Catequesis sobre la familia: La figura del padre

Catequesis sobre la familia: La figura del padre

La progresiva ausencia del Padre en la familia

En un breve excursus histórico vamos a ver algunas de las causas que han contribuido a una progresiva ausencia del padre en la familia.

En el libro «IL Padre, l’assente inaccettabile» Claudio Risè [1], psicoanalista, católico cercano a Don Giussani, escribe:

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La revolución francesa

Cuando los revolucionarios franceses, después de haber decapitado en la catedral de Notre Dame las estatuas de los reyes de Judá y de Israel, y haber reventado las tumbas de la abadía de Saínt-Denis para recoger el oro de los dientes y de los anillos de los reyes y de los obispos, cortaron y quemaron la cabeza de la estatua milagrosa de Notre Dame sous-Terre, en la catedral de Chartres (uno de los mayores símbolos de la espiritualidad cristiana), lo que es llamado proceso de secularización, es decir, la expulsión de la experiencia religiosa o de lo sagrado de la vida cotidiana en Europa, se encontraba ya buen punto. Todas las campanas de la abadía de Mont-Saint-Michel fueron fundidas y su bronce entregado al ejército revolucionario para que hiciese armas contra los países que todavía se declaraban católicos.


El «proceso de secularización»

Lo «Sagrado», la experiencia religiosa cristiana y sus símbolos, que habían marcado la civilización europea, habían quedado ahora en fuera de juego, por lo menos así lo creían los jacobinos, socialistas y liberales. La vida del hombre se desarrollaría por fin en el ámbito «secular», mundano, de las cosas y de la materia, sin el estorbo de creencias trascendentes.

Para ambos fenómenos, sin embargo, declive del padre y separación de Dios (secularización), el derribo revolucionario de las imágenes sagradas de los reyes de Judá y de Israel no hace sino continuar, aunque acelerándolo dramáticamente, un proceso iniciado mucho tiempo antes.


Lutero, la Reforma y el eclipse del padre

La Reforma, en efecto, ha desempeñado un papel determinante en la promoción de ambos. Rompiendo la unidad de la experiencia humana en Reino de Cristo y reino del mundo, y trasladando en el segundo la experiencia del matrimonio, instituto que él consideraba perteneciente al orden terreno [2],

Lutero seculariza el matrimonio y la familia [3].

Según apunta el antropólogo Dieter Lenzen: «Se puede afirmar que la doctrina de Lutero sobre el matrimonio abrió la puerta a la sucesiva estatalización de la paternidad [4]. Quita, pues, a la figura del padre aquel reflejo de figura del Padre divino, que le confería enormes responsabilidades, pero de donde derivaba su específico significado en el orden simbólico, trastocado precisamente por la secularización».

Consecuencia de esta afirmación es que el divorcio desde entonces no concierne más a la Iglesia, sino al Estado.

En efecto, dice el reformador: «las cuestiones relativas al matrimonio y al divorcio han de ser dejadas en manos de los juristas y colocadas dentro del orden mundano. Puesto que el matrimonio es algo mundano, exterior, así como lo son la mujer, los hijos, la casa… este pertenece al orden de la autoridad secular, está sometido a la razón» [5].

Como observa Lenzen [6]: «Las consecuencias de la doctrina matrimonial de Lutero en el plano jurídico, variamente diferenciadas a escala regional, en algunos casos fueron individuadas solo después de 250 años o más».

Es todavía con Lutero, que comienza el proceso de transferencia de las responsabilidades de la educación del padre (que a partir de allí se convertirá en una figura de relieve esencialmente económico) a la mujer madre y a la educadora.


Cuatro siglos después de Lutero: la pérdida de la noción de paternidad

Cuatro siglos después, en la mitad del Novecientos, por el impulso de las sociedades protestantes, la casi totalidad de sus papeles educativos y de juzgar será confiada a las mujeres, y la figura del padre será a estas alturas físicamente ausente de la casa en un relevante número de casos.

