Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

El Papa, tanto en la carta Mulieris Dignitatem, como en la teología del cuerpo, acentúa la urgencia de recuperar la masculinidad y la feminidad: puesto que Dios creó al hombre a su imagen: varón y hembra los creo.

En la estructura sexual diferenciada está inscrita, pues, la llamada a la comunión, a la formación de la familia, un amor fecundo: sacramento visible de la Santísima Trinidad.

Pero, para que un matrimonio sea verdadero, y pueda constituir la base de una autentica educación de los hijos, está llamado a asumir la unidad: («Por eso el hombre dejará la casa de su padre y de su madre y se unirá a su mujer y los dos formarán una sola carne») en el respeto de la dualidad, o de la diversidad sexual, la masculinidad y la feminidad. Una autentica unión y armonía conyugal depende, casi al cien por cien de esta asunción y este respeto. La repercusión sobre los hijos y sobre su educación depende fundamentalmente de la armonía, del amor de la mujer y del marido: amor en la libertad de ser cada uno sí mismo.

El amor excluye todo tipo de sumisión, según la cual la mujer llegaría a ser sierva o esclava del marido, objeto de sumisión unilateral.

El amor permite que también el marido esté al mismo tiempo sometido a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, así como la mujer a su marido. La comunidad que ellos deben constituir con motivo del matrimonio se realiza a través de una recíproca donación, que es también una sumisión mutua. Cristo es la fuente y al mismo tiempo el modelo de tal sumisión que, siendo mutua «en el temor de Cristo», confiere a la unión conyugal un carácter profundo y maduro.

La categoría de la lucha de clases introducida por Marx, que contrapone los dueños a los obreros, según decía el Papa León XIII, es una categoría falsa, que no tiene en cuenta la realidad de la diversidad de dones que Dios da a los unos y a los otros, no para luchar uno contra el otro, sino para complementarse, para ayudarse recíprocamente [21].

Esta categoría ha entrado también en la relación de los dos sexos: el sentido de lucha por la afirmación de sus propios derechos. Aunque empezó empujada por algunos aspectos verdaderos, ha llevado a una contraposición de los sexos cada vez más acentuada, y la lucha por los justos derechos se ha convertido en una lucha exasperada para la igualdad de derechos, que no tiene en cuenta la diversidad inscrita por el mismo Dios en la naturaleza del hombre y la mujer.

Pero, así como por la lucha de clases, también en la lucha por los derechos de los sexos, a la luz de la Revelación, sabemos que la verdadera causa del conflicto radica en el pecado. El pecado es lo que divide y contrapone, no solo a los sexos, sino también el hombre al hombre, la mujer a la mujer, y los pueblos entre sí.

Jesucristo vino a abatir el muro de separación, la enemistad, y a hacer de los dos un solo pueblo.


El pecado es lo que divide y contrapone

Es importante tener siempre presente esta verdad para saber deshacer las trampas «los engaños del demonio», que siempre nos engaña con sofismas, en apariencia racionales y buenos y que, sin embargo, por los frutos de muerte, se reconocen que provienen del mismo demonio.


El sentido del «Debitum Coniugale» [22]: importancia de la relación conyugal.

En el contexto de las Catequesis sobre la teología del cuerpo, Juan Pablo II insiste sobre el valor sacramental del acto conyugal:

Que el marido dé a su mujer lo que debe y la mujer de igual modo a su marido. No dispone la mujer de su cuerpo, sino el marido. Igualmente, el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer (1 Cor 7, 3-4).

Lo que un tiempo se presentaba como el «Debitum Coniugale», es decir, la actuación del mandato que el cuerpo de la mujer pertenece al marido y viceversa, y que ha llevado a menudo en el pasado a abusos, sobre todo por parte del hombre sobre la mujer, y por consiguiente a una visión a menudo del acto conyugal por parte de la mujer, como un mal que había que soportar y en lo posible evitar, subrayaba por otra parte la indicación de la Iglesia que para una serena vida matrimonial es importante el acto conyugal.

Ciertamente, también gracias a algunas conquistas del movimiento feminista, percibidas por la Iglesia, pero sobre todo en las enseñanzas del Papa Juan Pablo II sobre la teología del cuerpo, en una visión personalista hoy, justamente se subraya que el acto conyugal ha de realizarse siempre de común acuerdo, en el respeto de la libertad del otro. Tanto es así que el Papa llega a hablar de adulterio del corazón cuando el marido mira a la mujer corno si se tratará de un objeto de placer y no como una persona.

Aun no habiendo leyes ni disposiciones explícitas sobre la cuestión por parte de la Iglesia, cuando San Pablo invita a los esposos a abstenerse del acto conyugal, de común acuerdo y temporalmente para dedicarse a la oración; deja entrever que eso acontezca, precisamente, en un lapso de tiempo breve y después volver juntos para no caer en las tentaciones de Satanás.

