El rincón de oración, el rincón de Jesús

El rincón de oración, el rincón de Jesús

El lugar por excelencia para la oración es la capilla o iglesia. La mayoría de los templos están construidos con el fin de acercar la gente a Dios; sobre todo, si se está en presencia de Jesús Sacramentado, en el sagrario.

No obstante, en nuestros hogares, también es posible reservar un rincón o lugarcito reservado a las cosas de Dios. Se trata de crear un lugar dentro de la casa, destinado a la oración, un «pequeño altar» que nos indique y recuerde a los niños que Dios está presente en nuestras vidas.

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Características del «rincón de oración» «rincón de Jesús»

Debemos respetar ciertas condiciones para que el rincón de oración o rincón de Jesús vaya «entrando» progresivamente en la vida de los niños y se transforme paulatinamente en algo sagrado; es decir, en algo separado especialmente para Dios. Para armar el rincón de Jesús habrá que tener presente las siguientes consideraciones:


El lugar

    • De honor: diferente, limpio, siempre en orden.
    • De poco tránsito y fácil acceso.
    • Distinto: no utilizarlo para otra cosa; alegre y luminoso.


    Las imágenes

      Es muy importante la elección de las imágenes. Tiene que ser una imagen de Jesús (ya que Él es el centro de la catequesis). En alguna ocasión, se la podrá reemplazar por una imagen de la Virgen María o algún santo. (Cuando hablo de imagen estoy hablando indistintamente de una lámina, pintura o escultura).

      Lo importante es que la imagen elegida sea del agrado de los niños y apropiada para la catequesis. Es decir: imágenes naturales, sobrias, sencillas y simples; en las cuales se privilegie más el gesto y la expresión de los rostros que la imagen en sí misma. Siempre será mejor colocar una imagen de Jesús Resucitado que una, crucificado. La imagen del Buen Pastor también ayuda mucho.

      Es preferible que sean imágenes de un solo color, sin demasiados elementos fantásticos o que no correspondan exactamente a las narraciones evangélicas. Evitemos todos esos elementos accesorios que distraen o asustan a los niños; por ejemplo: imágenes del Niño Jesús con el pecho abierto o el Sagrado Corazón de Jesús lleno de espadas; imágenes con espinas y sangre; representaciones de la Virgen rodeada de ángeles o dominando a demonios, etc.


      Elementos

        Los elementos que integran el «rincón de Jesús» serán seleccionados con cuidado y siempre buscaremos la sobriedad, el buen gusto y la renovación constante de lo que es perecedero. Pueden ser los siguientes:

        • Una mesita o repisa. Con un mantel blanco, que se encuentre a una altura normal cuando los niños estén sentados. Es preferible correr el riesgo de la cercanía (aproximadamente a un metro de altura o un poco menos).
        • Una Biblia.
        • Una imagen de Jesús.
        • Un florero.
        • Una vela pequeña.
        • Una alfombra y algunos almohadones.

        Es importante que rincón de oración no sea acumulativo. Para que sea eficaz debe ser sobrio, con pocos elementos centrales y renovados sistemáticamente.


        Su uso

          Los niños colaborarán en el armado y elección de los elementos. Los padres participarán en la celebración de inauguración del mismo. Lo que va a dar valor al rincón de oración va a ser su uso. Si los papás no están convencidos de su utilidad y no lo usan para rezar, los niños lo utilizarán mucho menos.

          Del rincón de oración, tomaremos la Biblia para leer la Palabra de Dios en los encuentros de catequesis. También, lo utilizaremos para hacer la oración de cada día, para rezar juntos o en grupos, para ofrecer trabajitos, regalos, etc. Los niños podrán ir a rezar libremente al rincón de Jesús. Se podrán colocar intenciones escritas, de petición, alabanza y agradecimiento. Luego, podrán leerse, juntos en familia.

          Cuando los niños estén libremente en el rincón no hay que controlar la oración que ellos hacen. Si quieren arrodillarse, hacer gestos, besar la Biblia, cantar o simplemente rezar una plegaria…, es necesario que se sientan en libertad de expresarse y orar como el Espíritu les indique. Lo que importa es que se familiaricen con las cosas de Dios. El rincón de Jesús puede ser un elemento más que nos ayude en este largo y hermoso camino de iniciar a los niños en la oración.


          (De la Serie «Iniciación en la oración», columna 12.ª)

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          Todas las catequesis de Luis María Benavides

          Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides


          La Visitación de la Virgen María a santa Isabel

          La Visitación de la Virgen María a santa Isabel

          Ahora, niño amigo, ya habrás aprendido a manejarte. —Acompaña con gozo a José y a Santa María… y escucharás tradiciones de la Casa de David:

          Oirás hablar de Isabel y de Zacarías, te enternecerás ante el amor purísimo de José, y latirá fuertemente tu corazón cada vez que nombren al Niño que nacerá en Belén…

          Caminamos apresuradamente hacia las montañas, hasta un pueblo de la tribu de Judá. (Luc., I, 39.)

          Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? (Luc., I, 42 y 43.)

          El Bautista nonnato se estremece… (Luc., I, 41.) —La humildad de María se vierte en el Magníficat… —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes.

          (Segundo misterio glorioso,
          del libro de meditaciones
          Santo Rosario)

          Historia del rey David (I de II)

          Historia del rey David (I de II)

          Recién llegados a la tierra prometida, los israelitas estuvieron, durante cierto tiempo, gobernados por jueces, como Gedeón o Sansón, que Dios les ponía para resolver las disputas que surgían entre ellos. Esto fue bueno, pero en el aspecto político estaban muy disgregados, no era una verdadera nación organizada, lo cual les hacía más vulnerables ante las acometidas de los pueblos enemigos. Así que comprendieron que deberían renunciar cada una de las tribus a una parte de su libertad en pro del bien común y, con la ayuda de Dios, se unieron bajo la autoridad de un solo rey para todo Israel.

          david01El primer rey se llamó Saúl, pero su comportamiento no agradó por completo a Dios y fue sustituido por David, el más importante de todos; un rey muy valiente, que tenía además un notable talento artístico, pues le gustaba la música, la danza y la poesía; capaz de realizar las hazañas más heroicas y también de ofender gravemente a Dios. Pero el rey David supo reconocer sus errores y arrepentirse sinceramente de sus pecados confiando en la misericordia infinita de Yahvé. De su descendencia nacería Jesucristo, el Mesías prometido y el salvador del mundo.

          Estamos en el año 1000 antes de Jesucristo al final de la época de los jueces de Israel. El santuario de Yahvé estaba instalado en una ciudad llamada Silo, en el centro de la tierra de Canaán. Allí, junto al Arca de La Alianza, vivía y dormía un muchacho a quien su madre, agradecida, había consagrado a Yahvé. El chico se llamaba Samuel y estaba bajo la tutela del sacerdote Helí, que era juez de Israel.

