por Reflejos de luz | Agustinas Misioneras | 26 Nov, 2014 | Primera comunión Dinámicas
Cuando un niño tiene una pesadilla, se despierta, llorando… el papá va y le dice no tengas miedo, no tengas miedo, Yo estoy aquí, aquí. Así habla el Señor. ‘No tengas miedo, gusano de Jacob, larva de Israel’. El Señor tiene esta forma de hablar: se acerca … Cuando miramos a un padre o a una madre que habla con su hijo, vemos que éstos se vuelven pequeños y hablan con la voz de un niño y hacen gestos de niños. Alguien que los ve desde el exterior puede pensar, ¡pero estos son ridículos! Se empequeñecen, allí mismo, ¿no? Porque el amor de la mamá y del papá tiene que acercarse, uso esta palabra: empequeñecerse precisamente para alcanzar el mundo del niño. Sí: si mamá y papá le hablan normalmente, el niño igualmente entenderá, pero ellos quieren adoptar la forma de hablar del niño. Se acercan, se hacen niños. Así también es el Señor.
Y entonces, el papá y la mamá también dicen cosas un poco ridículas al niño: ‘¡Mi amor, mi juguete …’ , y todas esas cosas. El Señor dice: ‘Gusanito de Jacob’, ‘eres como un gusano para mí, una cosita pequeña, pero te quiero mucho’. Este es el lenguaje de Dios, el lenguaje del amor de padre, de madre. ¿Palabra del Señor? Si, escuchemos lo que nos dice. Pero también veamos cómo lo dice: y nosotros debemos hacer aquello que hace el Señor, hacer aquello que dice y hacerlo como lo dice: con amor, con ternura, con esa condescendencia hacia los hermanos.
Dios es como “la brisa suave”, o – como dice Isaías– “un hilo sonoro de silencio”: así el Señor se acerca con aquella sonoridad del silencio propia del amor. Sin hacer espectáculo. Y se hace pequeño para hacerme fuerte; Él va hacia a la muerte, con esa condescendencia, para que yo pueda vivir: Esta es la música del lenguaje del Señor, y nosotros en preparación hacia la Navidad debemos escucharla: nos hará bien escucharla, nos hará tanto bien. Normalmente, la Navidad parece una fiesta de mucho barullo: nos hará bien guardar un poco de silencio y escuchar estas palabras de amor, palabras de tanta cercanía, estas palabras de ternura…’ ¡Eres un gusano, pero te amo tanto!’. Por esto. Y guardar silencio, en este momento en el que (…) estamos en espera, vigilantes.
SS Francisco, Homilía en Santa Marta, 12 de diciembre de 2013.
* * *
Para el tiempo de Adviento, os presentamos esta dinámica de catequesis para niños de Educación Primaria «Navegando en tu corazón», especialmente para aquellos que preparan su Primera Comunión, gentileza del blog Reflejos de luz, de las HH. Agustinas Misioneras.
* * *
El dragón nube
Desde el corazón
El cantor de ópera
Desde el corazón
La extraña pajarería
Desde el corazón
Billetes de cielo
Desde el corazón
Desde el corazón
Desde el corazón
* * *
Primera semana

El dragón nube
En las oscuras tierras de las brujas y los trolls, vivía hace mucho tiempo el dragón más terrible que nunca existió. Sus mágicos poderes le permitían ser como una nube, para moverse rápido como el viento, ser ligero como una pluma y tomar cualquier forma, desde una simple ovejita, a un feroz ogro. Y por ser un dragón nube, era el único capaz de lanzar por su boca no solo llamaradas de fuego, sino brillantes rayos de tormenta.
El dragón nube atacaba aldeas y poblados solo por placer, por el simple hecho de oír los gritos de la gente ante sus terribles apariciones. Pero únicamente encontraba verdadera diversión cada vez que los hombres enviaban a alguno de sus caballeros y héroes a tratar de acabar con él. Entonces se entretenía haciendo caer interminables lluvias sobre su armadura, o diminutos relámpagos que requemaban y ponían de punta todos los pelos del valiente caballero. Luego se transformaba en una densa niebla, y el caballero, sin poder ver nada a su alrededor, ni siquiera era consciente de que la nube en que estaba sumergido se elevaba y echaba a volar. Y tras jugar con él por los aires durante un buen rato, hasta que quedaba completamente mareado, el dragón volvía a su forma natural, dejando al pobre héroe flotando en el aire. Entonces no dejaba de reír y abrasarlo con sus llamaradas, mientras caía a gran velocidad hasta estamparse en la nieve de las frías montañas, donde dolorido, helado y chamuscado, el abandonado caballero debía buscar el largo camino de vuelta.
Solo el joven Yela, el hijo pequeño del rey, famoso desde pequeño por sus constantes travesuras, sentía cierta simpatía por el dragón. Algo en su interior le decía que no podía haber nadie tan malo y que, al igual que le había pasado a él mismo de pequeño, el dragón podría aprender a comportarse correctamente. Así que cuando fue en su busca, lo hizo sin escudo ni armaduras, totalmente desarmado, dispuesto a averiguar qué era lo que llevaba al dragón a actuar de aquella manera.
El dragón, nada más ver venir al joven príncipe, comenzó su repertorio de trucos y torturas. Yela encontró sus trucos verdaderamente únicos, incluso divertidos, y se atrevió a disfrutar de aquellos momentos junto al dragón. Cuando por fin se estampó contra la nieve, se levantó chamuscado y dolorido, pero muy sonriente, y gritó: “ ¡Otra vez! ¡Yuppi!”.
El dragón nube se sorprendió, pero parecía que hubiera estado esperando aquello durante siglos, pues no dudó en repetir sus trucos, y hacer algunos más, para alegría del joven príncipe, quien disfrutó de cada juego del dragón. Éste se divertía tanto que comenzó a mostrar especial cuidado y delicadeza con su compañero de juegos, hasta tal punto, que cuando pararon para descansar un rato, ambos lo hicieron juntos y sonrientes, como dos buenos amigos.
Yela no solo siguió dejando que el dragón jugara con él. El propio príncipe comenzó a hacer gracias, espectáculos y travesuras que hacían las delicias del dragón, y juntos idearon muchos nuevos trucos. Finalmente Yela llegó a conocer a la familia del dragón, solo para darse cuenta de que, a pesar de tener cientos de años, no era más que un dragón chiquitito, un niño enorme con ganas de hacer travesuras y pasarlo bien.
Y así, pudo el príncipe regresar a su reino sobre una gran nube con forma de dragón, ante la alegría y admiración de todos. Y con la ayuda de niños, cómicos, actores y bufones, pudieron alegrar tanto la vida del pequeño dragón, que nunca más necesitó hacer daño a nadie para divertirse. Y como pago por sus diversiones, regalaba su lluvia, su sombra y sus rayos a cuantos los necesitaban.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón,
comenzamos nuestro navegar
por el mar del Adviento,
por el mar de la espera,
por el mar de las buenas obras.
Jesús, sé nuestro guía en la travesía.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Segunda semana

El cantor de ópera
A la pequeña ciudad de Chiquitrán llegó un día en tren llevando una gran maleta un tipo curioso. Se llamaba Matito, y tenía una pinta totalmente corriente; lo que le hacía especial es que todo lo que hablaba, lo hacía cantando ópera. Daba igual que se tratara de responder a un breve saludo como «buenos días»; él se aclaraba la voz y respondía:
—Bueeeeenos díiiiiiias tenga usteeeeeeeed.
Y la verdad, a casi todo el mundo se le hacía bastante pesadito el tal Matito. Nadie era capaz de sacarle una palabra normal, y como tampoco se sabía muy bien cómo se ganaba la vida y vivía bastante humildemente, utilizando siempre su mismo traje viejos de segunda mano, a menudo le trataban con desprecio, burlándose de sus cantares, llamándole «don nadie», «pobretón» y «gandul».
Pasaron algunos años, hasta que un día llegó un rumor que se extendió como un reguero de pólvora por toda la ciudad: Matito había conseguido un papel en una ópera importantísima de la capital, y todo se llenó con carteles anunciando el evento. Nadie dejó de ver y escuchar la obra, que fue un gran éxito, y al terminar, para sorpresa de todos en su ciudad, cuando fue entrevistado por los periodistas, Matito respondió a sus preguntas muy cortésmente, con una clara y estupenda voz.
Desde aquel día, Matito dejó de cantar a todas horas, y ya solo lo hacía durante sus actuaciones y giras por el mundo. Algunos suponían por qué había cambiado, pero otros muchos aún no tenían ni idea y seguían pensando que estaba algo loco. No lo hubieran hecho de haber visto que lo único que guardaba en su gran maleta era una piedra con un mensaje tallado a mano que decía: «Practica, hijo, practica cada segundo, que nunca se sabe cuándo tendrás tu oportunidad», y de haber sabido que pudo actuar en aquella ópera solo porque el director le oyó mientras compraba un vulgar periódico.
Fuente del cuento.
* * *
Desde el corazón
Jesús, desde el corazón,
preparamos nuestro barco
con todo lo necesario para navegar por tu mar.
Metemos en él nuestro cariño
para repartir a los que encontremos,
metemos nuestra alegría para que nadie esté triste,
metemos nuestra generosidad
para que a nadie le falte nada.
Gracias, Jesús, por no dejarme solo, en este navegar.
Gloria al Padre y al Hijo
y al Espíritu Santo,
como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Tercera semana

La extraña pajarería
El señor Pajarian era un hombrecillo de cara simpática y sonriente que tenía una tienda de pajaritos. Era una pajarería muy especial, en la que todas las aves caminaban sueltas por cualquier lado sin escaparse, y los niños disfrutaban sus colores y sus cantos.
Tratando de saber cómo lo conseguía, el pequeño Nico se ocultó un día en una esquina de la tienda. Estuvo escondido hasta la hora del cierre, y luego siguió al pajarero hasta la trastienda.
Allí pudo ver cientos de huevos agrupados en pequeñas jaulas, cuidadosamente conservados. El señor Pajarian llegó hasta un grupito en el que los huevecillos comenzaban a moverse; no tardaron en abrirse, y de cada uno de ellos surgió un precioso ruiseñor.
Fue algo emocionante, Nico estaba como hechizado, pero entonces oyó la voz del señor Pajarian. Hablaba con cierto enfado y desprecio, y lo hacía dirigiéndose a los recién nacidos: «¡Ay, miserables pollos cantores… ni siquiera volar sabéis, menos mal que algo cantaréis aquí en la tienda!»- Repitió lo mismo muchas veces. Y al terminar, tomó los ruiseñores y los introdujo en una jaula estrecha y alargada, en la que solo podían moverse hacia adelante.
A continuación, sacó un grupito de petirrojos de una de sus jaulas alargadas. Los petirrojos, más creciditos, estaban en edad de echar a volar, y en cuanto se vieron libres, se pusieron a intentarlo. Sin embargo, el señor Pajarian había colocado un cristal suspendido a pocos centímetros de sus cabecitas, y todos los que pretendían volar se golpeaban en la cabeza y caían sobre la mesa.
«¿Veis los que os dije?» —repetía— «solo sois unos pobres pollos que no pueden volar. Mejor será que os dediquéis a cantar»…
El mismo trato se repitió de jaula en jaula, de pajarito en pajarito, hasta llegar a los mayores. El pajarero ni siquiera tuvo que hablarles: en su mirada triste y su andar torpe se notaba que estaban convencidos de no ser más que pollos cantores. Nico dejó escapar una lagrimita pensando en todas las veces que había disfrutado visitando la pajarería. Y se quedó allí escondido, esperando que el señor Pajarian se marchara.
Esa noche, Nico no dejó de animar a los pajaritos. «¡Claro que podéis volar! ¡Sois pájaros! ¡Y sois estupendos!», decía una y otra vez. Pero solo recibió miradas tristes y resignadas, y algún que otro bello canto.
Nico no se dio por vencido, y la noche siguiente, y muchas otras más, volvió a esconderse para animar el espíritu de aquellos pobre pajarillos. Les hablaba, les cantaba, les silbaba, y les enseñaba innumerables libros y dibujos de pájaros voladores «¡Ánimo, pequeños, seguro que podéis! ¡Nunca habéis sido pollos torpes!», seguía diciendo.
Finalmente, mirando una de aquellas láminas, un pequeño canario se convenció de que él no podía ser un pollo. Y tras unos pocos intentos, consiguió levantar el vuelo… ¡Aquella misma noche, cientos de pájaros se animaron a volar por vez primera! Y a la mañana siguiente, la tienda se convirtió en un caos de plumas y cantos alegres que duró tan solo unos minutos: los que tardaron los pajarillos en escapar de allí.
Cuentan que después de aquello, a menudo podía verse a Nico rodeado de pájaros, y que sus agradecidos amiguitos nunca dejaron de acudir a animarle con sus alegres cantos cada vez que el niño se sintió triste o desgraciado.
Fuente del cuento.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón,
avanzo despacio
por el mar de la vida.
No me detengo
y poco a poco
me acerco hasta Belén,
donde sé que Tú, Jesús,
me esperas
para darme un abrazo.
Gracias, Jesús, porque quieres navegar conmigo.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Cuarta semana

Billetes de cielo
Había una vez un niño enfermo llamado Juan. Tenía una grave y rara enfermedad, y todos los médicos aseguraban que no viviría mucho, aunque tampoco sabían decir cuánto. Pasaba largos días en el hospital, entristecido por no saber qué iba a pasar, hasta que un payaso que pasaba por allí y comprobó su tristeza se acercó a decirle:
—¿Cómo se te ocurre estar así parado? ¿No te hablaron del Cielo de los niños enfermos?
Juan negó con la cabeza, pero siguió escuchando atento.
—Pues es el mejor lugar que se pueda imaginar, mucho mejor que el cielo de los papás o cualquier otra persona. Dicen que es así para compensar a los niños por haber estado enfermos. Pero para poder entrar tiene una condición.
—¿Cuál? —preguntó interesado el niño.
—No puedes morirte sin haber llenado el saco.
—¿El saco?
—Sí, sí. El saco. Un saco grande y gris como este – dijo el payaso mientras sacaba uno bajo su chaqueta y se lo daba. —Has tenido suerte de que tuviera uno por aquí. Tienes que llenarlo de billetes para comprar tu entrada.
—¿Billetes? Pues vaya. Yo no tengo dinero.
—No son billetes normales, chico. Son billetes especiales: billetes de buenas acciones; un papelito en el que debes escribir cada cosa buena que hagas. Por la noche un ángel revisa todos los papelitos, y cambia los que sean buenos por auténticos billetes de cielo.
—¿De verdad?
—¡Pues claro! Pero date prisa en llenar el saco. Llevas mucho tiempo enfermo y no sabemos si te dará tiempo. Esta es una oportunidad única ¡Y no puedes morirte antes de llenarlo, sería una pena terrible!
El payaso tenía bastante prisa, y cuando salió de la habitación Juan quedó pensativo, mirando el saco. Lo que le había contado su nuevo amigo parecía maravilloso, y no perdía nada por probar. Ese mismo día, cuando llegó su mamá a verle, él mostró la mejor de sus sonrisas, e hizo un esfuerzo por estar más alegre que de costumbre, pues sabía que aquello la hacía feliz. Después, cuando estuvo solo, escribió en un papel: “hoy sonreí para mamá”. Y lo echó al saco.
