San Juan de la Cruz, biografía y obras en versión musical

San Juan de la Cruz, biografía y obras en versión musical

Nació en Fontiveros, provincia de Ávila (España), hacia el año 1542. Pasados algunos años en la Orden de los carmelitas, fue, a instancias de Santa Teresa de Jesús, el primero que, a partir de 1568, se declaró a favor de su reforma, por la que soportó innumerables sufrimientos y trabajos. Murió en Ubeda el año 1591, con gran fama de santidad y sabiduría, de las que dan testimonio precioso sus escritos espirituales.

Vida de Pobreza

Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase «inferior», fue desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Alvarez, quedó en la miseria y con tres hijos. Jitan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja, en 1542.

Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales.

A los veintiún años, tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de las mitigaciones (permisos para relajar las reglas) que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa común en todos los conventos.

San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a pensar en ingresar en la Cartuja.

Conoce a Santa Teresa

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o «modernizarla» sino mas bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho. Al mismo tiempo que lograron ser fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.

Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector.

Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos el espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.

La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en «La Noche Oscura del Alma». A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.

En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de «Roberto el diablo».

Glorias para Dios

En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Avila y llamó a su lado , San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: «Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre.» Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.

Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Avila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Avila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Avila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.

Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

Sufrimiento y unión con Dios

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer e1 oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la «Sexta Morada»: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: «No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo».

Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:

¿En dónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar. «Parecíais absorto. ¿En qué pensabais?», le dijo Maldonado.

«Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa», replicó Juan.

«No lo haréis mientras yo sea superior», repuso Maldonado.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: «Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba.»

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: «Por ahí saldrás y yo te ayudaré.» En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro.

Gran guía y director espiritual

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.

La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar «Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor»; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. «No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor», dice el santo. «Hemos sido hechos para el amor.» El único instrumento del que Dios se sirve es el amor.» «Así como el Padre y e1 Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios».

El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.

Las verdades que enseñó no deben empañarse por las prácticas que puedan ser exageradas. Al mismo tiempo se ha de tener quidado en discernir que es exageración. ¿Cual es nuestro punto de referencia?, ¿Fueron todos los santos exagerados?, ¿Fue Jesucristo exagerado, aceptando morir en la Cruz?. ¿O no será mas bien que nosotros no sabemos amar hasta el extremo?.

Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.

Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.

Con su confianza en Dios (llamaba a la Divina Providencia el patrimonio de los pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.

Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.

Juan dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el Santísimo Sacramento.

Pruebas y más pruebas

Después de la muerte de Santa Teresa, ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremoso, pretendía independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden.

El P. Nicolás fue elegido provincial y el capítulo general nombró a Juan vicario de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente contemplativa. Ello provocó oposición contra él.

San Juan fundó varios conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P. Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan fue uno de los consultores.

La innovación produjo grave descontento, sobre todo entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de Pentecostés de 1591, San Juan habló en defensa del P. Gracián y de las religiosas.

El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Ahí pasó San Juan algunos meses entregado a la meditación y la oración en las montañas, «porque tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy entre los hombres.»

Pero no todos estaban dispuestos a dejar en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario provincial, San Juan, durante la visita al convento de Sevilla, había llamado al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar. Por entonces, los dos frailes se sometieron pero un consultor de la congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y conducta de San Juan, lanzando acusaciones contra él, afirmando que tenía pruebas suficientes para hacerle expulsar de la orden. Muchos de los frailes prefirieron seguir la corriente adversa a Juan que decir la verdad que hace justicia. Algunos llegaron hasta quemar sus cartas para no caer en desgracia.

En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el P. Francisco, a quien San Juan había corregido junto con el P. Diego. Ese fue el convento que escogió.

La fatiga del viaje empeoró su estado y le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Ubeda y se enteró de la situación, hizo cuanto pudo por San Juan y reprendió tan severamente al P. Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió.

Santo y Doctor de la Iglesia

Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.

En su muerte no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P. Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero en llevar.

La muerte del santo trajo consigo la revalorización de su vida y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a sus funerales. Dios quiso que se despejaran las tinieblas y se vieses su vida auténtica para edificación de muchas almas. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento había sido superior por última vez.

Fue canonizado en 1726

Santa Teresa había visto en Juan un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de Santa Teresa, particularmente los poemas de la «Subida al Monte Carmelo», la «Noche Oscura del Alma», la «Llama Viva de Amor» y el «Cántico Espiritual», con sus respectivos comentarios. Así lo reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar doctor a San Juan de la Cruz por sus obras Místicas.

La doctrina de San Juan se resume en el amor del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente. Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que dijo: «Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la mesa del Señor.»

San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan persuasivamente. Pero a diferencia de otros menores que él, fue «libre, como libre es el espíritu de Dios». Su objetivo no era la negación y el vacío, sino la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. «Reunió en sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de Cristo despreciado».

Bibliografía: Butler, Vidas de los Santos , Vol. IV.; Oficio Divino I, p. 1031.

Fuente: Carmelitas Descalzas de Valladolid-Campo Grande.

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Otras fuentes en la red

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Recursos audiovisuales

Fray Juan de la Cruz (película completa), de Mael Producciones

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La historia de San Juan de la Cruz contada por los alumnos de 6º EP del Colegio San Juan de la Cruz (Carmelitas Descalzos, León)

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San Juan de la Cruz, con música interpretada por la Escolanía de Montserrat

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Vida de san Juan de la Cruz, en El Pulso de la Fe

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Obras de san Juan de la Cruz en versión musical, en Portal Carmelitano


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Santa Lucía de Siracusa, con recursos audiovisuales

Santa Lucía de Siracusa, con recursos audiovisuales

Lucía significa «la luminosa . Su fiesta cae oportunamente en los días más cortos del año. Y la vemos surgir con su lámpara encendida, dispuesta a recibir al Esposo. Porque estamos en Adviento, tiempo de expectación, cuando las tinieblas nos anuncian el gozo de una gran luz. Entonces Lucía, como un presagio, nos alumbra.

Quizá por eso los artistas la pintaron llevando en una bandeja sus propios ojos. Este hecho, que no tiene confirmación histórica, parece más bien una sugerencia de la luminosidad que emana de su propio nombre. Y por eso la invocan los invidentes, tanto si son materiales las tinieblas que rodean sus ojos como si se trata de esa obscuridad en que las pasiones anegan el alma en la selva obscura sin salida. Dante colocó en La Divina Comedia a Lucía a la izquierda del Precursor, en uno de los puestos avanzados del paraíso.

El nombre de Santa Lucía figura en el canon de la misa junto al de Santa Agueda, otra virgen siciliana. Los mártires de esta isla gozaron en Roma de mucha popularidad, tal vez porque la colonia siciliana era tan influyente en la ciudad de las siete colinas, que llegó a dar, con San Agatón, un Papa siciliano a la Iglesia. Santa Lucía tuvo dedicados en la Urbe hasta una veintena de santuarios y es, con Inés, Cecilia y Agueda, una de las cuatro santas que gozan de oficio litúrgico propio.

Un oficio calcado en las actas apócrifas de su martirio, pero lleno de encanto y delicadeza. Es el destino de los santos populares, que la leyenda les envolvió con su ropaje postizo. Pero no seamos hipercriticos: bajo los retoques puede encontrarse una buena pintura. Aquí las actas han adornado dos o tres hechos incontrovertibles: la existencia de Santa Lucía, el lugar de su martirio y la antigüedad de su culto.

Por cierto que acerca de este tenemos un documento auténtico precioso. El 22 de junio de 1894 se descubrió en la catacumba de San Giovanni, la más importante de Siracusa, cercana a la que conservó el cuerpo de Santa Lucía, una inscripción de fines del siglo IV que nos prueba que era celebrado ya el día de su martirio. Fue una cristiana la que compuso esta inscripción tan tierna: «Euskia, la irreprochable, vivió santa y pura alrededor de quince años: murió en la fiesta de mi Santa Lucía, la cual no puede ser alabada como merece».

Ahora podemos utilizar los datos de la leyenda a falta de documentación más segura. Según ésta, Santa Lucía nació en Siracusa, de padres ricos y nobles, que tenían la superior riqueza de la fe, y en ella educaron a su hija. No sabemos el nombre del padre, que debió de morir siendo ella niña. La madre se llamaba Eutiquia, y, demasiado deseosa del porvenir de su hija, la prometió en matrimonio a un joven pagano.

No podían agradar a nuestra Santa tales nupcias, pero a la imposición exterior apenas podía oponer más que una firme y silenciosa fidelidad a sus convicciones íntimas y a la gracia que le había impulsado a consagrarse plenamente a Jesucristo.

Y Dios, que no abandona a quienes desean permanecerle fieles, intervino pronto con su misteriosa providencia. Eutiquia enfermó gravemente. Con este sufrimiento ínterceptaba Dios sus planes terrenos para hacerle comprender cuán distintos eran los designios de su voluntad.

Momentáneamente, el interés de la propia curación se antepuso en Eutiquia a todo otro afán. Lucía que, por su gran pureza de corazón, era capaz de ver más claros los designios de Dios, aceptó con sumisión este sufrimiento. Y con firme esperanza y abnegación se entregó al cuidado de su madre enferma.

