por Catequesis en Familia | 15 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 13, 1-9. Sábado de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. ¡Somos pecadores! Y frente al arrepentimiento, la justicia de Dios se transforma en misericordia y perdón… pero es necesario avergonzarse de los pecados.
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios. El respondió: «¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera». Les dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y nos encontró. Dijo entonces al viñador: «Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y nos encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?». Pero él respondió: «Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 4, 7-16
Salmo: Sal 122(121), 1-5
Oración introductoria
Padre, nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para nosotros.
Petición
Jesús, gracias por darme la oportunidad de mejorar, de servirte, de amarte. Dame tu gracia para luchar cada día por dar fruto.
Meditación del Santo Padre Francisco
No es fácil entender este comportamiento de la misericordia, porque estamos acostumbrados a juzgar: no somos personas que dan espontáneamente un poco de espacio a la comprensión y también a la misericordia. Para ser misericordiosos son necesarias dos actitudes. La primera es el conocimiento de sí mismos: saber que hemos hecho muchas cosas malas: ¡somos pecadores! Y frente al arrepentimiento, la justicia de Dios… se transforma en misericordia y perdón. Pero es necesario avergonzarse de los pecados.
Es verdad, ninguno de nosotros ha matado a nadie, pero hay muchas cosas pequeñas, muchos pecados cotidianos, de todos los días… Y cuando uno piensa: «¡Pero qué corazón tan pequeño: ¡He hecho esto contra el Señor!» ¡Y se avergüenza! Avergonzarse ante Dios y esta vergüenza es una gracia: es la gracia de ser pecadores. «Soy pecador y me avergüenzo ante Ti y te pido perdón». Es sencillo, pero es tan difícil decir: «He pecado».
Santo Padre Francisco
Homilía del lunes, 17 de marzo de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
«Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el reino de los cielos» hemos proclamado antes del Evangelio de este [día], que nos presenta el tema fundamental de […] la invitación a la conversión de nuestra vida y a realizar obras de penitencia dignas. Jesús, como hemos escuchado, evoca dos episodios de sucesos: una represión brutal de la policía romana dentro del templo (cf. Lc 13, 1) y la tragedia de dieciocho muertos al derrumbarse la torre de Siloé (v. 4). La gente interpreta estos hechos como un castigo divino por los pecados de sus víctimas, y, considerándose justa, cree estar a salvo de esa clase de incidentes, pensando que no tiene nada que convertir en su vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo» (vv. 2-3). E invita a reflexionar sobre esos acontecimientos, para un compromiso mayor en el camino de conversión, porque es precisamente el hecho de cerrarse al Señor, de no recorrer el camino de la conversión de uno mismo, que lleva a la muerte, la del alma. […] Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio de rumbo a nuestra existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algunas cosas en nuestro modo de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos llama a ello no con una severidad sin motivo, sino precisamente porque está preocupado por nuestro bien, por nuestra felicidad, por nuestra salvación. Por nuestra parte, debemos responder con un esfuerzo interior sincero, pidiéndole que nos haga entender en qué puntos en particular debemos convertirnos.
La conclusión del pasaje evangélico retoma la perspectiva de la misericordia, mostrando la necesidad y la urgencia de volver a Dios, de renovar la vida según Dios. Refiriéndose a un uso de su tiempo, Jesús presenta la parábola de una higuera plantada en una viña; esta higuera resulta estéril, no da frutos (cf. Lc 13, 6-9). El diálogo entre el dueño y el viñador, manifiesta, por una parte, la misericordia de Dios, que tiene paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la conversión; y, por otra, la necesidad de comenzar en seguida el cambio interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la misericordia de Dios nos da para superar nuestra pereza espiritual y corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del domingo, 7 de marzo de 2010
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia
La realidad del pecado
386 El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.
387 La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
El pecado original: una verdad esencial de la fe
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta historia que sólo se manifiesta a la luz de la muerte y de la resurrección de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito, enviado por Cristo resucitado, es quien vino «a convencer al mundo en lo referente al pecado» (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
389 La doctrina del pecado original es, por así decirlo, «el reverso» de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo (cf. 1 Cor 2,16) sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Dirijamos hacia Dios nuestra vida y preocupémonos más por nuestra propia conversión.
Diálogo con Cristo
No hay excusas, la lección de la parábola es clara. Cuando el Creador viene a buscar frutos, es porque es tiempo de que haya frutos. No se trata de aparentar o verse bien, sino haber producido los frutos de acuerdo al plan de Dios. Gracias, Jesús, por interceder por mí y darme otra oportunidad para que, con la gracia de la Eucaristía, pueda rectificar lo que deba cambiar en mi vida y aspirar a la eficacia apostólica, donde es necesario morir a mi propia comodidad para dar fruto.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 15 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 54-59. Viernes de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. Tengan en cuenta que, cada vez que intentamos leer en la realidad actual los signos de los tiempos, es conveniente escuchar a los jóvenes y a los ancianos.
Dijo también a la multitud: «Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 4, 1-6
Salmo: Sal 24(23), 1-6
Oración introductoria
Padre, te pedimos que al escuchar tus palabras, nos des la gracia que nos permite esperar y encaminarnos llenos de confianza a Tu encuentro, como Juez, como nuestro «abogado».
Petición
Jesús, te pedimos que nos des la gracia de ser capaces de leer los signos de los tiempos, de discernir lo esencial de lo accidental y de conocer la solidez de Tu doctrina y ponerla en práctica.
Meditación del Santo Padre Francisco
[…] no he intentado ofrecer un diagnóstico completo, pero invito a las comunidades a completar y enriquecer estas perspectivas a partir de la conciencia de sus desafíos propios y cercanos. Espero que, cuando lo hagan, tengan en cuenta que, cada vez que intentamos leer en la realidad actual los signos de los tiempos, es conveniente escuchar a los jóvenes y a los ancianos. Ambos son la esperanza de los pueblos. Los ancianos aportan la memoria y la sabiduría de la experiencia, que invita a no repetir tontamente los mismos errores del pasado. Los jóvenes nos llaman a despertar y acrecentar la esperanza, porque llevan en sí las nuevas tendencias de la humanidad y nos abren al futuro, de manera que no nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual. Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada. ¡No nos dejemos robar la fuerza misionera!
Santo Padre Francisco
Exhortación Apostólica EVANGELII GAUDIUM
sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, n.º 108-109
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
«Porque Dios —escribe san Juan— no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». San Agustín comenta: «El médico, por lo que le concierne, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico, se arruina a sí mismo. El Salvador vino al mundo… Si tú no quieres ser salvado por él, te juzgarás por ti mismo». Así pues, si infinito es el amor misericordioso de Dios, que ha llegado al punto de dar a su Hijo único como rescate de nuestra vida, grande es también nuestra responsabilidad: cada uno, por tanto, debe reconocer que está enfermo para poder ser sanado; cada uno debe confesar su propio pecado, para que el perdón de Dios, ya dado en la Cruz, pueda tener efecto en su corazón y en su vida. San Agustín escribe: «Dios condena tus pecados; y si tú los condenas, te unes a Dios… Cuando comienzas a detestar lo que has hecho, entonces comienzan tus buenas obras, porque condenas tus malas obras. Las buenas obras comienzan con el reconocimiento de las malas obras».
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 18 de marzo de 2012
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
V El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los «últimos tiempos», el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de Pentecostés, Tropario 4)
El Espíritu Santo, el don de Dios
733 «Dios es Amor» (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor «Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
735 Él nos da entonces las «arras» o las «primicias» de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar «como él nos ha amado» (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos «recibido una fuerza, la del Espíritu Santo» (Hch 1, 8).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos «el fruto del Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza»(Ga 5, 22-23). «El Espíritu es nuestra Vida»: cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más «obramos también según el Espíritu» (Ga 5, 25):
«Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, paraconducirlos a la comunión con Dios, para que den «mucho fruto» (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
«Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí […] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual» (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la Segunda parte del Catecismo).
740 Estas «maravillas de Dios», ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será el objeto de la Tercera parte del Catecismo).
741 «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la Cuarta parte del Catecismo).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Pidamos al que es Justísimo, el don de la verdadera justicia y Él que brilla en justicia y verdad no tardará en donárnosla con amor.
