Documental y película sobre san Francisco de Asís

Documental y película sobre san Francisco de Asís

Lo que es el hombre delante de Dios, eso es, y no más.

San Francisco de Asís

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Con motivo del día de san Francisco de Asís os proponemos para este fin de semana el visionado de dos obras audiovisuales acerca de este santo de la Iglesia. No solo se trata de que conozcamos esta figura del cristianismo, sino, mucho mejor, que la comprendamos para que nosotros mismos podamos comprender nuestra relación con Dios, pues, en palabras de Yve Congar: «Hay en nuestras vidas un momento en que se nos ofrece la ocasión, o se nos dirige la invitación a realizar un acto por el que, si aceptamos esa onerosa llamada, nos sobrepasaremos a nosotros mismos abandonándonos a un porvenir oscuro, cuyas exigencias o consecuencias eventuales nos espantan. Por pequeño que sea, en sí mismo, el acto que se nos pide, lleva consigo la aceptación y el programa de nuestro futuro, o la negativa de una renuncia total y de una conversión radical».

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Documental «Sobre la vida de san Francisco de Asís»

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La vida de san Francisco de Asís – Audiovisual animado

La vida de san Francisco de Asís – Audiovisual animado

Se ha dicho que Francisco representa un alter Christus, era verdaderamente un icono vivo de Cristo. También fue denominado «el hermano de Jesús». De hecho, este era su ideal: ser como Jesús; contemplar el Cristo del Evangelio, amarlo intensamente, imitar sus virtudes. En particular, quiso dar un valor fundamental a la pobreza interior y exterior, enseñándola también a sus hijos espirituales. La primera Bienaventuranza en el Sermón de la montaña —Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 3)— encontró una luminosa realización en la vida y en las palabras de san Francisco. Queridos amigos, los santos son realmente los mejores intérpretes de la Biblia; encarnando en su vida la Palabra de Dios, la hacen más atractiva que nunca, de manera que verdaderamente habla con nosotros. El testimonio de Francisco, que amó la pobreza para seguir a Cristo con entrega y libertad totales, sigue siendo también para nosotros una invitación a cultivar la pobreza interior para crecer en la confianza en Dios, uniendo asimismo un estilo de vida sobrio y un desprendimiento de los bienes materiales.

Santo Padre emérito Benedicto XVI

Audiencia General del miércoles, 27 de enero de 2010

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La vida de san Francisco de Asís

Dibujos para colorear de los ángeles custodios

Dibujos para colorear de los ángeles custodios

Con motivo de la fiesta de los Santos Ángeles Custodios, el día 2 de octubre, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando a los ángeles, custodios de nuestra vida en la tierra.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.

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Colorea los ángeles custodios

Ángeles custodios – Lámina 1 Ángeles custodios – Lámina 2
angel_custodio_01_thumb Ángeles - Lámina 2
Ángeles custodios – Lámina 3 Ángeles custodios – Lámina 4
Ángeles - Lámina 3 Ángeles - Lámina 4
Ángeles custodios – Lámina 5 Ángeles custodios – Lámina 6
Ángeles - Lámina 5 Ángeles - Lámina 6
Ángeles custodios – Lámina 7 Ángeles custodios – Lámina 8
Ángeles - Lámina 7 Ángeles - Lámina 8
Ángeles custodios – Lámina 9 Ángeles custodios – Lámina 10
Ángeles - Lámina 9 Ángeles - Lámina 10

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Catequesis-Guía didáctica sobre el Santo Rosario: El Rosario en familia

Catequesis-Guía didáctica sobre el Santo Rosario: El Rosario en familia

 

Además de oración por la paz, el Rosario es también, desde siempre, una oración de la familia y por la familia. Antes esta oración era apreciada particularmente por las familias cristianas, y ciertamente favorecía su comunión. Conviene no descuidar esta preciosa herencia. Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria.

Si en la Carta apostólica Novo millennio ineunte he alentado la celebración de la Liturgia de las Horas por parte de los laicos en la vida ordinaria de las comunidades parroquiales y de los diversos grupos cristianos, deseo hacerlo igualmente con el Rosario. Se trata de dos caminos no alternativos, sino complementarios, de la contemplación cristiana. Pido, por tanto, a cuantos se dedican a la pastoral de las familias que recomienden con convicción el rezo del Rosario.

La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar, solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado por el Espíritu de Dios.

Muchos problemas de las familias contemporáneas, especialmente en las sociedades económicamente más desarrolladas, derivan de una creciente dificultad para comunicarse. No se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor. Volver a rezar el Rosario en familia significa introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre santísima. La familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino.

San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, n. 41

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Las recomendaciones de la Iglesia

León XIII destacó ampliamente la importancia del rezo en familia para el bien del matrimonio y de la familia.

San Pío X afirmaba: «Si queréis que la paz reine en vuestras familias y en vuestra patria, rezad todos los días el Rosario con todos los de casa».

El beato Pablo VI recomendaba: «Deseamos vivamente que, cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración, el Rosario sea su expresión frecuente y preferida» (Maríalis cultus, n. 54).

San Juan Pablo II proclama en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Maríae (16 de octubre de 2002) «El Rosario es, desde siempre, una oración de la familia y por la familia… Se ha de volver a rezar en familia y a rogar por las familias, utilizando todavía esta forma de plegaria. La familia que reza unida, permanece unida. El santo Rosario, por antigua tradición, es una ora­ción que se presta particularmente para reunir a la familia… La familia que reza unida el Rosario reproduce en cierto modo el clima de la casa de Nazaret: Jesús está en el centro, se comparten con él alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen de él la esperanza y la fuerza para el camino. Es hermoso y fructuoso confiar también a esta oración el proceso de crecimiento de los hijos… Rezar con el Rosario por los hijos, y, mejor aún, con los hijos (nn. 41-42).

