Jesús mío dulcísimo, que en vuestra infinita y dulcísima misericordia prometisteis la gracia de la perseverancia final a los que comulgaren en honra de vuestro Sagrado Corazón nueve primeros viernes de mes seguidos: acordaos de esta promesa, y a mí, indigno siervo vuestro, que acabo de recibiros sacramentado con este fin e intención, concededme que muera detestando todos mis pecados, esperando en vuestra inefable misericordia y amando la bondad de vuestro amantísimo y amabilísimo Corazón. Amén.
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del cielo, tened piedad de nosotros.
Padrenuestro…
Corazón de Jesús, rico en todos los que os invocan, tened piedad de nosotros.
Padrenuestro…
Corazón de Jesús, esperanza de los que mueren en Vos, tened piedad de nosotros.
Padrenuestro…
Oración de ofrecimiento al Sagrado Corazón de Jesús
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Con motivo del Sagrado Corazón de Jesús, os ofrecemos esta maravillosa canción de la comunidad mexicanaJesed – Ministerio de música.
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Yo confío en ti – Vídeo
Yo confío en ti – Letra
¡Oh, Jesús! A tu Corazón Confio mi Necesidad
Mírala y después deja tu corazón actuar.
Oh, Jesús, yo cuento contigo
Yo confio en Ti.
Oh, Jesús, de Ti estoy seguro,
Yo me entrego a ti
Tú que has dicho: si quieres agradarme Confia en Mí
Si quieres agradarme más, Confia más inmensamente, más,
En la etapa que va de la adolescencia a la edad adulta, lo normal es que los hijos pasen por períodos de crisis. Es en esta etapa que el joven está llamado a hacer suya la fe recibida a través de los padres, y en este hacer suya la fe siempre hay un proceso de lucha, lo mismo que nos pasó a nosotros. También los hijos están llamados a experimentar la lucha de Dios con Jacob, para hacer de ellos Israel, para que reconociendo y aceptando su debilidad vivan apoyados en Dios, se conviertan en Israel, «fuerte con Dios».
En los momentos de dificultad con algunos hijos los padres están llamados a vivir a la luz de la fe y no de la carne.
En ciertos momentos se tratará de tener paciencia, rezar por el hijo y respetar que tenga unos momentos de crisis, en los que se puede alejar del Camino. Pero, si las bases son buenas, volverá más fortalecido.
No hay fórmulas para solucionar los casos más difíciles. Cada hijo tiene su personalidad y Dios hace una historia con cada uno en el respeto de la libertad personal. Por eso es importante evitar en las comunidades los juicios sobre los hijos de las otras familias, sobre el modo de educar de otros padres. No existen normas únicas para todos; con cada familia el Señor hace una historia particular, como con cada persona. Ciertamente los padres están llamados a confiar en una asistencia particular del Espíritu Santo, ligada al sacramento del matrimonio, que los asiste y aconseja, en cada caso, con cada hijo.
Ni siquiera en la asunción de sus responsabilidades hay que tener demasiado miedo a equivocarse: puesto que cuando se actúa con recta intención, buscando el bien de los hijos, el Señor sabe sacar el bien también de nuestros inevitables errores. Para consuelo de los padres, estas palabras de San Agustín, un hijo rebelde que hizo derramar tantas lágrimas a su madre, y por estas lágrimas y súplicas fue salvado:
«Después que vosotros, padres, hayáis hecho todo lo posible para educar a vuestros hijos, si no creen como os esperabais, no os olvidéis nunca que hay Otro que tiene más interés que vosotros en su educación, el que es su verdadero Padre».
El peligro de la apostasía del hijo
Distinto es el caso de algún hijo, —y gracias a Dios se trata de casos muy puntuales, pero siempre posibles— que para afirmar su autonomía respecto a los padres, reniega de la fe.
A lo mejor se declara ateo y comienza a tener unas actitudes contrarias a la vida cristiana: o metiéndose en la droga, o viviendo una vida libertina, de fornicación o adulterio y, a lo mejor, pretendiendo quedarse en la casa y campar a sus anchas con los horarios, llevando una vida abiertamente pagana, exigiendo a los padres ser respetado e incluso ser apoyado económicamente.
