Madame de Chantal: madre, mística y fundadora

Madame de Chantal: madre, mística y fundadora

Nacida en una familia católica ferviente de la aristocracia francesa, hija de Benigno Frémyot y de Margarita de Barbissy. Su madre muere cuando ella contaba con 18 meses, quedando bajo la tutela de su padre y su abuelo materno y educada por su hermana mayor. La reciedumbre y el compromiso cristiano de su padre es la mayor influencia de su niñez: recibe una formación muy completa y desde su infancia se destaca por su vida piadosa.

En 1593 contrae matrimonio con el barón de Chantal, Christopher II, a quien da, durante los siete años siguientes, seis hijos, aunque dos de ellos murieron durante la infancia. Forma una familia armoniosa, en la que se viven los ideales cristianos. Pero, en 1601, el barón de Chantal es herido durante una cacería por el señor D’Aulézy, y, tras nueve días de sufrimiento en manos de un mal médico, muere, dejando viuda a Juana, quien se traslada a pasar el año del luto en Dijón, a casa de su padre. Pero su suegro le exige que se traslade con sus hijos al castillo de Monthelon, cerca de Autun. El viejo Señor la somete a continuas vejaciones, pero la joven viuda siempre le estuvo sometida, mostrándole agradecimiento y llenando su castillo de alegría familiar.


Su encuentro con san Francisco de Sales

Durante la cuaresma de 1604 viaja a Dijón junto a su suegro a visitar a su padre, y allí escucha la prédica de Francisco de Sales, obispo de Ginebra, quien cena frecuentemente en casa de Benigno Frémyot y ahí se gana, poco a poco, su confianza. El obispo se siente profundamente impresionado por la piedad de Juana. Desde ese momento, Francisco de Sales se convierte en su director espiritual, y, por su consejo, Juana modera sus devociones y actos piadosos para poder cumplir con sus obligaciones como madre, hija y nuera. Esta es la base de la espiritualidad salesiana, y su plasmación más perfecta está en la vida de Madame de Chantal, de quien se dice que era «capaz de orar todo el día sin molestar a nadie». Además, atiende a enfermos pobres y se modera mucho en mortificaciones corporales: san Francisco de Sales no permite a su dirigida que olvide que está en el mundo, que tiene un padre anciano y, sobre todo, que es madre; con frecuencia le habla de la educación de sus hijos y modera su tendencia a ser demasiado estricta con ellos.


La fundación de la Orden de la Visitación

Madame de Chantal tiene desde joven una especial querencia por la vida contemplativa, así que, cuando, en 1607, san Francisco de Sales le expone su proyecto de fundar una nueva congregación, Juana lo acoge con gran alegría, dividiendo su corazón, ya que tiene una intensa vida familiar. El obispo le recuerda que sus hijos ya no eran niños y que desde el claustro podría velar por ellos. Juana Francisca casa a su hija mayor con el barón de Thorens, hermano de san Francisco de Sales, y se lleva consigo al convento a sus dos hijas menores; la primera muere al poco tiempo y la segunda se casa más tarde con el señor de Toulonjon. Celso Benigno, el hijo mayor, quedó al cuidado de su abuelo paterno y de varios tutores. El primer convento de la Orden de la Visitación de Nuestra Señora es inaugurado en 1610 en Annecy (Saboya). Junto a Juana Francisca están dos damas, María Favre y Carlota de Bréchard, y una sirvienta llamada Ana Coste, y en ese mismo año crecen en número hasta la docena de religiosas. El primitivo carisma de la nueva orden es una gran novedad: debía servir de refugio a quienes no podían ingresar en otras congregaciones y las religiosas no debían vivir en clausura para poder consagrarse de la nueva familia religiosa debía ser el de visitar y asistir a los enfermos pobres en su domicilio, uniendo la vida activa a la vida contemplativa. La oposición del arzobispo de Lyón, al cabo de algunos años, obligó a los dos fundadores a aceptar la clausura para las religiosas y Juana y Francisco redactan (1618) la regla de la orden, basada en la de San Agustín, con unas constituciones muy novedosas que convierten a la humildad y a la mansedumbre en la base de su observancia: «En la práctica, la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones, y mantiene el nombre de Congregación de la Visitación de Nuestra Señora. Las Constituciones son aprobadas por la Santa Sede en 1626.


La espiritualidad de la Visitación

Se convierte en la primera superiora, y para la atención de su vida interior y de sus hermanas, Francisco de Sales compone el Tratado del amor de Dios: un método de oración simple y natural, compatible con cualquier circunstancia personal basado en la correspondencia espiritual entre los dos santos y en las experiencias místicas de Juana. Pero la vida conventual de la nueva superiora es muy ajetreada: deja frecuentemente Annecy, tanto para fundar nuevos conventos en Lyón, Moulins, Grénoble y Bourges, como para cumplir con sus obligaciones de familia. En 1619 funda el monasterio de París, donde reside los tres años siguientes. Allí se somete a la dirección espiritual de san Vicente de Paúl y conoce Angélica Arnauld, abadesa de Port-Royal, quien renuncia a su cargo e ingresa en la Congregación de la Visitación.


francisco-sales-juana-chantalÚltimos años

En 1622 muere Francisco de Sales y es sepultado en el convento de la Visitación de Annecy; y en 1627, su hijo Celso Benigno perece en el campo de batalla y deja viuda y una hija de un año, que con el tiempo sería la célebre Madame de Sévigné. A partir de este momento, toma como director espiritual a san Vicente de Paúl. En 1628 se desata una epidemia que asuela Francia, Saboya y Piamonte. Juana no abandona su monasterio de Annecy y pone a disposición del pueblo todos los recursos de su convento, participando la comunidad en la atención de los enfermos. Ella misma es contagiada, pero cura milagrosamente. A estas desgracias se añade la sequedad espiritual que sufre, pero no abandona. Entre 1635 y 1636 visita todos los conventos de la Visitación, que eran ya sesenta. En 1641 se traslada para ver a Madame de Montmorency y la reina Ana de Austria en París. Durante el viaje de vuelta a Annecy cae enferma de pulmonía y fallece en el convento de Moulins el 13 de diciembre de 1641. Su cuerpo es trasladado a Annecy y sepultado cerca del de san Francisco de Sales. A su muerte la orden que fundara, cuenta con ochenta y seis conventos.

Es beatificada por Benedicto XIV en 1751 y canonizada por Clemente XIII en 1767. Su fiesta se celebra el 12 de agosto.Su fiesta se celebraba hasta 1962 el 21 de agosto, después hasta 2001 fue el 12 de diciembre, que fue cambiado para no coincidir con la virgen de Guadalupe, patrona de América.


Otras biografías en la red


Bibliografía

  • Bougaud, Louis Emile: Historia de Santa Juana Francisca Frémiot, Baronesa de Chantal, fundadora de la Orden de la Visitación de Santa María, llamada vulgarmente de religiosas salesas, y del origen de este santo instituto, Madrid, 1872.
  • Chaugy, Françoise Madeleine de: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal. Su vida y sus obras, Madrid, Voluntad, 1928.
  • Echeverría, Lamberto de: Santa Juana Francisca de Chantal, Madrid, Productos Compactos, S.A. , 1991.
  • Ferrer Hortet, Eusebio: Juana de Chantal, Madrid, Ediciones Palabra, 1991.
  • Ferrer Maluquer, Manuel: Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal: Poesía y narraciones, Barcelona, Vicente Ferrer, 1958.
  • Frémyot de Chantal, Juana Francisca: Cartas, Madrid, Primer Monasterio de la Visitación, 1828.
    • Sus obras, Madrid, Prensa Castellana, 1968.
    • Santa Juana Francisca Frémyot de Chantal: sus obras, Madrid, Testimonio de Autores Católicos Escogidos, 1989.

    • Monasterio de la Visitación de Santa María (Oviedo): Semblanza espiritual de los fundadores de la Visitación: San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca Frémiot de Chantal, Oviedo, Monasterio de la Visitación, 1988.
    • Spiegelberg Horno, Luisa: Santas casadas, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1961.

  • Stopp, Elisabeth: Historia de una santa: Madame de Chantal, Madrid, Rialp, 1966.

*  *  *

Nota: este artículo ha sido incorporado por el autor a Wikipedia.

Los niños y la Liturgia: Iniciar a los niños en la Liturgia

Los niños y la Liturgia: Iniciar a los niños en la Liturgia

«Puesto que la vida plenamente cristiana no se puede pensar sin la participación en las acciones litúrgicas en la que los fieles congregados en uno celebran el Misterio Pascual, la iniciación religiosa de los niños no debe ser ajena a ese fin. La Iglesia, que bautiza a los niños, confiada en los dones que este Sacramento da, debe cuidar que los bautizados crezcan en la comunión con Cristo y los hermanos, de cuya comunión es signo y prenda la participación en la mesa eucarística, a la cual se preparan los niños o en cuya significación son introducidos más profundamente. La cual formación litúrgica y eucarística no es lícito separar de la educación universal, humana y cristiana, más aún, sería nocivo sí la formación eucarística careciera de tal fundamento…»

Sagrada Congregación para el Culto Divino: Directorio Litúrgico para las Misas con Participación de Niños, n.º 8

*  *  *


Iniciar a los niños en la liturgia es una de las más hermosas tareas que se pueden realizar en la catequesis. Por la iniciación litúrgica, los niños se integran a la oración comunitaria de toda la Iglesia, que celebra la vida de Dios desde que Jesús la fundó. De ahí, su importancia. Por esta razón, la iniciación litúrgica de los niños debe comenzar desde los primeros años de catequesis.

Tomar en serio a la niñez, no solo como un paso a la adultez, sino como un tiempo de la vida con características propias, equivale a tener en cuenta y valorar al niño en su forma de ser, de expresarse, de pensar, de percibir la realidad, de amar, de relacionarse con los demás, con las cosas y con Dios. No podemos pensar en la fe de los niños como una fe diminuta o incompleta. El niño tiene una profunda capacidad de conocer y entablar una relación de amistad con Dios y que debemos favorecer y cultivar.

La iniciación litúrgica de los niños, atendiendo a sus necesidades específicas y a su psicología evolutiva, deberá ser progresiva y sistemática. Esencialmente deberá constituirse en un camino gradual, en una invitación a la fiesta, es una iniciación a la celebración y a la vida comunitaria. Por esta razón, debemos armarnos de paciencia, sabiendo que es algo a lograr con los niños con el tiempo, pero sobre todo, con el ejemplo de los adultos que hacen de la liturgia eclesial una fiesta comunitaria.

Como los niños y niñas no tienen la madurez y los conocimientos necesarios para comprender todo lo que la liturgia significa; es necesario proponerles un itinerario que, de a poco, pueda ir introduciéndolos en el maravilloso mundo de la liturgia, vivida en Iglesia.

Para ello, habrá que respetar el ritmo de los niños, sus necesidades, su manera de aprender y relacionarse con la realidad y mundo que los rodea. Es muy importante que las primeras experiencias litúrgicas de los niños no resulten algo tedioso y aburrido, algo lleno de signos y lenguaje incomprensibles, algo lejano a su realidad y alejado de sus maneras de expresarse.

Para que iniciación litúrgica de niños y niñas resulte positiva, es imprescindible generar acciones que progresivamente vayan introduciendo a los niños en el carácter y el arte de celebrar la liturgia.

Toda iniciación litúrgica de los niños deberá tener un carácter alegre, festivo, celebrativo y convocante para toda la comunidad. Esta la principal razón por la que los niños y niñas, especialmente los más pequeños, no pueden ser obligados a participar en la liturgia. La idea es que los niños y niñas se sientan, más bien, convocados, invitados, partícipes en la celebración litúrgica. En la medida que los niños y niñas se vayan encontrando mejor preparados, cuando lo deseen, podrán participan junto con la familia en la Misa, presintiendo el misterio eucarístico, que los acompañará durante toda su vida.

Un camino privilegiado para la iniciación litúrgica de los niños y niñas es a través de las Celebraciones de la Palabra. La iniciación litúrgica de los niños estará signada, jalonada por las Celebraciones de la Palabra. Las fiestas litúrgicas importantes (Pascua, Pentecostés y Navidad) pueden ser vividas de una manera alegre y profunda a través de las mismas.

Las Celebraciones de la Palabra constituyen uno de los momentos predilectos y encantadores de la catequesis de niños. En los últimos tiempos, estas celebraciones han adquirido un lugar importantísimo en la iniciación litúrgica de grandes y pequeños. De hecho, son verdaderos encuentros de oración, donde los niños pueden sentir y expresar su fe, comunitariamente.

De esta manera, las Celebraciones de la Palabra nos llevarán poco a poco a la gran celebración de la Iglesia: la Eucaristía. La Eucaristía supone el punto culminante de la liturgia de la Iglesia.

Los niños y niñas, llegado el momento, participarán junto a sus familias, en la Eucaristía de los domingos. Para que esta participación se haga efectiva resulta ineludible prepararlos a conciencia desde pequeños para que así puedan expresar y celebrar la propia fe; camino que se nos facilita a través de las Celebraciones de la Palabra.


(De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 2.ª)

*  *  *

Todas las catequesis de Luis María Benavides

Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides


Novios cristianos: «El sexo no es un tabú para nosotros»

Novios cristianos: «El sexo no es un tabú para nosotros»

Los prejuicios que muchas personas tienen sobre los jóvenes que viven un noviazgo cristiano son de lo más variado. Unos creen que ya no existen parejas así; otros, que se saltan la castidad; hay quien cree que les falta vigor sexual; y otros, que son unos mojigatos llenos de miedos. La realidad es muy, muy distinta. Son jóvenes que saben lo que quieren, que se atreven a conocerse en profundidad, que viven su sexualidad con responsabilidad, y que son abiertamente felices, a pesar de las presiones de su entorno. Pasen y lean.

Sondeo rápido en Ciudad Universitaria, Madrid: ¿Qué opinas del noviazgo cristiano? Hay que aclarar la pregunta: Sí, eso implica castidad. Responden, sin afán demoscópico, tres chicas y un chico de veintipocos años, y una pareja que ronda los cuarenta. Los más jóvenes creen conocer algunas parejas que viven la castidad, pero no están seguros. Los de más edad piensan que ya no existen. Nadie añade más matices en el noviazgo cristiano que el no mantener relaciones coitales. Los tópicos son comunes, y los exponen con idéntica rotundidad: o son unos mojigatos a los que les han metido miedo al sexo, o les falta vigor sexual, o se saltan la castidad porque, «en realidad, están más salidos que el pico de una mesa».

Es evidente que ninguna de estas personas ha tratado con una pareja de novios cristianos que viva su relación de forma plena. Novios como María y Javi, de 23 y 22 años, o como Ana y Diego, de 18 y 17. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de qué significa vivir un noviazgo cristiano y, quizá, como les pasa a algunos amigos de estas dos parejas, les habría llamado tanto la atención que se plantearían si, en realidad, no es eso lo que buscan para su vida.


