Constantino el Grande – Película online

Constantino el Grande – Película online

«Con este signo vencerás»…  La decisión del emperador Constantino a favor de los Cristianos fue, indudablemente influenciada por razones de conciencia; razones resultantes de las impresiones dejadas en cada persona libre de prejuicios tanto por los Cristianos como la fuerza moral de la Cristiandad y el conocimiento práctico que los emperadores poseían de los oficiales militares y oficiales estatales Cristianos. Tales razones, sin embargo no son mencionadas en la historia la cual le da primaria importancia al evento milagroso. Antes de que Constantino avanzara en contra de su rival Majencio y de acuerdo con las antiguas costumbres, convocó a los arúspices, los cuales profetizaron el desastre de acuerdo con un panegirista pagano. Sin embargo, cuando los dioses le negaban su ayuda, continúa dicho panegirista, hubo un dios en particular que lo animó ya que Constantino tenia cercana relación con dicha divinidad. Lactancio. (De mort. persec., ch. xliv) y Eusebio (Vita Const., I, xxvi-xxxi). Nos narran la manera cómo la conexión con dicha deidad se manifestó. El primero dice que fue en un sueño, el segundo a través de una visión como una manifestación celestial, una luz brillante en la cual vislumbró a la cruz o al monograma de Cristo. Fortalecido con dicha aparición, avanzó corajudamente a la batalla, venció a su rival y conquistó el poder supremo. Fue el resultado lo que dio importancia a la visión, ya que, posteriormente cuando el emperador reflexionaba respecto del evento le fue claro que la cruz llevaba la inscripción HOC VINCES (en éste signo conquistarás). Un monograma que combinaba las primeras letras del nombre de Cristo (CHRISTOS) X y P, una forma que no puede asegurarse que fuera utilizada antes por los Cristianos, fue convertida en uno de los símbolos de actualidad y puesta en el Labarum (q. v.). Esta insignia fue también puesta en la mano de una estatua del emperador en Roma, en cuyo pedestal se leía la siguiente inscripción «Con la ayuda de este beneficioso símbolo de fortaleza he liberado a mi ciudad del yugo de la tiranía y devuelto al Senado Romano y al Pueblo su antiguo esplendor y gloria». Enseguida después de su victoria, Constantino otorgó tolerancia a los Cristianos y al año siguiente (313) dio un paso mas en su favor. En el 313 Licinio y él emitieron en Milán el famoso edicto de tolerancia. En él se declaraba que los dos emperadores habían reflexionado respecto de lo que sería más ventajoso para la seguridad y bienestar del imperio y, sobre todo, habían tomado en consideración el servicio que el hombre debía a la «deidad». Por consiguiente resolvieron dar a los Cristianos y a otros libertad en el ejercicio de la religión.

Constantino el Grande – Enciclopedia católica

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Película Constantino el Grande

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Ficha de la película

Año: 1962

Género: Histórico / Aventuras

País: Yugoslavia / Italia

Formato: Color

Duración: 109 minutos

Título Original: Costantino il Grande

Dirección: Lionello De Felice

Producción: Ferdinand Felicioni

Guión: Lionello De Felice / Fulvio Palmieri / Michael Audley

Fotografía: Massimo Dallamano

Música: Mario Nascimbene

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Septiembre, mes de La Biblia

Septiembre, mes de La Biblia

La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles.

Constitución Dogmática Dei Verbum

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La intención es que durante este mes, en todas las comunidades cristianas, se desarrollen algunas actividades que nos permitan acercarnos mejor y con más provecho a la Palabra de Dios.


Propuestas para escuchar la Palabra

1. La lectura diaria de los textos bíblicos litúrgicos es una excelente ayuda para profundizar en la Palabra de Dios. De esta manera nos unimos a toda la Iglesia que ora al Padre meditando los mismos textos. También nos acostumbramos a una lectura continuada de la Biblia, donde los textos están relacionados y lo que leemos hoy se continua con lo de mañana. La lectura diaria de los textos (para lo cual Liturgia Cotidiana es una excelente herramienta) constituye una «puerta segura» para escuchar a Dios que nos habla en la Biblia.

2. – ¿Has leído alguna vez un evangelio entero «de corrido»? Es muy interesante descubrir la trama de la vida de Jesús escrita por cada evangelista. Muchos detalles y relaciones entre los textos que cada evangelista utiliza quedan al descubierto cuando uno hace una lectura continuada. Este mes es propicio para ofrecerle a Dios este esfuerzo. Te recomendamos la lectura del evangelio de Marcos. No es muy largo, en unas horas se puede leer. Al ser el primero de los sinópticos, los otros (Mateo y Lucas) lo siguen en el esquema general. Por lo tanto es una muy buena «puerta de entrada» al mensaje de Jesús.

3. Otra posibilidad para poner en práctica este mes (y tal vez iniciar un hábito necesario y constructivo) es la oración con los salmos. Los mismos recogen la oración del pueblo de dios a lo largo de casi mil años de caminata del pueblo de Israel. Nos acercan la voz del pueblo que ora con fe, y la palabra de Dios, que nos señala esta manera de orar para acercarnos y escuchar sus enseñanzas. En los salmos podemos encontrar una inmensa fuente de inspiración para la oración. Hay salmos que nos hablan de la alegría, de las dificultades y conflictos, de la esperanza, del abatimiento, del dolor, de la liberación y la justicia, de la creación, de la misma Palabra de Dios (salmo 118, el más largo de todos). Aprender a rezar con los Salmos es una «puerta siempre abierta» para el encuentro con el Dios de la Vida.

4. La lectura orante de la Palabra, realizada en comunidad, nos pone en sintonía con la voluntad de Dios. Es un ejercicio clave para el crecimiento en la fe. La fuerza de la comunidad nos alienta para encontrar en los textos la fuerza del Espíritu. Todos aprendemos juntos y nos enriquecemos con el aporte de cada uno. Existen muchos métodos de lectura orante. Simplificando al máximo podemos decir que los siguientes cuatro pasos son los más comunes:

  • Lectura
  • Meditación
  • Oración
  • Compromiso

La lectura orante siempre desemboca en un desafío para vivir. La Palabra de Dios nos desafía a seguir los pasos de Jesús y cambiar nuestra vida.

La lectura orante, practicada en comunidad, es una «puerta-espejo» que nos interpela y nos ayuda a discernir cómo vivir y practicar su Palabra en nuestros días.


De la la Encíclica Fides et ratio

Capítulo V. N´55 (parcial)

«Tampoco faltan rebrotes peligrosos de fideísmo, que no acepta la importancia del conocimiento racional y de la reflexión filosófica para la inteligencia de la fe y, más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios. Una expresión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el « biblicismo », que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura o de su exégesis el único punto de referencia para la verdad. Sucede así que se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Escritura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia confirmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II.

La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabra de Dios está presente tanto en los textos sagrados como en la Tradición, afirma claramente: « La Tradición y la Escritura constituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica ». La Sagrada Escritura, por tanto, no es solamente punto de referencia para la Iglesia. En efecto, la « suprema norma de su fe » proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente.

