La Biblia de los más pequeños: presentación, contenidos e índice

La Biblia de los más pequeños: presentación, contenidos e índice

«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos»

Mt 19, 14

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Presentada por Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos, La Biblia de los más pequeños Una Biblia ideal para descubrir en familia la alegría de la fe— es una obra para niños de 3 a 7 años de gran ayuda a padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños. La Biblia de los más pequeños sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto «Los primeros pasos en la fe».

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La Biblia de los más pequeños - detalleOrientada a niños de 3 a 7 años de edad resulta de gran ayuda para todos los padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños.



La Biblia de los más pequeños - detalleIdeada como un camino didáctico-catequístico de iniciación cristiana a través de la lectura bíblica y las actividades propuestas. 



La Biblia de los más pequeños - detalleBasada en encuentros catequísticos para toda la familia: los niños escuchan los pasajes bíblicos fundamentales y los pueden interiorizar mediante la realización de unas actividades amenas y atractivas.



La Biblia de los más pequeños - detalleSigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto Los primeros pasos en la fe.



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Indice temático


La Biblia de los más pequeños - detalleI. ANTIGUO TESTAMENTO

Encuentro 1: Dios nos regala la Creación

Encuentro 2: Dios crea las plantas

Encuentro 3: Dios crea los animales

Encuentro 4: Dios crea al hombre y a la mujer

Encuentro 5: Adán y Eva desobedecen a Dios

Encuentro 6: Dios elige a Abraham para formar a su pueblo

Encuentro 7: Moisés, el amigo de Dios

Encuentro 8: Dios llama al profeta Samuel

Encuentro 9: David, el pastor de Dios para su pueblo

Encuentro 10: Los salmos: cantos y poesía para Dios

Encuentro 11: El profeta Isaías anuncia el nacimiento de Jesús


II. NUEVO TESTAMENTO


II.I. INFANCIA DE JESÚS

Encuentro 12: El ángel Gabriel anuncia a María

el nacimiento de Jesús

Encuentro 13: La Virgen María visita a su prima Isabel

Encuentro 14: El viaje de la Sagrada Familia a Belén

Encuentro 15: El nacimiento de Jesús en Belén

Encuentro 16: Los ángeles anuncian el nacimiento a los pastores

Encuentro 17: Los Reyes Magos llegan para adorar a Jesús

Encuentro 18: La casa y el taller de Nazaret

Encuentro 19: La vida de la Sagrada Familia en Nazaret

Encuentro 20: Jesús entre los doctores de la ley


La Biblia de los más pequeñosII.II. VIDA PÚBLICA DE JESÚS

Encuentro 21: El Bautismo de Jesús

Encuentro 22: Jesús elige a sus amigos: los Apóstoles

Encuentro 23: Jesús en las bodas de Caná

Encuentro 24: Jesús nos enseña el Padrenuestro

Encuentro 25: Jesús y la pesca milagrosa

Encuentro 26: Jesús calma la tempestad

Encuentro 27: Jesús multiplica los panes

Encuentro 28: Jesús, el Buen Pastor

Encuentro 29: Jesús nos cuenta la parábola del sembrador

Encuentro 30: Jesús camina sobre las aguas


II.III. MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS

Encuentro 31: Jesús es aclamado: el Domingo de Ramos

Encuentro 32: Jesús nos regala la Eucaristía: la Última Cena

Encuentro 33: Jesús lava los pies a sus discípulos

Encuentro 34: Jesús nos da el Mandamiento del Amor

Encuentro 35: Jesús es condenado a muerte

Encuentro 36: Jesús muere en la Cruz y es sepultado

Encuentro 37: Jesús resucita y vive para siempre

Encuentro 38: Jesús resucitado se aparece a los Apóstoles

Encuentro 39: Jesús resucitado y los discípulos de Emaús

Encuentro 40: Jesús sube al Cielo

Encuentro 41: María y los Apóstoles reciben al Espíritu Santo


Oraciones para recordar y rezar en familia

La Biblia de los más pequeños - detalle

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Créditos

Texto: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz Ilustraciones: Mariam Ben-Arab Coordinación: Pedro de la Herrán

La Biblia de los más pequeños -detalle-22x 25cm, 192 págs. Tapa dura

A partir de 3 años

PVP: 19,5 €

978-84-218-5325-2


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Editorial Casals – Atención al cliente: (+34) 902 107 007

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prensa@editorialcasals.com

(+34) 932 449 550

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Catequesis sobre la familia: El hombre, esposo y padre

Catequesis sobre la familia: El hombre, esposo y padre

En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.