En estos casos es necesaria una actitud decidida y firme por parte de los padres. No de enfado, porque no se trata de eso, sino con serenidad y tranquilamente, pero sobre todo con firmeza, afirmar que la suya es una familia cristiana, y que si el hijo quiere llevar una vida pagana, o respeta las normas de la familia, o bien se marcha de la casa y que haga lo quiera.
Los padres rezarán por él, para que el Señor lo vuelva a traer al recto camino, y como en la casa del hijo pródigo estarán siempre contentos de volver a acogerlo cuando decida llevar una vida cristiana. Para los judíos, a un hijo que apostataba se le consideraba como muerto; la Iglesia, comunidad de comunión, familia de Dios, excomulgaba a quien había tenido un comportamiento contrario a Dios, a los apóstatas, a los adúlteros y a los asesinos, no para su condenación, sino rezando por ellos y esperando y deseando su retorno a la comunión, a la que volvían a ser admitidos después de un tiempo transcurrido en la orden de los penitentes.
No tener miedo de proponer unos ideales altos cuyo alcance solicita a veces unas renuncias, unos sufrimientos y el ir contracorriente.
Conscientes de esto y de las dificultades reales que existen hoy en no pocos países para los jóvenes, especialmente en presencia de factores de degradación social y moral, los padres han de atreverse a pedirles y exigirles más. No pueden contentarse con evitar lo peor —que los hijos no se droguen o no cometan delitos— sino que deberán comprometerse a educarlos en los valores verdaderos de la persona, renovados por las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor, la libertad, la responsabilidad la paternidad y la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la honradez, el arte, el deporte, el gozo de saberse hijos de Dios y, con esto, hermanos de todos los seres humanos, etc. (S. h. 49).
El Papa, en la pasada fiesta de Santa María Goretti, ofrecía a los jóvenes de hoy un modelo:
Se concluye hoy, 6 de julio, la celebración del centenario de la muerte de santa María Goretti.
¿Qué dice a los jóvenes de hoy esta muchacha frágil, pero cristianamente madura, con su vida y sobre todo con su muerte heroica?
Marietta —así la llamaban familiarmente— recuerda a la juventud del tercer milenio que la verdadera felicidad exige entereza y espíritu de sacrificio, rechazo de cualquier componenda con el mal y disposición a pagar personalmente, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a los mandamientos.
¡Qué actual es este mensaje! Hoy se exaltan a menudo el placer, el egoísmo o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y de felicidad. Es necesario reafirmar con claridad que se debe defender la pureza del corazón y del cuerpo, porque la castidad «custodia» el amor autentico.
«Responderéis: este es el sacrificio de la Pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas y salvó de Egipto cuando hirió a los egipcios».
Libro del Éxodo (Ex 12, 27)
La elección de Dios y la misión que nos confía no implica solamente a los padres, sino que junto a ellos también a los hijos, según afirmó el Papa entregando el Crucifijo a más de cien familias enviadas en misión a los lugares más pobres y necesitados de la tierra:
«Hoy, queridos hermanos y hermanas, estáis aquí para testimoniar precisamente la dimensión misionera y profética de vuestro camino de fe. Y queréis subrayar que esta dimensión misionera enviste a la familia en cuanto tal, ya que el renacimiento bautismal no atañe a los componentes solo singularmente, sino que los implica todos juntos empeñándolos como comunidad familiar en un más profundo vínculo de unidad en la caridad y en un más vivo impulso misionero».
Santo Padre Juan Pablo II
A los dirigentes del Touring Club Italiano
Lunes, 12 de diciembre de 1994
Importancia de los abuelos en la transmisión de la fe a los nietos
Considerando la vida familiar, hemos examinado las relaciones entre generaciones «en la biología de la generación está inscrita la genealogía de la persona» (Carta a las Familias, 9). Un fuerte realce ha sido dado a la contribución de los abuelos en la educación de sus nietos.
Los abuelos comunican con especial ternura una experiencia de vida y de fe, y son hoy, a menudo, un importantísimo factor de evangelización, especialmente cuando la misión de transmitir la fe va a menos por distintos motivos. En la transmisión de los valores y de manera singular de los religiosos, el papel de los abuelos se revela hoy de una importancia fundamental frente al peligro de un vacío en la educación a este respecto.