«No os neguéis el uno al otro sino de mutuo acuerdo, por cierto tiempo, para daros a la oración; luego, volved a estar juntos, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia» (1 Cor 7, 5).

En efecto, los esposos encuentran normalmente en el acto conyugal la gracia que los une y les ayuda a superar las dificultades de su vida en común y la vida familiar.

Una pareja no puede quedarse tranquila si se abstiene del acto conyugal durante mucho tiempo, sin que tercien causas verdaderamente graves. Esta es una alarma que conmina a profundizar en las causas de esta falta grave contra el matrimonio para intentar remediarlo. A veces sucede que unas mujeres, por falta de educación sexual, o por traumas de la infancia, o por el comportamiento tal vez violento del marido, se cierra al acto conyugal y se abstiene durante años, sin ningún remordimiento de conciencia, sin saber que está faltando gravemente contra el sacramento del matrimonio, falta de amor al marido y lo sitúa en ocasión de pecado.

No vale decir «estoy en crisis, luego no tengo relaciones», cuando justamente la unión conyugal ha sido instituida para ayudar a la pareja a superar las dificultades, en una comunión y donación mutua cada vez más profunda, fortificada por la presencia del Espíritu Santo.

La relación conyugal ayuda a la pareja a unirse también cuando no puede tener más hijos.

Por estos motivos la Iglesia enseña que la relación conyugal ayuda a la pareja a unirse también cuando no puede tener más hijos. Acabó una época, pero comienza otra, la de la educación de los hijos, de su colocación, de los nietos, de la enfermedad y después de la muerte. Acontecimientos todos que exigen a la pareja que esté profundamente unida en el Señor, para sostenerse recíprocamente. En la fe y en el amor mutuo.


Amor en la libertad

Además de la recuperación de su propia masculinidad y feminidad en el respeto de la diversidad del otro, el Camino ayuda a los esposos a sincerarse poco a poco, a hacerlos más libres para manifestarse por lo que son, y el Señor va solidificando el vínculo del amor en la sinceridad y en la libertad.

En el Camino muchas parejas redescubren una nueva libertad de relación; muchas mujeres antes sometidas por temor, por miedo, o por chantajes afectivos por el marido, empiezan a sentirse más ellas mismas, más libres, a lo mejor discuten más, dicen lo que piensan, buscan más la gloria de Dios que la de los hombres, nace un verdadero amor en el Señor, donde cabe la posibilidad de ser sí mismas, de amarse en la libertad, donde cabe la posibilidad —por la participación en el Espíritu de Jesucristo— de perdonarse, de amarse en el respeto de la diversidad; respeto mutuo y amor sincero también en las relaciones sexuales.

Este descubrimiento que es fruto del camino de fe, de una fe más adulta, de una participación cada vez más plena y viva en la vida divina, en el seno de la pequeña comunidad, es la mejor herencia que podemos transmitir a nuestros hijos; un testimonio que podemos ofrecer a las nuevas generaciones del hecho de que en Cristo, en la Iglesia, es posible el amor auténtico, que crece en la libertad y en el amor, en el respeto mutuo, en el espíritu del Señor, tanto en el matrimonio y en la familia cristiana, como en la comunidad cristiana.


Amor en el respeto por la diversidad

Es falso pensar que la comunión equivale a una igualdad de puntos de vista.

Aquí también hay que evitar el peligro de idealizar el matrimonio como correspondencia e igualdad de puntos de vista, de gustos, de maneras de ser: la tensión entre varón y fémina, entre una manera de ver más racional y una más intuitiva y a veces más realista, ha sido querida por Dios misma.

La comunión nace del Espíritu Santo en nosotros, que nos deja ver en nosotros el amor de Dios, el totalmente Otro de nosotros.

La alteridad, sobre todo de Dios pero también del sexo distinto al nuestro, es una ayuda, es una gracia, porque nos invita a la humildad, a reconocer nuestras limitaciones, ¡qué no somos Dios! Esta diversidad alma el uno con el otro, se convierte en un ejercicio de amor cristiano auténtico día tras día.

Es sobre todo en este punto que el demonio tiene un campo de juego fácil dentro de la relación entre hombre y mujer, entre esposo y esposa, entre padre y madre: es aquí que se insinúa el juicio hacía el otro que no piensa como yo, que no comparte mi punto de vista, que me juzga, que me exige…. de ahí la cerrazón en sí mismos, en no hablarse durante muchos días y semanas, la tentación de hacerse la víctima, del llorar sobre sí mismos acusando constantemente al otro como causa de su propio sufrimiento e infelicidad.

Juicios y aptitudes que inevitablemente repercuten en las relaciones sexuales y cuyas consecuencias recaen sobre los hijos.

El amor auténtico, el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, respeta nuestra libertad, y nos ama en nuestra diversidad, en nuestra necedad, en nuestros pecados y nos renueva constantemente con el perdón. El amor conyugal para ser auténtico está llamado a renovarse cada día, en el vivir cotidiano de la conversión del uno hacía el otro, y en el otro al totalmente otro, a Dios.

