Una mañana muy de mañana, el ángel vigilante nocturno del paraíso se presentó delante del trono de Dios y pidió permiso para hablar.
—¿Ocurre alguna novedad? —le dijo el Altísimo.
—Señor, contestó el ángel, un grupo de santos se ha levantado iracundo de sus tronos, ha arrojado violentamente la corona que llevaban en la cabeza y, en actitud de protesta, se han ido al confín del paraíso.
—¿De qué protestan?
—Dicen que un alma santa se la ha sepultado en el infierno.
—Veamos, dijo el Señor.
Se levantó el Señor y, precedido del ángel, cruzó, con asombro de los bienaventurados, todas las estancias celestiales hasta llegar al confín del cielo, desde cuyo brocal se atisbaba, en el fondo tenebroso el lugar horrible donde sufren eternamente los condenados. Junto al brocal estaban los santos en actitud de protesta y rebeldía. Preguntó el Señor la causa de su conducta. Por todos habló uno, repitiendo exactamente las palabras del ángel.
—Bien —dijo el Señor, por una vez hagamos una excepción.
El Señor dio orden al ángel de que bajara al infierno y rescatara al «alma santa». Se lanzó el ángel al abismo, abrió sus alas y fue descendiento lenta y majestuosamente. A medida que descendía se iluminaban las regiones oscuras. Por fin se llegó a ver claramente el fondo mismo de la sima donde los proscritos se agitaban entre dolores horrendos.
Al ver el ángel, comprendieron que se trataba de rescatar a alguno, y todos pugnaban por ser los afortunados.
Planeó el ángel sobre aquel agitado e inmenso mar de cabezas hasta que descubrió la persona que buscaba. Con rápido movimiento la tomó por la cintura y la sacó de la muchedumbre de los atormentados. A pesar de la rapidez de su acción, no pudo evitar el ángel que otras almas se agarraran al alma privilegiada y en racimo surgieran todas hacia la altura del paraíso.
La persona elegido no vio con buenos ojos que otras participasen de su ventura. Y se agitaba violentamente, obligando a las otras almas a caer de nuevo una a una en el abismo. Ya estaba el ángel cerca del brocal desde donde le contemplaban los santos rebeldes. Sólo un alma había logrado continuar asida el alma santa. Pero en un movimiento más violento de ésta obligó a aquella desgraciada a desprenderse también y a caer en el infierno danto horribles alaridos. Mas, en el instante en que la última alma se desprendió de la que había de ser favorita el ángel alzó su brazo y dejó que aquella «alma santa» cayera de nuevo en la mansión del dolor.
Los santos que contemplaban la escena quedaron espantados. Se volvieron al Señor, el cual, clavando en ellos una durísima mirada, les dijo con voz severa: «Un juicio sin misericordia para aquellos que no saben tener misericordia».
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Noticias Cristianas: «Historias para amar al prójimo. Historia, n.º 8»
Lucas 19,1-10. Trigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario. Zaqueo le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento.
En aquel tiempo Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Señor, Tú dijiste que habías venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido. Jesús, yo soy uno de ésos. Sin Ti, nada puedo, estoy perdido. Ven, Señor, que esta oración renueve en mí todo lo que está decaído, corrija todo aquello que necesito cambiar, transforme lo que haya en mi vida que no sea conforme a tu Evangelio.
Petición
Jesús, dame la astucia para saber buscarte y la generosidad para poder imitar a Zaqueo, que supo corresponder a tu amor al poner sus bienes a tu servicio.