Benedicto XVI invita a releer la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae del Siervo de Dios Juan Pablo II e invita a llevar a la práctica sus indicaciones a nivel personal, familiar y comunitario (Angelus 2. 10. 05)

Igualmente, invita a los recién casados, a «hacer del rezo del Rosario en familia un momento de crecimiento espiritual bajo la mirada de la Virgen María» (Audiencia General 17. 05. 06).

Francisco nos dice: «En el mes de mayo, quisiera recordar la importancia y la belleza de la oración del santo Rosario. Rezando el Ave María, somos conducidos a contemplar los misterios de Jesús, es decir a reflexionar sobre los momentos centrales de su vida, para que, como para María y para san José, Él sea el centro de nuestros pensamientos, de nuestras atenciones y de nuestras acciones. ¡Sería hermoso si, sobre todo en este mes de mayo, se rezase juntos en familia, con los amigos, en Parroquia, el santo Rosario o alguna oración a Jesús y a la Virgen María! La oración en conjunto es un momento precioso para hacer aún más sólida la vida familiar, la amistad! ¡Aprendamos a rezar cada vez más en familia y como familia!»

Ayuda a la santificación de la familia

La familia necesita rezar y orar para perseverar en la gracia, para ser fiel a los fines del matrimonio y para vivir unidos.

El rezo del Rosario ayuda a la familia a perseverar en la gracia porque estimula a acudir con frecuencia a los sacramentos, centrados en la Eucaristía. La familia no puede mantenerse si no se apoya en la gracia y en la oración.

El rezo del Rosario ayuda a la familia a ser fiel a los fines del Matrimonio porque alimenta los criterios de fe sobrenatural, alienta la esperanza que se apoya en Dios y favorece el verdadero amor como entrega y comunión.

El rezo del Rosario favorece la unión de la familia porque intensifica la unión con Cristo y en Él, todos somos uno. La familia fundamenta su unión en Cristo.

Vive el clima de la Sagrada Familia

La familia cristiana que reza el Rosario no sólo rememora el estilo de vida de Nazaret, sino que trata de hacerlo vida imitando las virtudes de la Virgen Madre, de San José como padre tutelar y del Niño Jesús, el mejor de los hijos.

El padre de familia aprenderá de San José a cumplir la voluntad de Dios en la entrega amorosa su mujer y a sus hijos, en el desvelo, en la atención, en el diálogo, en el saber escuchar, en el trabajo, en el perdón, en la paz, en la alegría…

La madre de familia aprenderá de la Virgen María a vivir entregada a su marido como a Cristo, tratando de complacerle, de ayudarlo, de comprenderlo, de compartir responsabilidades en clima de caridad, humildad, paz y alegría.

Los hijos de familia aprenderán de Jesús a amar a sus padres, a acoger sus enseñanzas, a obedecer, a estudiar y trabajar, a ayudarlos, a compartir… a vivir en serenidad, paz y alegría.

Conclusión

La familia que reza el Rosario permanece unida. Unida a Cristo y a la Iglesia porque perseveran en la gracia ayudados por la oración del Rosario. Unidos entre si porque actúa la gracia propia del sacramento del Matrimonio.

La familia que reza el Rosario da testimonio ante el mundo de la alegría de su matrimonio –hombre y mujer- , unido para siempre, y de la aceptación gozosa de los hijos que Dios le regala.

La familia que reza el Rosario afronta con espíritu sobrenatural los momentos de dolor y los de gozo aceptando la voluntad de Dios como Padre.

La familia que reza el Rosario en familia vive centrada en Cristo y es ampliamente bendecida por la Virgen que la sostiene y le ayuda a recorrer el camino de la santificación y salvación.

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    Índice general    

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¿Tendré Vocación?

¿Tendré Vocación?

Con motivo de la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, la Conferencia Episcopal Española ha publicado una sección monográfica dedicada a este día. Además de este artículo que publicamos aquí, podréis encontrar numerosos artículos y recursos sobre el tema, y un apartado dedicado exclusivamente a la catequesis para niños, adolescentes y adultos.

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¿Tendré Vocación?

Cualquier joven responsable se plantea el futuro de su vida: piensa en una profesión, si va a fundar una familia, etc.

Un joven cristiano también se plantea la vida, pero preguntándose: ¿Qué espera Dios de mí? Sabe que Dios quiere la felicidad de cada persona y es capaz de dársela. Vocación significa «llamada»: es lo que Dios está llamando a cada uno.

Por la fe estamos todos llamados a vivir la vocación cristiana: ser testigos del amor de Dios en nuestro ambiente, en el trabajo, la familia, etc. Pero hay tres formas de vivir la vocación cristiana:

La vocación de laicos: Los cristianos que ejercen una profesión, viven en medio de la sociedad, se casan normalmente, fundan una familia y en todo tratan de construir el mundo segùn los planes de Dios.

La vocación sacerdotal: Los cristianos que reciben el sacramento del Orden para hacer presente a Jesucristo mediante la predicación de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos y el cuidado pastoral de la comunidad (parroquia, grupos, etc.). Para ello se preparan en el Seminario durante seis años y ofrecen su vida en una dedicación total, renunciando a constituir una familia y optando por el celibato consagrado a fin de imitar a Jesucristo y servir más plenamente a todos.