Pero sus desvelos y los remedios que intentaron no dieron resultado alguno, porque Dios reservaba la curación para otra circunstancia que sería decisiva en sus vidas.

En Catania, distante tres leguas de Siracusa, se veneraba a Santa Agueda, martirizada en tiempos del emperador Decio. Junto a su sepulcro se sucedían las curaciones de los cuerpos y las conversiones de las almas.

Lucía y su madre decidieron trasladarse allí, con la esperanza de que la intercesión de la Santa les alcanzaría la deseada salud.

Ya en Catania, y estando en la iglesia, oyeron leer el pasaje evangélico de la mujer que, después de doce años de padecer tenaz enfermedad, había sido curada con sólo tocar la orla del vestido de Jesús. Lucía, sumamente conmovida por la coincidencia de la lectura evangélica, quiso continuar un rato la oración. Postradas ante el sepulcro de Santa Agueda, prolongaron con fe y confianza sus súplicas. Presa de fatiga, cayó Lucía en un profundo sueño, y en este momento ocurrió la aparición a que alude el oficio de la Santa: la virgen Agueda se presentó a Lucía y, con rostro sereno y alegre, le dijo:

«Lucía, queridísima hermana, ¿por qué pides por intercesión de otra lo que tú misma, por la fe que tienes en Jesucristo, puedes obtener para tu madre? Has de saber que tu fe le ha alcanzado la salud y que, así como Jesucristo ha hecho célebre a la ciudad de Catania por consideración a mí, de la misma manera hará célebre y gloriosa a la ciudad de Siracusa por causa tuya, porque le has preparado una agradable morada en tu corazón virginal».

Al oír estas pallabras Lucía se despertó. Su corazón, lleno de júbilo y fortalecido con las palabras de la virgen Agueda, no fue capaz de callar por más tiempo sus deseos. Y allí lo reveló todo a su madre.

Eutiquia, conmovida también por el milagro recién obrado en su cuerpo enfermo, contagióse por la intensa caridad de su hija y comprendió mejor dónde se hallaban realmente la riqueza y la dicha verdadera, y decidió seguirla en su camino de desprendimiento, Y, de regreso a Siracusa, pusieron por obra su determinación, empezando a distribuir sus bienes a los pobres.

Esta actitud las delató como cristianas. El joven pagano elegido anteriormente por Eutiquia para su hija, desconcertado e irritado por una conducta que no era capaz de comprender, la denunció como cristiana al prefecto de la ciudad.

Esto bastó para que Lucía fuera detenida. Había llegado la hora tremenda y solemne de confesar ante los hombres su fe en Jesucristo; de demostrar, aun entre los tormentos y la muerte, el amor que le profesaba en su corazón.

Casi todos los juicios sufridos por los primeros mártires tenían parecido preliminar: un diálogo en el que se procuraba convencerlos con razones. Este diálogo era la ocasión de que el mártir, con la asistencia dei Espíritu Santo, hiciera una verdadera apología de su fe, demostrando la verdad y santidad de la doctrina cristiana. El que se celebraran públicamente les daba un singular valor de testimonio y era motivo de nuevas conversiones y de nuevos martirios.

Se entabló, pues, el primer diálogo entre el prefecto Pascasio y Lucía. La dialéctica del prefecto se estrellaba contra la segura firmeza con que la virgen cristiana defendía su fe. Hasta que, agotados los argumentos pacíficos y exasperado el juez, amenazó:

—Tus palabras se acabarán cuando pasemos a los tormentos.

—A los siervos de Dios—respondió Lucía—no les pueden faltar las palabras, ya que les tiene dicho Nuestro Señor Jesucristo: «Cuando seáis llevados ante los gobernadores y reyes, no os preocupe cómo hablaréis, porque se os dará en aquella hora lo que habéis de decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu Santo el que hable en vosotros».

—¿Crees, pues, que el Espíritu Santo está en ti y que es él quien tu inspira lo que dices?

Ante aquel auditorio pagano la Santa proclama sin miedo el grande e íntimo misterio de la fe.

—Lo que yo creo es que los que viven piadosa y castamente son templos del Espíritu Santo.

Pascasio, sin comprender todo el alcance de estas palabras, le dice:

—Pues yo te haré conducir a un lugar infame para que te abandone el Espíritu Santo.

Con sublime serenidad la virgen responde:

—Si por fuerza mandas que mi cuerpo sea profanado, mi castidad será honrada con doble corona.

Pero Dios no permitió esta profanación. Y cuando los verdugos quisieron arrastrarla, una fuerza superior la retuvo inmóvil. Todo fue inútil. La fragilidad de la Santa, sostenida por la gracia de Dios, resulta más potente que los esfuerzos reunidos de aquellos hombres habituados al uso de la fuerza. El Espiritu Santo defendía con este maravilloso prodigio la pureza absoluta de aquel cuerpo virginal, animado por un alma santísima, que era realmente su morada y su templo.

Ante tal fracaso decidió el juez ensayar un tormento distinto y mandó que allí mismo se la cubriera de pez y resina y fuera rodeada de una gran hoguera.

No temía la Santa la muerte entre las llamas; pero, conociendo que aún no había llegado el momento de dar su vida por Jesucristo, anunció un nuevo prodigio con estas palabras:

—He rogado a mi Señor Jesucristo a fin de que no me dominase este fuego, y he conseguido un aplazamiento a mi martirio.

Desapareció envuelta en las llamas, y, al apagarse éstas, se pudo comprobar que Dios había realizado lo que Lucia predijera: el fuego no le había causado el menor daño.

La conmoción de la muchedumbre fue enorme. En muchos de aquellos paganos se exacerbó el odio, pero en otros empezó en aquel instante el misterioso germinar de la fe. Para Pascasio la gracia fue inútil. Endurecido en su malicia, permaneció cerrado tenazmente al testimonio de fortaleza y santidad de la joven cristiana.

Se acercaba para Lucia el final de su combate. Con gran paciencia se dispuso a soportar los últimos tormentos a que el prefecto mandó que se la sometiera. Y Dios ya no intervino para impedirlos, porque era su voluntad concederle la gracia del martirio. Al fin, atravesada su garganta por la espada, entregó su espíritu al Señor: Era el 13 de diciembre del año 300 de la era cristiana.

Su vida pura y humilde, su caridad y fervor, su entrega plena al servicio de Jesucristo, habían sido premiados con la palma suprema de la virginidad y del martirio. Como discípula verdadera de Jesucristo, llegaba a la gloria del Padre por el mismo camino que su Maestro: camino de sacrificio y obediencia hasta la muerte, que lleva a la resurrección y a la vida eterna.

Fuente: Artículo de Matilde Gavarrón, en mercaba.org.

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Otros recursos en la red

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Recursos audiovisuales

Santa Lucía, capítulo de «Un santo, un día» (dibujos animados)

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Santa Lucía, patrona de los ciegos, por Encarni Llamas en DiócesisTV

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Santa Lucía, reflexión sobre su vida

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Vida de la virgen y mártir santa Lucía

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La Biblia de los más pequeños

La Biblia de los más pequeños

Acaba de aparecer, publicada por Editorial Casals, y con la autoría de Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz, catequetas-catequistas argentinos, ilustraciones de Miriam Ben Arab y coordinación de Pedro de la Herrán, «La Biblia de los más pequeños«, una obra que, en este Año de la Fe, constituye, en mi opinión, una excelente aportación a la tarea del despertar religioso de los niños. Ello, sin descartar también la posibilidad de que contribuya a un despertar religioso de muchos padres, si se animan a acompañar a sus hijos en este apasionante aspecto de la educación infantil: la apertura al mundo de lo trascendente y al encuentro con el Padre Dios.

La presentación del libro está muy lograda en su aspecto exterior: tamaño, encuadernación, elementos gráficos. La selección de los relatos bíblicos y la distribución en cuatro partes es acertada y una ayuda sobre todo para los adultos que pueden comprender mejor la «continuidad» de la historia (los pequeños se centran más en cada relato). El lenguaje narrativo de las introducciones y la adaptación de los propios textos bíblicos a la comprensión de los niños está muy cuidado. Los dibujos que acompañan a cada relato tienen una gran expresividad y serán ciertamente un estupendo punto de partida para las preguntas de los niños y para dialogar con ellos.

Un elemento que considero de gran valor educativo es el Guión de actividades que acompaña a cada relato. Resulta sugerente y una muy buena ayuda para los padres (y también para los catequistas) que quieran hacer este camino con los pequeños.

Al libro acompaña un CD con canciones infantiles, muy fáciles de aprender y de cantar, pensado como actividad complementaria para algunos de los temas (ver pág. 186). Se echa en falta que en algún lugar del libro aparezca la letra de las canciones, ya que a veces con la simple audición puede no entenderse alguna frase. También podría ser útil la indicación de acordes para acompañamiento con guitarra.



Sobre el uso catequético del libro, me permito hacer las siguientes consideraciones:

Hay que estar atentos si se comienza a utilizar esta Biblia con niños de 3 años: su lenguaje y su capacidad de «entender» una historia es todavía muy limitada y hay el peligro de «quemar» los relatos antes de tiempo. Quizá lo mejor sea partir de las preguntas que ellos puedan hacer contemplando los dibujos y dar respuestas muy sencillas y adaptadas a su comprensión. En los años posteriores será cada vez más fácil ir siguiendo la historia.