Diálogo con Cristo
Señor, no son coincidencias ni suerte sino tu Providencia la que continuamente me da las señales para vivir un estilo de vida orante y vigilante, centrado en el amor a Cristo. Tu voluntad se manifiesta en los mandamientos, en la ley natural, en mis obligaciones de estado, en la voz de mi conciencia, en las circunstancias de la vida. Ayúdame a cumplirla porque ésa es la manera más sincera de amarte.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 15 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 49-53. Jueves de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. ¿Qué significa traer división al mundo? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental… vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión: la fe comporta elegir a Dios como criterio fundamental de la vida.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 3, 14-21
Salmo: Sal 33(32), 1-2.4-5.11-12.18-19
Oración introductoria
Padre, es estos momentos de oración, te pedimos que el fuego de Tu amor arda en nuestros corazones.
Petición
Dios mio, te pedimos el don de la caridad, de un amor apasionado a Cristo que traiga la guerra a las fuerzas que quieren destruir la verdadera paz en la tierra.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
[…] Jesús dice a los discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división» (Lc 12, 51). ¿Qué significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).
Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza, de hecho, el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente lo contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. ¡Fe y violencia son incompatibles! ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio, fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento, pero es fuerte. ¿Con qué fortaleza? La de la mansedumbre, la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.
Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cf. Mc 3, 20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 1, 14). Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cuesta.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 18 de agosto de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En el evangelio de este [día] hay una expresión de Jesús que siempre atrae nuestra atención y hace falta comprenderla bien. Mientras va de camino hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en cruz, Cristo dice a sus discípulos: «¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división». Y añade: «En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lc 12, 51-53). Quien conozca, aunque sea mínimamente, el evangelio de Cristo, sabe que es un mensaje de paz por excelencia; Jesús mismo, como escribe san Pablo, «es nuestra paz» (Ef 2, 14), muerto y resucitado para derribar el muro de la enemistad e inaugurar el reino de Dios, que es amor, alegría y paz. ¿Cómo se explican, entonces, esas palabras suyas? ¿A qué se refiere el Señor cuando dice —según la redacción de san Lucas— que ha venido a traer la «división», o —según la redacción de san Mateo— la «espada»? (Mt 10, 34).
Esta expresión de Cristo significa que la paz que vino a traer no es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal. El combate que Jesús está decidido a librar no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás. Quien quiera resistir a este enemigo permaneciendo fiel a Dios y al bien, debe afrontar necesariamente incomprensiones y a veces auténticas persecuciones.
Por eso, todos los que quieran seguir a Jesús y comprometerse sin componendas en favor de la verdad, deben saber que encontrarán oposiciones y se convertirán, sin buscarlo, en signo de división entre las personas, incluso en el seno de sus mismas familias. En efecto, el amor a los padres es un mandamiento sagrado, pero para vivirlo de modo auténtico no debe anteponerse jamás al amor a Dios y a Cristo. De este modo, siguiendo los pasos del Señor Jesús, los cristianos se convierten en «instrumentos de su paz», según la célebre expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con el bien (cf. Rm 12, 21) y pagando personalmente el precio que esto implica.
La Virgen María, Reina de la paz, compartió hasta el martirio del alma la lucha de su Hijo Jesús contra el Maligno, y sigue compartiéndola hasta el fin de los tiempos. Invoquemos su intercesión materna para que nos ayude a ser siempre testigos de la paz de Cristo, sin llegar jamás a componendas con el mal.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Audiencia General del miércoles, 15 de junio de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III Las características de la fe
La fe es una gracia
153 Cuando san Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido «de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por Él. «Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con los auxilios interiores del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede «a todos gusto en aceptar y creer la verdad»» (DV 5).
La fe es un acto humano
154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es todavía menos contrario a nuestra dignidad «presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela» (Concilio Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con Él.
155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: «Creer es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante la gracia» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q. 2 a. 9; cf. Concilio Vaticano I: DS 3010).
La fe y la inteligencia
156 El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación» (ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Concilio Vaticano I: DS 3008-3010).
157 La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero «la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural» (Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.171, a. 5, 3). «Diez mil dificultades no hacen una sola duda» (J. H. Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).
158 «La fe trata de comprender» (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, proemium: PL 153, 225A) es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre «los ojos del corazón» (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, «para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones» (DV 5). Así, según el adagio de san Agustín (Sermo 43,7,9: PL 38, 258), «creo para comprender y comprendo para creer mejor».
159 Fe y ciencia. «A pesar de que la fe esté por encima de la razón, jamás puede haber contradicción entre ellas. Puesto que el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe otorga al espíritu humano la luz de la razón, Dios no puede negarse a sí mismo ni lo verdadero contradecir jamás a lo verdadero» (Concilio Vaticano I: DS 3017). «Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nunca estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que, sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son» (GS 36,2).
La libertad de la fe
160 «El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe ser obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza» (DH 10; cf. CDC, can.748,2). «Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados en conciencia, pero no coaccionados […] Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús» (DH 11). En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó jamás a nadie. «Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino […] crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él» (DH 11).
La necesidad de la fe
161 Creer en Cristo Jesús y en Aquel que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40 e.a.). «Puesto que «sin la fe… es imposible agradar a Dios» (Hb 11,6) y llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella, y nadie, a no ser que «haya perseverado en ella hasta el fin» (Mt 10,22; 24,13), obtendrá la vida eterna» (Concilio Vaticano I: DS 3012; cf. Concilio de Trento: DS 1532).
La perseverancia en la fe
162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; san Pablo advierte de ello a Timoteo: «Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe» (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe «actuar por la caridad» (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rm 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.
La fe, comienzo de la vida eterna
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios «cara a cara» (1 Co 13,12), «tal cual es» (1 Jn3,2). La fe es, pues, ya el comienzo de la vida eterna:
«Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como reflejadas en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día» ( San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto15,36: PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, S.Th., 2-2, q.4, a.1, c).
164 Ahora, sin embargo, «caminamos en la fe y no […] en la visión» (2 Co 5,7), y conocemos a Dios «como en un espejo, de una manera confusa […], imperfecta» (1 Co 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18); la Virgen María que, en «la peregrinación de la fe» (LG 58), llegó hasta la «noche de la fe» (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 17) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: «También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Hb 12,1-2).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Todas las actividades y oraciones de este día, ofrecerlas por aumentar ese amor a Cristo en nuestros corazones y que ese fuego encendido ilumine a nuestra familia, compañeros y amigos.
Diálogo con Cristo
Santísima Trinidad, gracias por esta oración y por el don de mi bautismo. Esa chispa de vida divina que recibí debe estar en continuo crecimiento. No quiero que las presiones externas o mi propia debilidad, me lleven a la mediocridad o la indiferencia que puede apagar esta luz. Te agradezco mi familia y te suplico que nunca permitas que yo sea piedra de tropiezo en su fe. Dame la sabiduría para saber cuándo hablar y cuándo quedarme callado.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 15 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 39-48. Miércoles de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. El Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza vayamos adelante en nuestro camino.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Entiéndalo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada». Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?». El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: «Mi señor tardará en llegar», y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 3, 2-12
Salmo (tomado del Libro de Isaías): Is 12, 2-6
Oración introductoria
Padre ayúdanos a vivir nuestras vidas de modo que dejemos espacio al Espíritu en un mundo que quiere olvidar a Dios, rechazarlo incluso en nombre de un falso concepto de libertad.
Petición
Dios mío, ayúdame a usar los dones que se se me han dado.
Meditación del Santo Padre Francisco
La amistad de Jesús con nosotros, su fidelidad y su misericordia son el don inestimable que nos anima a continuar con confianza en el seguimiento a pesar de nuestras caídas, nuestros errores, incluso nuestras traiciones. Pero esta bondad del Señor no nos exime de la vigilancia frente al tentador, al pecado, al mal y a la traición que pueden atravesar también la vida sacerdotal y religiosa. Todos estamos expuestos al pecado, al mal, a la traición. Advertimos la desproporción entre la grandeza de la llamada de Jesús y nuestra pequeñez, entre la sublimidad de la misión y nuestra fragilidad humana. Pero el Señor, en su gran bondad y en su infinita misericordia, nos toma siempre de la mano, para que no perezcamos en el mar de la aflicción. Él está siempre a nuestro lado, no nos deja nunca solos. Por tanto, no nos dejemos vencer por el miedo y la desesperanza, sino que con entusiasmo y confianza vayamos adelante en nuestro camino y en nuestra misión.
