por Kiko Argüello | 24 Abr, 2014 | Catequesis Testimonios
La transmisión de la fe no es una acción reservada a una persona individual encomendada de esa tarea. Es un deber de cada cristiano y de toda la Iglesia, que en esta acción redescubre continuamente la propia identidad de pueblo congregado por la llamada del Espíritu, para vivir la presencia de Cristo entre nosotros, y descubrir así el verdadero rostro de Dios, que es para nosotros Padre.
La transmisión de la fe, como acción fundamental de la Iglesia, lleva a las comunidades cristianas a articular en modo concreto las obras fundamentales de la vida de fe: caridad, testimonio, anuncio, celebración, escucha, participación compartida. Es necesario concebir la evangelización como un proceso a través del cual la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo; impulsada por la caridad, impregna y transforma todo el orden temporal, asumiendo y renovando las culturas. Proclama explícitamente el Evangelio, llamando a la conversión. Mediante la catequesis y los sacramentos de iniciación, acompaña aquellos que se convierten a Jesucristo, o aquellos que retoman el camino de su seguimiento, incorporando los unos y reconduciendo los otros a la comunidad cristiana. Alimenta constantemente el don de la comunión en los fieles mediante la doctrina de la fe, los sacramentos y el ejercicio de la caridad. Suscita continuamente la misión, enviando todos los discípulos de Cristo a anunciar el Evangelio, con palabras y obras en todo el mundo.
Tercer capítulo: Transmitir la fe, n.º 92
La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana
XIII Asamblea General Ordinaria
Sínodo de los Obispos
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Sobre la transmisión de la fe a los hijos
Si la Iglesia no es capaz de transmitir la fe a la próxima generación, morirá… Pero a la Iglesia le queda algo que es una fórmula vencedora: la familia. La comunidad ayuda a la familia y la familia salva a la Iglesia.Nuestra sociedad está destruyendo la familia y, en particular, Europa está caminando hacia la apostasía y está haciendo que la familia se separe.
Me han invitado a hablar brevemente sobre como las familias en el Camino Neocatecumenal transmiten la fe a los hijos.
Miles de familias hoy se encuentran frente al problema de sus hijos que en la escuela y en la universidad están abandonando la Iglesia.
¿Cómo pueden las familias cristinas responder a esta situación de secularización, a este cambio de época, a la globalización, a un ambiente contrario a los valores cristianos?
Dios se ha manifestado a su pueblo sobre el Monte Sinaí. Dios ha querido elegir a un pueblo para revelarse, a través de su actuación, a la humanidad entera. Ha elegido un pueblo de esclavos en Egipto y ha comenzado a actuar con ellos. Dios se ha revelado a través de la actuación en su historia.
Después de haber hecho milagros, abriendo el mar y guiando a su pueblo a través del desierto, Dios ha hecho una alianza con ellos. Se ha aparecido sobre el monte Sinaí, allí donde el pueblo vio temblar la montaña y oyó un ruido terrible, la humanidad ha sentido por primera vez la voz de Dios.
Y Dios habló así: «iShemá Israel, Adonai Eloénu, Adonai Ehad!
iEscucha Israel!. iYo soy el único! iY tú amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo!».
Pero enseguida añade:
«¡Esto lo repetirás a tus hijos cuando estés en casa, cuando estés por la calle, cuando te acuestes y cuando te levantes!».
Y cuando llegue el momento en que tu hijo te pregunte: «¿Cuál es el significado de, estas leyes, de estas tradiciones y estos mandamientos?». Tú le dirás: «Éramos esclavos del Faraón en tierras de Egipto y el Señor nos ha sacado con mano potente. Delante de nuestros ojos el Señor ha obrado signos y prodigios contra el Faraón y contra su casa. Nos ha sacado para guiarnos hacia una tierra que había jurado a nuestros padres». Esto está escrito en Deuteronomio 6.
Esta palabra «Shemá» es hoy el Credo fundamental de Israel. Los hebreos ortodoxos la proclaman tres veces al día.
Este texto tan importante para el pueblo hebreo a lo largo de los siglos y que ha mantenido unida a la familia hebrea, nos ayuda a entender la importancia de que los padres transmitan la fe a sus hijos y nos muestra también que este mandamiento divino se ha dado a los padres y no se puede delegar a otra persona.
Son ellos los que tienen que contar a sus hijos las obras que Dios ha hecho en su favor.
Yo he estado en contacto con muchas familias católicas, familias pertenecientes a la acción católica que estaban también en otros movimientos eclesiales que han delegado a la parroquia la transmisión de la fe a los hijos.
Y después cuando los hijos han ido a la Universidad han descubierto que los hijos habían perdido la fe.
No han obedecido al mandamiento según el cual ellos son los primeros que principalmente deben transmitir la fe a sus hijos, según el mandamiento divino.
Para los primeros cristianos la transmisión de la fe a los hijos, a través de la Sagradas Escrituras cumplidas en Jesucristo, era una misión fundamental.
Conocemos el testimonio en la segunda carta de San Pablo a Timoteo: «Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús» (2 Tim 3,14-15).
Esta tradición se ha mantenido de distintas formas en las familias cristianas a lo largo de los siglos. Y es todavía más evidente en el testimonio de numerosos niños y jóvenes que fueron martirizados.
El Camino Neocatecumenal, como iniciación cristiana en las diócesis y en las parroquias, enseña hoy a los matrimonios también a transmitir la fe a sus hijos, en particular a través de una celebración, en una liturgia doméstica.
Nosotros les enseñamos que la familia cristiana tiene tres altares:
El primero es la mesa de la Santa Eucaristía, donde Jesús ofrece el sacrificio de su vida para nuestra salvación.
El segundo altar es el tálamo nupcial, donde se cumple el sacramento del matrimonio y se da la vida a nuevos hijos de Dios. Les enseñamos cómo se debe cumplir el acto conyugal, que antes necesitan rezar, y se enseña a los niños que el dormitorio de los padres es un lugar santo. A los cristianos hay que enseñarles que el tálamo nupcial se debe tener en gran honor y gloria.
El tercer altar es la mesa donde la familia se reúne para comer, bendiciendo al Señor por sus dones.
La celebración doméstica, en la cual se transmite la fe a los hijos, se hace alrededor de esta misma mesa, donde los padres pueden pasar la fe a los hijos.
Después de más de treinta años del inicio del Camino Neocatecumenal, uno de los frutos que más nos consuela es ver la familia reconstruida.
Y la familia se convierte en un verdadero «santuario doméstico de la Iglesia».
Estas familias que están en el Camino están todas abiertas a la vida. El Camino Neocatecumenal tiene una de las tasas más altas de natalidad del mundo -cinco hijos por familia- incluso más que los musulmanes. Les enseñamos qué significa dar un hijo a Dios.