Meditación del Santo Padre Francisco
Luego viene un segundo momento: la fiesta. El Señor hace fiesta con los pecadores. Se celebra la misericordia de Dios, que cambia la vida. Después de estos dos momentos, el estupor del encuentro y la fiesta, viene el trabajo diario, el anuncio del evangelio. Este trabajo debe ser alimentado con el recuerdo de aquel primer encuentro, de aquella fiesta. Y esto no es un momento, es un tiempo: hasta el final de la vida. La memoria. ¿Memoria de qué? ¡De aquellos hechos! ¡De ese encuentro con Jesús que cambió mi vida! ¡Cuando tuvo misericordia! Que ha sido muy bueno conmigo y también me dijo: «¡Invita a tus amigos pecadores, para que hagamos fiesta!». Ese recuerdo le da fuerza a Zaqueo para seguir adelante. «¡El Señor me ha cambiado la vida! ¡Me encontré con el Señor!». Recordar siempre. Es como soplar sobre las brasas de aquella memoria, ¿verdad? Soplar para mantener el fuego, siempre.
Santo Padre Francisco, 5 de julio de 2013
Reflexión
Hoy aparece en escena un personaje impresionante. Y no precisamente por su estatura, pues era un hombre muy bajito. Pero era jefe de publicanos y un famoso recaudador de impuestos. Ya sabemos quiénes y qué reputación tenían los publicanos en los tiempos de Jesús. Eran colaboracionistas del régimen opresor. Y, por tanto, eran considerados como traidores y enemigos de Israel, pues se encargaban de sacar el dinero a la gente para entregarlo al invasor: al César y a los odiosos romanos. Pero, además, éste es —como solemos decir— «un pez gordo». Casi casi como un «padrino» de publicanos. Era obvio, pues, que el pueblo judío lo despreciara.
Sin embargo, tiene la curiosidad de un niño y no duda en encaramarse en una higuera del camino por donde iba a pasar Jesús. A pesar de su aparente o supuesta maldad, todavía le queda algo de esa sana ingenuidad y sencillez que se necesita para creer. Sabe prescindir de su categoría y de su condición social, y no teme hacer el ridículo con tal de ver a Jesús. En el fondo, parece no es tan malo, pues está dispuesto a ver y a hablar a Jesús, si le es posible, sin importarle la opinión de los demás. Este jefe de publicanos se llamaba Zaqueo.
Nuestro Señor, que con su fina observación ya se había dado cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor, quiso recompensar con largueza aquel gesto de interés de ese hombrecillo. Jesús se detiene a saludarlo por el camino. Pero no sólo. Él mismo se autoinvita a comer a su casa: «Baja pronto, Zaqueo —le dice el Señor— porque hoy tengo que hospedarme en tu casa». Tener amistad con un personaje tan poco prestigioso no acarrarearía buena fama a nuestro Señor. Pero Jesús nunca se preocupó de los comentarios de la gente, y menos cuando se trataba de salvar a las almas para llevarlas a Dios.
Es curioso el lenguaje que usa nuestro Señor: «Hoy tengo que hospedarme en tu casa». Como si se tratara de una obligación. En todo caso, era un deber de su amor redentor. Aquel día Jesús entraría a la casa de Zaqueo porque había sonado para él la hora de la salvación.
«Te compadeces de todos porque todo lo puedes —nos dice el libro de la Sabiduría—; cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. A todos perdonas porque son tuyos, Señor, amigo de la vida» (Sab 11, 24-27). Estas palabras están tomadas de la primera lectura de este domingo. Pero, además, es uno de los textos que usa la Iglesia el miércoles de Ceniza para invitar a todos los cristianos a la conversión y al acercamiento a Dios a través de los sacramentos.
Zaqueo —nos refiere el evangelista— bajó enseguida del árbol y lo recibió muy contento en su casa. Tenía fama de pecador público, pero, en el fondo de su corazón, era mucho mejor que tantos fariseos, que se sentían «perfectos». Al menos, este Zaqueo, como tantos otros publicanos y pecadores, tenía la sencillez de corazón suficiente para acoger a Jesús sin prevenciones y espíritu crítico —como lo hacían muchos de los fariseos y saduceos— y tenía las disposiciones interiores necesarias para recibir la salvación que Jesús le traía.