Santo Padre Francisco
Discurso del lunes, 26 de mayo de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
La Palabra de Dios nos advierte de la fugacidad de la existencia terrenal y nos invita a vivirla como una peregrinación, manteniendo la mirada en la meta, en aquél Dios que nos ha creado y, porque nos ha hecho para sí, es nuestro destino último y el sentido de nuestro vivir. Paso obligado para llegar a tal realidad definitiva es la muerte, seguida del juicio final. El apóstol Pablo recuerda que «el día del Señor vendrá como un ladrón de noche», es decir sin previo aviso. La conciencia del retorno glorioso del Señor Jesús nos impulsa a vivir en una actitud de vigilancia, esperando su manifestación en la constante memoria de su primera venida. […] ¡Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos llaman las Escrituras! Es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual todo otro don es vano.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 13 de noviembre de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. La misericordia y el pecado
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: “Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: “Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).
1847 Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
1848 Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado:
«La conversión exige el reconocimiento del pecado, supone el juicio interior de la propia conciencia, y éste, puesto que es la comprobación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: “Recibid el Espíritu Santo”. Así, pues, en este “convencer en lo referente al pecado” descubrimos una «doble dádiva»: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito» (DeV 31).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Tenemos que salvar el mundo, sí, pero ¿cómo?, cada uno de una forma diferente que ha de descubrir con la oración y la lucha.
Diálogo con Cristo
Padre mío, ayúdame a ser un servidor fiel y prudente. Me has dado unos talentos que implican gran responsabilidad. Te pido perdón por todas las veces en que no he sabido corresponder a tu confianza. Te prometo que me esforzaré por ser un buen discípulo y misionero de tu amor; sé que con tu gracia puedo ser fiel y servir a todos aquellos que has puesto a mi cuidado.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 15 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 10, 1-9. Fiesta de San Lucas, apóstol y evangelista. Al Igual que el apóstol, para todos los cristianos también «es necesario que Él crezca y yo disminuya».
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa. En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan; curen a sus enfermos y digan a la gente: «El Reino de Dios está cerca de ustedes».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Segunda Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 4, 9-17a
Salmo: Sal 145(144), 10-13.17-18
Oración introductoria
Padre, que san Lucas, modelo de entrega a la predicación del Evangelio hasta la muerte, nos ayude a llevar a todas las almas al conocimiento de Cristo.
Petición
San Lucas, ayúdamos a seguir tu ejemplo y acercarnos a la Virgen, que sea Ella quien nos ayude a conocer más a Jesús.
Meditación del Santo Padre Francisco
Una peregrinación singular es la que indicó el Papa Francisco durante la misa celebrada el viernes 18 de octubre por la mañana en Santa Marta. Es la visita a las residencias donde se hospedan sacerdotes y religiosas ya ancianos. Se trata de auténticos «santuarios de apostolicidad y de santidad —dijo el Obispo de Roma— que tenemos en la Iglesia», por lo tanto adonde vale la pena ir como «en peregrinación». Esta indicación fue el punto de llegada de una reflexión que partió de la comparación entre las lecturas de la liturgia del día: el pasaje del Evangelio de Lucas (10, 1-9) —en el que se relata «el inicio de la vida apostólica», cuando los discípulos fueron llamados y eran «jóvenes, fuertes y alegres»— y el pasaje de la segunda carta de san Pablo a Timoteo (4, 10-17) en el que el apóstol, ya cercano al «ocaso de su existencia», profundiza sobre el «final de la vida apostólica». De esta comparación se entiende —explicó el Papa— que todo «apóstol tiene un inicio alegre, entusiasta, con Dios dentro; pero no se le ahorra el ocaso». Y —confió— «a mí me hace bien pensar en el ocaso del apóstol».
Por lo tanto dirigió el pensamiento a «tres imágenes»: Moisés, Juan el Bautista y Pablo. Moisés es «ese jefe del pueblo de Dios, valiente, que luchaba contra los enemigos y luchaba también con Dios para salvar al pueblo. Es fuerte, pero al final se encuentra solo en el monte Nebo mirando la tierra prometida», en la que en cambio no puede entrar. En cuanto a Juan Bautista, tampoco a él «en los últimos tiempos se le ahorran angustias». Se pregunta si se ha equivocado, si ha tomado el verdadero camino, y a sus amigos les pide que vayan a preguntar a Jesús: «¿Eres tú o debemos esperar todavía?». Está atormentado por la angustia; hasta el punto de que «el hombre más grande nacido de mujer», como le definió Cristo mismo, acaba «bajo el poder de un gobernante débil, ebrio y corrupto, sometido al poder de la envidia de una adúltera y del capricho de una bailarina».
Finalmente está Pablo, quien confía a Timoteo toda su amargura. Para describir su sufrimiento, el Obispo de Roma usó la expresión: «no está en el séptimo cielo». Y propuso las palabras del apóstol: «Hijo mío, Demas me ha abandonado, enamorado de este mundo presente; Crescente se marchó a Galacia; Tito a Dalmacia; Lucas es el único que está conmigo. Toma a Marcos y tráelo contigo, pues me es útil para el ministerio. El manto que dejé, tráelo cuando vengas, y también los libros y los pergaminos. Alejandro, el herrero, se ha portado muy mal conmigo. Guárdate de él también tú, porque se opuso vehementemente a nuestras palabras». El Papa prosiguió recordando el relato que Pablo hace del proceso: «En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje». Una imagen que, según el Pontífice, contiene en sí el «ocaso» de todo apóstol: «solo, abandonado, traicionado»; asistido sólo por el Señor que «no abandona, no traiciona», porque «Él es fiel, no puede renegar de sí mismo».
La grandeza del apóstol —subrayó el Papa— está por lo tanto en hacer con la vida lo que Juan el Bautista decía: «es necesario que Él crezca y yo disminuya». En efecto, el apóstol es aquél «que da la vida para que el Señor crezca. Y al final está el ocaso». Fue así también para Pedro —observó el Papa Francisco—, a quien Jesús predijo: «Cuando seas viejo, te llevarán adonde tú no quieres ir».
La meditación sobre las fases finales de la vida de estos personajes sugirió así al Santo Padre «el recuerdo de esos santuarios de apostolicidad y de santidad que son las residencias de los sacerdotes y de las religiosas». Estructuras que acogen —añadió— «a buenos sacerdotes y buenas religiosas, envejecidos, con el peso de la soledad, que esperan que venga el Señor a llamar a la puerta de sus corazones». Lamentablemente —comentó el Papa— tendemos a olvidar estos santuarios: «no son sitios bellos, porque uno ve qué nos espera». Pero al contrario, «si miramos más en lo profundo, son bellísimos», por la riqueza de humanidad que hay dentro. Visitarles, por lo tanto, significa hacer «verdaderas peregrinaciones hacia estos santuarios de santidad y de apostolicidad», en la misma medida de las peregrinaciones que se hacen a los santuarios marianos o a aquellos dedicados a los santos.
«Pero me pregunto —añadió el Papa—, ¿nosotros, cristianos, tenemos deseo de hacer una visita —¡que será una verdadera peregrinación!— a estos santuarios de santidad y de apostolicidad que son las residencias de los sacerdotes y de las religiosas? Uno de vosotros me decía, hace días, que cuando iba a un país de misión, acudía al cementerio y veía todas las tumbas de los ancianos misioneros, sacerdotes y religiosas, allí desde hace 50, 100, 200 años, desconocidos. Y me decía: “Pero todos estos pueden ser canonizados, porque al final cuenta sólo esta santidad cotidiana, esta santidad de todos los días”».
