por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 23 Jul, 2013 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanos y hermanas:
Proseguimos la serie de retratos de los Apóstoles elegidos directamente por Jesús durante su vida terrena. Hemos hablado de san Pedro y de su hermano Andrés. Hoy hablamos del apóstol Santiago.
Las listas bíblicas de los Doce mencionan dos personas con este nombre: Santiago, el hijo de Zebedeo, y Santiago, el hijo de Alfeo (cf. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3), que por lo general se distinguen con los apelativos de Santiago el Mayor y Santiago el Menor. Ciertamente, estas designaciones no pretenden medir su santidad, sino sólo constatar la diversa importancia que reciben en los escritos del Nuevo Testamento y, en particular, en el marco de la vida terrena de Jesús. Hoy dedicamos nuestra atención al primero de estos dos personajes homónimos.
El nombre Santiago es la traducción de Iákobos, trasliteración griega del nombre del célebre patriarca Jacob. El apóstol así llamado es hermano de Juan, y en las listas a las que nos hemos referido ocupa el segundo lugar inmediatamente después de Pedro, como en el evangelio según san Marcos (cf. Mc 3, 17), o el tercer lugar después de Pedro y Andrés en los evangelios según san Mateo (cf. Mt 10, 2) y san Lucas (cf. Lc 6, 14), mientras que en los Hechos de los Apóstoles es mencionado después de Pedro y Juan (cf. Hch 1, 13). Este Santiago, juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos importantes de su vida.
Dado que hace mucho calor, quisiera abreviar y mencionar ahora sólo dos de estas ocasiones. Santiago pudo participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfiguración de Jesús. Se trata, por tanto, de situaciones muy diversas entre sí: en un caso, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor, lo ve conversando con Moisés y Elías, y ve cómo se trasluce el esplendor divino en Jesús; en el otro, se encuentra ante el sufrimiento y la humillación, ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte.
Ciertamente, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe, para corregir la interpretación unilateral, triunfalista, de la primera: tuvo que vislumbrar que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad. La gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos.
Esta maduración de la fe fue llevada a cabo en plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés, de forma que Santiago, cuando llegó el momento del testimonio supremo, no se echó atrás. Al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, como nos informa san Lucas, «por aquel tiempo echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos e hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan» (Hch 12, 1-2). La concisión de la noticia, que no da ningún detalle narrativo, pone de manifiesto, por una parte, que para los cristianos era normal dar testimonio del Señor con la propia vida; y, por otra, que Santiago ocupaba una posición destacada en la Iglesia de Jerusalén, entre otras causas por el papel que había desempeñado durante la existencia terrena de Jesús.
Una tradición sucesiva, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa importante región del imperio romano. En cambio, según otra tradición, su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela.
Como todos sabemos, ese lugar se convirtió en objeto de gran veneración y sigue siendo meta de numerosas peregrinaciones, no sólo procedentes de Europa sino también de todo el mundo. Así se explica la representación iconográfica de Santiago con el bastón del peregrino y el rollo del Evangelio, características del apóstol itinerante y dedicado al anuncio de la «buena nueva», y características de la peregrinación de la vida cristiana.
Por consiguiente, de Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para acoger la llamada del Señor incluso cuando nos pide que dejemos la «barca» de nuestras seguridades humanas, el entusiasmo al seguirlo por los caminos que él nos señala más allá de nuestra presunción ilusoria, la disponibilidad para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de la vida. Así, Santiago el Mayor se nos presenta como ejemplo elocuente de adhesión generosa a Cristo. Él, que al inicio había pedido, a través de su madre, sentarse con su hermano junto al Maestro en su reino, fue precisamente el primero en beber el cáliz de la pasión, en compartir con los Apóstoles el martirio.
Y al final, resumiendo todo, podemos decir que el camino no sólo exterior sino sobre todo interior, desde el monte de la Transfiguración hasta el monte de la agonía, simboliza toda la peregrinación de la vida cristiana, entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, como dice el concilio Vaticano II. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por el buen camino.
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Catequesis sobre Santiago el Mayor
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General
Miércoles 21 de junio de 2006
por EWTN Televisión | 19 Jul, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Mateo 5, 5
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Su nombre era María, que significa «preferida por Dios», y era natural de Magdala en Galilea; de ahí su sobrenombre de Magdalena. Magdala, ciudad a la orilla del Mar de Galilea, o Lago de Tiberiades.