Por eso, nuestro Señor pronunció aquellas palabras tan fuertes contra los dirigentes religiosos de Israel: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, guías ciegos, que no entráis vosotros en el Reino de los cielos, y que impedís entrar a los que querrían hacerlo!» (Mt 23,13). Y en otra ocasión pronunció esta dura sentencia: «Yo os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el Reino de los cielos» porque, a pesar de sus muchos pecados, ellos sí supieron acoger con humildad el mensaje y la salvación de Jesús, cosa que aquéllos no hicieron.
Y, lo más hermoso de todo, es ver la actitud tan sincera de Zaqueo, que le promete a nuestro Señor un cambio radical de vida y de comportamiento. Puesto en pie, como para dar mayor solemnidad a su promesa, le dice a Jesús: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más». De verdad que ha sonado la hora de la salvación para este hombre, como nuestro Señor le confirma: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también éste es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Ésta es siempre la actitud de nuestro Señor. Ésa es su misión. Para eso se encarnó y se hizo hombre, y para eso vino al mundo: para perdonar y no para juzgar; para salvar y no para condenar. Por eso era siempre comprensivo e infinitamente misericordioso con todos, especialmente con los extraviados. Ninguno de nosotros podemos dudar, pues, del amor y del perdón que Jesús nos concede en el sacramento de la penitencia.
Propósito
¡Qué dicha y qué consuelo saber que contamos con un Redentor de tanta bondad y misericordia! Y los sacerdotes son sus representantes e intermediarios para darnos la salvación que Dios nos ofrece. Ojalá que, a partir de hoy, acudamos con más confianza al sacramento de la reconciliación, en donde Jesús nos espera con los brazos abiertos para acogernos y «cenar con nosotros», como lo hizo aquel hermoso día con Zaqueo.
La solemnidad de Todos los Santos es ocasión propicia para elevar la mirada de las realidades terrenas, marcadas por el tiempo, a la dimensión de Dios, la dimensión de la eternidad y de la santidad. La liturgia nos recuerda hoy que la santidad es la vocación originaria de todo bautizado (cf. Lumen gentium, 40). En efecto, Cristo, que con el Padre y con el Espíritu es el único Santo (cf. Ap 15, 4), amó a la Iglesia como a su esposa y se entregó por ella con el fin de santificarla (cf. Ef 5, 25-26). Por esta razón, todos los miembros del pueblo de Dios están llamados a ser santos, según la afirmación del apóstol san Pablo: «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4, 3). Así pues, se nos invita a mirar a la Iglesia no sólo en su aspecto temporal y humano, marcado por la fragilidad, sino como Cristo la ha querido, es decir, como «comunión de los santos» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 946). En el Credo profesamos la Iglesia «santa», santa en cuanto que es el Cuerpo de Cristo, es instrumento de participación en los santos Misterios —en primer lugar, la Eucaristía— y familia de los santos, a cuya protección se nos encomienda en el día del Bautismo. Hoy veneramos precisamente a esta innumerable comunidad de Todos los Santos, los cuales, a través de sus diferentes itinerarios de vida, nos indican diversos caminos de santidad, unidos por un único denominador: seguir a Cristo y configurarse con él, fin último de nuestra historia humana. De hecho, todos los estados de vida pueden llegar a ser, con la acción de la gracia y con el esfuerzo y la perseverancia de cada uno, caminos de santificación.
La conmemoración de los fieles difuntos, a la que se dedica el día 2 de noviembre, nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado, y a todas las almas que están en camino hacia la plenitud de la vida, precisamente en el horizonte de la Iglesia celestial, a la que la solemnidad de hoy nos ha elevado. Ya desde los primeros tiempos de la fe cristiana, la Iglesia terrena, reconociendo la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, ha cultivado con gran piedad la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios por ellos. Nuestra oración por los muertos es, por tanto, no sólo útil sino también necesaria, porque no sólo les puede ayudar, sino que al mismo tiempo hace eficaz su intercesión en favor nuestro (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 958). También la visita a los cementerios, a la vez que conserva los vínculos de afecto con quienes nos han amado en esta vida, nos recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte.
