Confirmando nuestra fe en Jesucristo – Reunión previa

Confirmando nuestra fe en Jesucristo – Reunión previa

La Confirmación se entiende en continuidad con el Bautismo, al cual está vinculado de modo inseparable. Estos dos sacramentos, juntamente con la Eucaristía, forman un único evento salvífico, que se llama «iniciación cristiana», en el que somos introducidos en Jesucristo muerto y resucitado, y nos convertimos en nuevas creaturas y miembros de la Iglesia.

SS Francisco, Audiencia general, 29 de enero de 2014.

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Objetivo

Anotarnos, conocernos, integrarnos…

Canción de ambientación

Himno JMJ Rio 2013, Esperanza del Amanecer, 6′

Descarga la partitura pulsando en la imagen siguiente:

himno_jmj_2013

Dinámicas de integración

Prepararlas de forma activa y creativa.

Cómo funcionarán estos encuentros de formación

Se supone que los jóvenes que vienen a la parroquia están saturados de formación ideológica en sus colegios religiosos. Por eso estas experiencias van más dirigidas a una conversión vivencial del corazón, centrado en Jesucristo. Los medios más usados son audiovisuales y diálogos.

Los grupos deben ser de diez a doce jóvenes, a ser posible que ya se conozcan entre sí. Es importante que se sientan bien entre ellos para que puedan sincerarse…

Cada confirmando debe conseguirse una carpeta para hojas tamaño A4. En ella irá archivando en orden los materiales que se le entregan y los que ellos mismos deben confeccionar. Esta carpeta será el documento que acredite su participación activa en este proceso de preparación para realizar su compromiso de Confirmación.

Cada tema se aborda primeramente con una o dos canciones, que son proyectadas en video, con la letra incluida en él. Una primera vez la escuchan, y después intentan cantarla, a ser posible danzando.

Después se proyecta algún video corto o un trozo de película, que ayude a actualizar el tema. Según la necesidad a veces es mejor empezar por el video.

Luego se les da una charla, corta y sencilla, de esclarecimiento y cuestionamiento del tema.

Después de la charla, según los casos, se puede repetir la canción primera o recitar una nueva canción tipo oración.

Van después todos a la reunión por grupos, en los que leen un par de breves citas bíblicas que puedan iluminar el tema del día. Después dialogan y debaten, con toda sinceridad, sobre la realidad del tema tratado, la luz que les puedan dar la fe y cuáles son los caminos que ellos proponen.

Para realizar esta catequesis es imprescindible tener conexión a internet y un proyector.

El o la joven que no esté dispuesto de veras a centrar su vida en Jesucristo, mejor será que abandone esta preparación que estamos realizando. Nada de hipocresías. Si no te gusta, no vengas más. No se trata de obedecer órdenes de nuestros mayores, sino de dar este paso porque realmente lo queremos dar. Esta es tarea de adultos conscientes…

Los encuentros, si son en sábado, se procurará que sean a una hora que permita a los confirmandos participar después en la Eucaristía, que en una de las sesiones podría ser sólo entre confirmandos y en los dos restantes en el templo con el pueblo, repitiendo los cantos y oraciones de cada tema.

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Para acceder a otros escritos y materiales del padre José Luis Caravias SJ,
puedes acceder a su magnífico blog en wordpress

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Confirmando nuestra fe en Jesucristo – Reunión previa

Confirmando nuestra fe en Jesucristo, catequesis vivencial audiovisual – Índice de temas

Es importante estar atentos para que nuestros niños, nuestros muchachos, reciban este sacramento. Todos nosotros estamos atentos de que sean bautizados y esto es bueno, pero tal vez no estamos muy atentos a que reciban la Confirmación. De este modo quedarán a mitad de camino y no recibirán el Espíritu Santo, que es tan importante en la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante. Pensemos un poco, cada uno de nosotros: ¿tenemos de verdad la preocupación de que nuestros niños, nuestros chavales reciban la Confirmación? Esto es importante, es importante. Y si vosotros, en vuestra casa, tenéis niños, muchachos, que aún no la han recibido y tienen la edad para recibirla, haced todo lo posible para que lleven a término su iniciación cristiana y reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Es importante!

SS Francisco, Audiencia general, 29 de enero de 2014.

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El padre José Luis Caravias SJ, de la Parroquia Cristo Rey de Asunción (Paraguay), nos ha ofrecido gentilmente el sistema completo de catequesis para la confirmación que utilizan en 2014. Este sistema, además de formar a nuestros muchachos, pretende tratar con ellos los problemas que los afectan especialmente en nuestros días.

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Temas de la catequesis

0. Reunión previa. Normas. Dinámicas. Formación voluntaria de grupos.

1. Quién soy yo para mí. Quién soy yo para Dios.

2. Quién es Dios para mí.

3. Nos podemos hacer mucho daño a nosotros mismos y a los demás.

4. Cinedebate: El guerrero pacífico.

5. Los «Poderosos» nos idiotizan al servicio de su mundo injusto.

6. El gran desafío: Educar nuestra libertad.

7. Tarea básica: Cultivar amistades sinceras, múltiples y complementarias.

8. Lo definitivo: aprender a enamorarnos. De la pornografía al amor.

9. Cinedebate: Diario de una pasión.

10. La encarnación: En Jesús Dios se solidariza con toda la humanidad.

11. Jesús es nuestro amigo y compañero.

12. Jesús sana y resucita a los jóvenes.

13. Jesús prefiere a los más necesitados, y hoy nos espera en ellos.

14. Visita activa a Jesús necesitado. Día de experiencia cristológica.

15. Jesús modelo heroico de compromiso. Muere por su fidelidad al Amor.

16. Jesús resucitado vence a la maldad y a la muerte.

17. María, la Madre, nos lleva a Jesús.

18. Actualizo mi bautismo comprometiéndome en serio con Cristo.

19. Cinedebate: Jesús.

20. Eucaristía: Jesús quiere alimentar mi capacidad de compromiso.

21. Jesús nos envía al Espíritu Santo para que nos ayude a crecer en la fe en Él y capacitarnos así para comprometernos con Él.