Congreso Teológico-Pastoral sobre los hijos
Pontificio Consejo para la Familia
11-13 de octubre de 2000
Seguir el camino del hijo sobre todo en la edad de la adolescencia
Los padres están llamados a seguir a los hijos y a continuar la transmisión de la fe también cuando ellos siguen el Camino en su propia Comunidad [34]. Considerando los tiempos difíciles, sobre todo en la edad de la adolescencia, la etapa más delicada de la formación, el paso de la infancia a la edad adulta, los padres están llamados a seguir con vigilancia el camino de sus propios hijos, animándolos sin desfallecer.
Los hijos, al crecer, entran en un periodo particularmente importante, delicado y difícil de su educación. La necesaria conquista de la propia identidad lleva a los adolescentes a una autoafirmación que con frecuencia va acompañada por la tentación de adoptar una actitud de contestación a la autoridad de los padres, con cierto distanciamiento del ambiente familiar, que hasta entonces había sido casi el único ámbito vital. Precisamente en esta edad se produce el fascinante descubrimiento del otro sexo y se acentúa la influencia de los elementos extra-familiares en la vida del adolescente, sobre toda de los medios de comunicación social, de los grupos de amigos, de la escuela. Todo esto hace más difícil, pero no por esto menos importante, la acción educadora de los padres, confiada ya sobre todo a la fuerza seductora del ejemplo y del influjo discreto de una actitud prudente, que cultive un vínculo profundo con el joven, adecuado en la forma y en el estilo a su edad y a sus características personales.
Dedicándole el tiempo y la atención necesarios, los padres conseguirán ciertamente que el joven experimente cuánto lo quieren de modo fiel, tenaz, respetando su personalidad y libertad, y siempre dispuesto a ayudarlo y acogerlo, sobre todo en los momentos de necesidad.
[34] Aunque los hijos estén en el Camino, los padres continúan la celebración de las Laudes el domingo por la mañana, también porque en tal contexto los hijos pueden hablar de sus dificultades, de las dudas o problemas para seguir haciendo el Camino, y los pueden ayudar e iluminar.
Los padres están llamados a acompañar a los hijos en su preparación a la Primera Comunión en la parroquia, y después a la Confirmación, explicando mano a mano a los hijos el profundo significado de estos acontecimientos en su vida. Así introducen a los hijos en la propia Comunidad Neocatecumenal después de la Primera Comunión, participando por primera vez en la celebración de la Eucaristía donde hacen las moniciones, proclaman la Palabra y comulgan el Cuerpo y Sangre de Cristo, en un clima de acogida y de fiesta.
La participación en la celebración de la Pascua [32]
Es fundamental para la transmisión de la fe la participación desde la más tierna edad a la fiesta de la Pascua, participando en la medida de lo posible en las solemnidades del Triduo Pascual, sobre todo de la Vigilia Pascual. Según la edad empiezan a participar en parte al ayuno pascual, preparan los cantos, viven la espera de la Vigilia Pascual. A través de los cantos, las tinieblas y la luz, el incienso, los cantos, las preguntas de los niños y las respuestas de los padres, los Bautismos por inmersión, la Eucaristía solemne, los niños empiezan a vivir este evento como el evento principal del año y de su vida.
A la edad de los 13 años los hijos inician la catequesis y entran en una comunidad neocatecumenal
A la edad de los 13 años [33] los hijos inician la catequesis y entran en una comunidad neocatecumenal propia, en la cual junto con los hermanos recorrerá el camino de iniciación hacía una fe adulta, de modo que poco a poco la fe recibida por los padres se convierte en algo propio para afrontar como cristiano adulto la vocación a la que Dios le llama.
[32] La Pascua hebrea exige tanto de esos preparativos que es natural preguntarse el porqué, precisamente, las preguntas que los niños hacen a los padres acerca del significado de la Celebración son el núcleo de la misma y tienen que ser satisfechas antes que cualquier otra cosa.
Un particular significado característico de esta celebración es el hecho de evidenciar cómo ninguna educación impartida por terceras personas, como por ejemplo maestro, puede ocupar el lugar de una educación transmitida a través de una implicación personal, por el padre mismo. El saber hebreo no es una cuestión sencillamente teórica o mecánica, sino que se trata de una cuestión práctica que enviste el estilo de vida de un hombre y es por esa razón que no puede ser transmitida únicamente en un nivel casi del todo teórico en la escuela.
Este es un mensaje importante que proviene de la celebración de la Pascua que sitúa en el centro el ambiente familiar.
