por Catequesis en Familia | 17 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 19, 45-48. Viernes de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario. El templo existe «para adorar a Dios». Por esta razón el templo es el «punto de referencia de la comunidad cristiana».
Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 10, 8-11
Salmo: Sal 119(118), 14.24.72.103.111.131
Oración introductoria
Señor, así como purificaste el templo de Jerusalén, te suplico vengas hoy a este encuentro en la oración para que me muestres qué tengo que expulsar de mi vida para quedar purificado, reconciliado, digno de Ti, porque anhelo que vengas hacer en mí tu morada.
Petición
Espíritu Santo, ilumina mi entendimiento para conocer la voluntad divina sobre mí.
Meditación del Santo Padre Francisco
El templo existe «para adorar a Dios». Y precisamente por esto es «punto de referencia de la comunidad», compuesta por personas que son ellas mismas «un templo espiritual donde habita el Espíritu Santo». Una meditación sobre el «verdadero sentido del templo» propuesta por el Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró [hoy], por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Como de costumbre la reflexión del Pontífice se inspiró en la liturgia de la Palabra, en particular, en el pasaje tomado del primer libro de los Macabeos (4, 36-37. 52-59) —que habla de la nueva consagración del templo realizada por Judas— y del pasaje evangélico de Lucas que relata la expulsión de los vendedores del templo (19, 45-48).
La de Judas Macabeo —explicó— no fue la primera consagración y purificación del templo, que, en las vicisitudes de la historia, fue también «destruido» durante las guerras, tal es así que «recordamos cuando Neemías reconstruye el templo». Y así Judas Macabeo, después de la victoria, piensa en el templo: «Nuestros enemigos están vencidos; subamos, pues, a purificar el santuario y a restaurarlo». Una purificación y una nueva consagración necesarias «porque los paganos habían utilizado el santuario para su culto». Por lo tanto «se debía purificar y volver a consagrar».
Para el Papa Francisco el mensaje de fondo «es muy importante: el templo como un lugar de referencia de la comunidad, lugar de referencia del pueblo de Dios». Y en esta perspectiva el Pontífice hizo también revivir «el itinerario del templo en la historia», que «comienza con el arca; luego Salomón realiza su construcción; después llega a ser templo vivo: Jesucristo el templo. Y terminará en la gloria, en la Jerusalén celestial».
«Consagrar de nuevo el templo para que se le dé gloria a Dios» es por consiguiente el sentido esencial del gesto de Judas Macabeo, precisamente porque «el templo es el lugar donde la comunidad va a orar, a alabar al Señor, a dar gracias, pero sobre todo a adorar». En efecto, «en el templo se adora al Señor. Este es el punto más importante» ratificó el Papa. Y esta verdad es válida para todo templo y para toda ceremonia litúrgica, donde lo que «es más importante es la adoración» y no «los cantos y los ritos», por bellos que sean. «Toda la comunidad reunida —explicó— mira al altar donde se celebra el sacrificio y adora. Pero creo, humildemente lo digo, que nosotros los cristianos tal vez hemos perdido un poco el sentido de la adoración. Y pensamos: vamos al templo, nos reunimos como hermanos, y es bueno, es bello. Pero el centro está allí donde está Dios. Y nosotros adoramos a Dios».
El Papa Francisco invitó, por eso, a aprovechar la ocasión para repensar en la actitud que hay que tener: «Nuestros templos —preguntó— ¿son lugares de adoración? ¿Favorecen la adoración? Nuestras celebraciones, ¿favorecen la adoración?». Judas Macabeo y el pueblo «tenían el celo por el templo de Dios porque es la casa de Dios, la morada de Dios. E iban en comunidad a encontrar a Dios allí, a adorar».
Como relata el evangelista Lucas, «también Jesús purifica el templo». Pero lo hace con el «látigo en la mano». Se pone a expulsar «las actitudes paganas, en este caso de los mercaderes que vendían y habían transformado el templo en pequeños negocios para vender, para cambiar las monedas, las divisas». Jesús purifica el templo reprendiendo: «Está escrito: mi casa será casa de oración» y «no de otra cosa. El templo es un lugar sagrado. Y nosotros debemos entrar allí, en la sacralidad que nos lleva a la adoración. No hay otra cosa».
Además, prosiguió el Pontífice, «san Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo: yo soy un templo, el Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: no entristezcáis al espíritu del Señor que está dentro de vosotros». En este caso, precisó, podemos hablar de «una especie de adoración, que es el corazón que busca al Espíritu del Señor dentro de sí. Y sabe que Dios está dentro de sí, que el Espíritu Santo está dentro de sí y escucha y le sigue. También nosotros —afirmó— debemos purificarnos continuamente porque somos pecadores: purificarnos con la oración, con la penitencia, con el sacramento de la reconciliación, con la Eucaristía».
Y así, explicó el Santo Padre, «en estos dos templos —el templo material lugar de adoración y el templo espiritual dentro de mí, donde mora el Espíritu Santo— nuestra actitud debe de ser la piedad que adora y escucha; que ora y pide perdón; que alaba al Señor». Y «cuando se habla de la alegría del templo, se habla de esto: toda la comunidad en adoración, en oración, en acción de gracias, en alabanza. En oración con el Señor que está dentro de mí, porque soy templo; en escucha; en disponibilidad».
El Papa concluyó la homilía invitando a orar para que «el Señor nos conceda este sentido auténtico del templo para poder ir adelante en nuestra vida de adoración y de escucha de la Palabra de Dios».
Santo Padre Francisco: Para qué se va al templo
Homilía del viernes, 22 de noviembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. Jesús y el Templo
583 Como los profetas anteriores a Él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (cf. Jn2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para Él la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: ‘El celo por tu Casa me devorará’ (Sal 69, 10)» (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21).
