el origen divino del movimiento suscitado por Francisco. El «Poverello» de Asís había comprendido que todo carisma que da el Espíritu Santo hay que ponerlo al servicio del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia; por lo tanto, actuó siempre en plena comunión con la autoridad eclesiástica. En la vida de los santos no existe contraste entre carisma profético y carisma de gobierno y, si se crea alguna tensión, saben esperar con paciencia los tiempos del Espíritu Santo.

En realidad, en el siglo XIX y también en el siglo pasado algunos historiadores intentaron crear detrás del Francisco de la tradición, lo que llamaban un Francisco histórico, de la misma manera que detrás del Jesús de los Evangelios se intenta crear lo que llaman el Jesús histórico. Ese Francisco histórico no habría sido un hombre de Iglesia, sino un hombre unido inmediatamente sólo a Cristo, un hombre que quería crear una renovación del pueblo de Dios, sin formas canónicas y sin jerarquía. La verdad es que san Francisco tuvo realmente una relación muy inmediata con Jesús y con la Palabra de Dios, que quería seguir sine glossa, tal como es, en toda su radicalidad y verdad. También es verdad que inicialmente no tenía la intención de crear una Orden con las formas canónicas necesarias, sino que, simplemente, con la Palabra de Dios y la presencia del Señor, quería renovar el pueblo de Dios, convocarlo de nuevo a escuchar la Palabra y a obedecer a Cristo. Además, sabía que Cristo nunca es «mío», sino que siempre es «nuestro»; que a Cristo no puedo tenerlo «yo» y reconstruir «yo» contra la Iglesia, su voluntad y sus enseñanzas; sino que sólo en la comunión de la Iglesia construida sobre la sucesión de los Apóstoles se renueva también la obediencia a la Palabra de Dios.

También es verdad que no tenía intención de crear una nueva Orden, sino solamente renovar el pueblo de Dios para el Señor que viene. Pero entendió con sufrimiento y con dolor que todo debe tener su orden, que también el derecho de la Iglesia es necesario para dar forma a la renovación y así en realidad se insertó totalmente, con el corazón, en la comunión de la Iglesia, con el Papa y con los obispos. Sabía asimismo que el centro de la Iglesia es la Eucaristía, donde el Cuerpo de Cristo y su Sangre se hacen presentes. A través del Sacerdocio, la Eucaristía es la Iglesia. Donde sacerdocio y Cristo y comunión de la Iglesia van juntos, sólo aquí habita también la Palabra de Dios. El verdadero Francisco histórico es el Francisco de la Iglesia y precisamente de este modo habla también a los no creyentes, a los creyentes de otras confesiones y religiones.

Francisco y sus frailes, cada vez más numerosos, se establecieron en «la Porziuncola», o iglesia de Santa María de los Ángeles, lugar sagrado por excelencia de la espiritualidad franciscana. También Clara, una joven de Asís, de familia noble, se unió a la escuela de Francisco. Así nació la Segunda Orden franciscana, la de las clarisas, otra experiencia destinada a dar insignes frutos de santidad en la Iglesia.

También el sucesor de Inocencio III, el Papa Honorio III, con su bula Cum dilecti de 1218 sostuvo el desarrollo singular de los primeros Frailes Menores, que iban abriendo sus misiones en distintos países de Europa, incluso en Marruecos. En 1219 Francisco obtuvo permiso para ir a Egipto a hablar con el sultán musulmán Melek-el-Kâmel, para predicar también allí el Evangelio de Jesús. Deseo subrayar este episodio de la vida de san Francisco, que tiene una gran actualidad. En una época en la cual existía un enfrentamiento entre el cristianismo y el islam, Francisco, armado voluntariamente sólo de su fe y de su mansedumbre personal, recorrió con eficacia el camino del diálogo. Las crónicas nos narran que el sultán musulmán le brindó una acogida benévola y un recibimiento cordial. Es un modelo en el que también hoy deberían inspirarse las relaciones entre cristianos y musulmanes: promover un diálogo en la verdad, en el respeto recíproco y en la comprensión mutua (cf. Nostra aetate, 3). Parece ser que después, en 1220, Francisco visitó la Tierra Santa, plantando así una semilla que daría mucho fruto: en efecto, sus hijos espirituales hicieron de los Lugares donde vivió Jesús un ámbito privilegiado de su misión. Hoy pienso con gratitud en los grandes méritos de la Custodia franciscana de Tierra Santa.

