La vocación matrimonial

La vocación matrimonial

Catecismo la Familia y el Matrimonio.

7. La vocación matrimonial.

54. ¿Qué significado tiene el matrimonio cristiano?

El matrimonio expresa el amor de Dios por su pueblo, que es la Iglesia. Así como Cristo se entregó en sacrificio por amor a la Iglesia y permanece eternamente fiel a ella, del mismo modo los esposos se entregan uno al otro totalmente, imitando el amor de Cristo.

55. ¿Es un bien recibir el sacramento del matrimonio?

Es un gran bien recibir el sacramento del matrimonio en el caso de los bautizados, porque es el único modo de santificar el amor humano entre el hombre y la mujer.

56. ¿Qué bienes comunica el matrimonio a los esposos?

El Señor infunde su gracia en los corazones de los esposos para que cumplan los deberes propios de su estado: la fidelidad a sus promesas, la procreación y educación de sus hijos, el sostenimiento mutuo en medio de las alegrías y dificultades de su vida.

57. ¿Hay algo especial en el matrimonio entre los bautizados?

El matrimonio entre los bautizados es uno de los siete sacramentos que instituyó Jesucristo. Esto quiere decir que es un camino de santidad: Dios llama a los esposos a que ganen el Cielo santificándose en su matrimonio y en su vida familiar. Saber que el matrimonio es una vocación divina ayuda a defenderlo y a valorarlo adecuadamente respondiendo con generosidad a la voluntad de Dios.

58. ¿Están casados un hombre y una mujer bautizados, que viven juntos y no han recibido el sacramento del matrimonio?

Puede que estén casados ante el juez por el matrimonio civil, pero no lo están delante de Dios. Aunque en el lenguaje común se dice que «están casados», realmente no lo están porque entre los cristianos el amor matrimonial solo recibe la bendición de Dios y se confirma con el sacramento del matrimonio.

59. ¿Qué deben hacer las personas que estén en esa situación?

Un hombre y una mujer que siendo católicos estén viviendo juntos y quieran seguir viviendo así para siempre, deberían hablar con el párroco o sacerdote católico más cercano y exponerle su situación y procurar santificar su hogar con el sacramento del matrimonio. Si quisieran celebrarlo, no deben temer el pequeño desembolso económico que suponga la celebración; ni preocuparse aunque lleven muchos años viviendo así, incluso con hijos mayores, o de otras uniones anteriores no sacramentales: lo importante es que su hogar y su amor quede santificado y ellos tengan la conciencia de haber cumplido la voluntad amorosa de Dios.

60. ¿Tiene mérito que un hombre y una mujer, aunque no hayan recibido el sacramento del matrimonio, vivan juntos guardándose fidelidad?

Esa conducta tiene valor ejemplar. La fidelidad es un gran valor humano y una gran virtud que hace posible el despliegue auténtico de la personalidad y la felicidad familiar. Sin embargo, si ese hombre y esa mujer que viven juntos son católicos su fe y amor a Dios deben llevarlos, siempre que sea posible, a santificar su hogar con el sacramento del matrimonio.

61. ¿Por qué algunos tienen miedo de recibir el sacramento del matrimonio?

Algunas parejas que se guardan fidelidad, temen que si reciben el sacramento del matrimonio, el cónyuge va a sentirse seguro de poseer al otro y que eso puede ser el comienzo de problemas en su matrimonio. Sin embargo, deben saber que ese temor es infundado cuando hay verdadero amor, ya que el amor de los esposos y el Sacramento que santifica su hogar es el principio de la bendición de Dios para su familia.

62. ¿Cómo se puede ayudar a estas personas a salir de su equivocación?

Estas personas deben saber que el sacramento del matrimonio bendice el amor ya existente entre los esposos, les da fuerzas para vivirlo, y reciben la ayuda divina y la bendición de Dios para santificarse en su vida matrimonial.


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El amor humano

El amor humano

Catecismo la Familia y el Matrimonio.

4. El amor humano

21. ¿Se puede decir que Dios creó al hombre para el amor?

Sí. Dios creó al hombre por amor y para el amor. El amor por tanto es la vocación fundamental y original de todo hombre.

22. ¿El amor radica solo en el cuerpo?

