Por ventura, ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio?
1 Cor. 6, 19-20
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Os presentamos esta magnífica Carta Pastoral de Monseñor Paul S. Loverde, Obispo de la Diócesis de Arlington, sobre la pornografía, uno de los acontecimientos más nocivos que se estan extendiendo a gran velocidad por el mundo, a la sombra del extraordinario desarrollo de las telecomunicaciones y las tecnologías de la información.
Con un lenguaje claro y sencillo, Monseñor Paul expone las nefastas consecuencias del consumo de pornografía, así como unas muy sencillas pero claras orientaciones para todos sobre la manera de evitar este peligro.
Ahora os vamos a contar algunas enseñanzas de Jesús. Jesús enseñaba con parábolas, que son pequeñas historias o comparaciones que servían para que la gente sencilla aprendiese lo que Jesús les quería enseñar. Unas parábolas tratan del Reino de los Cielos y otras nos muestran la misericordia del Señor.
«Gracias por tus parábolas, porque así te entiendo mejor»
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La parábola del trigo
¡Mirad qué contento está este campesino porque el campo está lleno de trigo! Jesús dijo un día: «El reino de los cielos es como la semilla que siembra el hombre en la tierra. El hombre duerme de noche y se levanta de día, y la semilla crece hasta que se convierte en trigo». El trigo ha crecido gracias a los cuidados del labrador, pero sobre todo porque Dios ha dado su gracia, su sol, su lluvia… Pues así crece dentro de nuestra alma el Reino de Dios.
«Que tu Reino esté en mi corazón»
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El hijo pródigo (I)
Una de las parábolas más bonitas es la del hijo pródigo. En ella Jesús nos habla de lo bueno que es Dios. Cuenta cómo un hijo pidió dinero a su padre y se fue de su casa a un país lejano, donde se lo gastó todo portándose muy mal.
«Que nunca me aleje de mi padre Dios»
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El hijo pródigo (II)
Al quedarse sin nada, se puso a trabajar cuidando cerdos, pues sólo encontró este trabajo. Escuchemos lo que está pensando «¡Cuántos jornalero en casa de mi padre tienen pan abundante, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti…». Y se puso en viaje para volver a casa de su padre.
Oración del «Padrenuestro»
Padre nuestro,
Que estás en el cielo,
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad
En la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
Y líbranos del mal.
Amén.
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El hijo pródigo (III)
Cuando su padre le vio llegar, salió corriendo a su encuentro y le abrazó lleno de alegría. El hijo le pidió perdón y el padre, muy contento, le perdonó y le preparó una gran fiesta, porque había vuelto el hijo que creía perdido para siempre.
«Gloria»
Gloria al Padre y al Hijo
Y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
Ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos.
Amén.
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 99 a 103
Las buenas maneras y formas de comportarse al acceder al templo no solo constituyen un mero acto de protocolo sino que nos predisponen en la correcta actitud espiritual de respeto a Dios y, por tanto, de respeto a nuestros hermanos y de respeto hacia nosotros mismos.
¡Entramos en la casa de Dios! Todos los católicos debemos ser plenamente conscientes de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en el Sagrario en todo momento de nuestra vida que realizamos este sencillo paso, pues es magisterio de Dios: una disciplina que nos enseña cómo saludar respetuosamente a Dios, que nos enseña a respetar a los demás y que nos enseña que «entramos» en algo más importante que nuestra propia individualidad.
Pero, por supuesto, ninguna persona nacemos sabiendo cómo comportarnos apropiadamente en cada situación de la vida; por ello es menester de catequesis enseñar a los niños el modo, la actitud y comportamiento correctos. Y como dice el dicho «una imagen vale más que mil palabras» , hemos realizado este video didáctico que presenta todo el proceso de entrada inicial al templo.
San Antonio es uno de los santos católicos que mayor devoción recibe en el mundo. Nace en Lisboa (Portugal), en 1195. Ingresa en un monasterio a las afueras de la ciudad. Dos años después se traslada a Coimbra. Aunque sus conocimientos son muy amplios, profundiza más en las Sagradas Escrituras.