22. Mi compromiso en la Confirmación.

23. Retiro. Sacramento de la Reconciliación.

Anexo. Canciones extra para utilizar en las sesiones.

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Dinámicas para mejorar la fluidez verbal

Dinámicas para mejorar la fluidez verbal

«Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría… aunque uno a veces parezca un poco loco. El mensaje del Evangelio es locura, dice San Pablo. El tiempo de la vida no nos va a alcanzar para entregarnos y anunciar esto que Jesús está restaurando la vida. Tenemos que ir a sembrar esperanza, tenemos que salir a la calle. Tenemos que salir a buscar.

»¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no podemos quedarnos en la parroquia y en el colegio. ¡Catequista, a la calle! A catequizar, a buscar, a golpear puertas. A golpear corazones».

Papa Francisco, cuando era Arzobispo de Buenos Aires,
en carta a sus catequistas,
EAC 2000, 11 de marzo de 2000.

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En este artículo recopilamos una serie de seis dinámicas útiles para utilizar en las sesiones de catequesis de postcomunión y en la preparación del sacramento de la Confirmación. Su objetivo fundamental es mejorar la fluidez verbal de los catecúmenos que forman el grupo, dotándoles de herramientas eficientes para proclamar el mensaje evangélico.

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1. El reloj despertador

2. La gran pregunta

3. Sin quemarse los dedos

4. Ensalada de refranes

5. Concurso de canciones

6. Pictogramas

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1. El reloj despertador

El grupo se sienta formando un círculo y el animador tira una pelota a uno de los participantes y se voltea; los participantes hacen circular la pelota de mano en mano.

En un momento determinado se hace sonar un pito y, al instante, se detiene el paso de la pelota.

El participante que se quede con ella, debe decir doce nombres con la letra indicada por el animador y así sucesivamente.

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2. La gran pregunta

El director de la dinámica da a cada participante el nombre de una fruta y después responde a la pregunta formulada. Ejemplo:

El directo pregunta: «¿qué te duele?».

Y el aludido responde: «el mango».

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3. Sin quemarse los dedos

Se escoge una letra. Se ponen de acuerdo los participantes si se van a nombrar ciudades, personas, objetos, verbos o simplemente palabras que empiecen con la letra selecciona.

Un participante enciende una cerilla y va diciendo palabras hasta que se apague el fósforo, luego sigue otro.

Se aplaude a aquel que haya dicho el mayor número de palabras sin quemarse.

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4. Ensalada de refranes

Mientras un participante, que va a ser el adivinador de refranes, sale del lugar, los demás escogen un refrán y se reparten las palabras que lo forman.

El participante que haya salido, regresa y pregunta «¿Cuál es el refrán?»

Y todos responden al tiempo diciendo cada uno la palabra que le haya tocado.

El adivinador debe descubrir cuál fue el refrán.

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5. Concurso de canciones

Se forman dos equipos. En un tiempo determinado, uno de ellos debe entonar conjuntamente una canción, que contenga la palabra que el equipo contrario le sugiera.

Tan pronto lo haga, ese equipo sugiere al otro otra palabra para que hagan lo mismo.

Se debe dar un tiempo breve a los equipo para que piense la canción.

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6. Pictogramas

Se forman dos equipos. Cada uno de los participantes escribe en un papel el título de una película, de una canción o de una obra literaria. Se meten todas en un una bolsa.

Se sortea el orden de participación de los jugadores. El primero que le toque, mete la mano en la bolsa y coge un papel al azar. En un pizarrín o en un papel, hace un dibujo que represente el título que ha escogido, para que los demás intenten adivinarlo. El que haya escrito ese título no puede participar.

Se continúa con el resto de participantes. Gana quien más títulos haya adivinado.

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La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

Queridos hermanos y hermanas:

En la experiencia personal de san Pablo hay un dato incontrovertible: mientras que al inicio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de él la razón de su vida y el motivo de su predicación. Entregó toda su vida por las almas (cf. 2 Co 12, 15), una vida nada tranquila, llena de insidias y dificultades. En el encuentro con Jesús le quedó muy claro el significado central de la cruz: comprendió que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo. Ambas cosas eran importantes; la universalidad: Jesús murió realmente por todos; y la subjetividad: murió también por mí. En la cruz, por tanto, se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios.

Este amor san Pablo lo experimentó ante todo en sí mismo (cf. Ga 2, 20) y de pecador se convirtió en creyente, de perseguidor en apóstol. Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era «gracia», que todo brotaba de la muerte de Cristo y no de sus méritos, que por lo demás no existían. Así, el «evangelio de la gracia» se convirtió para él en la única forma de entender la cruz, no sólo el criterio de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores. Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de ellas la salvación; y estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; y, por último, estaban ciertos grupos de herejes, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.

Para san Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el «poder de Dios» (cf. 1 Co 2, 1-5).

La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (…) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1 Co 1, 18-23).

Las primeras comunidades cristianas, a las que san Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ya ha resucitado y vive; el Apóstol quiere recordar, no sólo a los Corintios o a los Gálatas, sino a todos nosotros, que el Resucitado sigue siendo siempre Aquel que fue crucificado. El «escándalo» y la «necedad» de la cruz radican precisamente en el hecho de que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del israelita piadoso, que no encuentra nada parecido en las Sagradas Escrituras.

San Pablo, con gran valentía, parece decir aquí que la apuesta es muy alta: para los judíos, la cruz contradice la esencia misma de Dios, que se manifestó con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, para los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la cruz es la razón. En efecto, para estos últimos la cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, un alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido.

San Pablo mismo, en más de una ocasión, sufrió la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano considerado «insípido», irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en cuenta en el plano de la lógica racional. Para quienes, como los griegos, veían la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo. Por tanto, era totalmente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una cruz.

Y esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso habría recuperado luego su cuerpo para vivir como resucitado? «Te escucharemos sobre esto en otra ocasión» (Hch 17, 32), le dijeron despectivamente los atenienses a san Pablo, cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos. Creían que la perfección consistía en liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el acontecimiento «Jesús de Nazaret» parecía estar marcado por la más total necedad y ciertamente la cruz era el aspecto más emblemático.