Jesús, al dar su Espíritu a sus apóstoles, les dijo que perdonasen los pecados conforme se lo habían visto a Él hacer: y la liturgia nos recuerda hoy un ejemplo, que será siempre famoso, de la misericordia del Salvador con los que se duelen de sus pasados extravíos.
María, hermana de Marta y Lázaro, era pública pecadora, hasta que tocada un día por la gracia, vino a rendirse a los pies del Señor. «No te acerques a mí, porque estoy puro», le dirían los soberbios; pero el Señor, al contrario, la recibe y perdona. Por eso Jesús «acoge bondadoso la ofrenda de sus servicios», y le ofrece para siempre un sitial de honor en su corte real. La contrición transforma su amor.
«Por haber amado mucho, se le perdonan muchos pecados». Movido por sus ruegos resucita Jesús a Lázaro, su hermano, y cuando Jesús es crucificado, le asiste, más muerta que viva; preguntando, como la esposa de los Cantares, a dónde han puesto su esposo Divino, Cristo la llama por su propio nombre, y mándale llevar a los discípulos la nueva de su Resurrección.
A imitación de la gran Santa María Magdalena, vengamos en espíritu de amor y de compunción, a ofrecer a Jesús, presente en la santa Misa, el tesoro de nuestras alabanzas. Hagámosle compañía, como las dos hermanas Marta y María; adornemos su altar, con ese recio espíritu de fe que no teme el escándalo farisaico, con todo el esplendor que conviene a la casa de Dios. Imitémosla sobre todo en su acendrado amor a Jesús, seguros de que haciéndolo así, lograremos la remisión entera de nuestras pasadas culpas, elevándonos, desde el fondo de nuestra miseria a la sima de la santidad. Al que busca a Dios con gemidos, pronto le abre la puerta de su misericordia y de sus ricos tesoros.
Cuatro menciones en los Evangelios
1) Los siete demonios
Lo primero que dice el Evangelio acerca de esta mujer, es que Jesús sacó de ella siete demonios (Lc 8, 2), lo cual es un favor grandísimo, porque una persona poseída por siete espíritus inmundos tiene que haber sido impresionantemente infeliz. Esta gran liberación obrada por Jesús debió dejar en Magdalena una gratitud profundísima.
Nuestro Señor decía que cuando una persona logra echar lejos a un mal espíritu, este se va y consigue otros siete espíritus peores que él y la atacan y así su segundo estado llega a ser peor que el primero (Lc 11, 24). Eso le pudo suceder a Magdalena. Y que enorme paz habrá experimentado cuando Cristo alejó de su alma estos molestos espíritus.
A nosotros nos consuela esta intervención del Salvador, porque a nuestra alma la atacan también siete espíritus dañosísimos: el orgullo, la avaricia, la ira, la gula, la impureza o lujuria, envidia, la pereza y quizás varios más. ¿Quién puede decir que el espíritu del orgullo no le ataca día por día? ¿Habrá alguien que pueda gloriarse de que el mal espíritu de la impureza no le ha atacado y no le va a atacar ferozmente? Y lo mismo podemos afirmar de los demás.
Pero hay una verdad consoladora: Y es que los espíritus inmundos cuando veían o escuchaban a Jesús empezaban a tembar y salían huyendo. ¿Por qué no pedirle frecuentemente a Cristo que con su inmenso poder aleje de nuestra alma todo mal espíritu? El milagro que hizo en favor de la Magdalena, puede y quiere seguirlo haciendo cada día en favor de todos nosotros.
2) Se dedicó a servirle con sus bienes
Amor con amor se paga. Es lo que hizo la Magdalena. Ya que Jesús le hizo un gran favor al librarla de los malos espíritus, ella se dedicó a hacerle pequeños pero numerosos favores. Se unió al grupo de las santas mujeres que colaboraban con Jesús y sus discípulos (Juana, Susana y otras). San Lucas cuenta que estas mujeres habían sido liberadas por Jesús de malos espíritus o de enfermedades y que se dedicaban a servirle con sus bienes (Lc 8, 3). Lavaban la ropa, preparaban los alimentos; quizás cuidaban a los niños mientras los mayores escuchaban al Señor; ayudaban a catequizar niños, ancianos y mujeres, etc…
3) Junto a la cruz
La tercera vez que el Evangelio nombra a Magdalena es para decir que estuvo junto a la cruz, cuando murió Jesús. La ausencia de hombres amigos junto a la cruz del Redentor fue escandalosa. Sencillamente no se atrevieron a aparecer por ahí. No era nada fácil declararse amigo de un condenado a muerte. El único que estuvo junto a Él fue Juan. En cambio las mujeres se mostraron mucho más valerosas en esa hora trágica y fatal. Y una de ellas fue Magdalena.
