por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir u una vida plenamente humana.
Corno ha recordado el Concilio Vaticano II: «Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (GS, 3).
«El derecho —deber educativo de los padres— se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros».
«Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor» (Familiaris Consortio, 36).
Familiaris Consortio. Exhortación apostólica de Su Santidad Juan Pablo II al episcopado, al clero y a los fieles de toda la iglesia sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Desde el Concilio Vaticano II el matrimonio no solamente es presentado corno una «vocación» de Dios, igual que la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, sino también como una «misión» de la que forma parte, además de la generación de los hijos, la misión de educarlos en la fe, que incluye también la educación a la castidad y a descubrir su propia vocación [26].
Educar, del latín e-ducere, significa «sacar afuera», sacar al descubierto lo que Dios ya ha inscrito en el corazón de cada hijo y ayudarlo a descubrir su designio, la vocación a la que Dios lo ha predestinado todavía antes de que naciera. «En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10).
Los padres deben considerar a sus hijos como hijos de Dios
Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos (CEC, 2222).
En este sentido, los padres no son dueños o propietarios de los hijos, sino verdaderos ministros, colaboradores con Dios creador tanto en la generación de los hijos que él les quiera conceder, cuanto en la educación. Este es un convencimiento que da la clave de una auténtica educación.
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Notas
[26] El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y es sostenido y enriquecido por la fuerza redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los cónyuges, de manera eficaz, sean conducidos a Dios y sean ayudados y fortalecidos en la sublime misión de padre y madre. Por este motivo, los cónyuges cristianos son corroborados y como consagrados por un especial sacramento para los deberes y la dignidad de su estado. Y ellos, cumpliendo en virtud de tal sacramento sus deberes conyugales y familiares, penetrados por el espíritu de Cristo, por medio del cual toda su vida está impregnada de fe, esperanza y caridad, tienden a alcanzar caja vez más su perfección y la mutua santificación, y por eso juntos participan en la glorificación de Dios (GS, 48).
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por Santo Padre Francisco | 20 May, 2013 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanos y hermanas
Ahora que estos hermanos e hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios es sacerdocio real en Cristo, sin embargo, nuestro sumo Sacerdote, Jesucristo, eligió algunos discípulos que en la Iglesia desempeñaran, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para el bien de los hombres. No obstante, el Señor Jesús quiso elegir entre sus discípulos a algunos en particular, para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Él mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio, son llamados al servicio del Pueblo de Dios.
Después de una profunda reflexión y oración, ahora estos estos hermanos van a ser ordenados para el sacerdocio en el Orden de los presbíteros, a fin de hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como Pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al configurarlos con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirlos al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.
A vosotros, queridos hermanos e hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbe, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Recordad a vuestras madres, a vuestras abuelas, a vuestros catequistas, que os han dado la Palabra de Dios, la fe… ¡el don de la fe! Os han trasmitido este don de la fe. Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Recordad también que la Palabra de Dios no es de vuestra propiedad, es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.
Que vuestra enseñanza sea alimento para el Pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia.
Os corresponde también la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio de vuestro ministerio alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar con él en una vida nueva.
Introduciréis a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonaréis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia. Y hoy os pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: Por favor, no os canséis de ser misericordiosos. A los enfermos les daréis el alivio del óleo santo, y también a los ancianos: no sintáis vergüenza de mostrar ternura con los ancianos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, os haréis voz del Pueblo de Dios y de toda la humanidad.
Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios.
Finalmente, al participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a vuestro Obispo, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido.
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Homilía del Santo Padre Francisco I
Basílica Vaticana
IV Domingo de Pascua
21 de abril de 2013
por CeF | 20 May, 2013 | Despertar religioso Juegos
Con motivo de la próxima fiesta de Jesuscristo, Sumo y Eterno Sacerdote, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando al Papa Francisco I.
Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen.
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Colorea a nuestro querido Papa Francisco
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por Editorial Casals | 17 May, 2013 | Catequesis Noticias
«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos»
Mt 19, 14
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Presentada por Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos, La Biblia de los más pequeños —Una Biblia ideal para descubrir en familia la alegría de la fe— es una obra para niños de 3 a 7 años de gran ayuda a padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños. La Biblia de los más pequeños sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto «Los primeros pasos en la fe».
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Orientada a niños de 3 a 7 años de edad resulta de gran ayuda para todos los padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños.
Ideada como un camino didáctico-catequístico de iniciación cristiana a través de la lectura bíblica y las actividades propuestas.