No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicación de una sola metodología para llegar a la verdad de la Sagrada Escritura, olvidando la necesidad de una exégesis más amplia que permita comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido pleno de los textos. Cuantos se dedican al estudio de las Sagradas Escrituras deben tener siempre presente que las diversas metodologías hermenéuticas se apoyan en una determinada concepción filosófica. Por ello, es preciso analizarla con discernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados.»

Juan Pablo II

Fides et ratio

14 de Setiembre de 1998

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Para finalizar, los católicos durante el mes de septiembre debemos dedicarlo a iniciar el conocimiento y divulgación de los textos bíblicos, ya que quien se llame cristiano tendría que conocer la historia de la salvación y la Palabra de Dios, interpretadas auténtica y fielmente por el Magisterio de la Iglesia.

La Biblia, para todas las denominaciones cristianas, contiene la Revelación y es, como todo libro sagrado, la fuente del conocimiento y el compromiso de vida en lo referente a la fe.

Cada año, la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, la Iglesia Ortodoxa e Iglesias Evangélicas celebrarán el Mes de la Biblia.

Cada comunidad celebrará el mes con énfasis de acuerdo a su historia y tradición.

La Iglesia Católica Romana recordando a San Jerónimo, (a quien conmemoramos el 30 de septiembre), traductor de la Vulgata, la Biblia en lengua latina; la Ortodoxa haciendo memoria que fue en idioma griego que se escribieron los Santos Evangelios y los demás libros del Nuevo Testamento y las Iglesias Evangélicas conmemorando la publicación, el 26 de septiembre de 1569, de la primera traducción de los Textos Bíblicos a la lengua española, traducción realizada por Casiodoro de Reina y conocida como la «Biblia del Oso» ya que en su portada estaba representado dicho animal.

Muy pocos saben que esta Biblia, pese a ser fruto del trabajo de un activo protestante contenía todos los textos propios de la Biblia Vulgata latina de San Jerónimo, mencionada al inicio, que es el texto oficial de la Biblia para toda la iglesia católica romana.


Algo de historia

La palabra Biblia se origina, a través del latín, en la expresión griega τα βιβλία τα ἅγια (ta biblía ta haguia; los libros sagrados), acuñada por vez primera en I Macabeos 12:9, siendo βιβλία plural de βιβλίον (biblíon, ´papiro´ o ´rollo´, usado también para ´libro´). Se cree que este nombre nació como diminutivo del nombre de la ciudad de Biblos (Βύβλος), importante mercado de papiros de la antigüedad.

Esta frase fue empleada por los hebreos helenizados (aquellos que habitaban en ciudades de habla griega) mucho tiempo antes del nacimiento de Jesús de Nazaret para referirse al Tanaj o Antiguo Testamento. Muchos años después empezó a ser utilizada por los cristianos para referirse al conjunto de libros que forman el Antiguo Testamento así como los Evangelios y las cartas apostólicas, es decir, el Nuevo Testamento. Para ese entonces ya era común utilizar las dos primeras palabras de la frase, τα βιβλία, a manera de título.

Ya como título, y habiendo perdido el artículo τα, se empezó a utilizar en latín como biblia sacra (los libros sagrados) y de ahí fue transmitido a las demás lenguas.

La Biblia es una compilación de textos que en un principio eran documentos separados (llamados «libros»), escritos primero en hebreo, arameo y griego durante un dilatado periodo de tiempo y después reunidos para formar el Tanaj (Antiguo Testamento para los cristianos) y luego el Nuevo Testamento. Ambos testamentos forman la Biblia cristiana. En sí la Biblia fue escrita a lo largo de aproximadamente 1000 años (900 a. C. – 100 d. C.). Los textos más antiguos se encuentran en el Libro de los Jueces («Canto de Débora») y en el Pentateuco, que son datadas en la época de los dos reinos (siglos X a VIII a. C.). El libro completo más antiguo, el de Oseas es también de la misma época.

El canon católico romano de la Biblia que conocemos hoy fue sancionado por primera vez en el Concilio de Hipona en el año 393 de nuestra era, por la Iglesia Católica. Dicho canon de 73 libros (46 pertenecientes al llamado Antiguo Testamento, incluyendo 7 libros llamados actualmente Deuterocanónicos -Tobías, Judit, I Macabeos, II Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc- y 27 al Nuevo Testamento) fue confirmado en el Sínodo de Roma en el año 380, y ratificado en el Concilio de Cartago en el año 397, y luego nuevamente confirmado por decreto en la cuarta sesión del Concilio de Trento del 8 de abril de 1546.


Versiones castellanas de la Biblia Católica

Vienen éstas de la traducción hecha por San Jerónimo (Dalmacia, Yugoeslavia, 342-420) al latín, versión oficial de la Iglesia por casi 15 siglos. El primer intento estuvo a cargo de la corte del Rey Alfonso X, El Sabio, en 1280, conocida como la Biblia Alfonsina; en 1430, el Gran Maestre de la orden de Calatrava, Don Luis de Guzmán, patrocina a Mosé Arragel para realizar otra traducción, conocida como la Biblia de Alba.

En 1944 se publica la llamada de Nácar-Colunga, publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos que no usa la traducción de la Vulgata como fuente si no usa los originales.

La Biblia de Jerusalén aparece en 1967, también basada en los textos originales. La primera edición de la Biblia latinoamericana, con el lenguaje propio de la región, es editada por primera vez en 2001. En el año 2005 se presentó, tras 33 años de trabajo, la Biblia de Navarra, para hacerla se tomaron como fuente los textos originales en hebreo, arameo y griego.


Consulta también el Especial del Mes de la Bibia de la Iglesia chilena

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Artículo original en Catholic.net


La Biblia más infantil: La Pasión de Jesús (II)

La Biblia más infantil: La Pasión de Jesús (II)

Jesús en el huerto de los olivos

Después de la Última Cena, Jesús se fue a rezar al Huerto de los Olivos. Los Apóstoles le siguieron, pero se quedaron dormidos cerca de donde rezaba Jesús. Jesús estaba muy triste pensando en los pecados de los hombres y en lo mucho que tenía que sufrir para salvarnos. Y le dijo a su Padre Dios: «Padre, si es posible, que no tenga que sufrir tanto; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú».

«Jesús, yo no quiero ponerte triste»

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Prendimiento de JesúsPrendimiento de Jesús

Judas, uno de los doce Apóstoles que había dejado de ser amigo de Jesús, llevó hasta el Huerto de los Olivos a los fariseos y a los soldados con espadas, palos y lanzas para coger a Jesús. Jesús, cuando les vio, dijo: «Venís a por mí como si fuera un ladrón… Cogedme a mí, pero dejad marchar a mis amigos».


«Que nunca sea malo y te traicione»

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Jesús es azotadoJesús es azotado

Los soldados llevaron a Jesús ante Pilato, que era el que más mandaba. Pilato habló con Jesús, y luego dijo que lo ataran a una columna y que le dieran azotes en la espalda con látigos. Jesús sufre en silencio, por nuestros pecados.



