por Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro | 2 Nov, 2015 | Postcomunión Narraciones
«Entonces llamaron a uno que pasaba, un cierto Simón de Cirene, que venía de trabajar en el campo, padre de Alejandro y de Rufo, y le obligaron a llevar la cruz…»
Marcos 15, 21
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El viejo Santiagón tenía una casa en las afueras del pueblo, con un banco de carpintero y un colchón de virutas en el que dormía. Comer no era problema, con un poco de pan y queso se las arreglaba; el problema era beber. Porque Santiagón acababa borracho todas las tardes. Una vez hizo un negocio excepcional, cuando murió la vieja que vivía en el primer piso de la casa de enfrente de la suya. La buena mujer le encargó que distribuyera todo lo que tenía entre sus nietos y sobrinos. Santiagón lo hizo, y al final sólo quedó un gran crucifijo de madera de casi metro y medio de altura.
—¿Y qué hacemos con eso?, dijo uno de los herederos a Santiagón señalando el crucifijo.
—Yo creía que tú lo querías.
—No sabría dónde meterlo —dijo el heredero—. Mira a ver qué puedes hacer con él, parece muy antiguo…
Santiagón había visto muy pocos crucifijos en su vida, pero de cualquier manera estaba dispuesto a jurar que aquel era el más feo que había visto nunca. Se lo echó a la espalda y fue de casa en casa, pero nadie lo quería. Así que se lo quiso devolver al heredero, pero éste se lo quitó de encima diciendo:
—Quédate tú con él, yo no quiero saber nada. Si te dan algo por él mejor para ti.
Santiagón dejó el crucifijo en el taller, y en la primera ocasión en que se quedó sin un duro volvió a ir de casa en casa con el crucifijo, a ver si le daban algo por él. Entró en la taberna y lo dejó en una esquina. Al tabernero, que le pedía que le pagase todo lo que le debía, le mintió: Una señora rica me ha dado palabra de comprármelo. En cuanto cobre, te lo pago todo.
Borracho, Santiagón volvió a su casa con el crucifijo a cuestas. Y así, un día tras otro, en que iba de taberna en taberna. Hasta que, viendo que no lo vendía, se puso en camino de peregrinación a Roma con el Cristo a cuestas. Nadie le negaba un poco de pan y de vino. En un pueblo celebraban un banquete de bodas, y Santiagón se coló y se puso ciego de vino. Cuando empezó a despertar de la borrachera, salió a los caminos con el crucifijo a cuestas. Pero empezó a caer una nevada tremenda y, cuando se quiso dar cuenta, no sabía dónde estaba, se había perdido. Miró al Cristo, apoyado en una roca, y le dijo:
En menudo lío os he metido, y estáis todo desnudo, con la que está cayendo…
Se quitó el pañuelo del cuello y limpió la nieve que caía sobre el crucifijo. Luego, se quitó su tabardo y se lo puso al Cristo.
A la mañana siguiente encontraron a Santiagón, que dormía el sueño eterno, acurrucado a los pies de Cristo. Y la gente no entendía cómo era que Santiagón se había quitado su tabardo para cubrir al crucificado. El viejo cura de la aldea se estuvo largo rato mirando aquella estampa, luego hizo sepultar a Santiagón y mandó grabar sobre una piedra estas palabras: Aquí yace un cristiano y no sabemos su nombre, pero Dios lo sabe, porque está escrito en el libro de los bienaventurados…
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Este cuento apareció publicado en Alfa y Omega el 19/04/2001 y se reproduce aquí por cortesía del semanario a quien se agradece su autorización. El cuento pertenece al libro de Alessandro Gnocchi y Mario Palmaro titulado Don Camillo, il Vangelo dei semplici, editado en italiano por la editorial Áncora Editrice. El cardenal Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, comenta este relato bajo el título «Insólita canonización», y escribe: No debemos olvidarlo jamás: a pesar de la alergia religiosa de la cultura dominante, entre todo lo real, lo más real es Dios. Nada tiene de extraño que descubramos en este relato fulgores teológicos dignos de los más profundos pensadores cristianos: al comienzo, el Cristo —el más horroroso crucifijo del universo— es para Santiagón sólo un objeto inesperado y molesto. Luego, poco a poco, se va convirtiendo en Alguien, en una persona concreta y viva, con la que se riñe, y a la que se le acaba poniendo el propio abrigo. Al final, Cristo no es sólo un amigo, es un hermano al que ayudar, defender, y amar.
por Pedro de la Herrán | Luis M. Benavides | 28 Oct, 2015 | Catequesis Artículos
¿Cómo remontar la crisis de la familia?
Es urgente una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad.
SS Francisco, Audiencia con obispos de la Conferencia Episcopal de la República Dominicana, 28 de mayo de 2015
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Sumario
1. Tobías y Sara.
2. Deterioro actual del matrimonio y la familia.
3. Hay que volver al proyecto inicial de Dios.
4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio.
5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy.
6. El matrimonio es una vocación a la santidad.
7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera.
Apéndice: Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio
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1. Tobías y Sara
La Biblia cuenta la historia de dos jóvenes, Tobías y Sara, que se conocieron y se enamoraron. En su noche de bodas, dirigieron sus corazones a Dios con gratitud y confianza. Tobías declaró en su oración que tomaba a Sara como esposa no por mero placer, sino por amor, con rectitud de intención. Y terminó diciendo: «Ten misericordia de ella y de mí, para que alcancemos juntos la ancianidad». Después dijeron ambos: «¡Amén, amén!»
Esta antigua historia se actualiza cada vez que un hombre y una mujer, primero ante el altar y más tarde ante el lecho nupcial, celebran libremente el Sacramento del Matrimonio para entregarse mutuamente por amor hasta que la muerte los separe.
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2. Deterioro actual del matrimonio y la familia
A lo largo de estas últimas décadas se ha ido deteriorando la imagen del matrimonio y de la familia. El papa Francisco afirmaba en una reciente Audiencia que la familia está siendo muy «baqueteada». ¿Qué quería decir con esta palabra? Si vamos al diccionario de la lengua española encontramos que «baquetear» equivale a sufrir el «castigo de baquetas», es decir ser golpeado con unas varas que usan los picadores para el manejo de los caballos. La familia de hoy está siendo baqueteada no con varas, pero sí por ciertas leyes y medios de comunicación.
En una de las primeras sesiones del Sínodo sobre la Familia (X-2015), el Cardenal Erdo –Arzobispo de Budapest y Relator del Sínodo- aseguró que los efectos de la globalización actual son causa de la disgregación de la familia porque están favoreciendo «un cambio antropológico: la persona, en la afirmación de su propia libertad, busca demasiado a menudo ser independiente de toda unión, de toda institución». Y esto, lógicamente, está teniendo consecuencias para la estabilidad matrimonial y para la educación de los hijos.
«Así parece explicarse -siguió diciendo- el número creciente de parejas que viven juntas establemente, pero no quieren contraer ningún tipo de matrimonio ni religioso ni civil». Además, «la fuga de las instituciones se encuentra también en el creciente porcentaje de divorcios».
También el arzobispo de Filadelfia, Mons. Chaput, denunció en el Sínodo que, en aras del desarrollo, los seres humanos «hemos contaminado nuestros océanos y el aire que respiramos, hemos envenenado el cuerpo humano con anticonceptivos y hemos tergiversado la comprensión de nuestra propia sexualidad».
Y el papa Francisco en la homilía de la Misa de Apertura del Sínodo (5-X-2015) hizo este diagnóstico: «Cada vez hay menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social». Parece bastante evidente que por este camino la familia normal –y por tanto la sociedad- no tiene mucho futuro.
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3. Hay que volver al proyecto inicial de Dios
El verdadero amor es mucho más que una emoción pasajera: supone la entrega de lo más íntimo del corazón. De hecho, el amor entre un hombre y una mujer es el reflejo del amor infinito que Dios nos tiene. De ahí su importancia y su belleza.
Todo matrimonio tiene su origen en la misma naturaleza humana. Podemos observar, por ejemplo, que las instituciones de gobierno o muchas leyes cambian con el tiempo: esto es posible porque solo son fruto de la creatividad del ser humano. Sin embargo, la unión del hombre y la mujer ha sido «proyectada» por Dios, pues Él es el autor del matrimonio (CEC, 1.603). En la Biblia se lee que Dios dijo al crear a Adán: No es bueno que el hombre esté solo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él (Gn 2, 18). Y creó a la mujer.
De la entrega recíproca y complementariedad sexual de los esposos surge de forma natural el don de la fecundidad. Por esta razón el matrimonio es la base sobre la que se construye la familia. Dios ha establecido en su plan que los hijos nazcan del amor de los esposos (hombre y mujer) y ha querido que todos los seres humanos vengan al mundo arropados por este amor.
