Belén recortable para plegar

Belén recortable para plegar

Con las siguientes imágenes se puede elaborar un precioso belén recortable y luego plegado y pegado formando una composición en tres dimensiones.

Aconsejamos que las figuras sean impresas en papel de alto gramaje o que sea bastánte rígido. 


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Para imprimir las imágenes sigue las siguientes instrucciones:

  • Desde Windows Internet Explorer, pinchar sobre la imagen, pulsar el botón derecho del raton y elegir «Guardar como» (se guarda en disco duro y luego se edita e imprime con un programa de edición de imágenes) o «Imprimir».
  • Desde Mozilla Firefox, pinchar sobre la imagen, pulsar el botón derecho del ratón y elegir «ver imagen» (una vez abierta, en el menú «Archivo», elegir «Imprimir») o «guardar imagen como» (se guarda en disco duro y luego se edita e imprime con un programa de edición de imágenes).
  • Es aconsejable que, al imprimr estas ilustraciones, se elija la opción «ajustar», para que el dibujo se escale hasta ocupar la mayor parte de la hoja.

Fuente: Club.telepolis.es

Árbol de Navidad: nuestro regalo en familia al Niño Dios

Árbol de Navidad: nuestro regalo en familia al Niño Dios

«El árbol de Navidad es la reunión de las esperanzas de toda la familia. El Niño Dios lo ve y está contento: sonríe y comparte con todos nosotros el día de su cumpleaños». Con unas u otras palabras, mi madre nos recordaba de esta manera el significado que tiene para los cristianos el abeto adornado en estas fechas.

Mi familia proviene de muchos lugares, por lo que tradiciones muy diversas eran vividas en nuestro hogar. Una de mis bisabuelas era una hugonote francesa que se convirtió al catolicismo al casarse con mi bisabuelo. Vivieron en la Navarra francesa y luego en Burdeos y ellos, polaco y francesa, crearon una peculiar familia que recabó en España.

Mi abuela Zelinne fue quien introdujo la costumbre del árbol de Navidad, con el sentido que luego mis padres recogieron.

El árbol de Navidad era el esfuerzo común de toda la familia: su obtención, su decorado, su mantenimiento, etc.

Todo el trabajo comenzaba unas semanas antes de Navidad. Mi madre se organizaba muy bien para que jugáramos o trabajáramos a su alrededor durante todo el año. En esas semanas, la movilización de enanos era general, y la razón no era otra que fabricar los adornos para el abeto. Sí que teníamos unas bolas de cristal y alguna cintilla de espumillón… pero esos adornos eran secundarios. Mi madre nos enseñó que los adornos del árbol de Navidad son expresión de nuestro agradecimiento a Dios por todo lo que habíamos recibido de Él durante el año. Por eso no podían guardarse de año en año, sino que había que hacer adornos nuevos cada Navidad. No era, desde luego, un derroche… había para todos los gustos.

Los adornos más bonitos y sabrosos eran unos Reyes Magos planos de caramelo que mis hermanas hacían con unos moldes en la cocina, sobre un mármol. También elaboraban ángeles y pastorcillos… en el abeto siempre se montaba como un pequeño belén colgado de sus ramas. Para que no se estropearan, los envolvían en papel de celofán… y terminaban devorados el día de los Reyes. También hacían estrellas de pan de jengibre, bolitas de mazapán envueltas en platillas y otros dulces… la decoración de Navidad era un manjar para todos. En la cocina también se hacía un adorno polaco, las «oplatek», hojas de oblea con imágenes navideñas, que se regalan en Polonia como símbolo de comunión en estas fechas. Es una tradición bonita: te comes literalmente las felicitaciones navideñas en la cena de Nochebuena. Bueno, en mi casa se colgaban algunas del árbol como adornos.

Los pequeños hacíamos estrellas y ángeles con platillas y cartulina, flores con papel pinocho, etcétera, etcétera.