Creo ideal que, si se hace propaganda de esta Biblia, por ejemplo, en parroquias o colegios, se ofrezca a los padres un acompañamiento catequético que les ayude. La presencia de un «adulto en la fe» es esencial para que estos padres puedan despertar también ellos a la fe o tomar una conciencia más clara de ella. Así podrán ser ellos a su vez los «adultos en la fe» que inicien a sus hijos (sólo quien ha despertado a la fe puede ayudar a otros a este despertar). Una iniciación bíblica de los padres es clave para que hagan bien su trabajo educativo con sus hijos. Puede ser conveniente aclararles qué es la Biblia; qué significa que «Dios nos habla en ella»; qué es la historia de la salvación; el sentido que tiene presentar a los niños «sólo» algunas historias aisladas (los adultos sí deben saber que toda la historia tiene una continuidad); el sentido de los momentos de silencio y la oración sencilla que hacemos al Padre Dios; la importancia de «hacerse como niños» y participar con ellos en las actividades, dibujos, recortables, cantos, «pringarse» las manos ayudando a los niños en los «collages», etc. La combinación juego-actividades-narración-seriedad (oración) es muy educativa para los pequeños, que pasan con facilidad de un estado al otro.

Sería deseable hacer un seguimiento de los padres: es posible que la actividad con los hijos despierte en ellos preguntas «de adultos», que es muy bueno que puedan encontrar respuesta en un catequista acompañante. Por otra parte, este acompañamiento puede ser la mejor puerta de un posterior trabajo con estos padres cuando los hijos inicien su catequesis presacramental.

Felicidades a los autores por la idea y por su realización.

P. Antonio Alcedo Ternero

Miembro de la Asociación Española de Catequetas

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Créditos

Presentación: Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos.

Textos: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz

Ilustraciones: Mariam Ben-Arab

Coordinación: Pedro de la Herrán

22x 25cm, 192 págs. Tapa dura

A partir de 3 años

PVP: 19,5 €

978-84-218-5325-2


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San Dámaso I, el papa que compuso el ‘Gloria Patri’

San Dámaso I, el papa que compuso el ‘Gloria Patri’

El último tercio del siglo IV marca el período de mayor influencia de España en Roma. Tres nombres gloriosos llenan ese espacio de tiempo, cada uno en su campo propio y los tres ligados de alguna manera entre sí. Dámaso honra el Pontificado; Teodosio, el Imperio, y Prudencio, la poesía cristiana. España, que tanto había recibido de Roma, que aprendió a amar en latín a Jesucristo, pagó con creces la deuda contraída. Aun prescindiendo de otros nombres ilustres, con los tres mencionados bastaba para probarlo.

San Dámaso es, entre los Pontífices antiguos, el que más cerca está de nosotros por sus gustos de intelectual y escriturista y por sus aficiones de arqueólogo. Su diplomacia firme, aunque discreta, contribuyó a consolidar la posición del cristianismo frente a los últimos ataques del paganismo; supo mantener el prestigio de la Sede Apostólica, expresión que comienza a circular durante su pontificado, y salvaguardar la unidad de la fe, tan amenazada por el arrianismo y otras herejías cristológicas o trinitarias; fue el mecenas de San Jerónimo y alentó sus trabajos bíblicos, que reconocería doce siglos después el concilio de Trento al adoptar como texto seguro la traducción de la Vulgata. Por último, sus aficiones de arqueólogo le llevaron a restaurar las catacumbas, salvando la memoria de los mártires y orientando la piedad de los fieles hacia su culto.

San Dámaso nació en Roma el año 305, de una familia de ascendencia española, cuyo padre, Antonio, había hecho toda su carrera eclesiástica no lejos del teatro de Pompeyo, junto a los archivos de la Iglesia romana, siendo «notario, lector, levita y sacerdote». Su madre se llamaba Laurencia y llegó a la edad de noventa y dos años. Tuvo también otra hermana menor, llamada Irene, la cual se consagró a Dios vistiendo el velo de las vírgenes.

El Santo se formó a la sombra del padre, en un ambiente elevado, teniendo ocasión de relacionarse con lo mejor de la sociedad romana, tan compleja, pues alternaban los cristianos fervorosos con los viejos patricios adictos al paganismo, los herejes irreductibles y los empleados públicos, cuyas convicciones variaban según soplasen los aires de la política imperial.

La educación de Dámaso fue exquisita, y desde el primer momento se orientó hacia la carrera eclesiástica, destacándose entre el clero de la Urbe. Como toda persona de mérito, tuvo que sufrir la calumnia o la enemistad, y, por su labor entre las damas piadosas, que solicitaban su dirección, le motejaron los envidiosos de halagador de oídos femeninos: auriscalpius feminarum.

Ya desde su infancia, encendida su imaginación con el relato de las muertes heroicas de los mártires, debió despertarse en él la vocación de cantor de los que dieron su vida por la fe, recogiendo ávidamente las noticias que circulaban oralmente, como en el caso de los Santos Pedro y Marcelino, en que el mismo verdugo le contó su martirio:

Percussor retulit Damaso mihi, cum puer essem.

Era diácono cuando falleció el 24 de septiembre de 366 el papa Liberio. El Imperio había sido repartido en 364, tomando Valente el Oriente y Valentiniano I el Occidente. Desde 358 había un antipapa, Félix III (467), y, aunque Dámaso se había mostrado partidario suyo, después se reconcilió con Liberio y trabajó en reconciliar al antipapa.

Por el gran ascendiente que gozaba en Roma, Dámaso fue elegido Papa en la basílica de San Lorenzo in Lucina por la mayoría del clero y del pueblo, siéndole favorable la nobleza romana. Sin embargo, los opositores se reunieron en Santa María in Trastevere y eligieron a Ursino, que se hizo consagrar rápidamente por el obispo de Tibur, no haciéndolo Dámaso hasta un domingo posterior, que fue el 1 de octubre, por el obispo de Ostia.

Parece como si Dios pusiera en la existencia de los santos ocultas espinas que les puncen para purificarles. Ursino fue el aguijón de Dámaso.

Desde que el 26 de octubre el emperador Valentiniano dió orden de destierro contra el antipapa, la revuelta se apoderó de Roma. Los partidarios de Ursino se hicieron fuertes en la basílica Liberiana, teniendo que soportar un verdadero asedio de los seguidores de Dámaso, donde dominaban los cocheros y empleados de las catacumbas. Armados de sus herramientas de trabajo y de hachas, espadas y bastones, se aprestaron al asalto de la basílica. Algunos lograron subir al techo y lanzaron contra los leales de Ursino no precisamente pétalos de rosas, conmemorativos de la nieve legendaria que diera pie a la erección del templo, sino teas encendidas, que ocasionaron 160 muertos.

Ursino fue desterrado, y, si bien el emperador le permitió volver el 15 de septiembre de 267, le expulsó de nuevo el 16 de noviembre. El antipapa no cede: desde su destierro maquina nuevas intrigas y en 370 consigue envolver a San Dámaso en un proceso calumnioso. En 373 se abre un nuevo proceso contra Dámaso ante los tribunales de Roma. Esta vez el acusador es un judío convertido, Isaac, detrás del cual se reconocen fácilmente los manejos de Ursino. El emperador Graciano interviene personalmente y falla la causa. Absuelve a Dámaso y destierra a Isaac a España, y a Ursino a Colonia.

En 378 ha de justificarse ante un concilio de obispos italianos que él mismo había convocado. Los obispos estaban inquietos a causa de las dudas que provocó la usurpación de Ursino. Pidieron que los obispos no pudieran ser llevados a otros tribunales que a los eclesiásticos, formados por sus propios colegas, y, en caso de apelación, que ésta se hiciera al Papa. Que éste sólo pudiera ser juzgado, en caso de necesidad, por el emperador en persona.

Todavía en 381 Ursino vuelve a la carga. El concilio de Aquilea, reunido por entonces, fue la ocasión. El antipapa quiere llevar la resolución del caso al propio emperador. Mas a partir de entonces todo se apacigua. Ursino debió de morir, porque no se vuelve a hablar más de él.

Los partidarios de Ursino no fueron los únicos en crear preocupaciones a San Dámaso. Al lado del antipapa se agitaban durante todo este tiempo los titulados obispos cismáticos; luciferianos, donatistas y novacianos. Roma era un avispero de sectas, y el Papa tuvo que luchar contra su intransigencia, como en el caso de los donatistas, descendientes de los antiguos montanistas africanos. Su campeón, el presbítero Macario, condenado al destierro, murió de las heridas que recibiera al ser apresado, aunque la elección de otro obispo significó un nuevo competidor contra Dámaso.