No. El amor humano también abarca al alma, porque el hombre está llamado al amor en su totalidad: en el cuerpo y en el alma.

23. ¿Cómo puede el hombre realizar su vocación al amor?

El hombre puede realizar su vocación al amor fundamentalmente de dos modos: por el matrimonio y por la virginidad o el celibato asumido por amor a Dios y servicio a los demás.

24. ¿Cuál de los dos modos es más perfecto?

Cada hombre debe seguir su propia vocación y esa será la mejor para él. Pero, la virginidad o el celibato por amor a Dios y servicio a los demás, es más elevado porque está dirigido directa y exclusivamente a Dios.

25. ¿Qué es lo esencial en el amor humano?

El amor humano es una donación exclusiva y permanentemente de los esposos, con los actos propios y exclusivos de ellos. Ese amor también alcanza al núcleo íntimo, espiritual de la persona, y lo constituye simplemente una manifestación biológica como sería el caso de los animales.

26. La donación total del hombre y la mujer ¿solo es auténtica en el matrimonio?

La donación total de un hombre y una mujer solo es verdadero amor humano en el matrimonio. Allí se dan las condiciones de estabilidad necesarias para la procreación y educación de los hijos y para el crecimiento y despliegue del amor de los esposos.

27. ¿El amor humano es exclusivo del matrimonio?

La plenitud del amor humano es el amor conyugal, que solo se puede realizar en la unión estable y permanente del hombre y la mujer. Pero caben otras formas de amor humano, como la fraternidad, la amistad, la ayuda solidaria hacia los necesitados, etc.

28. ¿Puede darse el amor auténtico, entre un hombre y una mujer, fuera del matrimonio?

Cuando hablarnos de «amor auténtico» entre un hombre y una mujer, nos referimos solo a aquel amor que se da de manera exclusiva, fiel, fecunda y para siempre en el matrimonio. Fuera del matrimonio solo hay falsificaciones del verdadero amor, porque al carecer de sus elementos esenciales que son la estabilidad, el verdadero compromiso y la fecundidad— el amor deja de ser total y por tanto falso.

29. ¿No limita la libertad de los esposos excluir otros posibles amores extramatrimoniales?

No, porque la verdadera libertad consiste en cumplir la voluntad de Dios y elegir el bien: elegir la fidelidad a la palabra dada y a los compromisos adquiridos ante Dios y ante el otro cónyuge. La exclusividad del amor entre un hombre y una mujer defiende a los hombres de los peligros del subjetivismo y del relativismo respecto a un asunto tan importante como es la familia y el matrimonio.


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El matrimonio obra de Dios

El matrimonio obra de Dios

Catecismo la Familia y el Matrimonio.

3. El matrimonio obra de Dios

16. ¿Cuál es el origen del matrimonio?

El matrimonio ha sido establecido por Dios. La Biblia enseña que Dios después de haber creado a Adán dijo: no es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una compañera a él (Gn 2,18). Y añade: por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne (Gn 2,24). Así quedó fundada en el inicio de la humanidad el matrimonio. Los bendijo Dios diciéndoles: creced, multiplicaos y llenad la tierra (Gn 2,28).

17. ¿Cuál es el papel de la libertad en los que contraen matrimonio?

Todo hombre y mujer es libre para casarse o no, porque Dios no obliga a nadie a contraer matrimonio, y este no se constituye sin el libre consentimiento de los novios. Pero una vez que se ha establecido la alianza conyugal, el hombre está sujeto a sus leyes divinas por las que el matrimonio se rige, y a sus propiedades esenciales.

18. ¿Por qué algunos afirman que el matrimonio es un invento de los hombres?

El carácter sagrado del matrimonio es reconocido en todas las culturas, pero en los últimos tiempos se ha difundido una visión del matrimonio sin referencia a Dios, como si fuera solo una cuestión de leyes civiles o un asunto privado entre un hombre y una mujer Esto lo dicen quienes no conocen ni aman a Dios, y piensan que la religión no debe influir en sus vidas.

19. ¿Cómo influyen estos errores sobre el matrimonio en la sociedad?