Así como todo padre tiene el deber de cumplir su función educativa, del mismo modo la ley hebrea se asegura que todo carácter del hijo puede beneficiarse de la instrucción parental.
Escribe Pinchas Lapide: «ningún niño hebreo llega a la mayor edad religiosa (la edad del bar-mitzvà) sin haber vivido como una experiencia personal la historia de la salida de Egipto, y sin haber hablado de ella con participación […]. La Pascua, en efecto, es sobre todo una fiesta de familia, en la cual los niños ocupan un papel central».
Unos cuantos elementos del «Seder» evidencian el papel activo desarrollado por los niños y el intento de solicitar su atención y participación en el transcurso de la celebración: la mesa redonda, bien preparada, los alimentos simbólicos, la preparación a la fiesta, de modo tal que la celebración pascual se transforma en una memorable experiencia educativa y de fe.
Su papel de todas formas, es verdaderamente decisivo en ocasión de la fase llamada ‘maggid’, «contar», o sea, la fase narrativa. La liturgia tiene aquí en su centro la narración del éxodo de la esclavitud egipcia, de manera que refuerza la propia entidad hebraica y, a la vez transmite importantes enseñanzas pedagógicas, dirigidas tanto a los hijos como a los padres y valores universales. Es deber de los padres transmitir la enseñanza histórica de la salida de Egipto contestando a las preguntas de los hijos en concordancia con la inteligencia de cada uno. Para evidenciar la gran variedad de la personalidad humana con la conciencia que cada persona es distinta y única en su género, en el plano pedagógico el texto de la cena pascual se refiere a cuatro simbólicos modelos filiales para otros tantos hijos presentes: uno sabio, uno malvado, el tercero «simplón» y el último incapaz hasta de formular preguntas.
En la boca de los primeros tres se ponen unas preguntas provocadoras, para ofrecer al cabeza de familia unos ejemplos de respuestas pertinentes, que él puede ampliar a su gusto. Todo esto para ilustrar plásticamente y de múltiples maneras, apto para las diversas mentalidades, la epopeya de la liberación del pueblo hebreo. El hebraísmo presenta aquí su característica de libertad, de apertura a distintas posibilidades de interpretación de la fiesta:
—de la del sabio propia de quien conoce el sentido «Pesaj», la Pascua hebrea, de quién experimenta cotidianamente la libertad y la gloria que de ella derivan, al que se le responde que siga por ese camino, profundizando en ella cada vez más
—a la del malvado, el cual nada menos ignora la Pascua, no conoce la libertad; es incapaz de aprender;
—luego está el «simplón», el ingenuo que aparece del todo superficial e imposibilitado a poner verdaderas cuestiones, a evolucionar. Se trata del hombre que cree saber y que, por eso, víctima de su ilusión, está condenado a la ignorancia;
—finalmente el hijo que no sabe hacer preguntas, probablemente el más joven pero está dispuesto a aprender, siguiendo una pedagogía correctamente fundada. La sugerencia del Midrash es la de «abrirle la boca», de manera socrática, estimulándola a interrogar, capturando su atención, haciéndolo participe de la reflexión común. El sustantivo latino ‘infans’, de donde deriva «infante», es decir, aquel que no habla y que tiene que ser introducido a hablar, refleja una fundamental necesidad pedagógica que el hebraísmo dice que consiste esencialmente en inducir al niño ante todo a hacer preguntas.
[33] El Bar-mitzvà: literalmente el término bar/bat-mitzvà significa «hijo/a del mandamiento» e indica tanto el momento en el que se alcanza la madurez religiosa y legal como la ceremonia en ocasión de la adquisición formal del status de madurez religiosa, alcanzada, la edad de trece años por los chicos y doce por las chicas. Una vez que ha alcanzado tal edad, un hebreo está obligado a la observancia de los mandamientos. Esta consiste en una bendición que el padre pronuncia para ser libre de la responsabilidad legal de las acciones de su propio hijo. A su vez, este último, al fin de probar públicamente la madurez alcanzada, el sábado siguiente al cumplimiento de los trece años es convocado para leer la Torah en la sinagoga: pronunciando una serie de bendiciones apropiadas, leyendo una parte de la perícopa semanal y el paso de los profetas y teniendo una exposición homilética al grupo de los presentes; poniéndose por fin a su disposición y respondiendo a eventuales preguntas.