Por eso, el llanto debido a la separación terrena no ha de prevalecer sobre la certeza de la resurrección, sobre la esperanza de llegar a la bienaventuranza de la eternidad, «momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad» (Spe salvi, 12). En efecto, el objeto de nuestra esperanza consiste en gozar en la presencia de Dios en la eternidad. Lo prometió Jesús a sus discípulos, diciendo: «Volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría» (Jn 16, 22).
A la Virgen María, Reina de todos los santos, encomendamos nuestra peregrinación hacia la patria celestial, mientras invocamos para nuestros hermanos y hermanas difuntos su maternal intercesión.
Magistralmente dirigida por Franco Zeffirelli y talentosamente interpretada por Robert Powell, esta miniserie para la televisión es uno de los mejores materiales audiovisuales acerca de la vida de Jesús. Filmada como si se hubiera tratado de un largometraje de elevado presupuesto, esta miniserie épica es una deslumbrante y majestuosa combinación de intensa narración y extraordinaria precisión religiosa e histórica aclamada por la crítica y el público internacionalmente. Lo anterior se refleja en la gran aceptación que esta producción ha tenido mundialmente habiendo sido vista por más de medio millón de personas desde su estreno.
El talento de Zeffirelli daría como resultado lo que muchos han llamado «la mejor producción acerca de la vida de Cristo de todos los tiempos» apoyada por un elenco de actores y actrices aclamados, cuya fortaleza era su habilidad de actuación y no su condición de celebridades, y una poderosa banda sonora compuesta por Maurice Jarre, esta miniserie ha dado a conocer detalladamente la historia de El Hijo del Hombre, su nacimiento, su pasión, su bautismo, su vida, sus seguidores, sus enemigos y su legado a la humanidad.
Aunque muchas otras superproducciones acerca de la vida de Cristo tienen grandes momentos, Jesús de Nazareth las supera a todas, ya que presenta un cuadro humano de los personajes asociados al protagonista desarrollándolos con profundidad mediante la inteligente presentación de tramas paralelas que contribuyen a fortalecer la historia y darle credibilidad.
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Sinopsis original del portal web Instituto Politécnico Cristo Rey, en el que también podéis descargaros una dinámica de catequesis que trabaja esta misma producción audiovisual.
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Jesús de Nazaret – Parte 1
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Jesús de Nazaret – Parte 2
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Jesús de Nazaret – Parte 3
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Jesús de Nazaret – Parte 4
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Jesús de Nazaret – Ficha de la película
Título original: Jesus of Nazareth
Año: 1977
Duración: 371 min.
Director: Franco Zeffirelli
Guión: Suso Cecchi d’Amico, Franco Zeffirelli, Anthony Burgess
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Armando Nannuzzi & David Watkin
Reparto: Robert Powell, Anne Bancroft, James Mason, Rod Steiger, Michael York, Peter Ustinov, Anthony Quinn, Laurence Olivier, Claudia Cardinale, James Earl Jones, Stacy Keach, Donald Pleasence, Fernando Rey, Christopher Plummer, Ralph Richardson, Cyril Cusack.
Es fácil decirle a una persona que tiene que perdonar a alguien que hace un mal. Quizás es un poco más difícil decir que perdones a alguien que hace un daño a tu familia. Pero perdonar al que asesinó a un hijo o a un hermano, eso sí es realmente cristiano. Quien ha tenido la bendición de tener hijos y hermanos, sabe que cuando alguno de ellos se enferma o sufre algún tipo de accidente, la preocupación y el dolor dentro del corazón es muy grande, pero ese dolor es aún más intenso e indescriptible cuando asesinan a un familiar de la manera más injusta.
«Soy católico, creo en Jesucristo», fueron las palabras de Hernán Prado, hermano de Sebastián, un médico argentino de 36 años asesinado en la puerta de su casa frente a sus hijos. La reacción normal ante esta situación hubiese sido de indignación y hasta de furia ante un acto tan injusto y gratuito.