Y no solo eso. La familia, como antes se dijo, cumple también otra función crucial: la de ser el fundamento y la base sobre la que se construye toda la sociedad. Así, el bien de una nación depende de la estabilidad de las familias que la componen.
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4. Recuperar las propiedades esenciales del matrimonio
La sociedad actual necesita recuperar y fortalecer las tres propiedades esenciales del matrimonio en conformidad con el plan de Dios: la unidad, la indisolubilidad y la apertura a la vida.
- Unidad: el varón y la mujer (y solo ellos) se unen para formar una comunidad de vida y de amor de manera que ya no son dos, sino una sola carne (Gn 2, 24 y Mt 19, 6). Ningún poeta ha definido mejor esta clase de unidad. La unidad no tiene partes y, por tanto, no se puede descomponer ni disolver.
- Indisolubilidad: significa que cuando los esposos se unen libremente, Dios sella su vínculo y ni «la Iglesia tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina» (CEC, 1.640). El bien de los esposos —que se han entregado el uno al otro— y el de los hijos así lo exige. El verdadero matrimonio es «uno con una y para siempre». El divorcio atenta de lleno contra esta propiedad fundamental del matrimonio y perjudica especialmente a los hijos.
- Apertura a la vida: el amor conyugal tiende, por sí mismo, a la generación de los hijos. Dios, inmediatamente después de crear a Adán y Eva, les dijo: Procread y multiplicaos, y llenad la tierra (Gn 1, 28). La Iglesia enseña que «el acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida» (Humanae Vitae, 12). El aborto y la anticoncepción atacan esta propiedad esencial del matrimonio y tratan al ser humano como si fuera un animal. La mentalidad y la práctica anticonceptiva que hoy impera se oponen radicalmente a una verdadera vida de fe y de amor en el matrimonio cristiano. Por eso, es muy difícil que un matrimonio que utilice prácticas anticonceptivas pueda transmitir la fe a sus hijos.
La aceptación generosa de los hijos como un don de Dios es la culminación natural del matrimonio. Sin embargo, aquellos esposos que no pueden tener hijos también están llamados a vivir santamente su matrimonio confiando en la Providencia amorosa de Dios y colaborando generosamente en el bien de la sociedad y de la Iglesia.
Es curioso comprobar que, al comienzo de su vida pública, Jesús asistió a una boda (Jn 2, 1-11). En efecto, en Caná de Galilea Jesús santificó el matrimonio con su presencia y realizó allí su primer milagro al convertir el agua en vino. Algunos antiguos Padres de la Iglesia vieron en este milagro la elevación de matrimonio natural al matrimonio-sacramento, fuente de gracias para los contrayentes y para su vida familiar. El matrimonio sacramental es el mismo matrimonio natural cuando se contrae válidamente por dos bautizados en la Iglesia.
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5. Objetivos prioritarios para la familia de hoy
Scott Hahn en su libro La evangelización de los católicos afirma que los cristianos deben recuperar una visión de la familia como «iglesia doméstica», según la expresión de san Pablo, que equivales a decir «iglesia familiar». Ante el reto de la crisis de la familia y de la descristianización, es necesario que se ayude a las familias cristianas, especialmente a las «familias jóvenes», a convertir sus hogares en lugares donde la fe se hace visible y real y donde se transmite a las nuevas generaciones. Y esta no es misión solamente de la madre, como tantas veces se aceptó en el pasado, sino de ambos cónyuges, si los dos se han comprometido a educar cristianamente a sus hijos. De este modo colaboran activamente en la nueva evangelización.
Para llevar a cabo esta misión evangelizadora como «iglesia doméstica», se requiere que marido y mujer asuman los siguientes objetivos:
- Ser consecuentes con los compromisos adquiridos y con las propiedades esenciales del matrimonio.
- Asumir la misión de ser los principales evangelizadores de sus hijos.
- Esforzarse en hacer de su familia sea un «lugar de oración».
- Tratar de que la Misa dominical ocupe un lugar central en la vida familiar.
- Esforzarte a diario para que la familia sea un remanso de paz y de caridad.
- Y un lugar que irradie amor y misericordia hacia fuera («Iglesia en salida»).
Estos objetivos los iremos desarrollando en los capítulos siguientes.
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6. El matrimonio es una vocación a la santidad
El matrimonio cristiano es un camino de santidad, una vocación. Mucha gente piensa que la palabra «vocación» se aplica exclusivamente al ámbito religioso: vocación sacerdotal, vocación a la vida religiosa, etc. Y no es así. La palabra vocación se usa principalmente como «la inspiración con que Dios llama a algún estado». Dios llama a la mayoría de los bautizados a la vida matrimonial y familiar y da a los esposos las gracias necesarias para que se ayuden mutuamente en su santificación.
La vida conyugal, siguiendo el espíritu evangélico, supone muchos beneficios para los esposos:
- Contribuye a combatir el egoísmo y la búsqueda del propio interés.
- Impulsa a entregarse generosamente al otro cónyuge y a los hijos.
Desde sus orígenes, la vida de la Iglesia ha estado muy unida a la institución familiar. En los Hechos de los Apóstoles, que es la historia de los primeros años de la Iglesia, leemos varias veces la conversión de familias enteras, familias que eran verdaderos oasis de vida cristiana en medio de un mundo pagano, familias que se sentían llamadas a santificarse en medio del mundo y a imitar el ejemplo de la Sagrada Familia en la vida ordinaria.
La situación entonces no era muy diferente ni más fácil que la que vivimos ahora. También hoy la familia cristiana tiene que superar numerosos obstáculos y, en medio de ellos, está llamada a crecer como comunidad de fe y oración en la que se transmite la fe de padres a hijos.
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7. Llevar el «espíritu de familia» a la sociedad entera
El papa Francisco en la audiencia del 7-X-2015 afirmó que «un vistazo atento a la vida diaria de los hombres y mujeres de hoy muestra inmediatamente la necesidad que hay en todas partes de una robusta inyección de «espíritu familiar».
El Papa manifestó que «se podría decir que el ‘espíritu familiar’ es la carta magna de la Iglesia: así el cristianismo debe mostrarse y así debe ser». El Santo Padre, refiriéndose a las relaciones humanas que predominan en la sociedad, señaló que «el estilo de las relaciones parece muy racional, formal, organizado, pero también muy ‘deshidratado’, árido y anónimo». «La familia introduce la necesidad de lazos de fidelidad, sinceridad, confianza, cooperación, respeto; anima a proyectar un mundo habitable y a creer en relaciones de confianza, también en condiciones difíciles». «Todos somos conscientes de lo insustituible de la atención familiar a los miembros más pequeños, más vulnerables, más heridos, e incluso más desastrosos en las conductas de su vida». La familia «libera de las aguas maliciosas del abandono y de la indiferencia, que ahogan a muchos seres humanos en el mar de la soledad». «Las familias saben bien qué es la dignidad de sentirse hijos y no esclavos, o extranjeros, o solo un número del carné de identidad». «De la familia, Jesús retoma su paso entre los seres humanos para persuadirlos de que Dios no los ha olvidado».
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Apéndice: Cómo la Iglesia salvó mi matrimonio
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por Aciprensa | 28 Oct, 2015 | Novios Testimonios
Rachael Marie Collins lleva siete años casada y tiene tres hijos. Aunque no faltan los problemas, ahora su matrimonio es estable y feliz. Pero tuvo que superar una profunda crisis al año y medio de casarse. Según explica en una carta dirigida a los padres sinodales, publicada en First Things, tras un noviazgo romántico y una boda extraordinaria, al principio la convivencia fue una «pesadilla». «Aunque nos queríamos –aclara–, ninguno de los dos estábamos preparados para las renuncias, los acuerdos y los com-promisos diarios que exige la vida matrimonial».
Collins y su marido querían salvar su matrimonio y buscaron apoyo y ayuda. No les faltaba buena voluntad y pusieron todos los medios que estaban a su alcance. Acudie-ron incluso a terapias de pareja. Sin embargo, el consejo que recibían eran siempre el mismo: la única salida posible era la separación. «Nuestro terapeuta dijo a mi marido que lo mejor era que dejáramos nuestra relación (…) Las cosas no iba a cambiar», de modo que si continuaban con su matrimonio el fracaso estaba asegurado.
Solo en la Iglesia encontraron el apoyo necesario para seguir adelante. De hecho, según Collins, la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio fue lo que salvó su amor. Justamente cuando los amigos y familiares, los terapeutas y los expertos les sugerían desistir de su compromiso, en la Iglesia encontraron el acicate necesario para perseverar.
«La enseñanza de la Iglesia sobre la indisolubilidad y el apoyo en la práctica (no solo doctrinal) que ofrece a los matrimonios en crisis fortaleció nuestra relación. No nos dejaba más elección que la de intentarlo una y otra vez hasta que la situación mejora-ra».