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El hombre esposo y padre

Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.

El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer:

«No eres su amo —escribe San Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer. Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé agradecido por su amor». El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal». El cristiano, además, está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.

El amor a la esposa-madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la compresión y la realización de su paternidad.

La función del padre en y por la familia es de una importancia única e insustituible

Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.

Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.

Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgrega nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.

Misión del padre: romper la simbiosis del hijo con la madre, ayudarlo a llegar a ser adulto

La paternidad empieza desde el momento de la concepción de la nueva vida en el seno de la mujer. El padre aprende la paternidad de la maternidad de la mujer, la sigue en el tiempo de la gestación, la acompaña, la sostiene en las tribulaciones hasta el parto. Es la madre la que hace conocer el padre al niño. Al crecer, el niño conoce poco a poco la figura del padre, el cual tiene la misión de romper progresivamente el cordón umbilical del hijo con la madre, de hacerle pasar de una situación infantil a la edad adulta. A través del descubrimiento del padre, de los hermanos y de las hermanas, mejor si son numerosos, la escuela, la comunidad, el niño entra en contacto con el mundo, la sociedad, la Iglesia. En el padre encuentra un punto de referencia seguro, un apoyo, lo que lo dirige y lo ayuda a crecer como hombre o como mujer.

Para poder responder a su propia misión de padre tendrá que tomar decisiones a contracorriente

Para poder responder a su propia vocación y misión de esposo y de padre, el marido cristiano, a veces, tendrá que tomar decisiones a contracorriente.

Se sabe que ciertas haciendas y empresas tienden a implicar cada vez más sobre todo a los jóvenes y a los más dotados, cautivándolos con óptimos salarios, promociones, desplazamientos bien remunerados… Según reconocen varios sociólogos junto a la des-estructuración de la familia, el Estado y la empresa tienden a convertirse en la gran madre que absorbe poco a poco a los ciudadanos que se encuentran cada vez más solos y débiles. La exhortación a poner a la familia, el amor a la esposa y la educación de los hijos por encima del trabajo y del dinero, según se presenta en el «Primer Escrutinio en el Camino Neocatecumenal», es fundamental para la salvación de la familia cristiana. Quizá nunca como hoy aparecen claras e hirientes las palabras de Jesús: no se pueden servir a dos señores: Dios y el dinero.

El soporte de la comunidad a la familia: llamada a la santidad

Después de todas estas consideraciones sobre el alta llamada a la vida matrimonial y familiar según el plan de Dios, y concerniente la importante misión de salvar a la familia, tan atacada y amenazada en nuestra generación, se ve cada vez mejor cómo esto no se puede realizar sin una dimensión de fe adulta. Vivir la relación matrimonial en el amor y la verdad, en el respeto de la diversidad del marido y de la mujer; en dedicación amorosa y paciente a la educación de los hijos exige una conversión constante, cotidiana, de cada día. La llamada a la santidad aparece cada vez más real también en el estado de vida matrimonial y familiar, quizás hoy más que en el estado de vida consagrada.

Por eso es evidente que todo esto es muy difícil, sino imposible, sin el soporte de una comunidad. La experiencia de más de treinta años del Camino Neocatecumenal lo demuestra, aunque esto no le quita a nadie nunca la libertad de dejar el camino y de destruir su propia familia.

Aquí podemos ver cuanto haya sido providencial que la Iglesia previese en el Directorio general de la catequesis, y aprobase en los Estatutos del Camino Neocatecumenal, que la comunidad pueda continuar en la formación permanente después del periodo de la elección, y tener el alimento de la Palabra y de la Eucaristía y el soporte comunitario que sostiene el combate de la conversión personal y sobre todo de nuestras familias.

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Catequesis sobre la familia: El hombre, esposo y padre

Catequesis sobre la familia: La mujer, esposa y madre

En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.