Se llegará a ver, entonces, como a la pérdida de la noción de paternidad en Occidente se le acompañe la pérdida de la transmisión de la identidad, y, por ende, de la misma masculinidad a nivel psicológico y simbólico.

A partir de entonces, y con la brusca aceleración sucesiva a las revoluciones burguesas y a la revolución industrial, el padre de la modernidad occidental ya no es el custodio familiar por cuenta del orden natural y simbólico divino, y tampoco es el representante de la Ley del Padre.

Efectivamente, según la observación hecha por el arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, en su carta pastoral «Familia, ¿dónde estás?», en los tiempos modernos la cultura dominante «tiende a desposeer a la familia de su valor fundamental o, más bien, fundador: el valor religioso de la relación con Dios. Mellada por el secularismo del laicismo, la familia se interpreta a sí misma como una realidad exclusivamente humana y totalmente autónoma: la familia, en su mismo ser y vivir, prescinde de Dios».

Pero ¿qué puede ser el padre de semejante familia? Era inevitable que, llegados a este punto, él se convirtiera sencillamente en un administrador, un procurador de renta (provider), para el núcleo de la familia «restringida» o «pequeña», que sustituye gradualmente a la familia «grande» (incluyendo aquí a todos aquellos que podían tener necesidad de la familia y de sus sustancias), de la que se encargaba el padre antes de esta reducción.

El fin de la familia «patriarcal» y la secularización del padre coinciden, en efecto, con la afirmación del modelo de «intimidad doméstica» que lleva a la familia nuclear actual.


Reducción del papel del padre: el que procura la renta a la familia

A partir de la Reforma y durante la modernidad, marcada por la época de las dos revoluciones: la francesa y la industrial, el padre se convierte cada vez más en una figura dominada por motivaciones egoístas y hedonistas. Sus finalidades son cada vez más práctico-económicas, en el mejor de los casos de gratificación «sexual-sentimental». Se trata de un personaje que se ha auto-reducido «secularmente» al mundo de las cosas: del dinero, del sexo y de una afectividad contratada, medida en los objetos, en el dinero y ninguna otra cosa más.

Además de la Reforma Protestante, de la revolución francesa e industrial, también corrientes y personalidades influyentes han contribuido a la progresiva muerte del padre. Giulia Paola di Nicola y Attilio Danese en el libro «En el seno del padre» escriben:


Influjo de Nietzsche y de Freud

En la historia del pensamiento, la revuelta contra el padre ha evidenciado el paralelismo entre autoridad paterna y autoritarismo institucional y estatal. Así es para Martín Lutero, que asocia el imperativo de la obediencia a la autoridad paterna y al poder político; para Jean Bodin que, siempre en la estela del concepto de familia como «prototipo de la sociedad política», recalca la analogía entre soberanía paterna y estatal; para Thomas Hobbes, para Jacques-Benigne [7], Bossuet, autores que remachan el paralelo entre el absolutismo monárquico y el absolutismo paterno.

Sobre estas premisas teóricas se basa el pensamiento nietzchiano de la muerte del padre y de la «muerte de Dios», anunciada por el profeta Zaratustra (anuncio opuesto al kerygma cristiano). Así que, cuando Freud interpreta la relación padre-hijos en términos de conflictividad, hasta hablar de la necesaria occisión del padre, no hace sino exasperar las premisas culturales precedentes.

En su pensamiento, el padre primordial, este prototipo de la figura paterna, es expresión culmen del despotismo, que defiende celosamente su poder obstaculizando el bienestar de los hijos. Él es un legislador injusto y egoísta, que quiere reservar solo para sí mismo la «posesión de la mujer» (el «placer») e impide a los demás el acceso al mismo.

La ley, el orden social, la moral aparecen como el baluarte de este egoísmo despótico.

Un semejante perfil de paternidad es, evidentemente, el exacto contrario del Padre evangélico.

Despotismo, egoísmo, moralismo, placer, resultan ser, pues, los estímulos principales de la actuación paterna en la cultura del Novecientos y están en contra de la libertad, la autonomía y la realización de sí mismo.