La Iglesia, animándoles a confiar en Dios y a asistir asiduamente a los sacramentos, enseñándoles a vivir paulatinamente las virtudes indispensables para la convivencia, como la paciencia o el perdón, y acompañándoles en sus luchas diarias, revitalizó su amor. Fue muy importante en este proceso tanto el acompañamiento espiritual de los sacerdotes como el ejemplo de otros matrimonios católicos, que les mostraba que la lucha por salvar su matrimonio tenía sentido.
«No sé si nuestro matrimonio hubiera sobrevivido si el mensaje de la Iglesia hubiera sido menos exigente o nos hubiera ofrecida la falsa esperanza de una salida ‘más misericordiosa’ a nuestra relación». Collins cree que las exigencias de la Iglesia no buscan endurecer o dificultar la vida matrimonial, sino defender el compromiso matrimonial y ayudar a las parejas a ser fieles a él. «Justamente porque nos obligó a perseverar –concluye–, la Iglesia nos enseñó a amarnos».
(Publicado en ACEPRENSA, 12-X-2015)
por PEDRO SAINZ RODRIGUEZ | mercana.org | 28 Oct, 2015 | Confirmación Vida de los Santos
Desaparecida su partida de bautismo, discuten los modernos biógrafos del Santo la fecha de su nacimiento, pareciendo casi seguro que éste tuvo lugar en Segovia el año 1533. Fue hijo de Diego Rodríguez y de María Gómez, dedicados al comercio de paños, y fue el segundo de los once hijos, siete varones y cuatro hembras, nacidos de este matrimonio. Cuando Alonso tenía doce años llegaron a Segovia dos de los primeros jesuitas, que se hospedaron en casa de Diego Rodríguez y, después de practicar su apostolado en la ciudad, se retiraron a una casa de campo. Durante todo el tiempo que estuvieron en Segovia tuvo el niño Alonso verdadera intimidad y trato con ellos, y los padres le enseñaron la doctrina cristiana, a rezar el rosario, a ayudar a misa y a confesarse.
Uno de estos padres era nada menos que el padre Fabro, y, aunque San Alonso olvidó sus nombres, recordó toda su vida y evocaba en su ancianidad estas enseñanzas recibidas en la niñez. Su padre envió a Alonso y a su hermano mayor a estudiar a Alcalá en el colegio de jesuitas allí fundado por el padre Francisco Villanueva, amigo de la familia, y a quien fueron encomendados los dos hermanos. No estuvo allí Alonso mas que un año, pues, fallecido su padre, la madre decidió que el primogénito continuase los estudios y Alonso regresase a Segovia para ponerse al frente del negocio paterno. Parece que el Santo no reunía grandes condiciones para el comercio, y el negocio iba cada día peor. Por consejo de su madre se casó con una joven montañosa llamada María Juárez, que poseía algunos bienes de fortuna. De este matrimonio nacieron dos hijos, pero la desgracia perseguía a Alonso, que perdió primeramente a uno de los hijos y a su mujer. Ya viudo, se murieron el otro hijo y la madre del Santo, que así quedó solo.
Se produce entonces en su alma una profunda crisis, decidiendo entregarse a una nueva vida, que inicia con una confesión general hecha con el padre Juan Bautista Martínez, predicador de la Compañía. Después pasó tres años de rigurosa penitencia con disciplinas cotidianas, cilicio, ayunos, cuatro horas y media diarias de oración y comunión cada ocho días. En una de sus memorias escrita en 1604 (Obras, t. l pp. 15-17) nos explica el Santo cómo en esta época fue ascendiendo de la oración vocal a la oración extraordinaria y sobrenatural, iniciándose ya las visitas de Jesucristo y la Virgen, tan constantes durante el resto de su vida. Después de seis años de esta vida hace en 1569 cesión a sus hermanas de sus bienes y se va a Valencia en busca de su confesor, el padre Luis Santander, rector del colegio de la Compañía en esta ciudad, y con el propósito de ingresar en la misma. Para esto se presentaron dificultades casi insuperables: su edad, su falta de estudios, su poca salud.
El padre Santander lo colocó primero en casa de un comerciante, después de ayo de un hijo de la marquesa de Terranova. Vistas las dificultades para ingresar en la Compañía, y obedeciendo a la sugestión de un conocido en quien el Santo creía ver después una influencia diabólica, formó el propóstio de dedicarse a la vida eremítica. Se produce entonces una crisis decisiva para su futura vida espiritual, pues, cuando dió cuenta al padre Santander de su proyecto, éste le dijo: «Me temo, hijo, que os perdéis, porque veo que queréis hacer vuestra voluntad». Ante estas palabras la conmoción de Alonso fue extraordinaria, haciendo allí mismo firme propósito de no realizar nunca su voluntad en los restantes dias de su vida. Esto explica una de las notas características de la espiritualidad del Santo: la obediencia ciega y absoluta.
Finalmente, todas las dificultades para el ingreso de Alonso en la Compañía fueron vencidas por la decisión del padre Antonio Cordeses, uno de los grandes espirituales jesuítas y provincial a la sazón, que dijo que «quería recibir a Alonso Rodríguez en la Compañía para que fuese en ella un santo y con sus oraciones y penitencias ayudase y sirviese a todos». Fue admitido en 31 de enero de 1571. En este mismo año, el 10 de agosto, llegaron a Palma, enviados desde Valencia para ingresar en el colegio de Monte Sión, dos padres y un hermano. Era éste el hermano Alonso Rodríguez, que desde este momento residió en Monte Sión, desarrollándose allí todos los acontecimientos de su vida religiosa. En 5 de abril pronunció sus votos del bienio o votos simples. Doce años más tarde, en 1585. también en 5 de abril, hizo sus últimos votos de coad jutor.
En este lapso de tiempo entre los dos votos hay que situar el periodo más duro y doloroso de su vida espiritual: los siete años llenos de sufrimiento y de terribles tentaciones, que el Santo nos relata en sus escritos. A partir de 1572 se hizo cargo del puesto de portero, que desempeñó sin interrupción durante más de treinta años, hasta mediados de 1603. Según nos relata el padre Colín, habiendo pasado ya de los setenta y dos años, «consumida su salud con la lucha perpetua de su carne y espiritu, y quebrantadas las fuerzas…, advirtiendo los superiores que no tenia sujeto para tanto trabajo ni pies para tantos pasos, habiéndole eximido primero de subir escaleras y otras cargas pesadas del oficio, se lo hubieron finalmente de quitar todo y encomendaron otros más llevaderos… Y esto hasta el año 1610, que los siete restantes ni para esto estuvo».
Un conjunto de enfermedades le obligó en el año 1617 a guardar cama, no levantándose ya más, falleciendo en medio de acerbos sufrimientos en 31 de octubre de 1617 con el nombre de su amado Jesus en los labios.
En la manuscrita Historia de Monte Síón se nos cuenta cómo desde 1635 se inició con limosnas la construcción de una capilla de traza y arquitectura «curiosa y magnífica» para, además de a otros servicios religiosos, destinarla a guardar en ella el cuerpo del venerable hermano Alonso Rodríguez. Esto no se realizó sino mucho después. Hasta 1760 no declaró Clemente XIII heroicas sus virtudes. La causa de beatificación del hermano Alonso fue interrumpida en razón de las vicisitudes sufridas en esta época por la Compañía con las persecuciones, que culminaron en la supresión, llevada a cabo por el papa Clemente XIV. El proceso se activó cuando en 1816 Pío VII restableció la Compañía y los padres volvieron al colegio de Palma en 1823. El 25 de mayo de 1825 León Xll le proclamaba Beato y, finalmente, León XIII, en 15 de enero de 1888, canonizó al Beato Alonso Rodríguez al mismo tiempo que a su amado discípulo San Pedro Claver, el apóstol de los negros esclavos.
El conjunto de los opúsculos de San Alonso no obedece a un plan sistemático: pero pueden clasificarse en tres grupos, conforme a los fines para que fueron escritos: a) consejos espirituales, que el Santo daba por escrito, unas veces espontáneamente, otras atendiendo peticiones, y estos papeles fueron tan solicitados que los superiores llegaron a prohibir su salida del convento sin su autorización; b) notas en las que el Santo recogía sus inspiraciones para tenerlas presentes y conseguir su progreso espiritual, denominándolas Avisos para mucho medrar; c) la cuenta de conciencia, que, obedeciendo a sus superiores, debía dar periódicamente por escrito, de las gracias recibidas de Dios, de su espíritu, de sus sentimientos. Así se formó su Memorial o Autobiografía, que, empezada en mayo de 1604, llega hasta junio de 1616. El conjunto de los escritos reproducidos en la edición del padre Nonell está constituido por trece cartapacios en cuarto y cinco en octavo. Los elementos antes indicados están agrupados formando algunos trataditos. Por ejemplo: Tratadito de la oración, Tratado de la humildad…, Amor a Dios…, Contemplación y devoción a la Virgen, Avisos para imitar a Cristo, etc. Si a esto añadimos las cartas, tenemos el panorama de la producción literaria del Santo. La manera de escribir, que hemos indicado, dió ocasión a numerosas repeticiones de conceptos e ideas, como puede comprobarse en la copiosa edición del padre Nonell. Para remediar este inconveniente elaboró el padre Borrós su Tesoro ascético, donde en solas 183 páginas recoge lo fundamental de la producción del Santo. Finalmente, su doctrina ha sido plenamente sistematizada en la obra del padre Tarragó.