La vocación de vida consagrada: Consagrar la vida al servicio de Dios y de los demás, mediante la ofrenda de los tres votos o consejos evangélicos, a imitación de Jesucristo: la pobreza, la obediencia viviendo en fraternidad y la virginidad consagrada. Esta consagración se puede vivir de dos maneras:

Institutos de vida religiosa: Viven en comunidad y son variados, porque cada uno actualiza y se fija en algún aspecto de la vida de Jesús: la oración (los monjes y monjas contemplativos), el servicio a los pobres, la enseñanza, las obras de misereicordia, la predicación (religiosos y religiosas de vida activa).

Institutos seculares: Se parecen a los religiosos en que profesan los consejos evangélicos, pero se parecen a los laicos en que trabajan y viven en medio de la sociedad, sin llevar distintivos, sino distinguiéndose por su entrega y radicaclidad evangélica a fin de santificar el trabajo del mundo y las relaciones sociales.

Tanto la vocación sacerdotal como la vida consagrada suponen optar por el de celibato por el Reino los Cielos. No se renuncia al amor. Se experimenta el amor de Dios, se le elige a Él como el Amor absoluto de la vida y se ama a los demás por amor a Dios.

Imprescindible para una buena elección

1. Querer cumplir la voluntad de Dios y amarlo sobre todas las cosas.

2. Examinar a qué vocación te llama Dios, teniendo en cuenta tus cualidades y tus sensibilidades, a la vez que las necesidades que hay en el mundo.

3. Orar, consultar con algún sacerdote o persona consagrada.

4. Decidirse, sabiendo que Dios nos necesita para servir a los demás y quiere y puede hacernos felices en nuestra entrega.

 

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Fuente original: CEE – Conferencia Episcopal Española

Colorea los ángeles, mensajeros de Dios

Colorea los ángeles, mensajeros de Dios

Con motivo de la próxima fiesta de los Santos Arcángeles el día 29 de septiembre, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando a los ángeles, mensajeros de Dios.

Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen y sobre las propias imágenes.

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Colorea los ángeles, mensajeros de Dios

Ángeles – Lámina 1 Ángeles – Lámina 2
Ángeles - Lámina 1 Ángeles - Lámina 2
Ángeles – Lámina 3 Ángeles – Lámina 4
Ángeles - Lámina 3 Ángeles - Lámina 4
Ángeles – Lámina 5 Ángeles – Lámina 6
Ángeles - Lámina 5 Ángeles - Lámina 6
Ángeles – Lámina 7 Ángeles – Lámina 8
Ángeles - Lámina 7 Ángeles - Lámina 8
Ángeles – Lámina 9 Ángeles – Lámina 10
Ángeles - Lámina 9 Ángeles - Lámina 10
Ángeles – Lámina 11 Ángeles – Lámina 12
Ángeles - Lámina 11 Ángeles - Lámina 12

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El martirio de san Mauricio y la legión tebana

El martirio de san Mauricio y la legión tebana

San Mauricio es uno de los santos más populares en Europa occidental, existiendo más de 650 lugares sagrados que llevan su nombre. A lo largo de la Edad Media, San Mauricio fue el santo patrono de varias dinastías europeas, así como de los emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico, muchos de los cuales fueron ungidos ante el altar de San Mauricio, en San Pedro de Roma.

San Mauricio era un oficial romano que mandaba la Legión Tebana (o Tebea), así llamada por estar formada por soldados originarios de la provincia de la Tebaida, en el Alto Egipto, los cuales eran cristianos.

Esta unidad militar habría sido desplazada hasta la Galia para combatir en una de las campañas militares del emperador Maximiano Hercúleo (285-305). Sin embargo, una vez cruzados los Alpes por el paso del Gran San Bernardo, cuando la Legión Tebana se hallaba acantonada en un lugar llamado Acaunum (Agaune, hoy Saint-Maurice, en el cantón suizo de Valais), el emperador ordenó ejecutar a la totalidad de sus efectivos, cuando éstos se negaron por razones religiosas a cumplir una orden imperial.

La fecha exacta de la ejecución y cuál fuera el mandato imperial que San Mauricio y el resto de los militares tebanos se negaron a obedecer difieren según las dos versiones que existen de la  historia.

Según el relato de la Passio Acaunensium martyrum (o Pasión de los mártires de Agaune), obra escrita por el obispo Euquerio de Lyon hacia los años 430-440, y conservada en un manuscrito de los siglos VI-VII, la Legión Tebana  habría sufrido el martirio en el marco de la Gran Persecución contra los cristianos, en el año 303, por negarse a empuñar las armas contra sus hermanos de fe.

El emperador Maximiano les pidió que recapacitasen y, como los Tebanos persistieran en su actitud, la legión fue diezmada (matando a un soldado de cada diez) dos veces, acabaría por ser masacrada en su totalidad, incluyendo a sus oficiales Mauricio, Exuperio y Cándido. Con posterioridad, un veterano llamado Víctor que confesó que también él era cristiano y corrió la misma suerte.

Sin embargo, una antigua tradición local de Agaune conservada en la versión anónima de la Pasión de San Mauricio, la denominada Passio interpolata (o anónima)  señala que la Legión Tebana habría ido a la Galia para reprimir una revuelta campesina conocida como “de los Bagaudas”, lo cual situaría el martirio en el año 286. Según este texto, que se remonta al último cuarto del siglo V, aunque la versión conservada más antigua data de los siglos IX-X, el crimen de la Legión Tebana fue negarse a participar en los sacrificios paganos previos a la entrada en combate.