          Samuel servía a Dios con alegría y sencillez de corazón.

          david02Una noche, Samuel oyó la voz de Dios que le llamaba: “¡Samuel!” Él contestó: “Heme aquí” que significa “aquí estoy” y corrió a Helí para decirle: “Me has llamado y aquí estoy” Helí le dijo: “Yo no te he llamado, vuelve a acostarte” Pero, al momento, de nuevo le llamó Yahvé: “¡Samuel!” Y otra vez corrió hasta Helí para decirle: “Aquí estoy porque me has llamado” Y Helí le volvió a decir que se acostara, que no había sido él. Lo mismo ocurrió una tercera vez y Helí comprendió que era Yahvé quien llamaba al joven así que le dijo: “Anda, acuéstate y si vuelves a oír esa voz, contéstale: Habla Yahvé, que tu siervo escucha” Samuel se fue y se acostó. Vino Yahvé y nuevamente le llamó: “¡Samuel, Samuel!” Él contestó: “Habla Yahvé, que tu siervo escucha” Entonces Dios le habló por primera vez.

          Este breve episodio nos sirve para conocer a Samuel, un chico sencillo, piadoso y estudioso que, cuando fue mayor, Llegó a ser muy afamado en Israel. Todos le tuvieron por un verdadero profeta y por un santo, y Dios le continuó hablando a lo largo de su vida.

          Fue Samuel profeta y Juez de Israel durante muchos años y gozaba de gran autoridad, pero sus hijos se mostraron indignos de seguir el importante oficio de su padre. Un día, vinieron a él los ancianos y le propusieron: “Como tú eres ya viejo, queremos tener un rey como tienen otros pueblos; danos un rey que nos juzgue y que pueda salir al frente de nuestro ejército en los combates” Samuel rezó a Dios y Éste le comunicó que estaba conforme, que buscaría un rey para Israel.

          Por aquel tiempo, un muchacho llamado Saúl había salido con un mozo de la casa de su padre a buscar unas asnas que se habían extraviado. Como se alejaron bastante de su casa y no las encontraban, el mozo le dijo: “Sé que hay un hombre que tiene fama de vidente y que mora en la ciudad próxima hacia donde nos dirigimos”. Este hombre no era otro que Samuel. No es que fuera vidente, en el sentido de “adivino”, es que sabía las cosas porque Dios le hablaba. Ya Dios había advertido a Samuel, el día anterior, que le visitaría un muchacho y que habría de ungirle como el primer rey de Israel. Samuel vio venir hacia él a Saúl que era muy alto y fuerte, y convocando un banquete con unos treinta hombres ungió la cabeza de Saúl con óleo delante de todos y le nombró rey de Israel de parte de Yahvé. Le dijo además donde podía encontrar las asnas que había perdido como prueba de que lo hecho era voluntad de Dios.

          Saúl fue aceptado como rey por los israelitas y logró algunas hazañas combatiendo a los filisteos que era el principal pueblo enemigo; pero su comportamiento, a lo largo de su reinado, no agradaba a Yahvé, y dijo Yahvé a Samuel: “He rechazado a Saúl para que no reine más sobre Israel, llena tu cuerno de óleo y dirígete a Belén, a casa de un hombre llamado Jesé, pues he visto un rey para mí entre sus hijos”

          Llegó Samuel a casa de Jesé y le invitó a celebrar un sacrificio a Yahvé con todos sus hijos. Le fueron presentando uno a uno, y cuando hubieron pasado los siete hijos varones dijo Samuel: “A ninguno de estos ha elegido el Señor ¿son todos tus hijos, no hay ningún otro?” Y él le respondió: “Queda el más pequeño, que está apacentando las ovejas” Samuel le dijo: “Manda a buscarle pues no nos sentaremos a comer hasta que no haya venido él” Jesé envió a buscarle. Era rubio, de hermosos ojos y bella presencia. Yahvé dijo a Samuel: “Levántate y úngele porque éste es” Samuel, tomando el cuerno del óleo lo derramó sobre su cabeza, ungiéndole a la vista de sus hermanos. Y desde aquel momento, y en lo sucesivo, el Espíritu de Dios vino sobre David, pues así se llamaba el chico, y se retiró de Saúl.

          david03

          El Señor fue disponiendo las cosas para que David reinase en Israel y, como hace tantas veces, se va sirviendo de circunstancias ordinarias: así, Saúl se encontraba enfermo, triste y sin consuelo. Uno de sus sirvientes había oído hablar del hijo menor de Jesé, de Belén de Judá, -ya sabemos de quién se trata-, un chico valiente y que, además, tocaba muy bien el arpa. Propuso que se trajera al muchacho para que, en los ratos de tristeza del rey, le alegrase con canciones. De esta manera Saúl conoció al joven David quien, con frecuencia, tocaba el arpa ante el rey para alegrarle el corazón.

          Mientras tanto, los filisteos habían formado un gran ejército que amenazaba a Israel, y Saúl tuvo que organizar sus tropas para defenderse de ellos. Ambos ejércitos se situaron en sendas colinas, una enfrente de la otra, entre las cuales mediaba un valle.

          De las filas del ejército filisteo se destacó un hombre llamado Goliat, tan grande y poderoso que parecía un gigante comparado con el resto de los soldados. Llevaba un casco de bronce, una coraza con escamas de bronce y unas botas de bronce; a su espalda llevaba un escudo también de bronce y en la mano una lanza enorme con una gran punta de hierro; una imponente espada colgaba de su cinturón dentro de su vaina. Delante de él iba su escudero.

          Goliat se paró y, dirigiéndose a las tropas de Israel puestas en orden de batalla, les gritó desafiante: “¡Yo reto al ejército de Israel! Elegid de entre vosotros un hombre que baje y se atreva a pelear conmigo; si en la lucha me vence, quedaremos sujetos a vosotros y os serviremos; pero si le venzo yo y le mato, entonces vosotros seréis nuestros servidores”

          Los israelitas se amedrentaron y nadie se atrevía a luchar contra Goliat, el cual se envalentonaba más y más, saliendo cada mañana y cada tarde a repetir su desafío.

          Jesé, que tenía a sus tres hijos mayores en el ejército de Israel, encargó a David que llevara alimentos a sus hermanos y se enterase de si se encontraban bien. David llegó al campamento y se acercó a la fila de soldados donde estaban sus hermanos. En aquel momento salió de nuevo Goliat, el gigante filisteo, y gritó lo de todos los días: “¿Quién se atreve a luchar conmigo?” Pero David, que lo oyó, preguntó a los que tenía cerca: “¿Quién es ese filisteo para insultar así al ejército del Dios vivo?” El rey Saúl vio a David y, extrañado, le mandó venir. Cuando David llegó a la presencia del rey dijo: “¡Que no desfallezca el corazón de mi señor por culpa de ese filisteo! Yo iré a luchar contra él” Pero Saúl le dijo: “Tú eres todavía un niño y él es un hombre de guerra desde su juventud” David replicó: “Cuando yo cuidaba los rebaños de mi padre y venía un león o un oso y se llevaba una oveja, yo le perseguía y le golpeaba hasta quitársela de la boca; he matado leones y osos, y ese filisteo será como uno de ellos. Yahvé, que me protegió antes, me protegerá también ahora” Hoy día ya no se ven leones ni osos por aquellas tierras, pero en tiempos de David no eran raros. Saúl le dijo: “vete y que Yahvé te acompañe”.