San Mateo (Mt 27, 55), San Marcos (Mc 15, 40) y San Juan (Jn 19, 25) afirman que junto a la cruz de Jesús estaba la Magdalena. En las imágenes religiosas de todo el mundo los artistas han pintado a María Magdalena junto a María, la Madre de Jesús, cerca de la cruz del Redentor agonizante, como un detalle de gratitud a Jesús.
4) Jesús resucitado y la Magdalena
Uno de los datos más consoladores del Evangelio es que Jesús resucitado se aparece primero a dos personas que habían sido pecadoras pero se habían arrepentido: Pedro y Magdalena. Como para animarnos a todos los pecadores, con la esperanza de que si nos arrepentimos y corregimos lograremos volver a ser buenos amigos de Cristo.
Los cuatro evangelistas cuentan como María Magdalena fue el domingo de Resurrección por la mañana a visitar el sepulcro de Jesús. San Juan lo narra de la siguiente manera:
Estaba María Magdalena llorando fuera, junto al sepulcro y vio dos ángeles donde había estado Jesús.
Ellos le dicen: «¿Mujer, por qué lloras?»
Ella les responde: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé donde lo han puesto».
Dicho esto se volvió y vio que Jesús estaba ahí, pero no sabía que era Jesús.
Le dice Jesús: «¿Mujer por qué lloras? ¿A quién buscas?».
Ella, pensando que era el encargado de aquella finca le dijo: «Señor, si tú lo has llevado, dime donde lo has puesto, yo me lo llevaré».
Jesús le dice: «¡María!».
Ella lo reconoce y le dice: «¡Oh Maestro!» (y se lanzó a besarle los pies).
Le dijo Jesús: «Suéltame, porque todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: ‘Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios a vuestro Dios’».
Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: «He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto».
Juan 27, 11
Esta mujer tuvo el honor de ser la encargada de comunicar la noticia de la resurrección de Jesús.
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Fuente original: EWTN Televisión
por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 19 Jul, 2013 | Novios Magisterio
Llegamos hoy al final de nuestro recorrido entre los testigos del cristianismo naciente que mencionan los escritos del Nuevo Testamento. Y usamos la última etapa de este primer recorrido para centrar nuestra atención en las numerosas figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar su testimonio, como dijo el mismo Jesús sobre la mujer que le ungió la cabeza poco antes de la Pasión: «Yo os aseguro: dondequiera que se proclame esta buena nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que esta ha hecho para memoria suya» (Mt 26, 13; Mc 14, 9).
El Señor quiere que estos testigos del Evangelio, estas figuras que dieron su contribución para que creciera la fe en él, sean conocidas y su recuerdo siga vivo en la Iglesia. Históricamente podemos distinguir el papel de las mujeres en el cristianismo primitivo, durante la vida terrena de Jesús y durante las vicisitudes de la primera generación cristiana.
Ciertamente, como sabemos, Jesús escogió entre sus discípulos a doce hombres como padres del nuevo Israel, «para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar» (Mc 3, 14-l5). Este hecho es evidente, pero, además de los Doce, columnas de la Iglesia, padres del nuevo pueblo de Dios, fueron escogidas también muchas mujeres en el grupo de los discípulos.
Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana (cf. Lc 2, 36-38) hasta la samaritana (cf. Jn 4, 1-39), la mujer siro-fenicia (cf. Mc 7, 24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9, 20-22) y la pecadora perdonada (cf. Lc 7, 36-50). Y no hablaré de las protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que hace el pan (Mt 13, 33), la que pierde la dracma (Lc 15, 8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18, 1-8). Para nuestra reflexión son más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de la misión de Jesús.