Sexo sí, pero no solo sexo

Pero, vayamos por partes. Sobre todo, porque aunque lo más morboso es el asunto de la castidad, un noviazgo cristiano es muchísimo más, como insisten Ana y Diego. Ellos llevan poco más de un año juntos, y, como otros muchos adolescentes, empezaron a salir cuando él tenía 16 y ella 17 recién cumplidos. A pesar de su juventud, hablan con una claridad meridiana: «Un noviazgo cristiano no es solo la castidad. Es un proceso para ver si hay amor de verdad, o si solo hay enamoramiento. Es tener confianza, hablar mucho y de todo; también de Dios», dice Ana. «Es impresionante ver que Dios está en medio de tu noviazgo, porque te ayuda a pensar las cosas, a razonarlas, a hacerte preguntas y a tener un punto de vista moral, sin ser tú la última medida de todo lo que haces. Ser cristiano es relacionarte con Dios, y eso te ayuda a ser mejor persona y a intentar hacer felices a los que tienes al lado. Y eso lo llevas a tu relación. Las decisiones sobre el sexo son algo muy serio, pero no son lo único importante», añade Diego.

Y no les falta razón. De hecho, el psicólogo don Jaime Serrada, de la Fundación Gift and Task, especialista en educación de la afectividad, apunta algunas características del noviazgo cristiano: «Desde luego, la fidelidad, la exclusividad, la castidad, el amor a la Iglesia y la confianza en ella, aunque no siempre entiendas las cosas desde el principio… Otra característica muy importante es que esta etapa está en función de la posterior, el matrimonio, y esto lo hace muy diferente al resto de noviazgos, porque te abre un horizonte y te obliga a plantearte tu futuro junto a esa persona. No es solo Como nos gustamos mucho y estamos mejor juntos que solos, salimos, sino que se trata de vivir esta etapa como preparación a algo mucho mayor». Y, por supuesto, «poner a Dios en medio de la pareja: rezar juntos, compartir una vida espiritual, buscar respuestas a los interrogantes de hoy, no solo sociales, sino ¿Qué querrá Dios de nosotros? ¿Qué es lo que deseamos juntos?, etc.» Por si el lector no lo ha deducido de sus palabras, don Jaime (hoy casado, con un hijo y otro de camino) también habla desde la experiencia del que fue su propio noviazgo cristiano…


Un ambiente hipersexualizado

Lo cierto es que, si hoy llama la atención que una pareja viva un noviazgo cristiano, es porque el ambiente bombardea con un modelo de relaciones basadas en el sexo. Un estudio del Ministerio de Interior del Reino Unido, publicado el año pasado (cuando gobernaba el partido laborista, o sea, la izquierda), alertaba de que «la televisión, las películas, la música y los medios escritos presentan a los jóvenes un mensaje hipersexualizado», e «imponen la sexualidad adulta a niños y jóvenes, antes de que sean capaces de afrontarla mental, emocional y físicamente». Las consecuencias son negativas para toda la sociedad: banalizar la sexualidad no es solo cosa de púberes. En este ambiente, ¿quién elige un noviazgo cristiano?

Ana y Diego reconocen que fue determinante el ejemplo que encontraron en su parroquia —Cristo Sacerdote, en Madrid—: «Nuestros catequistas, Félix y Bea, una pareja joven que se acaba de casar, también nos dieron su testimonio de noviazgo cristiano y me llamó mucho la atención», dice Ana. Para Diego, «el inicio de mi relación con Dios coincidió con el inicio de mi relación con Ana, y hay muchas cosas que todavía no tengo claras y que me suscitan dudas», pero aun así, «me voy fiando poco a poco del Señor. Quiero a Ana hasta la locura y no veo futuro sin ella, pero reconozco que si tuviera que pasar por otra relación con una chica que no fuera cristiana, echaría de menos esto tan especial: la confianza, el respeto, poner a Dios en medio de todo, tener claro que el sexo no es algo con lo que puedas jugar…».


novios22-23-mariayjaviVer lo bueno, experimentar lo malo…, y elegir

Lo de ver el ejemplo de otros también fue crucial para María y Javi. Tienen 23 y 22 años, y llevan 5 de relación. Como otras parejas, sus inicios fueron convulsos: «Aunque éramos muy diferentes, yo más bien pijilla y Javi un poco macarra, éramos muy buenos amigos y nos daba miedo estropearlo», dice María. Por eso, buscaron referentes. «Yo había visto el testimonio de muchos jóvenes de Cursillos de Cristiandad, porque mis padres eran presidentes del Movimiento en Madrid. Veía a gente que, al vivir así su noviazgo, aunque lo dejaran después, eran más felices que amigas mías que iban de un chico a otro. Ellos eran fieles, no picoteaban, y supe reconocer que eso era lo que quería para mí». Para Javi lo determinante fueron las relaciones que había mantenido antes: «Yo me había liado con otras chicas, y con María sabía que tenía que ser diferente, porque la quería de verdad. El uso y disfrute de otras chicas no me había hecho más feliz. Me había aliviado la excitación del momento, sí, pero sabía que eso no me hacía mejor persona; al contrario. Cuando terminaba la excitación, lo último que me apetecía era ponerme tierno o darle un beso a la chica. Con María era distinto, no quería hacer un uso egoísta de ella, sino una entrega total, respetarla y respetarme».


El Bautismo no anula las hormonas

Pero, claro, una cosa es tomar la decisión y otra mantenerla según transcurre el noviazgo. «El Bautismo y tener las cosas claras no te quitan las hormonas. María y yo nos gustamos mucho, y claro que cuesta mantener la castidad. Cada vez quieres más a la otra persona, y por eso cada vez quieres entregarte más», reconoce Javi. «Nuestros gestos sexuales, nuestras muestras de cariño, van creciendo en la medida en que crece la relación. Los dos hemos tenido momentos de decir No hacemos esto, porque si hago esto, no voy a poder darte solo esto durante mucho tiempo, y voy a querer entregarme a ti del todo», añade María. Y Javi remata: «Para nosotros, el sexo no es un tabú. Por eso es muy importante hablar las cosas, buscar razones y no excusas, no hacer las cosas porque sí, comunicarnos, ser honesto contigo y con el otro, vencer la barrera del egoísmo, abrir el corazón, aunque eso te haga vulnerable, y saber que cuentas con Dios para entender las cosas y hacerlas tuyas».


¿Qué se puede hacer, hasta dónde se puede llegar?

Su decisión suscita divisiones: «Los chicos flipan, pero suelen decir que, en el fondo, me admiran», dice Javi; «y las chicas intentan convencerme, hasta con detalles escabrosos, de lo bueno que sería acostarme con Javi», cuenta María. Otros les preguntan dónde está la línea, qué se puede hacer y qué no: «Es la pregunta del millón —explica María—, ¡como si hubiera un manual! Nosotros, equivocándonos, hemos sabido atinar. Porque, en el fondo del corazón, sabes que hay cosas que no están bien, que te chirrían. Aunque en ese momento te nuble la excitación, lo reconoces luego y lo hablamos».

Javi y María construyen entre los dos el final de su testimonio, como si fuese una metáfora de su propia vida: «Las relaciones sexuales son algo tan impresionante, tan bonito y tan serio que pueden confundir el discernimiento. Hay noviazgos que se prolongan y relaciones que hacen sufrir mucho, por no tener la cabeza fría. Vivir un noviazgo cristiano es buscar el bien del otro por encima de uno mismo, saber que estás llamado a amar y a ser amado como Dios te ama a ti, y contar con Él. Es no quemar etapas, vivir la sexualidad con naturalidad y sin frivolizar, porque la entrega total viene después del compromiso total. Es tener confianza y saber que te estás preparando para algo impresionante: ser uno con la otra persona. Es flipante, de verdad, vivir así el noviazgo».

José Antonio Méndez.


¿Y si un cura dice que no pasa nada?

Por desgracia, no es infrecuente que, desde la Iglesia, no siempre se oriente bien a las parejas cristianas, o por falta de formación, o por oscurantismo, o por contemporizar. María, que es profesora, explica que «me da mucha rabia cuando hay curas, o profesores de Religión, como uno que tuve yo, que dicen que no pasa nada. Quien pregunta, busca la autoridad de la Iglesia porque intuye que está llamado a algo grande; no busca una opinión personal de alguien que vive su sexualidad de forma infeliz, o que siente que ha fracasado en ese tema y les roba a otros la posibilidad de vivir lo genial que es un noviazgo cristiano. Tengo amigas que, si no consiguen liarse con un chico o tener novio, se sienten inseguras; pero, después de pasar por varios, o de haberse acostado con su novio y romper, se sienten fatal porque saben que les hubiera gustado esperar, y que alguien les hubiera dicho que se podía y que merecía la pena». Y añade: «Por eso, dar testimonio y formarse en estos temas para dar razones, no un porque sí, es una responsabilidad muy grande».

*  *  *

Fuente original: El blog de Josico en Somos vicencianos

La grandeza específica de la vida matrimonial

La grandeza específica de la vida matrimonial

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal debemos clarificar bien la idea del matrimonio.

Toda persona medianamente formada sabe que la cultura occidental —a la que tanto debemos en diversos aspectos— fue posible gracias, en buena medida, a la labor impagable de quienes se extenuaron buscando la verdad y clarificando los conceptos, como dice del gran Sócrates su discípulo Platón. Cuando se aprende a distinguir lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto, lo constructivo de lo destructivo…, se sigue un camino ascendente en cuanto a claridad de ideas, firmeza de conducta, seguridad en los ideales, concordia de los espíritus.

Cuando se lo confunde todo para dominar las mentes y las voluntades, se precipita uno por la vía que nos lleva, paso a paso, a la degradación. No olvidemos que la corrupción de los conceptos provoca la corrupción de la mente, y una mente corrompida envilece rápidamente a la persona y la sociedad. La confusión empobrece las ideas, y unas ideas empobrecidas acaban generando, a no tardar, una vida miserable.

Es bien notorio que en los últimos decenios se ha deteriorado notablemente la idea del matrimonio que tienen las gentes. Por diversas causas —entre ellas, las leyes divorcistas—, se considera, a menudo, que la vida matrimonial es una forma de convivencia estable, regulada por la ley pero alterable no bien surja alguna dificultad seria. El nexo entre unión matrimonial y compromiso de por vida es considerado como una exigencia contraria a la naturaleza humana —esencialmente cambiante— y opuesta al derecho que tenemos a elegir en cada momento lo que responda a nuestras necesidades y deseos. En la actualidad, los vocablos libertad y cambio están orlados por el prestigio propio de los términos “talismán”, términos del lenguaje que en ciertos momentos de la historia son tan apreciados que apenas hay quien ose someterlos a un análisis crítico y matizarlos debidamente.

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal, debemos clarificar bien la idea del matrimonio a fin de devolverle toda su riqueza, sin dejarnos presionar por modas o por ideologías que quieran imponernos criterios carentes de fundamentación. Hemos de acudir a esas fuentes de saberes bien fundados que son los grandes especialistas. Edificamos sobre arena si nos dejamos llevar de meras “ocurrencias”, nuestras o ajenas. Hoy nos enseñan los biólogos y los antropólogos más cualificados que los seres humanos somos “seres de encuentro”, vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro. Consiguientemente, toda nuestra vida debemos orientarla a la creación de formas auténticas de encuentro y cumplir las exigencias que el encuentro nos plantea: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación sincera, participación en tareas solidarias…

Si, en la vida matrimonial, cumplimos estas condiciones, tenemos garantía de vivir una relación de encuentro, entendido en sentido riguroso, no como mera vecindad o trato superficial. El matrimonio, visto con una inteligencia madura —dotada de largo alcance, amplitud o comprehensión y profundidad— aparece formado por cuatro ingredientes básicos.


Los cuatro ingredientes de la vida conyugal

1. La sexualidad, la tendencia instintiva a unirse corpóreamente con otra persona por la atracción que ejerce sobre el propio ánimo y las sensaciones placenteras que suscita. Esa unión puede ser muy emotiva, excitante, embriagadora. Pero la embriaguez nos saca de nosotros mismos para fusionarnos con la realidad seductora. La fusión es un modo de unión perfecto en lo que suelo llamar nivel 1, el plano de los objetos (en el cual, por ejemplo, dos bolas de cera se funden y forman una sola bola de mayor tamaño), pero resulta muy negativo en el nivel 2 —el plano de las realidades que son más que objetos—, pues la unión entre ellas exige respeto, es decir, estar cerca manteniendo cierta distancia. Para contemplar un cuadro artístico, no debo pegar los ojos al lienzo; he de mantenerme a cierta distancia. De modo semejante, si deseo conversar con un amigo he de acercarme a él, pero guardando la distancia necesaria para abrir entre ambos un espacio de comunicación. En el nivel 2, la unión verdadera se consigue al enriquecerse mutuamente, ofreciendo y recibiendo posibilidades.

La energía sexual puede unir estrechamente a las personas en el nivel 1, pero no en el nivel 2 si no va unida con el propósito de crear esa forma de unidad personal que llamamos amistad. La sexualidad, ejercitada a solas, como mera fuente de satisfacción sensible y psicológica, no incrementa la generosidad hacia la otra persona; más bien, encrespa el egoísmo y anula la posibilidad del encuentro. El egoísmo inspira la voluntad de poseer y dominar aquello que encandila los instintos. Esa voluntad nos aferra a la actitud propia del nivel 1, actitud utilitarista que solo atiende a las cualidades gratificantes de la otra persona, no a la persona como tal. Por esta razón, eminentes psiquiatras actuales —Rudolf Affemann y Víctor Frankl, entre otros— afirman que la sexualidad vivida a solas —como un medio para acumular sensaciones placenteras— se destruye a sí misma.

2. La amistad. Para hacernos amigos de alguien que nos atrae, debemos considerar su atractivo no como una incitación a convertirlo en fuente de gratificaciones inmediatas, fáciles, superficiales, sino como una invitación a entrar en relación de trato con él en cuanto persona. Renunciamos, con ello, a la libertad de saciar los instintos de forma inmediata —sin voluntad de crear una auténtica relación de amistad con la otra persona—, y ponemos en juego un modo más valioso de libertad: la libertad interior o libertad creativa. Tal renuncia implica un sacrificio, pero no una represión, porque dejar de lado un valor inferior para conseguir uno superior no bloquea el desarrollo de nuestra personalidad; lo promueve.

Para dar primacía voluntariamente a unos valores sobre otros, necesitamos suscitar en nuestro ánimo desde niños el sentimiento de asombro ante todo lo que encierra un valor: el clima hogareño de amor incondicional y ternura, un bello paisaje, un pueblo acogedor, una obra artística o literaria de calidad, un juego vivido con espíritu creativo, una conversación ingeniosa, un día espléndido, una acción noble, una fiesta popular o litúrgica vivida con autenticidad… Esta capacidad de emocionarnos al ver la alta calidad de seres y sucesos cotidianos nos da energía interior suficiente para vencer la tendencia a las ganancias inmediatas y consagrarnos a la fundación de modos de unión más exigentes.

Al ascender al nivel 2 y atender más bien a hacer feliz a la otra persona mediante el encuentro que a concedernos toda suerte de gustos sensibles y emociones psicológicas, descubrimos un mundo nuevo, distinto del mundo embriagador de las sensaciones —nivel 1— y superior a él. Superior en cuanto abre la posibilidad de crear una relación de amistad, es decir, de comprensión y ayuda mutuas, de elaboración y realización de proyectos comunes, de afectos profundos, no reducibles a goces sensoriales. En ese ámbito de amistad se advierte que las potencias sexuales dejan de ser un mero medio para obtener goces sensibles y se convierten en el medio en el que se expresa nuestro anhelo de unión personal. Entonces se descubre con lucidez que las fuerzas instintivas están llamadas a colaborar con nosotros en la gran tarea de crecer como personas. Si el ideal de nuestra vida es crear formas elevadas de unidad, resulta obvio que debemos superar toda manifestación amorosa que reduzca la unión personal a mero empastamiento sensorial.