Estas familias que son numerosas, cumplen el deber fundamental de las familias cristinas, que es el transmitir la fe a sus propios hijos.
Además de las oraciones de la mañana y de la tarde, dan gracias a Dios antes de las comidas y participan en la Eucaristía con sus padres en la comunidad de ellos.
La transmisión de la fe a los hijos se hace principalmente, como hemos dicho, en una liturgia doméstica, celebrada regularmente en el Día del Señor.
En esta celebración, como la familia es grande, se prepara la mesa con un mantel blanco, una vela, flores y la Biblia. Uno de los hijos toca la guitarra, otro la flauta y rezan juntos con sus padres y abuelos.
En esta celebración los padres rezan los salmos de laúdes con sus hijos. Los padres preparan una lectura, que puede ser también el evangelio de la misa de ese domingo.
Entonces el padre pregunta a cada hijo: ¿»Que te dice Dios a través de esta lectura para tu vida?». Impresiona mucho ver como los niños son capaces de aplicar la palabra de Dios a su experiencia de vida.
Al final, después de que todos los niños han hablado, los padres dan una catequesis basada sobre su experiencia. Dicen lo que la Palabra significa para ellos.
Al final invitan a los niños a que recen por le Papa, la Iglesia, por los que sufren, etc. Después rezan el Padrenuestro todos juntos y se dan el signos de la Paz. Y así cada domingo en cada familia cristiana. . .
El resultado de esta preciosa atención de los padres hacia sus hijos es que casi el 100% de los hijos del Camino Neocatecumenal permanece en la Iglesia.
Esta es la razón por la que hemos llevado 50.000 jóvenes a Toronto y 75.000 a Paris. Es maravilloso ver como las comunidades neocatecumenales en las parroquias están llenas de jóvenes ¡llenas de jóvenes!
Al encuentro con el Papa en Roma, en Tor Vergara, hemos llevado 100.000 jóvenes, todos pertenecientes al Camino Neocatecumenal Y de estas familias numerosas, de este tipo de educación de los hijos, de estas celebraciones domesticas, están surgiendo miles de vocaciones, miles. . .
Hemos abierto ya 50 seminarios diocesanos Redemptoris Mater (aplausos); de estas comunidades han entrado en los conventos de clausura 4.000 hermanas; todos los conventos en Italia, benedictinas, clarisas. . . están llenos de hermanas que vienen del Camino Neocatecumenal
Y esto no es un movimiento.
Estas comunidades son en las parroquias como una iniciación cristiana que pertenece a la Iglesia.
La Iglesia ha reconocido que no somos una asociación ni una congregación ni un movimiento. Nuestra misión es la de ayudar a las parroquias y a los obispos a tener un itinerario de iniciación cristiana que ayuda a madurar la fe – como la sagrada Familia de Nazaret – .
Porque Nuestro Señor, la Palabra del Padre, que tomó carne de la Virgen María, nació como un niño que tenia necesidad de crecer para convertirse en hombre, para ser adulto.
Solamente de adulto podía cumplir su misión de salvar al mundo cuando llegase a los 30 años. ¿Cómo se hizo adulto? Obedeciendo a María y a José.
De la misma forma hoy mucha gente que ha recibido el bautismo tiene una fe pequeña, una fe infantil. Esta fe tiene que crecer en un ambiente cómo la Familia de Nazaret, haciéndose adulta obedeciendo al párroco y a los catequistas, en obediencia al párroco y a los catequistas.
Estamos agradecidos al Pontificio Consejo para la Familia que ha comenzado a interesarse por este fenómeno. Se han quedado sorprendidos de todos estos jóvenes y de lo que estamos haciendo y nos han invitado a proponer a toda la Iglesia el mismo tipo de celebración (doméstica) que nosotros hacemos.
Cuando tuvimos un encuentro con Mons. Bugnini, que era un estrecho colaborador del Papa Pablo VI y era el encargado de toda la renovación litúrgica, el RICA, etc., nos dijo que en la Iglesia faltaba una liturgia domestica; y cuando supo lo que estábamos haciendo, quedó muy impresionado.
Así que estamos muy contentos de colaborar con el Pontificio Consejo para la Familia y de dar nuestra pequeña contribución a través de lo que Dios está haciendo con nosotros.
Me gustaría proponer todo esto a todos los demás, para ayudar a otra gente, a otras optimas familias de todas las otras realidades cristianas que tienen dificultad con sus hijos durante su crecimiento, en la escuela.
En toda Europa hay un ambiente de izquierdas con una terrible educación sexual que esta contra la enseñanza cristina. Los padres sufren mucho viendo a sus hijos contaminados por esta cultura. Esta es la verdad.
Y me gustaría hacer entender a toda la Iglesia que lo que estoy diciendo no es un problema secundario, una devoción; es una cuestión de vida o muerte para la Iglesia.
¡Una cuestión de vida o muerte!
Si la Iglesia no es capaz de transmitir la fe a la próxima generación, morirá (aplausos).
Esto es tan importante que el santo Padre y el Pontificio Consejo para la Familia han entendido que estamos perdiendo. . . hay parroquias que en las cuales ya no hay jóvenes. ¿Dónde están?
No es cuestión de hacer teatro u otras estupideces con los niños, sino de darles un contenido verdadero y serio.
Porque ellos tienen que hacer frente a un ambiente que está completamente en las antípodas de la realidad del Evangelio. A través de la globalización del mundo entero, la secularización está llegando con mucha rapidez, poniendo en crisis a todas las religiones.
En Europa estamos perdiendo las escuelas cristianas, no hay más escuelas en las que se enseñe la religión. Las órdenes religiosas no tienen más vocaciones y están abandonando las escuelas y las universidades.
Hemos perdido las universidades, y a nuestros hijos se les enseña Hegel, Marx… todo lo contrario, el nihilismo. Estas cosas nos las dicen nuestros jóvenes.
Pero a la Iglesia le queda algo que es una fórmula vencedora: la familia (aplausos).
Nosotros hemos visto que nuestros hijos, educados en una familia estable, no vacilan en la escuela. Se hacen objetores. Cuando en las clases de educación sexual se les enseña a masturbarse y otras cosas contrarias al Evangelio, se ponen de pie y hacen objeción de conciencia. Los padres van a hablar con el director. No sucumben a todo esto.
En la universidad, donde todo es contrario a los valores cristianos, no sucumben, no pueden convencerles. Detrás de ellos están su familia y su comunidad cristiana, una comunidad neocatecumenal de 40 o 50 hermanos que están todos unidos, dónde aparece Dios, donde ya no hay clases sociales. Todos son hermanos: ingenieros, señoras de la limpieza, vagabundos, ¡todos hermanos! No hay diferencia de lengua o cultura, entre blancos y negros, entre gente culta e ignorante. No hay pobres ni ricos, son todos hermanos que se ayudan el uno al otro.