Mi madre bordaba en punto de cruz el adorno principal: un marquito redondo en el que colocaba recortada una imagen de la Sagrada Familia. «Este adorno –nos decía– es el que da sentido a todos los demás: se los ofrecemos a ellos».

El paso siguiente era la obtención de un abeto. Mi padre solía ir a una finca de unos amigos que tenían abetos cuando mis hermanos mayores eran chiquitines. Más tarde, en mi niñez, bajábamos a la Escuela de Ingenieros Forestales en la Ciudad Universitaria… toda una excursión, porque había que, al menos, llevarlo a casa andando y entre los que fuéramos con él. Todo requería un pequeño sacrificio: sin este esfuerzo común de toda la familia, la simbología del árbol se desvanece y pasa a formar parte del decorado.

El día 23 de diciembre tenía que estar todo preparado: durante la tarde decorábamos el árbol que se coronaba con un pináculo de cristal. En el centro, el bordado de mi madre, con todos los adornos alrededor: tenía que haber adornos de todos y cada uno, del mayor al más pequeño… siempre había un chupete colgando, algún «madelman» de pastor o de rey o un «barriguitas» de angelote. Durante toda la Navidad el árbol era un signo visible y presente en toda la casa. Su olor, a abeto, chocolate y caramelo, es imborrable.

A los pies del árbol mi madre colocaba una figura del Niño Jesús, en un pesebrillo y con flores alrededor… El regalo de Nochebuena en mi casa se lo ofrecíamos la familia entera al Niño Jesús, que acababa de nacer, con el árbol y sus adornos.

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Experiencias de una madre en la preparación del Adviento y la Navidad

Experiencias de una madre en la preparación del Adviento y la Navidad

En estos tiempos del Adviento y la Navidad es importante recuperar el sentido de lo que hacemos o vemos, porque estamos hartos de ver coronas, nacimientos o árboles de Navidad como algo simplemente decorativo. Seguro que se pueden recuperar otros tantos signos y tradiciones. 

En mi familia dedicamos gran parte del Adviento a montar el Belén en casa. Colaboramos todos, y cada uno aporta lo mejor de sí mismo. Es como algo que les va atrayendo cada vez más, a fuerza de poner empeño. ¿ Que cómo hemos conseguido que tengan interés por montar el Nacimiento? Hemos ido incorporando algunas tradiciones que realmente les cautivan.

Una de ellas es que desde pequeños les hemos procurado llevar a ver nacimientos en Madrid, que es donde vivimos, y también fuera de Madrid; en Ocaña (Toledo) hay uno ¡que es estupendo!

Vista general de nuestro belénPara la elaboración del nacimiento realizamos diversas excursiones, que reúnen a todos: una salida al campo toda la familia para recoger hierbas, musgo, piedras, arbustos…. cualquier cosa es susceptible de convertirse en un elemento de nuestro nacimiento. Los más pequeños se apasionan por encontrar algo que pueda ser útil, y se les despierta la imaginación. Con esa excusa, toda la familia pasa un día junta en el campo.

Hay aún otra salida, no menos apasionante, que es la compra, cada año, de algo nuevo para el nacimiento. El ver los adornos en la plaza, hacerse uno más con la gente, conocer el Madrid antiguo, elegir aquello que va a formar parte nuestra, como pueda ser una lavandera, una oveja o un cerdito, me parece una de las cosas más entrañables de nuestra preparación del belén.

El Misterio y sus aledaños

Para poner el nacimiento, hay que preparar la casa, renunciar a una parte nuestra para plantar el belén en el centro, a pesar de los inconvenientes. Exige un trabajo extra sacar toda la parafernalia que ocupa. De ello da constancia el papá y los más mayores, a la hora de subir del trastero todas la cajas. La ilusión que produce en los pequeños ir descubriendo el contenido de cada una de ellas, un año más, compensa todos nuestros esfuerzos.