Si estamos habituados a movernos en el nivel 1, tememos caer en el vacío si renunciamos a tal empastamiento y ascendemos a una forma de conducta desinteresada (nivel 2). Es comprensible, porque desde un nivel inferior no puede captarse, ni siquiera a veces adivinarse, la riqueza que alberga un nivel superior —con sus realidades de mayor rango y las actitudes humanas correspondientes—. En el nivel 1, el ensanchamiento de una realidad —por ejemplo, una finca— se realiza a costa de la colindante. En el nivel 2, al entrar una realidad en el ámbito de otra no la invade y succiona; acrecienta su riqueza interior. El hombre egoísta avanza hacia los otros con ánimo de ocupar su espacio vital. El hombre generoso se relaciona con los demás para potenciar su radio de acción. De ahí que, en el nivel 2, cuando estamos cerca de otras personas agradecemos que existan; no experimentamos resentimiento por el hecho de que puedan superarnos y disminuir nuestra autoestima. Cuando uno siente agradecimiento porque existen los otros, está bien dispuesto para otorgar a su amor una dimensión comunitaria.

3. La proyección comunitaria del amor. Cuando la atracción primera que sentimos hacia una persona se convierte en auténtico amor, nos vemos insertos en el dinamismo propio de este tipo de vinculación y ascendemos a un plano distinto del de la sexualidad y del de la amistad. De hecho, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso de nuestros padres, que, en cuanto tales —no como meros progenitores—, nos llamaron a la existencia. Nuestra vida ha de consistir en responder agradecidamente a esa invitación. Si agradecer significa estar a la recíproca en generosidad, nuestra respuesta debe consistir en crear nuevas formas de encuentro. He aquí la razón profunda por la cual el amor personal se desarrolla creando formas de vida comunitaria.

El amor personal se enciende en la intimidad de nuestro ánimo y se incrementa en el ámbito recatado de las confidencias mutuas. Pero llega un momento en el cual pide, de por sí, adquirir una proyección comunitaria, darse a conocer, fundar un ámbito de vida dentro de la sociedad, es decir, un hogar, un lugar de acogimiento donde arde el fuego del amor y se transmite a otros ámbitos afines, formando así la “gran familia” de los allegados.

He aquí cómo, al reflexionar sobre la vida amorosa, resalta de inmediato el poder creativo que alberga. Hemos dado dos saltos: del nivel 1 al nivel 2, y de la actitud íntima privada a la actitud comunitaria. Esta, a su vez, nos insta a otorgar una nueva dimensión al amor: la que se adentra en el enigma de la creatividad más alta.

4. La fecundidad del amor. Por darse en el nivel 2, la relación conyugal se muestra poderosamente creativa: incrementa la amistad entre los esposos y da origen a nuevas vidas. Al sopesar la importancia de ambas actividades, descubrimos maravillados el poderío de la unidad matrimonial. De la amistad escribió Lope de Vega: “Yo dije siempre, y lo diré y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano”. Por otra parte, dar vida a una persona es un acontecimiento sobrecogedor. Cuando reparamos en el hecho de que dos personas, incluso las más sencillas, pueden generar un ser capaz de pensar, sentir, querer, elaborar proyectos de todo orden, amar, tomar posición frente al universo entero e incluso frente a sí mismo, a sus progenitores y al Creador, nos parece tocar fondo en el enigma de la realidad y sentimos un inmenso respeto hacia esa región de los orígenes.


Los cuatro elementos del amor conyugal forman una estructura

Los cuatro aspectos o ingredientes del amor conyugal deben hallarse tan vinculados entre sí que formen una estructura, es decir, una trama de elementos que se exigen y complementan de tal modo que, al desgajar uno de ellos, se desmorona el conjunto. Si, para procurarnos gratificaciones aisladas, movilizamos el primero de los elementos del amor conyugal —la sexualidad— y dejamos de lado los otros tres, despojamos nuestra relación amorosa de toda creatividad, nos alejamos del ideal de la unidad y situamos nuestra vida en el nivel 1, en el cual el amor se reduce a pasión.

Esa actitud unilateral es injusta con el ser humano, que vive como persona al crear toda suerte de encuentros. Por su condición de persona humana, se ve inserto en un dinamismo poderoso que le lleva a unirse conyugalmente con otra persona e independizarse de sus raíces familiares. Esta energía biológica, psicológica y espiritual ¿tiene por único fin satisfacer una necesidad individual primaria, como sucede con el comer y el dormir? Estas necesidades persiguen la meta de conservar nuestra existencia biológica, no la de configurar nuestra personalidad, porque no tienen capacidad de crear relaciones de encuentro. En cambio, la actividad sexual pone en relación íntima a dos personas y las somete a una peculiar conmoción. ¿Qué finalidad persigue esta vinculación conmovedora? Sin duda alguna, la creación de un modo valioso de unidad, una relación de encuentro.

Vista en el conjunto del proceso humano de desarrollo integral, la potencia sexual presenta una condición abierta, tiende a desbordar nuestros límites individuales y constituirnos como personas, en el sentido de seres comunitarios. Pero esta vida comunitaria desborda la relación de amistad entre los cónyuges, porque, como toda forma de vida, lleva en sí la exigencia de perdurar, lo cual implica la necesidad de renovarse mediante la procreación. El dinamismo interno del amor personal exige a quienes se unen conyugalmente por amor que lo hagan abiertos a la creación de nueva vida, y no conviertan el atractivo de su relación mutua en una meta. Esta apertura a la fecundidad significa la orientación de las potencias sexuales hacia fines que desbordan el área privada de cada persona y la llevan a plenitud. Tal orientación genera una energía insospechada, capaz de integrar los diversos aspectos del proceso amoroso personal.

La vinculación de estos aspectos no amengua la fuerza de las pulsiones instintivas, que entrañan cierto valor; ordena su energía al logro de la espléndida meta que es crear una vida de profunda unidad personal, con toda la fecundidad que implica. Si el ideal de nuestra vida es crear modos relevantes de unidad, debemos movilizar todas nuestras energías para lograr ese propósito. Este deber hemos de asumirlo con amor por cuanto no nos viene impuesto desde fuera sino sugerido desde lo más íntimo de nuestra naturaleza sexuada, ordenada a la creación de ámbitos amorosos.

El tema del amor humano muestra su espléndida grandeza cuando lo vemos dentro del dinamismo de nuestro crecimiento personal. Lo indica certeramente Gustavo Thibon:


Nosotros no queremos una plenitud sexual que se compre al precio de la plenitud humana; no sentimos ningún gusto por costumbres que, bajo pretexto de satisfacer plenamente al sexo, vacían al hombre de todo lo demás. Únicamente el matrimonio puede al mismo tiempo satisfacer el instinto sin degradar a la persona.


Esta degradación comienza cuando, por afán irreflexivo de exaltar la potencia sexual, se la aísla de su verdadero contexto, que es la estructura formada por los cuatro ingredientes del amor: sexualidad, amistad, proyección comunitaria y fecundidad. Tal aislamiento empobrece la vida amorosa, y todo empobrecimiento injusto es un acto de violencia contra la realidad, en este caso contra nuestra propia realidad personal. Nada ilógico que, tanto en la vida cotidiana como en la expresión literaria y cinematográfica de la misma, el cultivo de las relaciones sexuales al margen del amor personal, creador de amistad y de vida comunitaria, vaya unido a menudo con actos de violencia.

Cuando dos personas de distinto sexo se aman y unen sus vidas con la intención de vincular el ejercicio de la sexualidad al cultivo de la amistad, dentro del campo de interrelación profunda que es el hogar, y todo ello lo orientan hacia el incremento de su unidad mutua y de la donación de vida a nuevos seres, dan un salto cualitativo en su vida: se convierten en esposos. Ese tipo de unión recibe, de antiguo, el nombre de matrimonio.


El alcance de las uniones homosexuales

Si dos personas del mismo sexo están enamoradas y viven de forma estable una relación sexual y amistosa dentro de un hogar, pueden ser —si se quiere— excelentes amantes, pero no llegan a ser nunca esposos, pues, por ley natural, tienen las puertas cerradas a la paternidad y la maternidad. Considerar su forma de unión como un “estado matrimonial” es confundir los conceptos, alterar el lenguaje y, con ello, desarticular la realidad.

No vendría a cuento que alguien, al leer esto, levantara la voz para decirme que debemos respetar a los homosexuales y concederles todos los derechos ciudadanos. Es obvio que debemos respetar a todas las personas, pero también lo es que ciertos derechos no los tenemos por el simple hecho de ser personas, sino por las opciones que realizamos en la vida. Si no he aprendido a tocar el violín, no tengo derecho a llamarme violinista. Si no he adquirido el título de médico, no estoy autorizado a abrir una clínica. Por mi parte, respeto a los homosexuales —en cuanto personas— lo tengo todo, e incluso voluntad de ayuda. Durante años ayudé a sostener una familia que se hallaba en suma pobreza debido a la condición homosexual del padre, un profesor de escuela primaria. Deseo a todas las personas los mayores bienes, pero entiendo que sería un mal para todos confundir los conceptos y llamar “matrimonio” a lo que constituye una forma de unión distinta.

La unión de personas homosexuales puede presentar, en el mejor de los casos y en alguna medida, los tres primeros ingredientes del amor conyugal: sexualidad, amistad, proyección comunitaria —creación de un hogar—, e incluso el primer aspecto del cuarto: el incremento de la unión entre los que viven esa forma de unidad. (Aunque, respecto a esto, deberíamos hacer diversas matizaciones y salvedades). Lo que le falta, en absoluto, es el segundo aspecto de la fecundidad del amor: la donación de vida a nuevos seres personales. Y este es un ingrediente esencial. La sexualidad matrimonial está, por su naturaleza misma, abierta a la vida, y lo mismo la amistad y la creación de un hogar. Tal apertura es la que da altura, dignidad y vitalidad a los esposos y a su modo de vida. La falta de apertura a la vida altera la calidad de los tres primeros elementos de la vida matrimonial. No procede, por tanto, decir que tales elementos o ingredientes del amor son iguales en la unión matrimonial y en la unión homosexual, excepto —en esta última— el detalle de no poder procrear. La verdad es que tales ingredientes pierden su sentido más profundo si no se vive el amor de tal forma que esa intensidad de vida florezca en la creación de nuevos seres. La sexualidad sin amistad no es igual que la sexualidad vivida como expresión de amistad y vehículo de un incremento de amistad. Esta amistad, cuando está abierta a la vida, pide de por sí proyectarse comunitariamente y crear un hogar que acoja a las vidas humanas que se van a crear y les ayude eficazmente a desarrollarse. El incremento de la unidad y del amor en los esposos está en la recta dirección cuando no supone solo incentivar la condición gratificante de sus relaciones sino crear un verdadero ámbito de acogimiento para los futuros hijos.

Al unirse maritalmente un hombre y una mujer, adquieren una condición nueva, realmente portentosa: la de poder generar hijos en un entorno adecuado plenamente a su desarrollo. Esta condición no la adquieren dos personas del mismo sexo cuando deciden vivir en común. Pueden quererse intensamente, ejercitar a su modo la sexualidad con máximo ardor, pero nunca conseguirán la potencia generadora que las convierte en ineludibles colaboradoras de la especie. Por esta capacidad de colaboración, los casados heterosexuales merecen toda clase de reconocimiento y ayuda por parte de la sociedad, a la que ellos en buena medida hacen posible. Dos homosexuales que se unen para convivir contribuyen, en algún modo, a estructurar la vida social. Debido a ello, la sociedad hará bien en regular su forma de unión de tal modo que tengan ciertos derechos civiles.

En una entrevista, a un diputado que se declara homosexual y pide que se reconozca la condición de “matrimonio” a las uniones entre homosexuales se le indicó que también —por ejemplo— dos hermanas solteras que conviven forman una unidad muy fuerte, tienen unidos sus destinos, se necesitan mutuamente, se ayudan, colaboran a estructurar la vida social, y deberían, por tanto, ser consideradas como un “matrimonio” a todos los efectos. Él negó que posean tal derecho “porque les falta el ejercicio de la sexualidad”. Parece olvidar este político que el ejercicio de la sexualidad de un homosexual no es comparable al de una persona heterosexual, abierta a la generación de nueva vida. Por el hecho de unirse sexualmente no se adquiere ningún derecho especial ante la sociedad. La sexualidad homosexual puede ser intensa y gratificante, pero no es fecunda; no tiene para la sociedad más relevancia que el hecho de que satisface a ciertas personas y, en esa medida, contribuye a la estabilidad social. Pero esta aportación no puede compararse ni de lejos a la que realizan los casados que aportan a la comunidad nuevas vidas y les ayudan a crecer de forma saludable.

Ser esposos es inmensamente más que ser amantes. Hay que ignorar mil cuestiones para tener la osadía de identificar ambos conceptos. Supone un atropello a la razón. A estas alturas de la investigación antropológica no podíamos esperar que alguien cometiera este dislate conceptual. Si Maurice Merleau-Ponty o Dietrich von Hildebrand, Max Scheler o Ferdinand Ebner levantaran la cabeza, se volverían consternados a sus tumbas pensando que su ingente labor investigadora había sido totalmente vana. El bueno de Romano Guardini, que, por los años 30, esperaba que la humanidad avanzara hacia una época de mayor clarividencia y equilibrio, no tendría consuelo si viera el espectáculo que dan actualmente ciertos legisladores al tergiversar, de esta forma, los conceptos básicos de la vida humana. Porque él sabía muy bien que los conceptos no son meras palabras sino las columnas de esa trama de relaciones que es nuestra vida y que cada uno debemos colaborar a tejer incesantemente.

¿Ignoran, acaso, nuestros políticos que los grandes conflictos sociales se fraguaron en los despachos de pensadores que tomaron la vida intelectual como un laboratorio para realizar toda clase de aventurerismos intelectuales? Todo el que conozca la historia de las ideas sabe que con los conceptos debemos proceder de forma extremadamente cuidadosa, verdaderamente orfebresca. La tosquedad actual en el uso de las palabras y el manejo de las ideas no augura nada bueno para un futuro cercano, pues los procesos sociales están sumamente acelerados debido a los progresos técnicos en las comunicaciones.

Hoy se valoran muy positivamente los sentimientos y se da como razón de ciertas conductas el hecho de que sean fuente renovada de gratificaciones individuales. Se deja, en cambio, de lado el valor —positivo o negativo— que tales conductas puedan tener para el conjunto de la sociedad. Esta visión unilateral acarrea graves daños a la vida social porque encrespa el egoísmo y amengua la solidaridad.

Europa basó su grandeza en el estudio de las esencias, en la distinción de unas realidades y otras. Si ahora lo confundimos todo, volvemos a las tinieblas de lo irracional y desquiciamos la vida, la sacamos literalmente de quicio. Lo que es distinto necesita nombre distinto. No podemos utilizar los nombres arbitrariamente. Por eso, precisar debidamente los conceptos y utilizar el lenguaje con rigor no indica ser anticuado, retrógrado, poco liberal…; significa sencillamente ser “realista”, fiel a la realidad. Y esta es la primera condición de una persona culta.

