Falso argumento: «La pornografía puede ser una ayuda para el proceso de maduración emocional y sexual».
A menudo el uso de la pornografía se considera como una parte «natural» del proceso de maduración, una forma mediante la cual los jóvenes pueden llegar a entenderse como personas sexuales. Los padres, quizá al recordar sus propias dificultades, pueden hacerse los ciegos en cuanto al uso de la pornografía por parte de sus hijos. En lugar de alentar a los jóvenes a lograr un dominio y respeto de sí mismos, esta actitud presenta a los jóvenes un futuro que depende del capricho y de la oportunidad.
Por su naturaleza, la pornografía anima a una expresión de la sexualidad humana que no solo es deformada sino también gravemente limitada y evidentemente falsa. El uso de pornografía entre los jóvenes les impide comprender la sexualidad humana integrada con la propia expresión y la intimidad, que es la plena expresión de la persona humana. En lugar de crecer para apreciar la santidad de la persona, los jóvenes atrapados en la red de la pornografía comienzan a relacionarse con otros y consigo mismos como objetos.
El dominio de sí mismo es un elemento indispensable de la seguridad emocional. Sin el dominio proveniente del control de sí mismos y, cuando sea necesario, de la lucha con los patrones de comportamiento destructor de sí mismos, incluso con la pornografía, los jóvenes en proceso de maduración se encuentran en la atemorizante situación de ser incapaces de controlarse y de controlar el mundo. Una persona joven que ha abandonado la esperanza de dominio de sí misma también es incapaz de controlar lo que les hace a otros.
La pornografía no puede ayudar a adquirir madurez porque todo lo que ofrece es una mentira sobre la persona humana: la posibilidad de explotar a otra persona. El uso de la pornografía entre los jóvenes dificulta más su auténtico desarrollo sexual y emocional debido a la falsa manera de presentar la interacción humana. Se debe orientar a los jóvenes para que luchen por alcanzar la madurez del control propio y de la modestia, y para que, de esa forma, puedan convertirse en personas plenamente integradas, respetuosas de otros y de sí mismas.
Falso argumento: «El uso moderado de la pornografía puede ser terapéutico».
Algunos defienden la postura de que los actos sexuales, en general, y el uso de la pornografía, en particular, satisfacen la más básica de las necesidades humanas. Esta postura propone que la pornografía puede proporcionar una cierta medida de satisfacción humana y de consuelo para quienes encuentran que la intimidad en el matrimonio es imposible o, por lo menos, inexistente. Se citan ejemplos de cónyuges separados por la distancia, hombres y mujeres solteros que todavía no pueden casarse, esposos y esposas carentes repentinamente de intimidad conyugal por causa de la edad o de enfermedad. En cada uno de estos casos, el logro de un cierto grado de satisfacción humana (es decir, sexual), aun si es inferior a la verdadera intimidad conyugal, se ofrece como alivio temporal para una persona que anhela el contacto humano.
Esta opinión presupone que la actividad sexual en sí o el acto de ver a otros que participan en ella es de alguna manera de la misma naturaleza que la verdadera intimidad humana. De hecho, la intimidad a la que aspiran todas las personas es la antítesis de la experiencia explotadora y deshumanizante del uso de imágenes pornográficas. En lugar de proporcionar consuelo o satisfacción, el uso de pornografía no solo conduce inevitablemente a experiencias insatisfactorias repetidas, sino que exige una intensificación del estímulo. Cada intensificación y cada experiencia degradan y desensibilizan al espectador con respecto a la belleza y la nobleza de la persona humana.
En lugar de proporcionar un cierto toque de intimidad humana, el uso continuo de imágenes pornográficas limita las posibilidades de la persona y aun la capacidad de lograr intimidad con otra persona. ¿Cómo es posible iniciar una relación de amor y respeto cuando la preparación para este encuentro humano se basa únicamente en una «necesidad» carnal? ¿Cómo se puede lograr la confianza necesaria para la verdadera intimidad si los actos están determinados por deseos secretos? El uso de material pornográfico deteriora las verdaderas cualidades humanas que hacen posible la intimidad: en particular, el respeto, la confianza y la disposición a sacrificarse por el otro.