Para confirmar lo que he dicho antes, traigo aquí un texto sacado del libro: La reciprocità uomo-donna, que ya hemos citado en una nota a pie de página, que recoge textos de varios autores católicos, algunos de cuales muy bien argumentados, por si alguien quisiera profundizar en estos temas [23].

«No está bien demonizar el conflicto, considerándolo una prerrogativa de parejas incapaces y fracasadas». Según ha afirmado el psiquiatra René Sitz: «una existencia sin conflicto es la existencia de un avaricioso».

También una vida de pareja sin conflictos es una utopía peligrosa, ligada al sueño de un pacifismo que de hecho existe solo en las proclamaciones de los así llamados universales. Sería como cerrar los ojos a la alteridad del otro o, peor aún, quererla eliminar, porque asusta y molesta. Una relación constantemente e irónicamente reconciliada haría pensar en la incapacidad de confrontarse y de gastarse por el otro, a una adhesión acrítica e infantil de una parte a la otra, a una fusión indistinta, a una parálisis de la creatividad.

El conflicto llama a la persona a su soledad ontológica, en sentido de su ser no complementario, no dependiente del otro, sino autónomamente fundado en Dios. Hay acontecimientos y responsabilidades que cada uno debe afrontar él solo, sin poder apoyarse en otros (cuando se muere, se muere solo). Esta soledad ontológica garantiza a la pareja la fecundidad de una relación que no es fusión en la confusión, apoyo reciproco por la incapacidad de estar solos de pie, sino una continua aportación de nuevas energías que cada uno personalmente introduce en la comunicación.

Para el matrimonio creyente, el conflicto puede ser una llamada al diálogo profundo con Dios, a que el Dios celoso que de vez en cuando reafirma el primado del diálogo del alma con su creador, para asirla a sí mismo y hacerla de nuevo fecunda [24].

Cuando los papeles del padre y de la madre se invierten, se crean graves problemas en los hijos. Se forman mujeres masculinizadas, y hombres débiles y afeminados.

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Notas

[21] «En la presente cuestión, el escándalo mayor es este: suponer una clase social como enemiga natural de la otra; como si la naturaleza hubiese hecho s los ricos y a los proletarios para entablar entre si un duelo implacable; algo que es tan contrario a la razón y a la verdad Sin embargo está clarísimo que, como en el cuerpo humano varios miembros son compatibles juntos y forman aquel armónico temperamento que se llama simetría, así la naturaleza quiso que en el consorcio civil se armonizaran entre ellas las dos clases, y de eso resultase el equilibrio. La una tiene necesidad absoluta de la otra: ni el capital puede existir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. La concordia permite la belleza y el orden de las cosas, mientras que un perpetuo conflicto no puede sino engendrar confusión y barbarie. Ahora bien, para recomponer la disensión, y desarraigaría con firmeza, el cristianismo tiene la riqueza de una fuerza maravillosa» (Rerum Novarum, n.º 15).

[22] «Débito conyugal, es decir la obligación que corresponde al derecho conyugal, los cónyuges deben prestar esta mutua acción por el contrato matrimonial. En efecto, al no tener el hombre la potestad sobre su cuerpo sino su mujer, y viceversa, deriva que cada cónyuge está sujeto a ofrecer su cuerpo a petición del otro. De ahí el débito de la donación a la petición. No obstante: el derecho y el oficio concerniente al débito conyugal, del que habla el Canon III I, no es una acción obnoxium, perteneciente al fuero interno» (F. Cappello, Tractatus Canonico—Moralis de Sacramentis, Vol. V, De Matrimonio, Marietti 1950, pags. 791-792).

[23] En esta catequesis cito los libros que he encontrado más valiosos sobre la vida de la pareja y la educación de los hijos y que si alguien quisiera profundizar puede consultar. He visto y leído muchos otros que, por tener una connotación casi exclusivamente humanista y psicológica, no he considerado útil citar.

[24] G. P. Nicola-A. Danese, Maschile e femminile, conflitto e reciprocità, en La reciprocità uomo—donna, Op. Cit., págs. 227-228.

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Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Catequesis sobre la familia: Contraposición entre hombre y mujer

En Jesucristo la contraposición entre hombre y mujer es esencialmente superada

En el comienzo de la Nueva Alianza, que debe ser eterna e irrevocable, está la mujer: la Virgen de Nazaret, Se trata de una señal indicativa que «en Jesucristo no hay ni hombre ni mujer» (Gal 3, 28). En él la mutua contraposición entre hombre y mujer —como legado del pecado original— es esencialmente superada. «Vosotros sois uno en Cristo Jesús», escribe el apóstol (Gal 3, 28).

Las palabras paulinas comprueban que el misterio de la redención del hombre en Jesucristo, hijo de María, retoma y renueva lo que en el misterio de la creación correspondía al eterno designio de Dios Creador.