La revolución del 68

También después de Freud la figura del padre opresor domina la interpretación filosófica, por lo menos hasta la escuela de Francfort, a la que hace referencia la revolución del 68 cuando se hace evidente cómo la muerte del padre, que inevitablemente implica también a la madre, significa la muerte de la familia, del Estado (burgués), de Dios. El poder político y el religioso se consideran como enemigos de la libertad precisamente en cuanto que son extensión analógica de la autoridad paterna (cf. Habermas, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Fromm).

Se siente gravitar todavía el peso de los prejuicios ideológicos difundidos en el Novecientos, siglo del «parricidio»: es necesario «matar al padre» para poder librarse de los complejos de dependencia, de celos, de subordinación, para sentirse libres de quien nos ha precedido y, por consiguiente, del condicionamiento de la memoria histórica [8].

El 68 ha marcado una verdadera y propia revolución cultural, de la que todavía hoy cargamos con sus consecuencias. Se ponen en discusión las bases que han sostenido la cultura occidental surgida del judeo­cristianismo. Junto con la pérdida del sentido de Dios y, consecuentemente, del sentido del padre, se pone en discusión tanto la autoridad civil como la eclesiástica, se proclama la libertad sexual, se exalta la autonomía moral, se des-estructura la familia. Conceptos que han hecho mella en la misma Iglesia, sobre todo en las familias religiosas, en las que ya no se habla de obediencia, si no de diálogo, y en lugar de Superior se habla de leadership.


De la familia patriarcal a la familia mononuclear

Otro fenómeno que sin duda ha influido en la pérdida del padre y también en la crisis de identidad del hombre ha sido el paso de la familia patriarcal, típica de la civilización rural, a la familia mononuclear, fruto de la civilización industrial, sobre todo del cosmopolitismo.

En la sociedad de tipo patriarcal, la autoridad del padre que transmitía a los hijos el arte de su oficio y los valores familiares era respetada e incuestionable.

La transmisión a las nuevas generaciones estaba favorecida por la presencia de los abuelos, de los tíos, de los primos, de los sobrinos y de los nietos: un tipo de familia amplia en la que los hijos eran ayudados en su desarrollo y donde las nuevas familias hallaban un sostén.

El «Pater familias», en general el más anciano, el abuelo o bisabuelo, como también la mujer más anciana, gozaba de estima y autoridad.

Sin embargo, no se puede negar que en el seno de la estructura patriarcal había también unos condicionantes fuertes que, si a veces salvaban de peligros, otras veces limitaban la libertad de los individuos y de los distintos núcleos familiares.

Con la llegada de la sociedad industrial y, sobre todo, del éxodo de los campos a las ciudades, las familias patriarcales se desmembraron progresivamente. Las jóvenes parejas y las nuevas familias se hallaron proyectadas en el anonimato de grandes ciudades, obligadas a vivir en pequeños apartamentos de grandes inmuebles, habitados en general por gente desconocida y con unos ritmos familiares impuestos por el trabajo, por la escuela y por otros muchos nuevos compromisos.

Típica de este periodo es la frase: «no quiero que acabes como tu padre, trabajando y fatigándote para ganar poco… Te daremos una formación aunque te cueste muchos sacrificios, mañana tendrás una posición mejor, más rentable y respetada».

En la ciudad el padre ya no transmite el arte del oficio al hijo, más bien es el hijo el que muchas veces enseña al padre a desenvolverse en la sociedad moderna. La familia se encuentra normalmente sola, aislada en un piso. Los conflictos inevitables de la convivencia se agudizan y la pequeña familia ya no encuentra el apoyo directo e inmediato de la familia más grande, el parentesco o el pueblo.

Ciertamente la pareja adquiere más libertad, se siente menos condicionada por la familia amplia y por la sociedad, pero se halla más débil frente a los desafíos del nuevo tipo de sociedad.

Es también por eso que se multiplican los fracasos matrimoniales, aumentan los divorcios y las convivencias libres, se aprueba el aborto, los abuelos y los tíos ingresan en los asilos.