Las mismas personas que presentan la satisfacción de las necesidades biológicas como intimidad también presentan la fidelidad como un sacrificio demasiado oneroso para cumplirlo. Todas las parejas casadas viven periodos en los que la intimidad conyugal no es posible. Para algunas, estas épocas pueden ser prolongadas. Presentar esa privación como excusa para el uso de material pornográfico es degradar la promesa de fidelidad en la cual se basa cualquier matrimonio. Aceptar la pornografía como sustituto de la intimidad conyugal es una admisión tácita de que el cónyuge es un medio de satisfacer «necesidades» biológicas en lugar de un compañero en la comunión del amor humano.
Algunas personas luchan con tentaciones compulsivas y, a veces, obsesivas de impureza. En un intento erróneo por controlar esas tentaciones, pueden recurrir al uso de pornografía como «el menor de dos males». Este uso de la pornografía se justifica erróneamente como una «válvula de escape» que permite satisfacer estos deseos compulsivos de una forma que no es nociva puesto que solo afecta a la persona. En esta racionalización se entiende equívocamente el verdadero daño causado por el pecado.
Si bien proporciona un aparente alivio de las tentaciones, el uso de pornografía por esas personas solamente sirve para alimentar más sus impulsos obsesivos.
De una forma similar, algunas personas luchan contra las tentaciones que son peligrosas y destructoras: atracción por personas del mismo sexo, atracción por personas jóvenes y fantasías sádicas. Con la esperanza de mantener estas tentaciones en secreto, dichas personas suelen recurrir a la pornografía como forma de controlar sus impulsos. Este engaño alimenta las tentaciones en lugar de reprimirlas. La discontinuidad entre la persona pública y la persona privada se amplía hasta el punto en que la fantasía no se puede separar de la realidad. De hecho, es a menudo el uso de esta pornografía «fetichista» la que solidifica la tentación en lugar de aliviarla. El uso repetido de imágenes y fantasías pornográficas transforma la tentación en una clase de profecía que por su propia naturaleza contribuye a cumplirse. El que recurrió a la pornografía para escapar de la tentación se convierte en la encarnación de esa tentación.
No puede haber un uso «moderado» de la pornografía como tampoco puede haber un uso «moderado» del odio o del racismo. Presentar esa posibilidad es aceptar una caída en el mal, paso a paso. Cualquier alivio aparente será efímero y las consecuencias duraderas harán que la resistencia futura sea aún más difícil y que posiblemente se intensifique hasta convertirse en una adicción.
Falso argumento: «No hay víctimas, por lo tanto, nadie sale dañado».
Esta justificación de la pornografía, suele comenzar con una consideración de la actividad como un intercambio privado entre los espectadores y los productores y distribuidores del material. En esa consideración, hay «libre» elección por parte de adultos que realizan un acto por su propia voluntad para atender una «necesidad» y recibir compensación por ello. La ilusión inherente en esta racionalización está en creer que todos los participantes terminan el intercambio como las mismas personas que entraron en un principio, sin sufrir ningún daño. Al igual que todas las racionalizaciones, esta es una ilusión.
La primera ilusión está en que la visualización de hombres y mujeres en relaciones íntimas no los perjudica como personas. A menudo eso no es verdad ni siquiera en un plano físico. Al aprovecharse de las personas vulnerables y necesitadas, la industria de la pornografía a menudo las incita a tener patrones de comportamiento más arraigados y peligrosos hasta que el daño físico es inevitable.
Con todo, la misma naturaleza de la pornografía lleva a cometer un acto de violencia contra la dignidad de la persona humana. Al tomar un aspecto esencial de la persona, la sexualidad humana, y convertirlo en un producto para operaciones de trueque y venta —empleado y desechado por otras personas desconocidas— la industria de la pornografía comete el más violento atentado contra la dignidad de esas víctimas.
El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador. Una parte, además, que no aprecia como ámbito de su libertad, sino como algo que, a su manera, intenta convertir en agradable e inocuo a la vez. En realidad, nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico.
Papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est, 5
Cada año, miles de hombres y mujeres se ven atraídos a la industria de la pornografía por la promesa de dinero fácilmente adquirido. La industria se aprovecha de los más vulnerables: los pobres, los maltratados y marginados, y aun los niños. Esta explotación de los débiles es un pecado grave. Ya sea que la necesidad, la confusión o el alejamiento impulsen a los hombres y las mujeres a convertirse en objetos pornográficos, su elección, con toda seguridad, no puede verse como un acto libre. Los productores y distribuidores de pornografía dejan a su paso un amplio camino de hombres y mujeres destruidos y desvalorizados.
Son cada vez más numerosas las víctimas jóvenes y aun los niños. Cuando ellos, que son los más vulnerables e inocentes de nuestra sociedad, se convierten en víctimas de las exigencias deshumanizantes de una industria que desea destruir la inocencia por razones de lucro, ese es un acto de violencia incalificable.
Deshumanización del espectador
Los culpables dentro de la industria son fáciles de identificar, pero no están solos. Toda la industria pornográfica existe para obtener lucro… y no puede haber lucro sin clientes. Quienes buscan y usan imágenes pornográficas son participantes activos en la victimización de otros. Quienes ven materiales pornográficos no se pueden separar de la responsabilidad moral relacionada con la victimización y la degradación de los hombres, mujeres y niños presentados en esos materiales, y los espectadores mismos sufren degradación.
Es erróneo pensar que el efecto singular de los actos pecaminosos de elección moral es el daño que causan a otros.
Obviamente, el efecto inmediato de optar por participar en la visualización de material pornográfico es la violencia espiritual y emocional cometida contra aquellos cuyas imágenes se ven. Con todo, el efecto personal y existencial en la persona que opta por ver imágenes pornográficas está en el centro de esos actos pecaminosos.
La persona humana, la única criatura con sentido moral, establece o destruye progresivamente su carácter con cada acto de elección moral. Por lo tanto, uno se convierte en persona virtuosa por el propio acto de practicar la virtud y en persona depravada por practicar actos de vicio. Cuando uno opta por ver pornografía, incluso si al principio es contra su voluntad, se convierte en la clase de persona dispuesta a usar a otros como puros objetos de placer, sin tener en cuenta su dignidad inherente como hombre o mujer creado a imagen de Dios. A medida que se arraiga más el hábito de la pornografía, se hacen más pronunciadas las características de una persona que degrada a otras, las convierte en objeto y deja un legado de violencia contra su dignidad.
En esta transformación, a veces, gradual y, a veces, repentina del carácter humano, ejerce el pecado su mayor influencia en las personas y en la cultura. Los jóvenes manipulan y abandonan con más facilidad a los amigos para satisfacer sus deseos temporales y a menudo egoístas. Los cónyuges comienzan a valorar a su pareja en una escala de lo que reciben de la relación en lugar de hacerlo por su fidelidad conyugal con el don de sí mismos. Los adultos jóvenes ven el matrimonio apenas como un contrato no vinculante que puede anularse si los beneficios del estado matrimonial ya no satisfacen sus deseos y expectativas cada vez más irreales y aun perversos. Los sacerdotes y los consagrados juzgan su ministerio sobre la base de la satisfacción y del adelanto en el plano personal más que a partir del sacrificio. El uso generalizado de la pornografía naturalmente lleva a la degradación de la sociedad humana porque envilece a las personas que se someten a ella.
La pornografía hace de la intimidad una mentira. Al distorsionar la propia característica humana que promete poner fin al aislamiento, la pornografía lleva al usuario no a la intimidad, sino a un alejamiento aún más profundo. El propósito divino de la sexualidad humana es satisfacer el anhelo de comunión con otro y traer a la persona al vínculo del amor que da vida y la nutre.
En esta experiencia humana de intimidad con otro, se ha preconcebido el destino eterno del ser humano de perfecta comunión con su Creador.
Jesús, en respuesta, les dijo: «¿No habéis leído que aquel que al principio creó el linaje humano, creó un solo hombre y una sola mujer y que dijo: por lo tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre y habrá de unirse con su mujer, y serán dos en una sola carne? Así que ya no son dos, sino una sola carne».