A la mañana siguiente, nada más despertar, corrió a ver el saco ¡Allí estaba! ¡Un auténtico billete de cielo! Tenía un aspecto tan mágico y maravilloso, que el niño se llenó de ilusión, y el resto del día no dejó de hacer todo aquello que sabía que alegraba a los doctores y enfermeras, y se preocupó por acompañar a otros niños que se sentían más solos. Incluso contó chistes a su hermanito y tomó unos libros para estudiar un poquito. Y por cada una de aquellas cosas, echó su papelito al saco.
Y así, cada día, el niño despertaba con la ilusión de contar sus nuevos billetes de cielo, y conseguir muchos más. Se esforzaba cuanto podía, porque se había dado cuenta de que no servía el truco de juntar los billetes en el saco de cualquier manera: cada noche el ángel los colocaba de la forma en que menos ocupaban. Y Juan se veía obligado a seguir haciendo buenas obras a toda velocidad, con la esperanza de conseguir llenar el saco antes de ponerse demasiado enfermo…
Y aunque aún tuvo muchos días, nunca llegó a llenar el saco. Juan, que se había convertido en el niño más querido de todo el hospital, en el más alegre y servicial, terminó curando del todo. Nadie sabía cómo: unos decían que su alegría y su actitud tenían que haberle curado a la fuerza; otros estaban convencidos de que el personal del hospital le quería tanto, que dedicaban horas extra a tratar de encontrar alguna cura y darle los mejores cuidados; y algunos contaban que un par de ancianos millonarios a los que había animado mucho durante su enfermedad, habían pagado un costosísimo tratamiento experimental para él.
El caso es que todos decían la verdad, porque tal y como el payaso había visto ya muchas veces, solo había que poner un poquito de cielo cada noche en su saco gris para que lo que parecía una vida que se apaga, fueran los mejores días de toda una vida, durase lo que durase.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón,
te digo, Jesús, lo mucho que te quiero
y lo mucho que te necesito.
Échame una mano cuando me veas triste y cansado,
y no permitas que me pierda en esos mares
que no me llevan a ti.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón, te doy gracias
por los bienes que me das
y por las cosas que comparto.
Quiero ser una persona responsable
y atenta a las necesidades de los demás.
Haz, Jesús, que mi corazón
esté siempre abierto para dar
y abierto para recibir todo lo que viene de ti:
amor, justicia, paz.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón, quiero ser apoyo
y ayuda para los que me acompañan:
amigos, compañeros de clase y familiares.
Que en el mar de la vida
nunca les falte una sonrisa,
una palabra de consuelo,
una mano amiga que les ayude a caminar.
Gracias, Jesús, por todos ellos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Descárgatelo en formato .doc en este enlace.
por Reflejos de luz | Agustinas Misioneras | 25 Nov, 2014 | Despertar religioso Juegos
Los niños son el rostro de Dios a través de ellos El nos habla, ellos son el ejemplo vivo de cómo debemos los adultos vivir, ellos son sencillos no se complican tanto como nosotros. El niño es un ser débil y humilde, que no posee nada, no tiene ambición, no conoce la envidia, no busca puestos privilegiados, no tiene nada que decir en la avidez de los adultos, el niño tiene conocimiento de su pequeñez y su debilidad y de esto muchos se aprovechan y no le dan la importancia adecuada, ni tiempo y esmero. Nos conformamos con decir que son simplemente niños y ahí se queda todo; pero no son solo niños, son la esperanza de la humanidad, en ellos se está fraguando el futuro, son semillas germinando y desarrollándose y somos nosotros los adultos los que regamos y ayudamos a que crezcan bien para que en el futuro sus frutos sean buenos; pero desgraciadamente los adultos vivimos inmiscuidos en nuestro propio mundo que nos olvidamos formarles lo suficiente y de disfrutar su alegría que contagia a cualquiera, pero lo que más atrae y conquista es su sinceridad, y su amor limpio; ellos están siempre abiertos a aprender, a conocer algo nuevo, y lo que más me impacta es su espíritu por conocer al Señor, por saber más de él… Es oportuno dejar que nuestros niños se acerquen a Jesús no se los impidamos, no permitamos que crezcan sin conocerlo, debemos animarlos a que convivan y hagan una relación estrecha con el Señor. Me preocupa que muchos padres de familia y muchos educadores no están poniendo el esmero suficiente para llevar estos niños a Jesús; prefieren dar más tiempo a otros quehaceres que darles el tiempo a los niños. Es importante dedicar más tiempo para ensenarlos y darles el pan de la verdad, ellos lo reciben con gran emoción y alegría.
Padre Alejandro Díaz: «Dejen que los niños se acerquen a mí…», padrealex.com.
* * *
Para el tiempo de Adviento, os presentamos esta dinámica de catequesis para niños pequeños «Navegando en tu corazón», especialmente para los que cursan Educación Infantil, gentileza del blog Reflejos de luz, de las HH. Agustinas Misioneras.
* * *
* * *
Primera semana
Desde el corazón
Desde el corazón,
comenzamos nuestro navegar
por el mar del Adviento,
por el mar de la espera,
por el mar de las buenas obras.
Jesús, sé nuestro guía en la travesía.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón
preparamos nuestro barcoJesús, desde el corazón,
con todo lo necesario para navegar por tu mar.
Metemos en él nuestro cariño
para repartir a los que encontremos,
metemos nuestra alegría para que nadie esté triste,
metemos nuestra generosidad
para que a nadie le falte nada.
Gracias, Jesús, por no dejarme solo, en este navegar.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Segunda semana
Desde el corazón
Desde el corazón,
avanzo despacio
por el mar de la vida.
No me detengo
y poco a poco
me acerco hasta Belén,
donde sé que Tú, Jesús,
me esperas
para darme un abrazo.
Gracias, Jesús, porque quieres navegar conmigo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón,
te digo, Jesús, lo mucho que te quiero
y lo mucho que te necesito.
Échame una mano cuando me veas triste y cansado,
y no permitas que me pierda en esos mares
que no me llevan a ti.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Tercera semana

Desde el corazón
por los bienes que me dasDesde el corazón, te doy gracias
y por las cosas que comparto.
Quiero ser una persona responsable
y atenta a las necesidades de los demás.
Haz, Jesús, que mi corazón
esté siempre abierto para dar
y abierto para recibir todo lo que viene de ti:
amor, justicia, paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Desde el corazón
Desde el corazón, quiero ser apoyo
y ayuda para los que me acompañan:
amigos, compañeros de clase y familiares.
Que en el mar de la vida
nunca les falte una sonrisa,
una palabra de consuelo,
una mano amiga que les ayude a caminar.
Gracias, Jesús, por todos ellos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
* * *
Cuarta semana
Desde el corazón
Desde el corazón,
me acerco hasta Belén,
donde sé que Tú, Jesús,
me esperas
para darme un abrazo,
para regalarme tu vida.
Gracias, Jesús, porque quieres navegar conmigo.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
* * *

Desde el corazón
Desde el corazón,
llegamos a la cueva de Belén,
y descubrimos a ese Niño
recién nacido
que nos habla de amor, esperanza, paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
* * *
Puedes descargarte esta dinámica en formato .doc en este enlace.
por Juan José Llamedo González OP | reflejosdeluz.es | 24 Nov, 2014 | Confirmación Taller de oración
Comenzamos […] un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.
¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos. Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).
Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible.
Este camino no se acaba nunca. Así como en la vida de cada uno de nosotros siempre hay necesidad de comenzar de nuevo, de volver a levantarse, de volver a encontrar el sentido de la meta de la propia existencia, de la misma manera para la gran familia humana es necesario renovar siempre el horizonte común hacia el cual estamos encaminados. ¡El horizonte de la esperanza! Es ese el horizonte para hacer un buen camino. El tiempo de Adviento, que hoy de nuevo comenzamos, nos devuelve el horizonte de la esperanza, una esperanza que no decepciona porque está fundada en la Palabra de Dios. Una esperanza que no decepciona, sencillamente porque el Señor no decepciona jamás. ¡Él es fiel!, ¡Él no decepciona! ¡Pensemos y sintamos esta belleza!
El modelo de esta actitud espiritual, de este modo de ser y de caminar en la vida, es la Virgen María. Una sencilla muchacha de pueblo, que lleva en el corazón toda la esperanza de Dios. En su seno, la esperanza de Dios se hizo carne, se hizo hombre, se hizo historia: Jesucristo. Su Magníficat es el cántico del Pueblo de Dios en camino, y de todos los hombres y mujeres que esperan en Dios, en el poder de su misericordia. Dejémonos guiar por Ella, que es madre, es mamá, y sabe cómo guiarnos. Dejémonos guiar por Ella en este tiempo de espera y de vigilancia activa.
SS Francisco: Ángelus del I Domingo de Adviento, 1 de diciembre de 2013.
* * *
Retirarse va muy bien. Nos conviene encontrarnos con nosotros mismos. Te propongo un retiro de Adviento. Sí. Cinco días de oración, de reflexión y de crecimiento interior. El tema: UNA ESPERANZA QUE NO MUERE. El Adviento es un tiempo de recordar la esperanza que tenemos. Y esta esperanza se asienta sobre Jesús de Nazaret. No importa si conoces o no a Jesús, si eres mucho o poco creyente. Este retiro es para ti. Seguro que te servirá del algo. Intenta hacerlo.
Lo primero de todo, acomoda en tu casa un rincón de plegaria. ¿Cómo se hace? Pues mira, un ejemplo: busca un espacio tranquilo de tu casa. Un sitio donde puedas estar tú y nadie más (a no ser que quieras hacer el retiro en compañía de otras personas, que también es posible). Pero lo del sitio tranquilo es importante. Prepara una mesita con un mantel. Sobre la mesa una vela blanca gruesa y a su lado una Biblia. En círculo, en torno a la vela gruesa y a la Biblia, coloca cinco velitas más pequeñas. Procura que cuando vayas a hacer la meditación la luz predominante sea la de la vela gruesa. Si necesitas luz eléctrica para leer, intenta que sea muy suave (una lámpara de noche o algo así).
Cada día te indicaré lo que debes hacer. Por supuesto, tú puedes añadir o quitar. Pero sería mejor que añadieras oraciones o, mejor aún, una lectura atenta de la Palabra de Dios. Durante el tiempo de Adviento los libros de los Profetas (sobre todo Isaías, Jeremías y Ezequiel) son muy importantes.
Busca la mejor hora para ti, pero intenta ser fiel a ese momento durante los cinco días. Como si tuvieras una cita muy, muy, importante. Olvídate de la tele, intenta tener tu mente y tu corazón dentro de ti y en búsqueda contemplativa. Aunque estés en tu trabajo, deja que la paz te inunden y que el efecto de tu oración anime todo. Procura el silencio y la quietud interior. A ser posible, esos días, dedica tu ocio al retiro. Juntos caminaremos y juntos veremos algo de la luz de Dios que ilumina en lo más íntimo del corazón. No tengas miedo, déjate seducir por el misterio que hay dentro de ti.
* * *
Día primero
Enciende la vela gruesa. Y recita esta oración:
Ven Espíritu divino, ilumina las entrañas de mi alma
y enciende en mí el fuego de tu amor.
Acomódate. Coge la Biblia y ábrela por el libro de Isaías, capítulo 64, y lee, tranquilamente, los versículos del 3 al 7. Coloca la Biblia abierta por el pasaje que has leído sobre la mesa. Guarda un momento de silencio… Ahora lee despacio esta meditación:
Meditación
Lo esencial es invisible a los ojos, por eso para encontrar lo esencial, lo que de verdad merece la pena, hemos de arriesgarnos a creer y a adentrarnos en nosotros mismos para rescatar lo que de verdad da sentido a todo y lo que de verdad nos hace vibrar hasta el infinito. Y, al arriesgarnos, nos situamos al borde del camino, ese camino por el que aparecerá Él, el que sostiene nuestra esperanza.
Estamos en Adviento. Acabamos de estrenarlo. Adviento significa esperar a alguien que está en camino y a punto de llegar. ¿Quién viene? ¿Cuándo llegará? ¿Qué tiene que ofrecernos?
Dicen algunos que Dios guarda silencio y yo, lo afirmo, digo que Dios no calla. Dios, el Dios vivo, el Dios de la historia, el Dios innombrable y completamente enamorado, habla. Lo que pasa que habla a través de una Palabra ya pronunciada. Y no lo digo yo sólo, sino que también lo afirma la Carta a los Hebreos (1,1-2):
«Dios habló en otro tiempo a nuestros antepasados por medio de los profetas, y lo hizo en distintas ocasiones y de múltiples maneras. Ahora, llegada la etapa final, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien trajo el Universo a la existencia».
También es verdad que la Escritura señala que esta Palabra que Dios ha pronunciado, no ha sido escuchada por muchos, aún menos por aquellos que la esperaban. Así dice Jn 1, 1.10-11:
«Cuando todas las cosas comenzaron, ya existía aquel que es la Palabra. Y aquel que es la Palabra vivía junto a Dios y era Dios. En el mundo estaba y, aunque el mundo fue hecho por él, el mundo no le reconoció. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron;»
Sin embargo, hubo quien prestó atención. Hubo quien, inesperadamente, se encontró cara a cara con la Palabra pronunciada por Dios. Y, según Juan (1,12): » a los que le recibieron y creyeron en él les concedió el llegar a ser hijos de Dios». Porque aquellos que escuchan la Palabra definitiva de Dios, pronunciada de una vez para siempre, son testigos de la Verdad y, al acoger la Verdad, que es la revelación del misterio de Dios y de lo humano, han sabido que Jesucristo es el Señor y, al reconocerle, han sido capaces de descubrir el rostro de Dios y han sido capaces de captar el amor inmenso de Dios, que fue capaz de tomar la iniciativa, salir a nuestro encuentro y, dándose a sí mismo como prueba, proponernos el ser hijos suyos, entrando a formar parte de su propio misterio.
La Palabra de Dios sigue viniendo y los que la hemos escuchado percibimos que sigue en camino y se va haciendo cada vez más diáfana, más impresionante, más silenciosa. En la medida en que entramos en el centro de la historia, o sea, en el centro del misterio, en esa medida el silencio es más profundo, los conceptos van perdiendo sentido y toda idolatría, toda mentira, toda limitación, pierde fuerza hasta desaparecer por completo. Pero la única Palabra válida, la única que sigue teniendo sentido, la única que aún puede pronunciarse es Jesucristo mismo. Vivir como Cristo, es vivir como Dios. Vivir como Dios es adecuar nuestra vida a su Palabra, que es Verdad. Porque Jesucristo, que es la Palabra definitiva de Dios, pronunciada de una vez para siempre, Palabra viva, no encadenada, Palabra eficaz, no conceptualizada, Palabra creadora, no desencarnada,… Jesucristo es la Palabra no contradicha de Dios.