585 Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra (cf. Mt 24, 1-2). Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua (cf. Mt 24, 3; Lc 13, 35). Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote (cf. Mc 14, 57-58) y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz (cf. Mt 27, 39-40).
586 Lejos de haber sido hostil al Templo (cf. Mt 8, 4; 23, 21; Lc 17, 14; Jn 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (cf. Jn 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (cf. Mt 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (cf. Mt 16, 18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (cf. Jn 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (cf. Jn 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre»(Jn 4, 21; cf. Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 22).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Acudir a la Iglesia con la confianza de un niño, pero con un corazón que ore, que busque el encuentro verdadero con Dios.
Diálogo con Cristo
¡Gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, por este momento de oración! ¡Gracias por el don de tu amistad, de tu gracia y de tu misericordia! No quiero escatimar esfuerzo alguno por crecer en mi vida de oración, con tu gracia, lo podré lograr.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 19, 41-44. Jueves de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario. Caminando hacia Jerusalén, Nuestro Señor Jesucristo nos educa confiándonos lo que Él mismo lleva en el corazón: las actitudes profundas de su alma.
En aquel tiempo Jesús, cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en ese día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 5, 1-10
Salmo: Sal 149(148), 1-5-6a.9b
Oración introductoria
Jesús, este tiempo de oración es una oportunidad para mostrarte mi amor, ilumínalo porque hay muchas cosas que me distraen. Mírame, Señor, con ese amor con que miraste a Jerusalén y ven a hospedarte en mi alma para poder resistir las tentaciones del mundo.
Petición
Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.
Meditación del Santo Padre Francisco
También esta enseñanza de Jesús es importante verla en el contexto concreto, existencial en la que Él la ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino les educa confiándoles lo que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su alma.
Entre estas actitudes están el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, también, la vigilancia interior, la espera activa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera de la vuelta a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a cogernos para llevarnos a la fiesta sin fin.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 11 de agosto de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
III. La defensa de la paz
La paz
2302 Recordando el precepto: “No matarás” (Mt 5, 21), nuestro Señor pide la paz del corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La ira es un deseo de venganza. “Desear la venganza para el mal de aquel a quien es preciso castigar, es ilícito”; pero es loable imponer una reparación “para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia” (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 158, a. 1, ad 3). Si la ira llega hasta el deseo deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una falta grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: “Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal” (Mt 5, 22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El odio al prójimo es pecado cuando se le desea deliberadamente un mal. El odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño grave. “Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial…” (Mt 5, 44-45).
2304 El respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguardia de los bienes de las personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la fraternidad. Es la “tranquilidad del orden” (San Agustín, De civitate Dei 19, 13). Es obra de la justicia (cf Is 32, 17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrenal es imagen y fruto de la paz de Cristo, el “Príncipe de la paz” mesiánica (Is 9, 5). Por la sangre de su cruz, “dio muerte al odio en su carne” (Ef 2, 16; cf Col 1, 20-22), reconcilió con Dios a los hombres e hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión con Dios. “El es nuestra paz” (Ef 2, 14). Declara “bienaventurados a los que construyen la paz” (Mt 5, 9).
2306 Los que renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78).
Evitar la guerra
2307 El quinto mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de la antigua servidumbre de la guerra (cf GS 81).
2308 Todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras.
Sin embargo, “mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa” (GS79).
2309 Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a esta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
— Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
— Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
— Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
— Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta condición.
Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la “guerra justa”.
La apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio prudente de quienes están a cargo del bien común.
2310 Los poderes públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos las obligaciones necesarias para la defensa nacional.
Los que se dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea, colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la paz (cf GS 79).
2311 Los poderes públicos atenderán equitativamente al caso de quienes, por motivos de conciencia, rehúsan el empleo de las armas; éstos siguen obligados a servir de otra forma a la comunidad humana (cf GS 79).
2312 La Iglesia y la razón humana declaran la validez permanente de la ley moral durante los conflictos armados. “Una vez estallada desgraciadamente la guerra, no todo es lícito entre los contendientes” (GS 79).
2313 Es preciso respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, a los soldados heridos y a los prisioneros.
Las acciones deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales, como asimismo las disposiciones que las ordenan, son crímenes. Una obediencia ciega no basta para excusar a los que se someten a ella. Así, el exterminio de un pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenado como un pecado mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas decisiones que ordenan genocidios.
2314 “Toda acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones” (GS 80). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la ocasión de cometer semejantes crímenes.
2315 La acumulación de armas es para muchos como una manera paradójica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación de armas siempre más modernas impide la ayuda a los pueblos indigentes (cf PP 53), y obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de conflictos y aumenta el riesgo de contagio.
2316 La producción y el comercio de armas atañen hondamente al bien común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las autoridades tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima empresas que fomentan violencias y conflictos entre las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional.
2317 Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra:
«En la medida en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad, superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la palabra: “De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas. Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más para el combate” (Is 2, 4)» (GS 78).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer un esfuerzo por aprovechar más los medios de formación y crecimiento espiritual que me ofrece mi parroquia.
Diálogo con Cristo
Señor, no puedo cerrar mi corazón y ahogar en mi egoísmo mi celo apostólico. Fortaléceme, hazme generoso para crecer en el amor y dedicarme a mi misión con ahínco, y así, hacer cuanto pueda para que la Nueva Evangelización llegue a muchas más personas.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 19, 12-26. Miércoles de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario. Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva.
Dijo Jesús una parábola: «Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entró cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: «Háganlas producir hasta que yo vuelva». Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: «No queremos que este sea nuestro rey». Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. El primero se presentó y le dijo: «Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más». «Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades». Llegó el segundo y el dijo: «Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más». A él también le dijo: «Tú estarás al frente de cinco ciudades». Llegó el otro y le dijo: «Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigentes, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado». El le respondió: «Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses». Y dijo a los que estaban allí: «Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más». «¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!». «Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.»