Si hay una familia con muchos hijos que no puede llegar a final de mes, la comunidad hace una colecta para ayudarles. La comunidad ayuda a la familia y la familia salva a la Iglesia (aplausos).
Nuestra sociedad está destruyendo la familia y, en particular, Europa está caminando hacia la apostasía y está haciendo que la familia se separe.
A causa del trabajó no tenemos tiempo para volver a casa y comer juntos. Las nuevas generaciones ya no comen juntos. En Europa no hay lugares de encuentro, no hay tiempo.
Pon la mañana un chico sale a jugar al baloncesto y una chica va a bailar. Están siempre fuera, no se reúnen nunca, no se sientan a hablar. La mujer trabaja, el hombre trabaja, cuando vuelven a casa los hijos ya duermen. Y la familia se está destruyendo en cuanto al tiempo (el ritmo del trabajo y los horarios escolares), en cuanto a su composición (parejas homosexuales, parejas de hecho, divorcio), en cuanto a su estilo de vida (la gente vive de un modo que está en contra de la familia) y sobre todo a través de una cultura que nos rodea y que es contraria al Evangelio.
Estamos convencidos de que la batalla real que la Iglesia tiene que afrontar en el tercer milenio, el desafío que tenernos que afrontar y en el que se juega nuestro futuro, es el de la familia.
Por esto he dicho que estamos contentos de colaborar con el Pontificio Consejo para la Familia, llevando la experiencia de tantas familias, después de tantos años en los cuales hemos visto que esta FAMILIA y COMUNIDAD CRISTIANA, es una fórmula vencedora.
Con ellos estamos buscando hacer una guía. Sobre la base de una experiencia de más de treinta años, con familias de diferentes culturas y clases sociales, podemos hacer algo válido, no sólo un esquema diseñado en la mesa de un’ bar, sino algo serio, una guía para la familia, una experiencia del camino neocatecumenal a través de la cual la Iglesia puede ayudar a la familia a transmitir la fe a los hijos.
Pienso que todo esto es una gran contribución para la familia.
Espero que esta pequeña semilla que ahora sembramos pueda un día convertirse en un árbol lleno de frutos, porque si un niño de cuatro años ha visto a su padre rezar en la asamblea con sinceridad, no lo olvidará jamás, jamás (aplausos).
Muchos adultos no olvidarán jamás el modo en el que han celebrado en sus propias familias, donde han visto el amor de sus padres por Dios y cómo rezaban con verdadero convencimiento.
Rezad por mí. Gracias.
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Conferencia pronunciada por Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, en Manila (Filipinas), el 23 de enero de 2003.
por Luis M. Benavides | Jorge Bucay | 24 Abr, 2014 | Confirmación Narraciones
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí, como a otros —después me enteré— , me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal. Una vez acabada su actuación y hasta volver a actuar en el escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Se trataba de un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra.
Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio era evidente: ¿Qué lo mantenía, entonces? ¿Por qué no huía?
Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice, entonces, la pregunta obvia:
—Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca. Solo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.
Cerré los ojos y me imaginé al pequeño elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar y también al otro y al que le seguía…
Hasta que un día, un terrible día en su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree —pobre— que no puede.
Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez… Y así, terminó encadenado para siempre.
Bucay, Jorge: Recuentos para Damián, p. 11.
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Para la reflexión personal
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante de circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. ¡Y me animo a arriesgar más! A veces, vamos arrastrando cadenas y la estaca está allí, suelta, ni siquiera está anclada en algún sitio. Vivimos creyendo que “no podemos”, simplemente porque alguna vez, cuando éramos chicos, probamos y no pudimos.
Lo terrible y triste de la historia es el resignarse, esa sensación de oscura frustración del no se puede, del no podré jamás. Esa mediocridad del ni siquiera reconocer las estacas, renunciando a luchar eternamente contra ellas.
Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas o miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma: no puedo y nunca podré. Esto es lo que pasa, vivimos condicionados por el recuerdo de que alguna vez no pudimos. Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.
Nuestra única manera de saber, es intentar de nuevo, poniendo en el intento todas nuestras fuerzas, todo nuestro corazón… Es tiempo de probar, de desterrar estacas propias y ajenas. Es tiempo de no soportar la sentencia a cadena perpetua. ¡Es tiempo de acción y de manos a la obra…! Dios así lo quiere…
Para compartir en familia o en grupo
- ¿Cuáles son las grandes cadenas que nos atan en nuestra vida?
- ¿Quién o qué nos encadena? ¿A qué le tememos?
- ¿Cuál fue el momento terrible de nuestra historia en el que dejamos de empujar y pelear?
- ¿Qué cosas o quiénes pueden ayudarnos a liberarnos de nuestras cadenas?
- ¿Qué nos impide hoy volver a probar para romperlas?
Valores en juego
Audacia. Autoestima. Fortaleza. Libertad. Superación.
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por Antonio Orozco-Delclós | 23 Abr, 2014 | Confirmación Narraciones
Camino de Emaús es uno de los capítulos del libro de Antonio Orozco-Delclós, Resurrección (Rialp, Madrid 1970, agotado). El autor finge estar presente en el diálogo entre Jesús y los dos discípulos que en la tarde del Día de la Resurrección mantuvieron camino de Emaús. Éstos no tienen hasta el final noticia del hecho de la resurrección, por eso no se ha podido dar aún una explicación completa, ni siquiera resumida, del misterio pascual.
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Camino de Emaús
Mientras el sol, lejano, trata de ocultarse un día más, abandonando el límpido cielo para descansar tranquilo más allá de las lomas, la incredulidad, la tristeza, el temor, la angustia abandonan ya nuestra alma, descansándola. El sentimiento es ahora el de los niños, que, perplejos y asombrados, contemplan con avidez las nuevas maravillas que se muestran por primera vez a sus ojos, pequeños y torpes para captar los matices de las cosas. Es la esperanza que regresa cuando -perdida la fe- se va atisbando otra vez el sentido positivo de la realidad. Y aunque la luz no se halle en el cenit todavía y proyecte perfiladas sombras sobre todas las cosas, hay luz, y con ella, el relieve, la profundidad y la altura, color y calor y vida en el propio mundo. Se hace preciso en estos momentos en que nuevas perspectivas se nos manifiestan, abrir bien los ojos, guardando el cuidado de no cerrarlos, porque son de Dios aquellas luces -premio a la buena voluntad y deseos sinceros de ver- y podrían apagarse para siempre si las despreciáramos. Se hace menester, por tanto, asombrarse del mundo que aparece y preguntar -como los niños- el qué y el porqué de lo inmediato.
Qué es el hombre. Cuál es su fin. Qué debe hacer para conseguirlo. Quién es Dios. Qué tengo que ver yo con Él. Las preguntas así formuladas, con sencillez de corazón y con ánimo sereno, son de fácil y objetiva respuesta.