En las residencias «estas religiosas y estos sacerdotes —dijo el Papa— esperan al Señor un poco como Pablo: un poco tristes, realmente, pero también con una cierta paz, con el rostro alegre». Precisamente por esto hace «bien a todos pensar en esta etapa de la vida que es el ocaso del apóstol» Y, concluyendo, pidió rogar al Señor que custodie a los sacerdotes y a las religiosas que se hallan en la fase final de su existencia, a fin de que puedan repetir al menos otra vez: «sí, Señor, quiero seguirte».
Santo Padre Francisco: El ocaso del apóstol
Meditación del viernes, 18 de octubre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura
101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano, como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres» (DV 13).
102 A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):
«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (San Agustín, Enarratio in Psalmum,103,4,1).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DV24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DV 21).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Pedir a María, nuestra Madre, que lleve a Jesús todas nuestras intenciones de ser mejores portadores del Evangelio.
Diálogo con Cristo
Jesús, sólo llevándote en mi corazón podré transmite tu paz, tan necesaria en el mundo convulsionado por la violencia y la inseguridad. Por intercesión de san Lucas, concédeme que todos mis pensamientos, palabras y obras siembren la paz, principalmente en mi propia familia
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 9 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 13-21. Lunes de la 29.ª semana del Tiempo Ordinario. La razón, incluida la nuestra, está oscurecida, como constatamos cada día, puesto que el egoísmo, la raíz de la avaricia, consiste en quererme a mí mismo por encima de todo y en considerar que el mundo existe para mí. Este egoísmo lo llevamos todos.
Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». Después les dijo: «Cuídense de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas». Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo «¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha». Después pensó: «Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida». Pero Dios le dijo: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?». Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 2, 1-10
Salmo: Sal 100(99), 2-5
Oración introductoria
Señor, me acerco a Ti con toda mi fragilidad. Tú me conoces mejor de lo que yo mismo me conozco. Me pongo en tu presencia para acompañarte y consolarte, porque no me interesa acumular riquezas sino vivir con mucha fe, esperanza y caridad, seguro de que contigo siempre tengo un futuro que es bello porque está lleno de tu amor.
Petición
Dios mío, dame la sabiduría para comprender lo que es verdaderamente importante en esta vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
El dinero sirve para realizar muchas obras buenas, para hacer progresar a la humanidad, pero cuando se transforma en la única razón de vida, destruye al hombre y sus vínculos con el mundo exterior. Es ésta la enseñanza que el Papa Francisco sacó del pasaje litúrgico del Evangelio de Lucas (12, 13-21) durante la misa celebrada el lunes 21 de octubre.
Al inicio de su homilía el Santo Padre recordó la figura del hombre que pide a Jesús que intime a su propio hermano para que reparta con él la herencia. Para el Pontífice, de hecho, el Señor nos habla a través de este personaje «de nuestra relación con las riquezas y con el dinero». Un tema que no es sólo de hace dos mil años, sino que se representa todavía hoy, todos los días. «Cuántas familias destruidas —comentó— hemos visto por problemas de dinero: ¡hermano contra hermano; padre contra hijos!». Porque la primera consecuencia del apego al dinero es la destrucción del individuo y de quien le está cerca. «Cuando una persona está apegada al dinero —explicó el Obispo de Roma— se destruye a sí misma, destruye a la familia».
Cierto, el dinero no hay que demonizarlo en sentido absoluto. «El dinero —precisó el Papa Francisco— sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, muchos trabajos, para desarrollar la humanidad». Lo que hay que condenar, en cambio, es su uso distorsionado. Al respecto el Pontífice repitió las mismas palabras pronunciadas por Jesús en la parábola del «hombre rico» contenida en el Evangelio: «El que atesora para sí, no es rico ante Dios». De aquí la advertencia: «Guardaos de toda clase de codicia». Es ésta en efecto «la que hace daño en relación con el dinero»; es la tensión constante a tener cada vez más que «lleva a la idolatría» del dinero y acaba con destruir «la relación con los demás». Porque la codicia hace enfermar al hombre, conduciéndole al interior de un círculo vicioso en el que cada pensamiento está «en función del dinero».
Por lo demás, la característica más peligrosa de la codicia es precisamente la de ser «un instrumento de idolatría; porque va por el camino contrario» del trazado por Dios para los hombres. Y al respecto el Santo Padre citó a san Pablo, quien recuerda «que Jesucristo, que era rico, se hizo pobre para enriquecernos a nosotros». Así que hay un «camino de Dios», el «de la humildad, abajarse para servir», y un recorrido que va en la dirección opuesta, adonde conduce la codicia y la idolatría: «Tú que eres un pobre hombre, te haces dios por la vanidad».
Por este motivo —añadió el Pontífice— «Jesús dice cosas tan duras y fuertes contra el apego al dinero»: por ejemplo, cuando recuerda «que no se puede servir a dos señores: o a Dios o al dinero»; o cuando exhorta «a no preocuparnos, porque el Señor sabe de qué tenemos necesidad»; o también cuando «nos lleva al abandono confiado hacia el Padre, que hace florecer los lirios del campo y da de comer a los pájaros del cielo».
La actitud en clara antítesis a esta confianza en la misericordia divina es precisamente la del protagonista de la parábola evangélica, quien no conseguía pensar en otra cosa más que en la abundancia del trigo recogido en los campos y en los bienes acumulados. Interrogándose sobre qué hacer con ello —explicó el Papa Francisco—, «podía decir: daré esto a otro para ayudarle». En cambio «la codicia le llevó a decir: construiré otros graneros y los llenaré. Cada vez más». Un comportamiento que, según el Papa, cela la ambición de alcanzar una especie de divinidad, «casi una divinidad idolátrica», como testimonian los pensamientos mismos del hombre: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente».
Pero es precisamente entonces cuando Dios le reconduce a su realidad de criatura, poniéndole en guardia con la frase: «Necio, esta noche te van a reclamar el alma». Porque —observó el Obispo de Roma— «este camino contrario al camino de Dios es una necedad, lleva lejos de la vida. Destruye toda fraternidad humana». Mientras que el Señor nos muestra el verdadero camino. Que «no es el camino de la pobreza por la pobreza»; al contrario, «es el camino de la pobreza como instrumento, para que Dios sea Dios, para que Él sea el único Señor, no el ídolo de oro». En efecto, «todos los bienes que tenemos, el Señor nos los da para hacer marchar adelante el mundo, para que vaya adelante la humanidad, para ayudar a los demás».
De ahí el deseo de que «permanezca hoy en nuestro corazón la palabra del Señor», con su invitación a mantenerse lejos de la codicia, porque, «aunque uno esté en la abundancia, su vida no depende de lo que posee».
Santo Padre Francisco: El dinero sirve pero la codicia mata
Meditación del lunes, 21 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Santidad, soy don Giampiero Ialongo, uno de los muchos párrocos que desempeñamos nuestro ministerio en la periferia de Roma, concretamente en Torre Angela, en el confín con Torbellamonaca, Borghesiana, Borgata Finocchio y Colle Prenestino. Estas periferias, como muchas otras, a menudo están olvidadas y descuidadas por parte de las instituciones. Me alegra que nos haya convocado esta tarde el presidente del municipio. Veremos qué sale de este encuentro con las autoridades municipales.
En nuestras periferias, quizá más que en otras zonas de nuestra ciudad, existe un fuerte malestar como consecuencia de la crisis económica internacional que comienza a gravar sobre las condiciones concretas de vida de numerosas familias. Como Cáritas parroquial, y sobre todo como Cáritas diocesana, hemos puesto en marcha muchas iniciativas encaminadas ante todo a la escucha, pero también a una ayuda material, concreta, a todas las personas que se dirigen a nosotros, sin distinción de raza, cultura o religión.
A pesar de ello, somos conscientes de que cada vez más se trata de una auténtica emergencia. Me parece que muchas, demasiadas personas —no sólo jubilados, sino también personas que tienen un empleo regular, un contrato a tiempo indeterminado— encuentran grandes dificultades para cuadrar las cuentas familiares. Regalamos paquetes de víveres o ropa; a veces damos ayuda económica concreta para pagar los recibos o el alquiler. Eso puede constituir una ayuda, pero creo que no es la solución. Estoy convencido de que como Iglesia deberíamos preguntarnos qué más podemos hacer, y sobre todo qué motivos han llevado a esta situación generalizada de crisis.