San Alonso, que escribió por estricta obediencia sus confesiones más íntimas, nunca habla de sí, refiriéndose siempre a una cierta persona, cuyas vicisitudes espirituales se relatan. Dentro de la Compañía la obra de San Alonso puede ser considerada como el símbolo y modelo de la espiritualidad de los hermanos coadjutores, que, alcanzando la santidad con sus trabajos humildes y obscuros, representan una especial faceta del apostolado y espiritualidad del organismo a que pertenecen.
Aunque ningún aspecto de las etapas y manifestaciones de la vida espiritual dejan de tener su representación en el conjunto doctrinal de los escritos del Santo, creo que tres notas principales se destacan como las más caracteristicas y personales de esta espiritualidad: el ejercicio permanente para lograr la constante y auténtica familiaridad con Dios, la ciega obediencia y profunda abnegación de sí mismo, el amor y deseo de la tribulación, que el Santo consideraba el mayor bien que se puede recibir de Dios. Desde aquella promesa que hizo al confesarse en Valencia con el padre Santander, el Santo consideró la ciega obediencia como el primer deber. Él mismo, hablando de sí dice: «Lo que le pasa a esta persona con Dios sobre esta materia de la obediencia es que era tan cuidadosa en obedecer a ciegas que un padre le dijo que obedecía a lo asno». Se cuentan de él sucedidos que recuerdan por su ingenua simplicidad los relatos referentes a los humildes compañeros de San Francisco de Asís. En una ocasión, hallándose enfermo, el enfermero le lleva la comida, ordenándole de parte del superior que coma todo el plato. Cuando regresa el enfermero le encuentra deshaciendo el plato y comiéndoselo pulverizado.
Los beneficios de la tribulación los expuso San Alonso en un encantador escrito titulado Juegos de Dios y el alma. Un breve texto nos explica las ganancias del alma beneficiándose con la tribulación. «Y el juego es de esta manera: que juega Dios con el alma, su regalada y querida, y el alma con su Dios, al cual ama con amor verdedero, y juega con Él a la ganapierde. Y es que, perdiendo en esta vida, según el uso del mundo, gana ella; y es que permitiendo Dios que sea maltratada, perdiendo, gana, callando y sufriendo el mal tratamiento, no se vengando, como se venga el mundo.»
«Pasa adelante el juego, y es que el alma va siempre perdiendo de su derecho, según su carne y el mundo le enseña; y así, perdiendo, gana, porque, si ganase según el mundo y la carne le enseña, quedaría perdida. ¡Oh juego enseñado por Dios al alma, cuan digno sois de ser ejercitado!»
El Santo escribe en el sabroso castellano popular y corriente de la época y sin pretensiones literarias. A veces logra páginas de verdadera belleza, cuando expone doctrinas por las que siente apasionado entusiasmo: tal ocurre al explicar los frutos que se obtienen con el Ejercicio de la presencia de Dios: «Pues así como todas las plantas y criaturas de la tierra, con la comunicación y presencía del sol reciben de él gran virtud y las causa que crezcan y den fruto, así las almas que andan siempre en la presencia de Dios reciben de este Señor gran virtud y es causa que crezcan y den gran fruto de virtudes y buenas obras, enseñándolas grandes cosas de perfección. Y si las flores, y rosas, y los árboles reciben de parte del sol con su presencia y comunicación tanta hermosura y lindeza, y si él les faltase pondrían luto, como si fuesen sensibles. Como se ve en algunos géneros de rosas o flores, que cuando el sol quiere salir dan muestra de alegría descubriendo su hermosura y belleza con la venida y presencia del sol, que parece que le salen a recibir alegres; y cuando el sol se va de su presencia parece que ponen luto, porque luego cubren su hermosura, que parece a nuestra tristeza, por su ausencia, hasta que vuelva y le salgan a recibir con su acostumbrada hermosura y alegría; así, ni más ni menos, el alma que no reside y anda delante de su Dios, ¿cómo vivirá con tanta tristeza? ¿Quién alegrará su corazón? ¿Quién dará luz a su entendimiento? ¿Quién la encenderá en el amor divino?» (Obras, III p. 493).
Pero la verdadera influencia espiritual no la ejerció San Alonso Rodríguez con sus obras, que permanecieron inéditas hasta el siglo XIX. El humilde y santo portero de Monte Sión fue durante su vida un foco radiante de espiritualidad. Dentro del convento los superiores, so pretexto de poner a prueba su obediencia, le obligaban a pronunciar pláticas en el refectorio y a contestar a consultas sobre temas arduos de doctrina, que eran siempre esclarecidos por la luminosa experiencia de su vida espiritual. Mediante su correspondencia con personalidades de Palma y de España entera ejerció un verdadero magisterio: pero aún sería mas importante la lista de cuantos recibieron directamente su enseñanza, desde los padres superiores del colegio hasta los novicios que por él pasaban.
Representativa de esta influencia del humilde portero es la gran figura de San Pedro Claver. Cuando Ilegó como novicio tuvo San Alonso la revelación de que aquel joven había de ser santo por los merecimientos de su apostolado en las Indias. Es uno de los episodios más conmovedores de la historia de la espiritualidad española esta profunda y tierna intimidad entre los dos santos. Cuando el joven Pedro Claver partió de Monte Sión consiguió licencia para poder llevarse el cuadernito de avisos espirituales que le había dado el hermano portero Alonso. Estas hojas, que hoy se conservan piadosamente en el Archivo de Loyola, acompañaron al Santo en todas las tremendas vicisitudes de su vida. Su última gran alegría fue recibir en Cartagena de Indias, poco antes de su muerte, la Vida de San Alonso Rodríquez, publicada por el padre Colín. Paralítico y clavado en un sillón escuchaba la lectura de este libro, que evocaría en su mente recuerdos de su juventud en el colegio de Monte Sión, haciéndole sentir la nostalgia de aquellas tierras y de aquellos mares impregnados del recuerdo de Raimundo Lulio, que marcó a la cristiandad aquella ruta de apostolado heroico en cuya práctica consumió su vida abnegada el santo apóstol de los negros esclavos.
Finalmente San Alonso Rodríguez es uno de los grandes santos de ia Compañía de Jesús. Hombre de pocas letras, aunque muy dado a piadosas lecturas, su doctrina no es producto de una cultura libresca, sino el resultado de una experiencia espiritual, que logró elevarse a las más altas cimas de la vida mística. Como hemos visto, por circunstancias que parecen providenciales, toda su formación estuvo vinculada desde la niñez a la Compañía de Jesús, viniendo a ser este humilde hermano portero una de las pruebas vivientes de que se equivocan los que sostienen que la espiritualidad jesuítica es casi exclusivamente ascética.
por Catequesis en Familia | 25 Oct, 2015 | La Biblia
Marcos 13, 24-32. Trigésimo tercer domingo del Tiempo ordinario. Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.
En ese tiempo, después de esta tribulación, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte. Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.»
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de Daniel, Dan 12, 1-3
Salmo: Sal 15, 5.8-11
Segunda lectura: Carta de san Pablo a los Hebreos, Heb 10, 11-14.18
Oración introductoria
Señor, me acerco hoy a Ti con fe, sabiendo que eres el Señor de la vida y de la historia. Consciente de mis debilidades y caídas, pongo mi confianza en Ti, porque Tú siempre cumples tus promesas. Mientras contemplo tu amor que se convierte en fidelidad, yo deseo también corresponder con mi fidelidad. Estoy ante Ti en esta oración para escucharte y, descubrir tu voluntad en este día.
Petición
Espíritu Santo, concédeme estar atento a tus inspiraciones y fortalece mi voluntad para poder seguirlas.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En este penúltimo domingo del año litúrgico, se proclama, en la redacción de San Marcos, una parte del discurso de Jesús sobre los últimos tiempos (cf. Mc 13, 24-32). Este discurso se encuentra, con algunas variaciones, también en Mateo y Lucas, y es probablemente el texto más difícil del Evangelio. Tal dificultad deriva tanto del contenido como del lenguaje: se habla de un porvenir que supera nuestras categorías, y por esto Jesús utiliza imágenes y palabras tomadas del Antiguo Testamento, pero sobre todo introduce un nuevo centro, que es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección. También el pasaje de hoy se abre con algunas imágenes cósmicas de género apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán» (v. 24-25); pero este elemento se relativiza por cuanto le sigue: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y gloria» (v. 26). El «Hijo del hombre» es Jesús mismo, que une el presente y el futuro; las antiguas palabras de los profetas por fin han hallado un centro en la persona del Mesías nazareno: es Él el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como el punto firme y estable.