Los hijos se sienten libres de seguir su propio camino, no les apetece obedecer a personas que no están preparadas a transmitirles unos valores que les ayuden a hacer frente a la modernidad y por eso reclaman el derecho de conducir su propia vida.

Delante de esta situación los padres se ven desprevenidos y carentes en la educación de los hijos, que forman parte de una generación que ellos no han conocido y que se les hace cuesta arriba comprender.

La educación familiar entra en crisis: el padre, por razones de trabajo, está cada vez más ausente, también muchas madres encuentran un trabajo, muchos hijos se hallan solos frente a un mundo lleno de peligros. La actitud de muchos padres es la de secundar en todo a sus hijos: crece una generación de hijos debilitados, no preparados para el sufrimiento, incapaces de sufrir, hijos que tienen miedo a entablar una relación seria con una chica y a casarse, se desliza la edad de los matrimonios, muchos hijos, aun reconociendo las limitaciones, prefieren quedarse en la casa de sus padres, donde encuentran alimento, un refugio para vivir. Aumentan los homosexuales y crece la impotencia masculina [9], mientras que las chicas son cada vez más seguras y agresivas.


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Notas

[1] C. Risè. IL Padre, l ‘assente inaccettabile (El Padre, el ausente inaceptable), Ed, San Paolo, 2003, pag. 49 ss.

[2] El matrimonio con Lutero ««»»sale del ámbito jurídico del reino espiritual y entra en el reino del mundo, llegando a formar parte integrante de su ordenamiento jurídico (J Heckel, Lex Caritatis, München 1953).

[3] De todas maneras, es interesante que este acontecimiento, tan determinante para la historia del mundo, haya sido realizado a través de una trasgresión a la ley del Papa—padre espiritual con la raptora del compromiso asumido, el celibato, para secundar unas pulsiones personales. Más allá de las motivaciones teológicas, el cuadro psicológico es ya el característico de la «revuelta contra el padre».

[4] D. Lenzen, La ricerca del padre. Del patriarcato agli alimenti, (En busca del padre. Del patriarcado a los alimento) Laterza, Bari 1991, pp. 205ss.

[5] D. Martin Luther, Werke. Kritische Gesamtausgabe, vol XXXII, pp. 376ss. Weimar 1883 (cita En Lenzen).

[6] O. cit., p. 209

[7] Sería necesario volver a ver la cultura del Novecientos y no, de la filosofía de la «muerte de Dios» a la teología, a la literatura, para darse cuenta de cómo la figura del padre haya sido puesta bajó sospecha. Para la literatura, piénsese en

Rey Lear de Shakespeare, a los escritos de Balzac, Dostoievskij, Kafka, Strindberg, Beckett.

[8] G. P. Di Nicola — A. Danese, Nel grembo del padre. Effatá Editrice, 1999

[9] «Casi el 40% de los varones blancos, en Occidente. no está en condiciones de fecundar» (C. Risè, O. e., p. l 04).

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Catequesis sobre la familia: La figura del padre

Catequesis sobre la familia: Introducción

Como introducción traigo aquí una visión sintética de la familia cristiana en el mundo de hoy, expuesta en las «Conclusiones del Congreso teológico-pastoral sobre los hijos», organizado por el Pontificio Consejo para la familia, en ocasión del III Encuentro Mundial del Santo Padre con las familias, en Roma (11-13 de octubre de 2000):

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Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia

Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia y contra la vida. En este contexto es necesario, de todas formas, evitar tanto un pesimismo paralizante, como un optimismo ingenuo e irreal. La tendencia a poner en duda la institución familiar, su naturaleza y misión, su fundamento sobre el matrimonio (unión de amor y de vida entre un hombre y una mujer) está, por así decirlo, generalizada en determinados ambientes muy influyentes, mareados por una mentalidad secularizada. Esta tendencia está presente también en importantes medios de comunicación, trastorna la vida económica y profesional de muchos y obstaculiza la percepción de la realidad del matrimonio en nuestros hijos.