En medio de tantas dificultades, el gran Papa pensaba en la Iglesia universal. En punto a herejías, su mayor preocupación era el arrianismo. Roma se había pronunciado abiertamente contra las doctrinas arrianas en el concilio de Nicea y siempre había mantenido una línea clara en este punto. Al tiempo de la elección de San Dámaso eran arrianos los obispos Restituto de Cartago y Auxencio de Milán, y otros muchos del Ilírico y, sobre todo, de la región del Danubio. El emperador no quería problemas por causa del arrianismo, y la situación era dudosa. En 369 San Atanasio escribe ad Afros, a los obispos de Egipto y Libia, y habla del «querido Dámaso», pero muestra su inquietud por el estado de cosas de Occidente. Un poco después otra carta del mismo santo obispo habla de recientes concilios reunidos en las Galias y España, y en la misma Roma, en que se tomaron medidas contra Auxencio de Milán. El concilio de Roma nos es conocido por la carta Confidimus, del propio San Dámaso a los obispos de Ilírico. Esta carta es una firme declaración de los principios de Nicea. Pero fue necesario esperar la muerte de Auxencio, en 374, para reemplazarle por un obispo ortodoxo: San Ambrosio. En la región dalmaciana (Ilírico) el arrianismo conservó durante mayor tiempo su hegemonía, aunque en 481 el concilio de Aquilea, en el que San Dámaso no llegó a intervenir, condenó vigorosamente los manejos de los herejes.

En Oriente la política religiosa del Papa tuvo menos éxito, porque la situación era más embrollada. Los católicos estaban divididos a causa del cisma de Antioquía. Los unos eran partidarios de Melecio, que había sido elegido según regla: los otros se inclinaban a favor de Paulino. San Basilio de Cesarea era el jefe de los primeros, y con él casi todo el episcopado oriental. Pero Roma, bajo la influencia de San Atanasio, se había pronunciado por el segundo. A partir de 371 fueron llevadas a cabo largas y penosas negociaciones por San Basilio para obtener la condenación explícita de Marcelo de Ancira y después la de Apolinar de Laodicea, así como el reconocimiento de Melecio de Antioquía. San Dámaso se contentó con remitir la carta Confidimus del concilio romano de 370. El asunto de Marcelo de Ancira se resolvió con la muerte del hereje, y el de Apolinar con su condenación en 375. El caso de Melecio fue más complicado, porque la solución dependía en gran parte de aceptar o rechazar por parte de San Basilio la terminología trinitaria usada en Roma. San Dámaso comenzó por mostrarse intransigente en este punto (carta ad gallos episcopos, 374); después hizo concesiones, aunque un concilio romano de 376 parecía volver al estado primitivo. Sin embargo, la muerte de San Basilio el 1 de enero de 379 allanó el arreglo, más necesario que nunca.

Un gran concilio reunido en Ancira aquel mismo año aceptó las fórmulas propuestas por el Papa. Mas este concilio, presidido por el propio Melecio, no podía ser grato a Dámaso, que era partidario de Paulino. Muerto aquél el año 381, no pasó, empero, Paulino a la silla de Antioquía, como hubiera deseado el Papa, sino Flaviano, lo cual contribuyó en alguna forma a aislar el Oriente de Roma por no resolverse el mencionado cisma.

Por aquella misma época se convocaba en Zaragoza (380) otro concilio para condenar a Prisciliano, cuyas doctrinas ascéticas resultaban sospechosas. Este, que había llegado a obispo de Avila, recurriló al Papa, a quien llama senior et primus. San Dámaso, sin condenarle expresamente, no admitió su requisitoria: EI hereje español tuvo el mal acuerdo de elevar su causa al emperador, y a pesar de las protestas de San Martín de Tours y de otros obispos, el efímero emperador Máximo avoca la causa a su tribunal y juzga y condena a Prisciliano en 385 por el delito de magia. El y otros cuatro más son decapitados. Ya tienen los panfletistas el primer caso de «relajación al brazo secular».

En 382 fue convocado en la misma Roma un concilio al que San Dámaso tal vez pensaba darle carácter universal, pero que resultó de escasos frutos. Como el propio San Jerónimo acudiera a la ciudad de las siete colinas, fue ocasón de que le conociera San Dámaso y se trabara entre ambos una estrecha amistad, que tan beneficiosa seria para las ciencias bíblicas. Durante tres años (382-385) el Papa le retuvo por secretario. Le alentó en sus trabajos escriturísticos y en sus versiones de las Sagradas Escrituras del hebreo y griego al latín, lo que nos porporciorló la Vulgata, versión que todavía hoy utiliza como oficial la Iglesia Romana. Sin embargo, San Jerónimo tenía un carácter independiente y excitable, muy difícil para la vida de la curia. Añorando su soledad, muerto ya el Papa, donde siempre los que han servido al señor difunto encuentran enrarecido el ambiente, se retiró a Belén con sus libros y sus penitencias.

En otoño del año 382, Dámaso, sin entrar en escena, obtuvo en Roma un triunfo importante para el cristianismo: la remoción de la estatua de la Victoria de la sala del Senado.

Una vez que Constantino concedió por el edicto de Milán del 313 la paz a la Iglesia y comenzaron a surgir en la Urbe las grandes basílicas cristianas, nos cuesta trabajo entender que Roma siguiera siendo «oficialmente» pagana todavía casi a fines del glorioso siglo IV.

El edicto de Milán propiamente no cambió la situación legal del paganismo. Seguían abiertos los templos paganos, seguían expuestas en plazas, foros y paseos las estatuas de los dioses, seguían recibiendo los sacerdotes del antiguo culto sus subvenciones estatales. Gran número de las familtias de la nobleza romana seguían apegadas a sus antiguas creencias.

El poeta español Prudencio, que hizo una visita a Roma a primeros del siglo V, pudo todavía contemplar a los sacerdotes coronados de laurel cuando se dirigían apresurados al Capitolio, por el amplio espacio de la vía Sacra, conduciendo las víctimas mugientes. Allí vió el templo de Roma, adorada como una divinidad, y el de Venus, quemándose el incienso a los pies de ambas diosas. Como en los versos de Horacio, vió a las vestales taciturnas acompañar al Pontífice según subían las gradas de altar.

El mundo en que vivió San Dámaso casi pudiera decirse que, con emperadores ya cristianos, seguía siendo pagano, y era frecuente sentir el balanceo de la hegemonía de una u otra religión. Quizá donde estaba simbolizada esta lucha era en la susodicha estatua de la Victoria, el símbolo más venerable del paganismo oficial. Toda de oro macizo, representaba a una mujer de aspecto marcial y formas opulentas, que desbordaban los pliegues holgados de su túnica, ceñido el talle por un cinturón guerrero. La diosa, ágil y robusta, apoyábase sobre un pie desnudo, extendiendo, como un ave divina, sus ricas alas, en actitud de cobijar a la augusta asamblea.

Delante de la estatua había un altar, donde cada senador, al entrar en la curia, quemaba un grano de incienso y derramaba una libación a los pies de la diosa protectora del Imperio.

Esta estatua, que para los cristianos era objeto de escándalo y para muchos miembros del patriciado como el postrer vestigio de la pujanza política del paganismo, sufrió numerosas vicisitudes. Verdadero símbolo de la vieja religión, compartió con ella su suerte. Durante la lucha de los cultos, que llena todo el siglo IV, la Victoria desciende de su pedestal cuantas veces el cristianismo sale triunfador, y vuelve a encumbrarse en el solio cuando el culto de los dioses reanuda su ofensiva.

El emperador Constante la retira, la vuelve a restablecer. En el viaje a Roma de Constantino la manda de nuevo retirar. Salido Constantino de Roma, la mayoría pagana del Senado la restablece en su sitio. Joviano la deja en paz. Valentiniano la tolera; pero la suprime una orden de Graciano, el primero de los emperadores que se mostró cristiano en la vida pública y en la privada.

El dolor de los senadores paganos fue grande, y enviaron una comisión a Milán, donde residía el emperador, para pedirle la revocación de la orden; pero los cristianos del Senado se adelantaron, pues llegó antes a Milán una carta de San Dámaso, y Graciano se negó a recibir a los comisarios, persistiendo en su resolución.

Todavía la lucha perdura, pues a la muerte trágica de Graciano, ocurrida al año siguiente, ocupa el trono Valentiniano II, de quien creyeron poder obtener en su inexperiencia lo que negara resueltamente el anterior emperador. Entonces entran en juego dos hombres importantes. Símaco, prefecto de la ciudad de Roma, pagano acérrimo de la vieja escuela, que presenta un alegato lleno de nostalgia por los dioses paganos, que dieron el poderío y grandeza a Roma a través de mil doscientos años de su historia, y San Ambrosio, que vindica la causa cristiana.

En fin, son los últimos estertores del paganismo clásico. También Prudencio, en su poema Contra Simmacum, nos ha contado los últimos incidentes de este duelo, que acabó con la victoria definitiva del cristianismo.

Vincendi quaeris dominam? 
Sua dextera cuique est et Deus omnipotens

«¿Quieres saber cuál es la diosa Victoria? El propio brazo de cada uno y la ayuda de Dios todopoderoso.» La Victoria pagana ha plegado definitivamente sus alas para abrirlas al lábaro de la cruz.

Nos queda considerar, por último, el aspecto que ha hecho más popular a San Dámaso, y también aquel cuya influencia ha sido mayor para la posteridad, el que le ha merecido el título de ‘Papa de las catacumbas». Él se preocupó, en medio de la agitación de su pontificado, de propagar el culto de los mártires, restaurando los cementerios suburbanos donde reposaban sus cuerpos, de hacer investigaciones para encontrar sus tumbas, olvidadas, como en el caso de San Proto y San Jacinto, en la vía Salaria; de honrarlos con bellas inscripciones métricas, que después grababa en hermosas letras capitales su calígrafo Furio Dionisio Filócalo, cuyos trazos barrocos todavía podemos admirar hoy en alguna lápida íntegra que nos ha llegado de entre el medio centenar que debió esculpir.