Después viene la puesta en escena. Surge entre todos una tormenta de ideas que raya en lo contencioso, hasta que… milagrosamente, cada elemento va ocupando su lugar; fruto del espíritu, ¡claro está!, porque quedan en evidencia nuestras disensiones. Pero al final, el portal está donde tenía que estar y así también el castillo de Herodes, la posada, la Anunciación de los pastores, etc.

Anunciación y posada

Pasada la fase técnica, le sigue la más artística, de pequeños elementos decorativos como el musgo, el serrín… Todos los hierbajos que cogimos en el campo, encuentran ahora su utilidad. Los pequeños son, ahora, los auténticos protagonistas. En esta etapa, es claro, que tampoco están ausentes las disensiones, pero cada uno encuentra su espacio donde volcar su creatividad.

Hay algo que les suscita mucho interés, y es la competencia con otras familias conocidas que ponen el belén. El año pasado, y valga como ejemplo, una familia de nuestra comunidad entró en el colegio El Prado por primer año, se presentó al concurso de belenes y ganó el primer premio; puede imaginarse que, este año, no estamos dispuestos a que nos ganen, y para ello hemos ido a tomar unas clases a casa de una amiga que es experta en belenes, porque ¡está en juego nuestro orgullo!

Panadería y carpinteríaPor último, la Nochebuena: antes de cenar con los abuelos, primos y tíos que vienen a casa, en torno al Belén leemos el pasaje del Evangelio que narra el nacimiento de Jesús extensamente, y los niños van identificando en el Belén todas las escenas posibles. Esto les encanta. Acabamos cantando todos con las panderetas y guitarras un montón de villancicos al estilo más tradicional.

Habría más que podría contar, pero con esto, se puede hacer una idea de lo que da de sí la tradición en familia de montar el Belén en casa. Y, con todo, somos unos inexpertos, pero, eso sí: lo hemos pasado fenomenal con nuestros hijos y creemos que siempre lo recordarán y lo seguirán haciendo con sus propias familias, porque nosotros lo aprendimos a su vez de nuestros padres.

Fuera del hogar, también tiene interés el sentido que pueden tener los nacimientos en nuestra vida parroquial. Un año tuvimos una experiencia muy buena que fue reunirnos las familias que teníamos niños pequeños con la catequista de preparación de primera comunión, y en torno al belén darles una catequesis a todos juntos. Fue muy bonito.

Presentación en el Templo Algo que centra mucho a los niños en la parroquia, y que también nosotros hemos cultivado en casa, es la preparación de una representación teatral de la Navidad. Se pasan todo el Adviento yendo a ensayar la obra los sábados y la disputa cada año entre las niñas es quién va a hacer el papel de Virgen. Es un éxito. En nuestra parroquia ha ido siempre gente que no tenía nada que ver con ella, porque los niños atraen. También la preparación de la visita de los Reyes Magos a la parroquia puede ocupar parte del Adviento.

En nuestro caso, la preparación del Adviento en la familia y en la parroquia están muy imbricadas.

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Celebración litúrgica para el Adviento: «Entronización de la Biblia»

Celebración litúrgica para el Adviento: «Entronización de la Biblia»

Celebración litúrgica para el Adviento: «Entronización de la Biblia»Esta celebración que presentamos está indicada para realizar durante el tiempo de Adviento.
Puede llevarse a cabo tanto en la iglesia como en una sala adecuadamente organizada.

Preparativos

Una mesa amplia con un atril preparados con sentido festivo (el atril es para colocar más tarde la Biblia sobre él; y la mesa es para colocar sobre ella la Corona de Adviento). 

Hay que adornar previamente el lugar y procurar que haya suficientes velas pequeñas para todos los asistentes. De igual modo, hay que preparar copias suficientes con los textos de la celebración para todos los participantes. 