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La mujer: esposa y madre

La maternidad, ya desde el comienzo mismo, implica una apertura especial hacia la nueva persona; y este es precisamente el «papel» de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el concebir y dar a luz el hijo, la mujer «se realiza en plenitud a través del don sincero de sí». La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don: «He adquirido un varón con el favor de Yahvé Dios» (Gn 4, 1). El Creador concede a los padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este hecho está unido de modo especial a «un don sincero de sí». Las palabras de María en la Anunciación «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38) significan la disponibilidad de la mujer al don de sí y a la aceptación de la nueva vida.

Aunque los dos sean padres de su niño, la maternidad de la mujer constituye una «parte» especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el periodo prenatal. La mujer es «la que paga» directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente, es necesario que el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres en común él contrae una deuda especial con la mujer. Ningún programa de «igualdad de derechos» del hombre y de la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de un modo totalmente esencial.

La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior.

A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona [25].

Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no solo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general— que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. El hombre, no obstante toda su participación en el ser padre, se encuentra siempre «fuera» del proceso de gestación y nacimiento del niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la madre su propia «paternidad». Podríamos decir que ésta forma parte del normal mecanismo humano de ser padres, incluso cuando se trata de las etapas sucesivas al nacimiento del niño, especialmente al comienzo. La educación del hijo —entendida globalmente— debería abarcar en sí la de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana (Mulieris Dignitatem, 18 – Carta apostólica del Papa Juan Pablo II sobre la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del año mariano).

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Notas

[25] El hijo vive en la fusión con la madre desde el momento de la concepción. Antes del nacimiento la simbiosis es completa: él se encuentra en el cuerpo de la madre, y vive a través de sus órganos. Pero, a partir de un cierto momento, la misma psique comienza a sentir esta simbiosis como sofocante y antivital. Empieza entonces el proceso de salida del cuerpo materno, que culmina con el nacimiento… Es necesario que tal unión vital continúe, de la manera más completa posible, todavía para bastante tiempo: con plenitud hasta los tres años, de manera menos completa hasta los cinco, para ser ulteriormente reducida hasta los siete años. Durante todos estos años, el primer septenio, la aportación de la madre a la existencia y a la formación psicológica del niño es decisiva. En la relación con la madre aprende a percibir su cuerpo, a sí mismo como ser diferenciado. Es, pues, en esa relación afectiva, que es también sensorial y práctica, llena de momentos de vida en común, que se desarrolla no solo el cuerpo del niño, sino su existencia como sujeto, y la capacidad de percibirse como tal. Además el calor del afecto que la madre tiene por el hijo, y que expresa a través de la mirada y las caricias, de todos los gestos maternos, dependerá después el amor que el hijo sentirá hacia sí mismo, su capacidad de cuidarse, de «quererse» (Claudio Risé, 0. cit. Págs. 16-17).

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Catequesis sobre la familia: El hombre, esposo y padre

Catequesis sobre la familia: Los padres, padre y madre

En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.

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Los padres: padre y madre

Los padres, padre y madre, están llamados a asumir sus papeles. Hoy se ha creado una confusión de papeles. El padre declina fácilmente su responsabilidad de educador de los hijos a la madre, sobre la que recae todo el peso de la educación de los hijos con repercusiones muy negativas. Los hijos necesitan de las dos figuras, del padre y de la madre.

Propensión a renunciar a su propio papel para ser simples amigos de los hijos

Una ulterior característica del contexto cultural en el que vivimos es la propensión de no pocos padres a renunciar a su papel para asumir el de simples amigos de los hijos, absteniéndose de llamadas al orden y correcciones, también cuando sería necesario para educar en la verdad; aún con todo afecto y ternura.

La educación de los hijos es un deber sagrado y tarea solidaria de los padres

Es oportuno, pues, subrayar que la educación de los hijos es un deber sagrado y una tarea solidaria de los padres, tanto del padre como de la madre: exige el calor, cercanía, el diálogo, el ejemplo. Los padres están llamados a representar en el hogar doméstico al Padre bueno de los cielos, el único modelo perfecto en el que inspirarse.