La fecundidad ha padecido un desmoronamiento en muchas regiones, especialmente allí donde las riquezas son abundantes. La plaga del divorcio se extiende en países de larga tradición cristiana. El aborto hiere profundamente el alma de los pueblos y las conciencias de las personas. Las «uniones de hecho» constituyen un grave problema social cada día más extendido.

Existe el riesgo de que un tal estado de las cosas lleve a nuestros hijos a dudar de sí mismos y de su futuro, y a contribuir a su desconfianza sobre su capacidad de amar y de asumir compromisos matrimoniales.

Esta crisis es reveladora de una enfermedad del espíritu que se ha alejado de la verdad y de una antropología errónea; refleja, además, un relativismo y un escepticismo sin precedentes. Esto demuestra que el hombre está tentado a cerrarse a la verdad sobre sí mismo y sobre el amor.

Frente a este riesgo, es necesario dejarnos guiar por el realismo que brota del Evangelio y por una profunda confianza en Dios.

Frente a este riesgo, es innecesario ratificar nuestra esperanza en el futuro, dejándonos guiar por el realismo que brota del Evangelio, y por una profunda confianza en Dios, sin esconder la gravedad de los males que amenazan a las jóvenes generaciones. Es precisamente al corazón desilusionado del hombre al que deseamos llevar un mensaje de esperanza, dirigiendo nuestro pensamiento a aquellos que construirán el mundo del tercer milenio: nuestros hijos.


Los desafíos contra la figura del Padre y de la Madre

Para comprender la misión que Dios confiada las familias cristianas, sobre todo en relación a la transmisión de la fe y a la educación de los hijos, tenemos que tener en cuenta algunos ataques a la familia cristiana en la sociedad actual en la que vivimos.

Además del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de la libertad sexual, de las convivencias, de las parejas de hecho, de las parejas homosexuales: todos ellos ataques a la familia, a estas alturas aceptados y casi todos reconocidos por los Estados, trataremos los ataques contra el hombre: marido y padre, y contra la mujer: esposa y madre, y de las consecuencias negativas en la educación de los hijos.


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Catequesis sobre la familia: La figura del padre

Catequesis sobre la familia: Introducción e índice general

Os presentamos esta catequesis del Padre Mario Pezzipresbítero italiano, figura importante del Camino Neocatecumenal y parte del grupo de Catequistas Itinerantes Internacionales. Se trata de una catequesis extensa y exhaustiva sobre el papel del padre y la madre en la educación de los hijos, en la que el Padre Mario Pezzi presenta en una primera parte la problemática de la familia cristiana actual, haciendo un recorrido histórico para comprender todos los porqués de la forma de pensar y actuar en el que se encuentran las familias católicas actuales, sobre todo la enorme crisis que vive actualmente la figura del padre dentro de la familia. En una segunda parte, el Padre Mario Pezzi presenta los fundamentos doctrinales en los que se asienta la familia católica, abordando todas las fases: noviazgo, matrimonio, hijos, educación de los hijos, etc.

En esta catequesis, el Padre Mario Pezzi presenta la familia cristiana del mundo actual de una forma clara y contundente. Esta contundencia, basada en un conocimiento manifiesto de la doctrina de la Iglesia, seguramente provocará el que las mentalidades actuales se puedan sentir «embestidas» en algún momento de su lectura, no obstante, precisamente por esto, recomendamos su lectura, pues esta catequesis proporciona, sin duda alguna, numerosos y variados temas que provocarán la reflexión, intelectual y de conciencia, del lector.