Mateo 19, 4-6
La falsa promesa de intimidad ofrecida por la pornografía lleva más bien a un alejamiento aún más profundo que paraliza la capacidad del usuario de experimentar verdadero contacto humano íntimo. El usuario de pornografía, al anhelar humana intimidad con aquellas personas cuyas imágenes son empleadas, ¿cuánto más lo será contra la dignidad humana de la persona a quien se le prometió la exclusividad del afecto? El uso de la pornografía es una violación del compromiso matrimonial. Incluso si el cónyuge la tolera, ¿cómo no dejar de sentir el rechazo y la traición cuando la propia pareja comprometida recurre a la ilusión y a una felicidad efímera en imágenes pornográficas? Este rechazo, si no es corregido, a menudo lleva a la destrucción permanente del compromiso conyugal.
Como sucede con la naturaleza de todo pecado, quienes más sufren son los inocentes. Los niños, que se esfuerzan naturalmente en imitar e incorporar el amor de sus padres con capacidad para dar de sí mismos, en lugar de ese amor encuentran tensión, traición y egoísmo. Es comprensible entonces que lleguen a creer que el amor verdadero, un amor de sacrificio y con el don de sí mismo, sea una ilusión.
Es una vana esperanza creer que un cónyuge, usuario de pornografía, podrá mantener en secreto este pecado y también que el material propiamente dicho podrá permanecer oculto. Si los niños encuentran este mismo material que ha causado daño a su familia, entenderán la sexualidad de una forma no prevista por sus padres. En lugar de aprender y experimentar la nobleza de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, experimentan la degradación de la persona humana reducida a un producto, a un objeto.
Los cristianos son intrínsecamente un pueblo aparte. La realidad del Bautismo nos convierte en una comunidad llamada al desierto, en un pueblo consagrado para establecer una relación con el Creador de todas las cosas. Con todo, al igual que el pueblo de Israel que fue llamado a salir de Egipto, los miembros de la Iglesia también se encuentran inextricablemente vinculados a la misma cultura de la muerte de la que Dios los ha libertado.
En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón.
«Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».
Éxodo 16, 2-3.
Entonces no es sorprendente que asumamos actitudes comunes en el mundo seglar y estemos confusos con respecto a la verdadera naturaleza del pecado. Esta confusión puede llegar a ser mortal cuando la empleamos para justificar nuestra propia culpabilidad o para buscar una «definición diluida» de la naturaleza maléfica de los pecados que nos tientan. En ningún otro punto es esto más evidente que en la confusión que experimentan algunos cristianos sobre la verdadera naturaleza de la pornografía.
Los jóvenes cristianos luchan por vivir con las exigencias de su condición de apóstoles bajo las presiones de la cultura que los rodea. Este proceso de integración se dificulta más en una cultura que, en la última generación, ha abandonado la virtud de la castidad.
Los cónyuges, sobre todo los esposos, que luchan por crecer en la fidelidad inherente a su vocación conyugal, encuentran tentaciones para escapar y buscar falso consuelo en imágenes y fantasías.
Los sacerdotes y los consagrados, que se han comprometido a llevar una vida de castidad y celibato, se encuentran en medio de una cultura que considera el celibato como una meta imposible de cumplir y que atenta contra la salud. En un momento de duda, pueden buscar falso consuelo en la impureza. Sus faltas son aún más graves por causa del escándalo que acarrean a la Iglesia.
Como consecuencia de estas fantasías, los hombres y mujeres solteros se distraen de la tarea más importante de percibir: la llamada de Dios en su vida. Al pasar de pensamientos impuros a imágenes y a mal comportamiento sexual en la realidad, minan la base de la confianza y la fidelidad que se necesita para la felicidad futura.
Ninguna persona que viva en nuestra cultura puede separarse totalmente de este azote de la pornografía. Todos se ven afectados en mayor o menor grado, aun quienes no participan directamente en el uso de la pornografía. Con todo, si las personas que se han dejado llevar por este vicio contestaran con sinceridad si son mejores o más felices por causa de la pornografía, solamente las más indiferentes darían una respuesta afirmativa. Una evaluación sincera revela que el uso de la pornografía causa debilidad espiritual, social y emocional.
Entonces, ¿por qué sucumben tantos a una tentación tan obviamente contraria al bien de la persona humana? Por lo menos en parte, es por causa de la duda y la confusión ocasionada por los falsos argumentos de quienes justifican este comportamiento. A esos falsos argumentos me referiré ahora antes de ofrecer orientación.