«Jesús, yo quiero ofrecerte las cosas que me cuestan»

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La coronación de espinasLa coronación de espinas

El cuerpo de Jesús está destrozado. Los soldados se han burlado de Él, le han quitado sus ropas y le han puesto una corona de espinas y, por manto, un trapo sucio de color púrpura.

Pilato se lo enseña al pueblo, pensando que sentirán lástima y le dejarían en paz. Pero no fue así.


«Ayúdame a no burlarme de nadie»

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¡Crucifícale!¡Crucifícale!

«¡Crucifícale! ¡Crucifícale!» grita la gente como loca. Los fariseos les han convencido para que pidan la muerte de Jesús. A Pilato le dicen: «Si sueltas a Jesús, ya no serás amigo del César», que era el jefe de todos los romanos. A Pilato le da miedo perder su puesto de gobernador y condena a muerte a Jesús, aunque sabía que era inocente.


«Jesús, yo te quiero amar por los que no te quieren»

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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 110 a 114

Coordinador: Pedro de la Herrán

Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz

Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez


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Aprende las parábolas de Jesús

Aprende las parábolas de Jesús

El Departamento de Religión del Grupo Educativo COAS pone a disposición de todos los usuarios una serie de ejercicios que permitirán a los niños trabajar y aprender las parábolas de Jesús. Estos ejercicios, preparados por profesores expertos en la materia, serán de gran utilidad para catequistas y padres.

Nota: los títulos enlazan los ejercicios, los cuales están disponibles en formato pdf que os podréis descargar.

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Aprende las parábolas de Jesús


Ejercicio 1

Buscar un grupo de parábolas en el Evangelio. Identificar las parábolas con los dibujos y explicar qué sucede en las viñetas.


Ejercicio 2

Las parábolas que se proponen buscarlas en el Evangelio y luego relacionar los dibujos con la letra correcta.


Ejercicio 3

Se indican unas parábolas y hay que relacionarlas con un dibujo que representa solamente una parte de la parábola, explicando qué sucede en el dibujo.


Ejercicio 4

Aquí se trata de dibujar la parte de la parábola que no está representada en las viñetas del dibujo.

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Fuente original: Grupo Educativo COAS

El trabajo

El trabajo

Eran dos hermanos que oyeron el mismo día la voz de Dios, que los llamaba a la vida perfecta y, sin demora alguna, con prontitud y generosidad, abandonaron todas las cosas y se retiraron a la soledad del campo a servir a Él solo. A fuerza de rudos trabajos cultivaban un campo, roturaron unas tierras yermas y baldías; cosechaban legumbres y cuando necesitaban para alimentarse sobriamente; además confeccionaban las ropas con que se cubrían, limpiaban con esmero su rústica cabaña y leían las Sagradas Escrituras. El resto del tiempo lo dedicaban a la oración y a la meditación de las cosas divinas.

Esta vida de retiro y de piedad no satisfizo, sin embargo, a uno de ellos, Juan, «el menor», el cual soñaba con éxtasis y visiones y casi consideraba indignos de sí aquellos trabajos que realizaba con su hermano y aquellas lecturas, a las cuales se entregaban.

Así, pues, un día le dijo claramente:

—Siento decirte, hermano, que nuestra vida me parece demasiado común; vivimos como los demás hombres; nos preocupamos demasiado de las cosas terrenas. De ahora en adelante quiero ocuparme sólo de las cosas divinas. Iré a otra parte a vivir como los ángeles, únicamente por amor de Dios. Quiero pasar así los días de mi vida. Aspiro a la sola contemplación de la grandeza inefable de Dios. Adiós, hermano; mi vocación me llama a una vida más perfecta, a una vida angélica… Un efecto desagradable produjeron estas palabras en el hermano mayor, el cual se esforzó inútilmente en disuadirle y detenerle a su lado. Juan, firmemente convencido de la sublimidad del estado al cual quería consagrarse, no se dejó desviar de su propósito. Partió, pues, sin ni siquiera pensar que su vocación pudiera ser un engaño del demonio de la pereza. Marchó, pero afortunadamente no solo. Iba con él el santo Ángel de la Guarda, decidido a no abandonarle y hacerle volver de su temeridad.

En su nuevo retiro pasó el primer día completamente entregado a la oración ya al meditación.

Sólo, al atardecer, se sintió algo desconcertado al ver que no llegaba al cuervo a traerle un buen trozo de pan, como en otro tiempo lo hiciera con san Pablo, el ermitaño.

Le parecía natural que el Señor le diese esa mísera recompensa, ya que él lo había dejado todo por servirle.

Para cenar, tuvo que contentarse con un puñado de raíces silvestres. Una gran piedra le sirvió de colchón durante la noche. Mas era tal la fuerza de su vocación que ofreció al Señor privaciones y se durmió con la persuasión íntima de que llegaría a ser un gran santo.

Su ángel, sin embargo, no dormía; velaba a su lado, no solo para alejar los animales del desierto y las enfermedades, a las cuales imprudentemente se exponía por dormir al raso, sino también para instruirle y corregirle. En las horas de la noche le mandó un sueño, durante el cual vio un cuervo —el cuervo de san Pablo— que revoloteando sobre las arenas movedizas, llevaba un pan blanco en el pico. Juan, hambriento, hacía esfuerzos constantes para cogerlo, pero el ave huía siempre de sus manos, graznando estas palabras.

—Dios, mi amo y Señor, me envía a los ancianos que ponen sus energías a su servicio, no a los jóvenes que tienen brazos robustos para trabajar.

Este sueño turbó bastante a Juan que, al despertarse, se sintió menos satisfecho que al dormirse; por otra parte, tenía los miembros ateridos por el frío de la noche y su estómago estaba vacío. Su ángel le sugirió que aceptase todas las privaciones con espíritu de penitencia, ya que se había retirado al desierto para santificarse.

Llegó el segundo día, Juan multiplicó sus oraciones; se entregó a la meditación más concentrada y absorta y eso, no obstante, el éxtasis tan deseado y el cuervo con el alimento en el pico no se presentaron. Juan pensó que tal vez había tenido distracciones voluntarias en la oración, y por eso Dios no le regalaba con las visiones y los éxtasis tan deseados.

Aquella noche se sintió feliz de tener para cenar un huevo de avestruz, hallado entre la arena caliente: no estaba muy fresco, que digamos; pero, ¿no había venido para hacer penitencia? Era muy natural que la hiciese, lo más terrible para él fue la falta de agua: ni una gota para apagar la sed. ¿Qué hacían los serafines del cielo, a quienes él quería imitar en el desierto? Pensó para sus adentros.

Su Ángel de la Guarda recogió este pensamiento, este deseo de saber y lo presentó en el trono de Dios. A su regreso, Juan dormía y en sus sueños veía animarse el desierto y poblarse de una multitud inmensa de ángeles. Uno de ellos le rozó con las alas y él trató de detenerle.