La redención restituye, de algún modo, a su misma raíz el bien que fue esencialmente «disminuido» por el pecado y por su legado en la historia del hombre [19].

Los sacramentos injertan la santidad: penetran el alma y el cuerpo, la feminidad y la masculinidad del sujeto personal.

«Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. En todo caso, en cuanto a vosotros, que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer, que respete al marido» (Ef. 5, 32-33).

Los sacramentos injertan la santidad en el terreno de la humanidad del hombre: penetran el alma y el cuerpo, la feminidad y la masculinidad del sujeto personal, con la fuerza de la santidad. La liturgia, la lengua litúrgica, eleva el pacto conyugal del hombre y de la mujer, basado en el «lenguaje del cuerpo» releído a partir de la verdad [20].


El sacramento presupone la «teología del cuerpo», es un «signo visible» de una realidad invisible

El Sacramento o la sacramentalidad —en el sentido más general de este término— se encuentra con el cuerpo y presupone la «teología del cuerpo».

El sacramento, en efecto, según el significado generalmente conocido, es un «signo visible».

El «cuerpo» significa también lo que es visible, significa la «visibilidad» del mundo y del hombre. De alguna manera, pues, aunque en sentido más general, el cuerpo entra en la definición del sacramento, siendo el mismo «signo visible de una realidad invisible», es decir. de la realidad espiritual, trascendente, divina.

En esté signo —y mediante este signo— Dios se dona al hombre en su trascendente verdad y en su amor. El sacramento es signo de la gracia y es un signo eficaz (Juan Pablo II, miércoles 28 de julio dé 1982).

Subrayo esta afirmación repetida más veces por el Papa, corno también invito a los esposos a recuperar la dimensión divina del acto conyugal.

En efecto, dice el Papa Juan Pablo II: en este signo (el acto conyugal) —y mediante este signo— Dios se dona al hombre en su trascendente verdad y en su amor. Por eso invita a los esposos a librarse de los elementos maniqueos, que han distorsionado la visión de la sexualidad, presentándola como algo que está sucio, algo negativo, como un mal necesario, creando traumas de varia índole (cerrazón al acto, sentimiento de culpabilidad, de pecado tolerado, etc.) e impidiendo una visión positiva de la unión conyugal como vehículo de transmisión de la gracia divina a los esposos.

«Es necesario reconocer la lógica de estupendo texto, que libera radicalmente nuestro modo de pensar de los elementos del maniqueísmo o de una consideración no personalista del cuerpo y al mismo tiempo acerca el «lenguaje del cuerpo», encerrado en el signo sacramental del matrimonio, a la dimensión de la santidad real».

Explicando la analogía del amor de Cristo por la Iglesia con la unión sacramental del hombre con la mujer, Juan Pablo II enseña:


Cristo verdadero hombre, varón, es el esposo: paradigma del amor de los hombres-varones

«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amo a la Iglesia y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra. y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha y arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada. Así deben amar los maridos a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo…».

Cristo es el esposo. En esto se expresa la verdad sobre el amor de Dios que «nos amó primero» (l Jn 4, 19) y que con el don generado por este amor esponsal hacía el hombre ha superado todas las expectativas humanas… «Amó hasta el final» (Jn 13, 1).

El esposo —el Hijo consustancial al Padre en cuanto Dios— se ha convertido en hijo de María, «hijo del hombre», verdadero hombre, varón. El símbolo del esposo es de género masculino.

En este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el que Dios ha expresado su amor divino para Israel, para la Iglesia, para todos los hombres.

Precisamente porque el amor divino de Cristo es amor de esposo, este es el paradigma y el prototipo de todo amor humano, en particular del amor de los hombres-varones.


Cada persona presenta en sí misma unas características masculinas y femeninas

Esta analogía entre Cristo esposo y el hombre, subraya el Juan Pablo II, no contradice el hecho de que cada persona presente en sí misma unas características masculinas y femeninas. En efecto, en cuanto miembros del Cuerpo de Cristo, entre los cuales destaca por encima de todos la Virgen María, la mujer, todos, también los varones, están llamados a tener una actitud de receptividad y de respuesta generosa al amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, por otro lado, todos, también las mujeres, están llamadas al don de sí mismas a Dios y a los demás.

En el ámbito del «grande misterio» de Cristo y de la Iglesia, todos están llamados a responder —como una esposa— con el don de su vida al don inefable del amor de Cristo, que solo, como redentor del Mundo, es el esposo de la Iglesia. En el «sacerdocio real», que es universal, se expresa al mismo tiempo el don de la esposa.


La mujer es la esposa: es ella la que recibe el amor, para poder amar a su vez

En el fundamento del designio eterno de Dios, la mujer es aquella en la que el orden del amor en el mundo creado de las personas encuentra un terreno para su primera raíz.