El lugar litúrgico al inicio debe estar con escasa luz. Al encender la vela de la Corona de Adviento, se encenderán todas las luces. Entonces, colocar un cirio encendido (más grande que los demás) junto a la Biblia del atril.

Cada participante (niña o niño) deberá tener un ejemplar de la Biblia o de los Evangelios.


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Cómo construir una corona de Adviento

Cómo construir una corona de Adviento

La corona de Adviento es parte de una larga tradición que se inició antes del cristianismo en el área geográfica que hoy día se corresponde con Alemania. Su significado original era el de ser un símbolo de esperanza para la primavera venidera.

En la época de la Edad Media, los cristianos adoptamos esta tradición como símbolo de Adviento, de preparación espiritual para la Navidad.

La corona de Adviento es uno de los símbolos más significativos que colocamos en nuestro hogar. Situada en las puertas de las casas, es una especie de bienvenida y a la vez de mensaje para todos aquellos que nos visitan:

 

«Bienvenidos, en este hogar ya está presente el espíritu de la Navidad…».

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Cómo construir una corona de Adviento – Vídeo

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Cómo construir una corona de Adviento: instrucciones

1. Preparar una base circular estable, hecha con papel de periódico recubierto de cinta.

2. Conseguir una guirnalda de pino de longitud igual o un poco mayor al perímetro de la base circular. Unir el pino y la base con alambre.

3. Fijar (con alambre) a dicha base la estructura donde se pegarán las velas. El material para hacer la estructura puede ser cartón o cualquier otro que sea lo suficientemente duro para que las velas estén estables.

4. Pegar las velas.

5. Ir colocando de manera simétrica y armónica las piñas, esferas, hojas…

6. Por último, colocar la cinta.

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Fuente original: página web de san Josemaría Escrivá de Balaguer

Esperamos la Navidad: la corona de Adviento

Esperamos la Navidad: la corona de Adviento

En la vida religiosa de mi familia, los tiempos litúrgicos eran un elemento esencial. Mi madre supo conciliar tradiciones ancestrales —tanto españolas como del norte de Europa, de donde provenía mi familia paterna—, para enseñarnos a todos sus hijos los rudimentos esenciales de la vida cristiana.

Para cada tiempo litúrgico se valía de algún elemento que pudiera reunir a todos, mayores y pequeños, y así compartir fe y oración en familia. El periodo más especial para los niños era, por supuesto, la Navidad; pero esta iba preludiada por las cuatro semanas de Adviento, en las que nuestra vida religiosa pivotaba en una tradición traída de Polonia: la corona de Adviento.

Todos los años se seguía el mismo «protocolo».

Durante la semana previa al primer domingo de Adviento mi madre iba sondeándonos a los hermanos para decidir con qué materiales íbamos a elaborar la corona; la mayoría de los años la hacíamos con ramas de abeto o de pino como base, pero en otros la montábamos con tomillo y romero verdes secados, o con pequeñas plantitas de hierbas que había que regar durante todo el mes, o con ramitas de acebo, etc. Siempre nos recordaba el significado del color verde de la base de la corona: la esperanza que todos los cristianos tenemos en ser salvados por el Niño que pronto ha de venir.

También decidíamos entre todos (aunque mi madre nos hacía más caso a los pequeñines en este asunto) los adornos que iba a llevar: casi siempre nos decidíamos por unas bolas de cristal transparente que había en casa, y que luego se colgaban en el árbol de Navidad, y flores de metal elaboradas con «platillas» de las pastillas de chocolate que mi madre había guardado con esa intención durante todo el año. El significado que ella daba a las bolas era fantástico: eran nuestras almas llenándose de esperanza durante el Adviento; y las flores de oro y plata representaban nuestras buenas acciones dedicadas al Señor, para que viniera «rápido».