La Passio Interpolata había sido considerada tradicionalmente como una simple variante de la narración de Eucherio, ya que contiene amplios extractos de la misma (de ahí lo de interpolada). Sin embargo, en la actualidad, se considera que los dos relatos estarían fundados en dos tradiciones orales distintas, preexistentes a su puesta por escrito en el siglo V. Ambas versiones de la Pasión de los mártires Tebanos tuvieron luego una historia compleja, con numerosos añadidos e interpolaciones. De su enorme éxito da testimonio la gran cantidad de manuscritos y versiones de ambas que han llegado hasta nosotros.

Euquerio menciona también el establecimiento del culto por el obispo Teodoro años atrás: Teodoro (atestiguado entre 381-393 y venerado hoy por la religión católica como San Teódulo) era el obispo de Octodurus (Martigny, Suiza) y había tenido una revelación: en una localidad cercana llamada Acaunum, al pie de un acantilado situado en una garganta del curso alto del río Ródano, yacían los cuerpos de un grupo de soldados cristianos originarios de Tebas, en el Alto Egipto, que habían sido ejecutados por orden del emperador Maximiano. El obispo Teodoro  mandó excavar en el sitio que le había sido revelado, encontrando las tumbas de los mártires. Tras el hallazgo, Teodoro erigió una basílica sobre sus restos. Durante su construcción se produjo un milagro: un obrero que era pagano se convierte al cristianismo tras una aparición de los mártires. Se ha supuesto que Teodoro pudo haber estado inspirado por el ejemplo de San Ambrosio, el obispo de Milán, descubridor de los restos de los mártires, Gervasio y Protasio.

Junto a la Passio de Euquerio se ha conservado una carta dirigida por el autor a un obispo llamado Salvio (que sería un sucesor de Teodoro); dicha epístola proporciona el marco histórico y geográfico de los acontecimientos.

En ella se alude a que por aquel entonces (mediados del siglo V) ya existía en Agaune un culto organizado a San Mauricio y sus compañeros. En la carta Eucherio dice que él había puesto por escrito la historia, tal y cómo le había sido narrada por ciertos informantes (a los que califica de “idonei auctores”), a quiénes a su vez se la había relatado Isaac, obispo de Ginebra.

El debate acerca de la historicidad de San Mauricio y la Legión Tebana ha hecho correr ríos de tinta. Desde hace siglos, eruditos e historiadores del cristianismo y del ejército romano se han devanado los sesos, tanto para señalar los anacronismos e incongruencias presentes en el relato de Euquerio, como para intentar, por el contrario, rescatar todo lo que pudiera haber de cierto en la leyenda de la Legión Tebana. Se ha olvidado a menudo que una Passio de un mártir es un tipo de obra literaria un tanto particular: se trata de la redacción escrita de un relato transmitido oralmente a partir del testimonio original de los testigos del acontecimiento. Pese a su pretensión de historicidad, la tradición oral puede ser más o menos rigurosa con las circunstancias y los detalles. En el caso de la Pasión de los Mártires de Agaune, se ha señalado una serie de pretendidas incongruencias, entre ellas que el lugar del martirio (la región alpina) y la identificación de los legionarios como Tebanos (esto es, provenientes de Egipto) resultaban difícilmente conciliables. También se ha indicado que los rangos de los tres comandantes romanos resultaban más propios de la caballería que no de la infantería legionaria. Sería igualmente anacrónica la afirmación de Euquerio de que la legión fue diezmada dos veces, antes de ser masacrada por completo, o de que los efectivos de la legión sumaban la cifra de 6.600 hombres. Recientemente se ha señalado que hay que distinguir entre “la verdad de la historia”, tradicional foco de atención, y “la verdad que existe detrás de la historia”.

La Arqueología ha localizado en el sitio conocido como “Le Martholet”, en las inmediaciones de la abadía de Saint-Maurice de Agaune, una necrópolis tardorromana y, sobre una de las tumbas, los restos de la capilla edificada por Teodoro a finales del siglo IV; también se ha encontrado la basílica adosada a la roca que Eucherio describía en el siglo V, y se ha podido estudiar la evolución de este santuario a lo largo de la Alta Edad Media. Por otro lado, las circunstancias del descubrimiento de los restos de los mártires por Teodoro (revelatio inventio) encajan perfectamente en las formas del culto de los Santos con que los obispos de la Antigüedad Tardía fueron sustituyendo los cultos paganos.

Por lo que respecta al problema de la presencia de una unidad militar “tebana” en la Galia, ninguna unidad militar del Alto Imperio llevó dicho apelativo. No obstante, se ha señalado la existencia de testimonios, fechados en torno al año 270, de la presencia en la Galia de destacamentos de la Legio secunda Traiana fortis,  la legión encargada del control de Egipto durante los siglos II y III.

Sin embargo, en la Notitia Dignitatum tam civilium quam militarium, copia medieval de un documento oficial romano que contenía la relación de los cargos oficiales del Imperio y la distribución de sus tropas a finales del siglo IV, aparecen varias legiones que son calificadas de “tebanas”. A juzgar por sus nombres, dos de ellas, la Tertia Diocletiana Thebaeorum y la Prima Maximiana Thebaeorum remontarían su origen a la época del martirio, que Euquerio sitúa durante el reinado conjunto de los emperadores Diocleciano y Maximiano. Estas legiones estaban acantonadas en el Alto Egipto bajo el mando del dux Thebaidos. Sin embargo, dos destacamentos de estas mismas unidades aparecen entre las legiones comitatenses estacionadas en los Balcanes, bajo el mando del magister militum  (generalísimo) de Tracia.