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Catequesis sobre la familia: Índice general


Introducción

Introducción

La figura del padre

El feminismo exasperado

La discusión sobre los géneros

Parte I. El Matrimonio en el Designio de Dios

Comunión de los padres

Asumir su propia masculinidad o feminidad

El pecado, ruptura con Dios, ruptura y oposición entre hombre y mujer

Contraposición entre hombre y mujer

Asunción de la unidad en la diversidad: masculinidad y feminidad

Parte II. La familia, imagen de la Trinidad

Los padres, padre y madre

La mujer, esposa y madre

El hombre, esposo y padre

Parte III. La educación de los hijos

Los padres deben considerar a sus hijos como hijos de Dios

El derecho y deber educativo de los padres

La misión educativa y el sacramento del Matrimonio

La corrección, elemento esencial en la educación (I)

La corrección, elemento esencial en la educación (II)

¿Quién manda en la familia? ¿El padre o la madre? (I)

¿Quién manda en la familia? ¿El padre o la madre? (II)

Parte IV. La transmisión de la fe a los hijos

La familia, Iglesia doméstica

La familia, comunión de personas

La inserción en la Comunidad y en la Parroquia

El futuro de la humanidad depende de la familia

Educación en los valores de la persona

Hijos adolescentes

Parte V. La educación sexual

La educación sexual (I)

La educación sexual (II)

La educación sexual (III)

La educación sexual (IV)

La educación sexual (V)

Parte VI. El noviazgo

El noviazgo (I)

El noviazgo (II)

El noviazgo (III)

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Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (I)

Aprende y colorea las Advocaciones de la Virgen María (I)

Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones de la Virgen para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.

La catequesis se realiza en tres pasos:

– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.

– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.

– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».

Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.

Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.

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Advocaciones de la Virgen María (I)

Maternidad divina de María

1 de enero

Maternidad divina de María

En el año 400 d.C. se levantó en Roma la primera Iglesia dedicada a la Santísima Virgen, llamada ahora Santa María la Mayor.

Hacia finales del siglo VI se dedica a la Virgen la primera fiesta: «Santa María Madre de Dios», porque ella dio a luz al mismo Hijo de Dios.

Fiesta de la Sagrada Familia

Primer domingo después de Navidad

Fiesta de la Sagrada Familia

Se venera hoy al Hijo de Dios como hijo de familia, a María como madre de familia, y a José como padre y jefe de familia; y se recuerda a los padres, madres e hijos de hoy su condición de tales, sus respectivos y mutuos deberes, y la obligación de todos juntos para con Dios.

Reina de la Paz

24 de enero

Reina de la Paz

La Virgen María dio a luz al Príncipe de la Paz, Jesús. Por eso la invocamos «Reina de la Paz, ruega por nosotros». La paz que pedimos depende en parte de cada uno de nosotros, de nuestra penitencia y oración, de nuestros rosarios y comuniones, por la conversión del mundo, por los sacerdotes, por el Papa. La coronamos Reina de la paz y del mundo.

Fiesta de la Presentación del Señor

2 de febrero

Fiesta de la Presentación del Señor

Hace 40 días celebramos, llenos de gozo, la fiesta del nacimiento del Señor, que hoy es presentado en el Templo para cumplir la Ley y encontrarse con el pueblo creyente. Impulsados por el Espíritu Santo, quien iluminó a los ancianos Simeón y Ana, hoy, congregados en una sola familia, lo encontramos y conocemos en la Eucaristía.

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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.


A Jesús por María

A Jesús por María

María es siempre el camino que conduce a Cristo

Santo Padre Pablo VI

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Toda la razón de ser de las prerrogativas de María está en su función de Madre de Dios.

Todo el que se ha acercado a María es para terminar en Jesús. No se puede concebir un amor a María que no germine en un amor a Cristo, ya que Él es el centro de nuestra vida y todo lo demás son medios para acercarnos a Él.

En la vida ordinaria vemos la lección, uno que es auténtico devoto de María, no puede menos de amar a Jesús. La experiencia nos la podrían contar todos los santuarios marianos, lugares de regeneración espiritual para muchos que llegan allí hechos un desastre en su conducta y que salen rejuvenecidos dispuestos a dar un sentido a su vida.

Nuestro amor a la Madre, si es auténtico, no se puede concebir sin el mismo amor al Hijo, ya que si amamos de verdad a una persona, tenemos que amar lo que Ella ama.