*  *  *

La grandeza específica de la vida matrimonial


Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal debemos clarificar bien la idea del matrimonio.

Toda persona medianamente formada sabe que la cultura occidental —a la que tanto debemos en diversos aspectos— fue posible gracias, en buena medida, a la labor impagable de quienes se extenuaron buscando la verdad y clarificando los conceptos, como dice del gran Sócrates su discípulo Platón. Cuando se aprende a distinguir lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto, lo constructivo de lo destructivo…, se sigue un camino ascendente en cuanto a claridad de ideas, firmeza de conducta, seguridad en los ideales, concordia de los espíritus. Cuando se lo confunde todo para dominar las mentes y las voluntades, se precipita uno por la vía que nos lleva, paso a paso, a la degradación. No olvidemos que la corrupción de los conceptos provoca la corrupción de la mente, y una mente corrompida envilece rápidamente a la persona y la sociedad. La confusión empobrece las ideas, y unas ideas empobrecidas acaban generando, a no tardar, una vida miserable.

Es bien notorio que en los últimos decenios se ha deteriorado notablemente la idea del matrimonio que tienen las gentes. Por diversas causas —entre ellas, las leyes divorcistas—, se considera, a menudo, que la vida matrimonial es una forma de convivencia estable, regulada por la ley pero alterable no bien surja alguna dificultad seria. El nexo entre unión matrimonial y compromiso de por vida es considerado como una exigencia contraria a la naturaleza humana —esencialmente cambiante— y opuesta al derecho que tenemos a elegir en cada momento lo que responda a nuestras necesidades y deseos. En la actualidad, los vocablos libertad y cambio están orlados por el prestigio propio de los términos “talismán”, términos del lenguaje que en ciertos momentos de la historia son tan apreciados que apenas hay quien ose someterlos a un análisis crítico y matizarlos debidamente.

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal, debemos clarificar bien la idea del matrimonio a fin de devolverle toda su riqueza, sin dejarnos presionar por modas o por ideologías que quieran imponernos criterios carentes de fundamentación. Hemos de acudir a esas fuentes de saberes bien fundados que son los grandes especialistas. Edificamos sobre arena si nos dejamos llevar de meras “ocurrencias”, nuestras o ajenas. Hoy nos enseñan los biólogos y los antropólogos más cualificados que los seres humanos somos “seres de encuentro”, vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro. Consiguientemente, toda nuestra vida debemos orientarla a la creación de formas auténticas de encuentro y cumplir las exigencias que el encuentro nos plantea: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación sincera, participación en tareas solidarias…

Si, en la vida matrimonial, cumplimos estas condiciones, tenemos garantía de vivir una relación de encuentro, entendido en sentido riguroso, no como mera vecindad o trato superficial. El matrimonio, visto con una inteligencia madura —dotada de largo alcance, amplitud o comprehensión y profundidad— aparece formado por cuatro ingredientes básicos.

Los cuatro ingredientes de la vida conyugal

1. La sexualidad, la tendencia instintiva a unirse corpóreamente con otra persona por la atracción que ejerce sobre el propio ánimo y las sensaciones placenteras que suscita. Esa unión puede ser muy emotiva, excitante, embriagadora. Pero la embriaguez nos saca de nosotros mismos para fusionarnos con la realidad seductora. La fusión es un modo de unión perfecto en lo que suelo llamar nivel 1, el plano de los objetos (en el cual, por ejemplo, dos bolas de cera se funden y forman una sola bola de mayor tamaño), pero resulta muy negativo en el nivel 2 —el plano de las realidades que son más que objetos—, pues la unión entre ellas exige respeto, es decir, estar cerca manteniendo cierta distancia. Para contemplar un cuadro artístico, no debo pegar los ojos al lienzo; he de mantenerme a cierta distancia. De modo semejante, si deseo conversar con un amigo he de acercarme a él, pero guardando la distancia necesaria para abrir entre ambos un espacio de comunicación. En el nivel 2, la unión verdadera se consigue al enriquecerse mutuamente, ofreciendo y recibiendo posibilidades.

La energía sexual puede unir estrechamente a las personas en el nivel 1, pero no en el nivel 2 si no va unida con el propósito de crear esa forma de unidad personal que llamamos amistad. La sexualidad, ejercitada a solas, como mera fuente de satisfacción sensible y psicológica, no incrementa la generosidad hacia la otra persona; más bien, encrespa el egoísmo y anula la posibilidad del encuentro. El egoísmo inspira la voluntad de poseer y dominar aquello que encandila los instintos. Esa voluntad nos aferra a la actitud propia del nivel 1, actitud utilitarista que solo atiende a las cualidades gratificantes de la otra persona, no a la persona como tal. Por esta razón, eminentes psiquiatras actuales —Rudolf Affemann y Víctor Frankl, entre otros— afirman que la sexualidad vivida a solas —como un medio para acumular sensaciones placenteras— se destruye a sí misma.

2. La amistad. Para hacernos amigos de alguien que nos atrae, debemos considerar su atractivo no como una incitación a convertirlo en fuente de gratificaciones inmediatas, fáciles, superficiales, sino como una invitación a entrar en relación de trato con él en cuanto persona. Renunciamos, con ello, a la libertad de saciar los instintos de forma inmediata —sin voluntad de crear una auténtica relación de amistad con la otra persona—, y ponemos en juego un modo más valioso de libertad: la libertad interior o libertad creativa. Tal renuncia implica un sacrificio, pero no una represión, porque dejar de lado un valor inferior para conseguir uno superior no bloquea el desarrollo de nuestra personalidad; lo promueve.

Para dar primacía voluntariamente a unos valores sobre otros, necesitamos suscitar en nuestro ánimo desde niños el sentimiento de asombro ante todo lo que encierra un valor: el clima hogareño de amor incondicional y ternura, un bello paisaje, un pueblo acogedor, una obra artística o literaria de calidad, un juego vivido con espíritu creativo, una conversación ingeniosa, un día espléndido, una acción noble, una fiesta popular o litúrgica vivida con autenticidad… Esta capacidad de emocionarnos al ver la alta calidad de seres y sucesos cotidianos nos da energía interior suficiente para vencer la tendencia a las ganancias inmediatas y consagrarnos a la fundación de modos de unión más exigentes.

Al ascender al nivel 2 y atender más bien a hacer feliz a la otra persona mediante el encuentro que a concedernos toda suerte de gustos sensibles y emociones psicológicas, descubrimos un mundo nuevo, distinto del mundo embriagador de las sensaciones —nivel 1— y superior a él. Superior en cuanto abre la posibilidad de crear una relación de amistad, es decir, de comprensión y ayuda mutuas, de elaboración y realización de proyectos comunes, de afectos profundos, no reducibles a goces sensoriales. En ese ámbito de amistad se advierte que las potencias sexuales dejan de ser un mero medio para obtener goces sensibles y se convierten en el medio en el que se expresa nuestro anhelo de unión personal. Entonces se descubre con lucidez que las fuerzas instintivas están llamadas a colaborar con nosotros en la gran tarea de crecer como personas. Si el ideal de nuestra vida es crear formas elevadas de unidad, resulta obvio que debemos superar toda manifestación amorosa que reduzca la unión personal a mero empastamiento sensorial.

Si estamos habituados a movernos en el nivel 1, tememos caer en el vacío si renunciamos a tal empastamiento y ascendemos a una forma de conducta desinteresada (nivel 2). Es comprensible, porque desde un nivel inferior no puede captarse, ni siquiera a veces adivinarse, la riqueza que alberga un nivel superior —con sus realidades de mayor rango y las actitudes humanas correspondientes—. En el nivel 1, el ensanchamiento de una realidad —por ejemplo, una finca— se realiza a costa de la colindante. En el nivel 2, al entrar una realidad en el ámbito de otra no la invade y succiona; acrecienta su riqueza interior. El hombre egoísta avanza hacia los otros con ánimo de ocupar su espacio vital. El hombre generoso se relaciona con los demás para potenciar su radio de acción. De ahí que, en el nivel 2, cuando estamos cerca de otras personas agradecemos que existan; no experimentamos resentimiento por el hecho de que puedan superarnos y disminuir nuestra autoestima. Cuando uno siente agradecimiento porque existen los otros, está bien dispuesto para otorgar a su amor una dimensión comunitaria.

3. La proyección comunitaria del amor. Cuando la atracción primera que sentimos hacia una persona se convierte en auténtico amor, nos vemos insertos en el dinamismo propio de este tipo de vinculación y ascendemos a un plano distinto del de la sexualidad y del de la amistad. De hecho, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso de nuestros padres, que, en cuanto tales —no como meros progenitores—, nos llamaron a la existencia. Nuestra vida ha de consistir en responder agradecidamente a esa invitación. Si agradecer significa estar a la recíproca en generosidad, nuestra respuesta debe consistir en crear nuevas formas de encuentro. He aquí la razón profunda por la cual el amor personal se desarrolla creando formas de vida comunitaria.

El amor personal se enciende en la intimidad de nuestro ánimo y se incrementa en el ámbito recatado de las confidencias mutuas. Pero llega un momento en el cual pide, de por sí, adquirir una proyección comunitaria, darse a conocer, fundar un ámbito de vida dentro de la sociedad, es decir, un hogar, un lugar de acogimiento donde arde el fuego del amor y se transmite a otros ámbitos afines, formando así la “gran familia” de los allegados.

He aquí cómo, al reflexionar sobre la vida amorosa, resalta de inmediato el poder creativo que alberga. Hemos dado dos saltos: del nivel 1 al nivel 2, y de la actitud íntima privada a la actitud comunitaria. Esta, a su vez, nos insta a otorgar una nueva dimensión al amor: la que se adentra en el enigma de la creatividad más alta.

4. La fecundidad del amor. Por darse en el nivel 2, la relación conyugal se muestra poderosamente creativa: incrementa la amistad entre los esposos y da origen a nuevas vidas. Al sopesar la importancia de ambas actividades, descubrimos maravillados el poderío de la unidad matrimonial. De la amistad escribió Lope de Vega: “Yo dije siempre, y lo diré y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano”. Por otra parte, dar vida a una persona es un acontecimiento sobrecogedor. Cuando reparamos en el hecho de que dos personas, incluso las más sencillas, pueden generar un ser capaz de pensar, sentir, querer, elaborar proyectos de todo orden, amar, tomar posición frente al universo entero e incluso frente a sí mismo, a sus progenitores y al Creador, nos parece tocar fondo en el enigma de la realidad y sentimos un inmenso respeto hacia esa región de los orígenes.

Los cuatro elementos del amor conyugal forman una estructura

Los cuatro aspectos o ingredientes del amor conyugal deben hallarse tan vinculados entre sí que formen una estructura, es decir, una trama de elementos que se exigen y complementan de tal modo que, al desgajar uno de ellos, se desmorona el conjunto. Si, para procurarnos gratificaciones aisladas, movilizamos el primero de los elementos del amor conyugal —la sexualidad— y dejamos de lado los otros tres, despojamos nuestra relación amorosa de toda creatividad, nos alejamos del ideal de la unidad y situamos nuestra vida en el nivel 1, en el cual el amor se reduce a pasión.

Esa actitud unilateral es injusta con el ser humano, que vive como persona al crear toda suerte de encuentros. Por su condición de persona humana, se ve inserto en un dinamismo poderoso que le lleva a unirse conyugalmente con otra persona e independizarse de sus raíces familiares. Esta energía biológica, psicológica y espiritual ¿tiene por único fin satisfacer una necesidad individual primaria, como sucede con el comer y el dormir? Estas necesidades persiguen la meta de conservar nuestra existencia biológica, no la de configurar nuestra personalidad, porque no tienen capacidad de crear relaciones de encuentro. En cambio, la actividad sexual pone en relación íntima a dos personas y las somete a una peculiar conmoción. ¿Qué finalidad persigue esta vinculación conmovedora? Sin duda alguna, la creación de un modo valioso de unidad, una relación de encuentro.

Vista en el conjunto del proceso humano de desarrollo integral, la potencia sexual presenta una condición abierta, tiende a desbordar nuestros límites individuales y constituirnos como personas, en el sentido de seres comunitarios. Pero esta vida comunitaria desborda la relación de amistad entre los cónyuges, porque, como toda forma de vida, lleva en sí la exigencia de perdurar, lo cual implica la necesidad de renovarse mediante la procreación. El dinamismo interno del amor personal exige a quienes se unen conyugalmente por amor que lo hagan abiertos a la creación de nueva vida, y no conviertan el atractivo de su relación mutua en una meta. Esta apertura a la fecundidad significa la orientación de las potencias sexuales hacia fines que desbordan el área privada de cada persona y la llevan a plenitud. Tal orientación genera una energía insospechada, capaz de integrar los diversos aspectos del proceso amoroso personal.

La vinculación de estos aspectos no amengua la fuerza de las pulsiones instintivas, que entrañan cierto valor; ordena su energía al logro de la espléndida meta que es crear una vida de profunda unidad personal, con toda la fecundidad que implica. Si el ideal de nuestra vida es crear modos relevantes de unidad, debemos movilizar todas nuestras energías para lograr ese propósito. Este deber hemos de asumirlo con amor por cuanto no nos viene impuesto desde fuera sino sugerido desde lo más íntimo de nuestra naturaleza sexuada, ordenada a la creación de ámbitos amorosos.

El tema del amor humano muestra su espléndida grandeza cuando lo vemos dentro del dinamismo de nuestro crecimiento personal. Lo indica certeramente Gustavo Thibon:

“Nosotros no queremos una plenitud sexual que se compre al precio de la plenitud humana; no sentimos ningún gusto por costumbres que, bajo pretexto de satisfacer plenamente al sexo, vacían al hombre de todo lo demás. Únicamente el matrimonio puede al mismo tiempo satisfacer el instinto sin degradar a la persona”.

Esta degradación comienza cuando, por afán irreflexivo de exaltar la potencia sexual, se la aísla de su verdadero contexto, que es la estructura formada por los cuatro ingredientes del amor: sexualidad, amistad, proyección comunitaria y fecundidad. Tal aislamiento empobrece la vida amorosa, y todo empobrecimiento injusto es un acto de violencia contra la realidad, en este caso contra nuestra propia realidad personal. Nada ilógico que, tanto en la vida cotidiana como en la expresión literaria y cinematográfica de la misma, el cultivo de las relaciones sexuales al margen del amor personal, creador de amistad y de vida comunitaria, vaya unido a menudo con actos de violencia.

Cuando dos personas de distinto sexo se aman y unen sus vidas con la intención de vincular el ejercicio de la sexualidad al cultivo de la amistad, dentro del campo de interrelación profunda que es el hogar, y todo ello lo orientan hacia el incremento de su unidad mutua y de la donación de vida a nuevos seres, dan un salto cualitativo en su vida: se convierten en esposos. Ese tipo de unión recibe, de antiguo, el nombre de matrimonio.