          Vistieron a David con una coraza de bronce, casco y espada, pero cuando probó a moverse dijo: “No puedo ni andar con estas armas, no estoy acostumbrado” Y deshaciéndose de ellas tomó su cayado, eligió cinco chinarros del torrente que discurría cerca de allí, los metió en su zurrón de pastor y, con la honda en la mano, avanzó hacia el filisteo. La honda es un arma muy sencilla que frecuentemente llevan los pastores para ahuyentar a las alimañas o para obligar a las ovejas o al ganado a no abandonar el rebaño. Con la honda se lanzan las piedras mucho más lejos que con la mano. David confiaba más en su destreza con la honda que en las armas que le ofrecían para luchar.

          david04Goliat se acercó poco a poco, y habló a David con desprecio: “¡Ven a mí, que voy a dar tu carne a los buitres y a las bestias del campo!” Dijo. Pero David le respondió: “Tú vienes a mí con lanza y espada, pero yo vengo contra ti en el nombre de Yahvé, Dios de los ejércitos, a quien has insultado. Te heriré y te cortaré la cabeza, y sabrá toda la tierra que Israel tiene un Dios”

          El filisteo avanzó enfurecido hacia David, este se movió con rapidez, metió la mano en su zurrón, sacó un chinarro y lo lanzó con la honda. La piedra voló, y clavándose en la frente del filisteo lo derribó de bruces en tierra. Corrió David, se paró ante Goliat y, no teniendo espada a la mano, tomó la de él, sacándola de su vaina; lo mató y le cortó la cabeza.

          Al ver los filisteos a su campeón muerto, se llenaron de pánico y desorganizados huyeron; pero el ejército de Israel salió tras ellos y los derrotaron fácilmente.

          A partir de aquel día David entró plenamente al servicio del rey Saúl. Su fama de valiente se acrecentó durante las numerosas campañas de guerra que el rey le encomendaba. Siempre procedía con acierto y se le puso al mando de hombres de guerra mayores y con más experiencia que le respetaban y se sentían contentos de tenerlo por jefe.

          david05Como salía siempre triunfante en las batallas contra los filisteos porque Yahvé estaba con él, las mujeres cantaban a coro en los pueblos: “Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil” El rey Saúl, al ver la fama que iba alcanzando, le tomó envidia y un día en que estaba David tocando el arpa, le arrojó su lanza, pero David la esquivó y se clavó en la pared.

          David comprendió que tenía que alejarse y se marchó a casa de Samuel, que ya era anciano, con quien estuvo un tiempo. Pero Saúl se había empeñado en atraparlo y matarlo, y enviaba hombres en su busca.

          Un día se encontraba David escondido dentro de una cueva con algunos de sus partidarios, pues tenía muchos porque su reputación de hombre valiente y favorecido de Yahvé seguía acompañándole, y, casualmente, entró Saúl sin saberlo a hacer una necesidad. Los que estaban con David le decían: “¡Aprovecha ahora y mata al rey!” pero David respondió: “Líbreme Dios de hacer tal cosa; no pondré mi mano sobre el ungido de Yahvé” Y no se sirvió de su ventaja; pero, en un descuido, cortó a Saúl un trozo de su manto y se escondió para que no le viera.

          Cuando el rey abandonó la cueva sin haberse percatado de nada, salió también David y se postró en tierra gritándole: “¡Oh rey, mi señor! Yo no pretendo hacerte daño ¡Mira, padre mío, mira!Le decía padre mío porque, como ya sabes, lo conocía desde muy joven En mi mano tengo la orla de tu manto; yo la he cortado, y si no te he querido hacer daño debes comprender que no hay en mí maldad ni rebeldía contra ti. Tú, por el contrario, quieres quitarme la vida. Deja que sea Yahvé quien nos elija a ti o a mí porque, por mi parte, no pondré mi mano sobre ti”

          david06Saúl se conmovió al oír las palabras de David y se echó a llorar diciendo: “¿Eres tú, hijo mío, David?, veo que tú eres mejor que yo porque me has hecho el bien y yo te pago con el mal. Hoy has probado que eres bueno conmigo porque, habiéndome puesto Yahvé en tus manos, no me has matado. Que Yahvé te pague lo que has hecho hoy conmigo. Bien sé que tú serás quien reine sobre Israel, pero júrame que cuando llegue ese momento no te vengarás de mí ni de los míos”

          Y David se lo juró para que se quedara tranquilo.

          Vocabulario

          Alimaña: Animal perjudicial para el ganado, como por ejemplo el lobo.

          Apacentar: Dar pasto a los ganados.

          Asno: Burro, pollino.

          De bruces: Boca abajo.

          Óleo: Aceite.

          Tutela: Cuidado de una persona o de un menor en ausencia de sus padres.

          Ungir: Signar con el óleo sagrado.

          Vidente: Profeta.

          Zurrón: Bolsa grande de pellejo o cuero que usan los pastores.

          Para la catequesis

          • ¿Qué hizo la madre de Samuel para agradecer a Dios un favor recibido? ¿Eso fue bueno o malo para Samuel?
          • Sabemos que Dios nos llama a todos para que seamos santos. Dile todos los días a Jesús, como Samuel: “Me has llamado y aquí estoy”.
          • ¿Qué virtudes o cualidades aprecias en David que pudieran agradar a Dios?

          San Fernando III de Castilla, ejemplo de gobernante cristiano

          San Fernando III de Castilla, ejemplo de gobernante cristiano

          San Fernando (1198? – 1252) es, sin hipérbole, el español más ilustre de uno de los siglos cenitales de la historia humana, el XIII, y una de las figuras máximas de España; quizá con Isabel la Católica la más completa de toda nuestra historia política. Es uno de esos modelos humanos que conjugan en alto grado la piedad, la prudencia y el heroísmo; uno de los injertos más felices, por así decirlo, de los dones y virtudes sobrenaturales en los dones y virtudes humanos.

          A diferencia de su primo carnal San Luis IX de Francia, Fernando III no conoció la derrota ni casi el fracaso. Triunfó en todas las empresas interiores y exteriores. Dios les llevó a los dos parientes a la santidad por opuestos caminos humanos; a uno bajo el signo del triunfo terreno y al otro bajo el de la desventura y el fracaso.

          Fernando III unió definitivamente las coronas de Castilla y León. Reconquistó casi toda Andalucía y Murcia. Los asedios de Córdoba, Jaén y Sevilla y el asalto de otras muchas otras plazas menores tuvieron grandeza épica. El rey moro de Granada se hizo vasallo suyo. Una primera expedición castellana entró en África, y nuestro rey murió cuando planeaba el paso definitivo del Estrecho. Emprendió la construcción de nuestras mejores catedrales (Burgos y Toledo ciertamente; quizá León, que se empezó en su reinado). Apaciguó sus Estados y administró justicia ejemplar en ellos. Fue tolerante con los judíos y riguroso con los apóstatas y falsos conversos. Impulsó la ciencia y consolidó las nacientes universidades. Creó la marina de guerra de Castilla. Protegió a las nacientes Ordenes mendicantes de franciscanos y dominicos y se cuidó de la honestidad y piedad de sus soldados. Preparó la codificación de nuestro derecho e instauró el idioma castellano como lengua oficial de las leyes y documentos públicos, en sustitución del latín. Parece cada vez más claro históricamente que el florecimiento jurídico, literario y hasta musical de la corte de Alfonso X el Sabio es fruto de la de su padre. Pobló y colonizó concienzudamente los territorios conquistados. Instituyó en germen los futuros Consejos del reino al designar un colegio de doce varones doctos y prudentes que le asesoraran; mas prescindió de validos. Guardó rigurosamente los pactos y palabras convenidos con sus adversarios los caudillos moros, aun frente a razones posteriores de conveniencia política nacional; en tal sentido es la antítesis caballeresca del «príncipe» de Maquiavelo. Fue, como veremos, hábil diplomático a la vez que incansable impulsor de la Reconquista. Sólo amó la guerra bajo razón de cruzada cristiana y de legítima reconquista nacional, y cumplió su firme resolución de jamás cruzar las armas con otros príncipes cristianos, agotando en ello la paciencia, la negociación y el compromiso. En la cumbre de la autoridad y del prestigio atendió de manera constante, con ternura filial, reiteradamente expresada en los diplomas oficiales, los sabios consejos de su madre excepcional, doña Berenguela. Dominó a los señores levantiscos; perdonó benignamente a los nobles que vencidos se le sometieron y honró con largueza a los fieles caudillos de sus campañas. Engrandeció el culto y la vida monástica, pero exigió la debida cooperación económica de las manos muertas eclesiásticas y feudales. Robusteció la vida municipal y redujo al límite las contribuciones económicas que necesitaban sus empresas de guerra. En tiempos de costumbres licenciosas y de desafueros dio altísimo ejemplo de pureza de vida y sacrificio personal, ganando ante sus hijos, prelados, nobles y pueblo fama unánime de santo.