Nuestro acudir a María es sencillamente porque Ella puede alegar sus méritos y su vida a favor nuestro ante su Hijo. Ella es licenciada en pleitos divinos-humanos.

Acudimos a María para llegar a Jesús porque es acomodadora de la misericordia y del perdón.

Como el niño acude al regazo de la madre para buscar su protección, así los cristianos acudimos a María para ir de su mano a Dios, pues, nuestra condición de pecadores nos da vergüenza si nos acercamos directamente.

María es un atajo seguro, que desemboca en Cristo, quien va de su mano tiene la certeza de que tarde o temprano se unirá a Jesús.

María consciente de su puesto de Medianera de todas las gracias está siempre a nuestra total disposición. Ella fue la que sirvió de enlace, para que Dios bajase a nosotros y sigue siendo el acceso que tenemos los hombres para llegar a Dios.

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Padre Tomás Rodríguez Carbajo

María, la Mujer ideal

María, la Mujer ideal

El Evangelio traza unos cuantos rasgos de María, no muchos, pero sí suficientes para imaginárnosla como LA MUJER IDEAL.

Su historia personal trasciende el tiempo, hasta entrar en la grandeza inconmensurable de Dios, que la ha creado para ocupar un puesto tan inigualable y único en la Historia, tanto de la Creación, como del Mundo, y de la Redención.

Sin ser divina es profundamente humana. Y tan humana, que roza lo divino en el plan de Dios.

María de Nazaret, una muchacha que, como las restantes chicas de Nazaret, tendría sin duda un rostro agraciado y unos ojos de mirada limpia, profunda y radiante, pero que pasaría desapercibida en cuanto a las maravillas que Dios estaba actuando en ella, «ha sido preservada de la herencia del pecado original» (Juan Pablo II, «Redemptoris Mater», 10). Así ha actuado la gracia de Dios en ella.

¿Entendería María el plan que Dios se había trazado, y cómo se realizaba en ella? Posiblemente no. Los caminos de Dios son siempre caminos de fe. Pero también de amor, para los que hace falta una respuesta desde la libertad. Y desde su libertad y entender, responde: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Pues bien, no solo la gracia de Dios actuando en ella, sin la cual nada hubiera sido posible, sino también su libertad puesta en acción, y con qué fuerza, hacen de María un ser extraordinario.

Como resalta la «Redemptoris Mater»:

—María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe….

—María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Y por medio de la fe se confió a Dios sin reservas… (nº 13).

¿Cómo se imaginaría María a Dios? La óptica de visión de cada quien es personal e intransferible. Nadie da lo que no tiene. Quien está lleno de bondad, transmite bondad; quien está lleno de amor, transmite amor.

En la sinagoga de Nazaret escucharía al rabino hablar de Dios como el «Todopoderoso» (Ex. 6, 3), el «Altísimo» (Gn 14, 18—22), el «Dios justo y salvador» (Is 45, 21), el «Santo» (Ex 15, 11), el que «reina por siempre jamás» (Ex 15, 18).

Pero más allá, o más acá, de todos esos títulos, no por grandilocuentes menos ciertos, María veía desde la sencillez de su corazón lleno de amor. Y desde su amor intuyó y comprendió que Dios es amor, que está con los sencillos. Que estaba en ella. Y que «para Dios no hay nada imposible» (Lc 1, 31—37).

Y así, cuando su Hijo viene al mundo por los caminos teofánicos del Dios que es Amor, puede comprender que aquel niño balbuciente es nada menos que el «Hijo del Altísimo».

Y si ella no se distinguía de las demás mujeres de Nazaret, lo mismo sucedió con su Hijo. Aquel chaval que jugaba con los demás muchachos en las calles terrosas del pueblo, que no se distinguía de los demás, resultó ser, nada menos que, el «Hijo de Dios».

Los caminos de la fe no son evidentes. El misterio se descubre poco a poco, en un proceso de normalidad. Y María siguió este proceso de normalidad. Y que, sin duda, le costó.