El alcance de las uniones homosexuales

Si dos personas del mismo sexo están enamoradas y viven de forma estable una relación sexual y amistosa dentro de un hogar, pueden ser —si se quiere— excelentes amantes, pero no llegan a ser nunca esposos, pues, por ley natural, tienen las puertas cerradas a la paternidad y la maternidad. Considerar su forma de unión como un “estado matrimonial” es confundir los conceptos, alterar el lenguaje y, con ello, desarticular la realidad.

No vendría a cuento que alguien, al leer esto, levantara la voz para decirme que debemos respetar a los homosexuales y concederles todos los derechos ciudadanos. Es obvio que debemos respetar a todas las personas, pero también lo es que ciertos derechos no los tenemos por el simple hecho de ser personas, sino por las opciones que realizamos en la vida. Si no he aprendido a tocar el violín, no tengo derecho a llamarme violinista. Si no he adquirido el título de médico, no estoy autorizado a abrir una clínica. Por mi parte, respeto a los homosexuales —en cuanto personas— lo tengo todo, e incluso voluntad de ayuda. Durante años ayudé a sostener una familia que se hallaba en suma pobreza debido a la condición homosexual del padre, un profesor de escuela primaria. Deseo a todas las personas los mayores bienes, pero entiendo que sería un mal para todos confundir los conceptos y llamar “matrimonio” a lo que constituye una forma de unión distinta.

La unión de personas homosexuales puede presentar, en el mejor de los casos y en alguna medida, los tres primeros ingredientes del amor conyugal: sexualidad, amistad, proyección comunitaria —creación de un hogar—, e incluso el primer aspecto del cuarto: el incremento de la unión entre los que viven esa forma de unidad. (Aunque, respecto a esto, deberíamos hacer diversas matizaciones y salvedades). Lo que le falta, en absoluto, es el segundo aspecto de la fecundidad del amor: la donación de vida a nuevos seres personales. Y este es un ingrediente esencial. La sexualidad matrimonial está, por su naturaleza misma, abierta a la vida, y lo mismo la amistad y la creación de un hogar. Tal apertura es la que da altura, dignidad y vitalidad a los esposos y a su modo de vida. La falta de apertura a la vida altera la calidad de los tres primeros elementos de la vida matrimonial. No procede, por tanto, decir que tales elementos o ingredientes del amor son iguales en la unión matrimonial y en la unión homosexual, excepto —en esta última— el detalle de no poder procrear. La verdad es que tales ingredientes pierden su sentido más profundo si no se vive el amor de tal forma que esa intensidad de vida florezca en la creación de nuevos seres. La sexualidad sin amistad no es igual que la sexualidad vivida como expresión de amistad y vehículo de un incremento de amistad. Esta amistad, cuando está abierta a la vida, pide de por sí proyectarse comunitariamente y crear un hogar que acoja a las vidas humanas que se van a crear y les ayude eficazmente a desarrollarse. El incremento de la unidad y del amor en los esposos está en la recta dirección cuando no supone solo incentivar la condición gratificante de sus relaciones sino crear un verdadero ámbito de acogimiento para los futuros hijos.

Al unirse maritalmente un hombre y una mujer, adquieren una condición nueva, realmente portentosa: la de poder generar hijos en un entorno adecuado plenamente a su desarrollo. Esta condición no la adquieren dos personas del mismo sexo cuando deciden vivir en común. Pueden quererse intensamente, ejercitar a su modo la sexualidad con máximo ardor, pero nunca conseguirán la potencia generadora que las convierte en ineludibles colaboradoras de la especie. Por esta capacidad de colaboración, los casados heterosexuales merecen toda clase de reconocimiento y ayuda por parte de la sociedad, a la que ellos en buena medida hacen posible. Dos homosexuales que se unen para convivir contribuyen, en algún modo, a estructurar la vida social. Debido a ello, la sociedad hará bien en regular su forma de unión de tal modo que tengan ciertos derechos civiles.

En una entrevista, a un diputado que se declara homosexual y pide que se reconozca la condición de “matrimonio” a las uniones entre homosexuales se le indicó que también —por ejemplo— dos hermanas solteras que conviven forman una unidad muy fuerte, tienen unidos sus destinos, se necesitan mutuamente, se ayudan, colaboran a estructurar la vida social, y deberían, por tanto, ser consideradas como un “matrimonio” a todos los efectos. Él negó que posean tal derecho “porque les falta el ejercicio de la sexualidad”. Parece olvidar este político que el ejercicio de la sexualidad de un homosexual no es comparable al de una persona heterosexual, abierta a la generación de nueva vida. Por el hecho de unirse sexualmente no se adquiere ningún derecho especial ante la sociedad. La sexualidad homosexual puede ser intensa y gratificante, pero no es fecunda; no tiene para la sociedad más relevancia que el hecho de que satisface a ciertas personas y, en esa medida, contribuye a la estabilidad social. Pero esta aportación no puede compararse ni de lejos a la que realizan los casados que aportan a la comunidad nuevas vidas y les ayudan a crecer de forma saludable.

Ser esposos es inmensamente más que ser amantes. Hay que ignorar mil cuestiones para tener la osadía de identificar ambos conceptos. Supone un atropello a la razón. A estas alturas de la investigación antropológica no podíamos esperar que alguien cometiera este dislate conceptual. Si Maurice Merleau-Ponty o Dietrich von Hildebrand, Max Scheler o Ferdinand Ebner levantaran la cabeza, se volverían consternados a sus tumbas pensando que su ingente labor investigadora había sido totalmente vana. El bueno de Romano Guardini, que, por los años 30, esperaba que la humanidad avanzara hacia una época de mayor clarividencia y equilibrio, no tendría consuelo si viera el espectáculo que dan actualmente ciertos legisladores al tergiversar, de esta forma, los conceptos básicos de la vida humana. Porque él sabía muy bien que los conceptos no son meras palabras sino las columnas de esa trama de relaciones que es nuestra vida y que cada uno debemos colaborar a tejer incesantemente.

¿Ignoran, acaso, nuestros políticos que los grandes conflictos sociales se fraguaron en los despachos de pensadores que tomaron la vida intelectual como un laboratorio para realizar toda clase de aventurerismos intelectuales? Todo el que conozca la historia de las ideas sabe que con los conceptos debemos proceder de forma extremadamente cuidadosa, verdaderamente orfebresca. La tosquedad actual en el uso de las palabras y el manejo de las ideas no augura nada bueno para un futuro cercano, pues los procesos sociales están sumamente acelerados debido a los progresos técnicos en las comunicaciones.

Hoy se valoran muy positivamente los sentimientos y se da como razón de ciertas conductas el hecho de que sean fuente renovada de gratificaciones individuales. Se deja, en cambio, de lado el valor —positivo o negativo— que tales conductas puedan tener para el conjunto de la sociedad. Esta visión unilateral acarrea graves daños a la vida social porque encrespa el egoísmo y amengua la solidaridad.

Europa basó su grandeza en el estudio de las esencias, en la distinción de unas realidades y otras. Si ahora lo confundimos todo, volvemos a las tinieblas de lo irracional y desquiciamos la vida, la sacamos literalmente de quicio. Lo que es distinto necesita nombre distinto. No podemos utilizar los nombres arbitrariamente. Por eso, precisar debidamente los conceptos y utilizar el lenguaje con rigor no indica ser anticuado, retrógrado, poco liberal…; significa sencillamente ser “realista”, fiel a la realidad. Y esta es la primera condición de una persona culta.

El maestro de la sabiduría

El maestro de la sabiduría

Desde su infancia le habían inculcado, como a cualquiera, el perfecto conocimiento de Dios, y hasta cuando era niño, muchos santos así como ciertas santas mujeres que vivían en la libre ciudad, donde él nació, se habían quedado atónitos ante sus respuestas graves y sabias.

Y cuando sus padres le entregaron el traje y el anillo de la edad viril, les abrazó, abandonándoles para ir a correr mundo, porque quería hablar de Dios al universo.

Pues había por aquel tiempo en el mundo muchas personas que no conocían a Dios en absoluto, que solo tenían de él un conocimiento incompleto, o que adoraban los falsos dioses que habitan en los bosques sagrados sin preocuparse de sus adoradores.

Y poniéndose de frente al sol se puso en marcha, caminando sin sandalias como había visto andar a los santos y llevando en su cintura un zurrón de cuero y un pequeño cántaro de barro cocido.

Y como caminaba a lo largo del ancho camino sentíase lleno de ese gozo que nace del conocimiento perfecto de Dios, y le cantaba alabanzas sin cesar en sus cantos. Y al cabo de algún tiempo, entró en un país desconocido en el que se alzaban muchas ciudades.

Y atravesó once ciudades.

Y algunas de estas se hallaban en los valles, otras en las riberas de grandes ríos y otras asentadas sobre colinas.

Y en cada ciudad encontró un discípulo que le amó y le siguió, y una gran multitud en cada ciudad le siguió asimismo, y el conocimiento de Dios se esparció sobre toda la tierra y muchos jefes de Estado se convirtieron.

Y los sacerdotes de los templos en que había ídolos vieron que la mitad de su ganancia se perdía y que cuando a mediodía golpeaban sus tambores nadie, o muy poca gente, acudía con panes y ofrendas de carne, como era costumbre en el país antes de llegar el peregrino.

Sin embargo, cuanto más aumentaba la multitud que le seguía, cuanto mayor era el número de sus discípulos, más grande era su aflicción.

Y él no sabía por qué su aflicción era tan grande, pues hablaba siempre de Dios y según la plenitud de conocimiento perfecto de Dios, que Dios mismo le había dado.

Y una noche salió de la oncena ciudad, que era una ciudad de Armenia, y sus discípulos y una gran multitud le siguieron, y subió a una montaña y se sentó sobre una roca que había en ella.

Y sus discípulos se agruparon a su alrededor y la multitud se arrodilló en el valle.

Y él hundió la cabeza en sus manos y lloró y dijo a su alma:

—¿Por qué estoy tan lleno de aflicción y de temor y por qué cada uno de iris discípulos es como un enemigo que se adelanta a plena luz?

Y su alma le respondió y dijo:

—Dios te ha llenado del conocimiento perfecto de Él mismo y tú has dado esa ciencia a los demás. Has dividido la perla de gran valor y has repartido en trozos el vestido sin costura. El que difunde la sabiduría se roba a sí mismo. Es lo mismo que quien da un tesoro a un ladrón ¿Acaso Dios no es más sabio que tú? ¿Quién eres tú para revelar el secreto que Dios te ha confiado? Yo era rica un día y tú me has empobrecido. Yo he visto a Dios un día y ahora tú me lo has ocultado.

Y de nuevo lloró él porque sabía que su alma le decía la verdad y que había dado a los demás el conocimiento perfecto de Dios, y que se encontraba como un hombre que se ha colgado de los pliegues de la vestidura de Dios, y que su fe disminuiría en relación al número de los que veían en él.

Y se dijo a sí mismo:

—No volveré a hablar de Dios. El que infunde la sabiduría se roba a si mismo.

Y algunas horas más tarde, sus discípulos fueron a su encuentro, e inclinándose hasta el suelo, le dijeron:

—Maestro, háblanos de Dios, porque tienes el conocimiento perfecto de Él y ningún hombre más que tú lo posee.

Y él contestó:

—Os hablaré de todas las demás cosas que hay en el cielo y en la tierra, pero no os hablaré de Dios. Ni ahora ni nunca os volveré a hablar de Dios.

Y ellos se irritaron y le dijeron:

—Nos has conducido al desierto para que pudiéramos escucharte. ¿Quieres despedirnos hambrientos a nosotros y a la gran multitud que has invitado a seguirte?

Y él respondió:

—No os hablaré de Dios.

Y la multitud murmuró contra él y le dijo:

—Nos has conducido al desierto y no nos has dado alimento para comer. Háblanos de Dios y eso nos bastará.

Pero él no contestó una palabra, porque sabía que si hablaba de Dios les daría un tesoro.

Y los discípulos se marcharon tristemente y la multitud regresó a sus casas. Y muchos fallecieron en el camino.

Y cuando estuvo solo se levantó y volviéndose hacia la luna, viajó durante siete lunas sin hablar a ningún hombre y sin responder a ninguna pregunta.

Y cuando la séptima luna iba a desaparecer, llegó al desierto del gran Río.

Y encontrando vacía una caverna habitada en otro tiempo por un centauro, la tomó por abrigo y tejió una esterilla de junco para acostarse en ella y hacer vida de eremita.

Y a cada hora, el eremita alababa a Dios, que había permitido que aprendiera a conocerle y a conocer su grandeza admirable.

Ahora bien; una noche, estando el eremita sentado ante la caverna en un sitio de reposo que se había arreglado, vio a un joven de rostro perverso y hermoso que pasaba sencillamente vestido y con las manos vacías.

Todas las noches pasó de nuevo el joven con las manos vacías y todas las mañanas volvió con las manos llenas de púrpura y de perlas, pues era un ladrón y robaba a las caravanas de mercaderes.

Y el eremita le miró y tuvo piedad de él. Pero no le dijo una palabra porque sabía que quien dice una palabra pierde su fe.

Y una mañana, cuando regresaba el joven con las manos llenas de púrpura y de perlas, se detuvo, frunció las cejas, dio con el pie sobre la mesa y dijo al eremita:

—¿Por qué me miras siempre de ese modo cuando paso? ¿Qué es lo que veo en tus ojos? Porque ningún hombre me ha mirado antes de ese modo. Y es para mí un aguijón y una tristeza.

Y el eremita le respondió:

—Lo que hay en mis ojos es piedad. Es la piedad la que te mira por mis ojos.

Y el joven rió con risa despreciativa y gritó al eremita con tono amargo:

—Tengo púrpura y perlas en mis manos y tú no tienes más que una esterilla de junco para acostarte. ¿Qué piedad vas a tenerme? ¿Y por qué?

—Tengo piedad de ti —dijo el eremita—, porque no conoces a Dios.

—¿Es una cosa preciosa el conocimiento de Dios? —preguntó el joven.

Y se acercó a la entrada de la caverna.

—Es más preciosa que toda la púrpura y que todas las perlas del mundo —respondió el eremita.

—¿Y tú la posees?

Y se acercó más.

—En otro tiempo —respondió el eremita— poseía yo realmente el conocimiento perfecto de Dios, pero en mi locura lo he repartido y dividido entre muchos otros hombres. Aun ahora, semejante recuerdo sigue siendo para mí más precioso que la púrpura y que las perlas.

Y cuando el ladrón oyó esto, tiró la púrpura y las perlas que llevaba en sus manos, y sacando una espada puntiaguda de recurvado acero, dijo al eremita:

—Dame ahora mismo ese conocimiento de Dios que posees o te mato sin vacilar. ¿Cómo no iba yo a matar a quien posee un tesoro mayor que el mío?

Y el eremita extendió sus brazos y dijo:

—¿No me valdría más ir a los parajes más alejados de la Casa de Dios y loarle que vivir en el mundo y no conocerle? Mátame si esa es tu voluntad. Pero no entregaré mi conocimiento de Dios.

Entonces el ladrón cayó de rodillas y le suplicó; pero el eremita no quiso ni hablarle de Dios ni darle su tesoro.

Y el ladrón se levantó y dijo al eremita:

—Sea como quieres. Por mi parte, voy a ir a la Ciudad de los Siete Pecados, que está solamente a tres días de marcha de aquí, y por mi púrpura me darán placer y por mis perlas me venderán alegría.

Y recogiendo la púrpura y las perlas se fue rápidamente.