La naturaleza de la amenaza actual: una falta grave…
En el mundo del arte a menudo se ha mostrado el cuerpo humano, vestido y desnudo, en varias representaciones y poses. Si bien el peligro de la inmodestia existe aún en relación con las obras de arte, el mal de la pornografía es mayor y más insidioso. La pornografía muestra al cuerpo solamente de una manera explotadora y las imágenes pornográficas se crean y se ven únicamente con el fin de despertar impureza sexual. Por ende, la producción, visualización y propagación de la pornografía constituyen una ofensa contra la dignidad de las personas, actos objetivamente malos, y deben condenarse.
En una cultura que ve la pornografía apenas como una debilidad privada, e incluso como un placer legítimo que debe protegerse por ley, es preciso repetir aquí la enseñanza constante de la Iglesia Católica. En palabras sencillas, el Catecismo de la Iglesia Católica condena la pornografía como una falta grave (CEC, 2354).
La inmoralidad de la pornografía proviene, en primer lugar, del hecho de que distorsiona la verdad sobre la sexualidad humana. Desnaturaliza la finalidad del acto sexual (CEC, 2354), la entrega íntima de un cónyuge al otro. En vez de ser la expresión de la unión íntima de vida y amor de una pareja casada, el acto sexual se reduce a una fuente degradante de entretenimiento y aun de lucro para otros. La pornografía también viola la castidad porque introduce pensamientos impuros a la mente del espectador y a menudo conduce a actos impúdicos, como la masturbación o el adulterio.
La pornografía es también una ofensa contra la justicia. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público) pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita (CEC, 2354).
Se usa y se manipula a los «participantes» de una forma incompatible con su dignidad humana. Todos los participantes en la producción, la distribución, la venta y el uso de pornografía cooperan y, hasta cierto punto, hacen posible esta degradación de otros. En realidad, la pornografía se ha convertido en un sistema y en una industria de degradación mutua. El hecho de que algunas personas estén dispuestas a participar, de ninguna manera reduce la culpabilidad de quienes se dedican a la producción y al uso de la pornografía.
Además, la pornografía representa un grave abuso de los medios de comunicación y, en ese sentido, viola el octavo mandamiento. Debemos recordar que el derecho al uso de los medios de comunicación (por ejemplo, la libertad de expresión) no es un derecho absoluto. Siempre debe estar al servicio del bien común. Las autoridades civiles deben velar por que el uso de los medios de comunicación se realice de conformidad con la ley moral. Para lograrlo, las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico (CEC, 2354).
Por lo tanto, me permito recordar a todos los fieles que el uso de pornografía, es decir, su fabricación, distribución, venta o visualización, es un pecado grave. Quienes participen en esa actividad con pleno conocimiento y consentimiento cometen un pecado mortal. Tales actos los privan de la gracia santificante, destruyen la vida de Cristo en su alma y les impide recibir la Sagrada Comunión hasta cuando hayan recibido la absolución por medio del Sacramento de la Penitencia.
La gravedad de este pecado se aprecia con mayor claridad cuando se considera el profundo daño que causa el uso de la pornografía a la sociedad. En primer lugar, perjudica a toda la familia, la célula básica de la sociedad, y a la Iglesia, porque destruye el vínculo conyugal. Puesto que introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio (CEC, 2354), el uso de la pornografía por un hombre desvía su atención y afecto de su esposa. Le crea en la mente expectativas irreales y a menudo inmorales para su vida íntima. Él comienza a acercarse a ella solamente como medio de gratificación propia y ya no como «compañera apropiada».
Los sacerdotes y los orientadores conocen muy bien la gravedad de la amenaza que presenta la pornografía para el matrimonio y saben cuántas familias ya han sufrido una triste división debido a sus efectos.
La disponibilidad e intrusión de la pornografía perjudican el bien común al producir una imagen consumista y licenciosa de la sexualidad, particularmente de las mujeres. Es cada vez más difícil inculcar y proteger la inapreciable virtud de la castidad cuando la pornografía infecta a la mayoría de los medios de comunicación. El interés de la sociedad en la preparación de los hombres y mujeres jóvenes para el matrimonio también sufre cuando los medios de comunicación presentan el sagrado acto de intimidad que es propio del sagrado vínculo del matrimonio como un juguete mercantil.