Lo entendió un poco más, poco más, porque prácticamente se quedó como antes, aunque «todo lo guardaba en su corazón», aquel día cuando en las fiestas de la Pascua Jesús se «perdió», con toda intención, en el templo. «¿No sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir» (Lc 2, 41—50). Pero María había acogido, y creído la «palabra de Dios» sobre su hijo, en la anunciación, y escuchado: «Será grande…, Dios le dará el trono de David…, reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32—33).

Cuando mejor lo entendió debió ser estando al pie de la cruz. Mientras todos se mofaban del Crucificado, ella, silente testigo, comprendió la grandeza de Dios. Y la grandeza de Dios está en ser capaz de llegar, en Cristo, hasta la muerte en cruz.

Esta María, la Madre de Dios, la Inmaculada, la siempre Virgen, sí, pero que tuvo que recorrer los caminos de la fe desde la puesta en acción de su intransferible libertad.

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Padre Juan Manuel del Río

Congregación del Santísimo Redentor

«Regina Coeli», el Ángelus de la Pascua

«Regina Coeli», el Ángelus de la Pascua

El Regina Coeli es una oración mariana a manera de felicitación a María por la resurrección de su Hijo Jesucristo.

En 1742 el Papa Benedicto XIV estableció que durante el tiempo Pascual (desde la Resurrección del Señor hasta el día de Pentecostés) se sustituyera el rezo del Ángelus por el de esta antífona.

La forma más apropiada para rezarlo es cantarlo o recitarlo en grupo y de pie.

La tradición atribuye su autoría al papa san Gregorio I Magno, quien escuchó los tres primeros versos cantados por ángeles mientras caminaba descalzo una mañana en una procesión en Roma, y a las que él agregó la cuarta línea. En el siglo XII los frailes menores franciscanos (OFM) lo rezaban después del oficio de Completas ya en la primera mitad del siglo XIII y gracias a la misma actividad de los frailes franciscanos se popularizó y expandió por todo el mundo cristiano.

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«Regina Coeli» Texto en español

V./ Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

R./ Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

V./ Ha resucitado, según predijo; aleluya.

R./ Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

V./ Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

R./ Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

V./ Oremos: Oh, Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor.

R./ Amén.

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«Regina Coeli» Texto en latín

V./ Regina caeli, laetare, alleluia.

R./ Quia quem meruisti portare, alleluia.

V./ Resurrexit, sicut dixit, alleluia.

R./ Ora pro nobis Deum, alleluia.

V./ Gaude et laetare Virgo María, alleluia.

R./ Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

V./ Oremus: Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus; ut, per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum.

R./ Amen.

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«Regina Coeli» Partitura

Podéis acceder a la partitura en tamaño real pulsando sobre este enlace:

«Regina Coeli» Partitura

«Regina Coeli» Partitura

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«Regina Coeli» Música

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Juego para aprender el Avemaría

Juego para aprender el Avemaría

El Avemaría es, junto al Padrenuestro, la primera oración que se enseña a los niños.

El juego consiste en ordenar esta oración dedicada a nuestra Madre, la Virgen María.

Las instrucciones son las siguientes:

– Cada frase tiene una palabra azul.

– Pincha esta palabra si crees que es la oración que corresponde.

– Si no aciertas, pasa el turno al siguiente jugador.

– Si te equivocas tienes que empezar desde el principio.

– Gana el jugador que consiga terminar la oración correctamente.

Descárgate el Juego para aprender el Avemaria (formato PowerPoint) y a divertirse aprendiendo una de las oraciones más queridas de la Iglesia católica.

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Oración «Bendita sea tu pureza»

Oración «Bendita sea tu pureza»

Esta oración es uno de los poemas a Nuestra Señora que más devoción provoca en el mundo de habla española; se trata de una décima de autor desconocido que fue escrita en el periodo renacentista.


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Bendita sea tu pureza

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,

pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.

A Ti, celestial princesa, 
Virgen Sagrada María, 
te ofrezco en este día, 
alma, vida y corazón.

Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.

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