Ante la popularidad adquirida del martirio de cinco franciscanos en Marruecos decide hacerse franciscano, deseoso de consagrarse al apostolado entre los infieles y morir mártir de Cristo.
En 1220, ya como franciscano, desembarca en Marruecos. Cae enfermo y sus superiores creen oportuno repatriarlo, pero en el viaje de regreso, acaba en Sicilia tras un tortuoso viaje. Allí conoce a san Francisco de Asís con quien convive y comparte los comentarios de su relación con Dios, en el convento de Monte Paula.
Su fama comienza a extenderse con ocasión de un sermón predicado a franciscanos y dominicos que fueron ordenados sacerdotes, en 1221. Habla de tal manera de todos quedaron maravillados de su sabiduría. Cuando ve que sus estudios progresaban, decide ordenarse sacerdote, y como profesor de Teología, ejerce pastoralmente por Francia e Italia donde alcanza una afamada popularidad. Se dedica a la composición de sermones para todas las festividades del año.
Fallece a los treinta y seis años el 13 de junio de 1231 y, en el lugar de su muerte fue construido un templo en su honor, por lo que se llamó san Antonio de Padua. En el mundo de habla española y portuguesa también es conocido como san Antonio de los Portugueses o san Antonio de Lisboa. Al año siguiente de su muerte fue canonizado por el Papa.
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Antonio, el guerrero de Dios – Película original con subtítulos
Necesaria preparación del matrimonio en la etapa del noviazgo [35]
Para que el «Sí» de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos, la preparación para el matrimonio es de primera importancia: el ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el camino privilegiado de esta preparación. El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como «familia de Dios» es indispensable para la transmisión de los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia, y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación.
«Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un noviazgo vivido honestamente al matrimonio» (CEC 1632).
A la preparación próxima del matrimonio pertenece de una manera especial la elección de consorte, porque de aquí depende en gran parte la felicidad del futuro matrimonio, ya que un cónyuge puede ser al otro de gran ayuda para llevar la vida conyugal cristianamente o, por lo contrario, crearle serios peligros y dificultades. Para que no padezcan, pues, por toda la vida, las consecuencias de una imprudente elección, deliberen seriamente los que desean casarse, antes de elegir la persona con la que han de convivir para siempre, y en esta deliberación tengan presente las consecuencias que se derivan del matrimonio, en orden, en primer lugar, a la verdadera religión de Cristo, y además en orden a sí mismo, al otro cónyuge, a la futura prole y a la sociedad humana y civil. Imploren con asiduidad el auxilio divino, para que elijan según la prudencia cristiana, no llevados por el ímpetu ciego y sin freno de la pasión, ni solamente por razones de lucro o por otro motivo menos noble, sino guiados por un amor recto y verdadero, y por un afecto leal hacia el futuro cónyuge, buscando además en el matrimonio aquellos fines para los cuales Dios lo ha instituido. No dejen, en fin, de pedir para dicha elección el prudente y tan estimable consejo de sus padres, a fin de precaver, con el auxilio del conocimiento más maduro y de la experiencia que ellos tienen en las cosas humanas, toda equivocación perniciosa, y para conseguir también más copiosa la bendición divina prometida a los que guardan el cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento que va acompañado con recompensa) para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra» (Pío XI, Casti Connubii).
[35] En el nuevo «Bendicional» emanado por la Congregación para el Culto y los Sacramentos y por la Conferencia Episcopal Italiana, hay un Rito de bendición de los Novios, una Celebración de la Palabra con Oraciones, que puede ser presidido por uno de los padres de los novios o por un Presbítero si lo hubiese. (Bendición de los Novios. Capítulo XVII).