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Apocalipsis 4, 1-11
Salmo: Sal 150(149), 1-6
Oración introductoria
Señor, inicio mi oración dándote las gracias por todos los dones que me has concedido, ayúdame a saber duplicarlos para corresponderte con generosidad. No permitas que el miedo o la mediocridad me separen del camino que me puede llevar a la santidad.
Petición
Jesucristo, enséñame a ser perseverante en el buen uso de mis talentos, para servirte a Ti y a los demás.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de san Mateo (25, 14-30). Relata acerca de un hombre que, antes de partir para un viaje, convocó a sus siervos y les confió su patrimonio en talentos, monedas antiguas de grandísimo valor. Ese patrón dejó al primer siervo cinco talentos, al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del patrón, los tres siervos tenían que hacer fructificar ese patrimonio. El primer y el segundo siervo duplicaron cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder todo, sepultó el talento recibido en un hoyo. Al regresar el patrón, los dos primeros recibieron la alabanza y la recompensa, mientras que el tercero, que restituyó sólo la moneda recibida, fue reprendido y castigado.
Es claro el significado de esto. El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… en definitiva, muchas cosas, sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No sólo para custodiar, sino para fructificar. Mientras que en el uso común el término «talento» indica una destacada cualidad individual —por ejemplo el talento en la música, en el deporte, etc.—, en la parábola los talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los hagamos fructificar. El hoyo cavado en la tierra por el «siervo negligente y holgazán» (v. 26) indica el miedo a arriesgar que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor. Porque el miedo a los riesgos del amor nos bloquea. Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte. Jesús no nos pide esto, sino más bien quiere que la usemos en beneficio de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ello». Y nosotros, ¿qué hemos hecho con ello? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien plantearnos. Cualquier ambiente, incluso el más lejano e inaccesible, puede convertirse en lugar donde fructifiquen los talentos. No existen situaciones o sitios que sean obstáculo para la presencia y el testimonio cristiano. El testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.
Esta parábola nos alienta a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica y renueva. Así también el perdón que el Señor nos da especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo tengamos cerrado en nosotros mismos, sino dejemos que irradie su fuerza, que haga caer los muros que levantó nuestro egoísmo, que nos haga dar el primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde ya no hay comunicación… Y así sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor nos dio, sean para los demás, crezcan, produzcan fruto, con nuestro testimonio.
Creo que hoy sería un hermoso gesto que cada uno de vosotros tomara el Evangelio en casa, el Evangelio de san Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30, Mateo 25, 14-30, y leyera esto, y meditara un poco: «Los talentos, las riquezas, todo lo que Dios me ha dado de espiritual, de bondad, la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O sólo los cuido en la caja fuerte?».
Además, el Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma forma: nos conoce personalmente y nos confía lo que es justo para nosotros; pero en todos, en todos hay algo igual: la misma e inmensa confianza. Dios se fía de nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Y esto es lo mismo para todos. No lo decepcionemos. No nos dejemos engañar por el miedo, sino devolvamos confianza con confianza. La Virgen María encarna esta actitud de la forma más hermosa y más plena. Ella recibió y acogió el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo ofreció a la humanidad con corazón generoso. A ella le pedimos que nos ayude a ser «siervos buenos y fieles», para participar «en el gozo de nuestro Señor».
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 16 de noviembre de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios de [hoy] nos advierte de la precariedad de la existencia terrena y nos invita a vivirla como una peregrinación, teniendo la mirada fija en la meta, en aquel Dios que nos ha creado y, dado que nos ha hecho para sí (cf. san Agustín, Confesiones. 1, 1), es nuestro destino último y el sentido de nuestra vida. Paso obligado para llegar a esa realidad definitiva es la muerte, seguida del juicio final. El apóstol Pablo recuerda que «el día del Señor llegará como un ladrón en la noche» (1 Ts 5, 2), es decir, sin avisar. La conciencia del retorno glorioso del Señor Jesús nos impulsa a vivir en una actitud de vigilancia, esperando su manifestación en la constante memoria de su primera venida.
En la célebre parábola de los talentos […] Jesús habla de tres siervos a los que el señor, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus bienes. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un hoyo. Al volver a casa, el señor pide cuentas a los siervos de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, el tercero lo defrauda. En efecto, el siervo que mantuvo escondido el talento sin valorizarlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su señor ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en que le pediría cuentas de su actuación. Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia. Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que el Señor a nadie niega el don de su caridad, del amor. Escribe: «Por esto, es necesario, hermanos míos, que pongáis sumo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengáis que realizar» (Homilías sobre los Evangelios 9, 6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: «Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y arrojado fuera, a las tinieblas» (ib.).
Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos exhortan las Escrituras. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual cualquier otro don es vano (cf. 1 Co 13, 3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros? (cf. 1 Jn 4, 11). Sólo practicando la caridad, también nosotros podremos participar en la alegría de nuestro Señor. Que la Virgen María sea nuestra maestra de laboriosa y alegre vigilancia en el camino hacia el encuentro con Dios.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 13 de noviembre de 2011
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. “Dar testimonio de la verdad”
2471 Ante Pilato, Cristo proclama que había “venido al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). El cristiano no debe “avergonzarse de dar testimonio del Señor” (2 Tm1, 8). En las situaciones que exigen dar testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de san Pablo ante sus jueces. Debe guardar una “conciencia limpia ante Dios y ante los hombres” (Hch 24, 16).
2472 El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt 18, 16):
«Todos […] los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (AG 11).
2473 El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1).
2474 Con el más exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron hasta el extremo para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires, que constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre:
«No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir en Cristo Jesús que reinar hasta los confines de la tierra. Es a Él a quien busco, a quien murió por nosotros. A Él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca…» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 6, 1-2).