En la sobremesa de la comida del último sábado anterior al Adviento, tras retirar el mantel, montábamos entre todos la corona, a la que se añadían cuatro velones, cada uno en una esquina: mi madre adornaba tres de ellos con un lazo de cinta morada en forma de cruz, y al cuarto le pinchaba un lazo rosa en forma de flor, mientras nos explicaba el significado del color morado, como símbolo de espera y penitencia, y del color rosa como expresión de alegría por el nacimiento del Niño Jesús.

La corona cambiaba las rutinas de la casa. Durante el Adviento mi familia siempre iba a la Santa Misa de la víspera del domingo: todos vestidos y arreglados acudíamos a nuestra parroquia en la tarde del sábado.

A la vuelta, mi madre tenía preparada una cena especial que empezaba siempre de la misma manera: la mesa adornada con la corona de Adviento en el centro, todos los comensales sentados esperando a mis padres, que siempre venían a la vez y se situaban cada uno en una de las cabeceras de la mesa. Mi padre solía poner en el tocadiscos de su despacho el Oratorio de Navidad de J. S. Bach y la música se oía a lo lejos.

Nos levantábamos todos y, tras hacer la Señal de la Cruz, mi madre leía en su viejo misal el Evangelio que habíamos oído en la Misa un rato antes. Después, en silencio y con cierta solemnidad, mi padre encendía con su mechero una de las velas: las moradas el primero, segundo y cuarto domingo de Adviento, y la rosa, el tercero —las velas se mantendrían encendidas durante todas las comidas de la semana, en las que la corona presidía la mesa: una vela la primera, dos la segunda, tres la tercera…— y comenzaba a rezar un padrenuestro, un avemaría y un gloria, al que respondíamos todos.

Todos nos sentábamos y la conversación siempre empezaba con las explicaciones de mi madre sobre el menú que íbamos a cenar: consomé de pollo y chuletillas de cordero: «este caldo esta hecho con el gallo que cantó cuando san Pedro negó a Nuestro Señor; lo he metido en la olla para que a nosotros no nos delate si, cuando hacemos mal, nos arrepentimos y vamos corriendo al cura a confesar»; y «el cordero que vanos a comer nos recuerda al Cordero que va a venir para salvarnos». Mi padre, durante la cena, iba comentando el sermón que habíamos oído en la Misa… no sé cómo lo hacía, pero esas noches eran especialmente sosegadas en una mesa con tantos comensales —mis padres y mis ocho hermanos—, cuando lo habitual era que estas reuniones fueran «tumultuosas».

Un quinto día la corona era la protagonista: la Nochebuena. Mi madre colocaba en el centro una vela con un lazo blanco: «el Niño Jesús ya está con nosotros», nos decía… Esa vela permanecía encendida toda la noche hasta la comida de Navidad. La corona de Adviento presidiría por última vez nuestra mesa, el día de más alegría del año: venían mis tíos, se cantaban villancicos y se hacían brindis en honor de Nuestro Señor.

Luego la corona se trasladaba a la entrada de la casa, sobre un aparador. Una última vez se encendía, ya solo con la vela de lazo blanco alumbrando: la Noche de Reyes, junto a una copita de coñac y turrón para los magos y un poco de hierva para los camellos; la vela haría la función de estrella y les indicaría a dónde dirigirse.

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Catequesis de Juan Pablo II sobre el Adviento

Catequesis de Juan Pablo II sobre el Adviento

El papa Juan Pablo II, de cuya cercana beatificación nos felicitamos, era un magnífico catequista. En sus Audiencias de los miércoles en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano ofrecía lecciones magistrales, semana tras semana. De esos discursos, casi mejor «meditaciones», hemos escogido un grupo de cuatro que, entre el 28 de novienbre y el 20 de diciembre de 1978, su primer año de pontificado, dedicó al Adviento y su preparación:

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Catequesis sobre el Adviento I (IV): El Adviento

Catequesis sobre el Adviento I (IV): El Adviento

1. Si bien el tiempo litúrgico de Adviento no comienza hasta el domingo próximo, deseo empezar a hablaros hoy de este ciclo. Estamos yaz habituados al término “adviento”, sabemos qué significa: pero precisamente por el hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra dicho concepto.