          Como gobernante fue a la vez severo y benigno, enérgico y humilde, audaz y paciente, gentil en gracias cortesanas y puro de corazón. Encarnó, pues, con su primo San Luis IX de Francia, el dechado caballeresco de su época.

          Su muerte, según testimonios coetáneos, hizo que hombres y mujeres rompieran a llorar en las calles, comenzando por los guerreros.

          Más aún. Sabemos que arrebató el corazón de sus mismos enemigos, hasta el extremo inconcebible de logar que algunos príncipes y reyes moros abrazaran por su ejemplo la fe cristiana. «Nada parecido hemos leído de reyes anteriores», dice la crónica contemporánea del Tudense hablando de la honestidad de sus costumbres. «Era un hombre dulce, con sentido político», confiesa Al Himyari, historiador musulmán adversario suyo. A sus exequias asistió el rey moro de Granada con cien nobles que portaban antorchas encendidas. Su nieto don Juan Manuel le designaba ya en el En-xemplo XLI «el santo et bienauenturado rey Don Fernando».

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          Más que el consorcio de un rey y un santo en una misma persona, Fernando III fue un santo rey; es decir, un seglar, un hombre de su siglo, que alcanzó la santidad santificando su oficio.

          Fue mortificado y penitente, como todos los santos; pero su gran proceso de santidad lo está escribiendo, al margen de toda finalidad de panegírico, la más fría crítica histórica; es el relato documental, en crónicas y datos sueltos de diplomas, de una vida tan entregada al servicio de su pueblo por amor de Dios, y con tal diligencia, constancia y sacrificio, que pasma. San Fernando roba por ello el alma de todos los historiadores, desde sus contemporáneos e inmediatos hasta los actuales. Físicamente, murió a causa de las largas penalidades que hubo de imponerse para dirigir al frente de todo su reino una tarea que, mirada en conjunto, sobrecoge. Quizá sea ésta una de las formas de martirio más gratas a los ojos de Dios.

          Vemos, pues, alcanzar la santidad a un hombre que se casó dos veces, que tuvo trece hijos, que, además de férreo conquistador y justiciero gobernante, era deportista, cortesano gentil, trovador y músico. Más aún: por misteriosa providencia de Dios veneramos en los altares al hijo ilegítimo de un matrimonio real incestuoso, que fue anulado por el gran pontífice Inocencio III: el de Alfonso IX de León con su sobrina doña Berenguela, hija de Alfonso VIII, el de las Navas.

          Fernando III tuvo siete hijos varones y una hija de su primer matrimonio con Beatriz de Suabia, princesa alemana que los cronistas describen como «buenísima, bella, juiciosa y modesta» (optima, pulchra, sapiens et pudica), nieta del gran emperador cruzado Federico Barbarroja, y luego, sin problema político de sucesión familiar, vuelve a casarse con la francesa Juana de Ponthieu, de la que tuvo otros cinco hijos. En medio de una sociedad palaciega muy relajada su madre doña Berenguela le aconsejó un pronto matrimonio, a los veinte años de edad, y luego le sugirió el segundo. Se confió la elección de la segunda mujer a doña Blanca de Castilla, madre de San Luis.

          Sería conjetura poco discreta ponerse a pensar si, de no haber nacido para rey (pues por heredero le juraron ya las Cortes de León cuando tenía sólo diez años, dos después de la separación de sus padres), habría abrazado el estado eclesiástico. La vocación viene de Dios y Él le quiso lo que luego fue. Le quiso rey santo. San Fernando es un ejemplo altísimo, de los más ejemplares en la historia, de santidad seglar.

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          Santo seglar lleno además de atractivos humanos. No fue un monje en palacio, sino galán y gentil caballero. El puntual retrato que de él nos hacen la Crónica general y el Septenario es encantador. Es el testimonio veraz de su hijo mayor, que le había tratado en la intimidad del hogar y de la corte.

          San Fernando era lo que hoy llamaríamos un deportista: jinete elegante, diestro en los juegos de a caballo y buen cazador. Buen jugador a las damas y al ajedrez, y de los juegos de salón.

          Amaba la buena música y era buen cantor. Todo esto es delicioso como soporte cultural humano de un rey guerrero, asceta y santo. Investigaciones modernas de Higinio Anglés parecen demostrar que la música rayaba en la corte de Fernando III a una altura igual o mayor que en la parisiense de su primo San Luis, tan alabada. De un hijo de nuestro rey, el infante don Sancho, sabemos que tuvo excelente voz, educada, como podemos suponer, en el hogar paterno.

          Era amigo de trovadores y se le atribuyen algunas cantigas, especialmente una a la Santísima Virgen. Es la afición poética, cultivada en el hogar, que heredó su hijo Alfonso X el Sabio, quien nos dice: «todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios en el Rey Fernando».

          Sabemos que unía a estas gentilezas elegancia de porte, mesura en el andar y el hablar, apostura en el cabalgar, dotes de conversación y una risueña amenidad en los ratos que concedía al esparcimiento. Las Crónicas nos lo configuran, pues, en lo humano como un gran señor europeo. El naciente arte gótico le debe en España, ya lo dijimos, sus mejores catedrales.

          A un género superior de elegancia pertenece la menuda noticia que incidentalmente, como detalle psicológico inestimable, debemos a su hijo: al tropezarse en los caminos, yendo a caballo, con gente de a pie torcía Fernando III por el campo, para que el polvo no molestara a los caminantes ni cegara a las acémilas. Esta escena del séquito real trotando por los polvorientos caminos castellanos y saliéndose a los barbechos detrás de su rey cuando tropezaba con campesinos la podemos imaginar con gozoso deleite del alma. Es una de las más exquisitas gentilezas imaginables en un rey elegante y caritativo. No siempre observamos hoy algo parecido en la conducta de los automovilistas con los peatones. Años después ese mismo rey, meditando un Jueves Santo la pasión de Jesucristo, pidió un barreño y una toalla y echóse a lavar los pies a doce de sus súbditos pobres, iniciando así una costumbre de la Corte de Castilla que ha durado hasta nuestro siglo.