—No dispongo de tiempo, hermano —dijo el ángel— tengo que trabajar.

Otros dos se encorvaban ante el peso de una hermosa canastilla, llena de aureolas radiantes.

—Deteneos, hermanos; ¿qué lleváis?

—No podemos detenernos; tenemos una orden que cumplir: con estas aureolas hemos de coronar a los que han sudado en su labor diaria.

Otros tenían la misión de abrir las corolas de las flores, de cuidar los nidos de las aves, de consolar a los afligidos, aliviar a los enfermos, gobernar los Estados…. Todos trabajaban lo mismo en el cielo que en la tierra.

Amaneció al tercer día, sin que llegasen las alegrías espirituales que el futuro santo esperaba. Su espíritu estaba en una tensión continua; sentía el tormento del hambre, de la sed y del frío; la desilusión más terrible se cebaba en sus alma; lejos de descansar, experimentaba dolores agudos en todo el cuerpo. Pues, ¿qué tenía Dios contra él, que consumía todas las horas en su servicio? Así preguntaba angustiado y abrumado por una tristeza infinita, cuando en las horas de la noche le mandó su ángel custodio un tercer sueño.

Durante él se vio transportado a Nazaret y, sin ser visto, penetró en las santa casa de María: la Virgen estaba hilando con sus blancas manos la túnica inconsútil para su divino Hijo.

A través de un respiradero vio también el taller. San José estaba encorvado sobre el banco de la carpintería y Jesús, que con una sola señal hubiera podido llamar a una legión de ángeles, manejaba la garlopa y demás herramientas vulgares del oficio paterno.

Se despertó sobresaltado. ¿Para qué ha trabajado Nuestro Señor, sino para darnos ejemplo y para cumplir el precepto impuesto al primer hombre y en él a toda la humanidad «Comerás el pan con el sudor de tu rostro»?

Al llegar el cuarto día, sin casi darse cuenta, Juan había emprendido el regreso hacia la cabaña de su hermano. Mas, sintiéndose extenuado y sin fuerzas, trató de olvidar la tierra, meditando sobre las bellezas del cielo. Entonces el Ángel de la Guarda le inspiró estos pensamientos.

Sobre un trono de nubes, rodeado de serafines y querubines, Dios reina, en medio de su gloria infinita, recibe los hosannas de los bienaventurados y ve sus súplicas. Desde el seno de esa gloria dirige todas las cosas: cuida de que nada se interfiera para poner en peligro el equilibrio admirable y complicado del universo; su solicitud se extiende a todas las criaturas, hasta las más pequeñas que viven en el fondo del mar o en las entrañas de la tierra; sujeta a la tempestad, pronta y dispuesta para trastornar la naturaleza; dice a las aguas del océano: «Llegaréis hasta aquí y no pasaréis de los límites establecidos»; impera a los astros y endereza la florecilla, inclinada sobre sus tallo.

Juan se concentró en sí mismo para aplicarse el fruto de la meditación

—¿Cómo? —pensó—. ¡Yo desprecio el trabajo, yo que soy un miserable gusanillo de la tierra, mientras el Dios omnipotente, el Creador de todas las cosas, está operando siempre, realiza un trabajo infinito con la infinitud de su poder!

Al amanecer del quinto día, extenuado, sí, pero del todo cambiado, con andar vacilante y casi arrastrándose, se acercó a la cabaña de su hermano y llamó a la puerta.

—¿Quién es? —preguntó su morador.

—Soy yo, Juan, tu hermano.

—¿Qué? ¿No te has convertido en un ángel?

—Todavía no; pero al menos he adquirido el convencimiento de que, para asemejarse a los ángeles del Señor, es preciso unir el trabajo a la plegaria y a la contemplación.

Y así lo hizo durante todas sus vida.

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Noticias Cristianas: «Historias para amar a Dios. I Parte: Cuentos y leyendas, n.º 2», en Historias para amar, páginas 7-11.

Homenaje a la JMJ de Río de Janeiro

Homenaje a la JMJ de Río de Janeiro

Una vez terminada la JMJ Río 2013, viene lo más bonito: la esperanza y los frutos que ésta proporcionará si Dios quiere…

Con estos sentimientos y pensamientos os presentamos este vídeo musical como homenaje a esta maravillosa experiencia.

El vídeo está realizado por Chechu García, editor y cámara de Goya producciones, con música de Marc Anthony.

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Vivir mi vida: homenaje a la JMJ de Río de Janeiro

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Vivir mi vida (letra de la canción)

Voy a reír, voy a bailar

vivir mi vida, la, la, la, la

Voy a reír, voy a gozar

vivir mi vida, la, la, la, la

A veces llega la lluvia

para limpiar las heridas

A veces sólo una gota

puede vencer la sequía

Y para qué llorar, ¿Pa’ qué?

Si duele una pena, se olvida

Y para qué sufrir, ¿Pa’ qué?

Si así es la vida, hay que vivirla

Voy a reír, voy a bailar

vivir mi vida, la, la, la, la

Voy a reír, voy a gozar

vivir mi vida, la, la, la, la

Voy a vivir el momento

para entender el destino

Voy a escuchar en silencio

para encontrar el camino

Y para qué llorar, ¿Pa’ qué?

Si duele una pena, se olvida

Y para qué sufrir, ¿Pa’ qué?

Si duele una pena, se olvida

Voy a reír, voy a bailar

vivir mi vida, la, la, la, la

Voy a reír, voy a gozar

vivir mi vida, la, la, la, la

¡Mi gente!

Voy a reír, voy a bailar

¿Pa’ qué llorar? ¿Pa’ qué sufrir?

Empieza a soñar, a reír

Voy a reír, voy a bailar

Siente y baila y goza,

que la vida es una sola

Voy a reír, voy a bailar

Vive, sigue, siempre pa’lante,

no mires pa’ atrás

Mi gente, la vida es una

Voy a reír, voy a bailar

vivir mi vida, la, la, la, la

Voy a reír, voy a gozar

vivir mi vida, la, la, la, la

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¿Cómo es el cielo?

¿Cómo es el cielo?

Katheryn era una pequeña niña a la cual le encantaba investigar y preguntar todo.

Un dia se hizo la gran pregunta:

—¿Cómo es el cielo? ¿Qué pasa allá arriba? ¿Jesús camina entre las nubes? Mmmm ¿Por qué no se cae?

Entonces Kathetyn pensó y pensó hasta que decidió conversar con la persona indicada.

—¡Ya lo tengo! —dijo— ¡le voy a preguntar a Dios!

Y la niña se puso de rodillas y comenzó su charla:

—Querido Dios, necesito hacerte unas preguntas… ¿Tú crees que tienes tiempo para responderme?

A lo que Dios respondió:

—Buen día, pequeña Katheryn, ¡claro que tengo tiempo! ¡toda la eternidad para oírte!

Y Kathy respondió entonces:

—Bueno, ¡ahí va! ¿Cómo es el cielo?… ¿Se puede caminar allá arriba sin caernos?