Deberíamos tener la valentía de denunciar un sistema económico y financiero injusto en sus raíces. Yo creo que, ante los desequilibrios introducidos por este sistema, no basta un poco de optimismo. Hace falta una palabra autorizada, una palabra libre, que ayude a los cristianos, como la que usted ya ha pronunciado, Santo Padre, para administrar con sabiduría evangélica y con responsabilidad los bienes que Dios ha dado para todos y no sólo para unos pocos. Aunque ya en otras ocasiones hemos escuchado su palabra sobre esto, me gustaría escucharla una vez más, en este contexto. Gracias, Santidad.
RESPUESTA DEL SANTO PADRE EMÉRITO BENDICTO XVI
Ante todo, quiero dar las gracias al cardenal vicario por sus palabras de confianza: Roma puede dar más candidatos para la mies del Señor. Sobre todo debemos orar al Señor de la mies, pero también debemos hacer lo que está de nuestra parte para animar a los jóvenes a decir sí al Señor. Desde luego, son precisamente los sacerdotes jóvenes quienes deben dar ejemplo a la juventud de que es hermoso trabajar para el Señor. En este sentido, estamos llenos de esperanza. Oremos al Señor y hagamos lo que esté de nuestra parte.
Ahora afrontemos esta cuestión, que toca el nervio de los problemas de nuestro tiempo. Yo distinguiría dos niveles. El primero, es el de la macroeconomía, que luego se realiza y afecta incluso al último ciudadano, el cual siente las consecuencias de una construcción equivocada. Naturalmente, denunciar esto es un deber de la Iglesia. Como sabéis, desde hace mucho tiempo estoy preparando una encíclica sobre estos puntos. Y, en este largo camino, veo que es difícil hablar con competencia, porque, si no se afrontan con competencia ciertas cuestiones económicas, no podemos ser creíbles. Por otra parte, también es preciso hablar con razonamientos éticos, fundados y suscitados por una conciencia formada según el Evangelio.
Así pues, hay que denunciar esos errores fundamentales que ahora se manifiestan en el hundimiento de los grandes bancos estadounidenses; son errores en el fondo. En definitiva, se trata de la avaricia humana como pecado o, como dice la carta a los Colosenses, la avaricia como idolatría. Debemos denunciar esta idolatría que va contra el verdadero Dios, que es la falsificación de la imagen de Dios, suplantándola con otro dios, «mammona». Debemos hacerlo con valentía, pero también de forma concreta, porque los grandes moralismos no ayudan si no se apoyan en conocimientos de las realidades, los cuales ayudan también a comprender qué se puede hacer en concreto para cambiar poco a poco la situación. Y, para poder hacerlo, naturalmente es necesario el conocimiento de esta verdad y la buena voluntad de todos.
Aquí llegamos al punto principal: ¿existe realmente el pecado original? Si no existiera, podríamos apelar a la razón lúcida, con argumentos accesibles a cada uno e irrefutables, y a la buena voluntad que existiría en todos. Sólo de este modo podríamos seguir adelante y reformar la humanidad. Pero no es así. La razón, incluida la nuestra, está oscurecida, como constatamos cada día, puesto que el egoísmo, la raíz de la avaricia, consiste en quererme a mí mismo por encima de todo y en considerar que el mundo existe para mí. Este egoísmo lo llevamos todos. Este es el oscurecimiento de la razón: puede ser muy docta, con argumentos científicos estupendos, y a pesar de ello sigue oscurecida por falsas premisas. De este modo, avanza con gran inteligencia, a grandes pasos, pero por un camino equivocado.
También la voluntad, como dicen los santos Padres, está inclinada. El hombre sencillamente no está dispuesto a hacer el bien, sino que se busca sobre todo a sí mismo, o busca el bien de su propio grupo. Por eso, encontrar realmente el camino de la razón, de la razón verdadera, ya no resulta fácil, y en el diálogo se desarrolla con dificultad. Sin la luz de la fe, que entra en las tinieblas del pecado original, la razón no puede salir adelante. Y la fe luego encuentra precisamente la resistencia de nuestra voluntad. Esta no quiere ver el camino, que también sería un camino de renuncia a sí mismo y de corrección de la propia voluntad en favor de los demás y no de sí mismo.
Por eso, hay que hacer una denuncia razonable y razonada de los errores, no con grandes moralismos, sino con razones concretas, que resulten comprensibles en el mundo de la economía de hoy. Esta denuncia es importante; para la Iglesia es un mandato desde siempre. Sabemos que en la nueva situación que se ha creado en el mundo industrial, la doctrina social de la Iglesia, comenzando por León XIII trata de hacer estas denuncias —y no sólo las denuncias, que resultan insuficientes—, sino también de mostrar los caminos difíciles donde, paso a paso, se exige el asentimiento de la razón y el asentimiento de la voluntad, juntamente con la corrección de mi conciencia, con la voluntad de renunciar en cierto sentido a mí mismo para colaborar en lo que es la verdadera finalidad de la vida humana, de la humanidad.
Dicho esto, la Iglesia tiene siempre la misión de estar vigilante, de hacer todo lo posible por conocer las razones del mundo económico, de entrar en ese razonamiento y de iluminar ese razonamiento con la fe que nos libra del egoísmo del pecado original. La Iglesia tiene la misión de entrar en este discernimiento, en este razonamiento; de hacerse escuchar, incluso en los diversos niveles nacionales e internacionales, para ayudar a corregir. Y esto no resulta fácil, porque muchos intereses personales y de grupos nacionales se oponen a una corrección radical. Quizá sea pesimismo, pero a mí me parece realismo, pues mientras exista el pecado original no llegaremos nunca a una corrección radical y total. Sin embargo, debemos hacer todo lo posible para lograr al menos correcciones provisionales, suficientes para ayudar a la humanidad a vivir y para poner freno al dominio del egoísmo, que se presenta bajo pretextos de ciencia y de economía nacional e internacional.
Este es el primer nivel. El segundo es ser realistas y ver que estas grandes finalidades de la macro-ciencia no se realizan en la micro-ciencia, la macroeconomía en la microeconomía, sin la conversión de los corazones. Si no hay justos, tampoco hay justicia. Debemos aceptar esto. Por eso, la educación en orden a la justicia es un objetivo prioritario; podríamos decir también que es la prioridad. San Pablo dice que la justificación es efecto de la obra de Cristo. No es un concepto abstracto, que se refiera a pecados que hoy no nos interesan, sino que se refiere precisamente a la justicia integral. Sólo Dios puede dárnosla, pero nos la da con nuestra cooperación en diversos niveles, en todos los niveles posibles.
No se puede crear la justicia en el mundo sólo con modelos económicos buenos, aunque son necesarios. La justicia sólo se realiza si hay justos. Y no hay justos si no existe el trabajo humilde, diario, de convertir los corazones, y de crear justicia en los corazones. Sólo así se extiende también la justicia correctiva. Por eso, el trabajo del párroco es tan fundamental, no sólo para la parroquia, sino también para toda la humanidad. Porque, como he dicho, si no hay justos, la justicia sería sólo abstracta. Y las estructuras buenas no se realizan si se opone el egoísmo incluso de personas competentes.
Nuestro trabajo humilde, diario, es fundamental para conseguir las grandes finalidades de la humanidad. Y debemos trabajar juntos en todos los niveles. La Iglesia universal debe denunciar, pero también anunciar qué se puede hacer y cómo se puede hacer. Las Conferencias episcopales y los obispos deben actuar. Pero todos debemos educar en orden a la justicia. Me parece que sigue siendo verdadero y realista el diálogo de Abraham con Dios (cf. Gn 18, 22-23), cuando el primero dice: ¿En verdad vas a destruir la ciudad? Tal vez haya cincuenta justos, o tal vez diez. Y diez justos bastan para que la ciudad sobreviva. Ahora bien, si no hay diez justos, la ciudad no sobrevivirá, a pesar de toda la doctrina económica. Por eso, debemos hacer lo necesario para educar y garantizar al menos diez justos y, si es posible, muchos más. Con nuestro anuncio hacemos precisamente que haya muchos justos, que esté realmente presente la justicia en el mundo.