El hombre es un ser frágil y contingente. Tan pobre que le resulta imposible regalarse un solo cabello. Bastante rico como para superar con un destello de su mente al universo entero. El hombre nace del limo de la tierra, y sin embargo, viene de allá lejos, más lejos de donde brillan las estrellas. Es palabra de Dios pronunciada en la nada. Es nada y es de Dios. Ahí están toda su indigencia y toda su riqueza. Lo que es al hombre la palabra, es el hombre para Dios. Cuando se piensa y pronuncia, es; cuando dejamos de pensarla y decirla, se desvanece en la nada.
El hombre nace, pues, en una convivencia íntima con el Creador, Dios, que es y no puede ser otra cosa que Amor. A ser en el Amor —a convivir con el Amor— está llamado el hombre desde el seno de su madre. Amor que le piensa y dice constantemente, y le ama a un tiempo. Si dejara de pensarle y amarle se desvanecería la criatura en la nada. Su destino es, pues, un destino de Amor.
Sin embargo, el hombre renunció a la amorosa convivencia, creyendo que en ello se cifraba su libertad. Y se sumió de este modo en el odio que es la nada. Pero tan impotente es el hombre que ni siquiera es capaz de aniquilarse sin el consentimiento de la Palabra que lo dice. Y la Palabra no calló. Y el Amor siguió amando a escondidas el fruto de su decir. Y se las arregló de tal modo que aquella nada pudiera rectificar y gritar pidiendo socorro. Para lo cual el Amor prestó su Palabra, que descendió a la nada. Muchas nadas no se han unido todavía a aquel Grito, pero el Grito está ya en el aire. Y todas aquellas nadas que en algún momento deseen ser en el Amor podrán unirse al Grito que salva.
¿Cómo podrán unirse, sin embargo, al Grito, si no tienen habla las nadas?
¿Nos revelará nuestro amigo tan misterioso secreto? La noche comienza a invadirlo todo y el añil va tomando un color muy intenso. Llegamos a la aldea y el aún desconocido hace ademán de seguir adelante. Le instamos: «Quédate con nosotros, puesto que ya anochece». Deja convencerse y le invitamos a que siga su discurso en nuestro propio hogar.
Nos enseña que nuestro Padre-Dios ha previsto maravillosamente todas las cosas y que las ha ordenado de tal manera que nada hemos ya de temer. No habrá más temor para quienes no quieran estar solos. Del árbol -viejo en su savia- de la Humanidad ha brotado como por ensalmo un germen de vida nueva. El árbol es una gran familia de noble y vejada estirpe. Es único y con muchedumbre de ramas y frutos con vida propia y personal. Todos bebían hasta ahora de la raíz única que procreó todos los hombres. Y los frutos crecían, en el mejor de los casos, incoloros, insípidos. Pero el nuevo germen, injertándose en el árbol, trajo savia divina de lo Alto para inundar de vida nueva la planta toda. Las hojas, ya marchitas, ocres, reverdecerán y todo el árbol se hará fecundo en frutos sanos, sabrosos, bellos. La savia de la vieja raíz ya no tendrá vigor frente a la enorme vitalidad del nuevo germen, que será ahora la fuente única de toda vida y fuerza que en el árbol se halle.
Quisiéramos saber, pues, cómo es posible que las hojas viejas y agostadas revivan en su frescor original. Y el Amigo nos indica que el nuevo germen es el Amor que baja de lo Alto y quiere nacer de la tierra. Misteriosamente el Amor se hace tierra y en la tierra pone el Amor. Y siendo él mismo Amor y tierra, levanta la tierra hasta el Amor.
—Amigo, explícanos la parábola, le rogamos.
—Aquel a quien llamábamos Señor y Maestro, es el Amor que se hizo hombre. Siendo Amor vio al hombre en su angustioso bregar y sintió pena. Y estuvieron en él -tal como en el amor vive la vida de lo amado- los hombres, con sus angustias nacidas de flaqueza e iniquidad. Y, movido por el amor, tanto deseó nuestra propia suerte que adoptó para sí la naturaleza humana. Quiso con ella ser en todo igual que nosotros, aunque no pudo dejar de ser inmaculado, purísimo. Pero como era nacido en el seno de la gran familia de los humanos y tenía en sí la más grande dignidad y alteza, pudo erigirse ante el gran Ofendido como nuevo Cabeza de familia, asumiendo la responsabilidad de todos los miembros. De este modo —cargando con el pecado, siendo inocente— se presentó ante el Padre Dios, del que recibió la condena que merecía todo el linaje. La muerte del gran Inocente era el precio establecido para la restauración de la vieja estirpe, el grito necesario para el socorro y el perdón de toda la familia. Y el Padre se conmovió al ver que le llegaba de parte de la Humanidad un acto de Amor perfecto. Así hemos sido liberados de aquella condena eterna, ya que todo el linaje se comprendía bajo la sentencia, el castigo y la absolución del Juez. Porque, en cierto modo, todo el linaje —todo el árbol, todo el Cuerpo— murió en la Cruz al morir la Cabeza. Nuestro Amigo recaba la atención sobre los misteriosos vínculos que unen a los humanos, hijos de un mismo Padre, configurándolos como una sola cosa, como frutos de un mismo árbol, como miembros de un mismo cuerpo. Lo que afecta a un miembro, y especialmente a la Cabeza, afecta a todo el cuerpo. Y al morir el Cristo, nueva Cabeza del Cuerpo de la Humanidad, morimos también todos los miembros. Si uno ha muerto por todos, luego todos hemos muerto.
Vamos comprendiendo. Si logramos ahora hacernos un solo corazón y una sola alma -sentir, vibrar, sufrir, amar- con el Crucificado, se podrá decir que, de alguna manera, morimos con Él en nuestro corazón y en espíritu. Y el espíritu y el corazón nuestros habrán sido redimidos.
Al Amor, el Amor le compensa la ofensa, y aunque sólo es amor (minúsculo, con minúscula) el dolor nuestro, en unión con el de Aquel que se entregó en la Cruz, consigue llegar a ser Amor redentor. Nos imaginamos a la Sabiduría omnisciente de Dios en su eternidad conociendo, ya en el comienzo de los siglos, a todos los que hasta el término de los tiempos habrán querido unirse de esa manera íntima al Hijo suyo tan amado, ofrecido en holocausto sobre el madero. Y allí —en aquel momento y lugar supremos— los habrá visto el Padre procurando imitar al Hijo que dolorosamente moría, y abrazar las mil y una cruces de cada jornada con constante y renovado amor, con una unión progresivamente más lograda con Cristo crucificado, con una conciencia cada vez mas dolorida por el conocimiento de la propia culpa.
