San Benito nació en el antiguo pueblo de Nursia en el año 480. Pertenecía a la noble familia Anicia. Tenía una hermana gemela, Escolástica, quien desde su infancia se había consagrado a Dios.
Fue enviado a Roma para su educación, acompañado de su nodriza, que había de ser, probablemente, su ama de casa. Benito, asqueado por la vida viciosa de la ciudad y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió abandonar Roma. Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo acompañó. Se dirigieron al pueblo de Enfide, en las montañas, a treinta millas de Roma. Pronto se dio cuenta de que no era suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de haber restaurado milagrosamente una criba que su nodriza había pedido prestado y accidentalmente roto.
Benito partió una vez más, solo, para remontar las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco. En esta región se encontró con un monje llamado Romano, explicándole su intención de llevar la vida de un ermitaño. Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y conduciéndolo a una cueva en una montaña. En la desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba alimento al joven.
Cerca del lugar, vivían por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar. Al principio rehusó. Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno. Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino. Decidió después de este suceso, no quedarse por más tiempo entre ellos. El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
Atraídos por su santidad, empezaron a reunirse a su alrededor, gran cantidad de discípulos. También acudían a él, padres, que venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran educados y preparados para la vida monástica. San Gregorio nos habla de dos nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos, Plácido y Mauro.
No se sabe cuánto tiempo permaneció el Santo en Subiaco. Su partida fue repentina. Vivía en las cercanías un indigno sacerdote llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de arruinarlo. El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar Subiaco. Se encaminó al territorio de MonteCassino. La población del lugar, habían vuelto al paganismo. Estaban acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la cuesta del monte. San Benito procedió a destruir el templo, su ídolo y su bosque sagrado. Sobre las ruinas del templo, construyó un monasterio.
Tal vez fue durante ese período cuando comenzó su «Regla», de la que San Gregorio dice que da a entender «todo su método de vida y disciplina, porque no es posible que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que practicaba». Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su propia voluntad, tomen sobre sí «la fuerte y brillante armadura de la obediencia para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey».
El Santo que había anunciado tantas cosas a otros, fue advertido con anterioridad acerca de su próxima muerte. Lo notificó a sus discípulos y, seis días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba. Tan pronto como estuvo hecha fue atacado por la fiebre. El 21 de marzo del año 543, Jueves Santo, recibió la comunión. Después, junto a sus monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla, con las manos levantadas al cielo. Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había destruido.
En 1964 Pablo VI declara a San Benito patrono principal de Europa.
Una mujer se acusaba con san Felipe Neri de ser muy dada a la maledicencia.
—¿Cae usted con frecuencia en esa falta?
—Sí, padre, muchas veces.
Al ver tal franqueza, comprendió el santo que había más de ligereza que perversidad, y que era menester convencerla de las deplorables consecuencias de su costumbre.
—Hija, le dijo san Felipe, su culpa es grande, pero es mayor la misericordia de Dios; con la seria voluntad de enmendarse y la gracia de Dios, no dudo que llegará a triunfar de su hábito. Por su penitencia, irá usted al mercado, comprará una gallina recién muerta y con plumas, luego recorrerá las calles de la ciudad con todas sus vueltas y vaya desplumando la gallina y tirando de acá allá las plumas… Hecho, esto, me vendrá a dar cuenta de su cumplimiento como a ministro de Dios.
Inútil decir el asombro de la penitente al recibir tal penitencia de un hombre tan serio y santo.
Fue, pues, al mercado, compró la gallina y la fue desplumando por las calles y volvió a dar cuenta para que le explicara tan curiosa penitencia.
—¡Ah! —Dijo el santo al verla—, ya ha cumplido bien la primera parte que le receté como médico; ahora cumpla la segunda y quedará del todo curada. Vuelva ahora al revés por el mismo camino y recoja todas las plumas que ha tirado.
—¡Pero esto es imposible! Exclamó la pobre mujer sorprendida. Las tiré por todos lados y el viento se las habrá llevado.
¿Cómo volver a encontrarlas?
—¡Bien! Hija mía, respondió el buen religioso, las maledicencias son como estas plumas que usted concede no poder recoger de nuevo. Sus funestas palabras han volado por todos lados, ¡cójalas ahora si puede!… ande… y no peque más.