Sin embargo, quizá lo peor de todo es el daño que causa la pornografía al «modelo» de la visión sobrenatural que tiene el ser humano. Nuestra visión natural en este mundo es el modelo de la visión sobrenatural en el otro mundo. Una vez que hayamos distorsionado o dañado el modelo, ¿cómo podremos entender la realidad? Nuestro Señor nos ha dado el don de la vista con la intención de que, en definitiva, podamos verlo a Él. El uso pecaminoso de esta facultad distorsiona nuestro entendimiento de ello y, peor aún, paraliza nuestra capacidad de lograr su satisfacción en el cielo. Lo que el ser humano debe usar para recibir la verdadera visión de Dios y la belleza de su creación, lo utiliza más bien para consumir imágenes falsas de otros en la pornografía.
¿Cómo podemos entender la visión sobrenatural que Dios desea para nosotros, es decir, la contemplación de Dios en la visión beatífica, una vez que nuestra vista natural se ha lesionado y distorsionado?
En mis cuarenta años de sacerdocio, he presenciado la propagación del mal de la pornografía como una plaga a través de nuestra cultura. Lo que alguna vez fue un vicio vergonzoso y poco frecuente de unos pocos, se ha convertido en la principal forma de entretenimiento de muchos, por medio de internet, televisión por cable, televisión por satélite y por sistemas de transmisión aérea, por los teléfonos celulares, e incluso por variados dispositivos portátiles de juego y entretenimiento diseñados para niños y adolescentes.
Nunca antes habían estado tantos ciudadanos tentados a ver pornografía. Nunca antes habían sido tan débiles las estructuras de responsabilidad, para no mencionar las defensas que cada sociedad debe construir para proteger el precioso don de sus hijos.
Esta plaga arruina el alma de los hombres, las mujeres y los niños, destruye los vínculos del matrimonio y victimiza a los más inocentes de entre nosotros. Oscurece y destruye la capacidad de las personas para verse unas a otras como expresiones singulares y hermosas de la creación de Dios; en lugar de ello, les nubla la vista y las lleva a ver los demás como objetos que se pueden usar y manipular. Se ha justificado como un «canal de libre expresión», se ha apoyado como una iniciativa comercial y se ha permitido meramente como otra forma de entretenimiento. No se reconoce ampliamente como una amenaza a la vida y a la felicidad. No suele tratarse como una adicción destructora. Sin embargo, cambia la forma en que hombres y mujeres se tratan entre sí, a veces de forma asombrosa, muy a menudo de forma sutil. Y no va a desaparecer…
Me he enterado de la existencia de esta plaga por mis hermanos sacerdotes, con la que se encuentran regularmente en el confesionario; por los orientadores que la tratan por medio de nuestras instituciones católicas de servicio social; por los maestros de las escuelas católicas, los ministerios de los jóvenes y los maestros de educación religiosa que tratan los efectos en la vida de nuestros jóvenes; por los padres de familia que hablan de la dificultad de criar a sus hijos con modestia en nuestra cultura; y por mi participación en la Alianza Religiosa en contra de la Pornografía, una coalición de líderes religiosos de distintos credos.
Con todo, esta plaga se propaga más allá de los límites de la Iglesia o de la escuela. Sus víctimas son innumerables. Hoy en día, quizá más que en cualquier otra época, el ser humano se da cuenta de que su don de la vista y, por lo tanto, su visión de Dios, se han distorsionado por el mal de la pornografía.
Como parte de mi responsabilidad de conducir a toda la población de la Diócesis de Arlington a la visión de Dios, he estimado necesario en este momento abordar los graves peligros morales, sociales y espirituales de la pornografía. Al hacerlo, pido a los católicos y a quienes no lo son que se detengan un momento y se unan en mis reflexiones en esta carta pastoral en la cual: 1) se examinará la naturaleza de la amenaza actual; 2) se abordarán los argumentos expresados por las personas que tratan de defender la pornografía; 5) se presentarán orientaciones para los jóvenes, las parejas y los sacerdotes sobre la forma de protegerse contra la pornografía, liberarse de su esclavitud y buscar el perdón de Dios y, por último, 4) se reflexionará sobre el don de la vista y su satisfacción en la contemplación divina.