Gracias a una inscripción hallada en la propia Tebas sabemos que otra de las legiones posteriormente calificadas de “tebanas”, la II Flavia Constantia Thebaeorum, participó en época de Diocleciano en la construcción de la base principal de las legiones romanas destacadas en la provincia de la Tebaida, adaptando para ello el templo faraónico de Luxor. Como quiera que la III Diocletiana en la época del martirio aún no se había convertido en “tebana” pues estaba acantonada en el delta del Nilo, en el Bajo Egipto, se ha establecido que las dos legiones tebanas originarias serían la I Maximiana y la II Flavia Constantia, así llamadas en honor de los dos Césares (o vice-emperadores) de la Tetrarquía: Maximiano Hercúleo y Flavio Constancio. Posteriormente sería también la base de la III Diocletiana en la Tebaida.

A raíz de la estancia de Diocleciano en Egipto, el edificio del templo faraónico de Luxor fue incorporado en una fortificación de adobe con torres salientes, de planta cuadrada en las esquinas y semicircular a lo largo de los lienzos. El circuito murado encierra 3,72 Ha., espacio suficiente para albergar dos legiones en el  Bajo Imperio. Sabemos relativamente poco de la disposición interna de la fortaleza, pero quedan restos de dos tetrástylos (monumentos formados por cuatro columnas).

En la antecámara del templo de Amón en Luxor, reconvertida encapilla para los estandartes militares o insignias de las legiones, quedan restos de pinturas murales que puede que representen  el adventus o procesión de llegada de Diocleciano. En un nicho aparecen representados los cuatro emperadores que reinaban entonces sobre el mundo romano: en el centro los dos Augustos, Diocleciano y Maximiano, flanqueados por sus Césares, Galerio y Constancio Cloro, padre del futuro emperador Constantino.

Especial interés tiene para nosotros la mención en la Notitia Dignitatum de la existencia de una unidad militar, la legio palatina de los Thebaei , estacionada en Italia a finales del siglo IV, bajo el mando del magister peditum praesentalis (general de infantería del ejército móvil de campaña, en presencia del emperador). El hecho de que la Pasión de los Mártires de Agaune diga que San Mauricio mandaba una legión llamada Thebaei ha hecho pensar a algunos historiadores que el descubrimiento del obispo Teodoro pudo tener una intencionalidad política. Según algunos autores, Teodoro, el obispo de Octodurus, habría aprovechado el hallazgo de los cuerpos de los mártires para, reelaborando la historia de un mártir sirio llamado San Mauricio de Apamea, para influir sobre los Thebaei contemporáneos.

Recientemente otros investigadores han señalado la posibilidad de que Mauricio fuera en realidad el nombre del comandante de los Thebaei acantonados en Italia en el siglo IV. Éstos constituirían una nueva unidad formada por contingentes sacados de las dos legiones “tebanas” estacionadas en Tracia, la I Maximiana Thebaeorum III Diocletiana Thebaeorum,  y habrían venido a Italia para combatir contra un usurpador (o bien en el año 388 contra Magno Máximo, o en 391 contra Eugenio).

Su comandante podría ser un cierto Flavio Mauricio v(ir) c(larissimus) com(es) ord(inis) prim(i) et dux, que aparece mencionado en una inscripción hallada en Syenne (Asuán) que, por su dedicación a los emperadores Valentiniano, Valente y Graciano, debe ser fechada entre 367 y 375. Se ha supuesto que este Mauricio pudiera haber sido el dux Thebaidos (general en jefe de la Tebaida); aunque posteriormente se ha sabido que se trataba del comes rei militaris Aegypto, la más alta autoridad militar de Egipto (comúnmente referida como dux Aegypti), pues como tal figura en un papiro de Oxyrhinchos, fechado el 3 de agosto de 375, pronunciando una sentencia. Se ha sugerido que Flavio Mauricio pudiera haber acompañado a las dos legiones “tebanas” en su viaje hasta los Balcanes (circa 380) y, quizá,  luego a los Thebaei hasta Italia.

Según este razonamiento, el obispo Teodoro habría elegido el nombre de Mauricio para capitanear a sus recién descubiertos mártires en deferencia al general que mandaba a las tropas tebanas estacionadas contemporáneamente cerca de Octodurus. Su intención sería convencer a estos Thebaei de que no aceptaran al usurpador Eugenio como nuevo emperador en el año 392, demostrándoles con el ejemplo de los mártires Tebanos que los cristianos no estaban obligados a combatir contra otros cristianos por un emperador (en este caso, un usurpador) pagano.

Inspirada en una tradición anterior o revelada a Teodoro junto con la existencia de los cuerpos de los mártires, la leyenda y el culto de la Legión Tebana no dejó de desarrollarse a partir de finales del siglo IV, convirtiéndose su basílica en un lugar de peregrinación. En la primera mitad del siglo V su fama había alcanzado hasta Lyon, siguiendo el curso del Ródano. Esto movió a Euquerio, el obispo de esta ciudad, a recabar información sobre su historia para poder ofrecer a los Santos Mártires de Agaune un relato retórico embellecido para que, a partir de entonces, fuera leído cada año, el día 22 de septiembre, en conmemoración de su martirio.

Catequesis sobre san Mateo, apóstol

Catequesis sobre san Mateo, apóstol

[…] Hoy reflexionamos sobre san Mateo [en una serie de catequesis sobre la figura de los Apóstoles]. A decir verdad, es casi imposible delinear completamente su figura, pues las noticias que tenemos sobre él son pocas e incompletas. Más que esbozar su biografía, lo que podemos hacer es trazar el perfil que nos ofrece el Evangelio.