La maternidad implica la paternidad y, recíprocamente, la paternidad implica la maternidad

Paternidad y maternidad, por voluntad de Dios mismo, se colocan en una relación de íntima participación en su poder creador y tienen, en consecuencia, una intrínseca relación recíproca. Escribí, al respecto, en la Carta a las Familias: «la maternidad implica la paternidad y, recíprocamente la paternidad implica la maternidad: este es el fruto de la dualidad dispensada por el Creador al ser humano desde el principio» (Gratissimam sane, 7 – Carta a las familias del Papa Juan Pablo II con ocasión del Jubileo). Es también por esta razón que la relación entre el hombre y la mujer constituye el eje de las relaciones sociales: eso mientras es la fuente de nuevos seres humanos, une estrechamente entre ellos a los cónyuges, que se han convertido en una sola carne y, por medio de ellos, las respectivas familias.

Discurso del Santo Padre Juan Pablo II en la XIV Asamblea Plenaria del Consejo para la Familia, 4 de junio de 1999.

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La Biblia de los más pequeños

La Biblia de los más pequeños

Presentada por Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos, La Biblia de los más pequeños Una Biblia ideal para descubrir en familia la alegría de la fe— es una obra para niños de 3 a 7 años de gran ayuda a padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños. Sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto Los primeros pasos en la fe.

Basada en encuentros catequísticos para toda la familia: los niños escuchan los pasajes bíblicos fundamentales y los pueden interiorizar mediante la realización de unas actividades amenas y atractivas.

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Créditos

Texto: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz Ilustraciones: Mariam Ben-Arab Coordinación: Pedro de la Herrán

La Biblia de los más pequeños -detalle-22x 25cm, 192 págs. Tapa dura

A partir de 3 años

PVP: 19,5 €

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Colorea el Espíritu Santo

Colorea el Espíritu Santo

Con motivo de la próxima fiesta de Pentecostés, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando el Espíritu Santo.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen.


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Colorea el Espíritu Santo

Espíritu Santo – Lámina 1

Espíritu Santo Lámina 2

Espíritu Santo - Lámina 1 Espíritu Santo - Lámina 2

Espíritu Santo – Lámina 3

Espíritu Santo – Lámina 4

Espíritu Santo - Lámina 3 Espíritu Santo - Lámina 4

Espíritu Santo – Lámina 5

Espíritu Santo – Lámina 6

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Espíritu Santo – Lámina 7

Espíritu Santo – Lámina 8

Espíritu Santo - Lámina 7 Espíritu Santo - Lámina 8


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Colorea Pentecostés

Colorea Pentecostés

Con motivo de la solemnidad de Pentecostés, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando la venida del Espíritu Santo.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen.


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Colorea Pentecostés

Pentecostés – Lámina 1

Pentecostés Lámina 2

Pentecostés - Lámina 1 Pentecostés - Lámina 2

Pentecostés – Lámina 3

Pentecostés – Lámina 4

Pentecostés - Lámina 3 Pentecostés - Lámina 4

Pentecostés – Lámina 5

Pentecostés – Lámina 6

Pentecostés - Lámina 5 Pentecostés - Lámina 6

Pentecostés – Lámina 7

Pentecostés – Lámina 8

Pentecostés - Lámina 7 Pentecostés - Lámina 8


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Sobre la Fiesta de Pentecostés

Sobre la Fiesta de Pentecostés

«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerta ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse».

Hechos de los Apóstoles. Hch 2, 1-3

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Oración al Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo,

llena los corazones de tus fieles

y enciende en ellos el fuego de tu amor;

envía Señor tu Espíritu Creador

y se renovará la faz de la tierra.

Oh Dios,

que quisiste ilustrar los corazones de tus fieles

con la luz del Espíritu Santo,

concédenos que, guiados por este mismo Espíritu,

obremos rectamente

y gocemos de tu consuelo.

Por Jesucristo, nuestro Señor

Amén.


Origen de la fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la pascua. De ahí viene el nombre de «Pentecostés». Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés.

En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre.

La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.

En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa del Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles: «Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el espíritu de Verdad» (Jn 14, 16-17).

Más adelante les dice: «Les he dicho estas cosas mientras estoy con ustedes; pero el Abogado, El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que yo les he dicho» (Jn 14, 25-26).

Al terminar la cena, les vuelve a hacer la misma promesa: «Les conviene que yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado,… muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la verdad completa,… y os comunicará las cosas que están por venir» (Jn 16, 7-14).