Como efecto, los dos niveles son inseparables. Por una parte, si no anunciamos la macro-justicia, no crecerá la micro-justicia. Pero, por otra, si no hacemos el trabajo muy humilde de la micro-justicia, tampoco crecerá la macro-justicia. Y, como dije ya en mi primera encíclica, siempre, con todos los sistemas que puedan existir en el mundo, además de la justicia que buscamos, es necesaria la caridad. Abrir los corazones a la justicia y a la caridad es educar en la fe, es llevar a Dios.
Santo Padre Benedicto XVI
Respuestas a las preguntas de los párrocos romanos
Jueves, 26 de febrero de 2009
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
I. El destino universal y la propiedad privada de los bienes
2402 Al comienzo Dios confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para que tuviera cuidado de ellos, los dominara mediante su trabajo y se beneficiara de sus frutos (cf Gn 1, 26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una solidaridad natural entre los hombres.
2403 El derecho a la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino universal de los bienescontinúa siendo primordial, aunque la promoción del bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su ejercicio.
2404 “El hombre, al servirse de esos bienes, debe considerar las cosas externas que posee legítimamente no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de que puedan aprovechar no sólo a él, sino también a los demás” (GS 69, 1). La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus próximos.
2405 Los bienes de producción —materiales o inmateriales— como tierras o fábricas, profesiones o artes, requieren los cuidados de sus poseedores para que su fecundidad aproveche al mayor número de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo deben usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al pobre.
2406 La autoridad política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71, 4; SRS 42; CA 40; 48).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ser responsable en el uso del dinero y demás talentos, cooperando, así, en la edificación de la justicia y la caridad.
Diálogo con Cristo
Acumular, comprar, buscar el placer… es el afán prioritario de nuestra cultura. Señor Jesús, frecuentemente me encuentro contemplando las cosas buenas de este mundo, pero no como medios sino como un fin. Necesito tener claras mis prioridades: Tú, primero, y luego todo lo demás, según me lleven hacia Ti. Dame la sabiduría para saber que la vida es corta y debo vivirla sólo para Ti.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 9 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 18, 1-8. Vigésimonoveno Domingo del Tiempo Ordinario. La oración nos cambia el corazón, nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios.
Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».» Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Éxodo, Éx 17, 8-13
Salmo: Sal 121(120), 1-8
Segunda lectura: Carta de san Pablo a Timoteo, 2 Tim 3, 14; 4, 2
Oración introductoria
Señor, te damos gracias por enseñarnos a orar, por dejarnos tu oración, porque gracias a ella pedimos las gracias que necesitamos. Danos ese amor por la oración y que sigamos tu ejemplo de siempre orar antes de actuar.
Petición
Padre, dame la gracia de apreciar la oración que Cristo nos enseñó, el Padrenuestro y así pedirte lo que de verdad necesito.
Meditación del Santo Padre Francisco
Rezar es como hablar con un amigo: por ello «la oración debe ser libre, valiente, insistente», incluso a costa de llegar a “reñir” al Señor. Con la consciencia de que el Espíritu Santo está siempre y nos enseña cómo proceder. Es el estilo de la oración de Moisés lo que el Papa Francisco volvió a proponer en la misa del jueves 3 de abril, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
Este pequeño «manual» de oración se lo sugirió la lectura del pasaje del libro del Éxodo (32, 7-14), que narra «la oración de Moisés por su pueblo que había caído en el gravísimo pecado de la idolatría». El Señor —explicó el Papa— «reprende precisamente a Moisés» y le dice: «Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto».
Es como si en este diálogo Dios quisiera tomar distancias, diciendo a Moisés: «Yo no tengo nada que ver con este pueblo; es el tuyo, ya no es el mío». Pero Moisés responde: «¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra el pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta?».
He aquí, entonces, que Moisés inicia su oración, «una verdadera lucha con Dios». Es «la lucha del jefe del pueblo para salvar a su pueblo, que es el pueblo de Dios». Moisés «habla libremente ante el Señor». Y actuando así «nos enseña cómo rezar: sin miedo, libremente, incluso con insistencia». Moisés «insiste, es valiente: la oración debe ser así».
Decir palabras y nada más no quiere decir rezar. Se debe saber también «“negociar” con Dios». Precisamente «como hacía Moisés, recordando a Dios, con argumentaciones, la relación que tiene con el pueblo». Así, «trata de “convencer” a Dios» de que si desencadenaba su ira contra el pueblo haría «un mal papel ante todos los egipcios».
En resumen, Moisés «trataba de “convencer” a Dios de cambiar de actitud con muchas argumentaciones. Y estas argumentaciones las busca en la memoria». Así, «dice a Dios: tú has hecho esto, esto y esto por tu pueblo, pero si ahora lo dejas morir en el desierto, ¿qué dirán nuestros enemigos ?». Dirán —continúa— «que tú eres malo, que tú no eres fiel». De este modo Moisés «trata de “convencer” al Señor», emprendiendo una «lucha» en la que pone en el centro dos elementos: «tu pueblo y mi pueblo».
La oración tiene éxito porque «Moisés logra “convencer” al Señor». El Papa destacó que «es hermoso el modo como termina este pasaje»: «Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo». Cierto, explicó, «el Señor estaba un poco cansado de este pueblo infiel». Pero «cuando uno lee, en la última palabra del pasaje, que el Señor se arrepintió» y «cambió de actitud» se debe preguntar: ¿Quién cambió verdaderamente aquí? ¿Cambió el Señor? «Yo creo que no», fue la respuesta del obispo de Roma: quien cambió fue Moisés. Porque él —afirmó— creía que el Señor habría destruido al pueblo. Y «busca en su memoria cómo había sido bueno el Señor con su pueblo, cómo lo había sacado de la esclavitud de Egipto para llevarlo adelante con una promesa».
Es «con estas argumentaciones que trata de “convencer” a Dios. En este proceso encuentra la memoria de su pueblo y la misericordia de Dios». Realmente, continuó el Papa, «Moisés tenía miedo de que Dios hiciese esta cosa» terrible. Pero «al final baja del monte» con una gran certeza en el corazón: «nuestro Dios es misericordioso, sabe perdonar, vuelve atrás con sus decisiones, es un padre».
Son todas cosas que Moisés ya «sabía, pero las sabía más o menos oscuramente. Es en la oración donde las vuelve a encontrar». Y es también «esto lo que hace la oración en nosotros: nos cambia el corazón, nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios». Pero para esto, añadió el Pontífice, «es importante hablar al Señor no con palabras vacías como hacen los paganos». Es necesario, en cambio, «hablar con la realidad: pero, mira, Señor, tengo este problema en la familia, con mi hijo, con este o con el otro… ¿Qué se puede hacer? Pero mira que tú no me puedes dejar así».
La oración necesita y requiere tiempo. En efecto, «rezar es también “negociar” con Dios para obtener lo que pido al Señor» pero sobre todo para conocerlo mejor. De ello brota una oración «como de un amigo a otro amigo». Por lo demás, «la Biblia dice que Moisés hablaba al Señor cara a cara, como un amigo». Y «así debe ser la oración: libre, insistente, con argumentaciones». Incluso «“reprendiendo” un poco al Señor: pero tú me has prometido esto y no lo has hecho».
El Papa Francisco recordó también que, después del cara a cara con Dios, «Moisés bajó del monte radiante. Había conocido aún más al Señor. Y con esa fuerza que le había dado retoma su trabajo de guiar al pueblo hacia la tierra prometida».
El Pontífice concluyó pidiendo al Señor que «nos dé a todos nosotros la gracia, porque rezar es una gracia». E invitó a recordar siempre que «cuando rezamos a Dios, no es un diálogo entre dos», porque «siempre en toda oración está el Espíritu Santo». Por lo tanto, «no se puede rezar sin el Espíritu Santo: es Él quien reza en nosotros, es Él quien nos cambia el corazón, es Él quien nos enseña a decir a Dios “padre”». Es al Espíritu Santo, añadió el Papa, a quien debemos pedir que nos enseñe a orar «como oró Moisés, a “negociar” con Dios con libertad de espíritu, con valentía».