Y el eremita le llamó a grandes gritos. Le siguió y le imploró.

Durante tres días siguió al ladrón por los caminos y le rogó que se volviera y que no entrase en la Ciudad de los Siete Pecados.

Y a cada paso, el ladrón miraba al eremita, y llamándole, le decía:

—¿Quieres darme ese conocimiento de Dios que es más precioso que la púrpura y las perlas? Si accedes a dármelo, no entraré en la ciudad.

Y el eremita le contestaba siempre:

—Te daré todo lo que tengo, a excepción de una sola cosa, porque esa no me está permitido dártela.

Y al caer la tarde del tercer día, se encontraron ambos ante las grandes puertas escarlatas de la Ciudad de los Siete Pecados.

Y llegaron hasta ellos mil carcajadas que salían de la ciudad.

Y el ladrón respondió echándose a reír y llamó repetidamente a la puerta.

Y cuando estaba llamando, el eremita llegó a él, y cogiéndole por los pliegues de sus vestidos, le dijo:

—Abre tus manos y coloca tus brazos en torno de mi cuello; acerca tu oído a mis labios y te daré el conocimiento de Dios que me queda.

Y el ladrón entonces se detuvo.

Y cuando el eremita le hubo entregado su conocimiento de Dios, se desplomó sobre el suelo y lloró; y unas grandes tinieblas le ocultaron la ciudad y el ladrón de tal modo que ya no les volvió a ver.

Y estando allí inclinado y deshecho en lágrimas, notó que alguien estaba de pie a su lado; y Aquel que estaba de pie a su lado tenía pies de bronce y cabellos como de lana fina.

Y levantó al eremita y le dijo:

—Hasta aquí has tenido el conocimiento perfecto de Dios; desde ahora tendrás el perfecto amor de Dios. ¿Por qué lloras?

Y le besó.

*  *  *

Para la catequesis

  • ¿Crees que es sencillo ser un sabio en los asuntos de Dios? ¿Qué necesita un ser humano para conocer a Dios?
  • ¿Consideras que compartir nuestro conocimiento de lo divino, predicar la palabra de Dios entre nuestros amigos y conocidos desgasta nuestra alma? ¿Qué causa encuentras para que el Maestro se sienta triste al compartir su sabiduría?
  • ¿Por qué logra la felicidad al compartir lo que le quedaba de conocimiento deivino para el solo? ¿Compartes tu amor a Dios con los tuyos de la misma manera?


Los niños y la liturgia: La iniciación litúrgica

Los niños y la liturgia: La iniciación litúrgica

En las próximas columnas nos adentraremos en el apasionante mundo de la Iniciación en la Liturgia. En primer lugar, abordaremos algunas generalidades sobre la Iniciación Litúrgica, para luego comenzar a analizar la importancia de las Celebraciones de la Palabra en la iniciación litúrgica de niños.  En futuras entregas, más adelante, emprenderemos el tema central de la Eucaristía con niños.

*  *  *


La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental. A menudo, sin embargo, la práctica catequética muestra una vinculación débil y fragmentaria con la liturgia: una limitada atención a los signos y ritos litúrgicos, una escasa valoración de las fuentes litúrgicas, itinerarios catequéticos poco o nada conectados con el año litúrgico y una presencia marginal de celebraciones en los itinerarios de la catequesis…  La catequesis litúrgica prepara a los sacramentos y favorece una comprensión y vivencia más profundas de la liturgia. Esta catequesis explica los contenidos de la oración, el sentido de los gestos y de los signos, educa para la participación activa, para la contemplación y el silencio. Debe ser considerada como una forma eminente de catequesis…

Directorio General para la Catequesis 30 y 71


La palabra liturgia viene del griego: leitos, del pueblo y ergon, acción. La liturgia busca establecer un contacto comunitario con Dios.  La liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia; por lo tanto, un elemento esencial de comunión con la Iglesia es la participación en la liturgia. La liturgia integra y actualiza las diferentes dimensiones de la vida cristiana.

Para que la liturgia asuma una auténtica fuerza activa y convocante, debe hacerse ver y gustar, probar y experimentar el misterio pascual. Urge recuperar el arte de celebrar la liturgia y el valor de lo simbólico.  Si la liturgia es el lugar que puede favorecer el contacto con el misterio, es fundamental otorgar una gran atención a la manera de celebrarla; acompañada de una catequesis permanente y recreada sobre los signos y símbolos litúrgicos.  La dimensión ritual y simbólica introduce al cuerpo y a los sentidos, estructurando la identidad del creyente.

Estamos necesitando una liturgia más convocante y acogedora; comunitaria y participativa; personalizada y personalizante; alegre y con sentido de fiesta; es decir, celebrativa. De esa manera, la liturgia se transforma en premisa, detonador, terreno de cultivo y meta de la catequesis.  Para participar en las celebraciones litúrgicas es muy importante conocer los símbolos y signos litúrgicos de manera conciente, de forma que hablen por sí mismos.

Debe existir un vínculo vivo y vivificante entre catequesis y liturgia, por una parte, y catequesis y comunidad creyente, por otra. Es preciso destacar con claridad el valor catequético de la liturgia: no sólo antes, sino dentro y a través de la celebración litúrgica.  Cuando se introducen elementos catequísticos en la liturgia, éstos tienen que conducir a aquello que la liturgia celebra en la fe; lo que necesariamente requiere una articulación más orgánica entre catequesis y liturgia.

En las columnas anteriores, observamos cómo la oración es la meta culminante de la catequesis.  En la vida de la Iglesia, cuando esta oración se hace comunitaria, se transforma en liturgia; es decir, la oración de la comunidad creyente que celebra públicamente la obra salvadora de Dios a través de su Hijo Único.

De esta manera, Dios nos da su Palabra o un gesto salvador (sacramento) y la comunidad creyente responde con un compromiso de adhesión y difusión del mismo (Liturgia).

La participación en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía nos une al corazón de Jesús, nos da fuerzas para amar, nos hace desear la vida eterna y nos une a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos. Todos los cristianos, incluidos los niños, somos depositarios de este sagrado don, que nos dejara Jesús, en memoria suya.

La liturgia necesita ser vivificada, redescubierta y re-apropiada, lo cual exige que sigamos realizando todos los esfuerzos posibles para unir el respeto al ritual con una sana libertad creadora, de modo que los actos litúrgicos resulten imbuidos de interioridad y de aliento.  Es la experiencia del rito y la fiesta que van ritmando la vida, reavivándola, celebrándola, haciéndola significativa.

La fe se hace vida cuando se celebra, dado que la celebración compromete a toda la persona: corporeidad, inteligencia, afectividad y voluntad. La iniciación litúrgica cultivará los valores humanos, de manera que los niños (gradualmente de acuerdo a su edad y condiciones psicológicas y sociales) abran su ánimo a la percepción de los valores cristianos y a los misterios de Cristo.

Una comunidad cristiana que da testimonio del Evangelio, que vive en fraterna caridad, que celebra los misterios de Cristo activamente, es una escuela óptima de educación cristiana y litúrgica para los niños y adultos que en ella participan y celebran.

De la Serie «Los niños y la Liturgia», columna 1.ª

*  *  *

Todas las catequesis de Luis María Benavides

Catequesis en camino – Sitio web de Luis María Benavides


Historia del rey David (II de II)

Historia del rey David (II de II)

El rey Saúl murió en una batalla combatiendo contra los filisteos: Viéndose rodeado por los arqueros enemigos y sabiendo que no tenía escapatoria porque todos venían contra él, dijo a su escudero: “Saca tu espada y traspásame para que no me maten ellos” Pero su escudero no se atrevió a obedecer, entonces, tomando Saúl su propia espada, se dejó caer sobre ella y murió.

David0201Tras la muerte de Saúl, David, aconsejado por Yahvé, se marchó a vivir a Hebrón, en el territorio de Judá. Cuando se enteraron los habitantes de aquellas tierras fueron a su encuentro y le ungieron como rey de Judá; pero los antiguos seguidores de Saúl no estuvieron conformes y se enfrentaron a David en otra larga guerra de la que salió victorioso nuevamente David, porque Dios estaba con él. Al final, después de tantas luchas, las tribus de Israel admitieron la autoridad suprema de David y, viniendo a Hebrón los ancianos representantes de todas ellas, le ungieron y le reconocieron como rey de todo Israel. Tenía treinta años, y reinó durante cuarenta años.

Lo primero que hizo tras su nombramiento fue establecer la capital del reino en Jerusalén Aún hoy día Jerusalén sigue siendo la capital de Israel, y trasladó a esta ciudad el Arca de la Alianza. Fue enorme el júbilo que vivió todo Israel en aquel día, y el propio David marchaba delante del Arca cantando y danzando cuando la traían en procesión hasta Jerusalén.

David0202David se instaló en la Casa Real construida para él, y enseguida pensó en edificar un templo que fuera como la casa de Dios, un lugar adecuado para el Arca de la Alianza porque la había depositado en un sitio fortificado que se llamó “La Ciudad de David” y colocado dentro de una tienda que era como un recuerdo del tabernáculo del desierto, pero él pensaba que la infinita Majestad de Yahvé se merecía mucho más. Anunció este propósito al profeta Natán, su sabio consejero, que estuvo de acuerdo; pero aquella misma noche Natán tuvo una revelación de Yahvé: “Anda y dile esto a David, mi siervo: Mi casa la edificará un hijo tuyo que será también rey se refiere a Salomón, yo seré para él como un padre y él será para mí como un hijo, y no apartaré de él mi misericordia. Continuará tu reinado que ya será para siempre, tu trono que durará para toda la eternidad” En estas palabras de Dios también está contenida la promesa del Mesías, Jesucristo, descendiente de David y por eso llamado “Hijo de David”, cuyo reino es continuación de aquel y no tendrá fin. El Señor sigue preparando a Israel para la venida del Mesías, que reinará definitivamente, no solo en los pueblos, sino más bien en los corazones de aquellos hombres y mujeres que lo quieran acoger y les traerá la paz y la salvación eterna.

Tras escuchar las palabras que Natán le transmitía de parte de Dios, David exclamó agradecido: “¡Mi Señor Yahvé!, ¿Quién soy yo y quién es mi casa para recibir tantas mercedes de Ti? ¡Qué grande eres Oh, mi Señor Yahvé! Ya que así lo quieres, bendice la casa de tu siervo David para que llegue a ser como Tú deseas”.

No creas que el reinado de David fue fácil; tuvo que combatir en muchas ocasiones. Además de contra los filisteos, combatió contra David0203los sirios, los edomitas, los amonitas; contra los partidarios de Saúl, como ya hemos dicho, y hasta contra uno de sus hijos que se llamaba Absalón y que trató de derrocarlo de su trono de Jerusalén, pero Yahvé siempre daba la victoria a David, aunque no sin esfuerzo. Le entristeció mucho tener que luchar contra su hijo Absalón porque este había formado un gran ejército que presentó batalla al de David. El rey, como tenía corazón de padre, dijo a sus jefes y capitanes que, aunque obtuvieran la victoria, respetaran la vida de su joven hijo, pero cuando la contienda estaba llegando a su fin, Absalón se vio perdido y se alejó montado sobre un mulo; algunos lo siguieron y, durante la carrera, Absalón pasó por debajo de una gran encina y se enredaron sus cabellos en las ramas, de modo que se quedó suspendido en el aire por los cabellos. Los que lo seguían le hirieron con flechas y allí colgado murió. Enterado David de la muerte de Absalón le lloró por mucho tiempo.

David0204Una tarde, paseaba David por la terraza de su Casa Real y desde allí vio a una mujer que estaba bañándose y era muy hermosa. Se interesó por ella y le respondieron: “Es Betsabé, la mujer de Urías, uno de tus capitanes” El rey, se dejó arrastrar por la pasión y, cegado por el deseo de poseerla, adulteró con ella y luego trazó un malicioso plan: Escribió una carta al jefe del ejército donde estaba Urías diciéndole: “En la próxima batalla pon a Urías en el punto donde la lucha sea más dura, y cuando el combate esté más violento retiraos y dejadle solo para que caiga muerto” Y así fue; Urías, que era un valiente capitán, murió combatiendo por su rey sin sospechar siquiera la trampa mortal en donde este le había situado. David tomó a Betsabé, mujer de Urías, por esposa después del periodo de duelo y ella le dio un hijo.

Pero estas cosas no pasan desapercibidas para Dios, quien le envió de nuevo al profeta Natán para decirle: “Quiero que juzgues esto que te voy a decir: Había en una ciudad dos hombres, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchas ovejas y muchas vacas, y el pobre solo tenía una pequeña oveja que había comprado y criado junto a él; hasta comía de su pan y bebía de su vaso. Por las noches dormía junto a él y le daba calor; la quería como si de una hija se tratase. Un viajero llegó a casa del rico, y, no queriendo este desprenderse de ninguna de las suyas para dar de comer al huésped, cogió la ovejita del pobre y la mató para preparar con su carne la comida” David, se indignó al escuchar el relato y exclamó: “¡El que hace una cosa así es digno de muerte!”

Natán dijo entonces a David: “¡Tú eres ese hombre!; con tanta gloria y tantos dones como te ha concedido Yahvé, ¿por qué has hecho lo que es malo a sus ojos? Has causado la muerte de Urías para poder tomar a su mujer; por eso te digo que el hijo que te ha nacido de ella morirá”

Al poco tiempo el niño enfermó severamente. Entonces David se dio cuenta de su grave pecado y rogó a Dios por el niño ayunando, durmiendo en la tierra y recogiéndose en intensa oración que mostraba a Yahvé su arrepentimiento sincero. De este momento se guardan escritas las oraciones que, afligido, dirigió al Señor y que constituyen un verdadero canto de penitencia, a la vez que dejan ver la confianza tan grande que David tenía en la infinita misericordia de Dios. Sin duda que a Jesús le agradará vernos rezar estos salmos igual que David, cuando le hemos ofendido y le pedimos perdón. Dicen así:


¡Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa!

Lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.

Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu de rectitud.

No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo espíritu.

Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.

Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.


Aunque el niño murió como había profetizado Natán, David aceptó sin quejarse la voluntad de Dios, pero Yahvé se conmovió con el sincero arrepentimiento del rey y por medio de Betsabé le dio un nuevo hijo que vendría a ser muy importante y se llamó Salomón.

David murió siendo viejo y dejó su trono en manos de su hijo Salomón, al que aconsejó en sus últimos momentos: “Sé fiel a Yahvé, tu Dios, hijo mío; ve por sus caminos y guarda sus mandamientos como están escritos en La Ley de Moisés, de manera que cumpla Yahvé su palabra, la que a mí me ha dado, diciendo: Si tus hijos siguen su camino ante Mí en verdad y con todo su corazón y toda su alma, no te faltará jamás un descendiente sobre el trono de Israel”

David0205Una de las devociones más piadosas, que podemos tomar del rey David, son sus oraciones a Dios, que componía para ser recitadas y cantadas en diversas ceremonias usando instrumentos musicales de cuerda como el salterio o el arpa. Son los salmos, como por ejemplo el que hemos leído antes. Son cantos de alabanza a Dios, o de esperanza en Dios; otros son de agradecimiento, otros de arrepentimiento por los pecados o para suplicar gracias a Dios; y otros tienen contenido profético, como el impresionante salmo 22 que describe el sufrimiento que tuvo Jesús en la cruz, nada menos que diez siglos antes de que ocurriera y dice así:

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?…

Cuantos me ven se burlan de mí, abren los labios y menean la cabeza.