En primer lugar, pensamos naturalmente en la Virgen María, que con su fe y su obra maternal colaboró de manera única en nuestra Redención, hasta el punto de que Isabel pudo llamarla «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42), añadiendo: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1, 45). Convertida en discípula de su Hijo, María manifestó en Caná una confianza total en él (cf. Jn 2, 5) y lo siguió hasta el pie de la cruz, donde recibió de él una misión materna para todos sus discípulos de todos los tiempos, representados por san Juan (cf. Jn 19, 25-27).
Además, encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad. Constituyen un ejemplo elocuente las mujeres que seguían a Jesús para servirle con sus bienes. San Lucas menciona algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y «otras muchas» (cf. Lc 8, 2-3). Asimismo, los Evangelios nos informan de que las mujeres, a diferencia de los Doce, no abandonaron a Jesús en la hora de la pasión (cf. Mt 27, 56. 61; Mc 15, 40). Entre estas destaca en particular la Magdalena, que no sólo estuvo presente en la Pasión, sino que se convirtió también en el primer testigo y heraldo del Resucitado (cf. Jn 20, 1. 11-18). Precisamente a María Magdalena santo Tomás de Aquino le da el singular calificativo de «apóstol de los Apóstoles» («apostolorum apostola»), dedicándole un bello comentario: «Del mismo modo que una mujer había anunciado al primer hombre palabras de muerte, así también una mujer fue la primera en anunciar a los Apóstoles palabras de vida» (Super Ioannem, ed. Cai, 2519).
En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria. No insistimos en las cuatro hijas del «diácono» Felipe, cuyo nombre no se menciona, residentes en Cesarea Marítima, dotadas todas ellas, como dice san Lucas, del «don de profecía», es decir, de la facultad de hablar públicamente bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Hch 21, 9). La brevedad de la noticia no permite sacar deducciones más precisas.
Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer». El motivo es que «todos somos uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (cf. 1 Co 12, 27-30).
El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda «profetizar» (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno. Por tanto, hay que relativizar la sucesiva y conocida exhortación: «Las mujeres cállense en las asambleas» (1 Co 14, 34).
Dejamos a los exegetas el consiguiente problema, muy discutido, sobre la relación entre la primera frase —las mujeres pueden profetizar en la asamblea—, y la otra —no pueden hablar—, es decir, la relación entre estas dos indicaciones, que aparentemente son contradictorias. No conviene discutirlo aquí. El miércoles pasado ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (cf. Hch 18, 18; Rm 16, 3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus «colaboradores» -sun-ergoús (Rm 16, 3).
Hay otras observaciones que no conviene descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre «Apfia» la breve carta a Filemón (cf. Flm 2). Traducciones latinas y sirias del texto griego añaden al nombre «Apfia» el calificativo de «soror carissima» (ib.) y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya.
En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta «Febe», a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (cf. Rm 16, 1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden «en cualquier cosa que necesite», y después añade: «pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo».
En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, «muy querida», y Julia, de las que escribe abiertamente que «se han fatigado por vosotros» o «se han fatigado en el Señor» (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso compromiso eclesial.
Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad.
En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. Por eso, como escribió mi venerado y querido predecesor Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris dignitatem, «la Iglesia da gracias por todas las mujeres y por cada una. (…) La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina» (n. 31).
Como se ve, el elogio se refiere a las mujeres en el transcurso de la historia de la Iglesia y se expresa en nombre de toda la comunidad eclesial. También nosotros nos unimos a este aprecio, dando gracias al Señor porque él guía a su Iglesia, de generación en generación, sirviéndose indistintamente de hombres y mujeres, que saben hacer fructificar su fe y su bautismo para el bien de todo el Cuerpo eclesial, para mayor gloria de Dios.
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Las mujeres al servicio del Evangelio
Santo Padre emérito Bendicto XVI
Audiencia General
Miércoles 14 de febrero de 2007
por Catholic Link | 16 Jul, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Con el fin de ayudar a los católicos de todo el mundo a conocer más y mejor al Papa Francisco, (antes, cardenal Jorge Mario Bergoglio), el equipo de Catholic Link ha realizado esta producción audiovisual animada para todos (se puede ver este vídeo en 15 idiomas), sobre todo para los niños.