A finales del siglo IV eran muy borrosas las noticias que se tenían en Roma de los mártires de las persecuciones. Cierto que ya Constantino se preocupó de levantar en su honor espléndidas basílicas, como las de San Pedro, San Pablo, San Lorenzo y Santa Inés. Pero no era posible hacer otro tanto con los que yacían enterrados en los lóbregos subterráneos de las catacumbas, pues hubieran hecho falta sumas enormes.

La idea de San Dámaso fue darles veneración en los mismos lugares de su enterramiento, según la tradición romana, que ligó siempre el culto a la tumba del mártir.

Mas para facilitar la visita de los fieles eran necesarios trabajos importantes, pues debían abrirse nuevas entradas, ensanchar las escaleras y hacerlas más cómodas, adornar las salas o cubículos donde reposaban los cuerpos santos.

San Dámaso se entregó con entusiasmo a esta obra. La cripta de los Papas del siglo lll, uno de los más sagrados recintos de la cristiandad, la adornó con columnas, arquitrabes y cancelas, y en el fondo colocó una de sus famosas inscripciones, que todavía puede leerse, recompuesta en pedazos:

Hic congesta iacet quaeris si turba piorum
Corpora sanctorum retinente veneranda sepulcra.

«Si los buscas, encontrarás aquí la inmensa muchedumbre de los santos. Sus cuerpos están en los sepulcros venerables, sus almas fueron arrebatadas a los alcázares del cielo…»

Nos podemos imaginar al augusto Pontífice, acompañado de sus más asiduos colaboradores, tal vez el propio San Jerónimo, emprendiendo aquellas investigaciones que le llevaban a encontrar la pista de algún santo olvidado. ¡Qué alegría entonces, como se refleja aún en la inscripción a través de los siglos!:

Quaeritur inventus colitur fovet omnia praestat.

«Tras los trabajos de búsqueda es encontrado, se le da culto, se muestra propicio, lo alcanza todo.»

Resulta emocionante saber que San Dámaso emprendió esta obra de exaltación de los mártires en agradecimiento por haber conseguido la reconciliación del clero tras el cisma de Ursino.

Pro reditu cleri, Christo praestante trinmphans
martyribus sanctis reddit sua vota sacerdos.

Podrá objetarse que el santo Pontífice no siempre tuvo buenas fuentes de información, excepto el caso ya citado, en que el propio verdugo dió testimonio. Casi siempre ha de recurrir a la tradición oral: Fama refert… Fertur… Haec audita refert Damasus... En algunos casos ha de dejar el juicio al propio Cristo: probat omnia Christus.

Esta pobreza de sus informaciones se manifiesta ya en las descripciones genéricas que hace del martirio, o en no saber decir los nombres o el tiempo de su triunfo, usando una frase imprecisa: «en los días en que la espada desgarraba las piadosas entrañas de la Madre»: tempore quo gladius secuit pia víscera matris.

Otras veces será la estrechez de la lápida, que no le permite espacio para mayores noticias, como en la inscripción de la cripta de los Papas. Sin embargo, hay que confesar que ya por la dificultad de expresarse en verso, ya por su propensión a lo genérico e indeterminado, su poesía es vaga y obscura, aun cuando no podían faltarle noticias concretas, como en los epitafios de su madre Laurencia o de su hermana Irene. Esta pobreza de expresión se manifiesta, además, en sus imitaciones virgilianas, que ocurren a cada paso, y en lo reducido de su lenguaje, que definió De Rossi «como un perpetuo e invariable ciclo» en que se repiten hemistiquios y aun versos enteros.

A pesar de todo, los pequeños poemas damasianos llegan a conmovernos, porque reflejan el entusiasmo del poeta y el afecto vivísimo que alimentaba hacia los atletas de Cristo, de donde sus cálidas invocaciones: «Amado de Dios que seas propicio a Dámaso te pido ¡oh santo Tiburcio!’

O en el de Santa Inés: «¡Oh santa de toda mi veneración, ejemplo de pureza!, que atiendas las plegarias de Dámaso te pido, ínclita mártir».

Se comprende que los peregrinos medievales copiasen con verdadera ilusión estos versos, merced a lo cual han podido salvarse en códices y bibliotecas muchos de ellos, cuyos fragmentos filocalianos hallaron posteriormente De Rossi y otros investigadores de las catacumbas.

Digamos también que San Dámaso, que tuvo el honor de transformar las catacumbas en santuarios, fue, a la vez, el que introdujo el culto de los mártires en Roma. Al fundar un «título» o iglesia parroquial en su propia casa, junto al teatro de Pompeyo, según la costumbre, le dió su propio nombre: «in Damaso», pero le ligó al recuerdo de un mártir español, San Lorenzo. Y aunque la iglesia iba dedicada a Cristo, como todas las de entonces, al poner el nombre del santo diácono como una invitación a honrarle más especialmente, sentó un precedente que evolucionaría con toda rapidez. Las iglesias se dedicarían a los santos, como ya hoy es normal. El nombre del fundador caería en desuso y quedaría el del patrón.

San Dámaso murió casi octogenario el 11 de diciembre de 384. Al final de la inscripción a los mártires en la cripta del cementerio de Calixto, el santo Papa había manifestado su deseo de ser allí enterrado, aunque por humildad o por escrúpulo de arqueólogo no se atreviera a tanto.

Hic fateor Damasus volui mea condere membra 
sed cineris timui sanctos vexare piorum.

Entonces se hizo preparar para él y su familia una basílica funeraria en la vía Ardeatina, no lejos del área donde estaban los mártires queridos. Esta capilla se presentaba a los peregrinos medievales como una etapa entre Roma y la visita de las catacumbas. Compuso tres epitafios; para su madre, su hermana y el suyo. Este es particularmente humilde y lleno de fe. Recuerda la resurrección de Lázaro por Cristo y termina con esta hermosa frase: «De entre las cenizas hará resucitar a Dámaso, porque así lo creo».

Sus reliquias fueron llevadas posteriormente a la iglesia de San Lorenzo in Damaso y están conservadas debajo del altar mayor.

Su gran amigo San Jerónimo hizo de él este hermoso elogio en su tratado De la virginidad: Vir egregius et eruditus in Scripturis, virgo virginis Ecclesiae doctor: «Varón insigne e impuesto en la ciencia de las Escrituras, doctor virgen de la Iglesia virginal».

La liturgia también le es deudora de sabias reformas. Además de su devoción acendrada a los mártires, la construcción del baptisterio vaticano y la firmeza apostólica en reprimir las herejías, le cabe la gloria de haber introducido en la misa, conforme a la costumbre palestinense, el canto del aleluya los domingos y la reforma del viejo cursus salmódico para darle un carácter más popular.

Fuente: Artículo de Casimiro Sánchez Aliseda en mercaba.org.

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Otras fuentes en la red

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Recursos audiovisuales


San Dámaso, por Encarni Llamas en DiócesisTV

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San Dámaso I, por MrJHS2011

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Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe II

Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe II

Os proponemos esta dinámica de catequesis para que los niños aprendan la historia de Nuestra Señora de Guadalupe mientras disfrutan coloreando los dibujos.

Ante cualquier pregunta que pueda surgir por parte de los niños, recomendamos a los catequistas consultar la catequesis de san Juan Pablo II sobre la Virgen de Guadalupe y el Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.

Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones de Hilda Tessa y los textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título o la imagen de cada capítulo.

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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VI

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VI

Obediente Juan Diego a las palabras de la Señora, al día siguiente volvió de nuevo a importunar a las puertas del palacio episcopal, y una vez en la presencia del Obispo, con lágrimas en los ojos, le contó cómo por segunda vez había visto a la Señora, y el encargo que le había hecho.

El Obispo esta vez le escuchó con mayor atención, y después de haberle hecho muchas preguntas, dijo al indio que tenía que pedir a la Señora una señal de su autenticidad, y que una vez obtenida volviera a verle.

Después le despidió muy amablemente, y sin que Juan Diego se diera cuenta, ordenó a dos de sus criados que le siguieran y vigilasen.

Pero al pasar el puente que cruza el río que hay junto a la colina, desapareció súbitamente de la vista de sus observadores, y por más que le buscaron no pudieron hallarle.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VII

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VII

Mientras tanto, Juan Diego había seguido su ruta. En lo alto de la colina la Virgen le esperaba. Después de una profunda inclinación, el indio le contó el resultado de la audiencia y cómo le había pedido que para demostrar su veracidad debería presentar un signo que no diera lugar a dudas. Entonces dijo la Virgen: «Vuelve mañana a este lugar y Yo te daré ese signo».

Pero al día siguiente Juan Diego no apareció. El motivo fue que su tío con quien él vivía y a quien quería como a un padre se había puesto enfermo muy grave y creía que se moría.