El matrimonio y la familia cristiana edifican la Iglesia; en efecto, dentro de la familia la persona humana no solo es engendrada y progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana, sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia.
La familia humana, disgregada por el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la muerte y resurrección de Cristo. El matrimonio cristiano, partícipe de la eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia.
El mandato de crecer y multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo su verdad y realización plenas.
La lglesia encuentra así en la familia, nacida del sacramento, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y estas, a su vez, en la Iglesia.
Las Laudes en familia en el Día del Señor
Particularmente eficaz se ha demostrado para la transmisión de la fe a los hijos la «celebración doméstica de las Laudes» en familia, el Domingo por la mañana, donde todos se encuentran unidos en la oración litúrgica y en la escucha de la Palabra de Dios: los padres, los hijos, los abuelos, los tíos: todos los que componen la familia.
La experiencia demuestra que estas catequesis familiares, recibidas por los niños, de los 6 a los 12 años, quedan grabadas para toda la vida. En estas celebraciones domésticas, que se desarrollan, cuidando los signos litúrgicos (el mantel blanco sobre la mesa, dos cirios encendidos, las flores, la Biblia), después del canto de los Salmos de las Laudes del Domingo, que los hijos acompañan con algunos instrumentos, el padre proclama un texto de la Escritura, y luego, después de haber actualizado la Palabra, coadyuvado por la madre, empieza un diálogo con los hijos, preguntándoles qué les dice la Palabra proclamada a su vida personal, en la relación con los hermanos y los padres, el ambiente de la escuela, de los amigos.
Para los hijos se trata de una ocasión inmejorable para que se puedan abrir en un contexto litúrgico, por debajo de la Palabra, como también los padres, y poder manifestar los problemas que encuentran y ser ayudados por la experiencia de los hermanos mayores y de los padres. El padre recoge luego el eco de la familia y cierra las Laudes con el canto del Benedictus, las oraciones espontáneas, y al final bendiciendo a los hijos.
La celebración doméstica de las laudes tiene que ser cuidada al máximo y permite un diálogo sincero con los padres, para ver juntos la vida, los aspectos positivos y problemáticos a la luz de la fe. Es una última escuela de saneamiento, sobre todo cuando los hijos van a la escuela. Los padres han recibido el mandato de transmitir la fe: por eso es deber de los padres informarse no solo de cómo les va a los hijos en la escuela, como preocupados sobre todo por el rendimiento escolar, o del éxito, sino preguntar a los hijos sobre lo que aprenden en la escuela, que les enseñan, especialmente en lo concerniente a la moral, a la sexualidad, a la historia de la Iglesia, a la religión, enterándose de que amigos frecuentan. Y que deshagan las mentiras con la verdad de la revelación, de la tradición y del magisterio. No hace falta una gran cultura, ni es cuestión de tener unos complejos de inferioridad respecto a los estudios de las escuelas superiores que hoy están en manos de docentes a menudo laicistas y ateos, basta el «sensus fidei», para desmontar las mentiras del demonio y comunicar la luz de la revelación a los hijos [31].
[31] En Louis Isaac Rabrinowitz es posible leer: «La constante insistencia sobre el valor de la familia como unidad social por la propagación de las virtudes domésticas y religiosas, y además el hecho significativo de que la palabra hebrea para el matrimonio es ‘qiddshin’, es decir, ‘santificación’, tuvieron el resultado de hacer de la casa hebraica el factor más vital en la supervivencia del judaísmo y en la preservación del estilo hebreo de vida, mucho más que la sinagoga y la escuela». Si la relación maestro-discípulo es absolutamente fundamental en el desarrollo del judaísmo, es necesario notar cómo las primeras enseñanzas religiosas del vástago son impartidas en la familia por la madre y el padre, según una larga serie de prescripciones bíblicas.
El padre y la madre sienten, pues, como un deber su «hablar» a los hijos por lo menos hasta el bar-mitzvà, de los mandamientos, de los gestos, de los ritos culturales de su fe (L ‘educazione nella famiglia ebraica moderna, tesis de Laura di Rivka Barissever www. morasha. a. it/tesi/brsv/brsv04. html.
«Escucha Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Yahvé. Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas».