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Conoce al Papa Francisco en cuatro minutos
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Fuente original: Catholic Link
Catholic Link es un portal católico auspiciado por el Movimiento de Vida Cristiana
por Editorial Casals | 16 Jul, 2013 | Despertar religioso Historias de la Biblia
El domingo de Ramos
La noticia del gran milagro llegó a todas partes. Cuando Jesús entró en la Ciudad de Jerusalén montado en un borriquillo, la gente salió a recibirle con palmas y ramos, cantando: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
«¡Bendito seas, Señor!»
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La Última Cena
El Jueves Santo, un día antes de morir, Jesús se reunió con los Apóstoles y les invitó a cenar. Sería la Última Cena. Jesús les dijo: «Tenía muchas ganas de estar con vosotros esta noche…». Y les enseñó muchas cosas, que sus amigos nunca olvidarán.
«¡Jesús: que tenga muchas ganas de estar contigo!»
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Jesús nos deja la Eucaristía
Después, Jesús, que nos quiere mucho, y todo lo puede, convirtió el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, y se los dio a sus discípulos. Los Apóstoles recibieron entonces su Primera Comunión. Jesús nos deja la Eucaristía para así quedarse siempre con nosotros. Él está en el Sagrario y podemos ir a visitarle.
«Jesús, gracias porque te has quedado en el Sagrario»
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Jesús nos da el Mandamiento Nuevo
Después de hacer aquel gran milagro, Jesús quiere que aprendamos su última lección: «Un nuevo mandamiento os doy: amaos los unos a los otros como yo os he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos». Todos los cristianos formamos una gran familia y hemos de querernos mucho, ayudándonos unos a otros, en especial a los más necesitados.
«Jesús, ayúdame a querer a todos»
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 106 a 109
Coordinador: Pedro de la Herrán
Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz
Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez
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por CeF | 13 Jul, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os presentamos estos textos y dibujos que exponen la historia de la devoción de la Virgen del Carmelo, Nuestra Señora del Carmen, así como la historia de la Orden de los Carmelitas.
Que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada capítulo.
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Devoción universal
Una vez recibida la Visión y la Promesa, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen se extiende, se agiganta, toma carta de ciudadanía hasta en los más escondidos parajes del mundo.
La devoción del santo Escapulario se adueña de los corazones de papas y sacerdotes, de reyes y príncipes, de militares y marineros, de nobles y plebeyos, de ricos y pobres, de libres y esclavos… Todos desean custodiar su pecho con el santo Escapulario.
Un historiador del siglo XVI escribía: «En nuestros días florece en España la devoción a la Virgen del Carmen, donde no hay casa en la que no se lleve el hábito del Carmelo, con ele fin de disfrutar de las infinitas indulgencias carmelitas…».
El Cardenal Gomá escribía en 1940: «Nadie ignora lo extendida que está por todo el pueblo cristiano, en todas partes y con qué profundo arraigo, la devoción a la Santísima Virgen del Carmen; de tal forma que esta devoción podemos llamarla por antonomasia ‘devoción cristiana’ o mejor ‘católica’».
Junto a la Cruz de Jesús, estaba su madre, con su hermana María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Jn 19, 25-27
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La Iglesia lo bendice y lo propaga
Desde hace muchos siglos la Iglesia acepta el Escapulario como un sacramental, lo bendice y lo propaga con empeño. Es imposible recoger aquí los centenares y hasta millones de frases elogiosas de santos, papas y obispos sobre le santo Escapulario del Carmen. Baste recordar algunos como muestra:
De santos
San Antonio María Claret: «Estrella segura», «Vestido magnífico».
San Claudo de la Colombière: «Escudo invulnerable».
Beato Nuño Álvarez Pereira: «Doctrina sublime de la Madre de Dios».
De papas
Benedicto XV: «Mi escudo defensor».
Pío XI: «Don extraordinario», «Útil para todos».
Pío XII: «Espejo de humildad y castidad», «Compendio de modestia y candor», «Memoria de la Virgen», «Símbolo elocuente de la oración», «Librea Mariana», «Salud de los peligros».
De obispos
Episcopado de Italia: «Coloquio perenne con María», «Respuesta de María», «Un pacto de amor», «Un vínculo de santidad», «Instrumento sencillo y altamente significativo», «El medio más popular para vivir con fruto la devoción mariana», «El santo Hábito de María», «Vínculo de la nueva alianza», «Vigilante protección por parte de María».
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por CeF | 13 Jul, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os presentamos estos textos y dibujos que exponen la historia de la devoción de la Virgen del Carmelo, Nuestra Señora del Carmen, así como la historia de la Orden de los Carmelitas.