La Palabra de Dios llama a la puerta. Lo impresionante de todo es que él ha sido el primero en tomar la iniciativa y por su amor «nos proclama y nos hace hijos suyos» (1Jn 3,1). Y esta Palabra sin vocablos llama insistentemente y pide ser escuchada: «Mira, estoy a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo» (Ap. 3,20). Esta fue la experiencia de Zaqueo: colocarse al borde del camino, por donde pensaba que pasaría Él. Sorprendentemente, fue Jesús quien tomó la iniciativa de querer entrar en su casa y, en medio de las críticas de los que supuestamente estaban con él, se quedó a cenar. Y Jesús se sentó a la mesa de Zaqueo, comió de su pan y bebió de su vino. Zaqueo, aquella noche, quedó seducido por la Palabra que le salió al encuentro y se transformó en un hombre nuevo. Fue también la experiencia de María de Magdala, completamente sumida en la oscuridad, pero ansiosa de salir de su situación. Cuando intuyó que Jesús era la Palabra capaz de iluminar su vida, no tuvo vergüenza de entrar en una casa de alto abolengo, interrumpir la cena y, sin decir nada, ponerse al alcance de la Palabra, y María, habiendo entrado con un corazón lleno de amargura y oscuridad, pero lleno de esperanza, salió con un corazón iluminado y lleno de amor. Sin duda:
La Palabra se hizo carne y habita entre nosotros (Jn 1,14).
Guarda un momento de silencio… Recita esta plegaria:
Plegaria y testimonio
Anda, pasa.
Pasa, anda,
no tengo más remedio que admitirte.
Tú eres el que viene cuando todos se van.
El que se queda cuando todos se marchan.
El que cuando todo se apaga, se enciende.
El que nunca falta.
Mírame aquí,
sentada en una silla dibujando…
Todos se van, apenas se entretienen.
Haz que me acostumbre a las cosas de abajo.
Dame la salvadora indiferencia,
haz un milagro más,
dame la risa,
¡hazme payaso, Dios, hazme payaso!
(Gloria Fuertes)
Cuando hayas acabado, enciende una de las velitas pequeñas. Acomódate bien, coloca tus manos abiertas hacia el cielo sobre tus rodillas y guarda un buen rato de silencio, dejando que tu mente recoja alguna idea clave de las que has recibido hoy. No fuerces nada. Deja que surja. Cuando surja algo (aunque sea solo el silencio) deja que tu alma se recree. Cuando ya notes que te cansas o que debas dejar la oración, extiende tus manos en cruz y recita esta plegaria:
Padre nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
* * *
Día segundo
Enciende la vela gruesa. Y recita esta oración:
Ven Espíritu divino, ilumina las entrañas de mi alma
y enciende en mí el fuego de tu amor.
Enciende también la velita de ayer.
Acomódate. Coge la Biblia y ábrela por el libro de Jeremías, capítulo 31, y lee, tranquilamente, los versículos del 38 al 40. Coloca la Biblia abierta por el pasaje que has leído sobre la mesa. Guarda un momento de silencio… Ahora lee despacio esta meditación:
Meditación
Hay un grito enorme en el corazón de todo hombre y mujer, de modo particular en aquellos que buscan intensamente a Dios y aquellos que desean escuchar su Palabra. Juan Tauler, un místico del siglo XIV, que influyó notablemente en San Juan de la Cruz, y cuyo testimonio seguiremos muy de cerca en las meditaciones de cada domingo, formuló muy bien esta pregunta: «¡Oh Dios! ¿En dónde pronuncias tu Palabra?» (sermón del 2º Domingo del tiempo de Navidad). La pregunta del hombre de hoy por Dios, no es más que la traducción actual de la pregunta que se hacía fray Juan Tauler, dos siglos antes de que se la hiciese San Juan de la Cruz. El hombre y la mujer actuales necesitan oír esa Palabra de Dios, están sedientos de ella y, sin embargo, parece que no llega. Los hombres y mujeres de hoy, muchos al menos, se espantan porque experimentan el silencio de Dios y, entonces, se plantean tres posibilidades: olvidarse de Dios y cerrar los oídos; buscar respuestas en otros sitios; o quedarse aguardando, a la vera del camino, en medio de muchas oscuridades.
Dios no guarda silencio. Dios ha hablado de una vez por todas y dijo todo lo que tenía que decir. A quien es capaz de quedarse aguardando, le espera una larga experiencia de desierto y de silencio, pero una espera que conduce al encuentro. Quien es capaz de aguardar, quien es capaz de no moverse del camino, allí por donde pasará el Señor, en el momento más inesperado, cuando piense que el Señor pasará de largo, oirá su Palabra: «Ven, hoy me hospedaré en tu casa» (Lc 19, 5). El que sabe esperar, el que sabe permanecer atento, aún en medio de la noche, aún en medio del frío, de la soledad y del sufrimiento, le será dado escuchar, «cuando un sosegado silencio todo lo envuelva y la noche se encuentre aún en la mitad de su carrera, tu Palabra poderosa fue enviada desde el cielo» (Sb 18,14). Podrá decir, lo que testimonia el libro de Job: «a mí se me ha dicho furtivamente una palabra, mi oído ha percibido su susurro» (Jb 4,12). O lo que decía aliviado el profeta Jeremías (Jr. 15, 16): «Siempre que se presentaba tu Palabra, la devoraba; tu Palabra era para mí un gozo y alegría de mi corazón».
Efectivamente, como dice fray Juan Tauler, allí, en lo recóndito, en el fondo esencial. Allí donde se percibe la frontera de lo humano, allí donde ningún ídolo tiene cabida, donde ninguna imagen tiene consistencia, donde ninguna palabra puede pronunciarse, allí, exactamente allí, donde sólo hay expectación y donde sólo cabe la esperanza, a pesar de las apariencias en contra; allí, de una forma inesperada, Dios actúa y se da en plenitud. Allí donde no hay mediaciones posibles, ni de ídolos, ni de imágenes, ni de conceptos, ni de asideros, ni de intereses, ni de argumentos. Allí, Dios Padre engendra al Hijo, Dios actúa sin imagen ni semejanza pronunciando, de una forma definitiva, su única Palabra.
Hay creyentes, de fe superficial, que insisten en un activismo vacío, aunque tal vez lleno de compensaciones y de éxitos aparentes. Hay cristianos que, en nombre de un Dios que no conocen, son capaces de decir con toda certeza quiénes están en línea con el Evangelio y quiénes no. Hay creyentes que, apoyados en liderazgos humanos, sectarizan el Evangelio y repudian todo lo que no se ajuste a sus esquemas. Hay creyentes que repudian el mundo, que es el soporte del trono de Dios, y defienden un alejamiento de él, alegando que Dios está más allá que acá. Hay creyentes que se entretienen en mil cosas, disfrazados de «progres» y modernos, y descuidan lo esencial. Hay creyentes que, manteniéndose en una mal entendida tradición, por no decir pereza, cierran el paso a la acción del Espíritu de Dios. La crisis que padece la Iglesia, las comunidades cristianas, la familia, nuestros jóvenes,… no nace de la maldad del mundo, un mundo que Dios ha hecho con sus manos y en el cual se revela hasta hacerse hombre. Nace de que muchos cristianos han sustituido la experiencia de Dios disfrazando de cristianismo a los ídolos de nuestro tiempo. Por eso, cuando llega el primer golpe, sucumben y pierden la esperanza. Sólo el hombre y la mujer que ponen su casa sobre roca, a pesar de las tormentas y huracanes a que se enfrentarán, sólo ellos, permanecerán firmes y no sucumbirán. Y la roca es firme, porque la roca es Cristo, la Palabra definitiva de Dios. No se necesitan muchas palabras, sólo una es necesaria y la única importante. Uniéndome a lo que sugiere Juan Tauler, diré que, «lo mejor es callar y dejar que Dios hable aquí y opere dentro».
Guarda un momento de silencio… Recita estas plegarias:
Plegaria y testimonio
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, yo fuera. Por fuera te buscaba y me lanzaba sobre el bien y la belleza creados por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo ni conmigo. Me retenían lejos las cosas. No te veía ni te sentía, ni te echaba de menos. Mostraste tu resplandor y pusiste en fuga mi ceguera. Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz.
(San Agustín)
Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero, ¿dónde se halla esa inaccesible claridad? ¿Quién me conducirá hasta allí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgos te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro… Enséñame a buscarte y muéstrame a quien te busca, porque no puedo ir en tu busca a menos que Tú me enseñes, y no puedo encontrarte si Tú no te manifiestas. Deseando, te buscaré; te desearé buscando; amando te hallaré; y encontrándote, te amaré.
(San Ambrosio)
Oh, Señor de mi vida, estaré ante Ti cara a cara. Con las manos juntas, oh, Señor de todas las Palabras, estaré ante Ti, cara a cara. Bajo tu gran cielo, en soledad y silencio con humilde corazón, estaré ante Ti, cara a cara. ¿En este mundo laborioso de herramientas y luchas y multitudes con prisa, estaré ante Ti, cara a cara?
(Rabindranath Tagore)
Cuando hayas acabado, enciende otra de las velitas pequeñas. Acomódate bien, coloca tus manos abiertas hacia el cielo sobre tus rodillas y guarda un buen rato de silencio, dejando que tu mente recoja alguna idea clave de las que has recibido hoy. No fuerces nada. Deja que surja. Cuando surja algo (aunque sea sólo el silencio) deja que tu alma se recree. Cuando ya notes que te cansas o que debas dejar la oración, extiende tus manos en cruz y recita esta plegaria:
Padre nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
* * *
Día tercero
Enciende la vela gruesa. Y recita esta oración:
Ven Espíritu divino, ilumina las entrañas de mi alma y
enciende en mí el fuego de tu amor.
Enciende también las dos velitas de ayer.
Acomódate. Coge la Biblia y ábrela por el libro de Isaías, capítulo 7, y lee, tranquilamente, los versículos del 10 al 17. Coloca la Biblia abierta por el pasaje que has leído sobre la mesa. Guarda un momento de silencio… Ahora lee despacio esta meditación:
Meditación
Aquel que tenga el coraje suficiente de permanecer a la espera, aún en medio de muchas oscuridades, experimentará el gozo de encontrarse, inesperadamente, cara a cara, con el Señor que viene. Aquel que se encuentra cara a cara con Jesús, se encuentra cara a cara, en desnudez, ante la Palabra misma de Dios. Jesús es, efectivamente, la Palabra definitiva de Dios. Otros lo llamarán Sabiduría de Dios. En realidad Palabra y Sabiduría, en su raíz, significan lo mismo: ponerse a la escucha de la Verdad y seguir su camino.
Un gran teólogo de nuestro tiempo, Karl Rahner, ya fallecido, decía que el cristiano del mañana será un místico, es decir, alguien que ha experimentado algo o, de lo contrario, no tendrá nada que decir. Efectivamente, uno de los signos de nuestro tiempo es que hay una incesante búsqueda de Dios, pero no de un Dios filosófico, o de un Dios formulado con definiciones retóricas. Sino que se busca al Dios vivo, al Dios que es. Por eso, más que grandes teorías, más que grandes ejercicios piadosos, más que grandes estructuras, la renovación de la vida cristiana, es decir, la renovación de nuestra esperanza, pasa por la experiencia de Dios. Y esta experiencia de Dios pasa por el encuentro personal con Jesucristo, que es su Palabra, su manifestación humana. La auténtica manifestación humana de Dios. No lo dudes, Jesús viene, está de camino, hemos de salirle al paso, situarnos al borde del camino si queremos encontrarnos con él.
Descubrir a Jesús significa comenzar un itinerario de espera, una espera confiada. Supone ponerse a la escucha, a la escucha de ese susurro del Espíritu de Dios que nos hace percibir el eco de los pasos de Jesús. Jesús viene, está viniendo. La Palabra de Dios se ha pronunciado de una vez para siempre y sigue resonando. Dios no está mudo, sino que ya ha dicho todo lo que tenía que decir. No es que Dios no hable, es que no se le escucha. Por eso, el primer paso para salir al camino de la Vida es ponerse a la escucha, y eso requiere guardar silencio. Y guardar silencio supone entrar en una dimensión de interioridad y de intimidad a la que no estamos acostumbrados y a la que muchos tienen miedo. Guardar silencio requiere todo un proceso.
El silencio supone tomar conciencia de los ruidos y descubrir la sed y la urgencia de la búsqueda de eso esencial que es invisible a los ojos. El silencio supone un ejercicio de interiorización. La interiorización exige, además, darse cuenta de los obstáculos, de los ruidos que nos estorban, de las distracciones que tenemos, de todo aquello que frena este impulso de búsqueda. Pero supone, también, descubrir que aún en medio de esos ruidos y obstáculos, ese eco de la Palabra pronunciada de Dios sigue llegándome, como un susurro lejano, pero ahí está.
Poco a poco, a medida que vaya tomando conciencia de los ruidos y obstáculos, iré siendo capaz de deshacerme de ellos. A veces no podré yo solo, y necesitaré la ayuda de otros que ya hayan emprendido la búsqueda. Por eso es tan importante la comunidad cristiana y los distintos ministerios y carismas que el Señor ha depositado en ella. Hay hermanos y hermanas capacitados por Dios para discernir los signos de los tiempos y las dificultades del corazón. Son los profetas. Hay hermanos y hermanas capaces de intuir la acción de Dios en la vida de cada uno. Hay hermanas y hermanos capaces de guiar y conducir, orientar, sanar y reconciliar y aglutinar la comunidad entorno al Señor que se celebra: son los moderadores de la comunidad. Hay hermanas y hermanos que han optado por un seguimiento más estrecho y por un esfuerzo más exclusivo por adentrarse en esa interioridad y descubrir lo que Dios dice: son los religiosos. Hay hermanas y hermanos que son capaces de acercarse a las fronteras del dolor y de la muerte para llevar un poco de paz y de vida: son los que se esfuerzan en los actos de amor al prójimo. Hay hermanas y hermanos que saber darse y compartir la vida por amor y construir una comunidad de amor: son los esposos… Poco a poco, a medida que vamos yendo hacia la profundidad, vamos descubriendo su impresionante atractivo.
El silencio es el ámbito privilegiado del encuentro con Dios. Nuestra fe es débil porque no ha experimentado al Señor, no se ha encontrado cara a cara con Jesucristo. Nuestra confianza se fortalece en la medida en que, desde el silencio del corazón, percibimos los ecos de sus pasos que vienen hacia nosotros. El Señor viene, ya se acerca. La Palabra de Dios va haciéndose cada vez más audible, en la medida en que silenciamos nuestras voces sin sentido.
Esperar al borde del camino, confiando en el alba. Esperar significa salir a la intemperie y a una situación de provisionalidad. Esperar significa aguardar, a pesar de las apariencias en contra. Él ya está de camino, ya se acerca… ¿no oís sus pasos en la lejanía? ¿No sentís el soplo de su aliento, como una suave brisa?