A su regreso a Italia, Francisco encomendó el gobierno de la Orden a su vicario, fray Pietro Cattani, mientras que el Papa encomendó la Orden, que recogía cada vez más adhesiones, a la protección del cardenal Ugolino, el futuro Sumo Pontífice Gregorio IX. Por su parte, el Fundador, completamente dedicado a la predicación, que llevaba a cabo con gran éxito, redactó una Regla, que fue aprobada más tarde por el Papa.

En 1224, en el eremitorio de la Verna, Francisco ve el Crucifijo en la forma de un serafín y en el encuentro con el serafín crucificado recibe los estigmas; así llega a ser uno con Cristo crucificado: un don, por lo tanto, que expresa su íntima identificación con el Señor.

La muerte de Francisco —su transitus— aconteció la tarde del 3 de octubre de 1226, en «la Porziuncola». Después de bendecir a sus hijos espirituales, murió, recostado sobre la tierra desnuda. Dos años más tarde el Papa Gregorio IX lo inscribió en el catálogo de los santos. Poco tiempo después, en Asís se construyó una gran basílica en su honor, que todavía hoy es meta de numerosísimos peregrinos, que pueden venerar la tumba del santo y gozar de la visión de los frescos de Giotto, el pintor que ilustró de modo magnífico la vida de Francisco.

Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado «el hermano de Jesús». De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales.

En Francisco el amor a Cristo se expresó de modo especial en la adoración del Santísimo Sacramento de la Eucaristía. En las Fuentes franciscanas se leen expresiones conmovedoras, como esta: 

«¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!». Francisco de Asís, Escritos, Editrici Francescane, Padua 2002, p. 401.

En este Año sacerdotal me complace recordar también una recomendación que Francisco dirigió a los sacerdotes: «Siempre que quieran celebrar la misa ofrezcan purificados, con pureza y reverencia, el verdadero sacrificio del santísimo Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo» (ib., 399). Francisco siempre mostraba una gran deferencia hacia los sacerdotes, y recomendaba que se les respetara siempre, incluso en el caso de que personalmente fueran poco dignos. Como motivación de este profundo respeto señalaba el hecho de que han recibido el don de consagrar la Eucaristía. Queridos hermanos en el sacerdocio, no olvidemos nunca esta enseñanza: la santidad de la Eucaristía nos pide ser puros, vivir de modo coherente con el Misterio que celebramos.

Del amor a Cristo nace el amor hacia las personas y también hacia todas las criaturas de Dios. Este es otro rasgo característico de la espiritualidad de Francisco: el sentido de la fraternidad universal y el amor a la creación, que le inspiró el célebre Cántico de las criaturas. Es un mensaje muy actual. Como recordé en mi reciente encíclica Caritas in veritate, sólo es sostenible un desarrollo que respete la creación y que no perjudique el medio ambiente (cf. nn. 48-52), y en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año subrayé que también la construcción de una paz sólida está vinculada al respeto de la creación. Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios.

Querido amigos, Francisco fue un gran santo y un hombre alegre. Su sencillez, su humildad, su fe, su amor a Cristo, su bondad con todo hombre y toda mujer lo hicieron alegre en cualquier situación. En efecto, entre la santidad y la alegría existe una relación íntima e indisoluble. Un escritor francés dijo que en el mundo sólo existe una tristeza: la de no ser santos, es decir, no estar cerca de Dios. Mirando el testimonio de san Francisco, comprendemos que el secreto de la verdadera felicidad es precisamente: llegar a ser santos, cercanos a Dios.

Que la Virgen, a la que Francisco amó tiernamente, nos obtenga este don. Nos encomendamos a ella con las mismas palabras del «Poverello» de Asís: 

«Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo entre las mujeres ninguna semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey sumo y Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros… ante tu santísimo Hijo amado, Señor y maestro». Francisco de Asís, Escritos, 163.