Basada en encuentros catequísticos para toda la familia: los niños escuchan los pasajes bíblicos fundamentales y los pueden interiorizar mediante la realización de unas actividades amenas y atractivas.
Sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto Los primeros pasos en la fe.
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Indice temático
I. ANTIGUO TESTAMENTO
Encuentro 1: Dios nos regala la Creación
Encuentro 2: Dios crea las plantas
Encuentro 3: Dios crea los animales
Encuentro 4: Dios crea al hombre y a la mujer
Encuentro 5: Adán y Eva desobedecen a Dios
Encuentro 6: Dios elige a Abraham para formar a su pueblo
Encuentro 7: Moisés, el amigo de Dios
Encuentro 8: Dios llama al profeta Samuel
Encuentro 9: David, el pastor de Dios para su pueblo
Encuentro 10: Los salmos: cantos y poesía para Dios
Encuentro 11: El profeta Isaías anuncia el nacimiento de Jesús
II. NUEVO TESTAMENTO
II.I. INFANCIA DE JESÚS
Encuentro 12: El ángel Gabriel anuncia a María
el nacimiento de Jesús
Encuentro 13: La Virgen María visita a su prima Isabel
Encuentro 14: El viaje de la Sagrada Familia a Belén
Encuentro 15: El nacimiento de Jesús en Belén
Encuentro 16: Los ángeles anuncian el nacimiento a los pastores
Encuentro 17: Los Reyes Magos llegan para adorar a Jesús
Encuentro 18: La casa y el taller de Nazaret
Encuentro 19: La vida de la Sagrada Familia en Nazaret
Encuentro 20: Jesús entre los doctores de la ley
II.II. VIDA PÚBLICA DE JESÚS
Encuentro 21: El Bautismo de Jesús
Encuentro 22: Jesús elige a sus amigos: los Apóstoles
Encuentro 23: Jesús en las bodas de Caná
Encuentro 24: Jesús nos enseña el Padrenuestro
Encuentro 25: Jesús y la pesca milagrosa
Encuentro 26: Jesús calma la tempestad
Encuentro 27: Jesús multiplica los panes
Encuentro 28: Jesús, el Buen Pastor
Encuentro 29: Jesús nos cuenta la parábola del sembrador
Encuentro 30: Jesús camina sobre las aguas
II.III. MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS
Encuentro 31: Jesús es aclamado: el Domingo de Ramos
Encuentro 32: Jesús nos regala la Eucaristía: la Última Cena
Encuentro 33: Jesús lava los pies a sus discípulos
Encuentro 34: Jesús nos da el Mandamiento del Amor
Encuentro 35: Jesús es condenado a muerte
Encuentro 36: Jesús muere en la Cruz y es sepultado
Encuentro 37: Jesús resucita y vive para siempre
Encuentro 38: Jesús resucitado se aparece a los Apóstoles
Encuentro 39: Jesús resucitado y los discípulos de Emaús
Encuentro 40: Jesús sube al Cielo
Encuentro 41: María y los Apóstoles reciben al Espíritu Santo
Oraciones para recordar y rezar en familia

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Créditos
Texto: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz Ilustraciones: Mariam Ben-Arab Coordinación: Pedro de la Herrán
22x 25cm, 192 págs. Tapa dura
A partir de 3 años
PVP: 19,5 €
978-84-218-5325-2
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por Padre Mario Pezzi | 17 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.
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El hombre esposo y padre
Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer:
«No eres su amo —escribe San Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer. Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé agradecido por su amor». El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal». El cristiano, además, está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.
El amor a la esposa-madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la compresión y la realización de su paternidad.
La función del padre en y por la familia es de una importancia única e insustituible
Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.
Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgrega nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.
Misión del padre: romper la simbiosis del hijo con la madre, ayudarlo a llegar a ser adulto
La paternidad empieza desde el momento de la concepción de la nueva vida en el seno de la mujer. El padre aprende la paternidad de la maternidad de la mujer, la sigue en el tiempo de la gestación, la acompaña, la sostiene en las tribulaciones hasta el parto. Es la madre la que hace conocer el padre al niño. Al crecer, el niño conoce poco a poco la figura del padre, el cual tiene la misión de romper progresivamente el cordón umbilical del hijo con la madre, de hacerle pasar de una situación infantil a la edad adulta. A través del descubrimiento del padre, de los hermanos y de las hermanas, mejor si son numerosos, la escuela, la comunidad, el niño entra en contacto con el mundo, la sociedad, la Iglesia. En el padre encuentra un punto de referencia seguro, un apoyo, lo que lo dirige y lo ayuda a crecer como hombre o como mujer.