Esperar significa adentrarse en la noche y, tal vez, distanciarse de los otros que prefieren seguir caminando sin rumbo, porque la espera les aturde y les aburre. La experiencia de Dios no está rodeada de milagrismos extáticos, sino de una consciencia madura y valiente de la propia pobreza y de la propia oscuridad. El que espera tiene la confianza de que llegará el momento del encuentro y, a partir de entonces, todo será nuevo, todo será definitivo, todo será diferente. El que espera abre su corazón a una plegaria de confianza que no tiene muchas palabras, sólo silencios, sólo esperas. Esperar, salir al camino, y, como Zaqueo, subirse a un árbol, si es necesario, y quedarse quieto, hasta que él pase, hasta que él descubra mi espera, hasta que él, la Palabra única y verdadera, decida quedarse en mi casa y compartir mi mesa.
Guarda un momento de silencio… Recita pausadamente y con entonación, esta plegaria:
Plegaria y testimonio
Hasta que llegue el alba
te aguardaré impaciente
entonando himnos de alabanza.
Hasta que llegue el alba
estaré en vilo, vigilante,
para percibir los ecos de tu mensaje.
Hasta que llegue el alba,
apoyado a la puerta de mi casa,
soñaré que te detienes y me hablas.
Hasta que llegue el alba,
aún en medio de la noche,
dejaré encendida mi lámpara.
Hasta que llegue el alba
permanecerá firme mi esperanza
de contemplarte cara a cara.
Hasta que llegue el alba,
aunque el temor me ronde,
invocaré sin cesar tu nombre:
hasta que llegue el alba.
Hasta que el alba asome,
y aunque la espera se prolongue,
yo seguiré aguardando tu llegada:
hasta que llegue el alba.
Cuando hayas acabado, enciende otra de las velitas pequeñas. Acomódate bien, coloca tus manos abiertas hacia el cielo sobre tus rodillas y guarda un buen rato de silencio, dejando que tu mente recoja alguna idea clave de las que has recibido hoy. No fuerces nada. Deja que surja. Cuando surja algo (aunque sea solo el silencio) deja que tu alma se recree. Cuando ya notes que te cansas o que debas dejar la oración, extiende tus manos en cruz y recita esta plegaria:
Padre nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
* * *
Día cuarto
Podemos hacer que este día coincida con el día de Nuestra señora de Guadalupe, 12 de diciembre (al final del este apunte del retiro encontramos para este día las oraciones a nuestra Madre).
Hoy necesitarás papel y bolígrafo. Una vez lo hayas preparado, colócalo cerca de ti y prepárate para el retiro de hoy. Enciende la vela gruesa. Y recita esta oración:
Ven Espíritu divino, ilumina las entrañas de mi alma
y enciende en mí el fuego de tu amor.
Enciende también las tres velitas de ayer.
Acomódate. Coge la Biblia y ábrela por el libro de Isaías, capítulo 9, y lee, tranquilamente, los versículos del 1 al 6. Coloca la Biblia abierta por el pasaje que has leído sobre la mesa. Guarda un momento de silencio… Ahora lee despacio esta meditación:
Meditación
Pero la experiencia de Dios tiene varias etapas. Todos los grandes místicos lo dicen. Y si ellos, grandes buscadores de la Palabra, lo diceN, debe ser cierto. En este proceso hay una acción del Dios que viene, misteriosa, pero eficaz.
Recogiendo el testimonio, hecho predicación, de Juan Tauler, a propósito del salmo 42 («como busca la cierva corrientes de agua viva, así mi alma te busca a ti, Dios mío»), y de Jn 7,37 («Si alguno tiene sed venga a mi, y beba»), decía más o menos lo siguiente: La sed de Dios va acompañada de un sentimiento de hastío, de impotencia y de cierta desgana. Incluso, después de una fuerte experiencia llena de euforia, porque da la impresión de que se palpa a Dios, suele darse una situación de hastío, de asco, de sequedad, de profunda duda y de unas ganas tremendas de mandarlo todo a la porra. Juan Tauler describe esto con una imagen teatral: «Algunos no pueden contener el fervor y el corazón sufre la herida de amor. ¡Tan fuertes e intensas son las maravillas de Dios! Pero Dios, moderador de las cosas, viendo que alguno excesivamente atraído por sus gracias se aficiona demasiado, procede con ellos como buen y prudente padre de familia, que tiene en casa abundancia de vinos generosos. Terminado el banquete, se levanta de la mesa, deja el vino y se retira un poco a descansar. Sus hijos, entre tanto, bajan a la bodega y beben de aquel vino hasta embriagarse. Al levantarse el padre se da cuenta y prepara todo tipo de utensilios para devolverlos a la serenidad. Todo lo que hace el padre es para que se acabe la embriaguez«. De este modo, la experiencia de sequedad y hastío devuelve la sobriedad, y la experiencia de Dios se encarrila, no por cauces de sentimentalismos eufóricos y, en cierto modo, enfermizos, sino por la vía de la madurez y del progreso correcto de la persona en su experiencia de Dios. Así, poco a poco, nos vamos disponiendo al encuentro y vamos despojándonos de todo lo que estorba, de todo lo que puede desvirtuar la Palabra de Dios, de todo lo que puede impedir que cuando pase delante de nosotros no nos reconozca y pase de largo.
Cuando habla del encuentro con Dios, Juan Tauler no duda en decir que, quien se adentra en el misterio de la contemplación y empieza a percibir al Dios que buscaba, al Dios vivo, se da cuenta de que ha estado buscando a Dios muy lejos y dando muchos rodeos. El encuentro con Dios introduce en una dimensión inesperada y difícil de describir. El encuentro con el Dios que habla definitivamente, cuya Palabra escuchamos de una manera nueva, produce un efecto curioso: da la impresión de que la multiplicidad desaparece, de que todos los ruidos y obstáculos se desvanecen y nos adentramos en una experiencia de unidad y armonía. Aún así, en esta percepción novedosa de la presencia del Dios que viene a nuestro encuentro, hay tinieblas y la certeza de no haber conseguido plenamente verle cara a cara. Pero la luz que percibimos de su presencia en nuestras vidas, de su comunicación con nosotros, esa luz es esencial, si bien sigue siendo invisible a los ojos. Nos encontramos como aquel caminante cansado que llega a la fuente y se sienta a reposar y se deleita tan sólo con el hecho de estar allí y beber del agua que le restablece la vida.
El mismo Juan Tauler, hablando de su propia experiencia exclama, como sin poder contenerse: «¡Oh fuente cristalina de aguas dulces, transparentes, frescas, como son los manantiales antes de correr al calor de los aires y del sol! Cuán delicioso es beber de este agua manantial. ¿Quién lo podrá expresar? Querría beber a boca llena, hundido hasta la garganta, pero en vano aquí me esfuerzo, mientras espero. Entre tanto, me sumerjo en el abismo de la divinidad y allí me fundo, como las aguas se filtran en la tierra».
El Señor viene, la Palabra única pronunciada por Dios, Jesucristo, está de camino. Viene cada día, cada noche, cada tarde, en el momento más inesperado. Sólo el que sabe esperar tendrá el privilegio de encontrarse con Él. No conocemos su rostro, ni, como los discípulos de Emaús, sabemos muy bien de dónde viene y hacia donde va, ni cómo se presentará. Pero para el que se afirma en la confianza del Dios que ha pronunciado una Palabra definitiva, la espera es de por sí toda una experiencia de bienaventuranza, de alegría, de transfiguración.
La esperanza, decía otro contemplativo del siglo XIII, llamado fr. Tomás de Aquino, es el deseo de ver la Verdad, de ver, con nuestros propios ojos a aquel que nos sostiene, a aquel al que buscamos. La fe nos prepara a ver aquello que no percibimos, decía otro gran buscador de Dios llamado Agustín de Hipona. Y es la confianza de esa luz lejana e incompleta que percibimos, la que nos hace permanecer a la espera.
La oración es la mejor manera de mantenernos al borde del camino. Confiando que la Palabra pronunciada por Dios nos sea regalada. La oración nos prepara y nos alienta y abre el camino para que el que está viniendo se detenga ante nosotros y quiera quedarse en nuestra compañía. La oración no está hecha de palabrería ni erudición, sino de silencios y de escuchas llenas de confianza.
El Señor está viniendo, lo sentimos, lo necesitamos, lo percibimos… Él viene. Salgamos al borde del camino, esperemos a que él pase y se detenga. Quien permanezca fiel en la búsqueda y no se aleje del borde del camino, quien aliente con la plegaria el deseo de este amor infinito, quien mire al horizonte con confianza y no se aparte del camino, ése, sin duda, verá colmada su esperanza.
Ser cristiano es ponerse a la escucha de la Palabra definitiva de Dios, es salir a la intemperie, situarse al borde del camino, esperar a que pase el que viene. Ser cristiano es encontrarse con Jesucristo y Jesucristo es el Señor.
Guarda un momento de silencio… Lee este testimonio:
Plegaria y testimonio
¿Quién es Jesús para mí? ¡Respuesta imposible! Es grata, sin embargo la alegría de repetir lo que en ocasiones tan diversas nunca cesó de surgir en mí: Jesucristo fue desde el principio y sigue siendo un «ambiente». Es un «ambiente» hallado en todas partes, en las miserias y en las fiestas, en el campamento y en los talleres. Estoy seguro que no procedía de mí, de que no era yo el que lo creaba. Veo a Jesucristo vivo y lo identifico, activo y oculto en los caminos y en cada ambiente de fraternidad. La seguridad que ahora me une a Él se ha forjado en la dura esperanza y en la amable amistad de innumerables hermanos. Jesucristo es una «clave», la única coherencia de lo que, fuera de Él, se dispersa en todas direcciones. Sin Él, el pobre y el inocente están perdidos. Y la historia está también perdida. No sé cómo, pero con Él se iluminan las desdichas lo mismo que si las bañara un sol oculto. Rescata a los inocentes y los alivia; rescata, asimismo, como a través del fuego, a los verdugos, que somos todos nosotros. Para mí, Jesucristo es una sed, un clamor. El grito que lanzó un día sobre la cruz y que nada podrá extinguir. Lo oigo día y noche, grito del hombre moribundo, el clamor de los pueblos masacrados, del inocente atropellado. Esto significa que Jesús me llama y que yo lo llamo. No abrigo la menor duda de ello. Y estoy seguro también de que Jesús no necesita ser identificado para ser reconocido y para reconocernos. Jesucristo es como la sirena de incendio que en la noche nos lanza fuera de la cama y nos hace correr, jadeante, hacia los siniestrados. Jesucristo, para mí, es nuestro lazo de unión.
(Joseph Robert, sacerdote obrero)
Ahora, coge papel y bolígrafo. Intenta expresar lo que Jesús significa para ti y por qué depositas en Él tu esperanza. Anota las dificultades o los avances. Intenta descubrir dónde encuentras tú habitualmente a Jesús. Y qué estás dispuesto a hacer para mejorar tu relación con Él.
Cuando hayas acabado, enciende otra de las velitas pequeñas. Acomódate bien, coloca tus manos abiertas hacia el cielo sobre tus rodillas y guarda un buen rato de silencio, dejando que tu mente recoja alguna idea clave de las que has recibido hoy. No fuerces nada. Deja que surja. Cuando surja algo (aunque sea solo el silencio) deja que tu alma se recree. Cuando ya notes que te cansas o que debas dejar la oración, extiende tus manos en cruz y recita esta plegaria:
Padre nuestro, que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
* * *
Día quinto
Encuentro con Jesús
Hasta aquí, has meditado sobre el Verbo Encarnado. Y has descubierto, seguramente, que Jesús tiene mucho que aportarte. Te propongo ahora un autoejercicio de contemplación, sumamente útil, si te lo tomas en serio y con calma. Es un ejercicio de meditación. Sigue las instrucciones y todo irá bien.
Enciende, por este orden, la vela gruesa, y mientras recitas la oración, una por una las otras velas pequeñas:
Ven Espíritu divino, ilumina las entrañas de mi alma
y enciende en mi el fuego de tu amor.
Guarda un momento de silencio e intenta repasar las grandes ideas que te hayan impactado en estos días de retiro.
Ahora, colócate en una postura cómoda. Intenta concentrar tu mente. Respira hondo. Al inspirar siente cómo el aire penetra en tus pulmones y te infunde vida y paz. Al expirar date cuenta de cómo te liberas de un peso y dejas sitio para el aire nuevo. Acompasa tu respiración, concéntrate bien en ella. Llénate de aire y de vida. Procura fijar tu mirada en un punto concreto. Si te es mejor, cierra los ojos un momento, hasta que te sientas en paz, con la mente en blanco, sin nada en qué pensar. Cuando creas que estás a punto, sigue adelante en el ejercicio, tal y como se te indica aquí. Los puntos suspensivos quieren decir que te detengas y medites hasta que tú veas que debes seguir la meditación que se te propone. Te sugiero que no la interrumpas en un punto y otro, sino que la hagas toda, aunque te dure tiempo. Seguramente descubrirás cosas inauditas y tendrás el deseo de volver a hacer este ejercicio que puedes repetir cuantas veces lo desees. Vamos allá.
Mi relación con Jesucristo es de suprema importancia, porque soy su discípulo… Quiero profundizar en esta relación con él. Quiero conocerle mejor…
Imagino que Él me ha invitado a encontrarme consigo y me está esperando en lo alto de una solitaria montaña… y salgo de inmediato… ¿Qué sentimientos nacen en mi interior cuando pienso que pronto me voy a encontrar con él?…
En la soledad de mi montaña me entretengo en contemplar la llanura que se extiende allá abajo… y, de pronto, tomo conciencia de que Él está ahí, conmigo… ¿De qué manera se me muestra?… ¿Cómo reacciono ante su presencia? …
Le hablo y le hago comentarios sobre nuestra amistad. Primero lo negativo: los sentimientos de duda…, de desconfianza…, temor…, resentimiento… Mi amigo se convierte en una carga cuando me plantea exigencias que no deseo satisfacer; cuando se hace absorbente; cuando me niega lo que deseo o necesito…
Si albergo resentimientos o temores en mi interior, mi relación puede mejorar tomando conciencia de ellos. Así pues, me pregunto si Jesús es una carga; ¿es la clase de amigo cuyas exigencias producen sentimientos de culpabilidad?… ¿Es la clase de amigo que me presiona, que me pide cosas que no estoy dispuesto a hacer?… ¿Es el tipo de amigo que me da miedo, que me inquieta por sus actitudes o exigencias?… ¿Es el tipo de amigo que restringe mi libertad?… Si es así, se lo digo abiertamente… y escucho su respuesta…
Ahora me pregunto ¿qué adjetivos definirían mejor nuestra amistad? Puede ser que sean negativos, ambiguos e incluso contradictorios… pero si responden a la realidad me ayudarán a profundizar en la relación. Me pongo en diálogo con Él y decidimos qué imágenes simbolizan mejor nuestra amistad…
Pasamos del presente al pasado. Pienso en lo que Jesucristo ha significado para mí en mi niñez… y en las diferentes etapas de mi crecimiento como persona humana… Pienso en los altibajos por los que ha pasado nuestra relación….