—Aquí en el cielo todo es hermoso —dijo Dios—, las calles no estan hechas de nubes, por eso no nos caemos. ¡Estas son de oro puro! Tambien hay montañas, lagos, flores, árboles…, ¡Ah, y hasta un mar de cristal!

—¡Guauuu, buenísimo! ¡Buenísimo!… ¿Y se puede correr? —insistió Katheryn.

—Claro que sí… hay mucho pasto y campos de hermosas y extrañas flores con unos aromas que no existen en la tierra.

—¡Genial, Señor! Y la gente que esta allá arriba… ¿qué hacen?— preguntó inocentemente.

—Las personas son muy felices aquí, porque no existe la tristeza y Yo siempre estoy con ellos. Todos los habitantes del cielo pasean, cantan y disfrutan mucho todas las cosas lindas que tengo preparadas.

—Y… ¿en el cielo hay camas? —siguió interrogando.

—¡Ja, ja, ja! —se regocijó Dios al escuchar sus inquisitivas preguntas—. Sí, pequeña, pero solo son para descansar no para dormir ¡porque aquí no existe la noche, siempre es de día.

—Y, ¿hay ángeles?

—Sí, preciosa,  miles de millares… millones de millones… y son muy hermosos.

—¿Hay casas en el cielo? —continuó preguntando la niña.

—Sí, de todo tipo: las hay chicas, grandes y… más grandes, junto a lagos y montañas según su recompensa… por eso recuerda que todo lo que hagan bueno en la tierra tiene su recompensa acá en el cielo.

—¡Ah! Ya sé, Dios, si yo me porto bien y hago caso a mis papis… voy acumulando recompensas en el cielo, ¿verdad, Señor?

—Así es, pequeña Katheryn —respondió Dios.

—Bueno, Señor… esta es mi última pregunta de hoy… ¡no sé si te parecerá rara! ¿Se hacen fiestas en el cielo?

—¡Claro que sí…,  todo el tiempo! —dijo Dios— ¡Cada vez que una persona en la tierra se arrepiente de su mal camino y acepta a mi hijo Jesús como su Salvador! Así que aquí… ¡todos estamos de fiesta! ¡Recuerda siempre lo hermoso que es el cielo y que está hecho solo para recibir a todos quienes adoran a Dios!

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Basado en un cuento de Erica Correa


Evangelio del día: El tesoro y la perla

Evangelio del día: El tesoro y la perla

Mateo 13, 44-46. Fiesta de santa Rosa de Lima. El problema no es buscar el tesoro, sino saber dónde se encuentran los tesoros que Dios ha preparado para nuestra vida.

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Oración introductoria

Jesús, Tú eres mi mayor tesoro. Mi vida sin Ti no vale ni sirve para nada. Permite que sepa darte el cien por ciento de este tiempo de oración. Que nada ni nadie interrumpa este diálogo que creo y espero tener con Quien tanto me ama.

Petición

Dios mío, dame la gracia de amarte más este día.

Meditación del Papa emérito

Es importante que se creen en la Iglesia las condiciones favorables para que puedan aflorar tantos «», en respuesta generosa a la llamada del amor de Dios. Será tarea de la pastoral vocacional ofrecer puntos de orientación para un camino fructífero. Un elemento central debe ser el amor a la Palabra de Dios, a través de una creciente familiaridad con la Sagrada Escritura y una oración personal y comunitaria atenta y constante, para ser capaces de sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria. Pero, sobre todo, que la Eucaristía sea el «centro vital» de todo camino vocacional: es aquí donde el amor de Dios nos toca en el sacrificio de Cristo, expresión perfecta del amor, y es aquí donde aprendemos una y otra vez a vivir la «gran medida» del amor de Dios. Palabra, oración y Eucaristía son el tesoro precioso para comprender la belleza de una vida totalmente gastada por el Reino.

Benedicto XVI, 13 de febrero de 2012

Reflexión

Siempre me ha parecido lo más normal, que un hombre haga todo lo que está a su alcance para conseguir la perla o el tesoro más valioso del mundo. Eso fue lo que hizo Kalif. No tenía trabajo y los problemas económicos empezaban a ser cada vez más serios para su familia. Una noche, soñó que bajo el puente que unía la ciudad con el resto del valle, había un tesoro.

De madrugada se levantó, fue al puente y comenzó a cavar. La policía le vio excavando y dudó de sus intenciones. El pobre Kalif, después de unos intentos por evitar la respuesta, se sinceró: hoy soñé que debajo del puente había un tesoro y por ello vine aquí.

Uno de los policías con ironía le respondió: ¿cómo es posible que usted crea eso? Fíjese, hoy también soñé yo que debajo de la casa de un tal Kalif había un tesoro escondido. ¿Usted cree que me lo voy a creer?. Kalif calló, regresó a su casa, excavó y encontró el tesoro.

El problema no es buscar el tesoro, sino saber dónde se encuentran los tesoros que Dios ha preparado para nuestra vida. ¿Cuáles son tus tesoros? ¿Consideras tu vida matrimonial y tus hijos, verdaderos tesoros o no te das cuenta del regalo que Dios te ha concedido, porque sólo sientes el cansancio y el sudor que produce el remover la tierra para disfrutar de ellos?

¿Alguna vez has experimentado el valor de la Santa Misa y de la confesión, o la pereza de levantarte unos minutos antes el domingo te lo han ocultado?

Propósito

No se puede amar lo que no se conoce, por eso, buscaré participar en alguna actividad formativa en torno a la Eucaristía.

Diálogo con Cristo

Gracias, Señor, por tu generosidad porque gratuitamente y sin ningún merito de mi parte me ofreces el tesoro de la Eucaristía y tu Palabra. No tengo que vender nada, sólo debo dejar a un lado todo lo que me pueda apartar de Ti. Ayúdame a ser santo al saber aprovechar cada minuto de la vida que me has regalado para crecer en el amor a Ti y a los demás.

San Ignacio de Loyola

San Ignacio de Loyola

San Ignacio nació probablemente, en 1491, en el castillo de Loyola en Azpeitia, población de Guipúzcoa, cerca de los Pirineos. Su padre, don Bertrán, era señor de Ofiaz y de Loyola, jefe de una de las familias más antiguas y nobles de la región. Y no era menos ilustre el linaje de su madre, Marina Sáenz de Licona y Balda. Iñigo (pues ése fue el nombre que recibió el santo en el bautismo) era el más joven de los ocho hijos y tres hijas de la noble pareja. Iñigo luchó contra los franceses en el norte de Castilla. Pero su breve carrera militar terminó abruptamente el 20 de mayo de 1521, cuando una bala de cañón le rompió la pierna durante la lucha en defensa del castillo de Pamplona. Después de que Iñigo fue herido, la guarnición española capituló.