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 27 de enero de 2010


Las catequesis de Luis María Benavides

Las catequesis de Luis María Benavides

Catequesis en Familia ha tenido el inmenso honor de contar con la colaboración de Luis María Benavides, maestro de catequistas y de catequesis para niños.

En este artículo os indexamos todas sus catequesis. Es especialmente recomendable para catequistas.

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Luis María Benavides, nacido en Buenos Aires, Argentina, es laico, casado con Liliana. Catequista, maestro, director de escuela, licenciado en Relaciones Humanas y Públicas y formador de catequistas y agentes de pastoral. Integrante de la Junta Arquidiocesan de Buenos Aires, bajo la gestión del Cardenal Bergoglio, actual Papa Francisco. Ha dictado charlas, conferencias y cursos en distintas instituciones religiosas y diócesis de Hispanoamérica y Estados Unidos; formando en su trayectoria a más de 40.000 catequistas, docentes familias y agentes de pastoral. Sus obras han sido publicadas en Argentina, México, Brasil, España, Bélgica y Estados Unidos.


Las catequesis de Luis María Benavides

Los niños y la liturgia

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Primera columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Segunda columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Tercera columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Cuarta columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Quinta columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Sexta columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Séptima columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Octava columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Novena columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Décima columna

De la Serie «Los niños y la Liturgia» – Décimo primera columna

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Los niños y la oración

De la Serie «Iniciación en la oración» – Primera columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Segunda columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Tercera columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Cuarta columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Quinta columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Sexta columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Séptima columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Octava columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Novena columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Décima columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Décimo primera columna

De la Serie «Iniciación en la oración» – Décimo segunda columna

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Los niños y la Navidad

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Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides


Los ángeles custodios… ¿Quiénes son?

Los ángeles custodios… ¿Quiénes son?

«[…] invoquemos con confianza su ayuda, así como la protección de los ángeles custodios, cuya fiesta celebraremos dentro de algunos días, el 2 de octubre. La presencia invisible de estos espíritus bienaventurados nos es de gran ayuda y consuelo: caminan a nuestro lado y nos protegen en toda circunstancia, nos defienden de los peligros y podemos recurrir a ellos en cualquier momento. Muchos santos mantuvieron con los ángeles una relación de verdadera amistad, y son numerosos los episodios que testimonian su ayuda en ocasiones particulares. Como recuerda la carta a los Hebreos, los ángeles son enviados por Dios «a asistir a los que han de heredar la salvación» (Hb 1, 14), y, por tanto, son para nosotros un auxilio valioso durante nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial».

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Palabras de despedida el lunes 29 de septiembre de 2008

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¿Quiénes son los ángeles custodios?

Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma a este respecto San Jerónimo: «Grande es la dignidad de las almas cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia».

En el antiguo testamento se puede observar cómo Dios se sirve de sus ángeles para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando Elías fue alimentado por un ángel (1 Reyes 19, 5.)

En el nuevo testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que se ve la misión de los ángeles: el mensaje a José para que huyera a Egipto, la liberación de Pedro en la cárcel, los ángeles que sirvieron a Jesús después de las tentaciones en el desierto.

La misión de los ángeles custodios es acompañar a cada hombre en el camino por la vida, cuidarlo en la tierra de los peligros de alma y cuerpo, protegerlo del mal y guiarlo en el difícil camino para llegar al Cielo. Se puede decir que es un compañero de viaje que siempre está al lado de cada hombre, en las buenas y en las malas. No se separa de él ni un solo momento. Está con él mientras trabaja, mientras descansa, cuando se divierte, cuando reza, cuando le pide ayuda y cuando no se la pide. No se aparta de él ni siquiera cuando pierde la gracia de Dios por el pecado. Le prestará auxilio para enfrentarse con mejor ánimo a las dificultades de la vida diaria y a las tentaciones que se presentan en la vida.

Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como algo infantil, pero no debía ser así, pues si pensamos que la persona crece y que con este crecimiento se tendrá que enfrentar a una vida con mayores dificultades y tentaciones, el ángel custodio resulta de gran ayuda.

Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro. Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está cerquísima de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos. Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos y deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios conoce exactamente lo que hay dentro de nuestro corazón. Los ángeles sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.

También se les pueden pedir favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinado peligro o las guíen en una situación difícil.

El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.

Cuida tu fe

Actualmente se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden «angelitos» de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres. Hay que tener cuidado al comprar estos materiales, pues muchas veces dan a los ángeles atribuciones que no le corresponden y los elevan a un lugar de semi-dioses, los convierten en «amuletos» que hacen caer en la idolatría, o crean confusiones entre las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.

Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses. No son lo único que nos puede acercar a Dios ni podemos reducir toda la enseñanza de la Iglesia a éstos. No hay que olvidar los mandamientos de Dios, los mandamientos de la Iglesia, los sacramentos, la oración, y otros medios que nos ayudan a vivir cerca de Dios.

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Artículo original de Lucrecia Rego de Planas para el portal web Catholic.net


El rosario de un mártir

El rosario de un mártir

El jesuita P. Juan Ogilvia, padeció duros tormentos y la muerte misma por la fe de cristo, en Glasgow, el día 10 de marzo de 1615.

El crimen de que se le acusó, y por el cual fue condenado, consistía en haber enseñado públicamente la doctrina de la Iglesia que establece la diferencia entre los dos poderes, civil y religioso, y que la autoridad espiritual corresponde al Papa, puesto por Dios para gobernar las almas, y no al rey, que a la sazón era Jacobo I de Inglaterra.

Caminando hacia el cadalso, se le acercó un pastor protestante que le dirigió la palabra, dándole a entender con apacibles maneras la gran compasión que inspiraba su desgraciada suerte.

El P. Ogilvia, simulando tener algún miedo, le contestó en voz baja:

—Si dependiese de mí el morir o no morir… nada puedo hacer ya en el trance en que me veo. Me han declarado reo de alta traición y no tengo más remedio que morir.

—Traición, traición… —dijo el protestante; creed, no hay nada de eso; lo que habéis de hacer es abjurar del Papismo y todo se os perdonará y aun os colmarán de favores.

—¿Os burláis de mí? —dijo el Padre.

—No —replicó el pastor; —os hablo formalmente y en nombre de nuestro arzobispo, que me ha encargado os dijera que, si os pasabais a nuestra iglesia, os daría una buena prebenda.

En esto habían ya llegado al lugar del suplicio, el protestante le importunaba a que mirase por sí, pues tan fácil le era salvarse de la muerte; el jesuita le respondía que de buena gana vendría en ello, si así pudiese salvar también su honra.

—Pero ya os he dicho —decía el hereje— que seréis luego colmado de honores.

—Pues, entonces, decid en alta voz a los que están aquí presentes a este lúgubre espectáculo lo que me acabáis de decir en particular.

—No hay inconveniente; lo haré con gusto.

El jesuita, de pie sobre el cadalso, tendiendo su mano hacia la muchedumbre que en torno se rebullía, impuso silencio; callaron todos, y dijo el Padre en voz alta:

—Señores: escuchad la proposición que me hacen.

Y el ministro protestante dijo también en voz alta y con gran solemnidad:

—Prometo, en nombre de nuestro arzobispo, al doctor Ogilvia, que, si quiere y se resuelve a ser de los nuestros, obtendrá en galardón una rica prebenda.

—¿Lo oís todos —dijo el Padre— y estáis prontos a dar de ello fe cuando fuere necesario?

—Sí, lo hemos oído —clamó la multidud— y daremos testimonio. Bajad, Ogilvia, bajad de ese patíbulo.

Los católicos allí presentes se estremecieron de horror; los herejes batían palmas de triunfo, gozosos por la adquisición para su secta de un hombre tan señalado en saber y elocuencia.

—Entonces —replicó el P. Ogilvia— ¿ya no seré acusado de traición, ya no seré perseguido por traidor al rey?

—No, no; gritaron de todas partes.