Libro del Deuteronomio (Dt 6, 4-9)
Es constante en la Tradición cristiana, como también en la hebrea [29], que la primera y más incisiva transmisión de la fe a los hijos acontezca en el seno de la familia.
La familia: Iglesia doméstica
Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios». Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que «con toda su casa» habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa». Estas familias convertidas eran como islas de vida cristiana en un mundo no creyente (CEC, 1655).
Los Padres de la Iglesia, en la tradición cristiana, han hablado de la familia como «iglesia doméstica», como «pequeña iglesia». Se referían así a la civilización del amor como un posible sistema de vida y de convivencia humana. «Estar juntos» como familia, ser los unos para los otros, crear un ámbito comunitario para la afirmación de cada hombre como tal, de «este» hombre concreto. A veces puede tratarse de personas con limitaciones físicas o psíquicas, de las cuales prefiere liberarse la sociedad llamada «progresista». lncluso la familia puede llegar a comportarse como dicha sociedad. De hecho lo hace cuando se libra fácilmente de quien es anciano o está afectado por malformaciones o sufre enfermedades. Se actúa así porque falta la fe en aquel Dios por el cual todos viven (Lc 20, 35) y están llamados a la plenitud de la vida.
Carta a las familias, 15. [30]
La educación a la fe desde la más tierna edad de los hijos: enseñar a rezar
«La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el Evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres» (CEC, 2226).
[29] Todo el pensamiento hebreo gira alrededor de conceptos pedagógicos concernientes a la educación de los hijos en cuanto que la transmisión de los conocimientos de los padres a la prole es el fundamento mismo de la familia hebrea y garantía para la continuidad de la identidad hebraica y de la comunidad entera.
La palabra «hijos» en hebreo se traduce con «banim» de cuya misma raíz deriva el sustantivo «bonim» (constructores).
Los hijos permiten la construcción de la comunidad y de ellos depende su futuro; también por este motivo están considerados, por el hebraísmo, un tesoro preciado donado por Dios. Todos los grandes maestros del pensamiento tradicional hebreo concuerdan en la afirmación de que la finalidad principal de la educación consiste en trasmitir unos valores fundamentales universales en la base de una sana relación entre padres e hijos.
La Biblia enseña que los padres y maestros tienen la obligación de guiar a sus propios hijos en la distinción entre el Bien y el mal en las distintas esferas de la vida. Está escrito que para una educación sana, el padre y la madre tendrían que estar de acuerdo sobre conceptos educativos básicos, unidos y coherentes en sus propias acciones.
El Talmud sugiere que, en el momento de educar a sus hijos, un padre tiene que dejar que «la mano izquierda rechace mientras la derecha acoge», es decir, el amor (simbolizado por la mano derecha, más fuerte) tiene de todas maneras que seguir siempre a la punición y ser utilizado mayoritariamente respecto a la severidad.
La liturgia cotidiana que se desarrolla entre los muros domésticos no es, según el hebraísmo menos relevante que la liturgia sinagogal. (L ‘educazione nella famiglia ebraica moderna, tesis de Laura di Rivka Barissever, www. moi’asha. i t/tesi/brs v/br rsv04. html).
[30] Juan Pablo II, Carta a las Familias, Roma 1994.
Elaborado por la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, el documento acoge las orientaciones dadas por Benedicto XVI acerca de la llamada «emergencia educativa» y propone como una de las primeras respuestas de la Iglesia el «aunar esfuerzos, compartir experiencias, dedicar personas y priorizar recursos, con el fin de coordinar objetivos y acciones entre los diversos ámbitos: familia, parroquia y escuela, en orden a la transmisión de la fe, hoy».
Las Orientaciones pastorales que ahora se publican «quieren ayudar a los padres de familias en su difícil y hermosa responsabilidad de educar a sus hijos; a los sacerdotes y catequistas en las parroquias en la paciente y apasionante misión de iniciar en la fe a las nuevas generaciones de cristianos; así como a los profesores de religión en los centros de enseñanza, estatales y de iniciativa social, católicos o civiles, preocupados y entregados a la noble tarea de formación de niños y jóvenes».