¿Pero por qué san Pablo, precisamente de esto, de la palabra de la cruz, hizo el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la cruz revela «el poder de Dios» (cf. 1 Co 1, 24), que es diferente del poder humano, pues revela su amor: «La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres» (1 Co 1, 25). Nosotros, a siglos de distancia de san Pablo, vemos que en la historia ha vencido la cruz y no la sabiduría que se opone a la cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quién es Dios, es decir, poder de amor que llega hasta la cruz para salvar al hombre. Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros, a primera vista, nos parecen sólo debilidad.

El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre; y, por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor: precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría. San Pablo lo experimentó incluso en su carne, como lo testimonia en varios pasajes de su itinerario espiritual, que se han convertido en puntos de referencia precisos para todo discípulo de Jesús: «Él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza»» (2 Co 12, 9); y también: «Ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte» (1 Co 1, 28). El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que también él, aun en medio de numerosas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que lo amó y se entregó por sus pecados y por los de todos (cf. Ga 1, 4; 2, 20). Este dato autobiográfico del Apóstol es paradigmático para todos nosotros.

San Pablo ofreció una admirable síntesis de la teología de la cruz en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 5, 14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte, Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado en nuestro favor (v.21), murió por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos nuestras culpas (vv.18-20). Por este «ministerio de la reconciliación» toda esclavitud ha sido ya rescatada (cf. 1 Co 6, 20; 7, 23). Aquí se ve cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este «ministerio de la reconciliación», que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor.

San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí».

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Santo Padre emérito Benedicto XVI

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

Audiencia General del miércoles, 29 de octubre de 2008

El milagro de Calanda

El milagro de Calanda

Aconteció el prodigioso suceso en 1640. Un mozo de 19 años, llamado Miguel Juan Pellicer, natural de Calanda, en Aragón, hijo de Miguel Pellicer, labrador pobre y de María Blasco, su mujer, se hallaba sirviendo en Castellón de la Plana a un tío suyo que se llamaba Jaime Blasco. Llevando el mozo un carro cargado de trigo, tuvo la desgracia de caerse del carro, y cogiéndole una rueda la pierna derecha, se la quebrantó…

Le condujeron al hospital general de Valencia, en donde no acertaron a curarle, y a instancias del enfermo, le trasladaron al hospital general de Nuestra Señora de Gracia, de Zaragoza. Al llegar a esta ciudad, pidió el doliente que le llevasen al templo del Pilar, en donde confesó y comulgó, suplicando a Nuestra Señora que le favoreciese en tan grande trabajo, y, después de haber recibido los santos Sacramentos, se encaminó al hospital. Allí pareció a los cirujanos y médicos que no había más remedio que amputarle la pierna, por estar ya gangrenada; y así lo ejecutó el Licenciado Juan Estanga, catedrático de cirugía de la Universidad de Zaragoza, y se la cortó por cuatro dedos más debajo de la rodilla. La pierna amputada se enterró en el cementerio del mismo hospital. Cicatrizada la herida, acomodaron al pobre mozo una pierna de madera, con la cual, y apoyado además, sobre dos muletas, se fue al santuario de la Virgen del Pilar a encomendarse de nuevo a Nuestra Señora.

Dos años pasó en Zaragoza pidiendo limosna a las puertas del templo del Pilar, visitando muchas veces a la Virgen y ungiéndose con aceite de lámparas la cicatriz de la pierna y no perdiendo jamás la esperanza de que, por el favor de la soberana Señora, había de verse algún día remediado.

Deseoso de saber de sus padres, y que ellos supiesen de su hijo, determinó pasar de Zaragoza a Calanda, su patria, lo cual hizo con gran trabajo en el año 1640; y encontró a sus padre vivos, los cuales le recibieron con grande gozo, aunque con la pena de verle tan estropeado y sin la pierna. Estaban los padres de nuestro Miguel tan pobres, que no sólo no tenían con qué sustentarle, pues apenas podían sustentarse a sí mismos; y así, hubo de buscar el buen hijo algún modo de socorrer la necesidad de todos; e ingeniándose, llegó a procurarse una jumentilla, y, montando en ella, iba por los lugares circunvecinos a pedir limosna.

Un día, que fue el 29 de marzo, estando por la noche calentándose a la lumbre con sus padres y otros vecinos, se quitó la pierna de palo, como acostumbraba a hacerlo para irse a acostar, y arrastrando como pudo ese entró en el aposento que tenía su pobre cama, la cual se componía de un serón de esparto y una capa de su padre que le servía de manta con que cubrirse. Encomendóse como solía, a la Virgen del Pialar de Zaragoza, y le acompañó en su oración su madre, que lastimada como siempre de ver a su hijo en aquel triste estado, imploraba con sentidas exclamaciones y plegarias el remedio del cielo. Después de haberse acostado, y entre las diez y las once de la noche, entró la madre casualmente en el aposento donde su hijo estaba ya bien dormido, y echó de ver la cosa más extraña que pudiera imaginar: vio que se descubrían dos piernas, las cuales estaban bien patentes, porque la capa que servía al mozo de manto era un tanto corta. Admirada de lo que veían sus ojos, salió con presteza y avisó a su marido de tan asombrosa novedad; el cual, no creyendo lo que oía decir a su mujer, fue con ella hasta el lecho de Miguel y se certificó de que allí estaba él solo, y de que estaba con dos piernas. Es imposible decir el asombro mezclado de regocijo que sacó como fuera de sí a aquellos padres. Porque, fue tan grande, que por largo rato no se pudieron hablar uno a otro, ni articular palabra alguna, hasta que recobrados trataron de despertar al hijo que estaba profundamente dormido; y habiéndolo despertado, el padre, aunque aún no acababa de creer lo que certificaban los ojos, lleno de admiración, le dijo:

—¿Qué es esto, hijo mío, que te vemos con dos piernas?

A lo que respondió el mozo:

—Yo, padre, no sé lo que me dice; lo que sé es que estaba durmiendo y soñaba que asistía en la santa capilla de Nuestra Señora del Pilar, y que me untaba con el aceite de sus lámparas.