La causa de esos errores es que las personas se alejan de Dios. Cuando esto ocurre es difícil que se reconozca la dignidad del matrimonio, y fácilmente se cae en la práctica de la infidelidad, el divorcio, el amor libre y otras uniones ilícitas o irregulares. También el amor matrimonial frecuentemente queda profanado por el egoísmo, el materialismo y la anticoncepción.

20. ¿Influye esta conducta en la sociedad civil?

El alejamiento personal de Dios y la ignorancia de la doctrina de Jesucristo influye en la ruptura de gran cantidad de familias y constituye una de las causas más claras de la decadencia y moral de toda la sociedad.


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Santo Rosario: quinto Misterio Gozoso

Santo Rosario: quinto Misterio Gozoso

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante.

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma, octubre de 1968

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Quinto Misterio Gozoso: el Niño perdido y hallado en el templo


Quinto Misterio Gozoso: texto original

¿Dónde está Jesús? —Señora: ¡el Niño!… ¿dónde está?

Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también… Y tú… Y yo.

Yo, como soy un criadito basto, lloro a moco tendido y clamo al cielo y a la tierra…, por cuando le perdí por mi culpa y no clamé.

Jesús: que nunca más te pierda… Y entonces la desgracia y el dolor nos unen, como nos unió el pecado, y salen de todo nuestro ser gemidos de profunda contrición y frases ardientes, que la pluma no puede, no debe estampar.

Y, al consolarnos con el gozo de encontrar a Jesús —¡tres días de ausencia!— disputando con los Maestros de Israel (Luc., II, 46), quedará muy grabada en tu alma y en la mía la obligación de dejar a los de nuestra casa por servir al Padre Celestial.


Fuente original: Página web de las obras del fundador del Opus Dei


Agradecimientos

A la Fundación Studium, titular de los derechos de autor de esta obra, por la cesión de uso de la obra para esta producción audiovisual.

Ediciones Rialp, editora de Santo Rosario en formato impreso y digital.

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Santo Rosario: cuarto Misterio Gozoso

Santo Rosario: cuarto Misterio Gozoso

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante.

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma, octubre de 1968

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Cuarto Misterio Gozoso: La Purificación de Nuestra Señora


Cuarto Misterio Gozoso: texto original

Cumplido el tiempo de la purificación de la Madre, según la Ley de Moisés, es preciso ir con el Niño a Jerusalén para presentarle al Señor. (Luc., II, 22.)

Y esta vez serás tú, amigo mío, quien lleve la jaula de las tórtolas. —¿Te fijas? Ella —¡la Inmaculada!— se somete a la Ley como si estuviera inmunda.

¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios?

¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón.

Un hombre justo y temeroso de Dios, que movido por el Espíritu Santo ha venido al templo —le había sido revelado que no moriría antes de ver al Cristo—, toma en sus brazos al Mesías y le dice: Ahora, Señor, ahora sí que sacas en paz de este mundo a tu siervo, según tu promesa… porque mis ojos han visto al Salvador. (Luc., II, 25-30.)


Fuente original: Página web de las obras del fundador del Opus Dei


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Santo Rosario: tercer Misterio Gozoso

Santo Rosario: tercer Misterio Gozoso

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante.

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma, octubre de 1968

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Tercer Misterio Gozoso: El nacimiento de Jesús


Tercer Misterio Gozoso: texto original

Se ha promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea. (Luc., II, 1-5.)

Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre. (Luc., II, 7.)

Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!…

Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!… ¡Qué hermoso es el Niño… y qué corta la decena!


Fuente original: Página web de las obras del fundador del Opus Dei


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Santo Rosario: segundo Misterio Gozoso

Santo Rosario: segundo Misterio Gozoso

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante.

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma, octubre de 1968

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Segundo Misterio Gozoso: La Visitación de Nuestra Señora


Segundo Misterio Gozoso: texto original

Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a José y a Santa María… y escucharás tradiciones de la Casa de David:

Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño que nacerá en Belén…

Caminamos apresuradamente hacia las montañas, hasta un pueblo de la tribu de Judá. (Luc., I, 39.). Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)

El Bautista nonnato se estremece… (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat… —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes.


Fuente original: Página web de las obras del fundador del Opus Dei


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Santo Rosario: primer Misterio Gozoso

Santo Rosario: primer Misterio Gozoso

Como en otros días, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas. Ensalza con tu lengua a Santa María: reparación te pide el Señor, y alabanzas de tu boca. Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante.