Mateo está siempre presente en las listas de los Doce elegidos por Jesús (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13). En hebreo, su nombre significa «don de Dios». El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: «el publicano» (Mt 10, 3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: «Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y le siguió» (Mt 9, 9). También san Marcos (cf. Mc 2, 13-17) y san Lucas (cf. Lc 5, 27-30) narran la llamada del hombre sentado en el despacho de impuestos, pero lo llaman «Leví». Para imaginar la escena descrita en Mt 9, 9 basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.

Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm (cf. Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12), y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades (cf. Mc 2, 13-14). De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente «junto al mar» (Mt 4, 13), donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.

Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de «publicanos y prostitutas» (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia (cf. Mt 5, 46: sólo aman a los que les aman) y mencionan a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico» (Lc 19, 2), mientras que la opinión popular los tenía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11).

Ante estas referencias, salta a la vista un dato: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: «No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mc 2, 17).

La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. En otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina: mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, «el publicano (…) no se atrevía ni a elevar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!»». Y Jesús comenta: «Os digo que este bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (Lc 18, 13-14). Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.

A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, «pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca» (In Matth. Hom.: PL 57, 363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.

Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y lo siguió». La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.

Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19, 21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este «levantarse» se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.

Recordemos, por último, que la tradición de la Iglesia antigua concuerda en atribuir a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Esto sucedió ya a partir de Papías, obispo de Gerápolis, en Frigia, alrededor del año 130. Escribe Papías: «Mateo recogió las palabras (del Señor) en hebreo, y cada quien las interpretó como pudo» (en Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16). El historiador Eusebio añade este dato: «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió ir también a otros pueblos, escribió en su lengua materna el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba» (ib., III, 24, 6).

Ya no tenemos el Evangelio escrito por san Mateo en hebreo o arameo, pero en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando todavía, en cierto sentido, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión.

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Benedicto XVI, Audiencia General del miércoles 30 de agosto de 2006

Evangelio del día: el corazón en Dios o en el dinero

Evangelio del día: el corazón en Dios o en el dinero

Lucas 16, 1-13. Vigésimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario. Hay que cuidarse de ceder a la tentación de idolatrar el dinero. 

Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto’. El administrador pensó entonces: ‘¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!’. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. ‘Veinte barriles de aceite», le respondió. El administrador le dijo: «Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez’. Después preguntó a otro: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’. ‘Cuatrocientos quintales de trigo’, le respondió. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y anota trescientos’. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en sus trato con lo demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No puede servir a Dios y al Dinero».

Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede

Lecturas

Primera lectura: Libro de Amós, Am 8, 4-7

Salmo: Sal 113(112), 1-8

Segunda lectura: Primera Carta de san Pablo a Timoteo, 1 Tim 2, 1-8

Meditación del Santo Padre Francisco

Hay que cuidarse de ceder a la tentación de idolatrar el dinero. Significaría debilitar nuestra fe y correr así el riesgo de habituarse al engaño de deseos insensatos y perjudiciales, tales que lleven al hombre al punto de ahogarse en la ruina y en la perdición. De este peligro puso en guardia el Papa Francisco durante la homilía de la misa que celebró en la mañana del viernes, 20 de septiembre, en la capilla de Santa Marta.

«Jesús —dijo el Santo Padre comentando las lecturas— nos había dicho claramente, y también definitivamente, que no se puede servir a dos señores: no se puede servir a Dios y al dinero. Hay algo entre ambos que no funciona. Hay algo en la actitud de amor hacia el dinero que nos aleja de Dios». Y citando la primera carta de san Pablo a Timoteo (6, 2-12), el Papa dijo: «Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación del engaño de muchos deseos absurdos y nocivos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición».

De hecho la avidez —prosiguió— «es la raíz de todos los males. Y algunos, arrastrados por este deseo, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Es tanto el poder del dinero que hace que te desvíes de la fe pura. Te quita la fe, la debilita y la pierdes». Y, siguiendo la carta paulina, observó que el apóstol afirma que «si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones sobre palabras».

Pero san Pablo va más allá y, como notó el Pontífice, escribe que es precisamente de ahí de donde «salen envidias, polémicas, malévolas suspicacias, altercados de hombres corrompidos en la mente y privados de la verdad, que piensan que la piedad es un medio de lucro».

El Obispo de Roma se refirió después a cuantos dicen ser católicos porque van a misa, a quienes entienden su ser católicos como un estatus y que «por debajo hacen sus negocios». Al respecto el Papa recuerda que Pablo usa un término particular, que «hallamos tan, tan frecuentemente en los periódicos: ¡hombres corrompidos en la mente! El dinero corrompe. No hay vía de escape. Si eliges este camino del dinero al final serás un corrupto. El dinero tiene esta seducción de llevarte, de hacerte deslizar lentamente en tu perdición. Y por esto Jesús es tan decidido: no puedes servir a Dios y al dinero, no se puede: o el uno o el otro. Y esto no es comunismo, esto es Evangelio puro. Estas cosas son palabra de Jesús».