—Hijo, da infinitas gracias a Nuestro Señor y a esta sagrada Reina, Madre suya, que ha sido tu abogada, porque esta Señora ya te ha curado y restituido la pierna.

Reconoció entonces Miguel el admirable prodigio, y al verse con dos piernas, comenzó a bendecir a Dios y a su Santísima Madre, y no cesaba de mirar y tocar la pierna que había recobrado sin saber cómo, ni de hacer gracias a la Virgen por tan incomparable y celestial beneficio. En aquel pobre albergue se sintió desde aquella hora una fragancia extraordinaria que duró aún después por espacio de muchos días.

Corrió al instante la voz y fama de tan soberano beneficio por todo el pueblo de Calanda; y todos los vecinos vinieron luego a ver con sus ojos lo que no acababan de creer; miraban y remiraban atentamente al mozo, y al verle con dos piernas y andando sin dificultad alguna, alababan el poderoso brazo de Dios.

Viniendo después Miguel a Zaragoza a visitar en su misma Capilla a su Madre piadosísima y celestial bienhechora, la Virgen del Pilar, se divulgó rápidamente por toda la capital de Aragón el maravillosos e inaudito acontecimiento; e innumerable gente concurrió para ver a Miguel y admirar el soberano prodigio que en él se habría obrado; pues, como por espacio de dos años había estado pidiendo limosna a la puerta del templo del Pilar, muchos le conocían bien, y reconocían que era el mismo que antes andaba con dos muletas y con pierna de palo; y se llenaban de admiración al ver el grande prodigio que en él había obrado Nuestra Señora.

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Noticias Cristianas: «Historias para amar a la virgen. IV Parte: Historia, n.º 11».

Historias para amar, páginas 69-71

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Nota:

Posiblemente se trata del milagro más y mejor documentado de la historia de la cristiandad y uno de los pocos relacionados con la resurrección de la carne. Si queréis conocer más sobre el milagro de Calanda…

El Milagro de Calanda: información y recursos

El Milagro de Calanda: información y recursos

Decidimos, pronunciamos y declaramos que a Miguel Pellicer, natural de Calanda, de quien en este proceso se trata, le ha sido restituida milagrosamente su pierna derecha, que antes le habían cortado, y que tal restitución no ha sido obrada naturalmente, sino prodigiosa y milagrosamente, debiéndose juzgar tener por milagro, por haber concurrido en ella todas las circunstancias que el derecho exige para constituir un verdadero milagro, como por el presente lo atribuimos a milagro, y por tal milagro lo aprobamos, declaramos y autorizamos.

Sentencia del 27 de abril de 1641, firmada por D. Pedro de Apaolaza Ramírez, arzobispo de Zaragoza, conclusión del proceso canónico correspondiente que fue abierto el 5 de junio de 1640.

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El milagro de Calanda

Sucedió el milagro entre las 10 y las 11 de la noche del jueves 29 de marzo de 1640, en la villa aragonesa de Calanda y en la persona del joven Miguel Juan Pellicer, de 23 años.

Contaba el joven Miguel Juan Pellicer 19 años cuando, trabajando en Castellón de la Plana, cayó de un carro, cargado de trigo, que conducía, y una rueda le aplastó la pierna derecha. Pasó 5 días en el Hospital de Valencia y pidió ser llevado al Hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza.

Debido a este incidente, fue necesario amputarle dicha pierna, dos dedos más abajo de la rodilla, lo que se hizo en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia, en Zaragoza, por el cirujano D. Juan Estanga, siendo enterrada por el practicante Juan Lorenzo García.

Tras su convalecencia durante dos años en el Hospital citado, fue mendigo en la puerta del templo de Nuestra Señora del Pilar, de la que era muy devoto desde su niñez, ya que existía una ermita con su advocación en Calanda, y a la que se había encomendado antes y después de su operación, confesando y comulgando en su santuario. Cada día, Pellicer untaba el muñón de su pierna con el aceite de las lámparas que ardían ante la Virgen del Pilar mientras pedía limosna a la puerta del templo.

Vuelto a casa de sus padres, en Calanda, a primeros de marzo de 1640, el día 29 de ese mes, habiéndose acostado en la misma habitación de sus padres, por haber un soldado alojado en casa, lo encontraron ellos dormido media hora más tarde, con dos piernas, notándose en la restituida las mismas señales de un grano y unas cicatrices que tenía antes de su amputación.

Tras su curación, Miguel Juan volvió a viajar a Zaragoza para dar gracias a la Virgen del Pilar, y, a instancias del Ayuntamiento de la ciudad, se incoó en el arzobispado un proceso el 5 de junio de 1640, pronunciando sentencia afirmativa de curación milagrosa, el Arzobispo D. Pedro Apaolaza, asesorado por nueve teólogos y canonistas, el 27 de abril de 1641. Se conserva íntegro el texto de este proceso con las declaraciones de los 25 testigos que comparecieron.

El milagro se divulgó rápidamente por la Corte, y Pellicer fue recibido en Madrid por el Rey Felipe IV. Una relación en castellano sobre el Milagro, hecha en 1641 por el carmelita Fr. Jerónimo de San José y luego traducida al italiano, difundió la noticia por España, Italia y Sur de Francia. Sobre todo una Relación en latín, escrita por el médico alemán Pedro Neurath en 1642, luego traducida al francés, alemán y holandés, lo divulgó por toda Europa. El mismo Papa Urbano VIII fue informado personalmente por el P. jesuita aragonés F. Franco en 1642.

Entre los milagros, que, por definición, son todos excepciones de las leyes de la naturaleza, el de Calanda es, a su vez, excepcional; por eso las relaciones coetáneas lo calificaron de «milagro inaudito en todos los tiempos».

El Canónigo e Historiador zaragozano D. Tomás Domingo cuenta con una obra de reciente publicación titulada «El Milagro de Calanda» en la que detalla todo el proceso, testimonios, etc. y que supone toda una vida de recopilación de datos, documentos e investigación del milagro obrado por la Virgen del Pilar en la persona de Miguel Pellicer. El libro puede adquirirse en las librerías religiosas y en la propia tienda de la Basílica del Pilar.