Ello se confirma con otra expresión del Evangelio del día. Jesús afirma: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v. 31). En efecto, sabemos que en la Biblia la Palabra de Dios está en el origen de la creación: todas las criaturas, empezando por los elementos cósmicos —sol, luna, firmamento—, obedecen a la Palabra de Dios, existen en cuanto que son «llamados» por ella. Esta potencia creadora de la Palabra divina se ha concentrado en Jesucristo, Verbo hecho carne, y pasa también a través de sus palabras humanas, que son el verdadero «firmamento» que orienta el pensamiento y el camino del hombre en la tierra. Por esto Jesús no describe el fin del mundo, y cuando utiliza imágenes apocalípticas, no se comporta como un «vidente». Al contrario, Él quiere apartar a sus discípulos —de toda época— de la curiosidad por las fechas, las previsiones, y desea en cambio darles una clave de lectura profunda, esencial, y sobre todo indicar el sendero justo sobre el cual caminar, hoy y mañana, para entrar en la vida eterna. Todo pasa —nos recuerda el Señor—, pero la Palabra de Dios no muta, y ante ella cada uno de nosotros es responsable del propio comportamiento. De acuerdo con esto seremos juzgados.
Queridos amigos: tampoco en nuestros tiempos faltan calamidades naturales, y lamentablemente ni siquiera guerras y violencias. Hoy necesitamos también un fundamento estable para nuestra vida y nuestra esperanza, tanto más a causa del relativismo en el que estamos inmersos. Que la Virgen María nos ayude a acoger este centro en la Persona de Cristo y en su Palabra.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 18 de noviembre de 2012
Propósito
Pongamos nuestra mirada y nuestro corazón en el cielo, viviendo llenos de alegría, de optimismo y de esperanza: «Aprended de la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a la puerta». ¡Cristo está para llegar! Entonces, ¡qué dicha debe invadir nuestra alma! Está comenzando la primavera. Y el Señor nos invita hoy a descubrir esos signos de los tiempos, que nos descubren un nuevo amanecer. No se está acabando el mundo. En realidad, está naciendo uno nuevo; ¡está llegando otra primavera del espíritu!
Diálogo con Cristo
¿Qué signos de esperanza descubo Señor, en la Iglesia y el mundo de hoy? Meditaré en esta pregunta, contemplando la higuera, y encontraré muchísimos brotes de vida.
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por Catequesis en Familia | 22 Oct, 2015 | La Biblia
Lucas 17, 11-19. Miércoles de la 32.ª semana del Tiempo Ordinario. Debemos aprender a ser conscientes de todo lo que el Señor hace por nosotros y saber agradecerselo así como saber alabarlo.
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de la Sabiduría, Sab 6, 2-12
Salmo: Sal 82(81), 3-7
Oración introductoria
Señor, aumenta mi fe para que pueda alcanzar la salvación. Ten compasión y permite que esta oración me ayude a vivir este día con humildad, con esperanza y alegría, sirviendo a todos, especialmente a los que tengo más cerca.
Petición
Señor, dame la gracia de saber agradecerte todos los dones que me das.
Meditación del Santo Padre Francisco
Dios es nuestra fuerza.
Pienso en los diez leprosos del Evangelio curados por Jesús: salen a su encuentro, se detienen a lo lejos y le dicen a gritos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros» (Lc 17,13). Están enfermos, necesitados de amor y de fuerza, y buscan a alguien que los cure. Y Jesús responde liberándolos a todos de su enfermedad. Llama la atención, sin embargo, que solamente uno regrese alabando a Dios a grandes gritos y dando gracias. Jesús mismo lo indica: diez han dado gritos para alcanzar la curación y uno solo ha vuelto a dar gracias a Dios a gritos y reconocer que en él está nuestra fuerza. Saber agradecer, saber alabar al Señor por lo que hace por nosotros.
Santo Padre Francisco
Homilía del domingo, 13 de octubre de 2013
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio de [hoy] presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias (cf. Lc 17, 11-19). El Señor le dice: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado» (Lc 17, 19). Esta página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación: uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el «corazón», y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la «salvación». Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre «salud» y «salvación», nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión: «Tu fe te ha salvado». Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento. Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: «gracias»!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada una «impureza contagiosa» que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se convierte es curada interiormente del mal.
«Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con esta invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también la santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en Fátima donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco.
Gracias a las conexiones radiotelevisivas, quiero hacerme presente espiritualmente en aquel santuario mariano, donde el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado, ha presidido en mi nombre las celebraciones conclusivas de un aniversario tan significativo. Lo saludo cordialmente a él, a los demás cardenales y obispos presentes, a los sacerdotes que trabajan en el santuario y a los peregrinos que han acudido de todas las partes del mundo con esta ocasión.
Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, a fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 14 de octubre de 2007
Propósito
Iniciar mis actividades, especialmente la oración, pidiendo a Dios que aumente mi fe.
Diálogo con Cristo
Señor, permite que sepa reconocer los muchos dones que me has dado, utilizarlos bien y darte gracias por ellos. Tú no necesitas mi agradecimiento, soy yo quien necesita reconocer que, sin tu gracia, nada puedo y de nada me sirven los dones terrenales que pueda tener.
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por Catequesis en Familia | 18 Oct, 2015 | La Biblia
Marcos 12, 38-44. Trigésimo segundo Domingo del Tiempo Ordinario. En la viuda que entrega sus dos moneditas al tesoro del templo podemos ver la «imagen de la Iglesia» que debe ser pobre, humilde y fiel.
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y les decía: «Cuídense de los escribas, a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los banquetes; que devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones. Estos serán juzgados con más severidad». Jesús se sentó frente a la sala del tesoro del Templo y miraba cómo la gente depositaba su limosna. Muchos ricos daban en abundancia. Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entonces él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Primer Libro de Reyes, 1 Re 17, 10-16
Salmo: Sal 146(145), 7-10
Segunda lectura: Carta a los Hebreos, Heb 9, 24-28
Oración introductoria
Espíritu Santo, ilumina esta oración para que no la convierta en un momento de vanidad, autocomplacencia o en un ritual sin sentido, como acostumbraban los fariseos. Dame la fortaleza para saber desprenderme de lo que me impida crecer en el amor.
Petición
Señor, dame la gracia de ser generoso, sin cálculos egoístas.
Meditación del Santo Padre Francisco
En la viuda que entrega sus dos moneditas al tesoro del templo podemos ver la «imagen de la Iglesia» que debe ser pobre, humilde y fiel. Parte del Evangelio del día, tomado del capítulo 21 de san Lucas (1-4), la reflexión del Papa Francisco durante la misa del [día de hoy]. En la homilía hizo referencia al pasaje donde Jesús, «tras largas discusiones» con los saduceos y los discípulos en relación a los escribas y a los fariseos que «se complacían en ocupar los primeros puestos, los primeros asientos en las sinagogas, en los banquetes, en ser saludados», alzando los ojos «vio a una viuda». El «contraste» es inmediato y «fuerte» respecto a los «ricos que echaban sus donativos en el tesoro del templo». Precisamente la viuda es «la persona más fuerte aquí, en este pasaje».
De la viuda, explicó el Pontífice, «se dice dos veces que era pobre: dos veces. Y pasaba necesidad». Es como si el Señor hubiese querido destacar a los doctores de la ley: «Tenéis muchas riquezas de vanidad, de apariencia o incluso de soberbia. Esta es pobre…». Pero «en la Biblia el huérfano y la viuda son las figuras de los más marginados» así como también los leprosos, y «por ello hay muchos mandamientos para ayudar, para ocuparse de las viudas, de los huérfanos». Y Jesús «mira a esta mujer sola, vestida con sencillez» y «que echa todo lo que tenía para vivir: dos moneditas». El pensamiento vuela también a otra viuda, la de Sarepta, «que había recibido al profeta Elías y había dado todo lo que tenía antes de morir: un poco de harina y aceite…».
El Pontífice volvió a componer la escena narrada por el Evangelio: «Una mujer pobre en medio de los poderosos, en medio de los doctores, de los sacerdotes, de los escribas… también en medio de los ricos que echaban sus donativos, e incluso algunos para hacerse ver». A ellos les dijo Jesús: «Este es el camino, este es el ejemplo. Esta es la senda por la que vosotros tenéis que ir». Surge fuerte el «gesto de esta mujer que le pertenecía totalmente a Dios, como la viuda Ana que recibió a Jesús en el Templo: toda para Dios. Su esperanza estaba sólo en el Señor».