Hoy más que nunca es oportuno y urgente que los padres expliquen a sus hijos los motivos por los que la Iglesia, verdadera Madre y Maestra, enseña a no tener relaciones prematrimoniales, sino a llevar adelante el noviazgo en el mutuo respeto para el otro, aprendiendo a dominar sus propios instintos y sus propias pasiones, para madurar juntos un auténtico amor que otorgue una base sólida a su matrimonio.
En la Familiaris Consortio se dice al respecto:
La lglesia por su parte no puede admitir tal tipo de unión por motivos ulteriores y originales derivados de la fe. En efecto, por una parte el don del cuerpo en la relación sexual es el símbolo real de la donación de toda la persona; por lo demás, en la situación actual tal donación no puede realizarse con plena verdad sin el concurso del amor de caridad dado por Cristo. Por otra parte, el matrimonio entre dos bautizados es el símbolo real de la unión de Cristo con la Iglesia, una unión no temporal o «ad experimentum», sino fiel eternamente. Por tanto, entre dos bautizados no puede haber más que un matrimonio indisoluble.
Esta situación no puede ser superada de ordinario, si la persona humana no ha sido educada ya desde la infancia, con la ayuda de la gracia de Cristo y no por temor, a dominar la concupiscencia naciente e instaurar con los demás relaciones de amor genuino. Esto no se consigue sin una verdadera educación en el amor auténtico y en el recto uso de la sexualidad (Familiaris Consortio, 80).
El noviazgo a la luz de las Escrituras, de la Tradición y del Magisterio.
El tiempo del noviazgo es un tiempo de gracia particular para descubrir al marido o a la mujer que Dios estableció desde la eternidad. No somos nosotros los que elegimos, según la atracción o la pasión, sino que es Dios el que tiene un diseño sobre aquellos que llama a formar familias cristianas, para dar a luz personas destinadas a la vida eterna.
A la luz de lo que hasta ahora hemos expuesto sobre la «Teología del cuerpo» y el «Sacramento del Matrimonio» se ve cómo tiene una importancia fundamental una adecuada preparación a este sacramento, así como el tiempo de noviazgo.
El Papa Juan Pablo II, refiriéndose a esto en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, que recogía las indicaciones del Sínodo de los obispos, escribía:
En nuestros días es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar En algunos países siguen siendo las familias mismas las que, según antiguas usanzas, transmiten a los jóvenes los valores relativos a la vida matrimonial y familiar mediante una progresiva obra de educación o iniciación. Pero los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no solo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro. Muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar derivan del hecho de que en las nuevas situaciones, los jóvenes no solo pierden de vista la justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida familiar, en general van mejor que los demás.
Esto vale más aún para el matrimonio cristiano, cuyo influjo se extiende sobre la santidad de tantos hombres y mujeres. Por esto, la Iglesia debe promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios, y más allí para favorecer positivamente el nacimiento y maduración de matrimonios logrados.
La preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo. En efecto, comporta tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata (Familiaris Consortio, 66).
El Libro de Tobías: Tobías se casa con Sara
El Papa en las catequesis sobre la Teología del cuerpo, comenta el amor matrimonial cantado en el Cantar de los Cantares y en el Libro de Tobías. En el Libro de Tobías, sapiencial y pedagógico, se subraya cómo el mismo Dios conduce a Tobías al encuentro con Sara conducido por el Ángel, y el Ángel dirá a Tobías las condiciones para poder unirse a Sara que, mientras tanto, se ha convertido en su mujer, sin sucumbir al poder del demonio que había matado a los siete maridos anteriores.
Comentando este texto de la Escritura, que debería servir como guía para todo noviazgo, el Papa dice:
Leemos allí que Sara, hija de Ragüel, había sido anteriormente «dada como esposa a siete hombres» (Tb 6, 14), pero todos habían muerto antes de unirse con ella, esto había sucedido por obra del espíritu maligno, que en el libro de Tobías lleva el nombre de Asmodeo. También el joven Tobías tenía razones para temer una muerte análoga. Cuando pide a Sari por mujer, Ragüel se la entrega, profiriendo unas palabras significativas: «El Señor del Cielo os guíen a buen fin esta noche, hijo mío, y os dé su gracia y su paz» (Tb 7, 11).