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Noticias Cristianas: «Historias para amar al prójimo. V Parte: Cuentos y leyendas, n.º 7», en Historias para amar, página 88.
El padre Ángel Espinosa de los Monteros nació en Puebla (México), en 1966. Realizó sus estudios de Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y los de Teología en el Ateneo Regina Apostolorum, donde obtuvo la Licenciatura en Teología Moral, con especialización en Bioética. Posee una Maestría en Humanidades Clásicas por el Instituto de Estudios Humanísticos de Salamanca (España). Impartió conferencias sobre matrimonio y valores familiares en México, Estados Unidos, Colombia, Chile, Italia, Francia. Publicó el libro: «El anillo es para siempre» traducido en varios idiomas. Actualmente trabaja en Roma como consultor familiar y formación de adultos en la fe. Sus charlas han tenido amplia difusión a través de su colección de CDs.
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Esta fiesta fue instituida por san Pío V para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron sobre los turcos en Lepanto en 1571. Éstos pretendían apoderarse de muchas ciudades de Europa y enarbolar su estandarte sobre la cúpula de la Basílica de San Pedro.
Según la tradición, Santiago, Apóstol, después de la Ascensión del Señor, se fue a predicar a lo que es hoy España. Una noche vio a la Virgen, de pie sobre un pilar de mármol, que lo animaba a proseguir la evangelización en este territorio. Luego se construyó allí una capilla que actualmente es la Basílica del Pilar de Zaragoza (España).
La Iglesia cree fervientemente que todas las gracias no llegan por nuestro Redentor y Mediador Jesucristo, y por mediación de María, su Madre, que también es Madre y Corredentora de todos los hombres. Ella es el canal por el cual bajan a la tierra todos los bienes celestiales, y suben al cielo todas las peticiones de la tierra.
La autenticidad histórica de este hecho es muy discutida, pero el relato de la oblación de María en el Templo de Jerusalén es el símbolo de una verdad de orden superior: la total consagración de la Virgen María al servicio de Dios: «He aquí la esclava del Señor».
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
En un pueblecito llamado Betania, vivían tres hermanos: Marta, María y Lázaro, a los que Jesús quería mucho. Un día le llegó a Jesús una triste noticia: «Lázaro ha muerto». Entonces Jesús fue a Betania, donde le recibieron las dos hermanas llorando. Marta le dijo: «Si hubieras estado aquí, Lázaro no habría muerto». Jesús respondió: «No te preocupes, Lázaro resucitará».
«Que mis hermanos y yo seamos muy amigos tuyos»
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Jesús resucita a Lázaro
Jesús fue hasta el sepulcro y mandó quitar la piedra. El sepulcro donde estaba enterrado Lázaro era una cueva con una piedra tapando la entrada. Las hermanas le advirtieron que ya olía mal, pues llevaba cuatro días muerto. Pero obedecieron y abrieron la cueva. Jesús gritó con fuerte voz: «Lázaro, sal fuera». Y Lázaro salió vivo, vendado de pies y manos.
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 104 a 105
Prosiguiendo nuestros encuentros con los doce Apóstoles elegidos directamente por Jesús, hoy dedicamos nuestra atención a Tomás. Siempre presente en las cuatro listas del Nuevo Testamento, es presentado en los tres primeros evangelios junto a Mateo (cf. Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15), mientras que en los Hechos de los Apóstoles aparece junto a Felipe (cf. Hch 1, 13). Su nombre deriva de una raíz hebrea, «ta’am», que significa «mellizo». De hecho, el evangelio de san Juan lo llama a veces con el apodo de «Dídimo» (cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2), que en griego quiere decir precisamente «mellizo». No se conoce el motivo de este apelativo.
El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10, 32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11, 16). Esta determinación para seguir al Maestro es verdaderamente ejemplar y nos da una lección valiosa: revela la total disponibilidad a seguir a Jesús hasta identificar su propia suerte con la de él y querer compartir con él la prueba suprema de la muerte.