Los franceses no abusaron de la victoria y enviaron al herido en una litera al castillo de Loyola (su hogar). Como los huesos de la pierna soldaron mal, los médicos consideraron necesario quebrarlos nuevamente. Iñigo se decidió a favor de la operación y la soportó estoicamente ya que anhelaba regresar a sus anteriores andanzas a todo costo. Pero, como consecuencia, tuvo un fuerte ataque de fiebre con tales complicaciones que los médicos pensaron que el enfermo moriría antes del amanecer de la fiesta de San Pedro y San Pablo. Sin embargo empezó a mejorar, aunque la convalecencia duró varios meses. No obstante la operación de la rodilla rota presentaba todavía una deformidad. Iñigo insistió en que los cirujanos cortasen la protuberancia y, pese a éstos le advirtieron que la operación sería muy dolorosa, no quiso que le atasen ni le sostuviesen y soportó la despiadada carnicería sin una queja. Para evitar que la pierna derecha se acortase demasiado, Iñigo permaneció varios días con ella estirada mediante unas pesas. Con tales métodos, nada tiene de extraño que haya quedado cojo para el resto de su vida.

Con el objeto de distraerse durante la convalecencia, Iñigo pidió algunos libros de caballería (aventuras de caballeros en la guerra), a los que siempre había sido muy afecto. Pero lo único que se encontró en el castillo de Loyola fue una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos. Iñigo los comenzó a leer para pasar el tiempo, pero poco a poco empezó a interesarse tanto que pasaba días enteros dedicado a la lectura. Y se decía: «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron». Inflamado por el fervor, se proponía ir en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora y entrar como hermano lego a un convento de cartujos. Pero tales ideas eran intermitentes, pues su ansiedad de gloria y su amor por una dama, ocupaban todavía sus pensamientos. Sin embargo, cuando volvía a abrir el libro de la vida de los santos, comprendía la futilidad de la gloria mundana y presentía que sólo Dios podía satisfacer su corazón. Las fluctuaciones duraron algún tiempo. Ello permitió a Iñigo observar una diferencia: en tanto que los pensamientos que procedían de Dios le dejaban lleno de consuelo, paz y tranquilidad, los pensamientos vanos le procuraban cierto deleite, pero no le dejaban sino amargura y vacío. Finalmente, Iñigo resolvió imitar a los santos y empezó por hacer toda penitencia corporal posible y llorar sus pecados.


Le visita la Virgen; purificación en Manresa

Una noche, se le apareció la Madre de Dios, rodeada de luz y llevando en los brazos a Su Hijo. La visión consoló profundamente a Ignacio. Al terminar la convalecencia, hizo una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Montserrat, donde determinó llevar vida de penitente. Su propósito era llegar a Tierra Santa y para ello debía embarcarse en Barcelona que está muy cerca de Montserrat. La ciudad se encontraba cerrada por miedo a la peste que azotaba la región. Así tuvo que esperar en el pueblecito de Manresa, no lejos de Barcelona y a tres leguas de Montserrat. El Señor tenía otros designios más urgentes para Ignacio en ese momento de su vida. Lo quería llevar a la profundidad de la entrega en oración y total pobreza. Se hospedó ahí, unas veces en el convento de los dominicos y otras en un hospicio de pobres. Para orar y hacer penitencia, se retiraba a una cueva de los alrededores. Así vivió durante casi un año.

«A fin de imitar a Cristo nuestro Señor y asemejarme a El, de verdad, cada vez más; quiero y escojo la pobreza con Cristo, pobre más que la riqueza; las humillaciones con Cristo humillado, más que los honores, y prefiero ser tenido por idiota y loco por Cristo, el primero que ha pasado por tal, antes que como sabio y prudente en este mundo». Se decidió a «escoger el Camino de Dios, en vez del camino del mundo»… hasta lograr alcanzar su santidad.

A las consolaciones de los primeros tiempos sucedió un período de aridez espiritual; ni la oración, ni la penitencia conseguían ahuyentar la sensación de vacío que encontraba en los sacramentos y la tristeza que le abrumaba. A ello se añadía una violenta tempestad de escrúpulos que le hacían creer que todo era pecado y le llevaron al borde de la desesperación. En esa época, Ignacio empezó a anotar algunas experiencias que iban a servirle para el libro de los «Ejercicios Espirituales». Finalmente, el santo salió de aquella noche oscura y el más profundo gozo espiritual sucedió a la tristeza. Aquella experiencia dio a Ignacio una habilidad singular para ayudar a los escrupulosos y un gran discernimiento en materia de dirección espiritual. Más tarde, confesó al P. Laínez que, en una hora de oración en Manresa, había aprendido más de lo que pudiesen haberle enseñado todos los maestros en las universidades. Sin embargo, al principio de su conversión, Ignacio estaba tan sugestionado por la mentalidad del mundo que, al oír a un moro blasfemar de la Santísima Virgen, se preguntó si su deber de caballero cristiano no consistía en dar muerte al blasfemo, y sólo la intervención de la Providencia le libró de cometer ese crimen.


Tierra Santa

En febrero de 1523, Ignacio por fin partió en peregrinación a Tierra Santa. Pidió limosna en el camino, se embarcó en Barcelona, pasó la Pascua en Roma, tomó otra nave en Venecia con rumbo a Chipre y de ahí se trasladó a Jaffa. Del puerto, a lomo de mula, se dirigió a Jerusalén, donde tenía el firme propósito de establecerse. Pero, al fin de su peregrinación por los Santos Lugares, el franciscano encargado de guardarlos le ordenó que abandonase Palestina, temeroso de que los mahometanos, enfurecidos por el proselitismo de Ignacio, le raptasen y pidiesen rescate por él. Por lo tanto, el joven renunció a su proyecto y obedeció, aunque no tenía la menor idea de lo que iba a hacer al regresar a Europa. Otra vez, la Divina Providencia tenía designios para esta alma tan generosa.


De nuevo en España donde es encarcelado por la Inquisición

En 1524, llegó de nuevo a España, donde se dedicó a estudiar, pues «pensaba que eso le serviría para ayudar a las almas». Una piadosa dama de Barcelona, llamada Isabel Roser, le asistió mientras estudiaba la gramática latina en la escuela. Ignacio tenía entonces treinta y tres años, y no es difícil imaginar lo penoso que debe ser estudiar la gramática a esa edad. Al principio, Ignacio estaba tan absorto en Dios, que olvidaba todo lo demás; así, la conjugación del verbo latino «amare» se convertía en un simple pretexto para pensar: «Amo a Dios. Dios me ama». Sin embargo, el santo hizo ciertos progresos en el estudio, aunque seguía practicando las austeridades y dedicándose a la contemplación y soportaba con paciencia y buen humor las burlas de sus compañeros de escuela, que eran mucho más jóvenes que él.

Al cabo de dos años de estudios en Barcelona, pasó a la Universidad de Alcalá a estudiar lógica, física y teología; pero la multiplicidad de materias no hizo más que confundirle, a pesar de que estudiaba noche y día. Se alojaba en un hospicio, vivía de limosna y vestía un áspero hábito gris. Además de estudiar, instruía a los niños, organizaba reuniones de personas espirituales en el hospicio y convertía a numerosos pecadores con sus reprensiones llenas de mansedumbre.