Artículo original: El milagro de Calanda

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Más información sobre el milagro de Calanda en la Gran Enciclopedia Aragonesa

Más información sobre el milagro de Calanda en la web del Ayuntamiento de Calanda (Teruel)

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Nota: la imagen el artículo es un cuadro de Sor Isabel Guerra

Evangelio del día: Amarás a Dios con todo tu corazón

Evangelio del día: Amarás a Dios con todo tu corazón

Mateo 22, 34-40. Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario. Ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro del Éxodo, Éx 22, 20-26

Salmo: Sal 18(17), 2-3a.3bc-4.47.51a-51b

Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, Tes 1, 5c-10

Oración introductoria

Santísima Trinidad, no puedo verte, pero sé que estás en mí. Yo no puedo tocarte, pero sé que estoy en sus manos. No puedo comprenderte totalmente, pero te amo con todo mi corazón. No hay otra cosa más importante que amarte y amar a mi prójimo como a mí mismo. Ven e ilumina mi oración para viva de acuerdo a lo que creo.

Petición

Te suplico, Jesús, me des fe para darte siempre el lugar que te corresponde en mi vida y la gracia de poder vivir la caridad de tu Evangelio.

Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas:

La Palabra del Señor, que se acaba de proclamar en el Evangelio, nos ha recordado que el amor es el compendio de toda la Ley divina. El evangelista san Mateo narra que los fariseos, después de que Jesús respondiera a los saduceos dejándolos sin palabras, se reunieron para ponerlo a prueba (cf. Mt 22, 34-35). Uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» (Mt 22, 36). La pregunta deja adivinar la preocupación, presente en la antigua tradición judaica, por encontrar un principio unificador de las diversas formulaciones de la voluntad de Dios. No era una pregunta fácil, si tenemos en cuenta que en la Ley de Moisés se contemplan 613 preceptos y prohibiciones. ¿Cómo discernir, entre todos ellos, el mayor? Pero Jesús no titubea y responde con prontitud: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22, 37-38).

En su respuesta, Jesús cita el Shemá, la oración que el israelita piadoso reza varias veces al día, sobre todo por la mañana y por la tarde (cf. Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Nm 15, 37-41): la proclamación del amor íntegro y total que se debe a Dios, como único Señor. Con la enumeración de las tres facultades que definen al hombre en sus estructuras psicológicas profundas: corazón, alma y mente, se pone el acento en la totalidad de esta entrega a Dios. El término mente, diánoia, contiene el elemento racional. Dios no es solamente objeto del amor, del compromiso, de la voluntad y del sentimiento, sino también del intelecto, que por tanto no debe ser excluido de este ámbito. Más aún, es precisamente nuestro pensamiento el que debe conformarse al pensamiento de Dios.

Sin embargo, Jesús añade luego algo que, en verdad, el doctor de la ley no había pedido: «El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39). El aspecto sorprendente de la respuesta de Jesús consiste en el hecho de que establece una relación de semejanza entre el primer mandamiento y el segundo, al que define también en esta ocasión con una fórmula bíblica tomada del código levítico de santidad (cf. Lv 19, 18). De esta forma, en la conclusión del pasaje los dos mandamientos se unen en el papel de principio fundamental en el que se apoya toda la Revelación bíblica: «De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» (Mt 22, 40).

La página evangélica sobre la que estamos meditando subraya que ser discípulos de Cristo es poner en práctica sus enseñanzas, que se resumen en el primero y mayor de los mandamientos de la Ley divina, el mandamiento del amor.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Homilía del domingo, 26 de octubre de 2008

Propósito

Asistir a la celebración de la Eucaristía, preferentemente en familia, como la actividad más importante del domingo, el Día del Señor.

Diálogo con Cristo

No existe otro camino, para ser un seguidor de Cristo, que el del amor y el del servicio. Amar quiere decir servir, servir es amar y el amor de Dios está orientado a lograr una transformación en mí. Gracias, Señor, por el don de la fe y la gracia de tu amor.

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San Juan de Capistrano, el Santo de Europa, con recursos audiovisuales

San Juan de Capistrano, el Santo de Europa, con recursos audiovisuales

Juan es uno de los predicadores más famosos que ha tenido la Iglesia Católica, y fue conocido ya en su tiempo como «el Santo de Europa».

Nació en un pueblo llamado Capistrano, en la región montañosa de Italia, en 1386. Fue un estudiante sumamente consagrado a sus deberes y llegó a ser abogado y juez, y gobernador de Perugia. Pero en una guerra contra otra ciudad cayó prisionero. Tuvo un sueño en el que vió a san Francisco de Asís que le llamaba a entrar en la orden franciscana. En la cárcel se puso a meditar y se dio cuenta de que en vez de dedicarse a conseguir dinero, honores y dignidades en el mundo, era mejor dedicarse a conseguir la santidad y la salvación en una comunidad de religiosos, y entró de franciscano.

Como era muy vanidoso y le gustaba mucho aparecer, dispuso vencer su orgullo recorriendo la ciudad cabalgando en un pobre burro, pero montado al revés, mirando hacia atrás, y con un sombrero de papel en el cual había escrito en grandes letras: «Soy un miserable pecador». La gente le silbó y le lanzaron piedras y basura. Así llegó hasta el convento de los franciscanos a pedir que lo recibieran de religioso.

El Padre maestro de novicios dispuso ponerle pruebas muy duras para ver si en verdad este hombre de 30 años era capaz de ser religioso humilde y sacrificado. Lo humillaba sin compasión y lo dedicaba a los oficios más agotadores y humildes, pero Juan en vez de disgustarse le conservó una profunda gratitud por toda su vida, pues le supo formar un verdadero carácter, y lo preparó para enfrentarse valientemente a las dificultades de la vida. Él recordaba muy bien aquellas palabras de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda sin producir fruto, pero si muere producirá mucho fruto» (Jn 12, 24).