El orden del amor pertenece a la vida íntima de Dios mismo, a la vida trinitaria. En la vida íntima de Dios, el Espíritu Santo es la personal hipóstasis del amor. Mediante el Espíritu, don increado, en amor se convierte en un don para las personas creadas. El amor, que viene de Dios, se comunica a las criaturas: «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

La llamada a la existencia de la mujer al lado del hombre («una ayuda adecuada», Gn 2, 18) en la unidad de los dos, ofrece en el mundo visible de las criaturas unas condiciones particulares a fin de que «el amor de Dios se ha derramado en los corazones» de los seres creados a su imagen.

Si el autor de la carta a los Efesios llama a Cristo esposo y a la Iglesia esposa, confirma indirectamente, a través de tal analogía, la verdad sobre la mujer como esposa.


El esposo es aquel que ama. La esposa es amada: es ella la que recibe el amor, para poder amar a su vez

Cuando dijimos que la mujer es la que recibe el amor para poder amar a su vez, no entendemos solamente o antes que nada la específica relación esponsal del matrimonio.

Entendemos algo más universal, fundido en el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que, de las formas más variadas, estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres. En este contexto, amplío y diversificado, la mujer representa un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como esa persona concreta, por el hecho de su feminidad. Esto concierne a todas las mujeres y a cada una de ellas, independientemente del contexto cultural en la que cada una se encuentra y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, el ser casada o soltera.

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Notas

[19] Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó «al comienzo» CEC, 1608.

[20] La palabra hebrea para el matrimonio es «qiddushin», es decir, santificación.

«Sobre todo el estudio del Rito caldeo, pero en general la estructura de los rituales orientales y occidentales nos ayuda a comprender que en la base de los rituales cristianos se coloca el antiguo ritual hebraico en toda su estructura y en sus contenidos, releídos a la luz de Cristo: bendición para el noviazgo, las nupcias, la bendición del tálamo nupcial; esta última bendición duró hasta el siglo XIII en la Iglesia Occidental».

«Acérquese el Presbítero y bendiga el tálamo diciendo: bendice, oh Señor, este tálamo y a cuantos habitan en ello para que puedan quedar en tu paz, estén firmes en tu voluntad, vivan, envejezcan y se multipliquen durante sus días. Después bendice a los esposos diciendo: que Dios bendiga vuestros cuerpos y vuestras almas y derrame sobre vosotros su bendición como bendijo a Abraham, a Isaac y a Jacob. La mano del Señor esté sobre vosotros, envíe su Ángel Santo, que os custodie todos los días de vuestra vida. Amén» (Documentos de la antigua liturgia occidental para el rito del matrimonio, en Lamberto Crociati, o. c., p. 232-242).

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Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Catequesis sobre la familia: El pecado, ruptura con Dios, ruptura y oposición entre hombre y mujer

Cometiendo el pecado el hombre rechaza este don y a la vez quiere llegar a ser «como Dios, conociendo el bien y el mal» (Gn 3, 5) decidiendo lo que es bien y lo que es mal independientemente de Dios, su Creador.

El pecado de los orígenes tiene su medida humana, su metro interior en la libre voluntad del hombre y conlleva en sí una cierta característica «diabólica», como releva claramente el libro del Génesis (Gn 3, 1-5). El pecado actúa la ruptura de la unidad originaria de la que el hombre gozaba en el estado de justicia original: la unión con Dios como fuente de la unidad dentro del propio «yo», en la mutua relación del hombre y de la mujer (comunión de personas) y, finalmente, respecto al mundo exterior, a la naturaleza [14].


Las consecuencias del pecado: «él te dominará». El dominio sustituye el vivir «para» el otro

La descripción bíblica del Libro del Génesis delinca la verdad acerca de las consecuencias del pecado del hombre e indica igualmente la alteración de aquella originaria relación entre el hombre y la mujer, que corresponde a la dignidad personal de cada uno de ellos.

Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gn 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta «unidad de los dos», que corresponde a la dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer.

En efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, el dominio sustituye el vivir «para» el otro: «él te dominará».

La unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos.

La mujer no puede convertirse en «objeto» de «dominio» y de «posesión» masculina. Las palabras del texto bíblico se refieren directamente al pecado original y a sus consecuencias permanentes en el hombre y en la mujer.

Ellos, cargados con la pecaminosidad hereditaria, llevan consigo el constante «aguijón del pecado», es decir, la tendencia a quebrantar aquel orden moral que corresponde a la misma naturaleza racional y a la dignidad del hombre como persona. Esta tendencia se expresa en la triple concupiscencia que el texto apostólico precisa como concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida (Cf. In 2, 16), (Mulieris Dignitatem, 10).

Es muy importante tener siempre presente esta luz que nos viene de la revelación, para saber «discernir» la verdadera causa de los conflictos de la vida conyugal y familiar [15].