          Hombre de su tiempo, sintió profundamente el ideal caballeresco, síntesis medieval, y por ello profundamente europea, de virtudes cristianas y de virtudes civiles. Tres días antes de su boda, el 27 de noviembre de 1219, después de velar una noche las armas en el monasterio de las Huelgas, de Burgos, se armó por su propia mano caballero, ciñéndose la espada que tantas fatigas y gloria le había de dar. Sólo Dios sabe lo que aquel novicio caballero oró y meditó en noche tan memorable, cuando se preparaba al matrimonio con un género de profesión o estado que tantos prosaicos hombres modernos desdeñan sin haberlo entendido. Años después había de armar también caballeros por sí mismo a sus hijos, quizá en las campañas del sur. Mas sabemos que se negó a hacerlo con alguno de los nobles más poderosos de su reino, al que consideraba indigno de tan estrecha investidura.

          Deportista, palaciano, músico, poeta, gran señor, caballero profeso. Vamos subiendo los peldaños que nos configuran, dentro de una escala de valores humanos, a un ejemplar cristiano medieval.

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          De su reinado queda la fama de las conquistas, que le acreditan de caudillo intrépido, constante y sagaz en el arte de la guerra. En tal aspecto sólo se le puede parangonar su consuegro Jaime el Conquistador. Los asedios de las grandes plazas iban preparados por incursiones o «cabalgadas» de castigo, con fuerzas ágiles y escogidas que vivían sobre el país. Dominó el arte de sorprender y desconcertar. Aprovechaba todas las coyunturas políticas de disensión en el adversario. Organizaba con estudio las grandes campañas. Procuraba arrastrar más a los suyos por la persuasión, el ejemplo personal y los beneficios futuros que por la fuerza. Cumplidos los plazos, dejaba retirarse a los que se fatigaban.

          Esta es su faceta histórica más conocida. No lo es tanto su acción como gobernante, que la historia va reconstruyendo: sus relaciones con la Santa Sede, los prelados, los nobles, los municipios, las recién fundadas universidades; su administración de justicia, su dura represión de las herejías, sus ejemplares relaciones con los otros reyes de España, su administración económica, la colonización y ordenamientos de las ciudades conquistadas, su impulso a la codificación y reforma del derecho español, su protección al arte. Esa es la segunda dimensión de un reinado verdaderamente ejemplar, sólo parangonable al de Isabel la Católica, aunque menos conocido.

          Mas hay una tercera, que algún ilustre historiador moderno ha empezado a desvelar y cuyo aroma es seductor. Me refiero a la prudencia y caballerosidad con sus adversarios los reyes musulmanes. «San Fernando –dice Ballesteros Beretta en un breve estudio monográfico– practica desde el comienzo una política de lealtad.» Su obra «es el cumplimiento de una política sabiamente dirigida con meditado proceder y lealtad sin par». Lo subraya en su puntual biografía el padre Retana.

          Sintiéndose con derecho a la reconquista patria, respeta al que se le declara vasallo. Vencido el adversario de su aliado moro, no se vuelve contra éste. Guarda las treguas y los pactos. Quizá en su corazón quiso también ganarles con esta conducta para la fe cristiana. Se presume vehementemente que alguno de sus aliados la abrazó en secreto. El rey de Baeza le entrega en rehén a un hijo, y éste, convertido al cristianismo y bajo el título castellano de infante Fernando Abdelmón (con el mismo nombre cristiano de pila del rey), es luego uno de los pobladores de Sevilla. ¿No sería quizá San Fernando su padrino de bautismo? Gracias a sus negociaciones con el emir de los benimerines en Marruecos el papa Alejandro IV pudo enviar un legado al sultán. Con varios San Fernandos, hoy tendría el África una faz distinta.

          Al coronar su cruzada, enfermo ya de muerte, se declaraba a sí mismo en el fuero de Sevilla caballero de Cristo, siervo de Santa María, alférez de Santiago. Iban envueltas esas palabras en expresiones de adoración y gratitud a Dios, para edificación de su pueblo. Ya los papas Gregorio IX e Inocencio IV le habían proclamado «atleta de Cristo» y «campeón invicto de Jesucristo». Aludían a sus resonantes victorias bélicas como cruzado de la cristiandad y al espíritu que las animaba.

          Como rey, San Fernando es una figura que ha robado por igual el alma del pueblo y la de los historiadores. De él se puede asegurar con toda verdad –se aventura a decir el mesurado Feijoo– que en otra nación alguna non est inventus similis illi [no se ha encontrado ninguno semejante a él].

          Efectivamente, parece puesto en la historia para tonificar el espíritu colectivo de los españoles en cualquier momento de depresión espiritual.

          Le sabemos austero y penitente. Mas, pensando bien, ¿qué austeridad comparable a la constante entrega de su vida al servicio de la Iglesia y de su pueblo por amor de Dios?

          Cuando, guardando luto en Benavente por la muerte de su mujer, doña Beatriz, supo mientras comía el novelesco asalto nocturno de un puñado de sus caballeros a la Ajarquía o arrabal de Córdoba, levantóse de la mesa, mandó ensillar el caballo y se puso en camino, esperando, como sucedió, que sus caballeros y las mesnadas le seguirían viéndole ir delante. Se entusiasmó, dice la Crónica latina: «irruit… Domini Spiritus in rege». Veían los suyos que todas sus decisiones iban animadas por una caridad santa. Parece que no dejó el campamento para asistir a la boda de su hijo heredero ni al conocer la muerte de su madre.

          Diligencia significa literalmente amor, y negligencia desamor. El que no es diligente es que no ama en obras, o, de otro modo, que no ama de verdad. La diligencia, en último término, es la caridad operante. Este quizá sea el mayor ejemplo moral de San Fernando. Y, por ello, ninguno de los elogios que debemos a su hijo, Alfonso X el Sabio, sea en el fondo tan elocuente como éste: «no conoció el vicio ni el ocio».

          Esa diligencia estaba alimentada por su espíritu de oración. Retenido enfermo en Toledo, velaba de noche para implorar la ayuda de Dios sobre su pueblo. «Si yo no velo –replicaba a los que le pedían descansase–, ¿cómo podréis vosotros dormir tranquilos?» Y su piedad, como la de todos los santos, mostrábase en su especial devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen María.

          A imitación de los caballeros de su tiempo, que llevaban una reliquia de su dama consigo, San Fernando portaba, asida por una anilla al arzón de su caballo, una imagen de marfil de Santa María, la venerable «Virgen de las Batallas» que se guarda en Sevilla. En campaña rezaba el oficio parvo mariano, antecedente medieval del santo rosario. A la imagen patrona de su ejército le levantó una capilla estable en el campamento durante el asedio de Sevilla; es la «Virgen de los Reyes», que preside hoy una espléndida capilla en la catedral sevillana. Renunciando a entrar como vencedor en la capital de Andalucía, le cedió a esa imagen el honor de presidir el cortejo triunfal. A Fernando III le debe, pues, inicialmente Andalucía su devoción mariana. Florida y regalada herencia.

          La muerte de San Fernando es una de las más conmovedoras de nuestra Historia. Sobre un montón de ceniza, con una soga al cuello, pidiendo perdón a todos los presentes, dando sabios consejos a su hijo y sus deudos, con la candela encendida en las manos y en éxtasis de dulces plegarias. Con razón dice Menéndez Pelayo: «El tránsito de San Fernando oscureció y dejó pequeñas todas las grandezas de su vida». Y añade: «Tal fue la vida exterior del más grande de los reyes de Castilla: de la vida interior ¿quién podría hablar dignamente sino los ángeles, que fueron testigos de sus espirituales coloquios y de aquellos éxtasis y arrobos que tantas veces precedieron y anunciaron sus victorias?»