Unión, dolor, amor: muerte mística, heroica en la continuidad del sacrificio cotidiano, anticipada sacramental, misteriosamente, por la eternidad y beneplácito divinos en la Cruz soberana del Gólgota; gracias a la dimensión de eternidad del ser —humano, espiritual— que lo realiza: estos deben de ser los misteriosos fundamentos de la redención personal, la de cada uno en particular.
Nuestro amigo, hombre sabio, nos habla ahora de un modo maravilloso de unirnos a Jesús, de tomar parte en su sacrificio y alcanzar los frutos que de él se han desprendido. Nos recuerda aquellas palabras pronunciadas en uno de los momentos más entrañables de nuestra vida junto al Maestro: «Este es mi Cuerpo que se entrega por vosotros. Esta es mi Sangre derramada por muchos». «Tomad y comed». Y de nuevo admiramos el misterio de la inagotable vida que se entrega ya antes de ser entregada: el dominio absoluto hasta del tiempo. Nos damos cuenta de que el pan y el vino por las palabras de Jesús, pronunciadas por hombres elegidos, se convertirán en Cuerpo y Sangre que evocaran realísimamente la Humanidad de Cristo padecida, torturada, flagelada, crucificada, agradecida, amorosa, expiadora y suplicante. Al comerla nos haremos ella misma y seremos uno con Cristo. Y este será el modo y no habrá otro. Infinitas gracias y misericordias bajaran a la tierra para los hijos de los hombres a través del Gran sacramento que guardará para siempre, bajo el aspecto de pan y vino, lo acontecido en aquel momento cumbre de la Historia de la Humanidad.
No habrá hombre capaz de alabar o dar gracias o suplicar o reparar a Dios de una manera digna y proporcionada sino a través de la unión con Cristo, en la comunión con su cuerpo y su sangre presentes sobre el ara, bajo las apariencias de pan y vino. Al comer ese Cuerpo y al beber la Sangre —alimento de los fuertes y de los débiles que quieran serlo— conseguiremos en nosotros el aumento de Dios. Desde, ahora ya no es otro el fin del hombre sino el de que Dios vaya invadiendo su ser. Hasta suplantar toda la miseria humana y sustituirla por las riquezas de la vida divina. Este es el fin, que no término, ya que el término acaba y el fin es eterno.
Ya no es preciso gritar, lo adivinamos. Tendremos a Dios muy cerca. De corazón a corazón hablaremos con la voz del alma, en intimidad lograda por un Amor infinito que llega a esconderse en apariencias de pan, para que nosotros lleguemos a ser realmente como Dios.
Todo esto es algo muy grande. Y nuestro Amigo nos pide que no caigamos en la incredulidad de aquellos que no creen porque dicen ¡es demasiado!, pues poderoso es Dios para hacer que abundéis en más de lo que pedís o imagináis. No es el de Dios un corazón pequeño y mezquino como el nuestro. No podemos juzgarle con nuestras categorías o medidas. El mundo de la Gracia y de la generosidad divinas no tiene límites. Presentimos que al meternos por caminos de vida cristiana, llegaremos más lejos de lo quo nunca soñábamos. Podremos descubrir las riquezas de los misterios profundos de la Divinidad, comprendiendo con todos los santos cuál es la anchura y longitud y la altura y la profundidad de lo que excede a todo conocimiento humano: la caridad de Cristo, capaz de esconderse, humilde, amorosamente, en el pan y en el vino que ahora nos disponemos a comer y a beber.
En este punto, con los ojos abiertos como lunas, miramos a nuestro personaje que toma el pan que bendice. Absortos escuchábamos la voz llena de autoridad y de fuerza, cálida y penetrante, cuando descubrimos lo que de familiar resultaba en ella, y en la mirada del hombre y en el elegante gesto, discreto y amable, que acompañaba siempre a sus palabras: ies Él! ¡es Jesús de Nazaret! Es increíble, murió y fue sepultado. Pero esta aquí. ¡Oh, Señor, que alegría verte y escucharte aunque sólo fuera un sueño…!
Y al levantarnos con precipitación para postrarnos a los pies del Maestro, y abrazarlos y besarlos, su figura se desvanece, quedando de nuevo solos. Solos, pero no ya con nuestra sola nada sino con la alegría grande que ha abierto el encuentro misterioso con Jesús resucitado. ¿Acaso no ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos descubría el sentido de las Escrituras?…
Habrá que escribir de nuevo esta página; nuevas e intensas luces se han encendido.
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Artículo original en iglesia.org
por Varios en Internet | CeF | 23 Abr, 2014 | Despertar religioso Juegos
La primera semana de Pascua es uno de los momentos más importantes para todos los cristianos, y más concretamente el pasaje de la Sagrada Escritura que se refiere al Camino de Emaús. En este pasaje bíblico aprendemos que Jesús está vivo y que nunca nos dejará. Es también uno de los pasajes más importantes para comprender la importancia de la fe y de la esperanza. Todas estas enseñanzas se pueden ver reforzadas en los niños coloreando dibujos que representan las escenas del Camino de Emaús.
Os presentamos las siguientes láminas para que los niños se diviertan y aprendan este episodio tan importante y siempre actual para todos los cristianos. Podéis acceder a las imágenes en tamaño real pulsando sobre la imagen o sobre el título de cada imagen.
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Dibujos para colorear el Camino de Emaús
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por donbosco.es | 22 Abr, 2014 | Despertar religioso Juegos
Siempre que realizamos una celebración, hacemos hincapié en que tiene tres partes. Toda celebración tiene un «antes», un «durante» y un «después».
Estas tres partes, son importantes para celebrar realmente. También debemos tener en cuenta todos los que van a participar en la celebración, para que nadie se sienta espectador, ya que todos van a celebrar y por lo tanto, de alguna manera, deben sentirse que están participando.
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Antes
Con los chicos
Pasamos por las salas y conversamos con los chicos acerca de lo que significa la Pascua.
En el relato, hacemos hincapié en el momento de la resurrección, y en el pedido de Jesús de que debemos anunciar a todos que él está vivo, que está junto a nosotros y que nos quiere.
No podemos dar este mensaje sin decir que Jesús murió, pero el centro del mensaje debe ser la resurrección. Para ayudarnos en el relato, podemos preparar láminas. Hemos hecho la experiencia de realizar los dibujos con chicos más grandes que ya reflexionaron acerca de la pascua y que hacen los dibujos sabiendo que son para los más pequeños.
Actividad
Preparamos una lámina grande (dos o tres papeles afiche) con un dibujo sencillo de Jesús resucitado con los brazos abiertos. Entre todas las salas se pinta este dibujo y alrededor del mismo, se escriben mensajes de los chicos a Jesús.
- ¿Qué le podemos decir a Jesús en esta Pascua?
- ¿Qué le podemos pedir?
- ¿Qué le podemos agradecer?
Lo importante es que los chicos le digan algo a Jesús que está vivo en medio nuestro.
