por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Para que la corrección sea eficaz es necesario que el padre y la madre estén unidos.
Para que la corrección sea eficaz, es muy importante que los hijos vean al padre y a la madre unidos. Si frente al padre que corrige, el hijo entrevé una posibilidad de refugio en la madre, porque percibe que ésta no comparte la severidad del marido, la función de la corrección pierde su fuerza.
En esto la madre tiene una función importante. El hecho de que por la maternidad se crea un vínculo afectivo particular con cada hijo, no debe llevar a la madre a separar su corazón del marido, del cual ella es siempre la esposa, para pegarse a los hijos.
Si el hijo halla una alianza en la madre contra el padre que corrige, quedará marcado en su crecimiento. Mimado por la madre, tendrá dificultades para superar el infantilismo y convertirse en adulto. No se hallará preparado para enfrentarse a las dificultades de la vida, al sufrimiento, a dejar su casa para seguir su propia vocación. Por una parte quisiera librarse de la unión con la madre, pero por otro lado se siente incapaz.
La función del padre, también a través de la corrección, será la de ayudar al hijo a romper el lazo umbilical con la madre, a dirigirse hacia fuera, hacia el padre, hacia los hermanos, a crecer y llegar a ser adulto. Para esta ayuda en el crecimiento que permita superar el infantilismo, es importante la presencia de hermanos y hermanas.
En la educación de los hijos no hay reglas ni fórmulas mágicas, sino una asistencia particular del Espíritu Santo
En la educación de los hijos no hay reglas ni fórmulas mágicas. La educación es una verdadera misión de los padres y en esto los padres están llamados a ser conscientes de una particular asistencia del Espíritu Santo que les irá inspirando las posturas que hay que adoptar con cada hijo o hija, según su edad.
Cito ahora tres textos que puedan ayudar a los padres.
San Juan Bosco: para educar, imitar a Jesús y dejarse guiar por el amor
En la corrección es importante que los hijos vean el amor de los padres hacia ellos. San Juan Bosco, que obtuvo de Dios un don particular para la educación de los muchachos y de los jóvenes, confiesa:
¡Cuántas veces, hijos míos, durante mi vida, ya bastante prolongada, he tenido ocasión de convencerme de esta gran verdad!
Es más fácil enojarse que aguantar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré incluso que, para nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándolos con firmeza y suavidad a la vez.
Os recomiendo que imitéis la caridad que usaba Pablo con los neófitos. Caridad que con frecuencia lo llevaba a derramar lágrimas y a suplicar, cuando los encontraba poco dóciles y rebeldes a su amor.
Guardaos de que nadie pueda pensar que os dejáis llevar por los arranques de vuestro espíritu. Difícil, al castigar, conservar la debida moderación, la cual es necesaria para que en nadie pueda surgir la duda de que obramos no para hacer prevalecer nuestra autoridad o para desahogar nuestro mal humor
Miremos como a hijos a aquellos sobre los cuales debemos ejercer alguna autoridad. Pongámonos a su servicio a imitación de Jesús, el cual vino para obedecer y no para mandar, y avergoncémonos de todo lo que pueda tener la incluso apariencia de dominio; si algún dominio ejercemos sobre ellos, ha de ser para servirlos mejor.
Este era el modo de obrar de Jesús con los Apóstoles, ya que era paciente con ellos, a pesar de que eran ignorantes y rudos e incluso poco fieles; también con los pecadores se comportaba con benignidad y con una amigable familiaridad de tal modo que era motivo de admiración para unos, de escándalo para otros, pero también ocasión de que concibieran la esperanza de alcanzar el perdón de Dios. Por esto, nos mandó que fuésemos mansos y humildes de corazón.
Son hijos nuestros, y, por esto, cuando corrijamos sus errores, hemos de deponer toda ira o por lo menos dominarla de tal manera como si la hubiéramos extinguido totalmente.