          San Fernando quiso que no se le hiciera estatua yacente; pero en su sepulcro grabaron en latín, castellano, árabe y hebreo este epitafio impresionante:

          «Aquí yace el Rey muy honrado Don Fernando, señor de Castiella é de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia é de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, é el más verdadero, é el más franco, é el más esforzado, é el más apuesto, é el más granado, é el más sofrido, é el más omildoso, é el que más temie a Dios, é el que más le facía servicio, é el que quebrantó é destruyó á todos sus enemigos, é el que alzó y ondró á todos sus amigos, é conquistó la Cibdad de Sevilla, que es cabeza de toda España, é passos hi en el postrimero día de Mayo, en la era de mil et CC et noventa años.»

          Que San Fernando sea perpetuo modelo de gobernantes e interceda por que el nombre de Jesucristo sea siempre debidamente santificado en nuestra Patria.

          José M.ª Sánchez de Muniáin,
          San Fernando III de Castilla y León
          , en Año Cristiano, Tomo II,
          Madrid, Ed. Católica (BAC 184), 1959, pp. 523- 531.

          La vida de santa Gema Galgani: texto y vídeos

          La vida de santa Gema Galgani: texto y vídeos

          Nos encontramos ante una de estas santas que tienen mucho digno de ser admiradas más que imitadas. Y no se trata de una santa antigua sino muy cercana a nuestros días. De hecho nace en una familia pobre el año 1878.

          Dios lleva a Gema casi desde poco de nacer por unos caminos que muy pronto llamarán la atención. La vida de Gema será una de esas vidas que casi desde que tuvo uso de razón hasta su muerte, y aun más allá de su muerte, tendrá fanáticos seguidores que todo lo verán en ella de orden sobrenatural y santo, y otros empedernidos detractores que no verán en ella sino histerismos físicos y morales y hasta influencias diabólicas. 

          A Gema Galgani hay que juzgarla con los adelantos de la ciencia de nuestros días y hay que aceptar que el Señor igual puede elegir para ser sus amigos -que nosotros llamamos santos- a personas sanas como a personas enfermas. Gema, nuestra -protagonista, perteneció a las segundas y mediante sus enfermedades, llevadas con gran heroísmo, llegó hasta la santidad reconocida por sus conciudadanos primero y después por la misma Iglesia.

          Desde que tuvo uso de razón se vio que Gema era lista, inteligente, despierta, más que los niños de su edad, aunque no era un prodigio como suele a veces decirse. Quedó huérfana de muy niña y fue admitida a formar parte de una familia que siempre la tuvo como hija más que como criada.

          A Gema le importó siempre conocer cuál era la verdadera voluntad de Dios y ella quiso cumplirla a raja tabla como medio de darle gloria a Él y mediante esto conseguir su propia santificación por la que luchó con toda su alma.

          Si hubiera que señalar en Gema alguna virtud habría que recordar, sobre todo, éstas: la caridad, en la que descolló de modo admirable pues a ella parece que sólo le importaba cómo servir y atender a los demás olvidándose de sí misma. La obediencia ciega y sin límites a sus superiores. Para ella representaban a Dios y por ello estaba cierta que obedeciéndoles a ellos no podía equivocarse. La sencillez y humildad, pues se sentía siempre muy poca cosa e incluso la última de todos, y no por llamar la atención, sino porque tenía de sí misma ese juicio de tan poca valía. La pureza, en cuya materia era como un ángel. No permitía que en esta virtud nada ni nadie mancillase la blancura de su alma y de su cuerpo.

          Si cuanto se cuenta en su vida se tratase de una santa de la antigüedad se pensaría que eran cosas curiosas inventadas por el autor de su vida. Pero en Gema se sabe que pasó por una serie de enfermedades tan raras que parecen casi imposibles de explicar para la ciencia de hoy. Pasaba de un momento de gravedad a quedar sana por completo. Desde su cuna hasta su muerte fue atacada por toda clase de enfermedades que se puede imaginar. Los médicos no lo sabían explicar.

          Parecían gracias sobrenaturales o posesiones diabólicas. Su confesor, el obispo Volpi, atribuía a histeria los fenómenos que le sucedían mientras que su director espiritual, el pasionista Padre Germán de San Estanislao, aseguraba que era de origen sobrenatural cuanto le sucedía a Gema.

          Mientras, ella clavaba su mirada en el Crucifijo y a él entregaba todo su ser. Hasta los mismos familiares se burlaban de ella y creían que todo era falso o invenciones de Gema, que era muy sensible y emotiva. Ella se refugiaba en la meditación de la Pasión del Señor, cuyas llagas o estigmas recibió en su cuerpo cuando tenía 22 años. Esta niña que nació tan enfermiza, de familia toda enferma y muerta prematuramente, es un buen modelo también para cuantas personas son probadas con la cruz de la enfermedad. Gema supo abrazarse a ella y caminar con ella. Tuvo muchas gracias místicas, pero fueron mucho más importantes las virtudes que siempre practicó. Murió el 1903 llena de méritos sobrenaturales.

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          Vídeos de santa Gema

          {denvideo http://www.youtube.com/watch?v=dhyNB1T9W3E}

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          Colorea la Virgen María

          Colorea la Virgen María

          Os ofrecemos algunas imágenes sencillas de María para que puedan colorearlas los más pequeños de la casa.

          «El dibujo, o más ampliamente la expresión plástica, es una de las maneras de expresarse que más atrapa y entusiasma a los chicos. Cualquiera de nosotros ha podido observar cómo les gusta dibujar a los niños y cómo lo hacen con gran aplicación. La expresión plástica moviliza al niño de tal manera que todo su ser es absorbido por dicha actividad, produciéndole tal placer y dedicación solo comparable con el juego.» 

          Luis M. Benavides

          Láminas de la Virgen María




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          Recursos para «Primeros pasos con Jesús»



          Imposición del Escapulario del Carmen

          Imposición del Escapulario del Carmen

          Con motivo de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, 16 de julio, uno de los días en los que los consagrados con su Escapulario pueden obtener indulgencia plenaria, ofrecemos el rito para la imposición del Santo Escapulario del Carmen, según se celebra en el Santuario de la Virgen del Carmen, en Lima (Perú).

          Rito inicial

          El celebrante, delante de una imagen de la Virgen, exhorta a los que van a recibir el Escapulario, invitándoles a participar dignamente en la celebración. Luego dice:

          V/ En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

          R/ Amén.

          V/ La gracia de nuestro Señor Jesucristo, nacido de Santa María Virgen, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo, estén con todos ustedes.

          R/ Y con tu espíritu.

          El celebrante expone brevemente el significado de la bendición e imposición del Escapulario.

          Lectura de la Palabra de Dios

          Uno de los presentes, o el mismo celebrante, proclama un texto de la Sagrada Escritura, por ejemplo:

          Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 12, 1-2.

          Hermanos: Les exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es el culto razonable. Y no se ajusten a este mundo, sino transfórmense por la renovación de la mente, para que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

          V/ Palabra de Dios.