«El Señor puso de relieve la persona de la viuda», dijo el Papa Francisco, y continuó: «Me gusta ver aquí, en esta mujer, una imagen de la Iglesia». Sobre todo la «Iglesia pobre, porque la Iglesia no debe tener otras riquezas más que su Esposo»; luego la «Iglesia humilde, como lo eran las viudas de ese tiempo, porque en esa época no existía la pensión, no existían las ayudas sociales, nada». En cierto sentido la Iglesia «es un poco viuda, porque espera a su Esposo que volverá». Cierto, «tiene a su Esposo en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en los pobres: pero espera que regrese».
¿Qué es lo que impulsa al Papa a «ver en esta mujer la figura de la Iglesia»? El hecho de que «no era importante: el nombre de esta viuda no aparecía en los periódicos, nadie la conocía, no tenía títulos… nada. Nada. No brillaba con luces propias». Y la «gran virtud de la Iglesia» debe ser precisamente la «de no brillar con luz propia», sino reflejar «la luz que viene de su Esposo». Tanto más que «a lo largo de los siglos, cuando la Iglesia quiso tener luz propia, se equivocó». Lo decían incluso «los primeros Padres», la Iglesia es «un misterio como el de la luna. La llamaban mysterium lunae: la luna no tiene luz propia; la recibe siempre del sol».
Cierto, especificó el Papa, «es verdad que algunas veces el Señor puede pedir a su Iglesia que tenga, que procure un poco de luz propia», como cuando pidió «a la viuda Judit que se quitara las vestiduras de viuda y se pusiera vestidos de fiesta para cumplir una misión». Pero, dijo, «permanece siempre la actitud de la Iglesia hacia su Esposo, hacia el Señor». La Iglesia «recibe la luz de allá, del Señor» y «todos los servicios que realizamos» le sirven a ella para «recibir esa luz». Cuando a un servicio le falta esta luz «no esá bien», porque «hace que la Iglesia se haga rica, o poderosa, o que busque el poder, o que se equivoque de camino, como sucedió muchas veces en la historia, y como sucede en nuestra vida cuando queremos tener otra luz, que no es precisamente la del Señor: una luz propia».
El Evangelio, destacó el Papa, presenta la imagen de la viuda precisamente en el momento en el que «Jesús comienza a sentir las resistencias de la clase dirigente de su pueblo: los saduceos, los fariseos, los escribas, los doctores de la ley». Y es como si Él dijera: «Sucede todo esto, pero mirad allí», hacia esa viuda. La confrontación es fundamental para reconocer la verdadera realidad de la Iglesia que «cuando es fiel a la esperanza y a su Esposo, se alegra de recibir la luz que viene de Él, de ser —en este sentido— viuda: esperando ese sol que vendrá».
Por lo demás, «no por casualidad la primera confrontación fuerte que Jesús tuvo en Nazaret, después de la que tuvo con Satanás, fue por nombrar a una viuda y por nombrar a un leproso: dos marginados». Había «muchas viudas en Israel, en ese tiempo, pero sólo Elías fue invitado por la viuda de Sarepta. Y ellos se enfadaron y querían matarlo».
Cuando la Iglesia, concluyó el Papa Francisco, es «humilde» y «pobre», y también cuando «confiesa sus miserias —que, además, todos las tenemos— la Iglesia es fiel». Es como si ella dijera: «Yo soy oscura, pero la luz me viene de allí». Y esto, añadió el Pontífice, «nos hace mucho bien». Entonces «recemos a esta viuda que está en el cielo, seguro», a fin de que «nos enseñe a ser Iglesia de ese modo», renunciando a «todo lo que tenemos» y a no tener «nada para nosotros» sino «todo para el Señor y para el prójimo». Siempre «humildes» y «sin gloriarnos de tener luz propia», sino «buscando siempre la luce que viene del Señor».
Santo Padre Francisco: ¿De dónde viene la luz?
Meditación del lunes, 24 de noviembre de 2014
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
[…]
En el centro de la liturgia de la Palabra de este domingo, trigésimo segundo del tiempo ordinario, encontramos el personaje de la viuda pobre, o más bien, nos encontramos ante el gesto que realiza al echar en el tesoro del templo las últimas monedas que le quedan. Un gesto que, gracias a la mirada atenta de Jesús, se ha convertido en proverbial: «el óbolo de la viuda» es sinónimo de la generosidad de quien da sin reservas lo poco que posee. Ahora bien, antes quisiera subrayar la importancia del ambiente en el que se desarrolla ese episodio evangélico, es decir, el templo de Jerusalén, centro religioso del pueblo de Israel y el corazón de toda su vida. El templo es el lugar del culto público y solemne, pero también de la peregrinación, de los ritos tradicionales y de las disputas rabínicas, como las que refiere el Evangelio entre Jesús y los rabinos de aquel tiempo, en las que, sin embargo, Jesús enseña con una autoridad singular, la del Hijo de Dios. Pronuncia juicios severos, como hemos escuchado, sobre los escribas, a causa de su hipocresía, pues mientras ostentan gran religiosidad, se aprovechan de la gente pobre imponiéndoles obligaciones que ellos mismos no observan. En suma, Jesús muestra su afecto por el templo como casa de oración, pero precisamente por eso quiere purificarlo de usos impropios, más aún, quiere revelar su significado más profundo, vinculado al cumplimiento de su misterio mismo, el misterio de su muerte y resurrección, en la que él mismo se convierte en el Templo nuevo y definitivo, el lugar en el que se encuentran Dios y el hombre, el Creador y su criatura.
El episodio del óbolo de la viuda se enmarca en ese contexto y nos lleva, a través de la mirada de Jesús, a fijar la atención en un detalle que se puede escapar pero que es decisivo: el gesto de una viuda, muy pobre, que echa en el tesoro del templo dos moneditas. También a nosotros Jesús nos dice, como en aquel día a los discípulos: ¡Prestad atención! Mirad bien lo que hace esa viuda, pues su gesto contiene una gran enseñanza; expresa la característica fundamental de quienes son las «piedras vivas» de este nuevo Templo, es decir, la entrega completa de sí al Señor y al prójimo; la viuda del Evangelio, al igual que la del Antiguo Testamento, lo da todo, se da a sí misma, y se pone en las manos de Dios, por el bien de los demás. Este es el significado perenne de la oferta de la viuda pobre, que Jesús exalta porque da más que los ricos, quienes ofrecen parte de lo que les sobra, mientras que ella da todo lo que tenía para vivir (cf. Mc 12, 44), y así se da a sí misma.
Queridos amigos, a partir de esta imagen evangélica, deseo meditar brevemente sobre el misterio de la Iglesia, del templo vivo de Dios, y de esta manera rendir homenaje a la memoria del gran Papa Pablo VI, que consagró a la Iglesia toda su vida. La Iglesia es un organismo espiritual concreto que prolonga en el espacio y en el tiempo la oblación del Hijo de Dios, un sacrificio aparentemente insignificante respecto a las dimensiones del mundo y de la historia, pero decisivo a los ojos de Dios. Como dice la carta a los Hebreos, también en el texto que acabamos de escuchar, a Dios le bastó el sacrificio de Jesús, ofrecido «una sola vez», para salvar al mundo entero (cf. Hb 9, 26.28), porque en esa única oblación está condensado todo el amor del Hijo de Dios hecho hombre, como en el gesto de la viuda se concentra todo el amor de aquella mujer a Dios y a los hermanos: no le falta nada y no se le puede añadir nada. La Iglesia, que nace incesantemente de la Eucaristía, de la entrega de Jesús, es la continuación de este don, de esta sobreabundancia que se expresa en la pobreza, del todo que se ofrece en el fragmento. Es el Cuerpo de Cristo que se entrega totalmente, Cuerpo partido y compartido, en constante adhesión a la voluntad de su Cabeza. Me alegra saber que estáis profundizando en la naturaleza eucarística de la Iglesia, guiados por la carta pastoral de vuestro obispo.
Esta es la Iglesia que el siervo de Dios Pablo VI amó con amor apasionado y trató de hacer comprender y amar con todas sus fuerzas. Releamos su «Meditación ante la muerte», donde, en la parte conclusiva, habla de la Iglesia. «Puedo decir —escribe— que siempre la he amado… y que para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese». Es el tono de un corazón palpitante, que sigue diciendo: «Quisiera finalmente abarcarla toda en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su consistencia humana e imperfecta, en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades y en las miserias de tantos hijos suyos, en sus aspectos menos simpáticos y en su esfuerzo perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo. Querría —continúa el Papa— abrazarla, saludarla, amarla en cada uno de los seres que la componen, en cada obispo y sacerdote que la asiste y la guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla». Y a ella le dirige las últimas palabras como si se tratara de la esposa de toda la vida: «Y, ¿qué diré a la Iglesia, a la que debo todo y que fue mía? Las bendiciones de Dios vengan sobre ti; ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo» (L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de agosto de 1979, p. 12).