Santo Padre Francisco: Un amigo con quien rezar
Meditación del jueves, 3 de abril de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LA ORACIÓN EN LA VIDA CRISTIANA
2558 “Este es el misterio de la fe”. La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles (primera parte) y lo celebra en la Liturgia sacramental (segunda parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu Santo para gloria de Dios Padre (tercera parte). Por tanto, este misterio exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.
¿QUÉ ES LA ORACIÓN?
«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrit C, 25r:Manuscrists autohiographiques [Paris 1992] p. 389-390).
La oración como don de Dios
2559 “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín,Sermo 56, 6, 9).
2560 “Si conocieras el don de Dios”(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, De diversis quaestionibus octoginta tribus 64, 4).
2561 “Tú le habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva” (Jn 4, 10). Nuestra oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del Dios vivo: “A mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas” (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración como Alianza
2562 ¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si este está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.
2563 El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: donde yo “me adentro”). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre.
La oración como comunión
2565 En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es “la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero” (San Gregorio Nacianceno, Oratio 16, 9). Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con Él. Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3, 18-21).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Este domingo acudiré al templo media hora antes para estar en presencia del Santísimo y hacer oración de agradecimiento por el amor e infitinta bondad de Dios hacia la humanidad.
Diálogo con Cristo
Señor Jesucristo, tú sabes acerca de mi soberbia y lo mucho que me cuesta pedirte en oración. Ayúdame a pedir al Padre, pues sólo Él sabe lo que me conviene y lo que realmente necesito. Gracias Señor.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 9 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 8-12. Sábado de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. El don de la sabiduría del Espíritu Santo es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios.
En aquel tiempo dijo Jesús: «Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los ángeles de Dios. Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 1, 15-23
Salmo: Sal 8, 2-7
Oración introductoria
Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Petición
Dame la gracia, Señor, de una entrega total de mi vida, sin cálculo ni interés humano, con una confianza sin reservas en Dios.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Iniciamos hoy un ciclo de catequesis sobre los dones del Espíritu Santo. Vosotros sabéis que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros, siempre está en nosotros, en nuestro corazón.
El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El primer don del Espíritu Santo, según esta lista, es, por lo tanto, la sabiduría. Pero no se trata sencillamente de la sabiduría humana, que es fruto del conocimiento y de la experiencia. En la Biblia se cuenta que a Salomón, en el momento de su coronación como rey de Israel, había pedido el don de la sabiduría (cf. 1 Re 3, 9). Y la sabiduría es precisamente esto: es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es sencillamente esto: es ver el mundo, ver las situaciones, las ocasiones, los problemas, todo, con los ojos de Dios. Esta es la sabiduría. Algunas veces vemos las cosas según nuestro gusto o según la situación de nuestro corazón, con amor o con odio, con envidia… No, esto no es el ojo de Dios. La sabiduría es lo que obra el Espíritu Santo en nosotros a fin de que veamos todas las cosas con los ojos de Dios. Este es el don de la sabiduría.
Y obviamente esto deriva de la intimidad con Dios, de la relación íntima que nosotros tenemos con Dios, de la relación de hijos con el Padre. Y el Espíritu Santo, cuando tenemos esta relación, nos da el don de la sabiduría. Cuando estamos en comunión con el Señor, el Espíritu Santo es como si transfigurara nuestro corazón y le hiciera percibir todo su calor y su predilección.
El Espíritu Santo, entonces, hace «sabio» al cristiano. Esto, sin embargo, no en el sentido de que tiene una respuesta para cada cosa, que lo sabe todo, sino en el sentido de que «sabe» de Dios, sabe cómo actúa Dios, conoce cuándo una cosa es de Dios y cuándo no es de Dios; tiene esta sabiduría que Dios da a nuestro corazón. El corazón del hombre sabio en este sentido tiene el gusto y el sabor de Dios. ¡Y cuán importante es que en nuestras comunidades haya cristianos así! Todo en ellos habla de Dios y se convierte en un signo hermoso y vivo de su presencia y de su amor. Y esto es algo que no podemos improvisar, que no podemos conseguir por nosotros mismos: es un don que Dios da a quienes son dóciles al Espíritu Santo. Dentro de nosotros, en nuestro corazón, tenemos al Espíritu Santo; podemos escucharlo, podemos no escucharlo. Si escuchamos al Espíritu Santo, Él nos enseña esta senda de la sabiduría, nos regala la sabiduría que consiste en ver con los ojos de Dios, escuchar con los oídos de Dios, amar con el corazón de Dios, juzgar las cosas con el juicio de Dios. Esta es la sabiduría que nos regala el Espíritu Santo, y todos nosotros podemos poseerla. Sólo tenemos que pedirla al Espíritu Santo.
Pensad en una mamá, en su casa, con los niños, que cuando uno hace una cosa el otro maquina otra, y la pobre mamá va de una parte a otra, con los problemas de los niños. Y cuando las madres se cansan y gritan a los niños, ¿eso es sabiduría? Gritar a los niños —os pregunto— ¿es sabiduría? ¿Qué decís vosotros: es sabiduría o no? ¡No! En cambio, cuando la mamá toma al niño y le riñe dulcemente y le dice: «Esto no se hace, por esto…», y le explica con mucha paciencia, ¿esto es sabiduría de Dios? ¡Sí! Es lo que nos da el Espíritu Santo en la vida. Luego, en el matrimonio, por ejemplo, los dos esposos —el esposo y la esposa— riñen, y luego no se miran o, si se miran, se miran con la cara torcida: ¿esto es sabiduría de Dios? ¡No! En cambio, si dice: «Bah, pasó la tormenta, hagamos las paces», y recomienzan a ir hacia adelante en paz: ¿esto es sabiduría? [la gente: ¡Sí!] He aquí, este es el don de la sabiduría. Que venga a casa, que venga con los niños, que venga con todos nosotros.
Y esto no se aprende: esto es un regalo del Espíritu Santo. Por ello, debemos pedir al Señor que nos dé el Espíritu Santo y que nos dé el don de la sabiduría, de esa sabiduría de Dios que nos enseña a mirar con los ojos de Dios, a sentir con el corazón de Dios, a hablar con las palabras de Dios. Y así, con esta sabiduría, sigamos adelante, construyamos la familia, construyamos la Iglesia, y todos nos santificamos. Pidamos hoy la gracia de la sabiduría. Y pidámosla a la Virgen, que es la Sede de la sabiduría, de este don: que Ella nos alcance esta gracia. ¡Gracias!
Santo Padre Francisco
Audiencia General del miércoles, 9 de abril de 2014
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
CREO EN EL ESPÍRITU SANTO
683 «Nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). «Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!» (Ga4, 6). Este conocimiento de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer sacramento de la fe, la vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia:
El Bautismo «nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo» (San Ireneo de Lyon, Demonstratio praedicationis apostolicae, 7: SC 62 41-42).
684 El Espíritu Santo con su gracia es el «primero» que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: «que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo» (Jn 17, 3). No obstante, es el «último» en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad . San Gregorio Nacianceno, «el Teólogo», explica esta progresión por medio de la pedagogía de la «condescendencia» divina:
«El Antiguo Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu. Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por avances y progresos «de gloria en gloria», es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 31 [Theologica 5], 26: SC 250, 326 [PG 36, 161-164]).
685 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo, «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria» (Símbolo Niceno-Constantinopolitano: DS 150). Por eso se ha hablado del misterio divino del Espíritu Santo en la «teología trinitaria», en tanto que aquí no se tratará del Espíritu Santo sino en la «Economía» divina.
686 El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los «últimos tiempos», inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este designio divino, que se consuma en Cristo, «Primogénito» y Cabeza de la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado: la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Contestar a llamamiento de Jesús con acciones concretas, a amarlo sobre todas las cosas y a servirle en los hermanos.