Pero una relación de amistad y encuentro exige algo más: exige que yo ponga en claro mis expectativas con respecto al otro. Intento pensar qué es lo que espero de Jesús de Nazaret… Qué deseo de Él…. Qué me gustaría que Él hiciese por mí…. Se lo digo abiertamente… También le pregunto lo que Él espera de mí…
El tiempo se va agotando… Él tiene que marcharse pero, antes, nos miramos y nos preguntamos por el futuro… ¿Qué clase de futuro deseamos que tenga nuestra relación?… ¿Estoy dispuesto a mantener nuestra relación?… ¿Lo está Él?… ¿Qué podemos hacer al respecto?…
Poco a poco su presencia se desvanece… y me quedo un tiempo solo en la montaña…. Durante unos instantes saboreo el encuentro y compruebo mi estado de ánimo… ¿Cómo me siento después del Encuentro con Jesús?… ¿Qué sentimientos noto?… ¿Corren por mi cabeza mil ideas e imágenes desordenadas o, por el contrario, tengo una sensación de paz y de silencio?…
Comienzo a bajar de la montaña. Noto mis pies pesados, como sin ganas de irme, pero he de volver al camino de la vida… Allí en la realidad de mi vida humana me encontraré muchas veces con Jesús… Me pregunto: ¿seré capaz de reconocerle, de dialogar con él?… Me hago el propósito de que subiré a la montaña a menudo para seguir charlando amistosamente… Mientras tanto, surge dentro de mi una cancioncilla…
JESÚS ES LA VERDAD Y EL CAMINO, LA LUZ QUE ILUMINA MI DESTINO
Mientras vas volviendo a la normalidad, no dejes de retener en tu mente la imagen de Jesús y ora…
* * *
Día 12 de diciembre, Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de las Américas y Filipinas
Los que vivimos en Latinoamérica pedimos que nos ayuden en la oración, para que la violencia reinante en todos nuestros países, sean aplacados por la gracia de Dios.
Finalizada la práctica del retiro, una vez que hayas rezado el Padrenuestro elevemos nuestras oraciones a María. Siguiendo el estilo del triduo sin rosario, ya que hemos hecho nuestra meditación.
Himno
Ayer, Alba en el alba, subiste presurosa
Por servir a tu prima, cual sierva ante los siervos.
Hoy a México bajas, cual Rosa misteriosa
Para anunciar al indio que en sus ratos acervos.
Jamás estará solo; porque jamás, oh Madre,
Has sido en nuestra historia cobarde subterfugio;
Porque tu eres la esclava ante el Hijo del Padre:
¡Tú el regazo y el puente; tu defensa y refugio!
Eres cifra y compendio de nuestra patria suave;
Eres signo y substancia de nuestra nueva raza;
Eres lámpara y cuna, eres báculo y ave,
Eres vínculo y nudo, eres tilma y casa.
Por tus manos en hueco, patena de ternura,
Consagrados al Padre de todos los consuelos,
Por el Hijo, en la llama quemaste la amargura
Del sudor hecho lágrimas y el júbilo hecho anhelos. Amén.
Preces
Alabemos a Dios Padre todo Poderoso, el creador por quien se vive, y digámosle:
Señor, por quien vivimos, escucha nuestras plegarias.
Bendito seas, Señor del universo, que en tu inmensidad nos enviaste a la Madre de tu Hijo,
—para llamarnos a la fe y hacernos ingresar a tu santo pueblo.
Te bendecimos, Señor, porque ocultaste tu mensaje a los sabios y prudentes según el mundo
—y lo revelaste a los pequeños, a los que son tenidos por insignificante y despreciables
concédenos ser, como Juan Diego, embajadores tuyos muy dignos de confianza,
—que llevemos a todos los hombres y a todas las naciones tu mensaje de amor y de paz.
Tú que, con la presencia de María, haces brillar los riscos como perlas y las espinas como el oro,
—haz que el amor de la Santísima Virgen María nos transforme en otros Cristos.
Haz que, como Juan Diego, seamos siempre fieles al culto divino y a tus mandatos,
—para que merezcamos, también nosotros, que la Virgen María nos salga al paso en el camino de nuestra vida.
Una intención particular
—Señor por quien vivimos, escucha nuestras plegarias
AVEMARÍA…
por JOSÉ A. MARTÍNEZ PUCHE, OP | 23 Nov, 2014 | Novios Testimonios
Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
San Juan Pablo II
Homilía durante la Santa Misa de beatificación
del matrimonio de Luis y María Beltrame Quattrochi,
Homilía del domingo, 21 de octubre de 2001
* * *
En un gesto sin precedentes en la historia de la Iglesia, el 21 de octubre de 2001, Juan Pablo II beatificaba conjuntamente a un matrimonio: los esposos italianos Luis Beltrame Quattrocchi y María Corsini.
Y la diócesis de Roma celebraba por vez primera la memoria de los nuevos beatos el 25 de noviembre de 2001: contrariamente a la tradición eclesial, la fecha de la celebración no era el dies natalis (fecha de la muerte: nacimiento a la vida eterna), sino el aniversario de la boda de este matrimonio ejemplar, que fue el 25 de noviembre de 1905.
Luis Beltrame Quattrochi
El 18 de febrero de 1880 nacía Luis en Catania, tercero de los cuatro hijos de los esposos Carlo y Francesca, de clase media. Cuando el niño contaba unos nueve años se trasladó a Roma -donde residiría el resto de su vida- para vivir con sus tíos Luigi y Stefania, que no podían tener hijos. Stefania se encargaría personalmente de la formación cristiana de su sobrino, al que enviaron a buenos centros docentes para una formación integral, que completó con el doctorado en Derecho, en 1902, en la Universidad «La Sapienza».
1905 fue un año decisivo: el 25 de noviembre se casó con María Corsini en la basílica de Santa María la Mayor. Desde el primer momento quisieron formar una familia fundada en el sacramento que santifica y decidieron acoger a los hijos como don de Dios, dispuestos a superar juntos todas las dificultades de la vida. Tuvieron dos hijos y dos hijas: los dos varones llegaron a ser sacerdotes y la mayor de las hijas, religiosa. La menor se dedicó a la docencia de idiomas.
El sentido del deber y de la rectitud moral cristiana orientó siempre el ejercicio de la profesión de Luis. No aceptó nunca componendas ni favoritismos, sino que se mostró muy atento y sensible ante los más necesitados. No se dejó atemorizar por los poderosos ni corromper por los ricos. Precisamente por esto fue siempre estimado y respetado por los compañeros, cualesquiera que fueran su fe o sus ideas políticas. Al mismo tiempo que su actividad forense, cultivó y animó el asociacionismo católico, dedicándose a varios tipos de apostolado y obras de caridad. Fue miembro y consejero de la junta central de la Asociación de Scouts católicos italianos, colaboró con el profesor Luigi Gedda en la Acción Católica y en el Movimiento de Renacimiento Cristiano. El franciscano Pellegrino Paoli, a quien Luis eligió como director espiritual, acertó a orientar la vida de fe del cristiano, del esposo, del padre de familia, del abogado.
Su vida estuvo completamente centrada en Dios: en profunda comunión con su esposa, la fe era el centro de su vida personal, conyugal, familiar y profesional. Eso le ayudó a ver la vida como vocación, la familia como una iglesia doméstica, la profesión como una misión evangélica, el diálogo con Dios como una exigencia cotidiana de su espíritu. Su relación afectiva con su esposa se convirtió cada vez más en comunión de espíritus, impulso generoso y alegre a través de un itinerario de fe realizado juntos; opción concorde de vida familiar, caracterizada por la sencillez, la penitencia y la caridad, con el firme propósito de apartar todo lo que dañara la virtud. Sus compromisos espirituales más importantes eran la misa diaria (a menudo en la basílica de Santa María la Mayor), la comunión eucarística, la confesión semanal, la devoción al Sagrado Corazón y a la Virgen, con el rezo diario del rosario en familia. Fe y obras: su caridad en favor de los pobres y marginados era proverbial entre sus conocidos, a pesar de que procuraba que su mano izquierda no se enterara de lo que hacía su derecha.
Lleno de méritos, habiendo dejado ejemplos de vida evangélica por donde pasó, el 9 de noviembre de 1951 volaba al cielo: era la tercera crisis cardíaca, que no pudo superar como las dos primeras, en 1941 y 1944. A su entierro en el cementerio de Campo Verano acudieron multitud de amigos, que antes habían participado en el funeral, celebrado en la parroquia de San Vitale.
María Corsini
Florencia, la ciudad del arte, vio nacer a María, hija única del matrimonio Angiolo Corsini y Giulia Salvi, el 24 de junio de 1884. A los cuatro días era bautizada. La que era hija de una famosa familia de excelente posición económica y social, se convertía en hija de Dios.
Los abuelos de María, que vivían en su misma casa, ejercieron una influencia positiva en la formación de la personalidad de su nieta. Por motivos laborales de su padre, oficial de los granaderos de Cerdeña, la familia cambió varias veces de domicilio: Pistoya, Florencia, Arezzo y por último Roma, a donde se trasladaron también los abuelos. Hizo la primera comunión, punto de arranque de su crecimiento espiritual, el 30 de septiembre de 1897. Dotada de inteligencia viva, espíritu atento y sensibilísimo, aprovechó muy bien las ventajas de su ambiente familiar, especialmente las lecturas, para conseguir una buena formación cultural. Junto a una excelente formación cristiana y vivencia de la fe, destacaba en el dominio del humanismo, como buena florentina: a los diecisiete años conocía a fondo la literatura italiana.
La Providencia quiso que la vida de Maria estuviera un día unida a la de un buen cristiano: el 15 de marzo de 1905 se prometía con Luis Beltrame, joven abogado, cuyos tíos eran amigos de la familia Corsini. Una intensa correspondencia, que duró 46 años, nos permite conocer los sentimientos de ambos y el constante crecimiento de su relación en pureza, sinceridad y gracia, teniendo como base los valores espirituales. Después del matrimonio, celebrado el 25 de noviembre de 1905, se establecieron en la casa Corsini-Salvi. Un año después dio a luz a su primer hijo, Filippo; dos años más tarde, a Stefania; y al año siguiente, a Cesare. En el cuarto embarazo se le presentó una grave patología, que en aquel lejano 1913 obligaba a optar por la vida de la madre con el aborto o por la del hijo, si se proseguía el embarazo con altísimo riesgo personal para la madre. De común acuerdo, los esposos decidieron continuar el embarazo y a los ocho meses, tras una operación delicadísima, dio a luz a su hija menor, Enrichetta, que fue bautizada en seguida. Madre e hija salvaron su vida. Dios tenía para ellas misiones de testimonio cristiano en el mundo.
El matrimonio Beltrame Quattrocchi buscó con acierto la colaboración de buenos religiosos y religiosas, tanto para la formación de sus hijos como para su apostolado seglar. Educaron a los hijos en el Instituto Máximo de los jesuitas y a las hijas en las damas inglesas; se preocuparon también de que sus hijos se dedicaran a actividades buenas y de sana distracción: los chicos se afiliaron a los Scouts y las chicas frecuentaron a las religiosas reparadoras. María, además de cuidar de los hijos, atendía a los abuelos ya enfermos y se dedicaba al apostolado de la pluma. El encuentro con el padre Matteo Crawley, en 1916, en plena guerra mundial, dio nuevo impulso a su apostolado: le ayudó a divulgar la devoción al Sagrado Corazón, contribuyó a salvar la institución familiar mediante la exaltación de sus valores morales y religiosos. Trabajó como catequista; asistió a los heridos de guerra, e hizo numerosas obras de caridad en favor de los pobres. Más tarde colaboró con Armida Bareli y el padre Agostino Gemelli, o.f.m. Acompañó enfermos a Lourdes y Loreto para infundirles esperanza y ayudarles a aceptar los sufrimientos; consiguió el diploma de la Cruz Roja y durante nueve años trabajó en los hospitales civiles y militares, a menudo como encargada de sala. Pero María no podía ocultar su profunda formación humanística: un talento que aprovechó siempre que pudo como excelente instrumento de apostolado, por medio de sus escritos.
Hubo una ocasión providencial para expresar, a través de su pluma, lo que sentía aquella alma llena de Dios: a la elegancia de su estilo unía la experiencia mística de su vivencia evangélica. Maria tenía sólo 35 años. Una gravísima enfermedad la puso al borde de la muerte. Y, como despedida, dedicó a su marido y a sus hijos su testamento espiritual y dos cartas. Recobrada la salud, en 1920 entró en el Consejo Central de la Acción Católica, y el 12 de noviembre fue nombrada miembro del secretariado central de estudio, lo que la llevó a escribir con regularidad en periódicos. En 1922, en el espacio de pocos meses, tres de sus hijos manifestaron su deseo de consagrarse a Dios. En 1930, las bodas de plata de matrimonio coincidieron con la ordenación sacerdotal de su hijo Filippo, que en su primera misa bendijo los anillos de sus padres; ya para entonces Cesare era benedictino, y había elegido como nombre Paulino, y la hija Stefania había ingresado en el monasterio de benedictinas de Milán. El 9 de noviembre de 1951 murió el marido y afrontó este dolor con gran fe. Ella continuó su apostolado, adhiriéndose, por indicación del padre Garrigou-Lagrange, op., su director espiritual, al movimiento «Frente de la Familia», del que fue vicepresidenta del comité romano, prodigándose en la defensa de la integridad de la familia. El dominico Garrigou-Lagrange, profesor en la Universidad de Santo Tomás (Angélicum), es conocido mundialmente por sus escritos de teología espiritual, y el joven sacerdote polaco Karol Wojtyla, estudiante de dicha Universidad y futuro papa Juan Pablo II, eligió al docto dominico para dirigir su tesis doctoral. María Corsini fue también responsable de la sección femenina de «Renacimiento cristiano», en el que trabajó intensamente.
En pleno verano, el 26 de agosto de 1965, María se fue al encuentro de su esposo, que la esperaba junto al Señor. El amor, más fuerte que la muerte, los unió para siempre en la gloria.
Una vida ordinaria de modo extraordinario
Cuando Juan Pablo II declaró beatos a los esposos Luis y María, en presencia de tres de sus hijos -Filippo y Cesare, sacerdotes, y Enrichetta-, aprovechó la ocasión para exponer la importancia de la vida cristiana en el matrimonio: al hilo de la doctrina iba exponiendo el papa el testimonio de los nuevos beatos:
«Queridos hermanos y hermanas, amadísimas familias, hoy nos hemos dado cita para la beatificación de dos esposos: Luis y María Beltrame Quattrocchi. Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: «Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran» (L’ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia.
»No podía haber ocasión más feliz y más significativa que ésta para celebrar el vigésimo aniversario de la exhortación apostólica «Familiaris consortio’. Este documento, que sigue siendo de gran actualidad, además de ilustrar el valor del matrimonio y las tareas de la familia, impulsa a un compromiso particular en el camino de santidad al que los esposos están llamados en virtud de la gracia sacramental, que «no se agota en la celebración del sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda su existencia» (Familiaris consortio, 56). La belleza de este camino resplandece en el testimonio de los Beatos Luis y María, expresión ejemplar del pueblo italiano, que tanto debe al matrimonio y a la familia fundada en él.
»Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
»Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario. En medio de las alegrías y las preocupaciones de una familia normal, supieron llevar una existencia extraordinariamente rica en espiritualidad. En el centro, la Eucaristía diaria, a la que se añadían la devoción filial a la Virgen María, invocada con el rosario que rezaban todos los días por la tarde, y la referencia a sabios consejeros espirituales. Así supieron acompañar a sus hijos en el discernimiento vocacional, entrenándolos para valorarlo todo «de tejas para arriba», como simpáticamente solían decir.
‘La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el Concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo «propriam viam sequentes», «siguiendo su propio camino» (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.
»En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia.»
Matrimonio y vida consagrada
Con frecuencia se ha ponderado tanto la excelencia de la vida consagrada –monástica, religiosa, sacerdotal–, que ha quedado en un modesto segundo plano la grandeza del matrimonio cristiano. Con motivo de la beatificación de los esposos Luigi y María, alguien recordó aquella anécdota de San Pío X, cuando le preguntaron qué vocación era la mejor para la Iglesia. El santo patriarca de Venecia se quitó el anillo pastoral, pidió a unos esposos sus anillos, y dijo mostrando los tres: Sin los anillos de mis padres no hubiera sido posible este anillo episcopal.
Ciertamente, la tradición de la Iglesia se ha inclinado más a la exaltación de la vida consagrada por el reino de los cielos –un don que Dios da a quien él elige– que a la vida matrimonial. Por eso, cuando se escuchan las palabras de Juan Pablo II, se descubre la plena realidad: las diversas vocaciones son complementarias en la Iglesia, y la santidad no es monopolio de un estado, sino vocación y patrimonio de todos los bautizados.
Esto no es nuevo en la Iglesia. Nada menos que en el siglo IV, el obispo Anfiloquio de Iconio, de gran influencia en el Concilio de Constantinopla (381), y muy reconocido después de muerto en el Concilio de Éfeso (431), decía en una homilía, precisamente en la fiesta que la Iglesia de nuestros días ha elegido como Día de la Vida Consagrada (2 de febrero).
«La virginidad es admirable como tesoro de no servidumbre, como morada de libertad, como ornamento ascético, como superior al estado humano, como libre de las necesarias pasiones, como aquella que entra con el esposo Cristo en el tálamo del reino de los cielos. Éstos y otros semejantes son los valores de la virginidad. Un honorable matrimonio (Hb 13, 4) supera todo don terreno, como árbol que da fruto, como planta hermosa, como raíz de virginidad, como cultivo de ramas razonables y vitales, como bendición del crecimiento del mundo, como consolación de la raza, como creador de la humanidad, como pintor de la imagen divina, como poseedor de la bendición de su Señor, como el que abraza todo el mundo para cargarlo, como el que habita en aquel a quien suplicó que se encarnase, como el que puede decir con confianza: «Henos aquí a mí y a los hijos que Dios me ha dado» (Hb 2, 13; Is 8, 18). Elimina el matrimonio honorable, y no hallarás la flor de la virginidad; porque en él y en ninguna otra parte se recoge la flor de la virginidad. Al decir todo esto no queremos meter una pugna entre la virginidad y el matrimonio, sino que apreciamos ambos como necesarios. Pues el mismo Señor, que proveyó una y otro, no ha opuesto la primera al segundo, sino que mantiene a ambos como partes del temor de Dios. Porque sin el piadoso temor de Dios, ni es preciosa la virginidad, ni honorable el matrimonio’ (Homilía II en la fiesta de la Presentación de nuestro Señor Jesucristo).
Los Beatos Luis y María vivieron el sacramento del matrimonio con todas sus consecuencias de santificación. Y, entre las consecuencias más valiosas, la vivencia del Evangelio y de sus valores en el seno de la familia que se convierte en iglesia doméstica, en primer seminario: En casa, siempre se respiró un clima sobrenatural, sereno, alegre, no beato –declaraba Cesare, uno de los hijos sacerdotes que han sido testigos de la beatificación–. La educación, que nos llevó a tres de nosotros a la consagración, era el pan cotidiano. Todavía tengo una Imitación de Cristo, que mamá me regaló cuando tenía diez años. La dedicatoria me sigue produciendo escalofríos: Acuérdate de que a Cristo se le sigue, si es necesario, hasta dar la vida».
¡Cuántos hemos escuchado de labios de la madre palabras semejantes, que han marcado nuestra vida para siempre!
Fuente original en mercaba.org
* * *
Otros recursos en la red
* * *
Recursos ausiovisuales
* * *
por CeF | Fuentes varias | RAI | 22 Nov, 2014 | Confirmación Vida de los Santos
Vemos en tal participación la estima y la confianza que vosotros tenéis en la Santa Sede y en la Iglesia, humilde mensajera del Evangelio en todos los pueblos de la tierra para ayudar a crear un clima de justicia, de fraternidad, de solidaridad y de esperanza, sin el que no se podría vivir en el mundo. Todos los presentes, grandes y pequeños, estén seguros de nuestra disponibilidad a servirles según el espíritu del Señor.
Rodeado de vuestro amor y sostenido por vuestra oración, comenzamos nuestro servicio apostólico invocando, cual espléndida estrella de nuestro camino, a la Madre de Dios, María, Salus populi romani y Mater Ecclesiae, que la liturgia venera de manera particular en este mes de septiembre.
La Virgen, que ha guiado con delicada ternura nuestra vida de niño, de seminarista, de sacerdote y de obispo, continúe iluminando y dirigiendo nuestros pasos, para que, convertidos en voz de Pedro, con los ojos y la mente fijos en su Hijo, Jesús, proclamemos al mundo con alegre firmeza, nuestra profesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
SS Juan Pablo I,
Homilía en la Misa de comienzo del Ministerio de Sumo pastor,
domingo, 3 de septiembre de 1978.
* * *
Ficha en IMDb
* * *
Ficha de la miniserie
Título original: Papa Luciani – Il sorriso di Dio (miniserie para TV)
Año: 2006
Duración: 200 min
País: Italia
Director: Giorgio Capitani
Guión: Francesco Scardamaglia, Massimo Cerofolini
Música: Marco Frisina
Fotografía: Claudio Sabatini
Reparto: Neri Marcorè, José María Blanco, Paolo Romano, Franco Interlenghi, Imma Colomer, Gabriele Ferzetti, Roberto Citran, Jacques Sernas, Sergio Fiorentini, Alberto Di Stasio, Mario Opinato, Giorgia Bongianni, Alberto Scala, Emilio De Marchi, Daniele Griggio
Productora: Compagnia Leone Cinematografica / Rai Fiction
Sinopsis: El cardenal Albino Luciani (Neri Marcorè) ha viajado a Fátima donde se entrevista con la hermana Lucía (Imma Colomer), última superviviente de los tres pastorcillos que vieron a la Virgen y escucharon y guardaron los secretos que les confió. Lucía le revela al cardenal que pronto será elegido Papa, pero que su papado ‘será breve como lo es la vida de una semilla, ya que la semilla debe morir para que la planta pueda crecer y dar fruto’. Esas palabras llenan de inquietud a monseñor Luciani quien, a pesar de su frágil salud —y erróneos diagnósticos médicos—, a lo largo de su vida ha dedicado todas sus fuerzas a ayudar a pobres y desvalidos, ya que él mismo vivió con su familia la máxima pobreza y lo sinsabores de una forzada emigración. En 1978, un año después de la revelación de la hermana Lucía, fallece Pablo VI y el cardenal Luciani es elegido Papa. En recuerdo de sus dos antecesores y valedores —Juan XXIII (Claudio Angelini) y Pablo VI (Massimo Rinaldi)—, Luciani adopta el nombre de Juan Pablo I y emprende la puesta en marcha de la modernización de la Iglesia, aunque sabe que el tiempo del que dispone es muy breve.
por CeF | Fuentes varias | 15 Nov, 2014 | Postcomunión Dinámicas
Conviene conocer a los demás para conocerse a sí mismo. Ya sabemos que lo más difícil y lo que genera más inquietud es responder a una pregunta básica y fundamental: «¿Quién soy yo realmente?».
Sin la referencia a los otros es imposible dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta que ha hundido a gente en la más brutal desesperanza y a otros los ha puesto en camino hacia una búsqueda apasionante, abierta también al «Totalmente Otro» (Dios).
Ludwig Börne (escritor y político alemán).
* * *
En este artículo os presentamos más veinte dinámicas destinadas a permitir a que los miembros de un grupo de catequesis se conozcan los unos a los otros. Pueden utilizarse en un primer momento, simplemente con el objetivo de aprender los nombres de cada persona, o bien tratarse de una presentación o conocimiento más profundo y vital.
Antes de empezar cada dinámica el catequista ha de asegurarse de que se han entendido bien las indicaciones de la dinámica y cómo se desarrolla.
Se trata de dinámicas muy sencillas, que ayudan al catequista a crear un ambiente positivo en el grupo, especialmente cuando los participantes no se conocen.
Como veréis, la mayoría de ellas son de presentación de nombres; estos pueden sustituirse por cualidades personales que cada uno considere de sí mismo, nacionalidad, nombre de los padres, número de hermanos, etc. Es decir, cualquier dato que el catequista considere relevante para la integración positiva del grupo.
* * *
1. Entrevistas mutuas
2. Cambiar de punto de vista
3. El nido
4. Este es mi amigo
5. Conociendo a mis compañeros
6. ¿Te gustan tus vecinos?
7. Coro de nombres
8. Pelota al aire
9. Palmadas
10. Me pica aquí
11. La cesta está revuelta
12. La madeja de lana
13. Álbum de recuerdos
14. Explota globos
15. Estoy sentado, y amo
16. ¡Plash!
17. Ocupar el terreno
18. Rueda de nombres
19. Rasgos en común
20. El abusón
21. El gangoso
22. Si yo fuera…
23. Persecución de nombres
* * *
1. Entrevistas mutuas
Sinopsis
Se trata de crear un mundo en común, por parejas.
Objetivo
Comprender la diferencia de relaciones, cuando se basan en una desconfianza o confianza a priori.
Participantes
Grupos desde 11-12 años. Cada pareja debe aislarse y no contactar con los demás. Hay que intentar contar lo más posible de sí mismo.
Desarrollo
Explicación de la dinámica al grupo, seguida de agrupamiento por parejas, intentando elegir a alguien con quien no se conviva habitualmente.
La dinámica dura 20 minutos.
Las parejas se aíslan, y durante 10 minutos, cada compañero dice al otro la idea que tiene de sí mismo, a fin de crear un mundo en común.
Evaluación
Ha de apreciarse la evolución de los sentimientos durante la dinámica y las cosas aportadas por cada participante. También los cambios que se han producido y se producirán en las relaciones.
* * *
2. Cambiar de punto de vista
Sinopsis
Consiste en ponerse en lugar de los otros.
Objetivo
Aprender a percibir una situación, desde el punto de vista de otra persona del grupo.
Participantes
Para niños desde 12 años.
Materiales necesarios
Papel y bolígrafo.
Desarrollo
Propuesta-ejemplo para un intercambio con otro grupo cultural (interno o externo al grupo).
El yo: ¿Qué es importante para mí? ¿Qué es lo que me hace único? ¿Cuáles son mis puntos fuertes y débiles? ¿Quién y qué han hecho de mi lo que soy?
El yo y los otros: ¿Cuáles son mis amistades preferentes (individuos o grupos)? ¿Quiénes son mis héroes, mis modelos? ¿Qué tipo de diferencia tengo y con quién? ¿Cómo se arreglan estas diferencias?
El yo y la sociedad: ¿Cuál es mi papel en la sociedad hoy y mañana? ¿Qué influencia podría ejercer en ella? ¿En qué medida depende mi existencia de la sociedad?
Los participantes primero responden como creen que responderían los del otro grupo. Después responden a las preguntas desde su punto de vista. La primera serie de repuestas (las de «en lugar de los otros»), se remiten al otro grupo que envía sus reacciones después de la lectura.
Evaluación
Se analiza la diferencia entre las reacciones prejuzgadas y las reales. Consecuencias de nuestros prejuicios. Visión actual en nuestro grupo y el cambio experimentado.
* * *
3. El nido
Sinopsis
Consiste en crear un recorrido para hacer con un objeto-ficha, mientras se expresan sentimientos y se comparten experiencias.
Objetivo
Favorecer el conocimiento entre los participantes a través de una serie de cuestiones que ellos mismos decidirán.
Participantes
Grupos de 4-6 personas, desde los 6 años.
Si el grupo es numeroso, es mejor formar subgrupos.
Materiales necesarios
Un gran papel, pinturas, bolígrafos y algún dado.
Desarrollo
Cada uno buscará un objeto que sirva de ficha. Colocará ésta sobre el papel y dibujará alrededor del nido.
El que empieza tira el dado. Si salen 4, dibujará cuatro casillas a partir de los nidos y colocará su ficha en la cuarta. En esta casilla tiene que poner una misión/prenda (por ejemplo, contar un sentimiento, un corto episodio del pasado, etc.) que escribirá junto a la casilla (por ejemplo, un viaje, gustos…). La prenda o misión tiene que ser tan general que todos puedan hablar de ella.
Los siguientes participantes irán sucesivamente tirando el dado y cayendo en las casillas ya escritas o haciendo nuevas. Si la casilla en la que caen está vacía, obrarán como el primer participante. Si aquella tiene mensaje, deberán hablar sobre el ya puesto.
Tienen que llegar a formar un circuito cerrado en el que irán jugando hasta que se piense que es suficiente.
Evaluación
No es necesaria. Puede hablarse sobre que ha aportado la dinámica al grupo y a cada uno de los participantes.
* * *
4. Este es mi amigo
Sinopsis
Se trata de que cada participante presente al compañero al resto del grupo, convirtiendo la presentación, de una cosa «mía» en una cosa nuestra.
Objetivo
Integración de todos los participantes al grupo.
Participantes
Grupo completo, para niños desde los 4 años
Materiales necesarios
No requiere materiales.
Desarrollo
Los participantes se sientan en círculo con las manos unidas. Uno comienza presentando al compañero de la izquierda con la fórmula «este es mi amigo x», cuando dice el nombre alza la mano de su amigo al aire; se continúa la dinámica hasta que todos hayan sido presentados.
Evaluación
Hay que procurar el conseguir que todos los participantes se sientan integrados y aceptados dentro del grupo. Es importante que todos los compañeros sepan su nombre (reacción ante la progresiva «numerificación»).
* * *
5. Conociendo a mis compañeros
Sinopsis
Se trata de conocer al resto de los participantes utilizando una pelota que deberán arrojar al contrario.
Objetivo
Favorecer el conocimiento entre los participantes a través de una serie de dinámicas con una pelota.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Un balón.
Desarrollo
En esta dinámica uno de los participantes (participante 1) toma el balón y lo arroja hacia arriba al mismo tiempo que dice el nombre de uno de los otros (participante 2).
Mientras el que fue nombrado (participante 2) corre a tomar el balón, el resto corre lo más lejos posible.
Para que paren de correr, el participante (participante 2) nombrado debe tomar el balón y decir fuerte una característica que distinga al primero (participante 1) que arrojó el balón hacia arriba.
Cuando los participantes que corrían escuchen esta característica deben pararse en el lugar que estén para que quien tenga el balón (participante 2) trate de golpearlos con él.