«Te bendigo por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el número de tus mártires […]. Has cumplido tu promesa, Dios, en quien no cabe la mentira y eres veraz. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por Él, que está contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros. Amén» (Martyrium Polycarpi, 14, 2-3).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Diariamente, antes de dormir, hacer un balance sobre el uso que hice de los dones que Dios me ha dado.
Diálogo con Cristo
Jesús, no quiero ser un espectador pasivo, sino un colaborador infatigable de tuyo. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad y hacer multiplicar todos los dones que me has confiado. Tengo mucho que dar, pero mucho más que ganar, si uso mis talentos para ayudar a los demás.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 19, 1-10. Martes de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario. Si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza por tus pecados…¡no te asustes! Dios te espera. Imita a Zaqueo y sube al árbol del deseo de ser perdonado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la cuidad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí, Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombres es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 3, 1-6.14-22
Salmo: Sal 15(14), 2-5
Oración introductoria
Jesús, yo como Zaqueo quiero conocerte mejor, pero hay muchas cosas que me lo impiden y me distraen. Hoy vengo a esta oración dispuesto a encontrarme contigo. Mírame Señor, con ese amor con que miraste a Zaqueo, ven a hospedarte en mi alma, prometo no dejarte ir nunca más.
Petición
Señor, haz que venga hoy tu salvación a mi alma.
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página del Evangelio de san Lucas de este [día] nos presenta a Jesús que, en su camino hacia Jerusalén, entra en la ciudad de Jericó. Es la última etapa de un viaje que resume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a buscar y salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto más se acerca el camino a la meta, tanto más se va formando en torno a Jesús un círculo de hostilidad.
Sin embargo, en Jericó tiene lugar uno de los acontecimientos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es despreciado y es un «excomulgado», porque es un publicano, es más, es el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, es un ladrón y un explotador.
Impedido de acercarse a Jesús, probablemente por motivo de su mala fama, y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se trepa a un árbol, para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un poco ridículo, expresa sin embargo el acto interior del hombre que busca pasar sobre la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo mismo no conoce el sentido profundo de su gesto, no sabe por qué hace esto, pero lo hace; ni siquiera se atreve a esperar que se supere la distancia que le separa del Señor; se resigna a verlo sólo de paso. Pero Jesús, cuando se acerca a ese árbol, le llama por su nombre: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5). Ese hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús, está como perdido en el anonimato; pero Jesús le llama, y ese nombre «Zaqueo», en la lengua de ese tiempo, tiene un hermoso significado lleno de alusiones: «Zaqueo», en efecto, quiere decir «Dios recuerda».
Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó (porque también en ese tiempo se murmuraba mucho), que decía: ¿Cómo? Con todas las buenas personas que hay en la ciudad, ¿va a estar precisamente con ese publicano? Sí, porque él estaba perdido; y Jesús dice: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán» (Lc 19, 9). En la casa de Zaqueo, desde ese día, entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.
No existe profesión o condición social, no existe pecado o crimen de algún tipo que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno solo de sus hijos. «Dios recuerda», siempre, no olvida a ninguno de aquellos que ha creado. Él es Padre, siempre en espera vigilante y amorosa de ver renacer en el corazón del hijo el deseo del regreso a casa. Y cuando reconoce ese deseo, incluso simplemente insinuado, y muchas veces casi inconsciente, inmediatamente está a su lado, y con su perdón le hace más suave el camino de la conversión y del regreso. Miremos hoy a Zaqueo en el árbol: su gesto es un gesto ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes. Piensa que alguien te espera porque nunca dejó de recordarte; y este alguien es tu Padre, es Dios quien te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado; yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar. Recordadlo bien, así es Jesús.
Hermanos y hermanas, dejémonos también nosotros llamar por el nombre por Jesús. En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: «Es necesario que hoy me quede en tu casa», es decir, en tu corazón, en tu vida. Y acojámosle con alegría: Él puede cambiarnos, puede convertir nuestro corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo; ¡déjate mirar por Jesús!
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 3 de noviembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
V. «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2838 Esta petición es sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, —“perdona nuestras ofensas”— podría estar incluida, implícitamente, en las tres primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es “para la remisión de los pecados”. Pero, según el segundo miembro de la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla precedido; una palabra las une: “como”.
«Perdona nuestras ofensas»…
2839 Con una audaz confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a Él, como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante Él como el publicano (cf Lc 18, 13). Nuestra petición empieza con una “confesión” en la que afirmamos, al mismo tiempo, nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza es firme porque, en su Hijo, “tenemos la redención, la remisión de nuestros pecados” (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20, 23).
2840 Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero “todo es posible para Dios” (Mt 19, 26).
… «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»
2842 Este “como” no es el único en la enseñanza de Jesús: «Sed perfectos “como” es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48); «Sed misericordiosos, “como” vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36); «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que “como” yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y nacida “del fondo del corazón”, en la santidad, en la misericordia, y en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es “nuestra Vida” (Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible, «perdonándonos mutuamente “como” nos perdonó Dios en Cristo» (Ef 4, 32).
2843 Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano”. Allí es, en efecto, en el fondo “del corazón” donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf Juan Pablo II, Cart. enc. DM 14).
2845 No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de “pecados” según Lc 11, 4, o de “deudas” según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: “Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor” (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf Mt5, 23-24):
«Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Hacer una visita a Cristo Eucaristía, auténtica fuente de paz y alegría.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, necesito este encuentro contigo en la oración. El ejemplo de Zaqueo me hace ver que quien te deja entrar en su vida, no pierde nada de lo que realmente hace la vida bella, buena y grande. Tu amistad abre las puertas de un horizonte inmenso. Ayúdame a hacer la misma experiencia y a no tener miedo de abrirte de par en par las puertas de mi corazón.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 18, 35-43. Lunes de la 33.ª semana del Tiempo Ordinario. Cristo se compadece de nuestras necesidades, solo hay que pedirlo con fe.
Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro del Apocalipsis, Ap 1, 1-4; 2, 1-5a
Salmo: Sal 1, 1-4.6
Oración introductoria
Señor Jesús, aquí me tienes, como un mendigo ciego y pobre. ¡Ten compasión de mí! ¡Haz que vea y experimente en esta meditación el gran amor que Tú me tienes! Que tu Palabra penetre en mi mente y en mi corazón.
Petición
Señor, concédeme perseverar en la vida de oración y en mi fidelidad a Ti.
Meditación del Santo Padre Francisco
Él lo ha prometido: eh aquí la piedra angular sobre la que se apoya la certeza de una oración. Con esta seguridad nosotros decimos al Señor nuestras necesidades, pero seguros de que Él pueda hacerlo. Rezar es sentir que Jesús nos dirige la pregunta del ciego: ¿tú crees que puedo hacer esto?
Él puede hacerlo. Cuando lo hará, como lo hará no lo sabemos. Esta es la seguridad de la oración. La necesidad de decir la verdad al Señor. ‘Soy ciego, Señor. Tengo esta necesidad. Tengo esta enfermedad. Tengo este pecado. Tengo este dolor…’, pero siempre la verdad, como es la cosa. Y Él siente la necesidad, pero siente que nosotros pedimos su intervención con seguridad. Pensamos si nuestra oración es de necesidad y es segura: de necesidad porque nos decimos la verdad a nosotros mismos, y segura, porque creemos que el Señor puede hacer aquello que le pedimos.
Santo Padre Francisco: El grito que molesta
Homilía del viernes 6 de diciembre de 2013
Meditación del Santo Padre Francisco
Los apóstoles que impiden a la gente acercarse a Jesús no lo hacían por maldad, querían sólo ayudarle, como lo habían hecho aquellos que en Jericó trataron de hacer callar al ciego que, advertido de la presencia de Jesús, gritaba para atraer su atención y hacerse salvar. Era como si hubieran dicho: el protocolo no lo permite: este es la segunda persona de la Trinidad, ¿qué haces? Esto me hace pensar en muchos cristianos… Lo que sucede cuando dos novios que quieren casarse, se presentan en la secretaría de una parroquia y, en vez de apoyo o de felicitaciones, oyen enumerar los costes de la ceremonia o les preguntan si sus documentos están bien. Así a veces estos encuentran la puerta cerrada. De este modo quien tendría la posibilidad de abrir la puerta dando gracias a Dios por este nuevo matrimonio no lo hace, al contrario la cierra. Tantas veces somos controladores de la fe en lugar de ser facilitadores de la fe de la gente. Es una tentación que tenemos; la de adueñarnos, apropiarnos del Señor.
Santo Padre Francisco: La victoria del cristiano
Misas matutinas del mes de mayo de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. La oración de petición
2629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él.
2630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, por último, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).
2631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidadpueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20;Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
No sólo buscar a Jesús por conveniencia o por curiosidad, sino buscarlo para tener un encuentro personal con Él.
Diálogo con Cristo
Señor, dame la fe para saber que Tú siempre estás conmigo. Necesito la habilidad de ver todo desde tu punto de vista. Permíteme adorarte y glorificarte por tu constante compañía y por nunca dejarme solo en mis problemas y tristezas. Aumenta mi fe para ser capaz de experimentar tu amor en las dificultades y pruebas.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 21, 5-19. Trigésimo tercer Domingo del Tiempo Ordinario. Ojalá que cada cristiano, que tú y yo, seamos auténticos seguidores de Jesús.
Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron» «Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va suceder?». Jesús respondió: «Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: «Soy yo», y también: «El tiempo está cerca». No los sigan. Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin». Después les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en cielo. Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre, y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí. Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa, porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir. Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán. Serán odiados por todos a causa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza. Gracias a la constancia salvarán sus vidas».
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Lecturas
Primera lectura: Libro de Malaquías, Mal 3, 19-20a
Salmo: Sal 98(97), 5-9
Segunda lectura: Segunda Carta de san Pablo a los Tesalonicenses, 2 Tes 3, 7-12
Oración introductoria
Señor, creo firmemente en tu existencia y en tu amor de Padre. Creo que me amas y me acompañas en todo momento. Mi vida te es conocida. Sabes cuáles son mis debilidades, los problemas y las circunstancias por las que atravieso en este momento. Señor, lo pongo todo en tus manos. Concédeme hacer verdadera oración y salir de esta meditación más unido a tu voluntad.
Petición
Dios mío, concédeme vivir, crecer y perseverar en mi fe católica hasta el fin.
Meditación del Santo Padre Francisco
El [Evangelio] invita a comprender las vías del Señor, descubriendo en la fidelidad de Dios el plan de sabiduría que gobierna los siglos. San Agustín ha hecho una síntesis de «comprender» y «subsistir» en sus Confesiones, cuando habla de fiarse de la verdad para mantenerse en pie: «Me estabilizaré y consolidaré en ti […], en tu verdad». Por el contexto sabemos que san Agustín quiere mostrar cómo esta verdad fidedigna de Dios, según aparece en la Biblia, es su presencia fiel a lo largo de la historia, su capacidad de mantener unidos los tiempos, recogiendo la dispersión de los días del hombre.
24. Leído a esta luz, el texto de Isaías lleva a una conclusión: el hombre tiene necesidad de conocimiento, tiene necesidad de verdad, porque sin ella no puede subsistir, no va adelante. La fe, sin verdad, no salva, no da seguridad a nuestros pasos. Se queda en una bella fábula, proyección de nuestros deseos de felicidad, algo que nos satisface únicamente en la medida en que queramos hacernos una ilusión. O bien se reduce a un sentimiento hermoso, que consuela y entusiasma, pero dependiendo de los cambios en nuestro estado de ánimo o de la situación de los tiempos, e incapaz de dar continuidad al camino de la vida.