A los 33 años fue ordenado de sacerdote y luego, durante 40 años recorrió toda Europa predicando con enormes éxitos espirituales. Tuvo por maestro de predicación y por guía espiritual al gran san Bernardino de Siena, y formando grupos de seis y ocho religiosos se distribuyeron primero por toda Italia, y después por los demás países de Europa predicando la conversión y la penitencia.

Juan tenía que predicar en los campos y en las plazas porque el gentío tan enorme no cabía en las iglesias.

Su presencia de predicador era impresionante. Flaco, pálido, penitente, con voz sonora y penetrante; un semblante luminoso, y unos ojos brillantes que parecían traspasar el alma, conmovía hasta a los más indiferentes. La gente lo llamaba «el padre piadoso», «el santo predicador». Vibraba en la predicación de las verdades eternas. La gente al verlo y oírlo recordaba la figura austera de San Juan Bautista predicando conversión en las orillas del río Jordán. Y les repetía las palabras del Bautista: «Raza de víboras: tienen que producir frutos de conversión. Porque ya está el hacha de la justicia divina junto a la vida de cada uno, y árbol que no produce frutos de obras buenas será cortado y echado al fuego» (Lc 3, 7).

Muchos pedían a gritos la confesión, prometiendo cambiar de vida y estallaban en llanto de arrepentimiento. Las gentes traían sus objetos de superstición y los libros de brujería y otros juegos y los quemaban en públicas hogueras en la mitad de las plazas. Muchos jóvenes al oírlo predicar se proponían irse de religiosos. En Alemania consiguió 120 jóvenes para las comunidades religiosas y en Polonia 130. Sus sermones eran de dos y tres horas, pero a los oyentes se les pasaba el tiempo sin darse cuenta. Atacaba sin miedo a los vicios y malas costumbres, y muchísimos, después de escucharle, dejaban sus malas amistades y las borracheras. Después de predicar se iba a visitar enfermos, y con sus oraciones y su bendición sacerdotal obtenía innumerables curaciones.

Juan convertía pecadores no sólo por su predicación tan elocuente y fuerte, sino por su gran espíritu de penitencia. Dormía pocas horas cada noche. Vestía siempre trajes sumamente pobres. Comía muy poco, y siempre alimentos burdos y nunca comidas finas ni especiales. Una artritis muy dolorosa lo hacía cojear y dolores muy fuertes de estómago lo hacían retorcerse, pero su rostro era siempre alegre y jovial. En su cuerpo era débil pero en su espíritu era un gigante. Después de muerto reunieron los apuntes de los estudios que hizo para preparar sus sermones y suman 17 gruesos volúmenes.

La Comunidad Franciscana lo eligió por dos veces como Vicario General, y aprovechó este altísimo cargo para tratar de reformar la vida religiosa de los franciscanos, llegando a conseguir que en toda Europa esta Orden religiosa llegara a un gran fervor.

Muchos se le oponían a sus ideas de reformar y de volver más fervorosos a los religiosos. Y lo que más lo hacía sufrir era que la oposición venía de sus mismos colegas en el apostolado. Se cumplía en él lo que dice el Salmo: «Aquel que comía conmigo el pan en la misma mesa, se ha declarado en contra de mí».

Pero esas incomprensiones le sirvieron para no dedicarse a buscar las alabanzas de las gentes, sino las felicitaciones de Dios. Él repetía la frase de san Pablo: «Si lo que busco es agradar a la gente, ya no seré siervo de Cristo».

Juan tenía unas dotes nada comunes para la diplomacia. Era sabio, era prudente, y medía muy bien sus juicios y sus palabras. Había sido juez y gobernador y sabía tratar muy bien a las personas. Por eso cuatro Pontífices (Martín V, Eugenio IV, Nicolás V y Calixto III) lo emplearon como embajador en muchas y muy delicadas misiones diplomáticas y con muy buenos resultados. Tres veces le ofrecieron los Sumos Pontífices nombrarlo obispo de importantes ciudades, pero prefirió seguir siendo humilde predicador, pobre y sin títulos honoríficos.

Cuarenta años llevaba Juan predicando de ciudad en ciudad y de nación en nación, con enormes frutos espirituales, cuando a la edad de 70 años lo llamó Dios a que le colaborara en la liberación de sus católicos en Hungría. Y fue de la siguiente manera.

En 1453 los turcos musulmanes se habían apoderado de Constantinopla, y se propusieron invadir a Europa para acabar con el cristianismo. Y se dirigieron a Hungría. Las noticias que llegaban de Serbia, nación invadida por los turcos, eran impresionantes. Crueldades salvajes contra los que no quisieran renegar de la fe en Cristo, y destrucción de todo lo que fuera cristiano católico. Entonces Juan se fue a Hungría y recorrió toda la nación predicando al pueblo, incitándolo a salir entusiasta en defensa de su santa religión. Las multitudes respondieron a su llamado, y pronto se formó un buen ejército de creyentes.

Los musulmanes llegaron cerca de Belgrado con 200 cañones, una gran flota de barcos de guerra por el río Danubio, y 50.000 terribles jenízaros de a caballo, armados hasta los dientes. Los jefes católicos pensaron en retirarse porque eran muy inferiores en número. Pero fue aquí cuando intervino Juan de Capistrano. El gran misionero salvó a la ciudad de Bucarest de tres modos.

El primero, convenciendo al jefe católico Hunyades a que atacara la flota turca que era mucho más numerosa. Atacaron y salieron vencedores los católicos.

El segundo, fue cuando ya los católicos estaban dispuestos a abandonar la fortaleza de la ciudad y salir huyendo. Entonces Juan se dedicó a animarlos, llevando en sus manos una bandera con una cruz y gritando sin cesar: Jesús, Jesús, Jesús. Los combatientes cristianos se llenaron de valor y resistieron heroicamente. Y el tercer modo, fue cuando ya Hunyades y sus generales estaban dispuestos a abandonar la ciudad, juzgando la situación insostenible, ante la tremenda desproporción entre las fuerzas católicas y las enemigas, Juan recorrió todos los batallones gritando entusiasmado: «Creyentes valientes, todos a defender nuestra santa religión». Entonces los católicos dieron el asalto final y derrotaron totalmente a los enemigos que tuvieron que abandonar aquella región.