El que sea golpeado con el balón pierde una vida y debe comenzar otra vez la dinámica. Si no golpea a nadie, el participante nombrado pierde una vida y debe reanudar la dinámica.
Se puede asignar un número de vidas a cada participante o eliminar a la primera vez que se es golpeado o que no se pudo tocar a nadie con el balón.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
6. ¿Te gustan tus vecinos?
Sinopsis
Cada uno ha de responder si le gustan sus vecinos y, en caso negativo, llamar a quien le gustaría tener.
Objetivo
Aprender los nombres y pasar un rato divertido.
Participantes
Grupo de niños desde 5 años.
Materiales necesarios
Una silla menos que participantes.
Indicaciones antes de comenzar
La dinámica tiene que desarrollarse con rapidez.
Desarrollo
Todos sentados en círculo.
El animador —puede ser el catequista o un miembro del grupo— sin (silla) dará comienzo a la dinámica.
Acercándose a alguien le preguntará: —¿Te gustan tus vecinos?
Si la repuesta es no, habrá de decir los nombres de las personas que le gustaría que vivieran a ocupar los lugares de sus actuales vecinos de derecha e izquierda, mientras que estos tendrán que abandonar su lugar, que intentará ser ocupado por los vecinos es atrapados.
Durante el cambio de sitios, las personas del centro intentarán ocupar una silla.
Si la respuesta es sí, todo el grupo girará un puesto a la derecha.
Cuando se oiga el tercer sí (no importa que sean dichos por diferentes personas) se girarán dos puestos a la derecha. Al cuarto, dos a la izquierda, y así sucesivamente.
Después de cada pregunta, las personas que queden sin silla continúan la dinámica.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
7. Coro de nombres
Sinopsis
Se trata de decir tu nombre a una señal del catequista.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Grupo de niños desde los 5 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
La dinámica tiene que desarrollarse con rapidez.
Desarrollo
Todos en círculo. El catequista en el centro de pie gritará con el brazo estirado señalando con el dedo. Cada uno dice su nombre cuando el catequista lo señale.
Puede girar despacio, saltando, cambiando de lado.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
8. Pelota al aire
Sinopsis
Consiste en lanzar y retomar una pelota, disco u otro objeto diciendo el nombre de una persona del grupo que tendrá que retomarlo antes de que caiga al suelo.
Objetivo
Aprender los nombre. Estimular la precisión en los envíos.
Participantes
Grupo de niños desde los 6 años.
Materiales necesarios
Pelota, disco u objeto similar.
Indicaciones antes de comenzar
La dinámica tiene que desarrollarse de forma rápida. Los participantes no pueden entrar dentro del círculo mientras no sean nombrados.
Desarrollo
Los participantes están de pie en el círculo, menos uno que está en el centro con el objeto a lanzar.
La persona del centro lanza el objeto al aire al tiempo que dice un nombre, volviendo al círculo.
La persona nombrada ha de tomarlo antes de que caiga al suelo y a su vez lanzarlo al aire diciendo otro nombre.
La dinámica continúa hasta que todos han sido presentados.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
9. Palmadas
Sinopsis
Se trata de decir el nombre propio y el de otra persona llevando el ritmo marcado.
Objetivo
Aprender los nombres. Desarrollar el sentido del ritmo.
Participantes
Grupo de niños desde los 5 años.
Materiales necesarios
Ninguno.
Desarrollo
En círculo, el catequista marca el ritmo: un golpe con las palmas de las manos sobre las piernas, una palmada, mano derecha hacia atrás por encima del hombro y con el pulgar mirando hacia atrás, este mismo movimiento con la mano izquierda.
Al llevar la derecha hacia atrás hay que decir el nombre de uno mismo y al llevar la izquierda el de otra persona del grupo.
Todo el grupo tiene que hacer los mismos movimientos llevando el ritmo.
La persona nombrada dice su nombre y el de otra persona.
Así sucesivamente hasta ser presentados todos algunas veces, sin perder el ritmo.
Se pueden hacer variantes, cambiando el ritmo, habiéndolo también con los pies estando sentados.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
10. Me pica aquí
Sinopsis
Esta dinámica nos ayuda a aprender los nombres de los demás. Cuando un grupo se reúne por primera vez, a menudo una dinámica activo de nombres proporciona un ambiente de seguridad y positivo, relajará la tensión que provoca el estar con gente nueva.
Objetivo
Aprender los nombres. Ayudar a los demás a recordar.
Participantes
Grupo de chavales desde los 8 años.
Materiales necesarios
Ninguno.
Desarrollo
Es bueno darse cuenta de que se puede ayudar a que la gente se acuerde de los nombres, no hay nada malo en no saberlos todos. La primera persona dice: «se llama Juan y le pica allí» (rascando la cabeza de Juan) y yo me llamo maría y me pica aquí» (rascándose). La tercera dice: «se llama maría y le pica allí y yo me llamo Carmen y me pica aquí» (rascándole a maría y luego a sí misma…..).
Evaluación
No es necesaria.
* * *
11. La cesta está revuelta
Sinopsis
Se trata de decir el nombre del compañero cuya fruta coincida con la que hemos dicho.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Grupo de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Cada persona se considerará «plátano», a la persona de su derecha «limón» y a la de su izquierda «naranja» (o cualquier fruta que se quiera).
El catequista, en el centro, señalará a uno de ellos y le dirá el nombre de una fruta, según la fruta que le diga la persona señalada tendrá que decir el nombre de la persona en cuestión.
Si la persona señalada se equivoca, pasará a ocupar el lugar del catequista, y así sucesivamente.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
12. La madeja de lana
Sinopsis
Se trata de presentarnos ante el resto de los compañeros, cuando hemos acabado tenemos que lanzar un ovillo de lana a otro participante que hará lo mismo.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años.
Materiales necesarios
Una madeja de lana.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
El que tiene la madeja de lana comienza diciendo su nombre, profesión, aficiones, etc., cuando termina lanza la madeja de lana a cualquier otro participante sosteniendo la punta de ésta, el que recoge la madeja dice también su nombre, aficiones, etc., y del mismo modo, sosteniendo la lana, lanza el ovillo a otro participante, así hasta que todos han dicho su nombre y demás.
Para retomar el ovillo, se irá diciendo el nombre y todo lo que ha dicho la persona que anteriormente te ha lanzado la madeja, y se le lanzará ahora a él, así hasta que el ovillo queda recogido.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
13. Álbum de recuerdos
Sinopsis
Se trata de acertar las cualidades de cada uno.
Objetivo
Conocer a los demás.
Participantes
Más de 6, a partir de 14 años
Materiales necesarios
Fotografía de pequeño de cada participante, cartulinas, bolígrafos.
Desarrollo
Se reparten cartulinas entre los participantes, las cuales deberán doblarlas por la mitad, en una parte pegarán la fotografía, y en la otra escribirán datos de la infancia, tales como: mi mayor travesura, mi primer amor, mi mejor regalo, mis primeros amigos, etc.
Una vez hecho todos los álbumes, se barajarán y se repartirán a los participantes, se irán leyendo uno a uno y se mostrará la fotografía, entre todos se tratará de adivinar a quién pertenece el álbum.
* * *
14. Explota globos
Sinopsis
Consiste en decir el nombre de un compañero de una forma muy original.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años.
Materiales necesarios
Globos.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Se reparte un globo a cada participante, sale uno al centro con el globo entre las piernas dando pequeños saltos.
Cuando llega al centro señala a otra persona que irá, también, hacia el centro; el primero coge su y se lo pone en el pecho, abraza al segundo y gritando su nombre explota el globo con un fuerte apretón.
Cuando el globo explote el primero se volverá hacia su sitio en el círculo, y el segundo llamará a otra persona, así hasta que todos hayan explotado su globo.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
15. Estoy sentado, y amo
Sinopsis
Una variante a la dinámica de la silla que nos sirve como dinámica de presentación.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo, sentados en sillas o puestos en cuclillas.
Desarrollo
Se deja un hueco libre. La persona que tenga el hueco a la derecha salta ocupando el hueco libre a la vez que dice: «Estoy sentado…».
Una segunda salta correlativa a este diciendo: «Y amo…».
Una tercera y última termina diciendo: «Muy, muy en secreto a (nombre de una persona del grupo)», dejando la vacante a su izquierda.
Los compañeros que estén a ambos lados de la persona nombrada deben impedir que éste vaya a ocupar el lugar libre.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
16. ¡Plash!
Sinopsis
Una divertida forma de presentarse.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 12, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno
Indicaciones antes de comenzar
Los participantes se colocan formando dos círculos de igual número de componentes.
Desarrollo
Los niños del círculo exterior miran hacia dentro, y las del interior hacia fuera, empiezan a girar los círculos en sentido contrario, y a una palmada del catequista se paran los círculos.
Aquellos de los distintos círculos que caigan juntas comenzarán a hablarse presentándose y contándose cosas de ellos.
El catequista marcará el tiempo, y a otra palmada comenzarán los círculos a girar de nuevo, así hasta estar todos presentados.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
17. Ocupar el terreno
Sinopsis
Correr cada vez más rápido.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Comienza un componente que a la vez que grita el nombre de un compañero se lanza hacia el lugar que éste ocupa, éste correrá hacia otro compañero, y así sucesivamente, tratando de que cada vez sea más rápido.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
18. Rueda de nombres
Sinopsis
Consiste en repetir los nombres de los demás.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Comienza uno diciendo su nombre. El de su izquierda dice el nombre del anterior y el suyo, y así sucesivamente hasta el último, que deberá repetir todos los nombres.
Se pueden realizar diversas variantes, tales como decir tu nombre y el de una fruta que empiece por la misma letra, decir tu nombre y algo que te gusta o disgusta, etc.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
19. Rasgos en común
Sinopsis
Consiste en sacar el mayor número de similitudes que hay entre cada pareja.
Objetivo
Aprender las características que tenemos en común con los demás.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Dividir el grupo por parejas.
Desarrollo
Cada pareja debe sacar el mayor número de similitudes que hay entre ellos, como color de pelo, ropa, aficiones, familia, etc.
Gana la pareja que mayor parecido tenga.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
20. El abusón
Sinopsis
Una forma un poco brusca de aprender los nombres de nuestros compañeros.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Uno de ellos se sitúa en medio y dirigiéndose a otro, le dice de malas maneras a la vez que le empuja: —Eh, tú, quítate de ahí (nombre).
El otro responde asustado: —¿Por qué?
Y el primero le tiene que decir un motivo cualquiera y le quita su lugar.
El otro debe salir al centro y hacer la misma operación.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
21. El gangoso
Sinopsis
Una forma muy graciosa de decir los nombres.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Indicaciones antes de comenzar
Todos los participantes se colocan formando un círculo.
Desarrollo
Los participantes deben decir uno a uno su nombre haciendo el gangoso. También lo pueden decir tartamudeando, chillando, sin decir las vocales, diciendo sólo las vocales, abriendo mucho la boca, etc.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
22. Si yo fuera…
Sinopsis
Dinámica de preguntas.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 5, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Ninguno.
Desarrollo
Se pide a un participante que piense en una persona del grupo, los demás deben adivinar quién es haciéndole preguntas del tipo: «Si yo fuera… ¿qué sería?»
Este debe responder lo que más identifica con la persona que ha pensado.
Quien acierte la persona que es, piensa en otro del grupo.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
23. Persecución de nombres
Sinopsis
Dinámica de presentaciones.
Objetivo
Aprender los nombres.
Participantes
Más de 10, a partir de 7 años
Materiales necesarios
Bolígrafos, etiquetas adhesivas y folios.
Indicaciones antes de comenzar
El grupo se divide en varios subgrupos.
Desarrollo
Cada componente se pega en la espalda su nombre y edad. Cada equipo debe descubrir y anotar el máximo de nombres y edades correctas, y tratar de que no descubran los nombres de las personas de su grupo.
Si el grupo ya se conoce, se pueden poner el nombre de algún personaje famoso y una edad inventada.
Evaluación
No es necesaria.
* * *
por Catequesis en Familia | 10 Nov, 2014 | La Biblia
Mateo 25, 14-30. Trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario. Acoger la invitación a la vigilancia es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en él los frutos de su amor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El reino de los Cielos es también como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor». Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!». Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes»».
Sagrada Escritura en el portal web de la Santa Sede
Lecturas
Primera lectura: Libro de los Proverbios, Prov 31, 10-13.19-20.30-31
Salmo: Sal 128(127), 1-5
Segunda lectura: Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses, 1 Tes 5, 1-6
Oración introductoria
Señor, gracias por los talentos que me has dado. No permitas que la apatía o el desánimo me lleven a enterrarlos o a utilizarlos para mi beneficio personal. Ilumina mi oración, permite que me acerque a Ti con confianza y con un corazón sincero, para desprenderme de mi voluntad y unirme más a la tuya.
Petición
Padre, ayudanos a comprender que lo que se nos ha dado se multiplica dándolo. Es un tesoro que hemos recibido para gastarlo, invertirlo y compartirlo con todos.
Meditación del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En la célebre parábola de los talentos —que narra el evangelista Mateo (cf. 25, 14-30)—, Jesús habla de tres siervos a los que el señor, en el momento de partir para un largo viaje, les confía sus bienes. Dos de ellos se comportan bien, porque hacen fructificar el doble los bienes recibidos. El tercero, en cambio, esconde el dinero recibido en un hoyo. Al volver a casa, el señor pide cuentas a los siervos de lo que les había confiado y, mientras se complace con los dos primeros, el tercero lo defrauda. En efecto, el siervo que mantuvo escondido el talento sin valorizarlo hizo mal sus cálculos: se comportó como si su señor ya no fuera a regresar, como si no hubiera un día en que le pediría cuentas de su actuación. Con esta parábola, Jesús quiere enseñar a los discípulos a usar bien sus dones: Dios llama a cada hombre a la vida y le entrega talentos, confiándole al mismo tiempo una misión que cumplir. Sería de necios pensar que estos dones se nos deben, y renunciar a emplearlos sería incumplir el fin de la propia existencia. Comentando esta página evangélica, san Gregorio Magno nota que el Señor a nadie niega el don de su caridad, del amor. Escribe: «Por esto, es necesario, hermanos míos, que pongáis sumo cuidado en la custodia de la caridad, en toda acción que tengáis que realizar» (Homilías sobre los Evangelios 9, 6). Y tras precisar que la verdadera caridad consiste en amar tanto a los amigos como a los enemigos, añade: «Si uno adolece de esta virtud, pierde todo bien que tiene, es privado del talento recibido y arrojado fuera, a las tinieblas» (ib.).
Queridos hermanos, acojamos la invitación a la vigilancia, a la que tantas veces nos exhortan las Escrituras. Esta es la actitud de quien sabe que el Señor volverá y querrá ver en nosotros los frutos de su amor. La caridad es el bien fundamental que nadie puede dejar de hacer fructificar y sin el cual cualquier otro don es vano (cf. 1 Co 13, 3). Si Jesús nos ha amado hasta el punto de dar su vida por nosotros (cf. 1 Jn 3, 16), ¿cómo podríamos no amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amarnos de todo corazón los unos a los otros? (cf. 1 Jn 4, 11). Sólo practicando la caridad, también nosotros podremos participar en la alegría de nuestro Señor. Que la Virgen María sea nuestra maestra de laboriosa y alegre vigilancia en el camino hacia el encuentro con Dios.