Santo Padre Francisco, Carta Encíclica Lumen fidei, n. 23-24
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
V. El Juicio final
1038 La resurrección de todos los muertos, «de los justos y de los pecadores» (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será «la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación» (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá «en su gloria acompañado de todos sus ángeles […] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda […] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» (Mt 25, 31. 32. 46).
1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
«Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que «Dios no se callará» (Sal 50, 3) […] Se volverá hacia los malos: «Yo había colocado sobre la tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí»» (San Agustín, Sermo 18, 4, 4).
1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).
1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía «el tiempo favorable, el tiempo de salvación» (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la «bienaventurada esperanza» (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que «vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído» (2 Ts 1, 10).
VI. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva
1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia […] «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo […] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).
1043 La sagrada Escritura llama «cielos nuevos y tierra nueva» a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10).
1044 En este «universo nuevo» (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. «Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado» (Ap 21, 4; cf. 21, 27).
1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era «como el sacramento» (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), «la Esposa del Cordero» (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios […] en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción […] Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior […] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, «a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos», participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1).
1048 «Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres»(GS 39).
1049 «No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios» (GS 39).
1050 «Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal» (GS 39; cf. LG 2). Dios será entonces «todo en todos» (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses illuminandorum 18, 29).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Ojalá que cada cristiano, que tú y yo, seamos auténticos seguidores de Jesús y que demos un testimonio público y valiente de nuestra fe en el mundo de hoy: con nuestra oración, nuestra caridad, la pureza de nuestras costumbres y comportamientos, la entrega a Dios y a los demás, y la oblación generosa de nuestra vida verdaderamente cristiana y santa.
Diálogo con Cristo
Señor Jesús, tú me conoces mejor que lo que yo me conoczco a mí mismo. Ayúdame a ser un auténtico seguidor tuyo y que dé testimonio público de mi fe en el mundo de hoy.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 18, 1-8. Sábado de la 32.ª semana del Tiempo Ordinario. La lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia, pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe.
Después le enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario». Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: «Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme».» Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Epístola III de san Juan, 3 Jn 1, 5-8
Salmo: Sal 112(111), 1-6
Oración introductoria
Señor, quiero crecer en mi amor a Ti y a los demás; alimentar mi amistad contigo por medio de la oración humilde y perseverante. Ayúdame a buscar cumplir tu voluntad sobre mi vida, dejando que tus palabras modelen todo mi comportamiento. No permitas que el miedo me acobarde. Aumenta mi confianza, mi amor y mi fe.
Petición
Señor, ¡auméntame la fe y mi perseverancia en la oración!
Meditación del Santo Padre Francisco
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de hoy Jesús relata una parábola sobre la necesidad de orar siempre, sin cansarnos. La protagonista es una viuda que, a fuerza de suplicar a un juez deshonesto, logra que se le haga justicia en su favor. Y Jesús concluye: si la viuda logró convencer a ese juez, ¿pensáis que Dios no nos escucha a nosotros, si le pedimos con insistencia? La expresión de Jesús es muy fuerte: «Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y noche?» (Lc 18, 7).
«Clamar día y noche» a Dios. Nos impresiona esta imagen de la oración. Pero preguntémonos: ¿por qué Dios quiere esto? ¿No conoce Él ya nuestras necesidades? ¿Qué sentido tiene «insistir» con Dios?
Esta es una buena pregunta, que nos hace profundizar en un aspecto muy importante de la fe: Dios nos invita a orar con insistencia no porque no sabe lo que necesitamos, o porque no nos escucha. Al contrario, Él escucha siempre y conoce todo sobre nosotros, con amor. En nuestro camino cotidiano, especialmente en las dificultades, en la lucha contra el mal fuera y dentro de nosotros, el Señor no está lejos, está a nuestro lado; nosotros luchamos con Él a nuestro lado, y nuestra arma es precisamente la oración, que nos hace sentir su presencia junto a nosotros, su misericordia, también su ayuda. Pero la lucha contra el mal es dura y larga, requiere paciencia y resistencia —como Moisés, que debía tener los brazos levantados para que su pueblo pudiera vencer (cf. Ex 17, 8-13). Es así: hay una lucha que conducir cada día; pero Dios es nuestro aliado, la fe en Él es nuestra fuerza, y la oración es la expresión de esta fe. Por ello Jesús nos asegura la victoria, pero al final se pregunta: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Si se apaga la fe, se apaga la oración, y nosotros caminamos en la oscuridad, nos extraviamos en el camino de la vida.
Por lo tanto, aprendamos de la viuda del Evangelio a orar siempre, sin cansarnos. ¡Era valiente esta viuda! Sabía luchar por sus hijos. Pienso en muchas mujeres que luchan por su familia, que rezan, que no se cansan nunca. Un recuerdo hoy, de todos nosotros, para estas mujeres que, con su actitud, nos dan un auténtico testimonio de fe, de valor, un modelo de oración. ¡Un recuerdo para ellas! Rezar siempre, pero no para convencer al Señor a fuerza de palabras. Él conoce mejor que nosotros aquello que necesitamos. La oración perseverante es más bien expresión de la fe en un Dios que nos llama a combatir con Él, cada día, en cada momento, para vencer el mal con el bien.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 20 de octubre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
LA JUSTICIA SOCIAL
1928. La sociedad asegura la justicia social cuando realiza las condiciones que permiten a las asociaciones y a cada uno conseguir lo que les es debido según su naturaleza y su vocación. La justicia social está ligada al bien común y al ejercicio de la autoridad.