Todos los conflictos, en efecto, pueden nacer entre marido y mujer, como por ejemplo, la rivalidad; y se pueden manifestar de muchas formas también en la relación conyugal, como asimismo los conflictos de los padres con los hijos, de los hijos con los padres y sus hermanos, o con los suegros, los yernos, las nueras: tienen su origen en el pecado que habita en nosotros [16].

Aunque el pecado original haya sido perdonado por el Bautismo, queda siempre la tendencia al pecado [17] explicitada en los siete vicios capitales. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, el no tener presente la realidad del pecado original es causa de valoraciones erróneas en el campo familiar y social, algo que conlleva graves consecuencias [18].

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Notas

[14] Estas palabras encuentran su confirmación de generación en generación. Ellas no significan que la imagen y la semejanza de Dios en el ser humano sea mujer que varón, haya sido destruida por el pecado; significan, más bien, que ha sido «ofuscada» y, de alguna manera, «disminuida» (cf. Libertatis Conscientiae).

[15] «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre, Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas; fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre» (Mc 7, 20-23).

[16] «Habiéndose convertido en el centro de sí mismo, el hombre pecador tiende a autoafirmarse y a satisfacer su anhelo del infinito, sirviéndose de las cosas: riquezas, poderes y placeres, sin preocuparse de los otros hombres a los que injustamente expolia y trata como si fueran objetos o instrumentos. Así, por su parte, contribuye a crear aquellas estructuras de explotación y de esclavitud, a las que, además, pretende denunciar» (Libertatis Conscientiae, n 42).

[17] «En el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado… así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o ‘fomes peccatí’» CEC, 1264.

[18] «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres» CEC, 407.

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Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Catequesis sobre la familia: Asumir su propia masculinidad o feminidad

En estas catequesis, Juan Pablo II ahonda en estos aspectos, porque, según veremos más adelante, la confusión creada en el mundo de hoy sobre la identidad del sexo y, por consiguiente, del papel del padre y de la madre, exige hoy más que nunca a los cristianos el asumir su propia sexualidad como querida en el designio de Dios sobre la familia, imagen de la comunión trinitaria.

El cuerpo, que expresa la feminidad «para» la masculinidad, y viceversa, la masculinidad «para» la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal.

Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar. La masculinidad-feminidad —esto es, el sexo— es el signo originario de una donación creadora y de una trama de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con que el sexo entra en la teología del cuerpo. (Discurso XIV, n.º 4, Varón y mujer lo creó, 75).


El Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad

Reconociendo esta originaria destinación se puede afirmar que «el Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad, y que en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto modo, como tarea, su humanidad, la dignidad de la persona y también el signo transparente de la «comunión» interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a través del auténtico don de sí. (Discurso LIX, n.º 2, Varón y mujer lo creó, 235).

Para cada cristiano todo es un don gratuito: es don la vida recibida de Dios por medio de los padres, es don el cuerpo, es don la sexualidad: y se siente llamado a responder a estos dones donando a sí mismo a Dios, a los padres, a los demás.

La llamada a la comunión inscrita en la sexualidad ha sido trastocada por el pecado original, con consecuencias negativas en la relación entre hombre y mujer.

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Catequesis sobre la familia: Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Catequesis sobre la familia: Comunión de los padres

Para la educación de los hijos la condición más importante es la comunión de los padres.

Estamos todos de acuerdo, y lo sabemos por experiencia, que la condición principal para una auténtica educación de los hijos y para la transmisión de la fe es la comunión entre los padres: marido y mujer.

Por esta razón mencionaré algunos aspectos sobre la teología del cuerpo desarrollada por el Papa Juan Pablo II, que nos ayuden a comprender mejor la vocación y la misión específica de la vida matrimonial, porque viviendo el matrimonio según el diseño de Dios se descubre mejor el papel del padre y de la madre en la educación de los hijos.


El hombre está llamado «desde el principio» a la comunión con Dios y con el prójimo

El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. Esta verdad ha sido revelada plenamente en el Nuevo Testamento, junto con el misterio de la vida intratrinitatia: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.

Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano.

Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás (S. h. 8) [13].

«La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador» (CEC, 1603).

Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. (Gn I, 28): «Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla» (CEC, 1604).

La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio». «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2, 24). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19, 6), (CEC, 1605).


Mediante su recíproca donación personal los esposos tienden a la comunión… en la generación y en la educación de nuevas vidas

El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados, el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia (Sh, 28).

Para comprender mejor esta vocación al mutuo don de sí inscrito por el mismo Dios en la estructura sexual del varón y de la mujer, el Papa Juan Pablo II en las Catequesis sobre la teología del Cuerpo (1979-1984), en las Audiencias de los miércoles, profundizó y explicó el sentido del ser varón (hombre, masculinidad) y del ser hembra (mujer, feminidad).

Con esta enseñanza el Papa, a la luz de la Revelación y de la Tradición, arroja luz en medio de la confusión que se ha creado en la sociedad por lo que concierne la visión antropológica del hombre y de la mujer y sobre sus papeles en el matrimonio y en la familia.