¿Pero «entonces qué pasa con el dinero»?, se preguntó el Papa. «El dinero —fue su respuesta— te ofrece un cierto bienestar: te va bien, te sientes un poco importante y después sobreviene la vanidad. Lo hemos leído en el Salmo [48]: te viene esta vanidad. Esta vanidad que no sirve, pero te sientes una persona importante». Vanidad, orgullo, riqueza: es de lo que presumen los hombres descritos en el salmo: los que «confían en su opulencia y se jactan de sus inmensas riquezas». ¿Entonces cuál es la verdad? La verdad —explicó el Papa— es que «nadie puede rescatarse a sí mismo, ni pagar a Dios su propio precio. Demasiado caro sería el rescate de una vida. Nadie puede salvarse con el dinero», aunque es fuerte la tentación de perseguir «la riqueza para sentirse suficientes, la vanidad para sentirse importante y, al final, el orgullo y la soberbia».

El Papa introdujo después el pecado ligado a la codicia del dinero, con todo lo que se deriva, en el primero de los diez mandamientos: se peca de «idolatría», dijo: «El dinero se convierte en ídolo y tú le das culto. Y por esto Jesús nos dice: no puedes servir al ídolo dinero y al Dios viviente. O el uno o el otro». Los primeros Padres de la Iglesia «decían una palabra fuerte: el dinero es el estiércol del diablo. Es así, porque nos hace idólatras y enferma nuestra mente con el orgullo y nos hace maniáticos de cuestiones ociosas y te aleja de la fe. Corrompe». El apóstol Pablo nos dice en cambio que tendamos a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia. Contra la vanidad, contra el orgullo «se necesita mansedumbre». Es más, «éste es el camino de Dios, no el del poder idolátrico que puede darte el dinero. Es el camino de la humildad de Cristo Jesús que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos precisamente con su pobreza. Este es el camino para servir a Dios. Y que el Señor nos ayude a todos nosotros a no caer en la trampa de la idolatría del dinero».

Santo Padre Francisco: El poder del dinero

Meditación del viernes 20 de septiembre de 2013

Meditación del Santo Padre Benedicto XVI

Queridos hermanos y hermanas: 

De buen grado he vuelto a vosotros para presidir esta solemne celebración eucarística, respondiendo así a vuestra reiterada invitación. He vuelto con alegría para encontrarme con vuestra comunidad diocesana, que durante varios años fue, de modo singular, también mía y sigue siendo siempre muy querida.

Os saludo a todos con afecto. En primer lugar, saludo al señor cardenal Francis Arinze, que me ha sucedido como cardenal titular de esta diócesis. Saludo a vuestro pastor, el querido mons. Vincenzo Apicella, a quien agradezco las hermosas palabras de bienvenida con las que ha querido acogerme en vuestro nombre. Saludo a los demás obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los agentes pastorales, a los jóvenes y a todos los que están activamente comprometidos en las parroquias, en los movimientos, en las asociaciones y en las diversas actividades diocesanas. Saludo, asimismo, al comisario de la prefectura de Velletri, a los alcaldes de los ayuntamientos de la diócesis de Velletri-Segni, y a las demás autoridades civiles y militares que nos honran con su presencia.

Saludo a los que han venido de otras partes y, en particular, de Alemania, de Baviera, para unirse a nosotros en este día de fiesta. Mi tierra natal está unida a la vuestra por vínculos de amistad:  testigo de esta amistad es la columna de bronce que me regalaron en Marktl am Inn, en septiembre del año pasado, con ocasión del viaje apostólico a Alemania. Recientemente, como ya se ha dicho, cien ayuntamientos de Baviera, me regalaron una columna casi gemela de esa, que será colocada aquí, en Velletri, como un signo más de mi afecto y de mi benevolencia. Será el signo de mi presencia espiritual entre vosotros. Al respecto, deseo dar las gracias a los que me la regalaron, al escultor y a los alcaldes, que veo aquí presentes con muchos amigos. Muchas gracias a todos.

Queridos hermanos y hermanas, sé que os habéis preparado para mi visita con un intenso camino espiritual, adoptando como lema un versículo muy significativo de la primera carta de san Juan:  «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). Deus caritas est, Dios es amor: con estas palabras comienza mi primera encíclica, que atañe al centro de nuestra fe:  la imagen cristiana de Dios y la consiguiente imagen del hombre y de su camino.

Me alegra que, como guía del itinerario espiritual y pastoral de la diócesis, hayáis escogido precisamente esta expresión:  «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él». Hemos creído en el amor:  esta es la esencia del cristianismo. Por tanto, nuestra asamblea litúrgica de hoy no puede por menos de centrarse en esta verdad esencial, en el amor de Dios, capaz de dar a la existencia humana una orientación y un valor absolutamente nuevos.

El amor es la esencia del cristianismo; hace que el creyente y la comunidad cristiana sean fermento de esperanza y de paz en todas partes, prestando atención en especial a las necesidades de los pobres y los desamparados. Esta es nuestra misión común:  ser fermento de esperanza y de paz porque creemos en el amor. El amor hace vivir a la Iglesia, y puesto que es eterno, la hace vivir siempre, hasta el final de los tiempos.

En los domingos pasados, san Lucas, el evangelista que más se preocupa de mostrar el amor que Jesús siente por los pobres, nos ha ofrecido varios puntos de reflexión sobre los peligros de un apego excesivo al dinero, a los bienes materiales y a todo lo que impide vivir en plenitud nuestra vocación y amar a Dios y a los hermanos.