En efecto, lo más importante es no alejarse nunca de Jesús. Por otra parte, cuando los evangelios utilizan el verbo «seguir», quieren dar a entender que adonde se dirige él tiene que ir también su discípulo. De este modo, la vida cristiana se define como una vida con Jesucristo, una vida que hay que pasar juntamente con él. San Pablo escribe algo parecido cuando tranquiliza a los cristianos de Corinto con estas palabras: «En vida y muerte estáis unidos en mi corazón» (2 Co 7, 3).
Obviamente, la relación que existe entre el Apóstol y sus cristianos es la misma que tiene que existir entre los cristianos y Jesús: morir juntos, vivir juntos, estar en su corazón como él está en el nuestro.
Una segunda intervención de Tomás se registra en la última Cena. En aquella ocasión, Jesús, prediciendo su muerte inminente, anuncia que irá a preparar un lugar para los discípulos a fin de que también ellos estén donde él se encuentre; y especifica: «Y adonde yo voy sabéis el camino» (Jn 14, 4). Entonces Tomás interviene diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» (Jn 14, 5). En realidad, al decir esto se sitúa en un nivel de comprensión más bien bajo; pero esas palabras ofrecen a Jesús la ocasión para pronunciar la célebre definición: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6).
Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. Al mismo tiempo, su pregunta también nos da el derecho, por decirlo así, de pedir aclaraciones a Jesús. Con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad, que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas.
Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia, y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25). En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.
Como sabemos, ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). A este respecto, san Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann. 121, 5). El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29).
Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10, 23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, § 2566).
En efecto, la carta a los Hebreos, recordando toda la serie de los antiguos patriarcas bíblicos, que creyeron en Dios sin ver el cumplimiento de sus promesas, define la fe como «garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11, 1). El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él.
El cuarto evangelio nos ha conservado una última referencia a Tomás, al presentarlo como testigo del Resucitado en el momento sucesivo de la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades (cf. Jn 21, 2). En esa ocasión, es mencionado incluso inmediatamente después de Simón Pedro: signo evidente de la notable importancia de que gozaba en el ámbito de las primeras comunidades cristianas. De hecho, en su nombre fueron escritos después los Hechos y el Evangelio de Tomás, ambos apócrifos, pero en cualquier caso importantes para el estudio de los orígenes cristianos.
Recordemos, por último, que según una antigua tradición Tomás evangelizó primero Siria y Persia (así lo dice ya Orígenes, según refiere Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. 3, 1), luego se dirigió hasta el oeste de la India (cf. Hechos de Tomás 1-2 y 17 ss), desde donde llegó también al sur de la India. Con esta perspectiva misionera terminamos nuestra reflexión, deseando que el ejemplo de Tomás confirme cada vez más nuestra fe en Jesucristo, nuestro Señor y nuestro Dios.
Este vídeo de 45 minutos lleva por título ¿Quién es el Papa Francisco? Contiene entrañables imágenes y grabaciones inéditas de la vida del hasta hace poco Cardenal Bergoglio. Sus gestos y anécdotas transmiten el excepcional carisma del papa argentino que está rompiendo todos los esquemas. Además, este DVD ofrece como extra una entrevista suya realizada por el canal internacional EWTN.
El documental recoge opiniones de los provinciales de la Compañía de Jesús en Argentina y España, así como de periodistas y profesores de universidades pontificias. Un obispo español cuenta sus impresiones de los ejercicios espirituales que le predicó el Cardenal Bergoglio.
El video recoge desde las imágenes más impresionantes del cónclave que derrotó todas las quinielas, y los detalles más emotivos de las primeras apariciones del Papa Francisco, salpicados de humor, sencillez y cercanía, hasta la escena de Angela Merkel y otros gobernantes haciendo cola para felicitarle.
Después del éxito del documental «El Cónclave: cómo se elige un papa», realizado por Goya Producciones y emitido por numerosas televisiones nacionales y extranjeras, la productora nos ofrece un trabajo de alta calidad técnica, con un guión y una realización que mantienen la atención en todo momento.
Para solicitar más información pueden escribir agoya@goyaproducciones.es
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DVD ¿Quién es el Papa Francisco?