Adviento quiere decir “venida”. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene?

Enseguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta, que se utilizaba como establo para el ganado.

Esto lo saben los niños, lo saben también los hombres que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría.

Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.

2. La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama “Dios”, y la segunda “el hombre”. El cristianismo brota de una relación particular entre Dios y el hombre. En los últimos tiempos —en especial durante el Concilio Vaticano II— se discutía mucho sobre si dicha relación es teocéntrica o antropocéntrica. Si seguimos considerando por separado los dos términos de la cuestión, jamás se obtendrá una respuesta satisfactoria a esta pregunta. De hecho el cristianismo es antropocéntrico precisamente porque es plenamente teocéntrico; y al mismo tiempo es teocéntrico gracias a su antropocentrismo singular.

Pero es cabalmente el misterio de la Encarnación el que explica por sí mismo esta relación. Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y sensibilidad de todos los hombres y, sobre todo, de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: “Si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).

3. Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que late y palpita el cristianismo, hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano.

En los comienzos del pensar humano pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada individuo tiene la propia historia en su vida ya desde la infancia. Sin embargo, hablando del “comienzo” no nos proponemos tratar propiamente de la historia del pensamiento. En cambio, queremos hacer constancia de que en las bases mismas del pensar, en sus fuentes, se encuentran el concepto de “Dios” y el concepto de “hombre”. A veces están recubiertos del estrato de muchos otros conceptos distintos (sobre todo en la actual civilización, de “cosificación materialista” e incluso “tecnocrática”); pero ello no significa que aquellos conceptos no existen o no están en la base de nuestro pensar. Incluso el sistema ateo más elaborado sólo tiene sentido en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la idea “Theos”, Dios. A este propósito la Constitución Pastoral del Vaticano II nos enseña con razón que muchas formas de ateísmo se derivan de que falta la relación adecuada con este concepto de Dios. Por ello, dichas formas son o, al menos pueden serlo, negaciones de algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde al Dios verdadero.

4. El Adviento, en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial, nos remonta a los comienzos de la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos enseguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre.

Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, se comienza leyendo estas palabras: “Beresit bara: Al principio creó…”. Sigue luego el nombre de Dios que en este texto bíblico suena “Elohim”. Al principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres palabras constituyen como el umbral de la Revelación. Al principio del libro del Génesis, no sólo con el nombre de “Elohim” se define a Dios; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre de “Yavé”. Habla de Él aún más claramente el verbo “creó”. En efecto, este verbo revela a Dios, quién es Dios. Expresa su sustancia, no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea, con el conjunto de las criaturas sujetas a la ley del tiempo y del espacio. El complemento circunstancial “al principio”, señala a Dios como Aquel que existe antes de este principio, Aquel que no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que “crea”, es decir, que “da comienzo” a todo lo que no es Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible (según el Génesis, el cielo y la tierra). En este contexto el verbo “creó” dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él existe, que es, que Él es la plenitud del ser, que tal plenitud se manifiesta como Omnipotencia, y que esta Omnipotencia es a un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la primera frase de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en nuestro entendimiento el concepto de “Dios”, si nos queremos referir a los comienzos de la Revelación.

Sería significativo examinar la relación en que está el concepto “Dios”, tal y como lo encontramos en los comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base del pensar humano (incluso en el caso de la negación de Dios, es decir, del ateísmo). Pero hoy no nos proponemos desarrollar este tema.

5. En cambio, sí queremos hacer constar que en los comienzos de la Revelación —en el mismo libro del Génesis—, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del hombre que Dios (Elohim) crea a su “imagen y semejanza”. Leemos en él: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26), y a continuación: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra” (Gén 1, 27).