Diálogo con Cristo
Frecuentemente resulta difícil manifestar o defender la propia fe frente a los demás. Un falso respeto humano paraliza y lleva al terrible pecado de la omisión. Reconozco, Señor, mis debilidades y suplico tu gracia pero saber ser fiel a las inspiraciones del Espíritu Santo.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *
por Catequesis en Familia | 7 Oct, 2016 | La Biblia
Lucas 12, 1-7. Viernes de la 28.ª semana del Tiempo Ordinario. «Nada hay oculto que no haya de descubrirse» (Lc 12, 2). Esta expresión no indica simplemente el hecho de que Dios escruta el corazón de todo hombre. Lo que está oculto y ha de ser revelado reviste un significado mucho más amplio y tiene alcance universal: se trata del anuncio evangélico sembrado en lo más íntimo de las conciencias, que hay que proclamar hasta los confines de la tierra.
Mientras tanto se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso, todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad, será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas. A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben matar, tiene el poder de arrojar a la Gehena. Sí, les repito, teman a ese. ¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Efesios, Ef 1, 11-14
Salmo: Sal 33(32), 1-2.4-5.12-13
Oración introductoria
Padre, ¿cuál es tu designio de Creador y de Padre sobre mi vida? ¿Cuál es tu voluntad? Yo deseo cumplirla y estoy seguro que me responderás, escuchando tu Palabra.
Petición
Señor, ayudanos a trabajar por salvar nuestra alma. Estamos en el tiempo para merecer las gracias que obtuvo para nosotros Jesús, en su Pasión y Resurrección.
Meditación de san Juan Pablo II
[…] El acto de fe no consiste simplemente en la adhesión del intelecto a las verdades reveladas por Dios; y tampoco en una actitud de entrega confiando en la acción de Dios. Es, más bien, la síntesis de ambos elementos, porque implica tanto la esfera intelectual como la afectiva, al ser un acto integral de la persona humana.
Estas reflexiones sobre la naturaleza de la fe tienen consecuencias inmediatas para el modo de elaborar, enseñar y aprender la teología. En efecto, si el acto de fe que lleva a la justificación del hombre implica a la persona en su totalidad, también la reflexión teológica sobre la revelación divina y sobre la respuesta humana ha de tener debidamente en cuenta los múltiples aspectos —intelectual, afectivo, moral y espiritual—, que intervienen en la relación de comunión entre Dios y el creyente.
3. «Dije: «confesaré al Señor mi pecado»» (Sal 32, 5). El Salmo responsorial que hemos repetido juntos subraya la conciencia tanto de la imposibilidad de llegar a Dios únicamente con nuestras fuerzas como de nuestra condición de pecadores. La persona humana, partiendo de la toma de conciencia de que está alejada de Dios, busca el encuentro con él y se abre a la acción de la gracia.
Mediante la fe, el hombre acoge la salvación que le ofrece el Padre en Jesucristo. Es verdaderamente dichoso el hombre a quien el Señor da la salvación (cf. estribillo del Salmo responsorial); el corazón de quien está en paz con Dios rebosa alegría: «Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo todos los de recto corazón» (Sal 32, 11).
La primera parte del pasaje evangélico de hoy se refiere a esta sincera confesión de los propios pecados y a la necesidad de abrirse a la acción de Dios. Jesús define «levadura de los fariseos» la dureza del corazón que no quiere reconocer las propias culpas y la incapacidad para acoger el don de Dios: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lc 12, 1). Con estas palabras, Jesús no sólo condena la actitud de falsedad y el afán de hacerse notar, sino también la presunción de creerse justos, que excluye toda posibilidad de auténtica conversión y de fe en Dios.
El acto de fe considerado en su integridad debe traducirse necesariamente en actitudes y decisiones concretas. De este modo, es posible superar la aparente contraposición entre la fe y las obras. Una fe entendida en sentido pleno no es un elemento abstracto, separado de la vida diaria; al contrario, abarca todas las dimensiones de la persona, incluidos sus ámbitos existenciales y sus experiencias vitales.
Un ejemplo elocuente de esta síntesis entre fe y obras, contemplación y acción, es la santa carmelita Teresa de Ávila, doctora de la Iglesia, cuya fiesta celebramos precisamente hoy. Alcanzó la cumbre de la intimidad con Dios y, al mismo tiempo, fue siempre muy activa desde el punto de vista apostólico y muy concreta en su acción. Su experiencia mística, como la de todos los santos, demuestra claramente que en quien busca a Dios todo converge hacia un único centro: la respuesta total a Dios que se comunica. También la teología, fiel a su índole de reflexión sapiencial sobre la fe, desemboca por su misma naturaleza en los campos de la moral y la espiritualidad.
4. En el texto de san Lucas que acabamos de proclamar, leemos: «Nada hay oculto que no haya de descubrirse» (Lc 12, 2). Esta expresión no indica simplemente el hecho de que Dios escruta el corazón de todo hombre. Lo que está oculto y ha de ser revelado reviste un significado mucho más amplio y tiene alcance universal: se trata del anuncio evangélico sembrado en lo más íntimo de las conciencias, que hay que proclamar hasta los confines de la tierra.
Estas palabras de Jesús añaden un elemento importante a la reflexión sobre el acto de fe: el paso de la esfera personal y, por decirlo así, de la intimidad del hombre, a la esfera comunitaria y misionera. La fe, para que sea plena y madura, tiene que ser comunicada, prolongando en cierto sentido el movimiento que parte del amor trinitario y tiende a abrazar a la humanidad y a la creación entera.
5. El anuncio evangélico no carece de riesgos. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de fidelidad heroica al Evangelio. También durante nuestro siglo, incluso en nuestros días, numerosos hermanos y hermanas en la fe han sellado con el supremo sacrificio de la vida su adhesión plena a Cristo y su servicio al reino de Dios.
Ante la perspectiva de la renuncia y del sacrificio, que en algunos casos puede llevar hasta el martirio, nos sostienen las palabras consoladoras de Jesús: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más» (Lc 12, 4). Las fuerzas del mal intentan entorpecer el progreso del Evangelio, tratan de anular la obra de la salvación y matar a los testigos de Cristo; pero precisamente el sacrificio de estos valientes obreros de la viña del Señor constituye la prueba elocuente del poder de Dios. ¡Cuántos momentos de prueba ha superado la Iglesia con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Cuántos mártires de nuestro siglo han entregado su vida por la causa de Cristo! De su sacrificio han brotado abundantes frutos para la Iglesia y para el reino de Dios.
Por eso, al comienzo de este nuevo año académico nos consuelan y animan las palabras de Jesús: «No temáis» (Lc 12, 7). Queridos hermanos, no tengamos miedo de abrir las puertas de nuestro corazón a la fe, de convertirla en experiencia viva en nuestra existencia y de anunciarla continuamente a nuestros hermanos.
La santísima Virgen, modelo de fe y sede de la Sabiduría divina, nos haga discípulos fieles de su Hijo Jesús y heraldos generosos de su Palabra.
Amén.
San Juan Pablo II
Homilía del viernes, 15 de octubre 1999
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. Vida moral y testimonio misionero
2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los cristianos. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios” (AA 6).
2045 Los cristianos, por ser miembros del Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo (cf Ef 1, 22), contribuyen a la edificación de la Iglesia mediante la constancia de sus convicciones y de sus costumbres. La Iglesia aumenta, crece y se desarrolla por la santidad de sus fieles (cf LG 39), “hasta que lleguemos al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud en Cristo” (Ef 4, 13).
2046 Llevando una vida según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios, “Reino de justicia, de verdad y de paz” (Solemnidad de N. Señor Jesucristo Rey del Universo, Prefacio: Misal Romano). Esto no significa que abandonen sus tareas terrenas, sino que, fieles a su Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propòsito
Como nos pide el Papa: ponernos a la escucha de Dios, que tiene un designio de amor para cada uno de nosotros, a través de la oración.
Diálogo con Cristo
Gracias, Jesús, por tu amor y por este momento de oración. Conoces mi debilidad y cobardía ante las dificultades que hoy tendré que afrontar. Me preocupa el sacrificio que haré y me inquieta saber que los resultados pueden ser contrarios a lo que espero. Ayúdame a darme cuenta que Tú te harás cargo de cada minuto y detalle de este día y que todo lo bueno que resulte, será consecuencia de tu Providencia.
* * *
Evangelio del día en «Catholic.net»
Evangelio del día en «Evangelio del día»
Evangelio del día en «Orden de Predicadores»
Evangelio del día en «Evangeli.net»
* * *