El catequista escribe los distintos mensajes directamente en el papel afiche.
Importante: llevar los chicos a la capilla en pequeños grupos antes de la celebración para que la conozcan, la dibujen, caminen, pregunten por todo lo que les llama la atención, para que el día de la celebración estén tranquilos porque conocen el lugar.
Con los adultos
Invitar a los padres y abuelos a una reunión de preparación para la pascua. Podemos leer con ellos el texto de los peregrinos de Emaús y meditar acerca de cómo, cuando reconocieron a Jesús salieron corriendo a contarlo a los demás, a pesar de que era de noche y los caminos en la época de Jesús, también eran peligrosos.
- ¿Cómo anunciamos nosotros a Jesús resucitado?
- ¿Cómo pueden anunciar nuestros hijos a Jesús resucitado?
En la reunión también se preparan las canciones que se cantarán durante la celebración y se prepara con ellos un regalo para cada sala.
Regalo
Preparamos una imagen igual a la que trabajamos con los chicos más chica. Los adultos que participan de la reunión las pintan, las pegan sobre una base de cartón más grande, y arman un cuadrito. Para armar el marco, se puede utilizar cartón coarrugado, papel de colores, goma de pegar de colores, marcadores.
También se prepara un cirio pequeño, de cartón, para cada chico.
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Durante
Los chicos entran a la capilla y se sientan en el suelo, cerca del altar.
Cantan alguna canción para saludar a Jesús.
Guía: (conversando con los chicos) ¿Saben por qué estamos reunidos? Estamos reunidos todos los chicos y los papás para celebrar una gran fiesta, es una de las fiestas más importantes…
Entra alguien caracterizado como periodista con una cámara fotográfica o de video.
Periodista: Disculpen que interrumpa, pero me dijeron que tenía que venir a este Jardín porque estaba pasando algo muy importante. Yo soy un periodista importante y no me quiero perder ninguna noticia.
Guía: ¿Así que usted es muy importante?
Periodista: Sí, yo soy re-importante.
Guía: ¿Y por qué es re-importante?
Periodista: Y, soy importante porque salgo en la tele y todos me conocen.
Guía: ¿Y está seguro que por eso es importante?
Periodista: También conozco personas importantes… y voy a fiestas importantes… y hago cosas importantes… y, y… (piensa)
Guía: ¿Y? A mí no me impresiona. Yo sí que conozco a gente re-importante.
Periodista: A ver, ¿a quiénes?
Guía: A ver…, vamos a preguntarle a los chicos.
Periodista: ¿A los chicos? ¿Pero, cómo le va a preguntar a los chicos? ¿Qué van a saber ellos quién es importante y por qué?
Guía: Espere, espere, se nota que hace mucho que no conversa con ningún chico. Ellos sí tienen cosas importantes que decirnos aunque los grandes a veces no los escuchamos. A ver chicos: ¿quién es importante para ustedes?
El guía conversa con los chicos. Seguramente dirán los papás, los abuelos, los hermanos, los amigos, Jesús. Podemos ayudarlos con preguntas: ¿Quién los quiere? ¿Quién los cuida?
Periodista: Está bien, está bien. Me parece que me convencieron. Los papás son importantes, los abuelos, los hermanos, los maestros, pero, ¿Jesús? ¿Por qué Jesús es importante?
Guía: (pregunta a los chicos y a los papás) Jesús es importante porque nos quiere, nos cuida, nos enseña muchas cosas buenas y especialmente, porque murió y resucitó, está vivo en medio nuestro, aunque no lo veamos, porque nos ama. Y como Jesús es el que más amó, por eso es el más importante. ¿Cantamos una canción a Jesús dando gracias por su amor? (Cantamos «El amor de Dios es maravilloso», o «Yo tengo un amigo que me ama».)
Periodista: (durante la canción estuvo cantando, bailando y sacando fotos a todos los chicos) Bueno, yo tengo que despedirne, me tengo que ir a trabajar, pero les quiero decir que me voy con el corazón cambiado porque ustedes, los chicos me dieron la mejor noticia que yo haya escuchado: Jesús resucitó, está vivo en medio nuestro. Nunca voy a olvidar esto que hoy me han enseñado.
Guía: Para no olvidarnos tampoco nosotros que Jesús resucitó, vamos a prender el cirio, esta gran vela que está junto al altar. Esta luz nos recuerda que Jesús está en medio nuestro. Vamos a cerrar los ojos, hacemos silencio y vamos a decirle a Jesús las oraciones que escribimos en la sala.
El guía se acerca al afiche y lee, en voz alta, algunas de las oraciones.
Guía: Ahora vamos a pedirle a los papás que ellos hagan una oración. El que quiera, pide a Jesús algo. Todos decimos: Gracias Jesús por escucharnos.
Rezamos el Padrenuestro.
El guía entrega a cada maestra una vela encendida, el cuadrito y un sobre con los cirios que realizaron los padres y abuelos y después, dice:
Guía: Damos un aplauso a los que trabajaron y trabajan tanto para nosotros.
También explica que la maestra se lleva un pequeño regalo para que ellos realicen en el aula un trabajito. Cantamos esta es la luz de Cristo.
(Se puede preparar una velita de las de noche sobre un platito, o una vela común a la cual le hayamos puesto un cono de cartón. De ser posible, se puede preparar una vela para cada sala, para que la maestra la encienda durante el tiempo de pascua al agradecer la merienda.)
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Después
En el aula, cada chico recibe su cirio y lo pega en una hoja en blanco o de color. Lo decora con flores, papeles de colores, goma de pegar, dibujos…
Se lo lleva de recuerdo de la celebración a su casa.
Nota: También es posible pedirle a los chicos que unos días antes de la celebración lleven a la escuela un paquete de galletitas. Con la maestra realizan tarjetas de Pascua que pegan en cada paquete, y el día de la celebración las llevan en una caja a la capilla y la colocan en el altar. Se les explica a los chicos que esas galletitas van a ser entregadas a chicos y grandes de distintos lugares carenciados para que ellos también se enteren que Jesús resucitó. Para compartir nuestra alegría con ellos. Luego, las personas que realizan la acción social en la escuela, las entregan en los lugares que ya tengan destinados. Es importante que los padres sepan la cantidad de galletitas que se llevaron a la escuela y dónde se entregaron.
Hace algunos años pedimos en la escuela que los chicos llevaran huevitos de pascua porque para ellos es lo más representativo de la Pascua. Pero, naturalmente, muchos chicos del jardín se los querían comer en vez de ponerlos en la caja, o llegaban rotos. Por eso, pensamos que las galletitas podían resultar mucho mejor y así se lo explicamos a los mismos chicos, que también lo comprenden.