Para poder responder a su propia misión de padre tendrá que tomar decisiones a contracorriente
Para poder responder a su propia vocación y misión de esposo y de padre, el marido cristiano, a veces, tendrá que tomar decisiones a contracorriente.
Se sabe que ciertas haciendas y empresas tienden a implicar cada vez más sobre todo a los jóvenes y a los más dotados, cautivándolos con óptimos salarios, promociones, desplazamientos bien remunerados… Según reconocen varios sociólogos junto a la des-estructuración de la familia, el Estado y la empresa tienden a convertirse en la gran madre que absorbe poco a poco a los ciudadanos que se encuentran cada vez más solos y débiles. La exhortación a poner a la familia, el amor a la esposa y la educación de los hijos por encima del trabajo y del dinero, según se presenta en el «Primer Escrutinio en el Camino Neocatecumenal», es fundamental para la salvación de la familia cristiana. Quizá nunca como hoy aparecen claras e hirientes las palabras de Jesús: no se pueden servir a dos señores: Dios y el dinero.
El soporte de la comunidad a la familia: llamada a la santidad
Después de todas estas consideraciones sobre el alta llamada a la vida matrimonial y familiar según el plan de Dios, y concerniente la importante misión de salvar a la familia, tan atacada y amenazada en nuestra generación, se ve cada vez mejor cómo esto no se puede realizar sin una dimensión de fe adulta. Vivir la relación matrimonial en el amor y la verdad, en el respeto de la diversidad del marido y de la mujer; en dedicación amorosa y paciente a la educación de los hijos exige una conversión constante, cotidiana, de cada día. La llamada a la santidad aparece cada vez más real también en el estado de vida matrimonial y familiar, quizás hoy más que en el estado de vida consagrada.
Por eso es evidente que todo esto es muy difícil, sino imposible, sin el soporte de una comunidad. La experiencia de más de treinta años del Camino Neocatecumenal lo demuestra, aunque esto no le quita a nadie nunca la libertad de dejar el camino y de destruir su propia familia.
Aquí podemos ver cuanto haya sido providencial que la Iglesia previese en el Directorio general de la catequesis, y aprobase en los Estatutos del Camino Neocatecumenal, que la comunidad pueda continuar en la formación permanente después del periodo de la elección, y tener el alimento de la Palabra y de la Eucaristía y el soporte comunitario que sostiene el combate de la conversión personal y sobre todo de nuestras familias.
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por CeF | 17 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.
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La mujer: esposa y madre
La maternidad, ya desde el comienzo mismo, implica una apertura especial hacia la nueva persona; y este es precisamente el «papel» de la mujer. En dicha apertura, esto es, en el concebir y dar a luz el hijo, la mujer «se realiza en plenitud a través del don sincero de sí». La maternidad está unida a la estructura personal del ser mujer y a la dimensión personal del don: «He adquirido un varón con el favor de Yahvé Dios» (Gn 4, 1). El Creador concede a los padres el don de un hijo. Por parte de la mujer, este hecho está unido de modo especial a «un don sincero de sí». Las palabras de María en la Anunciación «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38) significan la disponibilidad de la mujer al don de sí y a la aceptación de la nueva vida.
Aunque los dos sean padres de su niño, la maternidad de la mujer constituye una «parte» especial de este ser padres en común, así como la parte más cualificada. Aunque el hecho de ser padres pertenece a los dos, es una realidad más profunda en la mujer, especialmente en el periodo prenatal. La mujer es «la que paga» directamente por este común engendrar, que absorbe literalmente las energías de su cuerpo y de su alma. Por consiguiente, es necesario que el hombre sea plenamente consciente de que en este ser padres en común él contrae una deuda especial con la mujer. Ningún programa de «igualdad de derechos» del hombre y de la mujer es válido si no se tiene en cuenta esto de un modo totalmente esencial.
La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer. La madre admira este misterio y con intuición singular «comprende» lo que lleva en su interior.
A la luz del «principio» la madre acepta y ama al hijo que lleva en su seno como una persona [25].
Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no solo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general— que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer. Comúnmente se piensa que la mujer es más capaz que el hombre de dirigir su atención hacia la persona concreta y que la maternidad desarrolla todavía más esta disposición. El hombre, no obstante toda su participación en el ser padre, se encuentra siempre «fuera» del proceso de gestación y nacimiento del niño y debe, en tantos aspectos, conocer por la madre su propia «paternidad». Podríamos decir que ésta forma parte del normal mecanismo humano de ser padres, incluso cuando se trata de las etapas sucesivas al nacimiento del niño, especialmente al comienzo. La educación del hijo —entendida globalmente— debería abarcar en sí la de los padres: la materna y la paterna. Sin embargo, la contribución materna es decisiva y básica para la nueva personalidad humana (Mulieris Dignitatem, 18 – Carta apostólica del Papa Juan Pablo II sobre la dignidad y la vocación de la mujer con ocasión del año mariano).