¿Qué se puede añadir a palabras tan elevadas e intensas? Sólo quisiera subrayar esta última visión de la Iglesia «pobre y libre», que recuerda la figura evangélica de la viuda. Así debe ser la comunidad eclesial para que logre hablar a la humanidad contemporánea. En todas las etapas de su vida, desde los primeros años de sacerdocio hasta el pontificado, Giovanni Battista Montini se interesó de modo muy especial por el encuentro y el diálogo de la Iglesia con la humanidad de nuestro tiempo. Dedicó todas sus energías al servicio de una Iglesia lo más conforme posible a su Señor Jesucristo, de modo que, al encontrarse con ella, el hombre contemporáneo pudiera encontrarse con Jesús, porque de él tiene necesidad absoluta. Este es el anhelo profundo del concilio Vaticano II, al que corresponde la reflexión del Papa Pablo VI sobre la Iglesia. Él quiso exponer de forma programática algunos de sus aspectos más importantes en su primera encíclica, Ecclesiam suam, del 6 de agosto de 1964, cuando aún no habían visto la luz las constituciones conciliares Lumen gentium y Gaudium et spes.
Con aquella primera encíclica el Pontífice se proponía explicar a todos la importancia de la Iglesia para la salvación de la humanidad, y al mismo tiempo, la exigencia de entablar entre la comunidad eclesial y la sociedad una relación de mutuo conocimiento y amor (cf. Enchiridion Vaticanum, 2, p. 199, n. 164). «Conciencia», «renovación», «diálogo»: estas son las tres palabras elegidas por Pablo VI para expresar sus «pensamientos» dominantes —como él los define— al comenzar su ministerio petrino, y las tres se refieren a la Iglesia. Ante todo, la exigencia de que profundice la conciencia de sí misma: origen, naturaleza, misión, destino final; en segundo lugar, su necesidad de renovarse y purificarse contemplando el modelo que es Cristo; y, por último, el problema de sus relaciones con el mundo moderno (cf. ib., pp. 203-205, nn. 166-168). Queridos amigos —y me dirijo de modo especial a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio—, ¿cómo no ver que la cuestión de la Iglesia, de su necesidad en el designio de salvación y de su relación con el mundo, sigue siendo hoy absolutamente central? Más aún, ¿cómo no ver que el desarrollo de la secularización y de la globalización han radicalizado aún más esta cuestión, ante el olvido de Dios, por una parte, y ante las religiones no cristianas, por otra? La reflexión del Papa Montini sobre la Iglesia es más actual que nunca; y más precioso es aún el ejemplo de su amor a ella, inseparable de su amor a Cristo. «El misterio de la Iglesia —leemos en la encíclica Ecclesiam suam— no es mero objeto de conocimiento teológico, sino que debe ser un hecho vivido, del cual el alma fiel, aun antes que un claro concepto, puede tener una como connatural experiencia» (ib., p. 229, n. 178). Esto presupone una robusta vida interior, que es «el gran manantial de la espiritualidad de la Iglesia, su modo propio de recibir las irradiaciones del Espíritu de Cristo, expresión radical e insustituible de su actividad religiosa y social, e inviolable defensa y renaciente energía en su difícil contacto con el mundo profano» (ib., p. 231, n. 179). Precisamente el cristiano abierto, la Iglesia abierta al mundo, tienen necesidad de una robusta vida interior.
Queridos hermanos, ¡qué don tan inestimable para la Iglesia es la lección del siervo de Dios Pablo VI! Y ¡qué alentador es cada vez aprender de su ejemplo! Es una lección que afecta a todos y compromete a todos, según los diferentes dones y ministerios que enriquecen al pueblo de Dios por la acción del Espíritu Santo. En este Año sacerdotal me complace subrayar que esta lección interesa y afecta de manera particular a los sacerdotes, a quienes el Papa Montini reservó siempre un afecto y una atención especiales. En la encíclica sobre el celibato sacerdotal escribió: «»Apresado por Cristo Jesús» (Flp 3, 12) hasta el abandono total de sí mismo en él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo también en el amor, con que el eterno Sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella. (…) La virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión» (Sacerdotalis caelibatus, 26). Dedico estas palabras del gran Papa a los numerosos sacerdotes de la diócesis de Brescia, aquí bien representados, así como a los jóvenes que se están formando en el seminario. Y quisiera recordar también las palabras que Pablo VI dirigió a los alumnos del Seminario Lombardo, el 7 de diciembre de 1968, mientras las dificultades del posconcilio se añadían a los fermentos del mundo juvenil: «Muchos —dijo— esperan del Papa gestos clamorosos, intervenciones enérgicas y decisivas. El Papa considera que tiene que seguir únicamente la línea de la confianza en Jesucristo, a quien su Iglesia le interesa más que a nadie. Él calmará la tempestad… No se trata de una espera estéril o inerte, sino más bien de una espera vigilante en la oración. Esta es la condición que Jesús escogió para nosotros a fin de que él pueda actuar en plenitud. También el Papa necesita ayuda con la oración» (Insegnamenti VI, [1968], 1189). Queridos hermanos, que los ejemplos sacerdotales del siervo de Dios Giovanni Battista Montini os guíen siempre, y que interceda por vosotros san Arcángel Tadini, a quien acabo de venerar en mi breve visita a Botticino.
[…]
Oremos para que el fulgor de la belleza divina resplandezca en cada una de nuestras comunidades y la Iglesia sea signo luminoso de esperanza para la humanidad del tercer milenio. Que nos alcance esta gracia María, a quien Pablo VI quiso proclamar, al final del concilio ecuménico Vaticano ii, Madre de la Iglesia. Amén.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Homilía del domingo, 8 de noviembre de 2009
Propósito
Ser especialmente generoso en mi ofrenda en la limosna de la misa de hoy o de mañana domingo.
Diálogo con Cristo
Jesús, dame tu gracia para transformar mi espíritu en la generosidad para vivir en una constante preocupación por tus intereses y por las necesidades de los demás. Que incremente mis actos de servicio y caridad, sin buscar nunca ventajas personales ni llamar la atención.
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La Iglesia es un organismo espiritual concreto que prolonga en el espacio y en el tiempo la oblación del Hijo de Dios, un sacrificio aparentemente insignificante respecto a las dimensiones del mundo y de la historia, pero decisivo a los ojos de Dios.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
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Evangelio del día en «Catholic.net»
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por Catequesis en Familia | 16 Oct, 2015 | La Biblia
Lucas 14, 25-33. Miércoles de la 31.ª semana del Tiempo Ordinario. La imitación de Cristo es amar pasar desapercibido y ser considerado una nulidad… es la humildad cristiana.
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: «Este comenzó a edificar y no pudo terminar». ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 13, 8-10
Salmo: Sal 112(111), 1-5.9
Oración introductoria
Ven, Espíritu Santo, dame tu gracia para saber renunciar a todo lo que pueda distraer mi oración, porque quiero seguirte y vivir centrado en Ti, trabajar por Ti, sufrir por Ti, gozar por Ti, amar por Ti y buscarte en todo y siempre.
Petición
Jesús, dame un amor ardiente y personal a tu Divino Corazón para que nada, ni nadie, sea más importante en mi vida.
Meditación del Santo Padre Francisco
Jesús dice a sus discípulos: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo». Este es el estilo cristiano porque Jesús ha recorrido antes este camino. Nosotros no podemos pensar la vida cristiana fuera de este camino. Siempre está este camino que Él ha hecho antes: el camino de la humildad, el camino también de la humillación, de negarse a uno mismo y después resurgir de nuevo. Este es el camino. El estilo cristiano, sin cruz no es cristiano, y si la cruz es una cruz sin Jesús, no es cristiana. El estilo cristiano toma la cruz con Jesús y va adelante. No sin cruz, no sin Jesús.
Jesús ha dado el ejemplo y aún siendo igual a Dios, se humilló a sí mismo, y se ha hecho siervo por nosotros. Este estilo nos salvará, nos dará alegría y nos hará fecundos, porque este camino de renegarse a sí mismo es para dar vida, es contra el camino del egoísmo, de estar apegado a todos los bienes solo para mí… Este camino está abierto a los otros, porque ese camino que ha hecho Jesús, de anulamiento, ese camino ha sido para dar vida.