Así, el amor de Tobías debía afrontar desde el primer momento la prueba de la vida y de la muerte. Las palabras sobre el amor «fuerte como la muerte» que los esposos del Cantar de los Cantares pronuncian mientras queda embelesado su corazón, asumen aquí el carácter de una prueba real. Si el amor se demuestra fuerte como la muerte, esto sucede sobre todo en el sentido de que Tobías, y junto con él Sara, van sin vacilar hacía esta prueba. Pero en esta prueba de la vida y de la muerte vence la vida, porque durante la primera prueba de la noche de bodas, el amor, sostenido por la oración, se revela más fuerte que la muerte.
Esto se realiza a través de la oración, la cual nació, antes que nada, por las instrucciones dadas por el arcángel Rafael, que había acompañado a Tobías a lo largo de todo su viaje y está escondido detrás del nombre de Azarías.
Azarías-Rafael da al joven Tobías varios consejos sobre cómo librarse de la acción del espíritu maligno, de aquel Asmodeo que había provocado la muerte de los siete hombres a los que Sara había sido dada por mujer anteriormente. Finalmente, él mismo torna la iniciativa en este asunto (cf. Tb 6, 17; 8, 3). Encomienda a Tobías y a Sara sobre todo la oración.
Cuando los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación, Tobías se levantó de la cama y llamó a Sara a la oración en común, según las recomendaciones de Rafael-Azarías: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve» (Tb 8, 4).
Nació así la oración que hemos citado al comienzo. Se puede decir que en esta oración está presente la dimensión de la liturgia propia del sacramento, Todo esto, en efecto, se realiza durante la noche nupcial de los novios.
¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos.
Tú creaste a Adán y para él creaste a Eva, su mujer; para sostén y ayuda y para que de arribos proviniera la taza de los hombres.
No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él.
Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad.
Y dijeron a coro: «Amén, amén».
Son conscientes que el mal que los amenaza por parte del demonio los puede golpear como sufrimiento, como muerte, destrucción de la vida de uno de ellos. Pero, para rechazar aquel mal que amenaza con matar el cuerpo, es necesario impedir al espíritu maligno el acceso a las almas, liberarse interiormente de su influjo.
En este dramático momento de la historia de ambos, Tobías y Sara, cuando en la noche nupcial les era debido, como recién casados, hablar recíprocamente con el «lenguaje del cuerpo», transforman ese lenguaje en una sola voz. Ese unísono es la oración. Esta voz, este hablar al unísono permite a ambos cruzar la situación del límite, el estado de amenaza de mal y de muerte, abriéndose totalmente, en la unidad de dos, al Dios vivo.
La oración de Tobías y de Sara se convierte, en cierto modo, en el más profundo modelo de la liturgia cuya palabra es palabra de fuerza. Es palabra de fuerza sacada de las fuentes de la alianza y de la gracia. Es la fuerza que libera del mal, y que purifica. En esta palabra de la liturgia se cumple el signo sacramental del matrimonio construido en la unión del hombre y de la mujer, en base al lenguaje del cuerpo, releído en la verdad integral del ser humano.
Tobías dice: «Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención» (Tb 8, 7). De tal manera indica el momento de purificación, al cual tiene que ser sometido el lenguaje del cuerpo, cuando el hombre y la mujer se disponen a expresar con ese lenguaje el signo de la alianza sacramental. En este signo, el matrimonio debe servir a construir la comunión recíproca de las personas, reproduciendo el significado esponsal del cuerpo en su verdad interior. Las palabras de Tobías: no con deseo impuro, tienen que ser releídas en el texto integral o la Biblia y de la Tradición.
Tobías y Sara terminan su oración con las palabras siguientes: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella y haznos llegar juntos a la vejez» (Tb 8, 7).