Josemaría Escrivá de Balaguer

Roma, octubre de 1968

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Primer Misterio Gozoso: La Anunciación


Primer Misterio Gozoso: texto original

No olvides, amigo mío, que somos niños. La Señora del dulce nombre, María, está recogida en oración.

Tú eres, en aquella casa, lo que quieras ser: un amigo, un criado, un curioso, un vecino… —Yo ahora no me atrevo a ser nada. Me escondo detrás de ti y, pasmado, contemplo la escena:

El Arcángel dice su embajada… Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? —¿De qué modo se hará esto si no conozco varón? (Luc., I, 34.)

La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por contraste, todas las impurezas de los hombres…, las mías también.

Y ¡cómo odio entonces esas bajas miserias de la tierra!… ¡Qué propósitos!

Fiat mihi secundum verbum tuum. —Hágase en mí según tu palabra. (Luc., I, 38.) Al encanto de estas palabras virginales el Verbo se hizo carne.

Va a terminar la primera decena… Aún tengo tiempo de decir a mi Dios, antes que mortal alguno: Jesús, te amo.

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Fuente original: Página web de las obras del fundador del Opus Dei


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Año de la fe: diez claves para la comunicación de la fe

Año de la fe: diez claves para la comunicación de la fe

La comunicación de la fe es una cuestión antigua, presente en los dos mil años de vida de la comunidad cristiana, que siempre se ha considerado mensajera de una noticia que le ha sido revelada y es digna de ser comunicada. Pero es también una cuestión de candente actualidad. Desde Pablo VI hasta Benedicto XVI, los Papas no han dejado de señalar la necesidad de mejorar la comunicación la fe.

Con frecuencia, este tema se relaciona con la «nueva evangelización». En ese contexto, Juan Pablo II ha afirmado que la comunicación de la fe ha de ser nueva «en su ardor, en sus métodos, en su expresión». Aquí nos referiremos en particular a la novedad en los métodos.

Hay factores externos que obstaculizan la difusión del mensaje cristiano, sobre los que es difícil incidir. Pero cabe avanzar en otros factores que están a nuestro alcance. En ese sentido, quien pretende comunicar la experiencia cristiana necesita conocer la fe que desea transmitir, y debe conocer también las reglas de juego de la comunicación pública.

Partiendo, por un lado, de los documentos eclesiales más relevantes y, por otro, de la bibliografía esencial del ámbito de la comunicación institucional, articularé mis reflexiones en una serie de principios. Los primeros se refieren al mensaje que se quiere difundir; los siguientes, a la persona que comunica; y los últimos, al modo de transmitir ese mensaje en la opinión pública.

1. Veamos primero los principios relativos al mensaje.

Ante todo, el mensaje ha de ser ser positivo. Los públicos atienden a informaciones de todo género, y toman buena nota de las protestas y las críticas. Pero secundan sobre todo proyectos, propuestas y causas positivas.

Juan Pablo II afirma en la encíclica «Familiaris consortio» que la moral es un camino hacia la felicidad y no una serie de prohibiciones. Esta idea ha sido repetida con frecuencia por Benedicto XVI, de diferentes maneras: Dios nos da todo y no nos quita nada; la enseñanza de la Iglesia no es un código de limitaciones, sino una luz que se recibe en libertad.

El mensaje cristiano ha de transmitirse como lo que es: un sí inmenso al hombre, a la mujer, a la vida, a la libertad, a la paz, al desarrollo, a la solidaridad, a las virtudes… Para transmitirla adecuadamente los demás, antes hay que entender y experimentar la fe de ese modo positivo.

Adquieren particular valor en este contexto unas palabras del Cardenal Ratzinger: «La fuerza con que la verdad se impone tiene que ser la alegría, que es su expresión más clara. Por ella deberían apostar los cristianos y en ella deberían darse a conocer al mundo». La comunicación mediante la irradiación de la alegría es el más positivo de los planteamientos.

En segundo lugar, el mensaje ha de ser relevante, significativo para quien escucha, no solamente para quien habla.