Santo Padre Francisco: El estilo cristiano
Homilía del jueves, 6 de marzo de 2014
Santo padre emérito Benedicto XVI
Uno de vuestros compromisos firmes ha sido el de proclamar a Cristo resucitado, el de responder a sus palabras con generosidad, abandonando a menudo seguridades personales y materiales, llegando incluso a dejar el propio país, afrontando situaciones nuevas y no siempre fáciles. Llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo: esto es lo que anima toda obra evangelizadora. Vosotros lo realizáis en un camino que, a quien ya ha recibido el bautismo, le ayuda a redescubrir la belleza de la vida de fe, la alegría de ser cristiano. «Seguir a Cristo» exige la aventura personal de buscarlo, de caminar con él, pero siempre implica también salir de la cerrazón del yo, quebrar el individualismo que frecuentemente caracteriza a nuestro tiempo, para sustituir el egoísmo por la comunidad del hombre nuevo en Jesucristo. Y ello acontece en una relación profunda con él, en la escucha de su palabra, al recorrer el camino que nos ha indicado; se lleva a cabo, inseparablemente, al creer con su Iglesia, con los santos, en los que se da a conocer siempre nuevamente el verdadero rostro de la Esposa de Cristo.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Discurso del viernes, 20 de enero de 2012
Propósito
Dejar «eso» que me está apartando de ser un auténtico discípulo y misionero de Cristo.
Diálogo con Cristo
Jesús, gracias por este momento de oración. Aumenta mi fe para poder seguir el camino que me propones. Quiero ser tu discípulo, abrazar, por amor a Ti, los problemas y el sufrimiento que pueda encontrar el día de hoy, sabiendo que Tú estás conmigo y que todo tiene valor y recompensa, si es hecho por amor a Dios y a los demás.
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Evangelio del día en «Evangelio del día»
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por Catequesis en Familia | 16 Oct, 2015 | La Biblia
Lucas 14, 15-24. Martes de la 31.ª semana del Tiempo Ordinario. La existencia cristiana es una invitación gratuita a la fiesta; una invitación que no se puede comprar, porque viene de Dios, a quien es necesario responder con la participación y con el compartir.
Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: «Vengan, todo está preparado». Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes». El segundo dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes». Y un tercero respondió: «Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir». A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, este, irritado, le dijo: «Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos». Volvió el sirviente y dijo: «Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar». El señor le respondió: «Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Carta de san Pablo a los Romanos, Rom 12, 5-16a
Salmo: Sal 131(130), 1-3
Oración introductoria
Señor, creo en Ti, espero y te amo. No soy digno de acercarme a Ti porque te he fallado, pero confío en tu misericordia. Quiero responder con prontitud a tu invitación, participando con toda mi mente y mi corazón en el banquete de la oración.
Petición
Jesús, que en mi vida seas Tú lo primero y lo más importante.
Meditación del Santo Padre Francisco
«La existencia cristiana es una invitación» gratuita a la fiesta; una invitación que no se puede comprar, porque viene de Dios, y a quien es necesario responder con la participación y con el compartir. Es la reflexión sugerida por el Papa Francisco de las lecturas litúrgicas (Rm 12, 5-16a; Lc 14, 15-24) de [hoy]. Lecturas —explicó— que «nos muestran cómo es el carné de identidad del cristiano; cómo es un cristiano».
El Obispo de Roma identificó las modalidades de esta invitación —se trata, dijo, de «una invitación gratuita— y el remitente: Dios. Pero la gratuidad, advirtió, implica también consecuencias, la primera de las cuales es que si no se ha sido invitado, no se puede reaccionar sencillamente respondiendo: «Compraré la entrada parar ir». En efecto, «no se puede. Para entrar —afirmó el Santo Padre— no se puede pagar: o eres invitado o no puedes entrar. Y si en nuestra conciencia no tenemos esta certeza de estar invitado, no hemos comprendido lo que es un cristiano. Somos invitados gratuitamente, por pura gracia de Dios, puro amor del Padre. Fue Jesús, con su sangre, quien nos abrió esta posibilidad».
El Papa Francisco clarificó luego qué significa en concreto la invitación del Señor para cada cristiano: no es una invitación «a dar un paseo», sino «a una fiesta, a la alegría: a la alegría de estar salvado, a la alegría de ser redimido», de compartir la vida con Jesús. Y sugirió también qué debe entenderse con el término «fiesta»: «una reunión de personas que hablan, ríen, festejan, son felices» dijo. Pero el elemento principal es precisamente la «reunión» de más personas. «Yo, entre las personas mentalmente normales, nunca he visto a alguien que festeje solo: sería un poco aburrido», explicó con una broma, mencionando la triste imagen de quien trata de «abrir la botella de vino» para brindar solo.
La fiesta, por lo tanto, exige estar en compañía, «con los demás, en familia, con los amigos». La fiesta, en definitiva, «se comparte». Por ello ser cristiano implica «pertenencia. Se pertenece a este cuerpo», formado por «gente que ha sido invitada a la fiesta»; una fiesta que «nos une a todos», una «fiesta de unidad».
El pasaje del evangelio de san Lucas ofrece, entre otras cosas, «la lista de los que fueron invitados»: los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos. «Quienes tienen problemas —destacó el Pontífice— y son un poco marginados por la normalidad de la ciudad, serán los primeros en esta fiesta». Pero también hay sitio para todos los demás; es más, en la versión de Mateo el Evangelio clarifica aún mejor: «Todos, buenos y malos». Y de ese «todos» el Santo Padre expresa la consecuencia de que «la Iglesia no es sólo para las personas buenas», sino que «también los pecadores, todos nosotros pecadores hemos sido invitados», para dar vida a «una comunidad que tiene dones diversos». Una comunidad en la cual «todos tienen una cualidad, una virtud», porque la fiesta se hace poniendo en común lo que cada uno tiene.
En resumen, «en la fiesta se participa totalmente». No nos podemos limitar a decir: «Voy a la fiesta, pero me detengo en el primer saludo, porque debo estar sólo con tres o cuatro que conozco». Porque «esto no se puede hacer en la Iglesia: o entras con todos o permaneces fuera. No puedes hacer una selección».
Un ulterior aspecto analizado por el Pontífice se refiere a la misericordia de Dios, que alcanza incluso a cuantos rechazan la invitación o fingen aceptarla pero no participan plenamente en la fiesta. La ocasión, una vez más, surgió del pasaje de Lucas, que enumera las excusas presentadas por algunos de los invitados demasiado atareados. Quienes «participan en la fiesta sólo de nombre: no aceptan la invitación, dicen sí», pero es un no. Para el Papa Francisco son los precursores de esos «cristianos que se contentan sólo con estar en la lista de los invitados. Cristianos «catalogados»». Sin embargo, estar «catalogados como cristianos», lamentablemente, no «es suficiente. Si no entras a la fiesta, no eres cristiano; estarás en la lista, pero esto no sirve para tu salvación», advirtió el Papa.
Resumiendo, el Pontífice enumeró cinco significados relacionados con la imagen de «entrar a la iglesia» y, como consecuencia, «entrar en la Iglesia». Ante todo se trata de «una gracia, una invitación; no se puede comprar este derecho». En segundo lugar, comporta el «formar comunidad, compartir todo lo que tenemos —las virtudes, las cualidades que el Señor nos ha dado— en el servicio de unos por otros». Además, requiere «estar disponibles para lo que el Señor nos pide». Y quiere decir también «no pedir caminos especiales o puertas especiales». Por último, significa «entrar en el pueblo de Dios que camina hacia la eternidad» y donde «nadie es protagonista», porque «tenemos Uno que hizo todo» y sólo Él puede ser «el protagonista». De aquí la exhortación del Papa Francisco a ponernos «todos detrás de Él; y quien no está detrás de Él, es uno que se excusa».
Cierto, advirtió el Santo Padre, «el Señor es muy generoso» y «abre todas las puertas». Él «comprende incluso a quien le dice: No, Señor, no quiero ir contigo. Le comprende y le espera, porque es misericordioso». Pero no acepta las mentiras: «Al Señor —subrayó— no le gusta ese hombre que dice sí y obra un no. Que aparenta agradecer por muchas cosas hermosas, pero en realidad va por su camino; que tiene buenas maneras, pero hace su propia voluntad, no la del Señor».
He aquí, entonces, la invitación conclusiva del Papa, que exhortó a pedir a Dios la gracia de comprender «cuán hermoso es estar invitados a la fiesta, cuán hermoso es compartir con todos las propias cualidades, cuán hermoso es estar con Él»; y, al contrario, cuán «desagradable es jugar entre el sí y el no; decir sí, pero solamente contentarse» con estar «catalogados» en la lista de los cristianos.
Santo Padre Francisco: La invitación a la fiesta no tiene precio
Homilía del martes, 5 de noviembre de 2013
Propósito
Como muestra de agradecimiento por el don de la Eucaristía, llegar siempre puntual y correctamente vestido a la celebración de la Eucaristía.
Diálogo con Cristo
Señor, ¿quién soy yo para que Tú, Dios omnipotente y dueño del universo, me busque y me invite a participar en la oración, en la Eucaristía? Respetas mi libertad cuando me hago sordo e indiferente. Me acoges cuando me acerco, porque nunca me dejas solo en la lucha por mi santificación. Gracias, Señor, por tanto amor y por estar siempre a mi lado. Contigo lo tengo todo y por Ti quiero darlo todo.
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