Resumen
1943 La sociedad asegura la justicia social procurando las condiciones que permitan a las asociaciones y a los individuos obtener lo que les es debido.
1944 El respeto de la persona humana considera al prójimo como “otro yo”. Supone el respeto de los derechos fundamentales que se derivan de la dignidad intrínseca de la persona.
1945 La igualdad entre los hombres se vincula a la dignidad de la persona y a los derechos que de ésta se derivan.
1946 Las diferencias entre las personas obedecen al plan de Dios que quiere que nos necesitemos los unos a los otros. Esas diferencias deben alentar la caridad.
1947 La igual dignidad de las personas humanas exige el esfuerzo para reducir las excesivas desigualdades sociales y económicas. Impulsa a la desaparición de las desigualdades inicuas.
1948 La solidaridad es una virtud eminentemente cristiana. Es ejercicio de comunicación de los bienes espirituales aún más que comunicación de bienes materiales.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Dedicar especial tiempo de mi día a la oración con la confianza que Dios me escucha si lo pido con fe y esperanza.
Diálogo con Cristo
Jesús, eres mi juez, pero también mi Padre y mi Salvador. Te suplico que esta oración me lleve a crecer en la fe, en la esperanza, en el amor y en la confianza, en mi vida diaria. Abre mi corazón para pueda perseverar en la oración, dame la humildad y la sabiduría para reconocer que sólo unido a Ti podré recorrer mi camino a la santidad.
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por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 17, 26-37. Viernes de la 32.ª semana del Tiempo Ordinario. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos, pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber diario con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio.
En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempo de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en ese noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada». [De dos que estén en un campo, uno será llevado y el otro dejado.] Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?». Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Epístola II de San Juan, 2 Jn 1, 4-9
Salmo: Sal 119(118), 1-2.10.11.17.18
Oración introductoria
Señor, dame la gracia de saber vivir de cara a la eternidad. Creo en Ti, eres mi compañía y mi fuerza. Creo que diariamente me buscas, pidiéndome que dependa más de Ti y no de las creaturas. Espero en Ti como el Único capaz de llenar mi deseo de amar y ser amado. Te amo en este momento con mi oración y mi deseo de ser fiel y generoso en lo que hoy quieras pedirme.
Petición
Señor, te pido tu gracia para ser dócil a tu voluntad, para poder abrirme a tu gracia, para ponerte siempre en el primer lugar en mi vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de hablar, casi nos hace percibir su voz… Pero, ¿qué significa «perder la vida a causa de Jesús»? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos, muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un «perder la vida» por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia.
Santo Padre Francisco
Ángelus del domingo, 23 de junio de 2013
Meditación del Santo Padre Benedicto XVI
Describe en pocas líneas el gran día del juicio final, en el que se cumple el destino de la humanidad: «En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la última trompeta…, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados». Ese día, todos los creyentes serán conformados a Cristo y todo lo que es corruptible será transformado por su gloria: «Es preciso —dice san Pablo— que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción, y que este cuerpo mortal se vista de inmortalidad». Entonces, «finalmente, el triunfo de Cristo será completo, porque, como nos dice el mismo san Pablo mostrando cómo se cumplen las antiguas profecías de las Escrituras, la muerte será vencida definitivamente y, con ella, el pecado que la hizo entrar en el mundo y la ley que fija el pecado sin dar la fuerza para vencerlo: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. / ¿Dónde está, muerte, tu victoria? / ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? / El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley». San Pablo nos dice, por lo tanto, que todo hombre, mediante el bautismo en la muerte y resurrección de Cristo, participa en la victoria de Aquel que antes que todos venció a la muerte, comenzando un camino de transformación que se manifiesta ya desde ahora en una novedad de vida y que alcanzará su plenitud al final de los tiempos.
Santo Padre Benedicto XVI
Homilía del miércoles, 25 de enero de 2012
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
II. Venga a nosotros tu Reino
2816 En el Nuevo Testamento, la palabra basileia se puede traducir por realeza (nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de acción). El Reino de Dios es para nosotros lo más importante. Se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva a su Padre:
«Incluso […] puede ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos» (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 13).
2817 Esta petición es el Marana Tha, el grito del Espíritu y de la Esposa: “Ven, Señor Jesús”:
«Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano, De oratione, 5, 2-4).
2818 En la Oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo” (cf Plegaria eucarística IV, 118: Misal Romano).
2819 “El Reino de Dios […] [es] justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
«Solo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!” Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “Que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae 5, 13).
2820 Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas (cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Pedir continuamente a la Santísima Trinidad la gracia de la perseverancia final.
Diálogo con Cristo
Señor, aumenta mi deseo de vivir una relación cercana a Ti. Ordena todas mis actividades y relaciones de acuerdo a tu voluntad.
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Todo aquello que quieres tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras.
Oración del Papa Clemente XI
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El día que me llames no va importar quién sea o qué tenga, lo único que va contar es mi relación contigo, porque el único y verdadero tesoro es vivir siendo fiel a tu amor y no perder nunca tu amistad por el pecado. Todo lo demás es valioso en la medida en que me ayude a conservar y vivir en gracia.
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por Catequesis en Familia | 3 Nov, 2016 | La Biblia
Lucas 17, 20-25. Jueves de la 32.ª semana del Tiempo Ordinario. ¡El reino de Dios está en medio de nosotros! No busquemos «cosas extrañas», «novedades» que solo sirven para satisfacer una curiosidad mundana y malsana.
Los fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre ustedes». Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán. Les dirán: «Está aquí» o «Está allí», pero no corran a buscarlo. Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día. Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a Filemón, Flm 1, 7-20
Salmo: Sal 146(145), 7-10
Oración introductoria
Señor Jesús, para vivir unido a Ti de modo real, personal y constante, necesito alimentar esta unión por medio de la vida de gracia y la identificación de mi voluntad con la tuya, en esta meditación y durante toda mi vida. ¡Ven Espíritu Santo y haz esto posible!