Mantengamos sereno nuestro espíritu, evitemos el desprecio en la mirada, las palabras hirientes; tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad, que se preocupan sinceramente de la corrección y enmienda de sus hijos.
En los casos más graves, es mejor rogar a Dios con humildad que arrojar un torrente de palabras, ya que estas ofenden a los que las escuchan sin que sirvan de provecho alguno a los culpables.
De las Cartas de San Juan Bosco, epistolario, Turín 1959, 4, 201-203
Papa Juan Pablo II: educar significa orientar al discípulo en el conocimiento de la verdad
El Papa, en un discurso a la Asamblea Plenaria de la Congregación para la Educación Católica precisa cual es el contenido de la educación: reconocer la verdad sobre sí mismo.
Solo quien ama educa, porque solo quien ama sabe decir la verdad que es el amor. Dios es el verdadero educador porque «Dios es amor».
Esta expresión de Jesús, que nos entrega el Evangelio según San Juan, representa un punto de referencia decisivo para trazar algunas perspectivas del misterio de la educación. En el versículo que acabamos de recordar, Jesús pone en relación dos componentes —libertad y verdad— que, a menudo, el hombre no ha conseguido coordinar bien. Podemos observar, en efecto, que mientras en el pasado prevaleció a veces una forma de verdad alejada de la libertad, hoy se asiste con frecuencia a un ejercicio de la libertad alejada de la verdad.
Sin embargo, una persona es libre, afirma Jesús, solamente cuando reconoce la verdad sobre sí misma. Esto conlleva, naturalmente, un lento, paciente, amoroso camino a través del cual es posible descubrir progresivamente su propio verdadero ser, su auténtico rostro.
Y es a lo largo de este camino que se inserta la figura del educador como aquel que, ayudando con rasgos paternos y maternos a reconocer la verdad sobre sí mismos, colabora a la consecución de la libertad, «signo eminentísimo de la imagen divina» (GS, 17).
La tarea del educador, según esta perspectiva es por un lado testimoniar que la verdad sobre sí mismo no se reduce a una proyección de ideas e imágenes propias y, por otro lado, orientas al discípulo hacia el descubrimiento estupendo y siempre sorprendente de la verdad que lo precede y sobre la cual no tiene ningún dominio.
Mas la verdad sobre nosotros está estrechamente vinculada al amor hacia nosotros. Solamente quien ama posee y conserva el misterio de nuestra verdadera imagen, también cuando eso se nos escapa de las manos.
Solo quien ama educa, porque solo quien ama sabe decir la verdad que es el amor. Dios es el verdadero educador porque «Dios es amor».
He aquí lo nuclear, el centro candente de toda actividad educativa; colaborar al descubrimiento de la verdadera imagen que el amurar de Dios ha impreso indeleblemente en cada persona y que se conserva en el misterio de su mismo amor. Educar significa reconocer en cada persona y pronunciar sobre cada persona la verdad que es Jesús, para que cada persona pueda llegar a ser libre. Libre de las esclavitudes que le han sido impuestas, libre de la esclavitud, todavía más estrecha y tremenda, que ella misma se impone.
El misterio de la educación resulta ser así estrechamente vinculado al misterio de la vocación, es decir, al misterio de este «nombre» con el que el Padre nos llamó y predestinó en Cristo antes de la fundación del mundo.
Beato Juan Pablo II
Asamblea Plenaria de la Congregación para la Educación Católica
Martes 14 de noviembre de 1995
San Ambrosio: más que vuestros consejos les ayudará la estima que nutren hacia vosotros y vosotros hacia ellos
La educación de los hijos es una tarea para adultos dispuestos a una dedicación que te lleve a olvidarte de ti mismo: son capaces de esto el marido y la mujer que se aman a tal punto que no necesitan mendigar en otros lares el afecto necesario.
El bien de vuestros hijos será lo que ellos elegirán: no soñéis para ellos con vuestros deseos.
Bastará con que sepan amar el bien y guardarse del mal y que consideren algo horroroso la mentira.