También hoy, con una parábola que suscita en nosotros cierta sorpresa porque en ella se habla de un administrador injusto, al que se alaba (cf. Lc 16, 1-13), analizando a fondo, el Señor nos da una enseñanza seria y muy saludable. Como siempre, el Señor toma como punto de partida sucesos de la crónica diaria:  habla de un administrador que está a punto de ser despedido por gestión fraudulenta de los negocios de su amo y, para asegurarse su futuro, con astucia trata de negociar con los deudores. Ciertamente es injusto, pero astuto:  el evangelio no nos lo presenta como modelo a seguir en su injusticia, sino como ejemplo a imitar por su astucia previsora. En efecto, la breve parábola concluye con estas palabras:  «El amo felicitó al administrador injusto por la astucia con que había procedido» (Lc 16, 8).

Pero, ¿qué es lo que quiere decirnos Jesús con esta parábola, con esta conclusión sorprendente? Inmediatamente después de esta parábola del administrador injusto el evangelista nos presenta una serie de dichos y advertencias sobre la relación que debemos tener con el dinero y con los bienes de esta tierra. Son pequeñas frases que invitan a una opción que supone una decisión radical, una tensión interior constante.

En verdad, la vida es siempre una opción:  entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico:  «Ningún siervo puede servir a dos amos:  porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo». En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse:  «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero —»mammona»— es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona.

Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y «mammona»; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos.

En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio. Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al sacrificio de sí mismo en la cruz.

Así pues, parafraseando una reflexión de san Agustín, podríamos decir que por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre aleatorio, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de proveer a nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (cf. Discursos 359, 10).

Ahora bien, la única manera de hacer que fructifiquen para la eternidad nuestras cualidades y capacidades personales, así como las riquezas que poseemos, es compartirlas con nuestros hermanos, siendo de este modo buenos administradores de lo que Dios nos encomienda. Dice Jesús:  «El que es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también lo es en lo mucho» (Lc 16, 10).

De esa opción fundamental, que es preciso realizar cada día, también habla hoy el profeta Amós en la primera lectura. Con palabras fuertes critica un estilo de vida típico de quienes se dejan absorber por una búsqueda egoísta del lucro de todas las maneras posibles y que se traduce en afán de ganancias, en desprecio a los pobres y en explotación de su situación en beneficio propio (cf. Am 4, 5).

El cristiano debe rechazar con energía todo esto, abriendo el corazón, por el contrario, a sentimientos de auténtica generosidad. Una generosidad que, como exhorta el apóstol san Pablo en la segunda lectura, se manifiesta en un amor sincero a todos y en la oración.

En realidad, orar por los demás es un gran gesto de caridad. El Apóstol invita, en primer lugar, a orar por los que tienen cargos de responsabilidad en la comunidad civil, porque —explica— de sus decisiones, si se encaminan a realizar el bien, derivan consecuencias positivas, asegurando la paz y «una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad» para todos (1 Tm 2, 2). Por consiguiente, no debe faltar nunca nuestra oración, que es nuestra aportación espiritual a la edificación de una comunidad eclesial fiel a Cristo y a la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

Queridos hermanos y hermanas, oremos, en particular, para que vuestra comunidad diocesana, que está sufriendo una serie de cambios, a causa del traslado de muchas familias jóvenes procedentes de Roma, al desarrollo del sector «terciario» y al establecimiento de muchos inmigrantes en los centros históricos, lleve a cabo una acción pastoral cada vez más orgánica y compartida, siguiendo las indicaciones que vuestro obispo va dando con elevada sensibilidad pastoral.

A este respecto, ha sido muy oportuna su carta pastoral de diciembre del año pasado con la invitación a ponerse a la escucha atenta y perseverante de la palabra de Dios, de las enseñanzas del concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia.

Pongamos en manos de la Virgen de las Gracias, cuya imagen se conserva y venera en esta hermosa catedral, todos vuestros propósitos y proyectos pastorales. Que la protección maternal de María acompañe el camino de todos los presentes y de quienes no han podido participar en esta celebración eucarística. Que la Virgen santísima vele de modo especial sobre los enfermos, sobre los ancianos, sobre los niños, sobre aquellos que se sienten solos y abandonados, y sobre quienes tienen necesidades particulares.

Que María nos libre de la codicia de las riquezas, y haga que, elevando al cielo manos libres y puras, demos gloria a Dios con toda nuestra vida (cf. Colecta). Amén.

Santo Padre Benedicto XVI

Homilía del Domingo, 23 de septiembre de 2007

Catecismo de la Iglesia Católica, CEC

I. Libertad y responsabilidad

1731 La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Por el libre arbitrio cada uno dispone de sí mismo. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

1732 Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito.

1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (cfRm 6, 17).

1734 La libertad hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que estos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos.

1735 La imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales.

1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:

Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: “¿Qué has hecho?” (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4, 10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12, 7-15).

Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.

1737 Un efecto puede ser tolerado sin ser querido por el que actúa, por ejemplo, el agotamiento de una madre a la cabecera de su hijo enfermo. El efecto malo no es imputable si no ha sido querido ni como fin ni como medio de la acción, como la muerte acontecida al auxiliar a una persona en peligro. Para que el efecto malo sea imputable, es preciso que sea previsible y que el que actúa tenga la posibilidad de evitarlo, por ejemplo, en el caso de un homicidio cometido por un conductor en estado de embriaguez.

1738 La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a cada cual el respeto al que éste tiene derecho. Elderecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, especialmente en materia moral y religiosa (cf DH 2). Este derecho debe ser reconocido y protegido civilmente dentro de los límites del bien común y del orden público (cf DH 7).

Catecismo de la Iglesia Católica

Propósito

Utilizar responsablemente el dinero.

Diálogo con Cristo

Señor Jesucristo, ayúdame a ponerte a Ti en primer lugar, que las riquezas no se conviertan en distracciones que me oculten tu presencia..

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