Petición
Jesús, dame la gracia de orar y de hablar contigo de corazón a corazón.
Meditación del Santo Padre Francisco
Del espíritu de la «curiosidad mundana» y de la ansiedad por conocer el futuro buscando adueñarse incluso de los proyectos de Dios alertó el Papa Francisco en la misa [de hoy].
La meditación del Pontífice se inspiró en la primera lectura de la liturgia, tomada del libro de la Sabiduría (7, 22-8,1). El pasaje bíblico, explicó el Papa, «nos hace una descripción del estado del alma del hombre y de la mujer espirituales», casi un carné de identidad espiritual del cristiano y de la cristiana auténticos que viven «en la sabiduría del Espíritu Santo». Una sabiduría fundada en un «espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil». La actitud justa es precisamente la de «seguir adelante, dicen los santos, con buen espíritu». El cristiano, por lo tanto, está llamado a «caminar en la vida con este espíritu: el espíritu de Dios que nos ayuda a juzgar, a tomar decisiones según el corazón de Dios. Y este espíritu nos da paz, siempre. Es el espíritu de paz, el espíritu de amor, el espíritu de fraternidad».
«La santidad —puntualizó el Papa— es precisamente esto». Es lo «que Dios pide a Abrahán: camina en mi presencia y sé irreprensible. Es esto, es esta paz». Se trata, por lo tanto, de «andar bajo la moción del espíritu de Dios y de esta sabiduría. Y ese hombre y esa mujer que caminan así, se puede decir que son un hombre y una mujer sabios. Un hombre sabio y una mujer sabia, porque se mueven bajo la moción de la paciencia de Dios».
Pero en el pasaje evangélico de san Lucas (17, 20-25), prosiguió el Pontífice, «nos encontramos ante otro espíritu, contrario a éste de la sabiduría de Dios: el espíritu de curiosidad. Es cuando queremos adueñarnos de los proyectos de Dios, del futuro, de las cosas, conocer todo, tener todo entre las manos». En el pasaje de Lucas se lee que los fariseos preguntaron a Jesús: «¿Cuándo vendrá el reino de Dios?». Y el Papa comentó: «¡Curiosos! Querían saber la fecha, el día…».
Precisamente este «espíritu de curiosidad —explicó— nos aleja del espíritu de sabiduría», porque nos impulsa a mirar sólo «los detalles, las noticias, las pequeñas noticias de cada día: ¿cómo se hará esto? Es el cómo, es el espíritu del cómo». Según el Papa «el espíritu de curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de dispersión, de alejarse de Dios, el espíritu de hablar demasiado».
Al respecto Jesús nos dice «una cosa interesante: este espíritu de curiosidad, que es mundano, nos lleva a la confusión». El Santo Padre lo explicó remitiéndose a las palabras de Jesús del pasaje evangélico: «Vendrán días en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. Entonces se os dirá: «Está aquí», o: «Está allí»». En estos casos —destacó— es «la curiosidad» la que nos impulsa a «sentir estas cosas. Nos dicen: El Señor está aquí, está allí, está allí. Yo conozco un vidente, a una vidente que recibe cartas de la Virgen, mensajes de la Virgen». Y el Pontífice comentó: «La Virgen es Madre, y nos ama a todos. Pero no es un jefe de oficina de Correos para enviar mensajes todos los días». En realidad, «estas novedades alejan del Evangelio, alejan del Espíritu Santo, alejan de la paz y de la sabiduría, de la gloria de Dios, de la belleza de Dios».
El Papa Francisco ratificó la enseñanza de Jesús: el Reino de Dios «no viene de modo que llame la atención» sino que viene en la sabiduría; «el Reino de Dios está en medio de vosotros». Y «el Reino de Dios no viene en la confusión. Como Dios no habló al profeta Elías en el viento, en la tormenta, en el tifón. Habló en la brisa suave, la brisa que era sabiduría».
Así, el Pontífice propuso un pensamiento de Teresa del Niño Jesús, especialmente querida por él. «Santa Teresita» —recordó— «decía que ella debía detenerse siempre ante el espíritu de curiosidad. Cuando hablaba con otra religiosa y ésta le contaba una historia, algo de la familia, de la gente, y algunas veces pasaba a otro tema, ella tenía ganas de conocer el final de esa historia. Pero sentía que ese no era el espíritu de Dios, porque es un espíritu de dispersión, de curiosidad».
«El reino de Dios está en medio de nosotros», dijo el Papa repitiendo las palabras del Evangelio. E invitó a «no buscar cosas extrañas, no buscar novedad con esta curiosidad mundana. Dejemos que el espíritu nos lleve adelante con la sabiduría que es una brisa suave. Éste es el espíritu del Reino de Dios del que habla Jesús».
Santo Padre Francisco: El espíritu de sabiduría vence la curiosidad mundana
Homilía del jueves, 14 de noviembre de 2013
Catecismo de la Iglesia Católica, CEC
IV. La familia y el reino de Dios
2232 Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16, 25): “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).
2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: “El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
Catecismo de la Iglesia Católica
Propósito
Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa. Que cada día Dios sea lo más imprtante en mi vida, buscar que el Reino de Dios viva en mi corazón, a través de la oración y la caridad a los demás.
Diálogo con Cristo
Jesús, ni el trabajo, ni el estudio, ni las ocupaciones cotidianas, deben ser un obstáculo para estar unido a Ti. Sólo dejando que gobiernes y ordenes mi vida, podrá venir a mí tu Reino. Reconociéndote hoy como mi Rey y Señor, todo mi día se convertirá en un medio para alabarte, para glorificarte y amarte, por medio de mi amor y servicio a los demás.
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