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Notas
[25] El hijo vive en la fusión con la madre desde el momento de la concepción. Antes del nacimiento la simbiosis es completa: él se encuentra en el cuerpo de la madre, y vive a través de sus órganos. Pero, a partir de un cierto momento, la misma psique comienza a sentir esta simbiosis como sofocante y antivital. Empieza entonces el proceso de salida del cuerpo materno, que culmina con el nacimiento… Es necesario que tal unión vital continúe, de la manera más completa posible, todavía para bastante tiempo: con plenitud hasta los tres años, de manera menos completa hasta los cinco, para ser ulteriormente reducida hasta los siete años. Durante todos estos años, el primer septenio, la aportación de la madre a la existencia y a la formación psicológica del niño es decisiva. En la relación con la madre aprende a percibir su cuerpo, a sí mismo como ser diferenciado. Es, pues, en esa relación afectiva, que es también sensorial y práctica, llena de momentos de vida en común, que se desarrolla no solo el cuerpo del niño, sino su existencia como sujeto, y la capacidad de percibirse como tal. Además el calor del afecto que la madre tiene por el hijo, y que expresa a través de la mirada y las caricias, de todos los gestos maternos, dependerá después el amor que el hijo sentirá hacia sí mismo, su capacidad de cuidarse, de «quererse» (Claudio Risé, 0. cit. Págs. 16-17).
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por CeF | 17 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.
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Los padres: padre y madre
Los padres, padre y madre, están llamados a asumir sus papeles. Hoy se ha creado una confusión de papeles. El padre declina fácilmente su responsabilidad de educador de los hijos a la madre, sobre la que recae todo el peso de la educación de los hijos con repercusiones muy negativas. Los hijos necesitan de las dos figuras, del padre y de la madre.
Propensión a renunciar a su propio papel para ser simples amigos de los hijos
Una ulterior característica del contexto cultural en el que vivimos es la propensión de no pocos padres a renunciar a su papel para asumir el de simples amigos de los hijos, absteniéndose de llamadas al orden y correcciones, también cuando sería necesario para educar en la verdad; aún con todo afecto y ternura.
La educación de los hijos es un deber sagrado y tarea solidaria de los padres
Es oportuno, pues, subrayar que la educación de los hijos es un deber sagrado y una tarea solidaria de los padres, tanto del padre como de la madre: exige el calor, cercanía, el diálogo, el ejemplo. Los padres están llamados a representar en el hogar doméstico al Padre bueno de los cielos, el único modelo perfecto en el que inspirarse.
La maternidad implica la paternidad y, recíprocamente, la paternidad implica la maternidad
Paternidad y maternidad, por voluntad de Dios mismo, se colocan en una relación de íntima participación en su poder creador y tienen, en consecuencia, una intrínseca relación recíproca. Escribí, al respecto, en la Carta a las Familias: «la maternidad implica la paternidad y, recíprocamente la paternidad implica la maternidad: este es el fruto de la dualidad dispensada por el Creador al ser humano desde el principio» (Gratissimam sane, 7 – Carta a las familias del Papa Juan Pablo II con ocasión del Jubileo). Es también por esta razón que la relación entre el hombre y la mujer constituye el eje de las relaciones sociales: eso mientras es la fuente de nuevos seres humanos, une estrechamente entre ellos a los cónyuges, que se han convertido en una sola carne y, por medio de ellos, las respectivas familias.
Discurso del Santo Padre Juan Pablo II en la XIV Asamblea Plenaria del Consejo para la Familia, 4 de junio de 1999.
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por Editorial Casals | 16 May, 2013 | Despertar religioso Cuentos
Presentada por Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos, La Biblia de los más pequeños —Una Biblia ideal para descubrir en familia la alegría de la fe— es una obra para niños de 3 a 7 años de gran ayuda a padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños. Sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto Los primeros pasos en la fe.
Basada en encuentros catequísticos para toda la familia: los niños escuchan los pasajes bíblicos fundamentales y los pueden interiorizar mediante la realización de unas actividades amenas y atractivas.
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Créditos
Texto: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz Ilustraciones: Mariam Ben-Arab Coordinación: Pedro de la Herrán
22x 25cm, 192 págs. Tapa dura
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