Había en España muchas desviaciones de la devoción. Como Ignacio carecía de los estudios y la autoridad para enseñar, fue acusado ante el vicario general del obispo, quien le tuvo prisionero durante cuarenta y dos días, hasta que, finalmente, absolvió de toda culpa a Ignacio y sus compañeros, pero les prohibió llevar un hábito particular y enseñar durante los tres años siguientes. Ignacio se trasladó entonces con sus compañeros a Salamanca. Pero pronto fue nuevamente acusado de introducir doctrinas peligrosas. Después de tres semanas de prisión, los inquisidores le declararon inocente. Ignacio consideraba la prisión, los sufrimientos y la ignominia como pruebas que Dios le mandaba para purificarle y santificarle. Cuando recuperó la libertad, resolvió abandonar España. En pleno invierno, hizo el viaje a París, a donde llegó en febrero de 1528.


Estudios en París

Los dos primeros años los dedicó a perfeccionarse en el latín, por su cuenta. Durante el verano iba a Flandes y aun a Inglaterra a pedir limosna a los comerciantes españoles establecidos en esas regiones. Con esa ayuda y la de sus amigos de Barcelona, podía estudiar durante el año. Pasó tres años y medio en el Colegio de Santa Bárbara, dedicado a la filosofía. Ahí indujo a muchos de sus compañeros a consagrar los domingos y días de fiesta a la oración y a practicar con mayor fervor la vida cristiana. Pero el maestro Peña juzgó que con aquellas prédicas impedía a sus compañeros estudiar y predispuso contra Ignacio al doctor Guvea, rector del colegio, quien condenó a Ignacio a ser azotado para desprestigiarle entre sus compañeros. Ignacio no temía al sufrimiento ni a la humillación, pero, con la idea de que el ignominioso castigo podía apartar del camino del bien a aquéllos a quienes había ganado, fue a ver al rector y le expuso modestamente las razones de su conducta. Guvea no respondió, pero tomó a Ignacio por la mano, le condujo al salón en que se hallaban reunidos todos los alumnos y le pidió públicamente perdón por haber prestado oídos, con ligereza, a los falsos rumores. En 1534, a los cuarenta y tres años de edad, Ignacio obtuvo el título de maestro en artes de la Universidad de París.


El Señor le da compañeros

Las palabras fervorosas de Ignacio, llenas del Espíritu Santo, abrió los corazones de algunos compañeros. Por aquella época, se unieron a Ignacio otros seis estudiantes de teología: Pedro Fabro, que era sacerdote de Saboya; Francisco Javier, un navarro; Laínez y Salmerón, que brillaban mucho en los estudios; Simón Rodríguez, originario de Portugal y Nicolás Bobadilla. Movidos por las exhortaciones de Ignacio, aquellos fervorosos estudiantes hicieron voto de pobreza, de castidad y de ir a predicar el Evangelio en Palestina, o, si esto último resultaba imposible, de ofrecerse al Papa para que los emplease en el servicio de Dios como mejor lo juzgase. La ceremonia tuvo lugar en una capilla de Montmartre, donde todos recibieron la comunión de manos de Pedro Fabro, quien acababa de ordenarse sacerdote. Era el día de la Asunción de la Virgen de 1534. Ignacio mantuvo entre sus compañeros el fervor, mediante frecuentes conversaciones espirituales y la adopción de una sencilla regla de vida. Poco después, hubo de interrumpir sus estudios de teología, pues el médico le ordenó que fuese a tomar un poco los aires natales, ya que su salud dejaba mucho que desear. Ignacio partió de París, en la primavera de 1535. Su familia le recibió con gran gozo, pero el santo se negó a habitar en el castillo de Loyola y se hospedó en una pobre casa de Azpeitia.


Bendición del Papa; aparición del Señor

Dos años más tarde, se reunió con sus compañeros en Venecia. Pero la guerra entre venecianos y turcos les impidió embarcarse hacia Palestina. Los compañeros de Ignacio, que eran ya diez, se trasladaron a Roma; Paulo III los recibió muy bien y concedió a los que todavía no eran sacerdotes el privilegio de recibir las órdenes sagradas de manos de cualquier obispo. Después de la ordenación, se retiraron a una casa de las cercanías de Venecia a fin de prepararse para los ministerios apostólicos. Los nuevos sacerdotes celebraron la primera misa entre septiembre y octubre, excepto Ignacio, quien la difirió más de un año con el objeto de prepararse mejor para ella. Como no había ninguna probabilidad de que pudiesen trasladarse a Tierra Santa, quedó decidido finalmente que Ignacio, Fabro y Laínez irían a Roma a ofrecer sus servicios al Papa. También resolvieron que, si alguien les preguntaba el nombre de su asociación, responderían que pertenecían a la Compañía de Jesús (San Ignacio no empleó nunca el nombre de «jesuita». Este nombre comenzó como un apodo), porque estaban decididos a luchar contra el vicio y el error bajo el estandarte de Cristo. Durante el viaje a Roma, mientras oraba en la capilla de «La Storta», el Señor se apareció a Ignacio, rodeado por un halo de luz inefable, pero cargado con una pesada cruz. Cristo le dijo: «Ego vobis Romae propitius ero» (Os seré propicio en Roma). Paulo III nombró al padre Fabro profesor en la Universidad de la Sapienza y confió a Laínez el cargo de explicar la Sagrada Escritura. Por su parte, Ignacio se dedicó a predicar los Ejercicios y a catequizar al pueblo. El resto de sus compañeros trabajaba en forma semejante, a pesar de que ninguno de ellos dominaba todavía el italiano.


La Compañía de Jesús

Ignacio y sus compañeros decidieron formar una congregación religiosa para perpetuar su obra. A los votos de pobreza y castidad debía añadirse el de obediencia para imitar más de cerca al Hijo de Dios, que se hizo obediente hasta la muerte. Además, había que nombrar a un superior general a quien todos obedecerían, el cual ejercería el cargo de por vida y con autoridad absoluta, sujeto en todo a la Santa Sede. A los tres votos arriba mencionados, se agregaría el de ir a trabajar por el bien de las almas adondequiera que el Papa lo ordenase. La obligación de cantar en común el oficio divino no existiría en la nueva orden, «para que eso no distraiga de las obras de caridad a las que nos hemos consagrado». No por eso descuidaban la oración que debía tomar al menos una hora diaria.

La primera de las obras de caridad consistiría en «enseñar a los niños y a todos los hombres los mandamientos de Dios». La comisión de cardenales que el Papa nombró para estudiar el asunto se mostró adversa al principio, con la idea de que ya había en la Iglesia bastantes órdenes religiosas, pero un año más tarde, cambió de opinión, y Paulo III aprobó la Compañía de Jesús por una bula emitida el 27 de septiembre de 1540. Ignacio fue elegido primer general de la nueva orden y su confesor le impuso, por obediencia, que aceptase el cargo. Empezó a ejercerlo el día de Pascua de 1541 y, algunos días más tarde, todos los miembros hicieron los votos en la basílica de San Pablo Extramuros.