No pretendáis, pues, dibujar su futuro: estad satisfechos más bien de que vayan al encuentro del mañana con empuje, también cuando os parezca que se olvidan de vosotros.
No animéis ingenuas fantasías de grandeza, y si Dios los llama a algo hermoso y grande no seáis vosotros el lastre que les impide volar.
No os arroguéis el derecho de tomar decisiones en su lugar, más bien ayudarles a entender qué decisión tomar y a que no se asusten si lo que aman requiere esfuerzo y alguna vez hace sufrir: más insoportable es una vida vivida para nada.
Más que vuestros consejos les ayudará la estima que nutren hacia vosotros y vosotros hacia ellos; más que por mil recomendaciones sofocantes, serán ayudados por los gestos que vieron en casa: los afectos sencillos, certeros y expresados con pudor.
Y todos esos discursos sobre la caridad no me enseñarán más que el gesto de mi madre que abría la puerta de la casa a un vagabundo hambriento, y no encuentro un gesto mejor, por no decir el orgullo de ser hombre, que cuando mi padre se adelantó a tomar la defensa de un hombre acusado injustamente.
Que vuestros hijos habiten en vuestra casa con aquel sano hallarse bien que te hace sentir a gusto y que te anima también a salir de casa, porque te insufla dentro la confianza en Dios y el gusto de vivir bien [28].
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Notas
[28] C. M. Martini, Sette diaIoghi con Ambrogio, Vescovo di Milan, Centro Ambrosiano, 1996.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La corrección: elemento esencial en la educación [27].
«Así corno Dios nuestro Padre ha tratado a su pueblo, corrigiéndolo y castigándolo para preparar un pueblo de pobres de Yahvé que acogiesen al Mesías» (Historia de la salvación).
Como Dios Padre trató a su Hijo hecho hombre para nuestra salvación (aprendió sufriendo a obedecer, vivió e indicó el único camino de salvación en la sumisión filial a la voluntad del Padre: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad…», «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre mío…»).
Como el Padre nos trata a nosotros, hijos adoptivos, corrigiéndonos a través de las pruebas de la vida…
Así los padres, padre y madre, están llamados a aprender la paternidad y la maternidad de la manera de actuar de Dios mismo, «del cual deriva toda paternidad y maternidad en la tierra».
Toda actitud que se distancie de este amor de Dios hacia nosotros es neurótica y produce daños a sí mismos y a los hijos. Por eso, respecto a la educación de los hijos, estamos llamados a confrontarnos constantemente con el modo de actuar de Dios, con su pedagogía hacía nosotros.
El Señor corrige a quien ama
El autor de la Carta a los Hebreos exhorta a las comunidades cristianas que viven en un contexto de persecución a acoger la corrección de Dios como signo del amor del Padre.
«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos. Ciertamente tuvimos por educadores a nuestros padres carnales y los respetábamos, ¿con cuánta más razón nos sujetaremos al Padre de nuestro espíritu a así viviremos? Porque aquellos nos educaban para breve teimpo, según sus luces; Dios, en cambio, para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apetecible de justicia a los ejercitados en ella. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura» (Hb 12, 5-13).
Corregir a los hijos
«Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga (corrige) el hombre a su hijo, así Yahvé tu Dios te castiga (corrige)» (Dt 8, 5).
«El hijo sabio toma el consejo del padre; mas el burlador no escucha las reprensiones».
«El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, madruga a castigarlo» (Pr 13).
«Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se excite tu alma para destruirlo» (Pr 19).
«Corrige a tu hijo y te dará descanso, Y dará deleite a tú alma».
«La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre» (Pr 29).
«¿Tienes hijos? Adoctrínalos. Doblega su cerviz desde su juventud. ¿Tienes hijas? Cuídate de ellas, y no pongas ante ellas cara muy risueña. Casa a tu hija y habrás hecho una gran cosa, pero dásela a un hombre prudente» (Eclo 7, 23).