Jamás empleó armas materiales. Sus armas eran la oración, la penitencia y la fuerza irresistible de su predicación.

Las gentes decían que aquellos cuarteles de guerreros más parecían casas de religiosos que campamentos militares, porque allí se rezaba y se vivía una vida llena de virtudes. Todos los capellanes celebraban cada día la santa misa y predicaban. Muchísimos soldados se confesaban y comulgaban. Y los militares repetían en sus batallones: «Tenemos un capellán santo. Hay que portarse de manera digna de este gran sacerdote que nos dirige. Si nos portamos mal no vamos a conseguir victorias sino derrotas». Y los oficiales afirmaban: «Este padrecito tiene más autoridad sobre nuestros soldados, que el mismo jefe de la nación».

Mientras los católicos luchaban con las armas en Hungría, el Sumo Pontífice hacía rezar en todo el mundo el Ángelus (o tres Avemarías diarias) por los guerreros católicos y la Santísima Virgen consiguió de su Hijo una gran victoria. Con razón en Budapest le levantaron una gran estatua a san Juan de Capistrano, porque salvó la ciudad de caer en manos de los más crueles enemigos de nuestra santa religión.

Y sucedió que la cantidad de muertos en aquella descomunal batalla fue tan grande, que los cadáveres dispersados por los campos llenaron el aire de putrefacción y se desató una furiosa epidemia de tifus. San Juan de Capistrano había ofrecido a Dios su vida con tal de conseguir la victoria contra los enemigos del catolicismo, y Dios le aceptó su oferta. El santo se contagió de tifus y, como estaba tan débil a causa de tantos trabajos y de tantas penitencias, murió el 23 de octubre de 1456.

Artículo original en Amor Eterno

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Nuestro santo en la red

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Estampa de san Juan de Capistrano

Estampa de san Juan de Capistrano

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Recursos audiovisuales

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Catequesis «¡Somos novios!»

Catequesis «¡Somos novios!»

Es importante preguntarse si es posible amarse «para siempre». Ésta es una pregunta que debemos hacer: ¿es posible amarse «para siempre»? Muchas personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas. Un joven decía a su obispo: «Yo quiero llegar a ser sacerdote, pero sólo por diez años». Tenía miedo a una opción definitiva. Pero es un miedo general, propio de nuestra cultura. Hacer opciones para toda la vida, parece imposible. Hoy todo cambia rápidamente, nada dura largamente. Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan para el matrimonio a decir: «estamos juntos hasta que dura el amor», ¿y luego? Muchos saludos y nos vemos. Y así termina el matrimonio. ¿Pero qué entendemos por «amor»? ¿Sólo un sentimiento, uno estado psicofísico? Cierto, si es esto, no se puede construir sobre ello algo sólido. Pero si en cambio el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos incluso decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios.

SS Francisco, Discurso a las parejas de novios que se preparan para el matrimonio, Plaza de San Pedro, viernes, 14 de febrero de 2014.

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Os presentamos esta sesión de catequesis para novios elaborada por Javier González Ramírez orientada a los jóvenes. En ella se pretende que los asistentes descubran el sentido cristiano del noviazgo, para los que se propone al catequista u orientador una dinámica, una charla, una serie de compromisos y otros materiales para que sean meditados por los asistentes a la sesión. Este material ha sido publicado en el libro titulado Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 1 por la Editorial San Pablo y lo ofrece la Pastoral Juvenil de Monterrey (México), para su uso sin ánimo de lucro.

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1. Objetivo

Descubrir el sentido cristiano del noviazgo.

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2. Dinámica: «Puntos de vista»

Partimos de la experiencia

A. Grupos pequeños

Se le encomienda a cada grupo un tema de reflexión sobre el noviazgo para que den sus puntos de vista. Sugerimos cuatro temas de reflexión con las siguientes preguntas:

Tema 1: El sentido cristiano del noviazgo

  • ¿Cuál es la preocupación fundamental de los novios durante el noviazgo?
  • ¿Qué es lo que más les interesa?
  • ¿Creen que el noviazgo sea un tiempo importante en la vida de los jóvenes? ¿Por qué?
  • ¿Qué sentido tiene el noviazgo?

Tema 2: La edad y la duración del noviazgo

  • ¿A qué edad conviene tener novio?
  • ¿Qué opinan de los que se casan a los dos o tres meses de novios?
  • ¿Qué opinan de los que duran muchos años de novios?

Tema 3: La elección de novio(a)

  • ¿Qué criterios se siguen generalmente para la elección del novio(a)?
  • ¿Qué cualidades debe tener el novio(a)?
  • ¿Es importante hacer una buena elección? ¿Por qué?

Tema 4: el noviazgo y los padres de familia

  • ¿Qué errores cometen frecuentemente los padres de familia con sus hijos que tienen novios?
  • ¿Qué deberían hacer los padres de familia durante el noviazgo de sus hijos?

B. Plenario

Cada grupo expone el tema que reflexionó al resto de los participantes. Al final se pueden hacer preguntas, aclaraciones y comentarios sobre los temas tratados.

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3. Buscamos luz sobre el tema

Charla: sentido cristiano del noviazgo

El noviazgo no es un pasatiempo o una diversión; es una etapa importante en la vida de los jóvenes.

A. El noviazgo es un tiempo para conocerse

  • El noviazgo es una escuela en la que los novios han de aprender a conocerse. Un conocimiento profundo que va más allá de las apariencias. Conocerse como son, con sus cualidades y defectos.
  • Conocerse para saber tratarse y comprenderse, no obstante que sean diferentes. Conocerse para ayudarse mutuamente, para compartir con confianza los anhelos, proyectos, esperanzas y temores. Conocerse para que midan si pueden o no contraer el importante compromiso de formar responsablemente un hogar.
  • Los novios deberían aprovechar sus encuentros y salidas para conocerse más: conocer la forma de ser y de pensar del otro, conocer su familia, sus amigos, etc.