Sin embargo, este hermano ante su terrible dolor tuvo como única respuesta que su vida cristiana le llamaba a perdonar hasta esta tremenda injusticia. El perdón debería estar impreso en el corazón del hombre, porque la Iglesia a través del Sacramento de la Reconciliación nos recuerda la infinita misericordia de Dios, misericordia que no tiene límites.
Perdonar en estas circunstancias tan dolorosas es un acto de suprema generosidad que seguramente será premiado por Dios. Solo se puede imaginar que en el corazón de este hermano resonaban las mismas palabra de Jesús en la cruz «Padre perdónalos porque no saben lo que hacen».
«El que mató a mi hermano es también un hermano mío. Esto es lo que quiero inculcarle a mis sobrinos e hijos: yo elijo el perdón, transmitir el perdón», dijo Hernán. El buscar la justicia hubiese sido también una correcta elección. Nadie hubiese podido criticar este deseo. Sin embargo el elegir por voluntad el perdón cristiano es un acto que sobrepasa a la misma justicia.
Sebastián, el hermano de Hernán, se defendió para no ser robado y por eso recibió varios disparos de bala. Ojalá este ladrón aproveche esta oportunidad y pueda regresar a la Casa del Padre como el Hijo Pródigo y decir como el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino».
San Lucas Evangelista, patrón de médicos y artistas, es el autor del «Evangelio según san Lucas» y del libro de los «Hechos de los Apóstoles». Os proponemos para este fin de semana el visionado de esta película norteamericana del año 2004, cuyo título original es «Acts».
El libro «Hechos de los Apóstoles» fue escrito por san Lucas mientras estaba en Roma con san Pablo, continúa el relato del «Evangelio según san Lucas» después de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo. La película comprende un periodo de tres años y relata la labor evangelizadora de san Pedro y san Pablo principalmente.
«Hechos de los Apóstoles» es una maravillosa lección para los cristianos que muestra cómo Cristo continúa su obra y cómo Su Iglesia se forma y comienza su peregrinaje a través de la historia, todo ello gracias a la acción del Espíritu Santo.
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«Hechos de los Apóstoles»: película en Gloria.TV
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«Hechos de los Apóstoles»: película en el portal web You Tube
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«Hechos de los Apóstoles» – Ficha de la película
Título original: The Gospel of Acts
Año: 2004
Duración: 192 min.
Director: Reghardt van den Bergh
Música: David Miner
Reparto: Dean Jones, Henry O. Arnold, Jeniffer O. Neill, Francesco Quinn, James Brolin
Os ofrecemos la siguiente dinámica para catequesis que consta de dos partes: en la primera hay que completar un criptograma sustituyendo los números por sus letras correspondientes hasta completar un mensaje de Jesús; y en la segunda hay que colorear una lámina y escribir en esta el mensaje descifrado en la primera parte.
Podéis acceder a las láminas para imprimirlas pulsando sobre los títulos o sobre las imágenes.
María, cuando nos acercamos a ella, en todo momento, también en el rezo del rosario, nos brinda su ilusión para que nos apropiemos de ella y vivamos la alegría que encierra.
Fr. Ángel Luis Fariña Pérez
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Ríos de tinta, a lo largo de la historia, han corrido sobre qué sentido puede tener para los cristianos el rezo del Rosario. Dentro de toda esa historia lo que se debe destacar, y no olvidar, es que esta devoción está fuertemente enraizada en nuestra Orden. De todos es conocido el nombre del fraile dominico Alano de Rupe, quien se desvivió por la predicación del Rosario. Aunque la leyenda atribuye a nuestro padre Santo Domingo la institución del Rosario, pero yo en ese detalle no me voy a detener. Prefiero centrar la atención en que estamos ante una oración contemplativa y sensible, intensa y gesticulante, emocionada y afectiva.La evolución del Rosario como oración quedó influida, también, por factores profanos; el contar y repetir una misma jaculatoria es una práctica tan generalizada en casi todas las religiones antiguas del mundo que, me atrevo a decir, se puede estimar como un hecho religioso universal; el Rosario es, pues, una forma relativamente natural de oración. Pero también del Rosario se ha dicho, y es aquí donde entra nuestra vocación a ser predicadores enamorados de la Palabra, que es «el compendio de todo el Evangelio». Y es que el corazón mismo del Rosario, meditar con el rezo del Rosario es, ni más ni menos, meditar los misterios de la vida de Jesús.