“Se encomendó a Yahvé –dicen-; que Él lo salve”…

Me rodean como perros, me cerca una turba de malvados;

Han taladrado mis manos y mis pies. Y puedo contar todos mis huesos.

Ellos me miran y contemplan. Se han repartido mis vestidos y echan suertes sobre mi túnica.

David0206¿No es esto lo que ocurrió cuando crucificaron a Jesús? Si lees la pasión del Señor en los Evangelios encontrarás que estos hechos sucedieron así.


Vocabulario

Adulterio: Unión carnal ilegítima de hombre con mujer siendo uno de los dos casado o ambos

Afligido: Tiste, dolido, sin consuelo

Derrocar: Quitar el poder y expulsar de su trono de rey

Hisopo: Palo corto, o mango metálico que, mojándolo, sirve para asperger el agua en los templos e iglesias

Holocausto: Sacrificio en el que se mata a un animal y se quema su carne completamente en un altar ofreciéndolo a Dios

Mercedes: Detalles de amor, favores, gracias, regalos


Para la catequesis

  • ¿Contra qué mandamiento o mandamientos pecó David al adulterar con la mujer de Urías? ¿Qué consecuencias se derivaron de aquello?
  • ¿Qué hizo David al reconocer la gravedad de lo que había hecho? A pesar de tan grave pecado ¿le perdonó Dios?, ¿por qué? ¿Qué Debemos hacer si nos vemos pecadores ante Dios?
  • Los Salmos de David son oraciones llenas de piedad y belleza. Jesús, la Virgen y san José los conocían y rezaban. Aún hoy día se siguen rezando con devoción en la Iglesia; muchos se recitan en la Santa Misa cuando, en la liturgia de la palabra, el lector dice: “Salmo responsorial:”. Pide a tus padres o al sacerdote que te enseñen alguno más.
  • ¿Por qué decimos que el Mesías es hijo de David?
San Juan Bautista, el mártir que entregó su cabeza por la Verdad

San Juan Bautista, el mártir que entregó su cabeza por la Verdad

El aire de Jerusalén, y el de toda Judea, estaba encendido de esperanza. Herodes envejecía en su palacio de Jericó. Las almas se agitaban inquietas, y en todas partes se esperaba el cumplimiento de las profecías. De repente, en el templo resuena la voz de un ángel. El sacerdote Zacarías, de la familia de Abías, vivía en Ain-Karem, cerca de Hebrón, en las montañas de Judea, con su esposa Isabel, los dos ya mayores, que han pasado la vida soñando un hijo. Pero Isabel era estéril y ya infértil. Zacarías, sacerdote, oficiaba en el templo. Cuando iba a quemar el incienso ante el altar, resplandeciente de oro y de lámparas ardientes, esperaba con el incienso en las manos, a que sonara la trompeta. Cuando sonó, vació el incienso de la caja de oro y le sorprendió una aparición misteriosa.


Sobresalto de Zacarías

Los fieles expectantes le vieron con el rostro desencajado. Había oído al ángel: «No temas, Zacarías, que tu oración ha sido escuchada; tu mujer, Isabel, te dará un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Será grande a los ojos del Señor, y se llenará de Espíritu Santo ya en el seno de su madre». Era una noticia demasiado grande y demasiado hermosa y venturosa: «¿Cómo conoceré esto?». El ángel le dijo: «Yo soy Gabriel, uno de los espíritus que asisten delante de Dios. Pues, mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto se cumpla” (Lc 1,13). Y Zacarías quedó mudo por su falta de fe: «por no haber creído estas palabras, que se cumplirán a su tiempo». El no creer no impide que se cumpla el mensaje, pero el que no cree, se queda sin el gozo de la promesa creída y esperada.


En el seno de sus madres, los niños son personas

Dos Niños no nacidos, que ríen, cantan, santifican y son santificados en el seno de sus madres. El niño saltó de alegría y de gozo cuando sintió la presencia del Salvador en el seno de María. El júbilo del niño inspiró a Guido d`Arezzo a dar el nombre de las notas musicales según la primera sílaba de los siete versos de la primera estrofa del himno compuesto por él para la fiesta de San Juan: “Ut (cambiado por Do) queant laxis – Resonare fibris – Mira gestorum – Famuli tuorum – Solve polluti – Labii reatum, – Sancte Joannes”. “Para que tus maravillosas obras puedan ser cantadas – por los labios manchados – limpia sus manchas – San Juan”. ¡Horror!, que la alegría de Juan dando brincos en el seno de su madre ante la presencia de otro Niño seis meses más pequeño, se convierta en dolor, lágrimas y cánticos fúnebres en millones de niños muertos en el seno materno, hoy mismo!


Nacimiento de Juan

Isabel dio a luz a un niño, que fue circuncidado con el nombre de Juan, que significa «Yahvé se ha compadecido». Zacarías volvió a hablar, y “bendijo al Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo con una fuerza de salvación, como lo habían anunciado los profetas; por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto”. Los vecinos y parientes desbordaban de alegría, porque el Señor había manifestado su misericordia, y en las montañas de Judea, resonaba el interrogante: «¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él». Palabras que eran el eco del Salmo 138, “Pones tu mano sobre mí. Tú has formado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. ¡Te doy gracias por tamaño prodigio y me maravillo con tus maravillas!”. Y las de Isaías: “Estaba yo en el vientre y el Señor me llamó en las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mí una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba”. Desvanecidos los rumores, ya no se volvió a hablar del sacerdote de Ain-Karem, ni de Isabel, ni del niño. Cuando se desató la persecución de Herodes contra los niños menores de dos años, el pequeño tenía un año y medio. Dice una tradición, que Isabel huyó a las montañas más escondidas donde vivió cuarenta días en una cueva, y Zacarías fue asesinado por no querer descubrir el sitio a los sicarios de Herodes.


La vocación y los modos diferentes de cumplirla

«El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió el desierto hasta que se presentó a Israel». Se preparó para cumplir su misión. Nosotros tantas veces comenzamos nuestra misión profética sin haber crecido… Un director espiritual de seminario mostraba su extrañeza por lo pronto que se desinflaban los nuevos sacerdotes recién ordenados. No advertía que se cosecha lo que se siembra. Ambiente competitivo de estudio, ansia de salir cuanto antes al mundo sin la preparación adecuada. Prisa por la exigencia de cubrir los puestos canónicos. En resumen, soldados sin instrucción, no digo teórica, sino de transformación personal. Escaso adiestramiento en las virtudes de humildad profunda, de caridad verdadera, de castidad luminosa y sin represión, de desprendimiento de la vanidad, y todo lo que se supone y que no se tiene, no presagian otra cosa que lo que ocurre que, por decirlo con brevedad, no es sino enviar a ejercer la cirugía a internos que nunca practicaron. Urge la preparación personal sin prisas si se busca el progreso del evangelio.


No se puede evangelizar si no se está evangelizado

Ni sacerdotes ni laicos podemos salir a evangelizar con nuestro espíritu a medio cocer, y quiera Dios que a ello llegue nuestro estado y no nos encontremos en grados inferiores. Porque podemos hacer ruido pero no dar al Señor. Y encima, perder el mérito junto con el fruto. Ya recibieron su paga. Cataloga San Juan de la Cruz los defectos de los principiantes. Los novicios parecen santos… y no lo son… Los padres jóvenes, ni lo parecen ni lo son (dice un refrán citado por el teólogo Garrigou Lagrange). Y añade San Juan de la Cruz: Tienen soberbia oculta: El demonio les aumenta el deseo de hacer cosas porque sabe que no les sirven de nada, sino que se convierten en vicio. Tienen satisfacción de sus obras y de si mismos. Hablan cosas espirituales delante de otros. Las enseñan y no las aprenden. Cuando les enseñan algo se hacen los enterados. Condenan en su corazón cuando no ven a los otros devotos como ellos querrían y lo dicen como el fariseo, despreciando al publicano. Quisieran ser ellos solos tenidos por buenos. Y condenan y murmuran mirando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el suyo. Cuando sus confesores y superiores no les aprueban el espíritu dicen que no son comprendidos. Buscan quien les apruebe porque desean alabanza y estima. Huyen como de la muerte de los que les deshace sus planes para ponerlos en camino más seguro, y les toman manía.

Por su presunción: hacen muchas promesas y cumplen pocas. Desean que los demás comprendan su espíritu y para esto hacen muestras de movimientos, gestos, suspiros y otras ceremonias. Se complacen en que se enteren de esto y tienen verdadera codicia de que se sepa. Llenos de envidias e inquietudes. Disimulan sus pecados en el confesionario. Tienen en poco sus faltas. Se entristecen por ellos, pensando que ya habían de ser santos. Se enfadan consigo mismos con impaciencia, con deseos de que Dios les quite sus pecados no por Dios, sino para estar tranquilos. Con lo que se harían más soberbios y presuntuosos. Son enemigos de alabar a los demás, y muy amigos de que los alaben a ellos, buscando óleo por defuera…


Los que van en perfección

En cambio los que van en perfección. Tienen sus cosas en nada. No están satisfechos de sí mismos. Tienen a todos por mejores y los cobran santa emulación. Preocupados de amar a Dios no miran si los otros hacen o no hacen. Ven a todos mejores que ellos. Como se tienen en poco también quieren que los demás los tengan en poco y que los deshagan y desestimen sus cosas. Y si los alaban no lo ven merecido. Desean que se les enseñe. Prontos a caminar por otro camino si se le mandan. Se alegran de que alaben a los otros. No tienen ganas de decir sus cosas. En cambio tienen gana de decir sus faltas y pecados y no sus virtudes y así se inclinan mas a tratar su alma con quien en menos tiene sus cosas y su espíritu. Nosotros vemos y comprobamos la eficacia de un potente motor de coche, de un ordenador, o cualquier otro aparato mecánico, aunque no conozcamos su mecanismo; el poder de un discurso pronunciado por una inteligencia penetrante; la persuasión de una persona elocuente; la pintura de una figura creada por un artista total, Rafael, Boticelli, Giotto, El Greco, Velázquez, Zurbarán…; la maravilla permanente de Wagner, Beethoven…; pero carecemos de antena para detectar el misterio de la gracia y de la operación de Dios a través de un hombre santo. No lo distinguimos. Es misterioso, pero existe. Y de él depende la extensión mayor o menor del Reino de Dios. Extensión que no es algo abstracto sino muy concreto y apreciable en nuestra acción o en nuestro silencio: una palabra ungida que pega fortaleza; un párrafo leído que hace pensar y decidir; una actitud silenciosa que pacifica. El reino va creciendo así como la semilla enterrada, como el grano que se pudre en el surco y germina lentamente pero inevitablemente; como el rocío que vivifica y alegra el despertar de la mañana. ¡Qué hermosura de misión la que nos ha encargado Jesús y fecunda con su Espíritu Santo!


Juan se prepara y evangeliza

Según las investigaciones modernas, Juan vivió con los esenios, una secta del desierto de Judá, que ya practicaban el bautismo con agua, por eso Juan lo administró como símbolo de la purificación del espíritu. Empezó a resonar la voz en el desierto, en el valle de Jericó junto al Jordán. Alto, maduro, quemado el cuerpo por el sol del desierto, abrasada el alma por el deseo del Reino, relampagueantes sus ojos penetrantes, flotando al aire sus cabellos hirsutos, cubriendo el rostro su espesa barba.

Gritaba palabras encendidas, llenas de esperanzas y de anatemas, de consuelos y de terrores. Su ademán avasallador impresionante, su austeridad evidente, y su mirada taladrante ejercían una fuerza magnética. Ante aquella voz, Israel se conmueve, renace una aurora de salvación, se aviva la fe en El Señor Salvador, y las gentes llegan a escuchar sus palabras. Y comienza a cumplir su misión de precursor. Anuncia el cumplimiento de las profecías y predice la próxima venida de Cristo. Es un formidable predicador. Los israelitas piadosos empiezan a ver en él esperanza, y los doctores del Templo discuten acerca de sus anuncios misteriosos. Aturdidos por aquella palabra de fuego, sus oyentes le preguntaban: «¿Qué debemos hacer para salvarnos?». «Que el que tiene dos túnicas dé una a quien anda desnudo, y que el que tiene pan lo reparta con el que tiene hambre” Lc 3,10. Bill Gates, con su 10 billones de fortuna, quedaría impresionado al lado de los niños hambrientos y moribundos, devorados por las moscas y por las cucarachas en el tercer mundo, y en los suburbios del cuarto. Y con él, todos los magnates del mundo, epulones despiadados, empeñados en catalogarse entre los más ricos del cementerio, que se adjudican la parte leonina de la tarta, aunque Lázaro se muera esperando las migajas de sus despilfarros.


Predica con autoridad

Con los fariseos, llegan los publicanos, los soldados y las prostitutas: «No exijáis más de lo justo». «No sigáis las concupiscencias de la carne». «No calumniéis; contentaos con vuestra paga». Un día aparece entre la multitud un joven que llega de las montañas de Galilea. Juan le mira y se turba: es El. El Salvador presentido y anunciado, el Esposo que iluminaba su alma en el desierto; el beldador que lanza al viento el trigo y la paja, para congregar la mies escogida; el amigo deseado, en quien pensaba cuando decía al pueblo: «Yo os bautizo en agua, pero en medio de vosotros hay uno más poderoso que yo; El os bautizará en Espíritu Santo y fuego». Juan ha presentido su venida. Es pariente suyo, pero no le conoce; no le conoce, pero en el fondo de su ser ha oído una voz: “Aquél sobre cuya cabeza vieras descender al Espíritu Santo, es el Deseado de las naciones.” Y al ver ahora cómo se acerca en la cola de los pecadores a la orilla, se siente humillado, y sobrecogido de admiración le dice con ternura transfigurada, con el corazón estremecido de amor -: «Soy yo quien debe ser bautizado por ti». El Galileo insiste; inclina su cabeza, porque hay que cumplir toda justicia; el agua resbala sobre el cuerpo virginal de Cristo, la mano del Bautista toca su frente, se abre el cielo, baja el Espíritu y resuena la voz del Padre: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias». Al arrodillarse delante de Juan, Jesús le califica: «Entre los nacidos de mujer, no ha nacido otro más grande que Juan el Bautista».


Necesario para la sociedad actual paganizada

Todo cristiano tiene obligación de dar testimonio de su fe y de difundirla por todo el mundo por exigencia del bautismo que nos incorpora a Cristo resucitado. Deber que comporta una alegría profunda por participar en el proyecto de Dios en la historia. La Iglesia lo ha recordado en el Decreto del Vaticano II “Apostolicam actuositatem”, en la Exhortación Apostólica de Juan Pablo II “Christifideles laici”, en el documento de la Conferencia Episcopal Española “Los cristianos laicos. Iglesia en el mundo” y la Carta apostólica de Juan Pablo II “Novo millennio Ineunte.