Aquel día lo utilizó en buscar un médico y atender a su tío; y al día siguiente, muy temprano, marchó a México a buscar un sacerdote para que le administrara los sacramentos antes de morir.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VIII

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe VIII

Juan Diego marchó con mucha prisa a buscar al sacerdote, dando un pequeño rodeo para no pasar por la colina donde estaba la Bella Señora, para que no le entretuviera, porque su tío estaba en peligro de morir sin sacramentos.

Pero la Santísima Virgen, saliéndole al encuentro le dijo: «Querido hijo mío: ¿adónde vas por este camino?» El indio quedó confuso y enseguida contestó: «Mi querida Señora: voy corriendo a México a buscar un sacerdote, porque mi tío se está muriendo». Pero la Virgen le dijo, bondadosa: «Querido hijo mío: no te aflijas ni te preocupes por tu tío. ¿No estoy Yo aquí para ayudarte? ¿No estáis bajo mi amparo y protección? ¿No soy Yo la vida y la salud? No tienes nada que temer. Tu tío no morirá de esta enfermedad. Ahora mismo ya está completamente bien».

Dieguito quedó con esto tan contento y consolado que dijo a la Señora: «Señora mía y Madre mía: mandadme lo que queráis, que yo lo haré».



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe IX

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe IX

«Sube, hijo mío, a lo alto de la colina y tráeme las flores que allí encontrarás». Dieguito sabía que allí arriba solamente había rocas; pero obedeciendo al mandato de la Virgen subió corriendo, sin vacilar.

¡Cuál no sería su asombro cuando llegó al lugar y se encontró entre las rocas con un lindo rosal cargado de preciosísimas rosas! Lleno de alegría las cortó y volvió con ellas donde estaba la Señora.

Entonces le dice la Virgen: «Envuélvelas en tu capa y vete a llevárselas al Obispo, como señal de que Yo soy la Madre de Dios. Cuando las vea, él te creerá». El indiecito hizo a la Señora una profunda reverencia, y marchó feliz y seguro de que con aquel testimonio ya lo iba a creer.

Llegando al palacio episcopal, tampoco esta vez lo dejaban pasar; pero al observar el bulto que llevaba y el perfume de las rosas, quisieron quitarle alguna; pero su sorpresa fue tremenda cuando al meter la mano en la capa, se encontraron con el vacío, no hallando las rosas, como si hubiesen desaparecido.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe X

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe X

Atónitos por el suceso, fueron a contárselo al Obispo que lo mandó pasar deseoso de ver aquel milagro. Pero el milagro que presenció fue todavía mayor, porque no solamente vio que las rosas estaban allí, frescas y fragantes, con delicioso perfume, sino que al abrir la capa y caer las rosas a sus pies, descubrió en la capa del indio el mayor de los milagros: una bellísima imagen de Nuestra Señora que dejó estupefacto incluso al indio, que la traía sin saberlo.

Tomó el Señor Obispo con todo respeto a la milagrosa imagen, y después de haberla venerado en presencia de todos los de la casa, la llevó a su capilla particular, dando gracias a Dios y a su benditísima Madre.

Pero al correrse la noticia, todos querían verla y venerarla, por lo que fue preciso empezar rápidamente la construcción del templo para Ella en el mismo lugar que Ella señalara, donde con gran devoción de todos los mejicanos fue venerada y desde donde Ella empezó generosa a repartir sus gracias con todos los necesitados.



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Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe I

Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe II


Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe II

Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe I

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Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título o la imagen de cada capítulo.

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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe I

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe I

Un indiecito convertido a la religión cristiana amaba mucho a la Santísima Virgen y tenía la costumbre de oír misa los sábados en su honor. El día 9 de diciembre de 1531 era sábado y el indiecito, desde su aldea, se dirigía a la capital de México para oír misa, cuando de improviso, en medio del campo solitario percibió un sonido maravilloso de una música armoniosa y dulce que no se parecía a nada de este mundo.

¿Qué oigo? ¿De dónde puede venir esa música tan arrobadora? se dijo. El eco de las montañas devolvía el sonido y lo hacía aún más maravilloso. Y cuando, sorprendido, levantó los ojos hacia el sitio donde provenían aquellas armonías, se maravilló con la brillantez de una luz celestial que despedía rayos de todos los colores.

El indiecito quedó atónito y extasiado en aquel lugar, sin moverse, sintiendo una inefable dulzura, como si estuviera en la gloria.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe II

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe II

¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? se preguntaba— ¿Acaso es esto el Paraíso?. De repente cesó la música y una voz que parecía de mujer salió de una nube resplandeciente y celestial. Con inefable dulzura oyó que le llamaron por su nombre y le dijeron que se acercara. Juan Diego, que así se llamaba el indio, sin dudarlo un momento, lleno de emoción, corrió presuroso hacia la colina donde salía la voz.

Al llegar Juan Diego a donde estaba la nube, junto a la colina, se encontró con una Señora de tanta belleza que parecía una divinidad. Sus vestidos resplandecían tanto que, de la luz que despedían, las rocas parecían oro y todo el suelo diamantes y piedras preciosas. Entonces, la maravillosa Dama, mientras sonreía bondadosa, dijo a Juan Diego: «Juan, hijo mío queridísimo, ¿adónde vas por este camino?». «Voy a oír misa en honor de mi Señora» le contestó el indio mientras la contemplaba extasiado.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe III

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe III

¡Oh, hijo mío querido! añadió la celestial Señora— quiero que sepas que soy la Virgen María, Madre del Dios verdadero, Creador de todas las cosas. Y quiero que se me haga una iglesia en este lugar; porque desde aquí, yo, tu cariñosa Madre, quiero ser la Madre de todos los indios y escuchar sus peticiones. Desde aquí quiero escuchar generosa los ruegos de todos los indios que me invoquen y atenderlos en sus necesidades.

Deslumbrado por tanta belleza, el indiecito estaba absorto, mirando y escuchando a la Señora, mientras Ella añadía: «Querido hijo mío: vete a buscar al Obispo de México y dile que Yo te envío para expresarle mi voluntad y deseo para que me construyan un templo en este lugar». El indito, puesto de rodillas e inclinando su cabeza, respondió: «Sí, mi noble Señora: yo soy vuestro siervo y haré todo lo que me ordenéis».



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe IV

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe IV

Juan Diego no se creía digno de tanto honor, pero obedeció fervoroso a la Reina del Cielo y como Ella le había ordenado, fue a México a pedir audiencia para hablar con el Señor Obispo.

Cuando Juan Diego llamó a las puertas del palacio, le atendieron unos criados del Obispo, pero creyéndose tal vez un loco por las cosas que decía haber visto, le trataron amablemente, pero no le dejaron pasar.

El indiecito no se impacientó, y sentado en el suelo a las puertas del palacio, esperó todo un día para ver si le dejaban pasar y podía cumplir el encargo de su amada Señora.

Impresionados los criados de la constancia del indio, se lo dijeron al Obispo, el cual sintió curiosidad por conocer su historia y lo mandó pasar. Entonces el indio contó toda la historia, que el Obispo escuchó con atención; pero creyendo ser fantasías del recién convertido, le despidió amablemente, diciéndole que volviera otro día.



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Historia de Nuestra Señora de Guadalupe V

Historia de Nuestra Señora de Guadalupe V

Juan Diego volvió a su aldea, y al pasar cerca de la colina la Señora lo estaba esperando.

Queridísima Señora mía dijo Juan Diego a la Virgen— he hecho todo lo que me habéis mandado, pero creo que no me han creído. Os ruego, Señora mía, que mandéis a otra persona de más prestigio y categoría que yo. Ya veis que yo no soy más que un pobre indio rústico y despreciable que no inspiro confianza y nadie me quiere creer.

A las humildes palabras del indio contestó la Santísima Virgen: «¡Oh, hijo mío querido! Me sobran en el mundo personas de prestigio y categoría que harían gustosas este favor; pero es conveniente que seas tú, el más humilde de mis servidores, el encargado de esta misión. Te ruego, pues, vuelvas mañana a ver al Obispo a repetirle que Yo, la Madre del Dios verdadero, quiero que me construyan una iglesia en este lugar».



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Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe I

Colorea y aprende la historia de Nuestra Señora de Guadalupe II


Nuestra Señora de Loreto: oración, himnos y recursos audiovisuales

Nuestra Señora de Loreto: oración, himnos y recursos audiovisuales

La Santa Casa de Loreto es la misma casa de Nazaret que visitó el Arcángel Gabriel en la Anunciación a la Santísima Virgen María. Es allí donde el Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros. Allí también vivió la Sagrada Familia a su regreso de Egipto y donde Jesús pasó 30 de sus 33 años junto a La Virgen y San José.

Pronto La Santa Casa se convirtió en lugar de reunión para la celebración de la Santa Misa de los primeros Cristianos. Podemos imaginarnos con qué amor y veneración cuidaban este Santo Lugar.

Actualmente la Santa Casa está situada dentro de la Basílica que para ella se construyó en Loreto, Italia. Dentro de la casa de Loreto se venera la pequeña estatua de La Virgen de Loreto. La Santa Casa en Nazaret tenía dos partes: una parte era una pequeña gruta y la segunda parte una pequeña estructura de ladrillos que se extendía desde la entrada de la gruta. La estructura de ladrillos no tenía sino tres paredes, ya que un lado pegaba con la pared de la gruta.