Tomás de Aquino afirma que hay dos tipos de comunicación: la locutio, un fluir de palabras que no interesan en absoluto a quienes escuchan; y la illuminatio, que consiste en decir algo que ilustra la mente y el corazón de los interlocutores sobre algún aspecto que realmente les afecta.

Comunicar la fe no es discutir para vencer, sino dialogar para convencer. El deseo de persuadir sin derrotar marca profundamente la actitud de quien comunica. La escucha se convierte en algo fundamental: permite saber qué interesa, qué preocupa al interlocutor. Conocer sus preguntas antes de proponer las respuestas.

Lo contrario de la relevancia es la auto-referencialidad: limitarse a hablar de uno mismo no es buena base para el diálogo.

En tercer lugar, el mensaje ha de ser claro. La comunicación no es principalmente lo que el emisor explica, sino lo que el destinatario entiende. Sucede en todos los campos del saber (ciencia, tecnología, economía): para comunicar es preciso evitar la complejidad argumental y la oscuridad del lenguaje. También en materia religiosa conviene buscar argumentos claros y palabras sencillas. En este sentido, habría que reivindicar el valor de la retórica, de la literatura, de las metáforas, de las imágenes, de los símbolos, para difundir el mensaje cristiano.

A veces, cuando la comunicación no funciona, se traslada la responsabilidad al receptor: se considera a los demás como incapaces de entender. Más bien, la norma ha de ser la contraria: esforzarse por ser cada vez más claros, hasta lograr el objetivo que se pretende.

2. Pasemos ahora a los principios relativos a la persona que comunica.

Para que un destinatario acepte un mensaje, la persona o la organización que lo propone ha de merecer credibilidad. Así como la credibilidad se fundamenta en la veracidad y la integridad moral, la mentira y la sospecha anulan en su base el proceso de comunicación. La pérdida de credibilidad es una de las consecuencias más serias de algunas crisis que se han producido en estos años.

Por otra parte, en comunicación, como en economía, cuentan mucho los avales. El aval de una autoridad en la materia, o de un observador imparcial, representa una garantía para la opinión pública. Con otras palabras, nadie se avala a sí mismo. Existen instancias que, con mayor o menor fundamento, ejercen esa función evaluadora. En el ámbito de la opinión pública, ese aval lo otorgan principalmente los periodistas. Por eso, es crucial considerarlos como aliados, nunca como enemigos, en el proceso de comunicación.

El segundo principio es la empatía. La comunicación es una relación que se establece entre personas, no un mecanismo anónimo de difusión de ideas. El Evangelio se dirige a personas: políticos y electores, periodistas y lectores. Personas con sus propios puntos de vista, sus sentimientos y sus emociones.

Cuando se habla de modo frío, se amplía la distancia que separa del interlocutor. Una escritora africana ha afirmado que la madurez de una persona está en su capacidad de descubrir que puede «herir» a los demás y de obrar en consecuencia.

Nuestra sociedad está superpoblada de corazones rotos y de inteligencias perplejas. Hay que aproximarse con delicadeza al dolor físico y al dolor moral. La empatía no implica renunciar a las propias convicciones, sino ponerse en el lugar del otro. En la sociedad actual, convencen las respuestas llenas de sentido y de humanidad.

El tercer principio relativo a la persona que comunica es la cortesía. La experiencia muestra que en los debates públicos proliferan los insultos personales y las descalificaciones mutuas. En ese marco, si no se cuidan las formas, se corre el riesgo de que la propuesta cristiana sea vista como una más de las posturas radicales que están en el ambiente. Aun a riesgo de parecer ingenuo, pienso que conviene desmarcarse de este planteamiento. La claridad no es incompatible con la amabilidad.

Con amabilidad se puede dialogar; sin amabilidad, el fracaso está asegurado de antemano: quien era partidario antes de la discusión, lo seguirá siendo después; y quien era contrario raramente cambiará de postura.

Recuerdo un cartel situado a la entrada de un «pub» cercano al Castillo de Windsor, en el Reino Unido. Decía, más o menos: En este local son bienvenidos los caballeros. Y un caballero lo es antes de beber cerveza y también después. Podríamos añadir: un caballero lo es cuando le dan la razón y cuando le llevan la contraria.