Trailer
Sinopsis
Nadie le conocía hasta el 13 de marzo. ¿Quién es este Papa inesperado que ha sorprendido al mundo? ¿Cómo ha sido su vida? ¿Qué piensa? ¿Cómo actúa? ¿Es combativo? ¿Va a dar un vuelco a la Iglesia?
Todas estas cuestiones y muchas más se responden en el primer gran documental realizado sobre el carismático nuevo Pontífice. Se titula ¿Quién es el Papa Francisco?
Ha sido realizado en un tiempo récord por Goya Produciones, tras un intenso trabajo de investigación, haciendo acopio de imágenes emotivas y sorprendentes desde su niñez hasta su entronización como Papa. Un guión ágil y un montaje brillante mantienen el interés durante los 45 minutos.
El programa muestra al entonces cardenal Bergoglio fustigando a las mafias del trabajo esclavo y la prostitución en Buenos Aires, arengando a los jóvenes, lavando los pies a pobres, circulando en metro y autobús por Buenos Aires, o pagando su hotel después de ser Papa. Estas y otras anécdotas salpicadas de humor transmiten el excepcional carisma del papa argentino que está rompiendo todos los esquemas.
El documental recoge opiniones de los provinciales de la Compañia de Jesús en Argentina y España, así como de periodistas y profesores de universidades pontificias. Un obispo español cuenta cómo quedó marcado por los ejercicios espirituales que le predicó el Cardenal Bergoglio.
El DVD recoge las imágenes más impresionantes del cónclave que derrotó todas las quinielas, y los detalles más entrañables de las primeras apariciones del Papa Francisco hasta la escena de Angela Merkel y otros gobernantes haciendo cola para felicitarle.
Ficha técnica
TITULO: ¿Quién es el Papa Francisco?
GÉNERO: Inspiracional. Documental.
PÚBLICO: Recomendado para todos los públicos
PRODUCTORA: Goya Producciones
DURACIÓN: 45 min. aprox. + 15 min. de entrevista
IDIOMAS: Español
CALIFICACIÓN DE EDADES: Todos los públicos
FORMATO VENTA: DVD
VENTA DVD: a partir del 3 de abril de 2013.
DISTRIBUIDORA: Goya Producciones.
DISPONIBILIDAD: a partir del 2 de abril.
CÓDIGO EAN: 8426262606163
PVP: 9,95 €
PRECIO SIN IVA: 8,223 €
Equipo técnico
DIRECCIÓN Y PRODUCCIÓN: Andrés Garrigó.
GUIÓN: Andrés Garrigó y Josemaría Muñoz.
REALIZACIÓN: Josemaría Muñoz.
FOTOGRAFÍA Y POSPRODUCCIÓN: Daniel Fernández Vidou.
GRABACIONES: Chechu García, Josemaría Muñoz.
EDICIÓN: Chechu García y José Luis Martínez Castilla.
San Pedro y san Pablo, apóstoles y mártires. Fiesta el 29 de junio.
Origen de la fiesta: san Pedro y san Pablo son apóstoles, testigos de Jesús que dieron un gran testimonio. Se dice que son las dos columnas del edificio de la fe cristiana. Dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.
Los cadáveres de san Pedro y san Pablo estuvieron sepultados juntos por unas décadas, después se les devolvieron a sus sepulturas originales. En 1915 se encontraron estas tumbas y, pintadas en los muros de los sepulcros, expresiones piadosas que ponían de manifiesto la devoción por san Pedro y san Pablo desde los inicios de la vida cristiana. Se cree que en ese lugar se llevaban a cabo las reuniones de los cristianos primitivos. Esta fiesta doble de san Pedro y san Pablo ha sido conmemorada el 29 de Junio desde entonces.
El sentido de tener una fiesta es recordar lo que estos dos grandes santos hicieron, aprender de su ejemplo y pedirles en este día especialmente su intercesión por nosotros.
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San Pedro
San Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Su nombre era Simón, pero Jesús lo llamó Cefas que significa «piedra» y le dijo que sería la piedra sobre la que edificaría Su Iglesia. Por esta razón, le conocemos como Pedro. Era pescador de oficio y Jesús lo llamó a ser pescador de hombres, para darles a conocer el amor de Dios y el mensaje de salvación. Él aceptó y dejó su barca, sus redes y su casa para seguir a Jesús.