Se puede admitir (basándose en el contexto) que ellos tienen ante sus ojos la perspectiva de perseverar en la comunión conyugal hasta el final de sus días, perspectiva que se abre delante de ellos con la prueba de la vida y de la muerte, ya durante la primera noche nupcial. Al mismo tiempo, ven con la mirada de la fe la santidad de esta vocación, en la que —a través de la unidad de los dos, construida sobre la recíproca verdad del lenguaje del cuerpo— deben responder a la llamada de Dios mismo, contenida en el misterio del Principio. Y por eso piden: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella».
Si estas indicaciones podrían parecer casi superfluas a los que siguen el Camino Neocatecumenal, parece importante que sobre todo los padres no den nada por descontado en la preparación de sus hijos al matrimonio, sea respecto a una adecuada preparación como también en la etapa del noviazgo. Para los padres no basta que el hijo o la hija empiecen una relación con un chico o chica del Camino, ni que frecuente la comunidad. Su misión consiste sobre todo en una verificación ayudando a sus hijos a vivir el tiempo del «noviazgo» como un tiempo «de gracia» para discernir la voluntad de Dios, si aquel chico o chica es efectivamente aquel o aquella elegida por el Señor para llegar a ser su esposa durante toda la vida y madre de sus hijos.
Este cuidado, como hicimos presente en las catequesis de los años pasados, es tarea «prioritaria» de los padres (todos los demás: catequistas, presbíteros… pueden ofrecer ayudas importantes pero siempre ayudas «subsidiarias»); se hace particularmente necesaria también por lo que concierne al fenómeno cada vez más difundido de matrimonios mixtos, si no de matrimonio con disparidad de culto. Los criterios pastorales que la Iglesia ofrece en estos casos, se pueden aplicar en modo análogo también a los matrimonios de hijos del Camino con chicos o chicas que no están en el Camino, o que se profesan ateos o agnósticos.
Los padres, partiendo de las transformaciones que las hijas y los hijos experimentan en su cuerpo, deben proporcionarles explicaciones más detalladas sobre la sexualidad siempre que —contando con una relación de confianza y amistad— las jóvenes se confíen con su madre y los jóvenes con su padre. Esta relación de confianza y de amistad se ha de instaurar desde los primeros años de la vida (S. h. 89).
Ya que durante la pubertad los adolescentes son particularmente sensibles a las influencias emotivas, los padres, a través del diálogo y de su modo de obrar, deben ayudar a sus hijos a resistir a los influjos negativos exteriores que podrían inducirles a subestimar la formación cristiana sobre el amor y sobre la castidad. A veces, especialmente en las sociedades abandonadas a las incitaciones del consumismo, los padres tendrán que cuidar —sin que se note demasiado— las relaciones de sus hijos con adolescentes del otro sexo. Aunque hayan sido aceptadas socialmente, existen costumbres en el modo de hablar y vestir que son moralmente incorrectas y representan una forma de banalizar la sexualidad, reduciéndola a objeto de consumo. Los padres deben enseñar a sus hijos el valor de la modestia cristiana, de la sobriedad en el vestir, de la necesaria independencia respecto a las modas, característica de un hombre o de una mujer con personalidad madura (S. h. 97).
2. La adolescencia en el proyecto de vida
Los padres cristianos deben «formar a los hijos para la vida, de manera que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios.
Es fundamental que los jóvenes no se encuentren solos a la hora de discernir su vocación personal
Durante siglos, el concepto de vocación se había reservado exclusivamente al sacerdocio y a la vida religiosa. El Concilio Vaticano II, recordando la enseñanza del Señor —«sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48)— ha renovado la llamada universal a la santidad: «Esta fuerte invitación a la santidad —escribió poco después Pablo VI— puede considerarse el elemento más característico de todo el magisterio conciliar y, por así decirlo, su última finalidad»; e insiste Juan Pablo II: «El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana. Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia» (S. h. 100).