B. El noviazgo es un tiempo para amarse

  • Por el amor los novios se sienten atraídos y empiezan a relacionarse. Este amor tiene su origen en Dios, que es la fuente del amor. El noviazgo es una llamada de Dios a vivir el amor en su dimensión humana y cristiana. -Un amor que no es egoísmo. Un amor que se traduce en respeto, generosidad, servicio, sacrificio.
  • Desgraciadamente muchos consideran el noviazgo como una aventura amorosa, como un flirteo, donde lo único que predomina es el coqueteo, el placer y la pasión. Son noviazgos de diversión y entretenimiento que no fomentan el amor verdadero.

C. El noviazgo es un tiempo de preparación para el matrimonio

  • La meta del noviazgo es el matrimonio. En el noviazgo se construye el amor que ha de unir a los esposos para toda la vida.
  • La felicidad del hogar se fragua en el noviazgo. El noviazgo es, por tanto, un compromiso serio y trascendente que nunca debe tomar. se a la ligera.
  • Un problema: la edad para el noviazgo. Si la meta del noviazgo es el matrimonio, no tiene sentido el noviazgo de adolescentes. El noviazgo exige madurez y reflexión.
  • Otro problema: la elección del novio(a). Muchos problemas de la vida matrimonial arrancan de no haber elegido bien al novio.
  • Para elegir al novio no hay que quedarse en los aspectos externos (dinero, belleza física, etc.); hay que fijarse en las cualidades del corazón (comprensión, espíritu de trabajo, capacidad de diálogo, servicialidad, religiosidad, etc.).

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4. Nos comprometemos

Compromisos

  • Tomar el noviazgo con seriedad y formalidad.
  • Saber elegir al novio(a).
  • No «jugar» con los sentimientos de las personas.
  • «Meter a Dios en el noviazgo»: Ir a Misa juntos, orar juntos, hacer un apostolado común, etc.

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5. Materiales complementarios

Poema «En-amor-a-dos»

Señor, tu amor nos invade.
Te haces presente en el agua, en la flor,
en la música, en el aire, en la luz…
Un día tu amor, tu amor de enamorado, llegó al colmo;
te hiciste hombre como nosotros.
¡Una sola carne con nosotros!
Acertaste. ¡Vaya que acertaste!
Has logrado que quien se enamore de ti
te vea en todas partes, te sienta en todo.

Tu amor fue una locura, y tu locura ha contagiado.
Nos amas con todo el corazón, con toda el alma,
con todo tu ser… ¡Y así te gusta que nos amemos!
En esto del amor sí que diste en el clavo.
Diste contento a todos, nos nivelaste a todos…
¡Todos podemos amar a tope
sin pisar los derechos de nadie!

¡Qué maravilla es el hombre! ¡Qué maravilla la mujer!
El amor entre los dos
es lo más grandioso que has hecho.
Lo más maravilloso de cada uno.
Lo más maravilloso de los dos en uno.
Lo más maravilloso de ti… en cada uno.

En los dos hecho uno…
Para dos que se aman así, todo y nada es banal,
todo les parece inútil e importante,
todo lo ven desde su amor.

Cuando dos se dicen «te quiero»,
tu repites lo de «hágase la luz»,
y das, como beso de amor, un nuevo soplo de vida.
Y ríes a carcajadas. Y palmoteas de satisfacción.
Es que lo que mejor te ha salido de todo es el amor.

Y sueñas, siempre sueñas en el amor.
Te dices a ti mismo: en mi siembra de amor,
empezarán en-amor-a-dos.
Y cuando lo hayan experimentado plenamente
seguirán en-amor-a-(to)dos…
Y siempre, siempre en-amor a-d(i)os.

Quizás, algún día, Señor, veamos en cada árbol
miles de corazones, flechas, nombres…
y en medio tú.

Nunca te pondrás celoso
porque el hombre y la mujer se quieran tanto,
hasta la pasión, si su amor es verdadero.

Seguro que te gusta, Señor. Lo que no te gusta
es que pongamos alambradas al corazón
Señor, acrecienta el amor de los que se aman.
Y, a todos, haznos amar a los otros,
a las cosas, a Ti, con corazón… de enamorados.

Alfonso Francia.

Plegaria de los novios

Somos novios; Señor, y nos queremos mucho. Hace tiempo nos encontramos y nos reconocimos, como si siempre nos hubiéramos buscado.

Qué experiencia maravillosa, para cada uno, sentirse elegido, preferido sin saber de todo por qué.

Sentimos tu presencia, Señor, y te damos gracias por haber hecho posible este amor.

Queremos no olvidarte:
para que seamos abiertos y sinceros;
para que busquemos el bien y la alegría del otro con comprensión;
para que nos esforcemos en cambiar
y ofrecemos cada uno lo mejor de sí mismo;
para que el deseo y la pasión no ahoguen el amor;
para que juntos forjemos un ideal-vocación
para la vida y nos unamos para alcanzarlo.

Un día, Señor, pensamos sellar para siempre nuestro amor con el sacramento del matrimonio. Que nuestro noviazgo sea un camino de maduración y seamos conscientes del compromiso mutuo que asumiremos.

Amén.

Decálogo de los novios

  1. Amarse de todo corazón sin excluir a Dios y a los demás.
  2. No tomar en vano el nombre del amor, ni profanarlo con el egoísmo.
  3. Santificar el noviazgo con miras a un hogar humano y santo.
  4. Seguir amando a los padres, pero sin dejarlos que lancen dardos que hieren y separan.
  5. No matar la ilusión de la paternidad responsable, ni dejarse ilusionar por nada extra matrimonial que divida y disuelva el mutuo amor.
  6. Conservar la castidad propia del noviazgo, que prepare para la castidad matrimonial.
  7. No robar modelos imperfectos y podridos de la pantalla, de las novelas, de la vida real.
  8. No creer calumnias ni chismes que destruyen el hogar, separan los corazones, y terminan separando los cuerpos de los esposos.
  9. No desear sino lo que acerca y une, y buscar cuanto da fuerza y santifica el amor y la unión entre los esposos con los hijos y con todos.
  10. No codiciar ni aspirar a más de lo que da la vida y puede brotar de la realidad económica y física del propia matrimonio.

Javier González Ramírez:
Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 1,
Tema 10
, Editorial San Pablo.