—De manera que si estoy en este infame lugar, ¿es solo por defender la religión católica, y que mi único crimen es haber defendido la fe romana?

—Sí, si —exclamaron llenos de alegría. En tanto los católicos, con la cabeza baja, avergonzados y confusos, se disponían para retirarse por no ver la escena que temían.

El P. Ogilvia, con voz más fuerte, resplandeciente de júbilo, dijo en medio de un profundo silencio:

—He conseguido más de lo que deseaba: sólo muero por mi religión, por mi fe solamente, que por ella daría mil vidas, si mil vidas tuviera; la única que tengo tomadla y arrancádmela, pero no me arrancaréis mi religión católica, que es la única verdadera.

Al oír estas palabras, los católicos aplaudieron rebosando de alegría y satisfacción, los protestantes rugieron de cólera; el pastor, corrido y confuso, dio orden al verdugo que cumpliese al punto su oficio.

El ilustre confesor de la fe católica se mantuvo suavemente sereno y apacible. En sus labios florecía una dulce y avasalladora sonrisa; los ojos los tenía vueltos al cielo. La encantadora tranquilidad de su espíritu no era menor que la invencible fortaleza de su alma.

El ejecutor pidió perdón al mártir, y éste le abrazó; antes de atarle las manos, arrojó el P. Ogilvia sus rosarios al pueblo, y fueron a dar en medio del pecho a un joven calvinista que viajaba entonces por Escocia, el barón Juan de Ekersdorff, que fue después gobernador de Tréveris y amigo íntimo del archiduque Leopoldo, hermano de Fernando III.

Ya muy anciano, dijo lo siguiente al P. Boleslao Balbino, de la Compañía de Jesús:

—Cuando la ejecución del P. Ogilvia, sus rosarios me dieron en el pecho, y hubiera podido cogerlos si la impetuosidad de los católicos, que me los arrancaron a viva fuerza, me lo hubiera permitido. No pensaba entonces cambiar de religión; pero aquellos rosarios me habían herido el corazón, y desde aquel momento no hallé reposo ni tuve paz. Perturbada mi conciencia, me decía: «¿Por qué los rosarios del P. Ogilvia cayeron sobre mí y no sobre otra persona?». Y esta idea, durante muchos años no me abandonó un solo momento, y me hice católico. Atribuyo mi conversión a estos rosarios, que compraría a cualquier precio, y que por nada cedería si llegasen a mis manos.

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Noticias Cristianas: «Historias para amar a Dios. II Parte: Historia, n.º 10»

Historias para amar, páginas 32-34


Evangelio del día: La confesión de Pedro

Evangelio del día: La confesión de Pedro

Lucas 9,18-22. Viernes de la 25.ª semana del Tiempo Ordinario. El que confiesa a Jesús como el salvador, su vida estará llena de alegría y paz.

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado». «Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?». Pedro, tomando la palabra, respondió: «Tú eres el Mesías de Dios». Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. «El hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Ag 1, 15b-2.9

Salmo: Sal 42, 1-4

Oración introductoria

Señor, Tú supiste buscar el mejor lugar y el mejor momento para la oración. Hoy yo quiero hacer lo mismo. Ven, Espíritu Santo, te pido que al comenzar esta meditación enciendas en mí el fuego de tu amor. Hazme dócil a tus inspiraciones y ayúdame a corresponder a ellas con generosidad.

Petición

Jesús, ayúdame a tener ese conocimiento interno de Ti que es un don del Espíritu Santo.

Meditación del Papa emérito

El Evangelio que hemos escuchado nos presenta un momento significativo del camino de Jesús, en el que pregunta a los discípulos qué piensa la gente de él y cómo lo consideran ellos mismos. Pedro responde en nombre de los Doce con una confesión de fe que se diferencia de forma sustancial de la opinión que la gente tiene sobre Jesús; él, en efecto, afirma: «Tú eres el Cristo de Dios». ¿De dónde nace este acto de fe? Si vamos al inicio del pasaje evangélico, constatamos que la confesión de Pedro está vinculada a un momento de oración: «Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él». Es decir, los discípulos son incluidos en el ser y hablar absolutamente único de Jesús con el Padre. Y de este modo se les concede ver al Maestro en lo íntimo de su condición de Hijo, se les concede ver lo que otros no ven; del «ser con él», del «estar con él» en oración, deriva un conocimiento que va más allá de las opiniones de la gente, alcanzando la identidad profunda de Jesús, la verdad.