Que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada capítulo.
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San Simón Stock se hizo Carmelita
Cada hombre y mujer, cuando llega a la edad competente, debe elegir libremente el camino para toda la vida, donde piense que se podrá realizar mejor.
Es lógico que cada uno, usando de su libertad, abrace aquello para lo cual se siente más inclinado. Al enterarse el joven Simón que habían llegado a Inglaterra unos religiosos que se llamaban Carmelitas o «hermanos de la Virgen María», como él amaba tanto a María, pidió ser admitido en su Orden. Lleno de alegría, abrazó su género de vida. Vistió el hábito de los Carmelitas, hizo el Noviciado y emitió la Profesión.
Él se sentía dichoso de poderse llamar y ser «hermano de la Virgen María» y celoso apóstol de Nuestra Señora. Procuró desde entonces lo que todos deberíamos hacer: trató de leer muchos libros sobre Ella y se propuso tres cosas: amarla con todo su corazón, imitarla lo más fiel posible y ser apóstol de Ella siempre y en todas partes.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la Madre: ‘Este niño será causa de caída y elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos’.
Lc 2, 33-35
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La promesa de la Virgen
Pronto los Carmelitas, al llegar a Europa, encontraron enemigos. Atacaban a la Orden de los Carmelitas, especialmente porque se llamaban «hermanos de la Virgen María».
Simón Stock llegó a ser General de la Orden. Oraba incesantemente para que librase a la Orden de sus enemigos. Una noche, mientras oraba, se le apareció la Virgen María y mostrándole el escapulario de la Orden le dijo con estas históricas palabras: «Este será el privilegio para ti y todos los Carmelitas: que quien muriese con él no padecerá el fuego del infierno, es decir, el que muriese con el escapulario se salvará».
Pronto se extendió esta devoción hasta llegar a ser devoción católica, universal. El Papa Pío XII publicó en 1950 una maravillosa carta sobre el escapulario del Carmen. Esta es la gran promesa de la perseverancia final. El escapulario no obra como algo mágico, sino que quien vista este sacramental de María, si lo lleva con dignidad, es decir, como una especie de «memorial» de sus virtudes y de la protección de María, le ayudará a vivir bien la fe y por lo tanto a alcanzar la salvación.
Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Lc 2, 45-47
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Mar queztin | 12 Jul, 2013 | Postcomunión Vida de los Santos
Nuestra Señora del Monte Carmelo, referida comúnmente como Virgen del Carmen o Nuestra Señora del Carmen, es una de las diversas advocaciones de la Virgen María. Su denominación procede del llamado Monte Carmelo, en Israel. Nuestra Señora del Carmen es la patrona de Chile. En España es la patrona del mar y de la Armada española.
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Sobre Nuestra Señora del Carmen
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por CeF | 9 Jul, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (VIII)
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
27 de noviembre
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En 1830, la Santísima Virgen pidió a una misionera de la Caridad, Sor Catalina Labouré, que hiciese acuñar una medalla que tuviera en el frente la plegaria «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Ti», y que en el reverso hubiese una Cruz, la letra «M», dos corazones y dos estrellas.
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La Inmaculada Concepción
8 de diciembre
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Este dogma nos enseña que, por singular privilegio de Dios y por los méritos provistos de su Hijo, Jesucristo, María fue eximida del pecado original y de las concupiscencias que éste trae consigo. Es el día de la blancura espiritual y la imagen de la Purísima es paseada en devota procesión en las iglesias.
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María Medianera de todas las gracias
7 de noviembre
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Esta devoción tiene su origen en una antigua iglesia de Alemania, donde fue pintada por un autor anónimo, alrededor del año 1700. En Argentina, sus estampas fueron conociéndose en 1984, y como el número de fieles crecía, se pintó una réplica en la Parroquia de San José del Talar. A la Virgen Desatanudos le pedimos que nos libere de las ataduras del maligno.
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Nuestra Señora de Guadalupe
12 de diciembre
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En 1531, en México, la Santísima Virgen se apareció a un piadoso indio, llamado Juan Diego, pidiendo que se construyese un templo en su honor. Para que el obispo del lugar se convenciera de su aparición, la imagen de la Virgen quedó estampada en la capa del indio. Nuestra Señora de Guadalupe es patrona de América.
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.