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Notas

[13] La sigla «S. h.» de las citas siguientes se refiere a un Documento del Pontificio Consejo para la Familia: Sexualidad humana: verdad y significado, Ediciones Palabra, 1996 (hay ediciones posteriores), que ya presentamos en la Convivencia de los Catequistas de principio de curso de 1997, y que constituye un óptimo documento de referencia para la educación sexual y afectiva de los hijos.

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Portal web de Camino Neocatecumenal


Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (III)

Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (III)

En este mes de mayo, mes de la Virgen María, os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.

La catequesis se realiza en tres pasos:

– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.

– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.

– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».

Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.

Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.

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Advocaciones de la Virgen María (III)

Nuestra Señora de Luján

8 de mayo

Nuestra Señora de Luján

Hacia el año 1630, una caravana de carretas atravesaba la Pampa argentina, yendo hacia Chile y Perú, llevando dos imágenes de la Virgen. Habían llegado sin ningún percance al lugar que más tarde sería la ciudad de Luján; pero, al día siguiente, la carreta que llevaba las imágenes no podía moverse. Solo pudo avanzar cuando bajaron el cajón que contenía esta imagen de la Virgen.

Nuestra Señora de la Misericordia

10 de mayo

Nuestra Señora de la Misericordia

En 1536, Antonio Botta, un sencillo labrador, vio a orillas de un río cerca de Savona, Italia, a la virgen María. Ésta le traía de parte de su Hijo un mensaje de Misericordia y Comprensión: Dios no quiere que lo veamos como un juez implacable, sino como un Padre Misericordioso, siempre dispuesto a perdonar.

Nuestra Señora de Fátima

13 de mayo

Nuestra Señora de Fátima

El 13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen María se les apareció a tres pastorcitos: Francisco, Jacinta y Lucía, en Fátima, Portugal. Pedía al mundo oración, penitencia y que volviera a Dios por el camino de su Ley.

En 1942 el Papa Pío XII consagró al mundo, y particularmente a Rusia, al Corazón Inmaculado de María, tal y como Ella lo había pedido.

Fiesta de María Auxiliadora

24 de mayo

Fiesta de María Auxiliadora

La fiesta de María, Auxilio de los cristianos, fue instituida por el Papa Pío VII para agradecer su entrada triunfal en Roma, después de su cautiverio en Francia, y por la continua protección de María Santísima hacia los cristianos en todo tiempo. En Argentina, es patrona de los agricultores.

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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.


La Virgen María, modelo para una juventud actual

La Virgen María, modelo para una juventud actual

María, la joven de Nazaret

María fue una muchacha de su tiempo. Llevó, sin duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una familia creyente, según los usos y costumbres de su época. Creció con las ilusiones lógicas de su edad y compartió la esperanza de su pueblo en las promesas de Dios.

María era todavía una jovencita cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre del Salvador. Dios, de esta manera, irrumpe en la vida de María cuando ella es joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes.

Y María se entrega generosamente al plan de Dios. Le dice «Sí». Firma en blanco para el Dios sorprendente que le va a llevar por caminos insospechados y nuevos.

María con su respuesta pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también muestra su ESPIRITU JOVEN por aceptar el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande.


Las actitudes fundamentales de María

Contemplación

María aparece en los evangelios como una mujer que medita y profundiza los acontecimientos para descubrir en ellos la luz de la Palabra de Dios. María guarda en su corazón palabras, gestos y actitudes, intuyendo que se encuentra ante el hecho misterioso de la salvación de Dios.

Hoy el mundo necesita personas contemplativas que, a la luz de la fe, mediten la presencia de Dios en nuestra historia.

Disponibilidad absoluta a Dios

El «Sí» de María en la Anunciación es un «Sí» generoso y total que no sabe de tacañerías, limitaciones y condiciones… María estuvo siempre de parte de Dios, al servicio de su acción en el mundo. Ella es modelo de disponibilidad absoluta al amor de Dios y a lo que Él nos pide para la construcción del Reino en nuestra sociedad.

Servicio dedicado a los demás

La vida de María fue una vida de servicio. La ayuda que prestó a su prima Isabel, a los novios de Caná y a los temerosos discípulos reunidos en el Cenáculo, son un botón de muestra. Con esta actitud de servicio, María nos enseña que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda.

Comprometida en la tarea de la liberación

María tiene la experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la intervención salvadora de Dios. Ella es la primera entre los humildes y olvidados de la tierra. Ella es la primera liberada por Dios.

María, en el canto del «Magnificat» (Lc 1, 46—55), proclama que Dios ayuda a los humildes y cambia la situación de injusticia, de opresión y de privilegio que tratan de mantener los poderosos para su propio provecho.

María es signo de liberación para todos nosotros. Como ella, podemos aspirar a nuestra propia y total liberación del mal, del pecado y de las esclavitudes o situaciones injustas, contando con la ayuda de Dios.