Dios llama a la santidad a todos los hombres y para cada uno de ellos tiene proyectos bien precisos: una vocación personal que cada uno debe reconocer, acoger y desarrollar. A todos los cristianos —sacerdotes y laicos, casados o célibes— se aplican las palabras del Apóstol de Los gentiles: «elegidos de Dios, santos y amados» (Col 3, 12).
Es pues necesario que no falte nunca en la catequesis y en la formación impartida dentro y fuera de la familia, la enseñanza de la Iglesia, no solo sobre el valor eminente de la virginidad y del celibato, sino también sobre el sentido vocacional del matrimonio, que un cristiano nunca debe considerar solo como una aventura humana: «Gran misterio es este, lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia», dice san Pablo (Ef 5. 32). Dar a los jóvenes esta firme convicción, trascendental para el bien de la Iglesia y de la humanidad, «depende en gran parte de los padres y de la vida familiar que construyen en su propia casa» (S. h. 101).
Durante este período son muy importantes las amistades. Según las condiciones y los usos sociales del lugar en que se vive, la adolescencia es una época en que los jóvenes gozan de más autonomía en las relaciones con los otros y en los horarios de la vida de familia. Sin privarles de la justa autonomía, los padres han de saber decir «no» a los hijos cuando sea necesario y al mismo tiempo cultivar el gusto de sus hijos por todo lo que es bello, noble y verdadero. Deben ser también sensibles a la autoestima del adolescente, que puede atravesar una fase de confusión y de menor claridad sobre el sentido de la dignidad personal y sus exigencias (S. h. 107).
A través de los consejos que brotan del amor y de la paciencia, los padres ayudarán a los jóvenes a alejarse de un excesivo encerramiento en sí mismos y les enseñarán —cuando sea necesario— a caminar en contra de los usos sociales que tienden a sofocar el verdadero amor y el aprecio por las realidades del espíritu (s. h. 108).
3. Hacia la edad adulta
En el periodo que lleva al noviazgo, ya la elección del afecto preferencial que puede conducir a la formación de una familia, el papel de los padres no deberá limitarse a simples prohibiciones y mucho menos a imponer la elección del novio o de la novia; deberán, sobre todo, ayudar a los hijos a discernir aquellas condiciones necesarias para que nazca un vínculo serio, honesto y prometedor, y les apoyarán en el camino de un claro testimonio de coherencia cristiana en la relación con la persona del otro sexo (s. h. 110).
Se deberá evitar la difusa mentalidad según la cual hay que hacer a las hijas todas las recomendaciones en tema de virtud y sobre el valor de la virginidad, mientras que no sería necesario a los hijos, como si para ellos todo fuera lícito (S. h. 111).
Respecto a la educación en la sexualidad, no existen unas normas generales, ni recetas universales, sino «orientaciones» que la Iglesia dona a la luz de la fe. Es tarea de los padres discernir cómo y cuándo. En este cometido tan delicado los padres cuentan con la gracia de estado, con la asistencia del Espíritu Santo, al que pueden pedir el don de consejo. Quizás más hoy que en el pasado, los padres descubren su misión y responsabilidad de educadores de manera casi análoga a la de los catequistas en el Camino Neocatecumenal, y a los formadores de los Seminarios «Redemptoris Mater». El presente documento insiste en una formación personalizada para cada hijo en los varios niveles de desarrollo; está claro que tal educación se tiene que adecuar al tipo de sociedad en que se vive, según la incidencia de tipos de publicidad y de información sexual que pueden ser más o menos precoces y provocantes. Queda siempre, pues, el deber de los padres de velar sobre cada hijo, sin dar nunca nada por descontado, para intervenir «tempestivamente» en el momento oportuno, en su lugar, dar una formación preventiva.