Por ventura, ¿no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no sois de vosotros, puesto que fuisteis comprados a gran precio?
1 Cor. 6, 19-20
* * *
Os presentamos esta magnífica Carta Pastoral de Monseñor Paul S. Loverde, Obispo de la Diócesis de Arlington, sobre la pornografía, uno de los acontecimientos más nocivos que se estan extendiendo a gran velocidad por el mundo, a la sombra del extraordinario desarrollo de las telecomunicaciones y las tecnologías de la información.
Con un lenguaje claro y sencillo, Monseñor Paul expone las nefastas consecuencias del consumo de pornografía, así como unas muy sencillas pero claras orientaciones para todos sobre la manera de evitar este peligro.
Ahora os vamos a contar algunas enseñanzas de Jesús. Jesús enseñaba con parábolas, que son pequeñas historias o comparaciones que servían para que la gente sencilla aprendiese lo que Jesús les quería enseñar. Unas parábolas tratan del Reino de los Cielos y otras nos muestran la misericordia del Señor.
«Gracias por tus parábolas, porque así te entiendo mejor»
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La parábola del trigo
¡Mirad qué contento está este campesino porque el campo está lleno de trigo! Jesús dijo un día: «El reino de los cielos es como la semilla que siembra el hombre en la tierra. El hombre duerme de noche y se levanta de día, y la semilla crece hasta que se convierte en trigo». El trigo ha crecido gracias a los cuidados del labrador, pero sobre todo porque Dios ha dado su gracia, su sol, su lluvia… Pues así crece dentro de nuestra alma el Reino de Dios.
«Que tu Reino esté en mi corazón»
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El hijo pródigo (I)
Una de las parábolas más bonitas es la del hijo pródigo. En ella Jesús nos habla de lo bueno que es Dios. Cuenta cómo un hijo pidió dinero a su padre y se fue de su casa a un país lejano, donde se lo gastó todo portándose muy mal.
«Que nunca me aleje de mi padre Dios»
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El hijo pródigo (II)
Al quedarse sin nada, se puso a trabajar cuidando cerdos, pues sólo encontró este trabajo. Escuchemos lo que está pensando «¡Cuántos jornalero en casa de mi padre tienen pan abundante, mientras yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti…». Y se puso en viaje para volver a casa de su padre.
Oración del «Padrenuestro»
Padre nuestro,
Que estás en el cielo,
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad
En la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
Y líbranos del mal.
Amén.
* * *
El hijo pródigo (III)
Cuando su padre le vio llegar, salió corriendo a su encuentro y le abrazó lleno de alegría. El hijo le pidió perdón y el padre, muy contento, le perdonó y le preparó una gran fiesta, porque había vuelto el hijo que creía perdido para siempre.
«Gloria»
Gloria al Padre y al Hijo
Y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
Ahora y siempre,
Por los siglos de los siglos.
Amén.
* * *
De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 99 a 103
Las buenas maneras y formas de comportarse al acceder al templo no solo constituyen un mero acto de protocolo sino que nos predisponen en la correcta actitud espiritual de respeto a Dios y, por tanto, de respeto a nuestros hermanos y de respeto hacia nosotros mismos.
¡Entramos en la casa de Dios! Todos los católicos debemos ser plenamente conscientes de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en el Sagrario en todo momento de nuestra vida que realizamos este sencillo paso, pues es magisterio de Dios: una disciplina que nos enseña cómo saludar respetuosamente a Dios, que nos enseña a respetar a los demás y que nos enseña que «entramos» en algo más importante que nuestra propia individualidad.
Pero, por supuesto, ninguna persona nacemos sabiendo cómo comportarnos apropiadamente en cada situación de la vida; por ello es menester de catequesis enseñar a los niños el modo, la actitud y comportamiento correctos. Y como dice el dicho «una imagen vale más que mil palabras» , hemos realizado este video didáctico que presenta todo el proceso de entrada inicial al templo.