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Documento original en donbosco.es, el Portal Salesiano de España
por José Martínez Colín | churchforum.org | 20 Abr, 2014 | Primera comunión Dinámicas
Para iniciar este tiempo de Pacua, os ofrecemos esta pequeña catequesis inicial, basada en las palabras del Papa Emérito Benedicto XVI durante la Pascua del pasado año, y elaborada por el Rvdo. D. José Martínez Colín para churchforum.org, de donde la recojemos para nuestra página.
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Para saber
En su mensaje de Pascua del Domingo de Resurrección del año 2012, el Papa Emérito Benedicto XVI nos envió el siguiente saludo: «Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: «He resucitado, estoy siempre contigo ¡Aleluya!»».
Con ello nos invita a no perder la presencia de Dios en nuestras vidas, sino a procurar encontrarlo en el quehacer diario.
Anteriormente, el Papa, recordando a San Agustín, decía que este santo escribió un libro importante llamado La Ciudad de Dios. Lo escribió cuando habían invadido Roma y muchos se preguntaban por qué Dios no los había ayudado. El Santo responde que el Reino de Dios no es de este mundo. Es decir, las guerras, desastres o dolores no significan que Dios nos abandona. El mal no es introducido al mundo por Dios, sino por el hombre libre que no obra según el querer de Dios. Sin embargo, Dios no nos abandona y su Providencia sabe cuándo y cómo actuar.
A continuación, un relato nos ayudará a reflexionar al respecto.
Para pensar
Se cuenta que una vez un hombre, era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva la cual se subdividía, a su vez, en varias. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que el se encontraba.
Al sentirse atrapado, elevó desesperado una plegaria a Dios, de la siguiente manera: «Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme«». En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba, y vio que apareció una arañita.
La arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez más angustiado: «Señor, te pedí ángeles, no una araña». Y continuó: «Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme». Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observo a la arañita tejiendo la telaraña. Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este quedó aterrado esperando su muerte.
Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada, entonces se escuchó que uno de ellos decía: «Vamos, entremos a esta cueva». Pero otro de ellos le contestó: «No. No ves que hasta hay telarañas. Se ve que nadie ha entrado en esta cueva por años. Sigamos buscando en las demás cuevas».
En ocasiones esperamos que la respuesta de Dios sea según nuestro pobre pensar, olvidándonos de que Dios es infinitamente más sabio y poderoso. Pensemos cómo es nuestra oración al Señor.
Para vivir
El Papa nos exhorta a sentirnos en presencia de Dios: «Que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy… Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20)».
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por Bárbara Greenyer | 20 Abr, 2014 | Postcomunión Narraciones
El niño, Jacobo, dirigió se a su padre bajando la ladera pedregosa que se extendía desde Jericó en la valle, hasta Jerusalén sobre la montaña. Su padre, Ezra, quedó ciego al nacer. Desde la madrugada hasta el anochecer de cada día, se sentaba en una roca, siempre la misma roca, rogando por comida o dinero a los peregrinos en el camino. Algunos días eran escasos los peregrinos y solamente recibía pocos denarios, pero hoy había varios grupos viajando a Jerusalén para celebrar la Pascua.
Jacobo dejó a su padre y subió la ladera otra vez, al lugar donde cuidaba al rebaño de su vecino. Jacobo vivía con su padre Ezra, su madre Anna y sus hermanitos en una casucha cerca de la aldea Beth. Eran muy pobres, a veces no tenían nada más que un puñado de arroz en toda la casa.
Jacobo pasó todo el día en el campo cuidando las ovejas y los corderos recién nacidos. Era casi el anochecer cuando se dio cuenta de que faltaba un cordero. La oveja madre balaba lastimosamente y Jacobo salió en busca de la pequeña que se había extraviado de su madre. Cuando la halló ya era tarde y el sol se ponía detrás de la cuidad de Jerusalén. Bajó la ladera con saltos rápidos para regresar a casa con su padre.
Llegó al camino y corrió sobre el polvo y las piedras hacia la roca donde su padre siempre le esperaba, pero cuando llegó, ¡la roca estaba vacía! ¡Su padre no estaba ahí! Jacobo se detuvo, temblando de temor. ¿Había tratado papá de regresar sólo a casa, escalando la colina llena de rocas y espinos? Se le ocurrió algo peor: ¿Lo atacaron unos ladrones al ciego indefenso, robaron su dinero y lo tiraron a un precipicio? Entonces Jacobo levantó su mirada y vio a un hombre acercándose a él por el camino de Jerusalén. Caminaba erguido, pisando con cuidado pero también con decisión y protegiendo sus ojos como de una luz brillantísima. Parecía ser alguien digno de confianza y Jacobo se acercó para pedir su ayuda.
Entonces, cuando se juntaron, Jacobo se paró sorprendido. ¡Era su padre, Ezra!
«Jacobo», llamó Ezra, «¡Puedo ver! Estaba por el camino, escuchando a la gente que pasaba, y oí decir que venía Jesús de Nazaret, así le llamé por su nombre. ‘¿Qué quieres?’ él me preguntó. ‘Maestro, quiero ver,’ le dije. Entonces, hijo, me tocó en los ojos y lento, muy lentamente empecé a ver: primero sólo sombras, entonces personas, y arboles, y colinas — ¡todo! Seguí a la muchedumbre que caminaba para Jerusalén, deseando verlo. Lo tenía que hacer, Jacobo. Pero él se perdió entre la gente y yo tenía que regresar. Jacobo, ¿fue él el Mesías esperado? ¿El hombre que me dio la vista? ¿Fue él el Mesías esperado?». Jacobo y su padre ascendieron lentamente el camino pedregoso a su casa, preguntándose.
¡Qué alegría en la casa de Jacobo esa noche! Jacobo pasó los siguientes días mostrando a su padre las ovejas y los corderos y todas las flores en la colina. Le mostró las estrellas por la noche y le indicó las torres de Jerusalén. «Es tan bueno el Señor», dijo Ezra.
Unos días después, llegó la fiesta de la Pascua, y aunque apenas tenían con qué celebrar, sus corazones se rebosaron con gratitud a Dios.
«Quiero ir a Jerusalén en busca de Jesús», dijo Jacobo.
Su padre Ezra lo miró y dijo: «Pienso que tú debes ir, Jacobo. Debes buscar a Jesús y darle gracias por todos nosotros».
«Te vas después del sábado», dijo su madre Anna.
Muy temprano el domingo, la mañana después del sábado, Jacobo salió para Jerusalén. Ya había mucha gente en la calle de la ciudad, pero él siguió a un grupo de peregrinos y pronto llegó al atrio del templo. Se detuvo entre el tumulto de gritos, cantos y regateo. El niño se desconcertó. ¿Dónde iba a encontrar a Jesús? Entonces fue a un fariseo pasando por la multitud en dirección al santuario. Y le rogó, «Por favor, ¿dónde puedo encontrar a Jesús de Nazaret?».