La difusión del mensaje cristiano se enfrenta a la oposición de un ambiente indiferente y hostil. Aunque las raíces de la Modernidad son cristianas, la evolución de la cultura contemporánea se ha alejado de los principios cristianos. Hay en España un intento de “descristianización” de la sociedad, que se percibe en algunas actitudes del actual Gobierno hacia la Iglesia Católica y en una legislación que pretende oponerse a las creencias morales vigentes en nuestra sociedad y que arrollan principios jurídicos básicos de nuestra tradición legal, en materia de matrimonio, familia o respeto a la vida. Los católicos españoles se sienten agredidos por el Gobierno en sus convicciones más íntimas y profundas.

La presencia de la religión entre los jóvenes, es decreciente y alarmante. Buscan deliberadamente la exclusión del sentido religioso y de la presencia de Dios en la vida pública. Lo religioso debe quedar para la vida privada, y la manifestación de fe se considera facha, ignorancia, o dogmatismo. Hay que retroceder hasta la cultura paleocristiana en el ambiente pagano para encontrar una situación semejante en la historia europea. La verdad se caricaturiza y falsea. Se pretende imponer unos valores falsos. Y con el señuelo de la autenticidad, la autonomía personal y la libertad, se niega la objetividad de la verdad y del bien. Se impone el individualismo egoísta, el materialismo, el relativismo moral, el cientificismo y el utilitarismo. Se destruyen los fundamentos de la justicia, la libertad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad, y se lamento la pérdida de los valores cuyos pilares se quebrantan.

Sólo queda la satisfacción de las inclinaciones subjetivas y pasajeras. La idea de una moral personal, más allá de las convicciones mayoritarias o dominantes, o la de la existencia de deberes del hombre para consigo mismo, resulta casi ininteligible o es recibida con sonrisas desdeñosas. Es una cultura ajena al cristianismo y a toda forma de espiritualidad y aún de verdadera cultura superior. El hecho cristiano apenas ocupa lugar en la realidad política y cultural, tanto en la mayoría de los medios de comunicación, como en su influencia en la legislación y en las instituciones. Entre la fe cristiana y la cultura dominante hay un abismo. El reto para los cristianos consiste en la evangelización del ambiente social y en contribuir a propagar no sólo la moral sino una forma religiosa de vida. Pero hay que ser consciente de que no puede convertir a los demás quien no se ha convertido en su raíz personal, cumpliendo la esencia del ser cristiano que es aceptar la verdad, que es Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Cristo no anunció un mero mensaje moral ni menos un programa de reforma política y social, sino un mensaje de salvación, de Vida Eterna, por el cumplimiento del mandato del amor. La fe en Cristo y su mensaje de salvación entraña una nueva cultura y una nueva forma de vida.

Juan Pablo II describió las consecuencias culturales y sociales del rechazo de la Encarnación: “Cuando se excluye o se niega a Cristo se reduce nuestra visión del sentido de la existencia humana, la esperanza da paso a la desesperación y la alegría a la depresión… Se produce también una profunda desconfianza en la razón y en la capacidad humana de captar la verdad, e incluso se pone en tela de juicio el concepto mismo de verdad… Ya no se aprecia ni se ama la vida; por eso avanza una cierta cultura de la muerte con sus amargos frutos, el aborto y la eutanasia. No se valora ni se ama correctamente el cuerpo y la sexualidad humana; ni siquiera se valora la creación misma, y el fantasma del egoísmo destructor se percibe en el abuso y en la explotación del medio ambiente” (Juan Pablo II Mensaje al Capítulo General de la Orden de Predicadores. Julio 2001). El problema consiste en cómo comunicar la fe en Dios en un mundo que se aleja de Dios.


La ejemplaridad

No hay otra forma de enseñar una forma de vida que por el ejemplo. La educación, y la evangelización es una forma de educación, no es posible sin la ejemplaridad. No puede extrañar que se produzcan erosiones en la difusión del mensaje evangélico como consecuencia de la falta de coherencia y ejemplaridad de quienes lo difunden y enseñan. Una cosa es la verdad de la fe y otra la coherencia de las personas. No es posible la evangelización sin la coherencia entre fe y vida de quienes la emprenden. Los cristianos tenemos una seria responsabilidad en este proceso de alejamiento de Dios.


Juan el Bautista es el lazo con el Nuevo Testamento

Juan Bautista, Profeta al estilo de los del Antiguo Testamento, lazo de unión entre el Antiguo y el Nuevo, con el espíritu de Elías y la palabra de fuego de Pablo. Con el mismo valor que el uno y el otro será mártir de su deber y pregonero del reino; y rodará su cabeza, y su cuerpo disminuirá, para que Aquél a quien ha bautizado, crezca al ser elevado en la cruz, y morirá sin haber visto el triunfo del reino que anuncia: «A El le toca crecer; a mí menguar».

Después de su primer encuentro con Jesús, le vio otra vez caminando por la orilla del Jordán. Su cuerpo se estremeció con un amor apasionado, sus ojos se llenaron de compasión y de ternura, y dijo a sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo». Discierne bien, él valeroso, pero apasionado, Jesús Cordero lleno de mansedumbre. Dos hermanas de la misma Congregación con caracteres opuestos siempre en conflicto. Acuden a la Superiora. Acusan: -La más áspera: Es que no se le puede decir nada. Parece de papel de seda. La Superiora, acertada: Y usted, papel de lija. Llegó una embajada del Sanedrín de Jerusalén. Se dice que es el Profeta anunciado por Moisés; se murmura que es Elías: Y le preguntan: «¿Eres Elías? – No. ¿Eres el Profeta? -No -¿Eres el Cristo? -No». Esa es la grandeza de su carácter. No es nada. Es la voz que clama en el desierto. La voz recibe la consistencia de la palabra. Sin Palabra, la voz no dice nada. Y, sin embargo, Jesús le llamará profeta, el mayor de los profetas, un nuevo Elías por su espíritu y por su virtud. A sus ojos, no es nada; indigno de desatar su sandalia.


La voz del Esposo

Y explica el sentido de su misión, en la imagen del Esposo utilizada por los profetas Oseas, Jeremías, Isaías, y por el Cantar de los Cantares. Jesús será, lo que ha sido Yahvé para el pueblo escogido. Juan sólo es el amigo; pero la gloria de Aquel en quien ha puesto su amor, le hace plenamente feliz: «El amigo ve a su amigo y se goza al oír la voz del Esposo, y por esto mi alegría es perfecta». Es así como Juan, el asceta austero en vestidos y en comida, nos descubre el más tierno y dulce de los atributos de Cristo, el de Esposo. Pero, para recibir al Esposo, hay que vestirse con el traje de boda y por eso proclama la conversión. El prepara el camino del Señor y exige a los hombres que cambien el rumbo de sus vidas, que acepten el misterio de Dios que se acerca, que den frutos dignos de penitencia, pues el Esposo no puede desposarse con los hombres sin la metanoia. Ese es el carisma de Juan, y la necesidad de su mensaje, que la Iglesia ha conservado y perpetuado. Juan empezó asceta y terminó místico. Esto no se hace sin la gracia. La gracia que nos llega por el sacramento de la eucaristía, porque «cuantas veces se renueva sobre al altar el sacrificio de la cruz, en que nuestra Pascua, Cristo, ha sido inmolada, se efectúa la obra de nuestra redención» (LG 3). Juan Bautista, el «tejido en el seno materno por el Señor y Creador, y escogido portentosamente» Salmo 138; «el que saltó de alegría en el vientre de su madre al llegar el Salvador de los hombres», «el mártir que entregó su cabeza por la Verdad”.

*  *  *


La juventud es un tiempo que el Señor da para poder descubrir el significado de la existencia

La juventud es un tiempo que el Señor da para poder descubrir el significado de la existencia

Queridos jóvenes:

Os saludo a todos con gran afecto. Estoy particularmente contento de estar con vosotros en esta histórica plaza que representa el corazón de la ciudad de Zagreb. Un lugar de encuentro y de comunicación, donde a menudo domina el ruido y el movimiento de la vida cotidiana. Ahora, vuestra presencia la transforma casi en un “templo”, cuya bóveda es el cielo mismo, que esta tarde parece inclinarse sobre nosotros. Queremos acoger en el silencio la Palabra de Dios que ha sido proclamada, para que ilumine nuestras mentes e inflame nuestros corazones.

 Agradezco vivamente a Monseñor Srakić, Presidente de la Conferencia Episcopal, las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro; y en modo particular saludo y agradezco a los dos jóvenes que nos han ofrecido sus bellos testimonios. La experiencia vivida por Daniel recuerda la de San Agustín: es la experiencia de buscar el amor “fuera” y luego descubrir que está más cercano de mí que yo mismo, que me “toca” en lo profundo y me purifica… Mateja, en cambio, nos ha hablado de la belleza de la comunidad, que abre el corazón, la mente y el carácter… Gracias a los dos.

San Pablo –en la lectura que se ha proclamado– nos ha invitado a estar “siempre alegres en el Señor” (Fil 4, 4). Es una palabra que hace vibrar el alma, si consideramos que el Apóstol de los Gentiles escribe esta Carta a los cristianos de Filipos mientras se encontraba en la cárcel, a la espera de ser juzgado. Él está encadenado, pero el anuncio y el testimonio del Evangelio no pueden ser encarcelados. La experiencia de san Pablo revela cómo es posible mantener la alegría en nuestro camino, aun en los momentos oscuros. ¿A qué alegría se refiere? Todos sabemos que en el corazón de cada uno anida un fuerte deseo de felicidad. Cada acción, cada decisión, cada intención encierra en sí esta íntima y natural exigencia. Pero con frecuencia nos damos cuenta de haber puesto la confianza en realidades que no apagan ese deseo, sino que por el contrario, revelan toda su precariedad. Y estos momentos es cuando se experimenta la necesidad de algo que sea “más grande”, que dé sentido a la vida cotidiana.

Queridos amigos, vuestra juventud es un tiempo que el Señor os da para poder descubrir el significado de la existencia. Es el tiempo de los grandes horizontes, de los sentimientos vividos con intensidad, y también de los miedos ante las opciones comprometidas y duraderas, de las dificultades en el estudio y en el trabajo, de los interrogantes sobre el misterio del dolor y del sufrimiento. Más aún, este tiempo estupendo de vuestra vida comporta un anhelo profundo, que no anula todo lo demás, sino que lo eleva para darle plenitud. En el Evangelio de Juan, dirigiéndose a sus primeros discípulos, Jesús pregunta: “¿Qué buscáis?” (Jn 1, 38). Queridos jóvenes, estas palabras, esta pregunta interpela a lo largo del tiempo y del espacio a todo hombre y mujer que se abre a la vida y busca el camino justo… Y, esto es lo sorprendente, la voz de Cristo repite también a vosotros: “¿Qué buscáis?”. Jesús os habla hoy: mediante el Evangelio y el Espíritu Santo, Él se hace contemporáneo vuestro. Es Él quien os busca, aun antes de que vosotros lo busquéis. Respetando plenamente vuestra libertad, se acerca a cada uno de vosotros y se presenta como la respuesta auténtica y decisiva a ese anhelo que anida en vuestro ser, al deseo de una vida que vale la pena ser vivida. Dejad que os tome de la mano. Dejad que entre cada vez más como amigo y compañero de camino. Ofrecedle vuestra confianza, nunca os desilusionará. Jesús os hace conocer de cerca el amor de Dios Padre, os hace comprender que vuestra felicidad se logra en la amistad con Él, en la comunión con Él, porque hemos sido creados y salvados por amor, y sólo en el amor, que quiere y busca el bien del otro, experimentamos verdaderamente el significado de la vida y estamos contentos de vivirla, incluso en las fatigas, en las pruebas, en las desilusiones, incluso caminando contra corriente.

Queridos jóvenes, arraigados en Cristo, podréis vivir en plenitud lo que sois. Como sabéis, he planteado sobre este tema mi mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que nos reunirá en agosto en Madrid, y hacia la cual nos encaminamos. He partido de una incisiva expresión de san Pablo: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2, 7). Creciendo en la amistad con el Señor, a través de su Palabra, de la Eucaristía y de la pertenencia a la Iglesia, con la ayuda de vuestros sacerdotes, podréis testimoniar a todos la alegría de haber encontrado a Aquél que siempre os acompaña y os llama a vivir en la confianza y en la esperanza. El Señor Jesús no es un maestro que embauca a sus discípulos: nos dice claramente que el camino con Él requiere esfuerzo y sacrificio personal, pero que vale la pena. Queridos jóvenes amigos, no os dejéis desorientar por las promesas atractivas de éxito fácil, de estilos de vida que privilegian la apariencia en detrimento de la interioridad. No cedáis a la tentación de poner la confianza absoluta en el tener, en las cosas materiales, renunciando a descubrir la verdad que va más allá, como una estrella en lo alto del cielo, donde Cristo quiere llevaros. Dejaos guiar a las alturas de Dios.

En el tiempo de vuestra juventud, os sostiene el testimonio de tantos discípulos del Señor que han vivido su tiempo llevando en el corazón la novedad del Evangelio. Pensad en Francisco y Clara de Asís, en Rosa de Viterbo, en Teresita del Niño Jesús, en Domingo Savio; tantos jóvenes santos y santas en la gran comunidad de la Iglesia. Pero aquí, en Croacia, vosotros y yo pensamos en el Beato Iván Merz. Un joven brillante, metido de lleno en la vida social, que tras la muerte de la joven Greta, su primer amor, inicia el camino universitario. Durante los años de la Primera Guerra Mundial se encuentra frente a la destrucción y la muerte, y todo eso lo marca y lo forja, haciéndole superar momentos de crisis y de lucha espiritual. La fe de Iván se refuerza hasta tal punto que se dedica al estudio de la Liturgia e inicia un intenso apostolado entre los jóvenes. Descubre la belleza de la fe católica y comprende que la vocación de su vida es vivir y hacer vivir la amistad con Cristo. De cuántos gestos de caridad, de bondad que sorprenden y conmueven está lleno su camino. Muere el 10 de mayo de 1928, con tan sólo treinta y dos años, después de algunos meses de enfermedad, ofreciendo su vida por la Iglesia y por la juventud.

Esta vida joven, entregada por amor, lleva el perfume de Cristo, y es para todos una invitación a no tener miedo de confiarse al Señor, del mismo modo que lo contemplamos, en modo particular, en la Virgen María, la Madre de la Iglesia, aquí venerada y amada con el título de “Majka Božja od Kamenutih vrata” [“Madre de Dios de la Puerta de Piedra”]. A Ella deseo confiar esta tarde a cada uno de vosotros, para que os acompañe con su protección y os ayude sobre todo a encontrar al Señor y, en Él, a encontrar el significado pleno de vuestra existencia. María no tuvo miedo de entregarse por completo al proyecto de Dios; en Ella vemos la meta a la que estamos llamados: la plena comunión con el Señor. Toda nuestra vida es un camino hacía la Unidad y Trinidad de Amor que es Dios; podemos vivir con la certeza de no ser abandonados nunca. Queridos jóvenes croatas, os abrazo a todos como a hijos. Os llevo en el corazón y os dejo mi Bendición. “Estad siempre alegres en el Señor”. Su alegría, la alegría del verdadero amor, sea vuestra fuerza. Amén. ¡Alabados sean Jesús y María!


*  *  *


Discurso durante la Vigila de Oración con los jóvenes

SS. Benedicto XVI

Sábado, 4 de junio de 2011

Plaza del Bano Josip Jelačič

Zagreb.