3. Veamos por último algunos principios que se refieren al modo de comunicar:

El primero es la profesionalidad. «Gaudium et Spes» recuerda que cada actividad humana tiene su propia naturaleza, que es preciso descubrir, emplear y respetar, si se quiere participar en ella. Cada campo del saber tiene su metodología; cada actividad, sus normas; y cada profesión, su lógica.

La evangelización no se producirá desde fuera de las realidades humanas, sino desde dentro: los políticos, los empresarios, los periodistas, los profesores, los guionistas, los sindicalistas, son quienes pueden introducir mejoras prácticas en sus respectivos ámbitos. San Josemaría Escrivá recordaba que es cada profesional, comprometido con sus creencias y con su profesión, quien ha de encontrar las propuestas y soluciones adecuadas. Si se trata de un debate parlamentario, con argumentos políticos; si de un debate médico, con argumentos científicos; y así sucesivamente.

Este principio se aplica a las actividades de comunicación, que están conociendo un desarrollo extraordinario en los últimos años, tanto por la calidad creciente de las formas narrativas, como por las audiencias cada vez más amplias y por la participación ciudadana cada día más activa.

El segundo principio podría denominarse transversalidad. La profesionalidad es imprescindible cuando en un debate pesan las convicciones religiosas. La transversalidad, cuando pesan las convicciones políticas.

En este punto, vale la pena mencionar la situación de Italia. Al hacer la declaración de la renta, más del 80% de los italianos marcan la casilla correspondiente a la Iglesia, porque desean apoyar económicamente sus actividades. Eso quiere decir que la Iglesia merece la confianza de una gran mayoría de ciudadanos, no solamente de quienes se reconocen en una tendencia política.

En ese país, y en muchos otros, los católicos no plantean su acción pública poniendo su esperanza en un partido. Saben por experiencia que lo importante no es que una formación política incorpore a su programa la doctrina social cristiana, sino que esos valores se hagan presentes en todos los partidos, de modo transversal.

El tercer principio relativo al modo de comunicar es la gradualidad. Las tendencias sociales tienen una vida compleja: nacen, crecen, se desarrollan, cambian y mueren. En consecuencia, la comunicación de ideas tiene mucho que ver con el «cultivo»: sembrar, regar, podar, antes de cosechar.

El fenómeno de la secularización se ha ido consolidando en los últimos siglos. Procesos de tan larga gestación no se resuelven en años, meses o semanas.

El cardenal Ratzinger explicaba que nuestra visión del mundo suele seguir un paradigma «masculino», donde lo importante es la acción, la eficacia, la programación y la rapidez. Y concluía que conviene dar más espacio a un paradigma «femenino», porque la mujer sabe que todo lo que tiene que ver con la vida requiere espera, reclama paciencia.

Lo contrario de este principio es la prisa y el cortoplacismo que llevan a la impaciencia y muchas veces también al desánimo, porque es imposible lograr objetivos de entidad en plazos cortos.

El principio de la caridad.

A estos nueve principios habría que agregar otro que afecta a todos los aspectos mencionados: al mensaje, a la persona que comunica y al modo de comunicar. El principio de la caridad.

Algunos autores han destacado que, en los primeros siglos, la Iglesia se extendió de forma muy rápida porque era una comunidad acogedora, donde era posible vivir una experiencia de amor y libertad. Los católicos trataban al prójimo con caridad, cuidaban de los niños, los pobres, los ancianos, los enfermos. Todo eso se convirtió en un irresistible imán de atracción.

La caridad es el contenido, el método y el estilo de la comunicación de la fe; la caridad convierte el mensaje cristiano en positivo, relevante y atractivo; proporciona credibilidad, empatía y amabilidad a las personas que comunican; y es la fuerza que permite actuar de forma paciente, integradora y abierta. Porque el mundo en que vivimos es con demasiada frecuencia un mundo duro y frío, donde muchas personas se sienten excluidas y maltratadas y esperan algo de luz y de calor. En este mundo, el gran argumento de los católicos es la caridad. Gracias a la caridad, la evangelización es siempre y verdaderamente, nueva.


Juan Manuel Mora

Vicerrector de Comunicación Institucional

Universidad de Navarra


Artículo escrito por Juan Manuel Mora para L’Osservatore Romano

21 de agosto de 2011

Fuente original: Opus Dei

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