Pedro era de carácter fuerte e impulsivo y tuvo que luchar contra la comodidad y contra su gusto por lucirse ante los demás. No comprendió a Cristo cuando hablaba acerca de sacrificio, cruz y muerte y hasta le llegó a proponer a Jesús un camino más fácil; se sentía muy seguro de sí mismo y le prometió a Cristo que nunca lo negaría, tan sólo unas horas antes de negarlo tres veces.
Vivió momentos muy importantes junto a Jesús:
Vio a Jesús cuando caminó sobre las aguas. Él mismo lo intentó, pero por desconfiar estuvo a punto de ahogarse.
Prensenció la Transfiguración del Señor.
Estuvo presente cuando aprehendieron a Jesús y le cortó la oreja a uno de los soldados atacantes.
Negó a Jesús tres veces, por miedo a los judíos y después se arrepintió de hacerlo.
Fue testigo de la Resurrección de Jesús.
Jesús, después de resucitar, le preguntó tres veces si lo amaba y las tres veces respondió que sí. Entonces, Jesús le confirmó su misión como jefe Supremo de la Iglesia.
Estuvo presente cuando Jesús subió al cielo en la Ascensión y permaneció fiel en la oración esperando al Espíritu Santo.
Recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés y con la fuerza y el valor que le entregó, comenzó su predicación del mensaje de Jesús. Dejó atrás las dudas, la cobardía y los miedos y tomó el mando de la Iglesia, bautizando ese día a varios miles de personas.
Realizó muchos milagros en nombre de Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles, se narran varias hazañas y aventuras de Pedro como primer jefe de la Iglesia. Nos narran que fue hecho prisionero con Juan, que defendió a Cristo ante los tribunales judíos, que fue encarcelado por orden del Sanedrín y librado milagrosamente de sus cadenas para volver a predicar en el templo; que lo detuvieron por segunda vez y aún así, se negó a dejar de predicar y fue mandado a azotar.
Pedro convirtió a muchos judíos y pensó que ya había cumplido con su misión, pero Jesús se le apareció y le pidió que llevara esta conversión a los gentiles, a los no judíos.
En esa época, Roma era la ciudad más importante del mundo, por lo que Pedro decidió ir allá a predicar a Jesús. Ahí se encontró con varias dificultades: los romanos tomaban las creencias y los dioses que más les gustaban de los distintos países que conquistaban. Cada familia tenía sus dioses del hogar. La superstición era una verdadera plaga, abundaban los adivinos y los magos. Él comenzó con su predicación y ahí surgieron las primeras comunidades cristianas. Estas comunidades daban un gran ejemplo de amor, alegría y de honestidad, en una sociedad violenta y egoísta. En menos de trescientos años, la mayoría de los corazones del imperio romano quedaron conquistados para Jesús. Desde entonces, Roma se constituyó como el centro del cristianismo.
En el año 64, hubo un incendio muy grande en Roma que no fue posible sofocar. Se corría el rumor de que había sido el emperador Nerón el que lo había provocado. Nerón se dio cuenta que peligraba su trono y alguien le sugirió que acusara a los cristianos de haber provocado el incendio. Fue así como se inició una verdadera «cacería» de los cristianos: los arrojaban al circo romano para ser devorados por los leones, eran quemados en los jardines, asesinados en plena calle o torturados cruelmente. Durante esta persecución, que duró unos tres años, murió crucificado Pedro por mandato del emperador Nerón.
Pidió ser crucificado de cabeza, porque no se sentía digno de morir como su Maestro. Treinta y siete años duró su seguimiento fiel a Jesús. Fue sepultado en la Colina Vaticana, cerca del lugar de su martirio. Ahí se construyó la Basílica de San Pedro, centro de la cristiandad.
San Pedro escribió dos cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
¿Qué nos enseña la vida de Pedro?
Nos enseña que, a pesar de la debilidad humana, Dios nos ama y nos llama a la santidad. A pesar de todos los defectos que tenía, Pedro logró cumplir con su misión. Para ser un buen cristiano hay que esforzarse por ser santos todos los días. Pedro concretamente nos dice: «Sean santos en su proceder como es santo el que los ha llamado» (1 Pedro 1, 15)
Cada quien, de acuerdo a su estado de vida, debe trabajar y pedirle a Dios que le ayude a alcanzar su santidad.