El documento está estructurado en cinco capítulos: en el primero, se hace un breve análisis de las necesidades, dificultades y posibilidades de la transmisión de la fe en la familia cristiana, la catequesis parroquial y la enseñanza religiosa escolar; en el segundo, se trata de los responsables de la coordinación de objetivos y acciones; en el tercero, se exponen los servicios distintos y complementarios que corresponden a los diversos ámbitos; en el cuarto, se señalan las dimensiones específicas de estos servicios en la transmisión de la fe; y, en el quinto, se ofrecen aquellos medios que favorecen y ayudan a la transmisión de la fe, hoy, según las distintas situaciones de los destinatarios y las diversas responsabilidades de padres, catequistas y profesores.
Una propuesta en el contexto de la «nueva evangelización»
El primer capítulo comienza analizando los distintos factores que hoy «son signo y causa de un radical cambio de mentalidad respecto al valor de lo recibido por herencia y tradición» (dispersión, fragmentación de la persona, modelos de referencia poco consistentes, etc.). Todo ello ha repercutido de manera significativa en los lugares de transmisión de la fe: familia, escuela, ambiente, e incluso, en grupos de identidad eclesial. «Más allá de la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo, los papas alientan a la Iglesia a revitalizar su propio cuerpo, poniendo en el centro a Jesucristo, el encuentro con él y la luz y la fuerza del Evangelio».
El texto que ahora ofrecen los obispos se enmarca en este contexto de «nueva evangelización». Aun reconociendo las dificultades que plantea la coyuntura actual, «estamos persuadidos –subrayan- de que desde una sana antropología, los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni destruir. De hecho se advierte una sed generalizada de certezas, de valores y de objetivos elevados que orienten la propia vida».
Responsables de la coordinación
En el segundo capítulo las Orientaciones pastorales inciden en que «transmitir o comunicar la fe es responsabilidad propia de todos los creyentes de cualquier edad y condición. Podemos decir que se trata de una tarea de corresponsabilidad entre los pastores de la Iglesia, padres de familia, catequistas, profesores, animadores de grupos, etc.»
Los obispos recuerdan el papel especial e insustituible que los laicos cristianos tienen en la comunicación de la fe, la importancia de que el empeño educativo se realice en comunión al servicio de la misión, y de esta manera va recorriendo las diferentes responsabilidades que se tienen en la parroquia, en el arciprestazgo, o en la escuela; en particular, en la escuela católica, que «debe ser un referente educativo no solo en su acción formativa, sino en el testimonio de las personas consagradas y profesores cristianos laicos. Este testimonio solo será eficiente si se realiza dentro de la espiritualidad de comunión eclesial».
El servicio de la familia, la parroquia y la escuela
El tercer apartado es un capítulo central en el documento y en él se especifica cuál es el servicio de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe. En él se reconoce a la familia como «primera escuela» e «iglesia doméstica». «Los padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en el que se miran los niños y adolescentes (…) La iniciación en la fe cristiana es recibida por los hijos como la transmisión de un tesoro que sus padres les entregan, y de un misterio que progresivamente van reconociendo como suyo y muy valioso. Los padres son maestros porque son testimonio vivo de un amor que busca siempre lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios siente por ellos».
Como «iglesia doméstica» que es, la función educadora de la familia no se queda en el testimonio, de por sí imprescindible, sino también en la presentación de los contenidos de la fe, adecuados a la edad de los hijos, y en ser el marco propicio donde se descubran, asuman y practiquen las virtudes cristianas, más aún en un ambiente social desfavorable.
Respecto a la acción catequética en la parroquia, se señala que «en la situación actual, todo el proceso de iniciación cristiana exige una atenta reflexión sobre su significado y su forma de realización». Concierne a la parroquia promover el primer anuncio de llamada a la fe (no debe presuponerse siempre que el despertar religioso ha surgido en el seno de la familia), y se invita a que exista una relación, que resulta básica, entre iniciación cristiana familiar y catequesis parroquial.
Con respecto a la enseñanza religiosa en la escuela, en el documento se recuerda que se trata de «un derecho y un deber de los padres y alumnos católicos», y en concreto en este capítulo se explica en qué consiste la peculiaridad de esta enseñanza: «presenta el mensaje y acontecimiento cristianos en sus elementos fundamentales, en forma de síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida».
La religión no es solo una realidad interior, aunque esto para el creyente sea lo decisivo; la religión ha sido a lo largo de la historia, como lo es en el momento actual, un elemento integrante del entramado social humano y un ineludible hecho cultural. «Por ello, los contenidos fundamentales de la religión dan claves de interpretación de las civilizaciones. Y si la religión es un hecho cultural importante que subyace en el seno de nuestra sociedad, es evidente que su incorporación a la escuela enriquece y es parte importante del bagaje cultural del alumno».