¿Cómo llegó la casa de Nazaret a Loreto, Italia? Hay varias tradiciones. Una de ellas habla de ángeles que transportaron la casa por los aires. Pero hay documentos que parecen indicar que el responsable del traslado es un comerciante llamado Nicéforo Angelo del siglo XIII. Quizás su apellido inspiró la idea del traslado por medio de ángeles. En todo caso, tan extraordinaria empresa, sin duda, tuvo la protección y guía del cielo. Ya lo había dicho el ángel a la Virgen en esa misma casa: «Para Dios nada es imposible».

Tratan de destruir la Santa Casa

La casa de Loreto es sagrada en virtud de quienes en ella habitaron. Muchos consideran la Santa Casa de Loreto como uno de los lugares más sagrados del mundo y Dios no quiso que esta casa fuese profanada o destruida, sino preservada para siempre. El demonio, los hombres, y el mundo usualmente van contra todo lo que Dios quiere y con esta bendita casa no fue diferente. En 1291, los Sarracenos conquistaban la Tierra Santa. Quisieron acabar con toda la historia del cristianismo y la mejor forma para ellos era destruyendo todos los lugares sagrados. Pensaban que eliminando todos los signos visibles del cristianismo, apagarían el amor y la devoción.

Fueron en busca de cada lugar venerado por su asociación con la vida de Cristo. Cuando llegaron a las proximidades de Nazaret, La Santa Casa no tenía defensa humana. Esta era bien conocida, porque los cristianos desde el tiempo de los Apóstoles la tenían con gran reverencia y celebraban allí la Santa Misa. Los enemigos se decían: «Nunca más los cristianos celebrarán aquí la Anunciación»

La Basílica construida sobre la Santa Casa ya había sido destruida dos veces antes. La primera vez fue en 1090 A.D. Sin embargo, la casa quedaba intacta. Los cruzados reconstruyeron la Basílica, pero en 1263 fue destruida de nuevo. Una vez más la Santa Casa fue protegida. Esta vez los cruzados no pudieron reconstruir la Basílica y la Santa Casa se quedó sin protección.

La tradición del traslado Angelical

Según esta tradición, en 1291, cuando los cruzados perdían control sobre la Tierra Santa, Nuestro Señor decidió enviar a los ángeles a proteger su Santa Casa y les dio el mandato de que movieran la casa a un lugar seguro. Llévense la Santa Casa a un lugar seguro, lejos del odio de mis enemigos de esta tierra donde nací. Elévenla sobre los aires, donde no la puedan alcanzar. Que no la vean.

El 12 de mayo de 1291 los ángeles trasladaron la casa hasta un pequeño poblado llamado Tersatto, en Croacia. Muy temprano en la mañana la descubrieron los vecinos y se asombraron al ver esta Casa sin cimiento y no se explicaban cómo llegó ahí. Se adentraron y vieron un altar de piedra. En el altar había una estatua de cedro de la Virgen María, que tenía al niño Jesús en sus brazos. El niño Jesús tenía sus dos dedos de la mano derecha extendido como bendiciendo. Con su mano izquierda sostenía una esfera de oro representando al mundo. Ambos estaban vestidos como con unas batas y tenían coronas de oro.

Unos días más tarde, la Virgen María se le apareció a un sacerdote de ese lugar y le explicó de dónde venía la casa. Ella dijo: «Debes saber que la casa que recientemente fue traída a tu tierra es la misma casa en la cual yo nací y crecí. Aquí, en la Anunciación del Arcángel Gabriel, yo concebí al Creador de todas las cosas. Aquí, el Verbo se hizo carne. El altar que fue trasladado con la casa fue consagrado por Pedro, el Príncipe de los Apóstoles. Esta casa ha venido de Nazaret a tu tierra por el poder de Dios, para el cual nada es imposible.

Ahora, para que tú puedas dar testimonio de todo esto, sé sanado. Tu curación inesperada y repentina confirmará la verdad que yo te he declarado hoy.» El sacerdote, que había estado enfermo por mucho tiempo, se sanó inmediatamente y anunció al pueblo el milagro que había ocurrido. Comenzaron las peregrinaciones a la Santa Casa. Los residentes de este pequeño pueblo construyeron sobre la Santa Casa un edificio sencillo para protegerla de los elementos de la naturaleza. Pero la alegría de los croatas duró poco tiempo. Después de tres años y cinco meses de estar la casa en este poblado, en la noche del 10 de diciembre, de 1294, la casa desapareció de Tersatto para nunca más volver.

Un residente devoto de Tersatto construyó una pequeña iglesia en el lugar donde estuvo la casa, una réplica de esta. Y puso la siguiente inscripción: ¨La Santa Casa de la Virgen María vino de Nazaret el 10 de diciembre de 1291 y estuvo hasta el 10 de diciembre de 1294.¨La gente de Croacia continuó venerando a Nuestra Señora en la réplica de la Santa Casa. Fue tanta su devoción, que el Papa Urbano V envió a la gente de Tersatto una imagen de Nuestra Señora en 1367. Esta imagen se cree fue esculpida por San Lucas.

La Santa Casa es llevada a Italia

El 10 de diciembre de 1294, unos pastores de la región de Loreto en Italia reportaron que habían visto una casa volando sobre el mar, sostenida por ángeles. Había un ángel vestido con una capa roja (San Miguel) que dirigía a los otros y la Virgen María con el Niño Jesús estaban sentados sobre la casa. Los ángeles bajaron la casa en un lugar llamado Banderuola.

Muchos llegaban a visitar esta santa casa, pero también habían algunos que llegaban para asaltar a los peregrinos. Por esta razón las personas dejaron de llegar y la casa nuevamente fue trasladada por los ángeles a un cerro en medio de una finca. La Santa Casa no se quedaría aquí por mucho tiempo. La finca era de dos hermanos que comenzaron a discutir sobre quién era el dueño de la casa. Por tercera vez la casa es trasladada a otro cerro y la colocaron en el medio del camino. Ese es el lugar que ha ocupado ya por 700 años.

Los habitantes de Recanati y Loreto verdaderamente no sabían la historia de la Santa Casa, solo sabían de los milagros que se acontecían ahí. Dos años más tarde, la Virgen María se le apareció a un ermitaño llamado Pablo y le contó el origen y la historia de la Santa Casa: «Se mantuvo en la ciudad de Nazaret hasta que por el permiso de Dios, aquellos que honraban esta casa fueron expulsados por los enemigos. Ya que no se le honraba y estaba en peligro de ser profanada, mi Hijo quiso trasladarla de Nazaret a Yugoslavia y de ahí hasta tu tierra». Pablo entonces se lo contó a las personas del pueblo y comenzaron a hacer gestiones para verificar la autenticidad de la casa. Fueron primero a Tersatto y luego a Nazaret.

Investigaciones de los expertos

Los expertos asignados a este proyecto fueron a Tersatto. Ahí les verificaron que las paredes eran de color rojizo y cerca de 16¨ de ancho. Descubrieron también que la replica medía exactamente igual que la de Loreto, 31 ¼ pies de largo por 13 pies y 4 pulgadas de ancho por 28 pies de alto. Tenía una sola puerta de 7 pies de alto y 4 1/2 de ancho. Tenía también una ventana. Todas las descripciones, incluso las de los elementos interiores y las estatuas, coincidían.

En Nazaret: descubrieron que de verdad era la casa de la Virgen. Las medidas de la fundación eran exactas a las de Loreto y la maqueta construida en Tersatto. Después de 6 meses regresaron a Loreto y declararon la autenticidad de la Santa Casa. Años más tarde, encontraron monedas debajo de la casa, no solo del área de Nazaret, sino que del período en que la casa estuvo en Nazaret. Las piedras y la tierra utilizada para el relleno de la casa era idéntica a las que se usaban en Nazaret en ese tiempo y civilización. La casa no tiene cimientos, ya que estos se quedaron en Nazaret.

Anécdotas de la Santa Casa de Loreto

Llegó un tiempo en que muchos peregrinos iban a este santuario y el Papa Clemente VII mandó que se cerrara la puerta original y se construyeran tres puertas, ya que solo había un puerta y las personas se peleaban para entrar y salir. Solo había un problema y era que nadie le había pedido permiso a la Virgen María para las alteraciones. Cuando el arquitecto cogió su martillo para comenzar, su mano se marchitó y comenzó a temblar. Enseguida se fue de Loreto y nadie más quiso hacer el trabajo. Tiempo después un clérigo llamado Ventura Barino aceptó hacer el trabajo, pero primero se arrodilló y rezó a la Virgen. Este le dijo que no era su culpa, sino la orden del Papa, que si ella estaba enojada que lo tomara contra el Papa y no contra él¨. El clérigo pudo completar el trabajo. Las personas de Loreto también decidieron proteger la Santa Casa poniéndole una pared de ladrillo, pero después que terminaron con la pared, la pared se separó de la casa. Por eso hay un espacio entre la Santa Casa y la pared que fue construida.