Nos enseña que el Espíritu Santo puede obrar maravillas en un hombre común y corriente. Lo puede hacer capaz de superar los más grandes obstáculos.
La Institución del Papado
Toda organización necesita de una cabeza y Pedro fue el primer jefe y la primera cabeza de la Iglesia. Fue el primer Papa de la Iglesia Católica. Jesús le entregó las llaves del Reino y le dijo que todo lo que atara en la Tierra quedaría atado en el Cielo y todo lo que desatara quedaría desatado en el Cielo. Jesús le encargó cuidar de su Iglesia, cuidar de su rebaño. El trabajo del Papa no sólo es un trabajo de organización y dirección. Es, ante todo, el trabajo de un padre que vela por sus hijos.
El Papa es el representante de Cristo en el mundo y es la cabeza visible de la Iglesia. Es el pastor de la Iglesia, la dirige y la mantiene unida. Está asistido por el Espíritu Santo, quien actúa directamente sobre Él, lo santifica y le ayuda con sus dones a guiar y fortalecer a la Iglesia con su ejemplo y palabra. El Papa tiene la misión de enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia.
Nosotros, como cristianos debemos amarlo por lo que es y por lo que representa, como un hombre santo que nos da un gran ejemplo y como el representante de Jesucristo en la Tierra. Reconocerlo como nuestro pastor, obedecer sus mandatos, conocer su palabra, ser fieles a sus enseñanzas, defender su persona y su obra y rezar por Él.
Cuando un Papa muere, se reúnen en el Vaticano todos los cardenales del mundo para elegir al nuevo sucesor de San Pedro y a puerta cerrada, se reúnen en Cónclave (que significa: cerrados con llave). Así permanecen en oración y sacrificio, pidiéndole al Espíritu Santo que los ilumine. Mientras no se ha elegido Papa, en la chimenea del Vaticano sale humo negro y cuando ya se ha elegido, sale humo blanco como señal de que ya se escogió al nuevo representante de Cristo en la Tierra.
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San Pablo
Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén.
Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Quería dar testimonio de ésta y defenderla a toda costa. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Se dedicó a combatir a los cristianos, quienes tenían razones para temerle. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.
En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9.20-22).
Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber. Ahí, Ananías, obedeciendo a Jesús, hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro.
La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el «apóstol de los gentiles» ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco.
Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo. Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los judíos, por su parte, le tenían coraje por «cambiarse de bando». En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba. Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes.
Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.
Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.
¿Qué nos enseña la vida de San Pablo?
Nos enseña la importancia de la labor apostólica de los cristianos. Todos los cristianos debemos ser apóstoles, anunciar a Cristo comunicando su mensaje con la palabra y el ejemplo, cada uno en el lugar donde viva, y de diferentes maneras.
Nos enseña el valor de la conversión. Nos enseña a hacer caso a Jesús dejando nuestra vida antigua de pecado para comenzar una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.
Esta conversión siguió varios pasos
1. Cristo dio el primer paso: Cristo buscó la conversión de Pablo, le tenía una misión concreta.
2. Pablo aceptó los dones de Cristo: El mayor de estos dones fue el de ver a Cristo en el camino a Damasco y reconocerlo como Hijo de Dios.
3. Pablo vivió el amor que Cristo le dio: No sólo aceptó este amor, sino que los hizo parte de su vida. De ser el principal perseguidor, se convirtió en el principal propagador de la fe católica.
4. Pablo comunicó el amor que Cristo le dio: Se dedicó a llevar el gran don que había recibido a los demás. Su vida fue un constante ir y venir, fundando comunidades cristianas, llevando el Evangelio y animando con sus cartas a los nuevos cristianos en común acuerdo con San Pedro.
Estos mismos pasos son los que Cristo utiliza en cada uno de los cristianos. Nosotros podemos dar una respuesta personal a este llamado. Así como lo hizo Pablo en su época y con las circunstancias de la vida, así cada uno de nosotros hoy puede dar una respuesta al llamado de Jesús.