Frente a algunas voces que cuestionan la presencia de la religión en la escuela, en el texto se ofrecen algunos motivos que autorizan su presencia, como son por ejemplo el hecho de que sea necesaria para «comprender la civilización europea en la que estamos sumergidos», el que esta enseñanza, bien realizada, «favorece la unidad interior del alumno creyente», y el hecho de que «brinde al alumno motivos para vivir, le ofrezca valores morales a los que adherirse y le indique caminos para orientar su comportamiento».
Por último, la enseñanza de la religión tiene también una evidente dimensión evangelizadora. «Siguiendo las orientaciones de Benedicto XVI, hemos de subrayar que la enseñanza religiosa, lejos de ser solamente una comunicación de datos fácticos, informativa, la verdad amante del Evangelio es creativa y capaz de cambiar la vida, es performativa. Por ello, esta materia no puede reducirse a un mero tratado de religión o de ciencias de la religión, como desean algunos; debe conservar su auténtica dimensión evangelizadora de transmisión y de testimonio de fe. Por ello, los profesores deben ser conscientes de que la enseñanza religiosa escolar ha de hacer presente en la escuela el saber científico, orgánico y estructurado de la fe, en igualdad académica con el resto de los demás saberes, haciendo posible el discernimiento de la cultura que se transmite en la escuela y respondiendo a los interrogantes de los alumnos, en especial a la gran pregunta sobre el sentido de la vida».
Elementos al servicio de la transmisión de la fe
El cuarto capítulo recoge, de forma práctica, los elementos al servicio de la transmisión de la fe en la familia, la parroquia y la escuela. «Uno de los elementos a tener en cuenta a la hora de coordinar la educación cristiana –comienza diciendo el texto- es el de las dimensiones específicas de cada institución y es particularmente necesario en lo que se refiere a los contenidos. Cuidando lo característico y propio, se favorece mejor lo complementario».
La familia debe cuidad el despertar religioso del niño, su capacidad de admiración y ayudarle a descubrir a Dios, también en la oración. La catequesis debe tener en cuenta la síntesis de la fe desde la vivencia y la escuela, por su parte, la síntesis de fe desde el saber.
El texto propone una serie de contenidos que orientan un itinerario orgánico y sistemático; ofrece un itinerario marco para la formación religiosa de los adolescentes; y detalla referencias concretas a la psicología de la adolescencia, dado que el mensaje cristiano es sembrado en una «tierra abonada de elementales necesidades y de sorprendentes posibilidades», donde conviene tener en cuenta de manera muy especial cuestiones como la libertad, la confianza, la amistad, la compañía y la celebración.
Medios y modos
Las Orientaciones pastorales terminan con un capítulo dedicado a los medios y modos para la coordinación en la transmisión de la fe. Repasa las situaciones que hay que tener en cuenta a las distintas edades; urge a los padres, catequistas, profesores y alumnos a dar testimonio cristiano; y repasa los medios y servicios mutuos que hay que tener en cuenta y prestar en los distintos ámbitos. «Los catequistas, profesores y padres, interrelacionados, han de ofrecer un testimonio coherente y concorde con los valores que la enseñanza religiosa propone y fundamente, así como han de valorarse positivamente en aquello que cada uno realiza según su función».
«Invitamos a todas las instituciones implicadas –concluyen los obispos- a colaborar en este proyecto al servicio de la transmisión de la fe. Formar a las nuevas generaciones siempre ha sido una labor ardua, pero gratificante. En las circunstancias actuales que nos toca vivir, podemos afirmar a que es un tarea difícil, pero apasionante. Hoy, necesitamos educadores en la fe que sean maestros y testigos: o, mejor, testigos para ser maestros» (…) Es una ocasión para fomentar, de nuevo, la educación cristiana a todos los niveles y ofrecerla como alternativa a otras. La Conferencia Episcopal Española estudiará las posibilidades de un proyecto educativo católico que contemple una visión coherente, armónica y completa del hombre, con objetivos, acciones y medios adecuados, y que sirva como marco de referencia para todas las instituciones educativas católicas. En palabras del beato Juan Pablo II, somos conscientes de que está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su realización».