          R/ Gloria a Ti, Señor Jesús.

          (Puede leerse otros textos.)

          El celebrante exhorta a los presentes explicando la naturaleza de la celebración con estas o parecidas palabras:

          Durante la vida terrena de Jesús quien tocaba, aunque sólo fuese los flecos de su manto quedaba curado. Alabamos al Señor por que en su Iglesia continúa usando los medios más humildes para mostrarnos su inmensa misericordia. También nosotros podemos utilizarlos para glorificar al Señor, expresar nuestro deseo de servirlo y renovar nuestro compromiso de fidelidad, contraído en la consagración bautismal para toda nuestra vida.

          El Escapulario del Carmen es un signo del amor maternal de la Virgen María, que recuerda su iniciativa a favor de los miembros de la Familia Carmelita, particularmente en los momentos de mayor necesidad. Es un amor que pide respuesta de amor.

          El Escapulario es un signo de comunión con la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia. Con él expresáis el deseo de participar en el espíritu y vida de la Orden.

          El Escapulario es un espejo de la castidad y de la humildad de María; por su sencillez nos invita a vivir con modestia y pureza, llevándolo día y noche es signo de nuestra oración continua y de particular dedicación al amor y al servicio de la Virgen María.

          Llevando el Escapulario renováis vuestro compromiso bautismal de revestirnos de nuestro Señor Jesucristo. En María será salvaguardada vuestra esperanza de salvación, porque el Dios de la Vida ha puesto su morada en Ella.

          Preces

          Sigue la oración común. Se propone algunas intenciones a elegir las más adecuadas o añadir otras relacionadas con las peculiaridades de los fieles o de las circunstancias. El celebrante inicia diciendo:

          V/ Roguemos a Dios, nuestro Padre, por intercesión de la Virgen María, diciendo:  Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario sean revestidos de Cristo con la gracia del Espíritu Santo, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario vivan su compromiso bautismal de revestirse de Cristo, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario sean siempre miembros vivos de la Familia del Carmelo con sus oraciones, sacrificios y buenas obras, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario sean continuación del amor de que Jesús profesaba a su Madre, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario se revistan de las virtudes de la Virgen Purísima, sepan escuchar la Palabra de Dios y vivirla cada día, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario, por intercesión de María, sean iluminados en la contemplación, gozosos en la fraternidad y celosos en el servicio a los demás, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          V/ Para que quienes visten el Escapulario vivan de modo que entren a formar parte de la asamblea de los santos, con María, revestidos del vestido nupcial, roguemos al Señor.

          R/ Te rogamos, óyenos (te lo pedimos Señor).

          Oración de bendición

          El celebrante con las manos extendidas, dice:

          V/ Padre Santo, que prefieres y aumentas la caridad, tú has querido que tu Unigénito Hijo Jesucristo se encarnara en el seno de la Virgen María por obra de Espíritu Santo; concede a este(a) hijo(a) tuyo(a) que recibe con devoción el Escapulario de la familia de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, la gracia de revestirse del Señor Jesús en todas las circunstancias de esta vida, y alcance así la gloria eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.

          R/ Amén.

          El celebrante asperje con agua bendita.

          Imposición del Escapulario

          El celebrante impone el Escapulario diciendo:

          V/ Recibe este Escapulario por el cual quedas admitido (a) en la Familia de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, llévalo como signo de su protección maternal y de tu compromiso por imitarla y servirla. Ella te ayude a revestirte de Cristo, para gloria de la Santísima Trinidad y para cooperar en la Iglesia para el bien de los hermanos.

          R/ Amén.

          Terminada la imposición el celebrante anuncia la admisión a la familia carmelitana con estas o parecidas palabras:

          V/ Por la facultad que me ha sido concedida te admito a la participación de todos los bienes espirituales de la Orden del Carmen.

          R/ Amén.

          Conclusión del rito

          El celebrante concluye el rito de la bendición diciendo:

          V/ La bendición de Dios Todopoderoso descienda sobre ustedes.

          R/ Amén.

          Fórmula breve para imponer el Escapulario

          Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús a quien te comprometes a imitar. Que este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu dedicación al servicio de los demás y a la imitación de María.

          Llévalo como señal de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a empeñarte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda a su plan de fraternidad, justicia y paz. Amén.

          Catequesis Mariana para niños

          Catequesis Mariana para niños

          Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

          Juan 19, 27

          María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús, «mi hijo», como lo dice el Padre: «Tú eres mi Hijo» (Mc 1, 11). Por su parte, Jesús dice al Padre: «Abbá», «Papá» (cf. Mc 14, 36), mientras dice «mamá» a María, poniendo en este nombre todo su afecto filial.

          En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al encontrarse con ella la llama «mujer», para subrayar que él ya sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una misión que desempeñar como «Hija de Sión» y madre del pueblo de la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre orientada a la plena adhesión a la voluntad del Padre.

          Catequesis mariana: María, hija predilecta del Padre

          Santo Padre Juan Pablo II

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          Saludo

          Estamos aquí porque María, la Madre de Jesús, nos ha llamado para reunirnos bajo su mirada y ternura maternales, para hablarnos al corazón y para enseñarnos a amar y a conocer a su Hijo Jesús: Camino, Verdad y Vida. Caminar con María, es caminar con Jesús: con Ellos vivamos esta experiencia de Iglesia peregrina.

          Canto a la Santísima Virgen

          Elegir uno conocido por todos, o preparado previamente.

          Ambientación

          Antes de la lectura del Evangelio se colocan en un lugar visible la Cruz y al lado de esta, el corazón de Juan —nosotros— y el corazón de María.

          Cuando termina la lectura el corazón de Juan abre sus puertas y deja pasar el corazón de María el cual es seguido por las flores con las palabras señaladas.

          Elementos necesarios para la representación durante la lectura del Evangelio:

          Un corazón grande, con expresión de tristeza y sobre él escritas las palabras: JUAN—NOSOTROS. El corazón tendrá, también, dos puertas que se puedan abrir. Otro corazón grande, con el nombre de María en letras que resalten, pero de un tamaño que pueda penetrar a través del corazón que tiene puertas, , Ocho flores recortadas para que se les coloque lo siguiente: JESUS. ALEGRIA. CONSUELO. ORACIóN. SER DISCIPULOS. ESCUCHA A LA PALABRA. DISPONIBILIDAD. DAR CON AMOR.

          Monición

          La Palabra de Dios que vamos a escuchar hoy, manifiesta una vez más, todo el amor que Jesús nos tiene, y que es necesario que comprendamos para poder responderle y seguirle como discípulos.

          Evangelio

          Escuchemos la lectura de Juan 19, 26-27

          Jesús, clavado en la cruz, viendo a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dice a su madre: — Mujer, ahí tienes a tu hijo. Después dice al discípulo: — Ahí tienes a tu madre. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

          Reflexión

          Quien dirija la celebración puede resaltar los elementos más importantes del tema:

          Jesús nos pide expresamente que recibamos a María en nuestra casa, que la acojamos entre nuestros bienes para aprender de ella la disposición interior a la escucha y la actitud de humildad y generosidad que la caracterizaron como primera colaboradora de Dios en la obra de salvación. Ella, desempeñando su ministerio materno, nos educa y modela hasta que Cristo sea formado plenamente en nosotros. Recibir a María en nuestro corazón es recibir a Jesús, es hacernos discípulos de Jesús como ella, la primera discípula; es dejarnos penetrar de la verdadera alegría. Estudiando a María, descubriremos el compromiso concreto que Cristo espera de nosotros, aprenderemos a darle el primer lugar en nuestra vida y orientamos hacia él nuestros pensamientos y acciones. María se nos entrega para ayudarnos a entrar en relación más auténtica y personal con Jesús. Con su ejemplo, nos enseña a poner una mirada de amor en él, que nos amó primero. Con su intercesión, ella forja en nosotros un corazón de discípulo capaz de ponerse a la escucha de su Hijo, que revela el rostro auténtico del Padre y la verdadera dignidad del hombre».