Santo Padre emérito Benedicto XVI
Ángelus del domingo, 13 de noviembre de 2011
Propósito
El que ama de verdad no deja escapar ninguna ocasión para aprovechar sus dones y hacerlos fructificar en bien de los demás.
Diálogo con Cristo
Señor, qué fácilmente olvido lo fugaz y lo temporal de esta vida. En vez de buscar multiplicar, en clave al amor a los demás, los numerosos talentos con los que has enriquecido mi vida, frecuentemente me dejo atrapar por el camino fácil de la comodidad o la ley del menor esfuerzo. Concédeme la gracia de saber reconocer y multiplicar los dones recibidos.
* * *
Evangelio en Catholic.net
Evangelio en Evangelio del día
por SS Francisco | Catecismo de la Iglesia Católica | 10 Nov, 2014 | Novios Magisterio
Este sacramento nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un designio de comunión. Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de la creación se dice: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó… Por eso abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gn 1, 27; 2, 24). La imagen de Dios es la pareja matrimonial: el hombre y la mujer; no sólo el hombre, no sólo la mujer, sino los dos. Esta es la imagen de Dios: el amor, la alianza de Dios con nosotros está representada en esa alianza entre el hombre y la mujer. Y esto es hermoso. Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión de vida plena y definitiva.
Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se «refleja» en ellos, imprime en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. La Biblia usa una expresión fuerte y dice «una sola carne», tan íntima es la unión entre el hombre y la mujer en el matrimonio. Y es precisamente este el misterio del matrimonio: el amor de Dios que se refleja en la pareja que decide vivir juntos. Por esto el hombre deja su casa, la casa de sus padres y va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente a ella que los dos se convierten —dice la Biblia— en una sola carne.
San Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se refleja un misterio grande: la relación instaurada por Cristo con la Iglesia, una relación nupcial (cf. Ef 5, 21-33). La Iglesia es la esposa de Cristo. Esta es la relación. Esto significa que el matrimonio responde a una vocación específica y debe considerarse como una consagración (cf. Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración: el hombre y la mujer son consagrados en su amor. Los esposos, en efecto, en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por ella, en la fidelidad y en el servicio.
SS Francisco, Audiencia general del 2 de abril de 2014.
* * *
El Matrimonio en el Catecismo de la Iglesia Católica
Artículo 7
El Sacramento del Matrimonio
1601 «La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados» (CIC, can. 1055,1)
I El matrimonio en el plan de Dios
1602 La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las «bodas del Cordero» (Ap 19,7.9). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su «misterio», de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación «en el Señor» (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de la creación
1603 «La íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el Creador y provista de leyes propias, se establece sobre la alianza del matrimonio… un vínculo sagrado… no depende del arbitrio humano. El mismo Dios es el autor del matrimonio» (GS 48,1). La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador. El matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas diversidades no deben hacer olvidar sus rasgos comunes y permanente. A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (cf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. «La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (GS 47,1).
1604 Dios que ha creado al hombre por amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que es Amor (cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. «Y los bendijo Dios y les dijo: «Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'» (Gn 1,28).
1605 La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio» (cf Sal 121,2). «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19,6).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
1606 Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer. En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.
1607 Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (cf Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (cf Gn 3,16-19).
1608 Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó «al comienzo».
El matrimonio bajo la pedagogía de la antigua Ley
1609 En su misericordia, Dios no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado, «los dolores del parto» (Gn 3,16), el trabajo «con el sudor de tu frente» (Gn 3,19), constituyen también remedios que limitan los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a vencer el repliegue sobre s í mismo, el egoísmo, la búsqueda del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí.
1610 La conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad del matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua. La poligamia de los patriarcas y de los reyes no es todavía prohibida de una manera explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés se orienta a proteger a la mujer contra un dominio arbitrario del hombre, aunque ella lleve también, según la palabra del Señor, las huellas de «la dureza del corazón» de la persona humana, razón por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (cf Mt 19,8; Dt 24,1).
1611 Contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (cf Os 1-3; Is 54.62; Jr 2-3. 31; Ez 16,62;23), los profetas fueron preparando la conciencia del Pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unidad y de la indisolubilidad del matrimonio (cf Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del sentido hondo del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que éste es reflejo del amor de Dios, amor «fuerte como la muerte» que «las grandes aguas no pueden anegar» (Ct 8,6-7).
El matrimonio en el Señor
1612 La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel había preparado la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y dando su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él (cf. GS 22), preparando así «las bodas del cordero» (Ap 19,7.9).
1613 En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión de un banquete de boda (cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
1614 En su predicación, Jesús enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: «lo que Dios unió, que no lo separe el hombre» (Mt 19,6).
1615 Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada (cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés. Viniendo para restablecer el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando a s í mismos, tomando sobre s í sus cruces (cf Mt 8,34), los esposos podrán «comprender» (cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
1616 Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla» (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: «‘Por es o dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne’. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32).
1617 Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas (cf Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (cf DS 1800; CIC, can. 1055,2).
La virginidad por el Reino de Dios
1618 Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que El es el modelo:
Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda (Mt 19,12).
1619 La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (cf 1 Co 7,31; Mc 12,25).
1620 Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (cf Mt 19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino (cf LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:
Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad… (S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).
II La celebración del Matrimonio
1621 En el rito latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo (cf SC 61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó (cf LG 6). Es, pues, conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, «formen un solo cuerpo» en Cristo (cf 1 Co 10,17).
1622 «En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio…debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa» (FC 67). Por tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento de la penitencia.
1623 Según la tradición latina, los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio. En las tradiciones de las Iglesias orientales, los sacerdotes —Obispos o presbíteros— son testigos del recíproco consentimiento expresado por los esposos (cf. CCEO, can. 817), pero también su bendición es necesaria para la validez del sacramento (cf CCEO, can. 828).
1624 Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5,32). El Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad.
III El consentimiento matrimonial
1625 Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. «Ser libre» quiere decir:
- no obrar por coacción;
- no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.
1626 La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable «que hace el matrimonio» (CIC, can. 1057,1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
1627 El consentimiento consiste en «un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente» (GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): «Yo te recibo como esposa» – «Yo te recibo como esposo» (OcM 45). Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos «vienen a ser una sola carne» (cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (cf CIC, can. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento (CIC, can. 1057, 1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
1629 Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el matrimonio; cf. CIC, can. 1095-1107), la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar «la nulidad del matrimonio», es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente precedente (cf CIC, can. 1071).
1630 El sacerdote ( o el diácono) que asiste a la celebraci ón del matrimonio, recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia (y también de los testigos) expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
1631 Por esta razón, la Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio (cf Cc. de Trento: DS 1813-1816; CIC, can. 1108). Varias razones concurren para explicar esta determinación:
- El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia.
- El matrimonio introduce en un ordo eclesial, crea derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos.
- Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que exista certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos).
- El carácter público del consentimiento protege el «Sí» una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él.
1632 Para que el «Sí» de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para el matrimonio es de primera importancia:
El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el camino privilegiado de esta preparación.
El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como «familia de Dios» es indispensable para la transmisión de los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia (cf. CIC, can. 1063), y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación:
Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, dignidad , tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido al matrimonio (GS 49,3).
Matrimonios mixtos y disparidad de culto
1633 En numerosos países, la situación del matrimonio mixto (entre católico y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige una atención particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de matrimonios con disparidad de culto (entre católico y no bautizado) exige una aún mayor atención.
1634 La diferencia de confesión entre los cónyuges no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los cristianos no se ha superado todavía. Los esposos corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos. La disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades. Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero también mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente de tensiones en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa.
1635 Según el derecho vigente en la Iglesia latina, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso expreso de la autoridad eclesiástica (cf CIC, can. 1124). En caso de disparidad de culto se requiere una dispensa expresa del impedimento para la validez del matrimonio (cf CIC, can. 1086). Este permiso o esta dispensa supone que ambas partes conozcan y no excluyan los fines y las propiedades esenciales del matrimonio; además, que la parte católica confirme los compromisos -también haciéndolos conocer a la parte no católica- de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la educación de los hijos en la Iglesia Católica (cf CIC, can. 1125).
1636 En muchas regiones, gracias al diálogo ecuménico, las comunidades cristianas interesadas han podido llevar a cabo una pastoral común para los matrimonios mixtos. Su objetivo es ayudar a estas parejas a vivir su situación particular a la luz de la fe. Debe también ayudarles a superar las tensiones entre las obligaciones de los cónyuges, el uno con el otro, y con sus comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo de lo que les es común en la fe, y el respeto de lo que los separa.
1637 En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo católico tiene una tarea particular: «Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente» ( 1 Co 7,14). Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia el que esta «santificación» conduzca a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (cf. 1 Co 7,16). El amor conyugal sincero, la práctica humilde y paciente de las virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no creyente a recibir la gracia de la conversión.
IV Los efectos del sacramento del Matrimonio
1638 «Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su estado» (CIC, can. 1134).
El vínculo matrimonial
1639 El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (cf Mc 10,9). De su alianza «nace una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad» (GS 48,1). La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: «el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino» (GS 48,2).
1640 Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios. La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina (cf CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
1641 «En su modo y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma propio en el Pueblo de Dios» (LG 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia «se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación de los hijos» (LG 11; cf LG 41).
1642 Cristo es la fuente de esta gracia. «Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos» (GS 48,2). Permanece con ellos, les da la fuerza de segu irle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (cf Ga 6,2), de estar «sometidos unos a otros en el temor de Cristo» (Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:
¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica…¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu (Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).
V Los bienes y las exigencias del amor conyugal
1643 «El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a fecundidad. En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos» (FC 13). Unidad e indisolubilidad del matrimonio
1644 El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19,6; cf Gn 2,24). «Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total» (FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común.
1645 «La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor» (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
La fidelidad del amor conyugal
1646 El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. «Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad» (GS 48,1).
1647 Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.
1648 Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf FC 20).
1649 Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión. En esta situación difícil, la mejor solución sería, s i es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
1650 Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo («Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio»: Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.
1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados:
Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios (FC 84).
La apertura a la fecundidad
1652 «Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación» (GS 48,1):
Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: «No es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer» (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: «Creced y multiplicaos» (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más (GS 50,1).
1653 La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida (cf FC 28).
1654 Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio.
VI La iglesia doméstica
1655 Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la «familia de Dios». Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, «con toda su casa», habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también que se salvase «toda su casa» (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.
1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, «Ecclesia domestica» (LG 11; cf. FC 21). En el seno de la familia, «los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada» (LG 11).
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, «en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras» (LG 10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y «escuela del más rico humanismo» (GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, «iglesias domésticas» y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. «Nadie se sienta sin familia en este mundo: la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están ‘fatigados y agobiados’ (Mt 11,28)» (FC 85).
Resumen
1659 San Pablo dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia…Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia» (Ef 5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
1661 El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su «don más excelente», el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente «Iglesia doméstica», comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
por José Luis Caravias SJ | Parroquia de Cristo Rey (Asunción) | 9 Nov, 2014 | Confirmación Dinámicas
El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de la Pascua el Señor se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 21-23). Este pasaje nos descubre la dinámica más profunda contenida en este sacramento. Ante todo, el hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podamos darnos nosotros mismos. Yo no puedo decir: me perdono los pecados. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino que es un regalo, es un don del Espíritu Santo, que nos llena de la purificación de misericordia y de gracia que brota incesantemente del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en la paz. Y esto lo hemos sentido todos en el corazón cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza; y cuando recibimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz del alma tan bella que sólo Jesús puede dar, sólo Él.
SS Francisco, Audiencia general, 19 de febrero de 2014.
* * *
Objetivo
Dios misericordioso dispuesto siempre a sanarnos y fortificarnos. Preparación y recepción del sacramento de la Reconciliación.
Vídeos
Martín Valverde: No te rindas
Cristóbal Fones: Padre, vuelvo a casa
Charla preparatoria
Cuando vamos a celebrar un acontecimiento importante nos bañamos y nos vestimos bien. Ahora también, a una semana de confirmar nuestro sí oficial a Jesús, es bueno que limpiemos nuestra conciencia y nos presentemos espiritualmente elegantes.
Todos somos pecadores. Con frecuencia nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás. Nos ensuciamos. Podemos meternos en caminos equivocados. Somos capaces de estropear nuestro futuro. Por eso es muy importante que nos paremos a reflexionar sobre la dirección de nuestros pasos, para poder corregirlos a tiempo, ya que es fácil engañarnos.
Dios está siempre dispuesto a ayudarnos. Pero nunca se nos impone a la fuerza. Tenemos que aceptar conscientemente su ayuda. Él nos ofrece un detergente muy especial para limpiar nuestras suciedades; y un reconstituyente para desarrollar nuestras cualidades: el sacramento de la confesión.
Lo primero es examinar con sinceridad nuestra conciencia. Pero no a la luz de nuestro orgullo, sino iluminados por la bondadosa misericordia de Dios. Él nos ha dado hermosas cualidades a desarrollar y está siempre dispuesto a colaborar. Con su ayuda, todas nuestras suciedades se pueden limpiar y todos nuestros pasos equivocados se pueden corregir.
Pero es imprescindible que creamos de veras en la misericordia de Dios, manifestada de una forma especial en Jesús. Tenemos que aprender a recibir a corazón lleno el perdón de Dios, pero también saber perdonar a los demás y especialmente a nosotros mismos.
El sacerdote representa a Jesús. Él nos perdona en su nombre. Y nos puede aconsejar y ayudar a caminar más derecho hacia el Amor.
El Papa Francisco habla sobre la confesión
Examen personal de conciencia
Fijarme especialmente en mis actitudes negativas más profundas, que pueden influir en mi futuro.
¿Soy sincero(a) conmigo mismo(a)? ¿Me gusta engañarme con drogas de cualquier clase?
¿Me siento superior a los demás, y los desprecio?
¿Me respeto y me hago respetar?
¿Sé respetar a mis «mayores» y aprender de su experiencia?
¿Tiendo al lujo, al derroche, a hacer compras inútiles?
¿Me «engancha» la pornografía? ¿Me agrada experimentar sexo sin amor?
¿Soy fiel a mis amigos? ¿Sé cultivar amistades sinceras?
¿Qué es lo que más me atemoriza? ¿Tengo miedos supersticiosos o fundamentalistas?
¿Tomo con responsabilidad mis estudios?
¿Desarrollo mis cualidades para ponerlas al servicio de los demás?
¿Me esfuerzo en cultivar mi fe?
¿Me ilusiono con conocer, amar y seguir a Jesucristo?
(También puedes consultar la colección de artículos
en esta web «Soy joven y quiero confesarme».)
Mi proyecto de vida
¿Qué cosas debo corregir?
¿En qué debo insistir?
¿Cómo cultivar mejor mi fe en Jesús?
* * *
Para acceder a otros escritos y materiales del padre José Luis Caravias SJ,
puedes entrar en su magnífico blog en wordpress
* * *