Benedicto XVI, 20 de junio de 2010

Reflexión

Hay preguntas que no admiten evasivas. En un momento central de la vida cada uno tiene que enfrentarse consigo mismo para hacer luz en su conciencia. Puede ser este el punto de arranque para lograr una vida más serena y comprometida.

Jesús es el Mesías, como reconoce Pedro, pero este mesianismo no se mostrará plenamente más que en la cruz y en la resurrección. Es la piedra de toque. Un cristiano no se entenderá sin la vivencia de la cruz y de la resurrección. Acompañar a Jesús en el triunfo a todos nos agrada, pero seguirlo hasta la muerte requiere coraje, y resulta más fácil salir con evasivas que ligarte a un compromiso que pone en riesgo tu vida. Seguir al Mesías, y un Mesías crucificado, es lo que nos autentifica como cristianos; lo que nos da fuerza para aceptar el dolor; lo que nos capacita para dar una palabra de esperanza ante el sin sentido de la injusticia; lo que nos llena de alegría y paz el sabernos amados por Dios. El que confiesa a Jesús como el salvador de su vida y de la historia, ese es discípulo del Mesías.

Propósito

Revisar la cantidad y calidad de tiempo que dedico diariamente a mi oración personal, ¿cómo puede mejorar?

Diálogo con Cristo

Señor Jesús, purifica nuestros labios para que podamos confesar tu nombre en medio de un mundo autosuficiente, y que la alegría de vivir contigo sea motivo para que los hombres te reconozcan como el Mesías, salvador del mundo.


El Evangelio según san Mateo – Película online

El Evangelio según san Mateo – Película online

Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

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El cine de Pasolini se alimenta de la vida, de una cercana sensación en la que lo excelso y lo ridículo comparten la fatiga de la existencia. Primero fueron los desheredados -sean los jóvenes de Accattone o la prostituta de Mamma Roma- y ahora el príncipe de todos ellos: Jesús. En sus manos, el Mesías es un sujeto corriente animado por el calor de la rabia; la furia frente a la injusticia. Jesucristo es un personaje comprometido, incómodo y violento, capaz de molestar a todos sin excepción. Rodada con una simplicidad extrema, lejos de los tortuosos amaneramientos posteriores, el director de La trilogía de la vida alcanza a extraer de cada gesto su oculto y revolucionario lirismo. La fotografía casi monocroma, la banda sonora en la que se citan desde Bach a Billie Hollyday, las interpretaciones transparentes (¿dónde están los actores?) o la fuerza de un paisaje desolado son algunos de los elementos que van marcando los límites de una obra sencilla y vorazmente sincera. Una sinceridad que alcanza a Jesucristo tanto como a Judas Iscariote; espejos en los que se refleja la imagen de un director enfermo de esa herida llamada vida.

Crítica de Luis Martínez para el diario El País

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El Evangelio según san Mateo – Película online

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Ficha de la película

Título original: Il Vangelo secondo Matteo

Año: 1964

Duración: 131 min

País: Italia

Director: Pier Paolo Pasolini

Guión: Pier Paolo Pasolini

Música: Luis Enríquez Bacalov (AKA Luis Enrique Bacalov), J.S. Bach, W.A. Mozart, Billie Hollyday

Fotografía: Tonino Delli Colli

Reparto: Enrique Irazoqui, Margherite Caruso, Susanna Pasolini

Productora: Coproducción Italia-Francia; Arco Film Roma / Lux Compagnie Cinématographique de France

Género: Drama | Religión. Biblia

Premios

1964: Festival de Venecia: Premio Especial del Jurado

1966: 3 nominaciones al Oscar: bso (Adaptada), vestuario B&N, direcc. artíst. B&N

1966: Círculo de críticos de Nueva York: Nominada a Mejor película extranjera

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