Sobre el problema del hombre volveremos el miércoles próximo. Pero hoy debemos señalar esta relación particular entre Dios y su imagen, que es el hombre.

Esta relación ilumina las bases mismas del cristianismo. Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa el Adviento?; y segunda, ¿por qué precisamente el Adviento forma parte de la sustancia misma del cristianismo?

Estas preguntas las dejo a vuestra reflexión. Volveremos sobre ellas en nuestras meditaciones futuras y más de una vez. La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.


Roma, 29 de noviembre de 1978

Catequesis sobre el Adviento IV (IV): El Señor está cerca

Catequesis sobre el Adviento IV (IV): El Señor está cerca

1. Nuestro encuentro de hoy nos brinda ocasión para la cuarta y última meditación sobre el Adviento.

El Señor está cerca, nos lo recuerda cada día la liturgia del Adviento. Esta cercanía del Señor la sentimos todos: tanto nosotros, sacerdotes, rezando cada día las maravillosas «antífonas mayores» del Adviento, como todos los cristianos que tratan de preparar el corazón y la conciencia para su venida. Sé que en este período los confesionarios de las iglesias de mi patria, Polonia, están asediados (no menos que en Cuaresma). Pienso que ocurra también así en Italia y dondequiera que un profundo espíritu de fe hace sentir la necesidad de abrir el alma al Señor que está para venir. La alegría mayor de esta espera del Adviento es la que viven los niños. Recuerdo que precisamente ellos iban deprisa, muy contentos, a las parroquias de mi patria para las misas de la aurora (llamadas «Rorate. . . » por la palabra con que se abre la liturgia: Rorate coeli, «gotead, cielos, desde arriba» (Is 45, 8). Ellos contaban día tras día los «peldaños» que todavía quedaban en la «escalera celeste» por la que Jesús bajaría a la tierra, para poderlo encontrar en la Nochebuena sobre el pesebre de Belén.

¡El Señor está cerca!

El pecado

2. Hace ya una semana hablábamos de este acercarse del Señor. Efectivamente, este era el tercer tema de las reflexiones del miércoles, elegidas para el Adviento de este año. Hemos meditado sucesivamente, trasladándonos a los orígenes mismos de la humanidad, es decir, al libro del Génesis, las verdades fundamentales del Adviento. Dios que crea (Elohim) y en esta creación se revela simultáneamente a Sí mismo; el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, «refleja» a Dios en el mundo visible creado. Estos son los temas primeros y fundamentales de nuestras meditaciones durante el Adviento. Después, el tercer tema puede resumirse brevemente en la palabra: «gracia», «Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Dios quiere que el hombre se haga partícipe de su verdad, de su amor, de su misterio, para que pueda participar en la vida del mismo Dios. «E1 árbol de la vida» simboliza esta realidad ya desde las primeras páginas de la Sagrada Escritura Pero en estas mismas páginas nos encontramos también con otro árbol: el libro del Génesis lo llama «el árbol de la ciencia del bien y del mal» (Gén 2, 17). Para que el hombre pueda comer el fruto del árbol de la vida, no debe tocar el fruto del árbol «de la ciencia del bien y del mal». Esta expresión puede sonar a leyenda arcaica. Pero profundizando más en «la realidad del hombre», como nos es dado entenderla en su historia terrena —tal como a cada uno nos habla de ella nuestra experiencia humana interior y nuestra conciencia moral—, nos damos cuenta mejor de que no podemos permanecer indiferentes, moviendo los hombros antes estas imágenes bíblicas primitivas. ¡Cuánta carga de verdad existencial contienen acerca del hombre! Verdad que cada uno de nosotros siente como propia. Ovidio, el antiguo poeta romano, pagano, ¿acaso no ha dicho de manera explícita: Video meliora proboque, deteriora sequor: «Veo lo que es mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor» (Metamorfosis VII 20). Sus palabras no distan mucho de las que más tarde escribió San Pablo: «No sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago» (Rom 7, 15). El hombre mismo, después del pecado original, está entre «el bien y el mal».