Devolverle a la Virgen lo que es de Ella

Una historia relata que el Obispo de Portugal visitó la Santa Casa y quiso llevarse una piedra para construir una Iglesia en honor a la Virgen de Loreto. El Papa le dio permiso y el Obispo mandó a su secretario a sacar la piedra y llevársela. El Obispo se enfermó de repente y cuando llegó su secretario casi estaba muerto. El Obispo les pidió a algunas hermanas religiosas que rezaran por él y algunos días después recibió este mensaje: «Nuestra Señora dice, si el Obispo desea recuperarse, debe devolver a la Virgen lo que él se ha llevado». El secretario y el Obispo se asombraron de esto, pues nadie sabía lo de la piedra de la Santa Casa. El secretario se fue inmediatamente de regreso a Loreto con la piedra y cuando llegó, el Obispo estaba completamente sanado. Por esta razón, durante los siglos, los Papas han prohibido, bajo amenaza de excomunión, la extracción de cualquier parte de la Santa Casa.

Un Lugar Sagrado

La Santa Casa es considerada entre los lugares más sagrados del mundo. Antes de que la Santa Casa fuese trasladada, San Francisco de Asís había profetizado que un día Loreto se iba a llamar el lugar más sagrado del mundo y que por ello debían abrir una casa allí.

Muchos santos, beatos y Papas han visitado esta casa. Entre ellos: San Francisco de Sales: hizo sus votos de celibato en la Santa Casa; Santa Teresa de Lisieux: antes de ir a pedir permiso al Papa para entrar al Carmelo a la edad de 15 años, visitó la Santa Casa; San Maximiliano Kolbe: en su regreso a la ciudad de la Inmaculada, poco antes de ser llevado al campo de concentración; y muchísimos otros santos.

El Papa Juan XXIII fue el día antes de convocar el Concilio Vaticano II y pidió a la Virgen de Loreto la protección del Concilio. Juan Pablo II ha visitado muchas veces la Casa de Loreto y ha tenido allí convenciones de jóvenes y familias.

Muchos peregrinos van cada año a visitar a la Santa Casa. A visitar el lugar donde la Sagrada Familia vivió y a recibir las gracias que Dios les quiere dar. Es una tradición rezar de rodillas el Santo Rosario alrededor de la Casa. Es un rosario penitencial pidiendo la intercesión poderosa de la Stma. Virgen. Procesiones con velas del Santísimo Sacramento forman parte de las celebraciones en la Basílica de la Santa Casa de Loreto.

La imagen de Nuestra Sra. de Loreto, se encuentra en el interior de la Casa, tiene una la túnica tradicional decorativa. El color oscuro de la imagen representa a la estatua original de madera, que con los siglos se oscureció con el hollín de las lámparas del aceite que se usaba en la capilla. En 1921 se destruyó la estatua original en un incendio, y otra similar fue colocada en el lugar.

Fuente: Catholic.net.

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Otros recursos en la red

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Oración a Nuestra Señora de Loreto

María, Madre nuestra,

a ti acudimos hoy llenos de confianza,

recibe nuestra humilde plegaria.

Tú, que llevaste en tu seno al Salvador,

acepta nuestra expresión de fe y amor filial,

mientras en espíritu nos trasladamos

a la Santa Casa de Loreto,

que por la presencia de tu Sagrada Familia

es la Casa Santa, en la que debe inspirarse

toda familia cristiana. Que en ella cada hijo, aprenda de Jesús,

la obediencia, el estudio y el trabajo.

De ti, María, cada mujer

aprenda la humildad y el espíritu de sacrificio.

De José, que vivió para Jesús y para ti

cada hombre aprenda a amar a Dios y a su familia

en felicidad y rectitud.

María, Madre nuestra,

te rogamos que intercedas ante tu Hijo

por la Iglesia Universal, por el Papa,

por nuestro Obispo, por nuestra patria,

por los que sufren, por los pecadores,

y por todas las familias del mundo,

especialmente las que están más alejadas de Jesús.

Amén

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Recursos audiovisuales

Nuestra Señora de Loreto, en Evangelicemos Juntos

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Loreto, la casa de María, en María de Nazareth

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Himno a Nuestra Señora de Loreto, de Rubén Díaz López

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Himno a Nuestra Señora de Loreto, de Héctor Cantero

Oración de los esposos a la Virgen de Guadalupe

Oración de los esposos a la Virgen de Guadalupe

Señor, inspira estos hombres y mujeres

que llevan los títulos de «Esposo» «Esposa».

Ayúdalos a mirarte a Tí,

a ellos mismos,

uno al otro,

para redescubrir la plenitud y el misterio

que una vez sintieron en su unión.

Ház que sean lo suficientemente honestos para preguntarse: 

«¿Dónde hemos estado juntos

y hacia dónde estamos yendo?».

Haz que sean lo suficientemente valientes para preguntarse:

«¿En qué hemos fallado?».

Haz que sean lo suficientemente fuertes para decir:

«Para mí, nosotros estamos primero».

Ayúdalos, juntos

a reexaminar su compromiso

bajo la luz de Tu amor,

de buena voluntad, abiertamente, con compasión.


Rezar un Ave María…


Oh, Virgen de Guadalupe. Colocamos bajo tu poderoso patronazgo la pureza e integridad de la Santa Fé en México y en todo el Continente Americano, porque estamos seguros que mientras seas reconocida como Reina y Madre, América y México y nuestro matrimonio serán salvados…

Amen.

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Fuente original: Nuestra Señora de Guadalupe

Virgen de Guadalupe: catequesis de san Juan Pablo II

Virgen de Guadalupe: catequesis de san Juan Pablo II

¡Oh Virgen Inmaculada

Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia!

Tú, que desde este lugar manifiestas

tu clemencia y tu compasión

a todos los que solicitan tu amparo;

escucha la oración que con filial confianza te dirigimos,

y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso,

a Ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores,

te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.

Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos,

nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos;

ya que todo lo que tenemos y somos lo ponernos bajo tu cuidado,

Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino

de una plena fidelidad a Jesucristo en su Iglesia:

no nos sueltes de tu mano amorosa.

Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas,

te pedimos por todos los obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos

de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.

Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda

hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes

vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe

y celosos dispensadores de los misterios de Dios.

Concede a nuestros hogares

la gracia de amar y de respetar la vida que comienza.

con el mismo amor con el que concebiste en tu seno

la vida del Hijo de Dios.

Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias,

para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión,

enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos

a levantarnos, a volver a El, mediante la confesión de nuestras culpas

y pecados en el sacramento de la penitencia,

que trae sosiego al alma.

Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos sacramentos

que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra.

Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia,

con nuestros corazones libres de mal y de odios,

podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz,

que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,

que con Dios Padre y con el Espíritu Santo,

vive v reina por los siglos de los siglos.

Amén.

Oración a la Virgen de Guadalupe

San Juan Pablo II

México, enero de 1979

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Catequesis sobre la Virgen de Guadalupe

1. Nuestra peregrinación espiritual de hoy se dirige al santuario de la Virgen de Guadalupe, que se encuentra en ciudad de México, en el cerro del Tepeyac. Es el centro mariano más famoso de toda América, uno de los más visitados en todo el orbe católico.

Su origen se sitúa en el alba de la evangelización del Nuevo Mundo, cuando los creyentes en el Evangelio eran todavía una pequeñísima grey. La Virgen Santa se apareció en aquellos años a un indio campesino, Juan Diego, y lo envió al obispo, del lugar para manifestarle su deseo de tener allá arriba, sobre la colina, un templo dedicado a Ella. El obispo, antes de hacer caso al mensaje, pidió una «señal» entonces Juan Diego, por orden de la «Señora de los cielos», fue a coger un ramo de rosas, en el mes de diciembre, sobre la árida colina, a dos mil metros de altura. Habiendo encontrado, con comprensible sorpresa, las rosas, se las llevó. Fue entonces cuando en la rústica tilma del indio, tejida con fibras vegetales, se vio la imagen que hoy se venera con el nombre de Nuestra Señora de Guadalupe. Representa a María como una joven mujer de rostro moreno que lleva en el seno al Hijo divino a punto de nacer. Ella es quien lo da al mundo para la salvación de todos.

2. María dijo a Juan Diego, y hoy lo repite a todos los cristianos: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No estás, por ventura, en mi regazo?». La Virgen se presentaba así como Madre de Jesús y Madre de los hombres.

De hecho, con la aparición de María en el cerrillo del Tepeyac, comenzó en todo el antiguo territorio Azteca un movimiento excepcional de conversiones al Evangelio, con repercusiones en toda América Centro-Meridional, y hasta el lejano archipiélago de Filipinas. Por eso, en mi primer viaje a aquel continente, llamé a Nuestra Señora de Guadalupe «Estrella de la Evangelización» « Madre de la Iglesia en América Latina».

3. La Virgen de Guadalupe sigue siendo aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él, para tener acceso al Padre. Al mismo tiempo, María es la voz que invita a los hombres a la comunión entre ellos, dentro del respeto de los recíprocos derechos y con una justa coparticipación de los bienes de la tierra.

Hoy le pedimos a la Virgen que indique a la Iglesia los caminos mejores que hay que recorrer para realizar una nueva evangelización, te imploramos la gracia de servir a esta causa sublime con renovado espíritu misionero.

A María le pedimos también que sostenga el esfuerzo de cuantos trabajan por la consolidación de la justicia y de la solidaridad en las relaciones entre los hombres, pues Dios quiere hacer de ellos una única familia en Cristo.

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San Juan Pablo II

Ángelus del domingo, 13 de diciembre de 1987