          Invocaciones

          • María, has aceptado ser nuestra Madre; nosotros queremos ser siempre tus hijos.
          • María, sufriste con Jesús su pasión y su cruz; enséñanos a compadecernos de nuestros hermanos.
          • María, Jesús en la cruz veía tu soledad y desamparo; vuelve hacia nosotros tus ojos misericordiosos.
          • María, tu vida fue un continuo Sí a la voluntad de Dios; ven a nuestro corazón para que también nosotros seamos un sí en medio del mundo.

          Expresiones de agradecimiento

          • Jesús, que conocías el corazón de tu discípulo amado ya su cuidado entregaste a tu Madre: Gracias, porque en este discípulo nos has dado a María por Madre.
          • Jesús, que has querido que Maria sea el camino más corto para llegar a ti; Gracias, porque en ella encontramos consejo, protección y compañía.
          • Jesús, que quisiste nacer de la Virgen Marra: Gracias, porque en esto descubrimos que amas a los humildes, a los pobres y a los sinceros de corazón.
          • Jesús, que quieres que te veamos a través de los ojos y del corazón de tu Madre; Gracias, porque así nos enseñas a amar de verdad.

          El Rezo del Rosario

          Puede ayudarse con el Rosario Misionero, si se quiere:

          • 10 niños con globos de color verde, representando Africa.
          • 10 niños con globos de color rojo, representando a América.
          • 10 niños con globos de color blanco, representando a Europa.
          • 10 niños con globos de color celeste, representando a Oceanía.
          • 10 niños con globos de color amarillo, representando a Asia.

          Los misterios del Rosario se pueden representar con globos de un color diferente a los ya nombrados. El niño o niña que es portador de un globo rezará la correspondiente Avemaría. Se intercalan cantos en los misterios, peticiones u otras oraciones.

          Oración final

          (Pueden repetirla todos los presentes).

          María, que has querido hacer la voluntad de Dios en tu vida y por eso has venido a morar en nosotros, te queremos dar gracias porque nos acompañas, aconsejas, estimulas y enseñas. Tu oración es siempre escuchada porque eres la más humilde, la más pequeña y conoces la ternura del corazón del Padre. Pide por nosotros, ora con nosotros para que el don de la paz se haga presente en todos los corazones, para que se acaben el odio y cuanto separa a unos de otros, para que todos los niños podamos disfrutar de un mundo sin diferencias, donde no haya hambre, guerra, injusticia y miseria. Tú eres la discípula más fiel de Jesús, asegura nuestros pasos tras las huellas del Maestro y, como tú, llevemos amor y bondad a cuantos nos rodean. Que tu Hijo Jesús, que siempre está contigo, nos alcance cuanto te hemos pedido. Amén.

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          (El tema y los textos están tomados del Mensaje de Juan Pablo II a los jóvenes del mundo con ocasión de la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, Domingo de Ramos de 2003)


           

          Salve Regina

          Salve Regina

          Continuamos la nueva serie de música religiosa con el más famoso himno litúrgico dedicado a Nuestra Madre, la Salve. Es muy aconsejable que los niños aprendan estos himnos tradicionales para poder compartir el canto con sus padres en la iglesia y en la familia. Es fundamental que, si se aprenden en latín, se explique a los niños qué significa cada oración.

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          En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.

          Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones…

          Letra en latín

          Salve, Regina, Mater misericordiae,

          vita dulcedo, et spes nostra, salve.

          Ad te clamamus, exsules filii Hevae,

          ad te suspiramus, gementes et flentes,

          in hac lacrimarum valle.

          Eia, ergo, advocata nostra,

          illos tuos misericordes oculos ad nos converte;

          et Iesum, benedictum fructum ventris tui,

          nobis post hoc exilium ostende.

          O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria.

          V./ Ora pro nobis, Sancta Dei Genetrix.

          R./ Ut digne efficiamur promissionibus Christi. Amen.

          Letra en español

          Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia,

          vida, dulzura y esperanza nuestra,

          Dios te salve.

          A ti clamamos, los desterrados hijos de Eva;

          a ti suspiramos, gimiendo y llorando

          en este valle de lágrimas.

          Ea, pues, Señora, abogada nuestra,

          vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos

          y, después de este destierro, muéstranos a Jesús,

          fruto bendito de tu vientre.

          ¡Oh, clemente!, ¡oh, piadosa!, ¡oh, dulce Virgen María!

          V./ Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

          R./ Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

          Partitura

           

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          Vídeo de ejemplo

            

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          Artículo: Una oración se saludo, petición y súplica

          Una oración antigua siempre nueva

          En la formación religiosa de todo cristiano ocupan un lugar muy relevante aquellas plegarias que desde niños hemos estado escuchando y rezando. De una forma imperceptible pero eficaz esas oraciones han ido formando nuestra piedad y delineando nuestro trato con Dios, con la Santísima Virgen, con el ángel de la guarda y con los santos; han enriquecido nuestra oración con unas determinadas actitudes, sentimientos y modos de invocar que sin duda influyen hoy en nuestra vida.

          Sin embargo, tales oraciones, a base de repetición, pueden perder su brillo y atractivo, como ciertas hermosas catedrales y monumentos que ya no inspiran nada al transeúnte que ha vivido siempre frente a ellas. No obstante, bastaría detenerse un momento y contemplarlas tranquilamente para arrancarles nuevos secretos y emociones.

          Una de estas oraciones es la Salve Regina. Se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI, antes de la primera cruzada y, de hecho, su vocabulario rebosa de la cortesía y galantería que por aquellos tiempos se comenzaba a abrir paso en la sociedad. La Salve es una oración que ha gustado en todas las épocas por su brevedad y sencillez, por su ternura y profundidad, en la que se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino y la esperanza del creyente: no por nada, tanto los franceses como los españoles y alemanes se han disputado siempre su autoría.

          La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración «esencial». En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende. Esta única súplica va precedida de un saludo (Salve, Regina, Mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra, salve) y de una breve presentación (Ad te clamamus, exsules filii Evae; ad te suspiramus, gementes et flentes in hac lacrimarum valle). Termina con una brevísima «coda»: O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria.

          El adjetivo «nuestra» nos indica que cuando rezamos esta oración no nos presentamos…

          Saludo

          El saludo es una sucesión rápida pero abundante de piropos, que tienen la función de atraer la mirada y ganar la benevolencia de la Santísima Virgen. Los latinos dirían que es la captatio benevolentiae con la que debe comenzar todo buen discurso.

          – Salve es el típico saludo latino, respetuoso y familiar al mismo tiempo, y ciertamente, no tan solemne como la traducción española: «Dios te salve». Es simplemente un augurio de buena salud.

          – Regina: es el primer piropo de la oración.