«La realidad del hombre» —la más profunda «realidad del hombre»— parece desenvolverse continuamente entre lo que desde el principio ha sido definido como el «árbol de la vida» y «el árbol de la ciencia del bien y del mal». Por esto, en nuestras meditaciones sobre el Adviento, que miran a las leyes fundamentales, a las realidades esenciales, no se puede excluir otro tema: esto es, el que se expresa con la palabra: pecado.

La dimensión ética de la vida humana

3. Pecado. El catecismo nos dice, de manera sencilla y fácil de recordar, que es la transgresión del mandamiento de Dios. Indudablemente el pecado es la transgresión de un principio moral, violación de una «norma» —y sobre esto todos están de acuerdo, aun los que no quieren oír hablar de «los mandamientos de Dios»—. También ellos están concordes en admitir que las principales normas morales, los más elementales principios de conducta, sin los cuales no es posible la vida y la convivencia entre los hombres, son precisamente los que nosotros conocemos como «mandamientos de Dios» (en particular, el cuarto, el quinto, el sexto, el séptimo y el octavo). La vida del hombre, la convivencia entre los hombres, se desarrolla en una dimensión ética, y esta es su característica esencial, y es también la dimensión esencial de la cultura humana.

Querría, sin embargo, que hoy nos centráramos sobre aquel «primer pecado» que —a pesar de cuanto se piensa comúnmente— está descrito con tanta precisión en el libro del Génesis, que demuestra toda la profundidad de la «realidad del hombre» encerrada en él. Este pecado «nace» al mismo tiempo «del exterior», es decir, de la tentación, y «de dentro». La tentación se expresa con la siguientes palabras del tentador: «Sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (Gén 3, 5). El contenido de la tentación toca lo que el mismo Creador ha plasmado en el hombre —porque, de hecho, ha sido creado a «semejanza de Dios», que quiere decir «igual que Dios»—. Toca también al anhelo de conocer que hay en el hombre y al anhelo de dignidad. Solo que lo uno y lo otro se falsifica de tal manera, que tanto el anhelo de conocer como el de dignidad —es decir, la semejanza con Dios—, en el hecho de la tentación, son utilizados para contraponer al hombre con Dios. El tentador coloca al hombre contra Dios, sugiriéndole que Dios es su adversario, el cual intenta mantener al hombre en el estado de «ignorancia»; que pretende «limitarlo» para subyugarlo. El tentador dice: «No, no moriréis; es que sabe Dios que el día en que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal» (según la antigua versión: «seréis como Dios» (Gén 3, 4 5).

Es preciso meditar, más de una vez esta descripción «arcaica». No sé si aun en la Sagrada Escritura se pueden encontrar otros muchos pasajes en los que se describa la realidad del pecado no solo en su forma de origen, sino también en su esencia, esto es, donde se presente la realidad del pecado en dimensiones tan plenas y profundas, demostrando cómo el hombre haya utilizado contra Dios precisamente lo que en él había de Dios, lo que debía servir para acercarlo a Dios.

Viene el Señor

4. ¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Para comprender mejor el Adviento. Adviento quiere decir Dios que viene, porque quiere que «todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4). Viene porque ha creado al mundo y al hombre por amor, y con él ha establecido el orden de la gracia. Pero viene «por causa del pecado», viene «a pesar del pecado», viene para quitar el pecado.

Por eso no nos extrañamos de que, en la noche de Navidad, no encuentre sitio en las casas de Belén y deba nacer en un establo (en la cueva que servía de refugio a los animales).

Pero lo más importante es el hecho de que Él viene.

El Adviento de cada año nos recuerda que la gracia, es decir, la voluntad de Dios para salvar al hombre, es más poderosa que el pecado.


Roma, 20 de diciembre de 1978