El alto y orgulloso hombre miró hacia abajo. «¿Quién eres tú?», preguntó al niño.
«Soy Jacobo, hijo de Ezra, y busco Jesús de Nazaret».
El fariseo lo tomó del brazo y lo llevó a un rincón sin ruido atrás de una columna. «Jacobo», dijo, «no se debe ni mencionar ese nombre en el Templo. Aquel hombre ha sido azotado y crucificado por el gobernador romano. Y no hay más que decir».
«Pero…», replicó Jacobo, «a mi padre le dio la vista».
«Jacobo hijo de Ezra», dijo el orgulloso fariseo, «vete a casa y no cuentes eso nunca a nadie».
Lo empujó en dirección a la salida.
El niño salió del templo sollozando, y con los ojos llenos de lágrimas corrió y corrió a tropezones y sin dirección por las calles de Jerusalén, hasta que chocó con alguien. Cuando recobró el aliento, se halló en los brazos de una mujer.
«¿Qué te molesta, hijo?» ella le preguntó. Jacobo miró su cara llena de cariño y le contó todo.
Dulcemente, ella tomó su mano y le guio a su casa, donde había otras mujeres, y cuando terminó la cena que ella ofreció, dijo: «Sí, es verdad que la guardia romana llevó a nuestro Jesús, lo azotó y lo crucificó, pero sabemos que él fue el tan esperado Mesías. Hoy, cuando nuestras hermanas fueron al lugar de entierro, descubrieron que habían quitado la piedra que cubría el sepulcro. Un ángel estaba allí, y les dijo que Jesús había resucitado de entre los muertos, exactamente como él prometió. Es cierto que Jesús resucitó, y lo hemos visto y él nos habló. Jacobo, dile a tu padre que Jesús, quien le quitó su ceguera, fue el prometido Hijo de Dios».
«Si hubiera estado allí, habría luchado por Jesús», dijo Jacobo.
«Hijo, todavía puedes luchar por él, pero no con armas contra los romanos. Solo puedes luchar por él con amor, como él nos enseñó».
Al oír estas palabras, las lágrimas de Jacobo se convirtieron en alegría. Fuera de la ciudad de Jerusalén, lejos de la multitud trastornada, escandalosa y aglomerada en angostas calles; descendiendo por el camino, subiendo y bajando la colinita, Jacobo se apuró para contarles a su padre Ezra y a su madre Anna todo lo que había oído.
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© The Plough Publishing House, 2011. Usado con permiso.
Este libro electrónico es una publicación de Plough Publishing House, Rifton, NY 12471 EUA (www.plough.com) y Robertsbridge, East Sussex, TN32 5DR, RU.
por SS Francisco I | 20 Abr, 2014 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanos y hermanas, Feliz y santa Pascua.
El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia esparcida por todo el mundo: « Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado… Venid a ver el sitio donde lo pusieron» (Mt 28,5-6).
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido… «Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado.
Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos cómplices.
Haznos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades, que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.
Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.
Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur.
Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna.
Que por tu resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz en Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional, lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de unidad y diálogo, el futuro del País. Que como hermanos puedan hoy cantar Хрhctос Воскрес.
Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz. Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua.
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Santo Padre Francisco: Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua 2014
Balcón central de la Basílica Vaticana, Domingo, 20 de abril de 2014
por Miguel Carmen Hernández SSP | 20 Abr, 2014 | Postcomunión Liturgia
Acabamos de celebrar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. El Viernes Santo se nos revela el gran amor de Dios en su Hijo, que dio su vida para la salvación de todos los hombres. Al conmemorar la muerte de Cristo se experimentó dolor y tristeza, pero al mismo tiempo que vemos al crucificado también vemos a aquél quien vencerá la muerte y resucitará. Cristo crucificado, es el siervo doliente que ha soportado el peso de todas nuestras rebeldías y que, sin embargo, lo ha hecho por amor y por nuestra salvación.
Las celebraciones que se llevaron a cabo el Viernes Santo, nos hicieron poner nuestros ojos en Jesús crucificado, la cruz significa entrega total, donación, renuncia y sacrificio, sin embargo, la cruz es fuente de salvación y vida. La muerte de Jesús no es la última palabra de Dios, pues Él devuelve la vida a aquél que murió injustamente, Dios manifiesta su gran amor en la muerte y resurrección de Jesús y así en el árbol de la cruz no se encuentra la muerte, sino la vida y salvación para todos.
Durante el Sábado Santo esperamos la resurrección, no es una espera pasiva, sino un tiempo en el que se aguarda con ansia el triunfo de Cristo sobre la muerte, esperamos impacientemente la victoria definitiva de Jesús. Así, la meditación y contemplación del sepulcro están marcadas por la esperanza. Nuestra fe no se queda estancada en la muerte y el sepulcro, sino que es dinamizada y potenciada por quien venció la muerte y será el viviente para siempre.
Ahora bien, la resurrección de Cristo es simbolizada por la luz, por el fuego nuevo, que ahuyenta las tinieblas de la muerte y resucita victorioso. La luz, elemento natural, se convierte en símbolo de vida, felicidad, alegría y esperanza. Entonces, iluminar la noche con el Cirio Pascual, es representar la victoria de Cristo sobre la muerte, y estar envueltos en la luz de Cristo que nos llena de gozo y esperanza.
El Cirio Pascual significa pues, que Cristo resucitado está presente con nosotros aquí y ahora, simboliza la victoria de la vida sobre la muerte, abriendo e iluminando nuestro caminar en el seguimiento de Cristo.
Las inscripciones del Cirio Pascual: las letras del alfabeto griego, alfa y omega, y el año son símbolos que nos hacen tener presente que Cristo está entre nosotros ahora y por toda la eternidad, así mismo, nos recuerdan que Él es el principio y fin de todas las cosas, los cinco granos que se clavan en el Cirio Pascual, simbolizan las cinco llagas de Cristo muerto y resucitado.
Jesús ya no yace en el sepulcro. Él es la luz del mundo, el vencedor de la muerte que nos ha obtenido la salvación. Y así como Cristo es luz del mundo, todos los cristianos estamos llamados también a serlo, con la luz de Cristo, disipemos la oscuridad de nuestro corazón y llenémonos de ella, pues sólo esta luz puede iluminarnos y guiarnos por el camino verdadero que nos lleva a la vida, sólo la luz de Cristo puede eliminar nuestra oscuridad interior y llevar una vida de acuerdo a nuestro ser como cristianos.
«Solo la luz de Cristo podrá ayudarnos a captar y contemplar la realidad desde la perspectiva del amor a Dios y a nuestros hermanos», unidos a Cristo seamos nosotros luz del mundo, ciudad puesta en alto (Cfr. Mt 5, 13-16) e iluminemos y disipemos con acciones y obras concretas las tinieblas de nuestro mundo.
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