Ignacio pasó el resto de su vida en Roma, consagrado a la colosal tarea de dirigir la orden que había fundado. Entre otras cosas, fundó una casa para alojar a los neófitos judíos durante el período de la catequesis y otra casa para mujeres arrepentidas. En cierta ocasión, alguien le hizo notar que la conversión de tales pecadoras rara vez es sincera, a lo que Ignacio respondió: «Estaría yo dispuesto a sufrir cualquier cosa por el gozo de evitar un solo pecado». Rodríguez y Francisco Javier habían partido a Portugal en 1540. Con la ayuda del rey Juan III, Javier se trasladó a la India, donde empezó a ganar un nuevo mundo para Cristo. Los padres Goncalves y Juan Nuñez Barreto fueron enviados a Marruecos a instruir y asistir a los esclavos cristianos. Otros cuatro misioneros partieron al Congo; algunos más fueron a Etiopía y a las colonias portuguesas de América del Sur.


Un baluarte de verdad y orden ante el protestantismo

El Papa Paulo III nombró como teólogos suyos, en el Concilio de Trento, a los padres Laínez y Salmerón. Antes de su partida, San Ignacio les ordenó que visitasen a los enfermos y a los pobres y que, en las disputas se mostrasen modestos y humildes y se abstuviesen de desplegar presuntuosa- mente su ciencia y de discutir demasiado. Pero, sin duda que entre los primeros discípulos de Ignacio el que llegó a ser más famoso en Europa, por su saber y virtud, fue San Pedro Canisio, a quien la Iglesia venera actualmente como Doctor. En 1550, San Francisco de Borja regaló una suma considerable para la construcción del Colegio Romano. San Ignacio hizo de aquel colegio el modelo de todos los otros de su orden y se preocupó por darle los mejores maestros y facilitar lo más posible el progreso de la ciencia. El santo dirigió también la fundación del Colegio Germánico de Roma, en el que se preparaban los sacerdotes que iban a trabajar en los países invadidos por el protestantismo. En vida del santo se fundaron universidades, seminarios y colegios en diversas naciones. Puede decirse que San Ignacio echó los fundamentos de la obra educativa que había de distinguir a la Compañía de Jesús y que tanto iba a desarrollarse con el tiempo.

En 1542, desembarcaron en Irlanda los dos primeros misioneros jesuitas, pero el intento fracasó. Ignacio ordenó que se hiciesen oraciones por la conversión de Inglaterra, y entre los mártires de Gran Bretaña se cuentan veintinueve jesuitas. La actividad de la Compañía de Jesús en Inglaterra es un buen ejemplo del importantísimo papel que desempeñó en la contrarreforma. Ese movimiento tenía el doble fin de dar nuevo vigor a la vida de la Iglesia y de oponerse al protestantismo. «La Compañía de Jesús era exactamente lo que se necesitaba en el siglo XVI para contrarrestar la Reforma. La revolución y el desorden eran las características de la Reforma. La Compañía de Jesús tenía por características la obediencia y la más sólida cohesión. Se puede afirmar, sin pecar contra la verdad histórica, que los jesuitas atacaron, rechazaron y derrotaron la revolución de Lutero y, con su predicación y dirección espiritual, reconquistaron a las almas, porque predicaban sólo a Cristo y a Cristo crucificado. Tal era el mensaje de la Compañía de Jesús, y con él, mereció y obtuvo la confianza y la obediencia de las almas» (cardenal Manning). A este propósito citaremos las, instrucciones que San Ignacio dio a los padres que iban a fundar un colegio en Ingolstadt, acerca de sus relaciones con los protestantes: «Tened gran cuidado en predicar la verdad de tal modo que, si acaso hay entre los oyentes un hereje, le sirva de ejemplo de caridad y moderación cristianas. No uséis de palabras duras ni mostréis desprecio por sus errores». El santo escribió en el mismo tono a los padres Broet y Salmerón cuando se aprestaban a partir para Irlanda.

Una de las obras más famosas y fecundas de Ignacio fue el libro de los Los Ejercicios Espirituales. Es la obra maestra de la ciencia del discernimiento. Empezó a escribirlo en Manresa y lo publicó por primera vez en Roma, en 1548, con la aprobación del Papa. Los Ejercicios cuadran perfectamente con la tradición de santidad de la Iglesia. Desde los primeros tiempos, hubo cristianos que se retiraron del mundo para servir a Dios, y la práctica de la meditación es tan antigua como la Iglesia. Lo nuevo en el libro de San Ignacio es el orden y el sistema de las meditaciones. Si bien las principales reglas y consejos que da el santo se hallan diseminados en las obras de los Padres de la Iglesia, San Ignacio tuvo el mérito de ordenarlos metódicamente y de formularlos con perfecta claridad.

La prudencia y caridad del gobierno de San Ignacio le ganó el corazón de sus súbditos. Era con ellos afectuoso como un padre, especialmente con los enfermos, a los que se encargaba de asistir personalmente procurándoles el mayor bienestar material y espiritual posible. Aunque San Ignacio era superior, sabía escuchar con mansedumbre a sus subordinados, sin perder por ello nada de su autoridad. En las cosas en que no veía claro se atenía humildemente al juicio de otros. Era gran enemigo del empleo de los superlativos y de las afirmaciones demasiado categóricas en la conversación. Sabía sobrellevar con alegría las críticas, pero también sabía reprender a sus súbditos cuando veía que lo necesitaban. En particular, reprendía a aquéllos a quienes el estudio volvía orgullosos o tibios en el servicio de Dios, pero fomentaba, por otra parte, el estudio y deseaba que los profesores, predicadores y misioneros, fuesen hombres de gran ciencia. La corona de las virtudes de San Ignacio era su gran amor a Dios. Con frecuencia repetía estas palabras, que son el lema de su orden: «A la mayor gloria de Dios». A ese fin refería el santo todas sus acciones y toda la actividad de la Compañía de Jesús. También decía frecuentemente: «Señor, ¿qué puedo desear fuera de Ti?» Quien ama verdaderamente no está nunca ocioso. San Ignacio ponía su felicidad en trabajar por Dios y sufrir por su causa. Tal vez se ha exagerado algunas veces el «espíritu militar» de Ignacio y de la Compañía de Jesús y se ha olvidado la simpatía y el don de amistad del santo por admirar su energía y espíritu de empresa.

Durante los quince años que duró el gobierno de San Ignacio, la orden aumentó de diez a mil miembros y se extendió en nueve países europeos, en la India y el Brasil. Como en esos quince años el santo había estado enfermo quince veces, nadie se alarmó cuando enfermó una vez más. Murió súbitamente el 31 de julio de 1556, sin haber tenido siquiera tiempo de recibir los últimos sacramentos.

Fue canonizado en 1622, y Pío XI le proclamó patrono de los ejercicios espirituales y retiros.

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Adaptado del trabajo de Alban Butler et all (edición en español de R. P. Wilfredo Guinea): La Vida de los Santos de Butler, vol. 3., Rand McNally, Chicago, EE UU, 1965;