En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés.


Explicación de la fiesta

Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.

Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.

En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban.

Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.


¿Quién es el Espírtu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.


Señales del Espíritu Santo: El viento, el fuego, la paloma

Estos símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende fuego.

El Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.


Nombres del Espíritu Santo

El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del nuevo Testamento: el Espíritu de verdad, el Abogado, el Paráclito, el Consolador, el Santificador.


Misión del Espíritu Santo

El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.

El Espíritu Santo mora en nosotros: En Jn 14, 16, encontramos la siguiente frase: «Yo rogaré al Padre y les dará otro abogado que estará con ustedes para siempre». También, en I Co 3, 16 dice: «¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?». Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es «dador de vida» y es el amor. Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.

El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.

El Espíritu Santo nos lleva a la verdad plena, nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.


El Espíritu Santo y la Iglesia

Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.

El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús.

Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado; etc.

El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la Tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.

El Espíritu Santo construye, santifica y da vida y unidad a la Iglesia.

El Espíritu Santo tiene el poder de animarnos y santificarnos y lograr en nosotros actos que, por nosotros, no realizaríamos. Esto lo hace a través de sus siete dones.


Los siete dones del Espíritu Santo

Estos dones son regalos de Dios y sólo con nuestro esfuerzo no podemos hacer que crezcan o se desarrollen. Necesitan de la acción directa del Espíritu Santo para poder actuar con ellos.

Sabiduría: Nos permite entender, experimentar y saborear las cosas divinas, para poder juzgarlas rectamente.

Entendimiento: Por él, nuestra inteligencia se hace apta para entender intuitivamente las verdades reveladas y las naturales de acuerdo al fin sobrenatural que tienen. Nos ayuda a entender el por qué de las cosas que nos manda Dios.

Ciencia: Hace capaz a nuestra inteligencia de juzgar rectamente las cosas creadas de acuerdo con su fin sobrenatural. Nos ayuda a pensar bien y a entender con fe las cosas del mundo.

Consejo: Permite que el alma intuya rectamente lo que debe de hacer en una circunstancia determinada. Nos ayuda a ser buenos consejeros de los demás, guiándolos por el camino del bien.

Fortaleza: Fortalece al alma para practicar toda clase de virtudes heroicas con invencible confianza en superar los mayores peligros o dificultades que puedan surgir. Nos ayuda a no caer en las tentaciones que nos ponga el demonio.

Piedad: Es un regalo que le da Dios al alma para ayudarle a amar a Dios como Padre y a los hombres como hermanos, ayudándolos y respetándolos.

Temor de Dios: Le da al alma la docilidad para apartarse del pecado por temor a disgustar a Dios que es su supremo bien. Nos ayuda a respetar a Dios, a darle su lugar como la persona más importante y buena del mundo, a nunca decir nada contra Él.

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Fuente original: rosario.org

¿Quién es el Espíritu Santo? – Catequesis del Santo Padre Francisco

¿Quién es el Espíritu Santo? – Catequesis del Santo Padre Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El tiempo pascual que estamos viviendo con alegría, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado «sin medida» (cf. Jn 3, 34) por Jesús crucificado y resucitado. Este tiempo de gracia se concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.

Pero, ¿quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: «Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida». La primera verdad a la que nos adherimos en el Credo es que el Espíritu Santo es «Kyrios», Señor. Esto significa que Él es verdaderamente Dios como lo es el Padre y el Hijo, objeto, por nuestra parte, del mismo acto de adoración y glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, en efecto, es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don de Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como Hijo enviado por el Padre y que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.

Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).

Jesús promete a la Samaritana dar un «agua viva», superabundante y para siempre, a todos aquellos que le reconozcan como el Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17). Jesús vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo. Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.

A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede saciarnos plenamente? Nosotros sabemos que el agua es esencial para la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda la tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues… habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos «Abba, Padre». Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él» (8, 14-17). Este es el don precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los demás, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto: Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como verdadero papá, nos ama de verdad y esto lo dice sólo el Espíritu Santo al corazón, escuchemos al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón. Gracias.

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SS. Francisco I

Audiencia general en la Plaza de San Pedro

Miércoles 8 de mayo de 2013