Seguir a los hijos en las varias fases del desarrollo
Los pasos en el conocimiento
A los padres corresponde especialmente la obligación de dar a conocer a sus hijos los misterios de la vida humana, porque la familia es «el mejor ambiente para cumplir el deber de asegurar una gradual educación de la vida sexual. Cuenta con reservas afectivas capaces de llevar a aceptar, sin traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una personalidad equilibrada y rica» (S. h. 64).
Cuatro principios sobre la información respecto a la sexualidad
Ya que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, se encuentran en la mejor posición para decidir el momento oportuno para ir dando las diversas informaciones, según el respectivo crecimiento físico y espiritual.
1. Todo niño es una persona única e irrepetible y debe recibir una formación personalizada.
Puesto que los padres conocen, comprenden y aman a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, cuentan con la mejor posición para decidir el momento oportuno de dar las distintas informaciones, según el respectivo crecimiento físico y espiritual.
La experiencia demuestra que este diálogo se realiza mejor cuando el progenitor que comunica las informaciones biológicas, afectivas, morales y espirituales, es del mismo sexo del niño o del joven. Conscientes de su papel, de las emociones y de los problemas del propio sexo, las madres tienen una sintonía especial con las hijas y los padres con los hijos. Es necesario respetar ese nexo natural; por esto, el progenitor que se encuentre solo, deberá comportarse con gran sensibilidad cuando hable con un hijo de sexo diverso, y podrá permitir que los aspectos más íntimos sean comunicados por una persona de confianza del sexo del niño. Para esta colaboración de carácter subsidiario, los padres podrán valerse de educadores expertos y bien formados en el ámbito de la comunidad escolar, parroquial o de las asociaciones católicas (S. h. 67)
2. La dimensión moral siempre debe formar parte de sus explicaciones.
Los padres podrán poner de relieve que los cristianos están llamados a vivir el don de la sexualidad según el plan de Dios que es Amor, en el contexto del matrimonio o de la virginidad consagrada o también en el celibato. Se ha de insistir en el valor positivo de la castidad y en la capacidad de generar verdadero amor hacia las personas, este es su aspecto moral más radical e importante; «solo quien sabe ser casto sabrá amar en el matrimonio o en la virginidad» (S. h. 68).
3. La educación en la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad deben ofrecerse en el contexto más amplio de la educación en el amor. En las conversaciones con los hijos no deben faltar nunca los consejos oportunos para crecer en el amor de Dios y del prójimo, y para superar las dificultades. «Disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta para evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo, deben esforzarse por fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios» (S. h. 71).
4. Los padres deben dar esta información con extremada delicadeza, pero de forma clara y en el tiempo oportuno.
Saben bien que los hijos deben ser tratados de manera personalizada, de acuerdo con las condiciones personales de su desarrollo fisiológico y psíquico, teniendo debidamente en cuenta también el ambiente cultural y la experiencia que el adolescente realiza en su vida cotidiana. Para valorar que se debe decir a cada uno, es muy importante que los padres pidan ante todo luces al Señor en la oración y hablen entre sí, a fin de que sus palabras no sean ni demasiado explícitas ni demasiado vagas. Dar muchos detalles a los niños es contraproducente, pero retrasar excesivamente las primeras informaciones es imprudente, porque toda persona humana tiene una curiosidad natural al respecto y antes o después se interroga, sobre todo en una cultura dónde se ve demasiado también por la calle (S. h. 75).
En general, las primeras informaciones acerca del sexo que se han de dar a un niño pequeño no se refieren a la sexualidad genital, sino al embarazo y el nacimiento de un hermano o de una hermana. La curiosidad natural del niño se estimula, por ejemplo, cuando observa en la madre los signos del embarazo y que está a la espera de un niño. Los padres deben aprovechar esta gozosa experiencia para comunicar algunos hechos sencillos relativos al embarazo, siempre en el marco más profundo de la maravilla de la obra creadora de Dios, que ha dispuesto que la nueva vida por Él donada se custodie en el cuerpo de la madre cerca de su corazón (S. h. 76).