Ante esto me surge una cuestión: ¿hoy, en nuestros días, hay que orar o no? Y es que no digo nada nuevo al decir que rezar ya no es una actividad común, y mucho menos pertenece a los estamentos sociales reconocidos y aceptados por la mayoría. Sin embargo, para los cristianos, la oración es uno de los asuntos más serios dentro de nuestra fe; es algo tan esencial como que necesitamos respirar. Con respecto al rezo del Rosario habrá que conocer la entraña de esta oración y lo que representa dentro de la vida del cristiano. El valor del rezo del Rosario consiste en meditar y fijar nuestra concentración en el misterio de la redención. El punto de partida es el gozo de la Encarnación que da paso a la luz del mensaje del Reino, pasando por el sufrimiento en la cruz que nos lleva al punto de la victoria, es decir, a la felicidad que trae la Resurrección.
Cuando experimentamos esta concentración con el rezo del Rosario, descubrimos que los misterios de gozo nos invitan a contemplar un centro de la realidad: la carne, la vida corporal, las relaciones. Sencillo y necesario; particular y grande. Misterioso proceso de la vida, con la vocación, la concepción y el nacimiento de un Niño. Gran aporte al Rosario ha sido el incorporar los misterios de luz. Y es que se necesitaba contemplar a Jesús introduciéndose en el mundo, activando la fuerza de su palabra y la belleza de sus actos. Los misterios dolorosos nos presentan e invitan a meditar sobre el dolor, la enfermedad, la separación… aspectos nada tolerados en nuestra vida. Meditar ante la cruz puede que nos haga percibir una fuerza misteriosa de unión: «cuando sea levantado en alto atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Meditar y contemplar los misterios que nos hablan de gloria, es meditar sobre la esperanza que dinamiza la historia, nuestra historia.
El rezo del Rosario requiere un ritmo pausado y un reflexivo remanso que sea favorable para la meditación de los misterios de la vida de Cristo. Y es que el Rosario es una oración evangélica con Cristo en el centro; vocal pero al mismo tiempo mental. Esto es lo que da vida a toda oración y hacia donde debe dirigirse; porque la oración sin meditación carecería de alma y, por lo tanto, no tendría sentido hacerla ya que le faltaría vida.
La paz que Dios me da no la cambiaría por toda la fama del mundo.
Karyme Lozano
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Vale la pena escuchar los testimonios de Karyme Lozano porque son muy edificantes para todos los católicos, pero sobre todo son muy recomendables para todos aquellos que estén en el periodo de sus vidas en el que se planteen cómo quieren vivir sus relaciones sentimentales y cómo quieren que sea su proyecto de vida junto a las personas que aman.
Karyme Lozano es una actriz y cantante mexicana, muy conocida especialmente por las telenovelas, que en la actualidad se dedica a promover valores y defender la fe católica. Ha formado parte de varios congresos católicos en Estados Unidos y Sudamérica, y ha trabajado junto a Eduardo Verastegui en contra del aborto… todo ello siguiendo con su meteórica carrera artística.
Al igual que los testimonios en el medio audiovisual, os recomendamos leer esta entrevista que realizaron LourdesTéllez y Raquel Ibáñez para la Revista Misión
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Testimonio de Karyme Lozano
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Testimonio de Karyme Lozano para el programa Nuestra Fe en vivo
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Testimonio de Karyme Lozano para el programa Catholic inside