Fidelidad en el sufrimiento

María, unida en todo a su hijo Jesús, conoce bien pronto el alcance de las palabras que le dijo el anciano Simeón: «una espada te atravesará el corazón» (Lc 2, 35). María siente esa espada de dolor a lo largo de toda su vida en forma de destierro, angustia, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad…

El dolor de María alcanza su punto culminante en el Calvario. Ahí, de pie junto a la cruz, ve morir a su Hijo. Tiene la experiencia más amarga de la injusticia y de su propia impotencia.

María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.


La joven María: un modelo para los jóvenes

María comprende a los jóvenes. Ella fue una mujer que vivió plenamente la etapa de su juventud, compartió las ilusiones de los jóvenes de su tiempo y acompañó atentamente la adolescencia y juventud de su Hijo, Jesucristo.

En María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo tiempo: generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad, apertura a lo nuevo… Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el mundo actual.

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Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 2

Javier González Ramírez

Editorial San Pablo

La Virgen María según el Santo Padre Francisco

La Virgen María según el Santo Padre Francisco

«[…] como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida […]»

Santo Padre Francisco I

Lo que es la Virgen María, según el Papa Francisco, en quince rasgos, a luz de su alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma ante la Salus Populi Romani, el sábado 4 de mayo de 2013.

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La Virgen María según el Santo Padre Francisco

1. — Bajo su guía maternal la Virgen María nos conduce a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús.

2. — La Virgen María nos da la salud, es nuestra salud.

3. — La Virgen María es madre, y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarlos siempre con amor grande y tierno.

4. — La Virgen María es una mamá, ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza —que también se deriva de un cierto bienestar— a no conformarse con una vida cómoda que se contenta solo con tener algunas cosas.

5. — La Virgen María es la mamá que cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.

6. — La Virgen María hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.

7. — La Virgen María es una mamá, además, que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles y a saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre «siente» entre las «áreas de seguridad» y las «zonas de riesgo». Y esto una madre sabe hacerlo.

8. — La Virgen María es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino «seguro», porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!

9. — La Virgen María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando «no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25). Y como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.

10. — Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: «¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!» y a Juan: «Aquí tienes a tu madre» (cfr. Jn 19, 26—27). En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. A no tener miedo de las dificultades. A afrontarlas con la ayuda de la madre

11. — Una buena mamá no solo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.

12. — La Virgen María es maestra de la verdadera libertad. Donde reina la filosofía de lo provisorio, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento… Libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida!

13. — La Virgen María, como buena madre, nos educa a ser, como Ella, capaces de tomar decisiones definitivas, con aquella libertad plena con la que respondió «sí» al plan de Dios para su vida (cfr. Lc 1, 38).

Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisorio. Somos víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero… ¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida! ¡No tengamos miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta manera, nuestra vida será fecunda! Y ¡esto es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza.

14. — Toda la existencia de la Virgen María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.

15. — La Virgen María, la Salus Populi Romani, es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.

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Alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma

Sábado 4 de mayo de 2013

Fuente original: Revista Ecclesia


Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (III)

Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (II)

Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.

La catequesis se realiza en tres pasos:

– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.

– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.

– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».

Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.

Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.

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Advocaciones de la Virgen María (II)

Virgen Inmaculada de Lourdes

11 de febrero

Virgen Inmaculada de Lourdes

En 1858, cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, la Virgen se le apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes (Francia) y pidió que se rezara el Santo Rosario y se hiciera penitencia. Desde entonces, llegan multitudes hasta Lourdes atraídas por las gracias de curación corporal y espiritual obradas por la Santísima Virgen María.

La Anunciación de la Santísima Virgen María

25 de marzo

La Anunciación de la Santísima Virgen María

Nueve meses antes de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El ángel Gabriel anuncia a María que Dios la ha elegido para realizar en ella este misterio. Por medio de su «hágase», la Virgen llegó a ser la Madre del Hijo de Dios y en esto se funda la devoción mariana. Con el rezo del Ángelus recordamos este hecho tan grande.

María junto a la Cruz

Viernes anterior al Domingo de Ramos

María junto a la Cruz

La Iglesia dedica dos fiestas durante el año a honrar los Dolores de la Santísima Virgen María. Esta se celebra el viernes anterior al Domingo de Ramos, antes se llamaba fiesta de la «Compasión de María». La liturgia nos invita a considerar el dolor profundo de la Virgen al contemplar los tormentos de su Hijo en la Crucifixión. Veneremos este dolor suyo para recibir el fruto de la Pasión.

Nuestra Señora del Valle

Segundo sábado de Pascua

Nuestra Señora del Valle

En 1820, en Catamarca (Argentina), los recién convertidos indios calchaquíes comenzaron a venerar la sagrada imagen que sonríe y reparte gracias a todos. Desde entonces, los peregrinos afluyen sin cesar a su santuario, y la Viren del Valle es para ellos «reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra».

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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.