El que mima a su hijo, vendará sus heridas
El que ama a su hijo, le azota sin cesar, para poderse alegrar en su futuro.
El que enseña a su hijo, sacará provecho de él, entre sus conocidos de él se gloriará.
El que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas.
Caballo no domado, sale indócil; hijo consentido, sale libertino.
Halaga a tu hijo y te dará sorpresas; juega con él y te traerá pesares.
No rías con él, para no llorar, y acabar rechinando de dientes.
No le des libertad en su juventud, y no pases por alto sus errores.
Doblega su cerviz mientras es joven, tunde sus costillas cuando es niño, no sea que, volviéndose indócil, te desobedezca, y sufras por él amargura de alma.
Enseña a tu hijo y trabaja en él, para que no tropieces por su desvergüenza.
Eclesiástico 30.
Afanes de un padre por su hija
Una hija es para su padre un secreto desvelo, aleja el sueño la inquietud por ella.
En su juventud miedo a que se le pase la edad; si está casada, a que sea aborrecida.
Cuando virgen, no sea mancillada y en la casa paterna no quede encinta.
Cuando casada, a que sea infiel; cohabitando, a que sea estéril.
Sobre la hija desenvuelta refuerza la vigilancia, no sea que te haga la irrisión de tus enemigos comidilla en la ciudad, corrillos en el pueblo, y ante el vulgo espeso te avergüence.
Eclesiástico 42.
Hay que seguir y cuidar de las hijas de manera particular. En la sociedad en la que vivimos, con la agresividad sexual constantemente presente en los medios de comunicación, en la publicidad, en las modas… es fácil que las hijas, para que no se sientan en dificultad con las amigas y con los compañeros de clase o del colegio, quieran adecuarse al estilo de las otras muchachas. Las hijas, en efecto, adoptando modas y costumbres del tiempo en la manera de vestir, actúan muchas veces de manera ingenua a la hora de presentarse, sin saber que ciertas actitudes y ciertas modas son provocadoras para los chicos.
Los padres están llamados a ser realistas y a hablar a las hijas de los peligros a los que se exponen con ciertos comportamientos o ciertas modas de vestir (como minifaldas exageradas u ombligos descubiertos) si no quieren encontrarse después con la sorpresa de verlas un día embarazadas o, peor aún, descubrir que han abortado. La mentalidad corriente de un falso sentido de la libertad no es propia de los cristianos, llamados a ser signo de un pueblo sacerdotal, consagrado a Dios, con una misión de salvación para esta generación. Adecuarse al mundo, a las modas, es traicionar la llamada y la elección del Señor sobre nosotros y sobre nuestras familias y, por consiguiente, sobre nuestros hijos y nuestras hijas. Los padres, sobre todo, cuiden de que las hijas vayan vestidas de modo decente y digno cuando participan en las celebraciones de la comunidad cristiana.
Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres
Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados.
Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos de este mundo, no porque os vean, corno quien busca agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón, en el temor del Señor.
Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo.
Colosenses 3, 20.
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Notas
[27] La Biblia enseña que los padres tienen la tarea y la responsabilidad de guiar a los hijos para que se apropien de determinados valores y desarrollen la capacidad de distinguir entre el bien y el mal en las diversas esferas de la vida.
La disciplina consiste en una parte esencial de la guía hacia los valores en cuanto sirve a reforzarlos valorando la justa actitud comportamental. La ausencia de disciplina comporta la ausencia de una guía. La literatura hebrea cita a menudo la idea que la disciplina tiene que ser seguida siempre por el afecto y el amor de manera que el hijo no interprete la punición como un rechazo hacia su persona sino como intolerancia hacia el acto cometido. La palabra «disciplina» deriva del sustantivo «discípulo», de ahí es posible derivar un importante concepto pedagógico. No es posible forzar la enseñanza de una materia a un discípulo, puesto que eso debe ser el resultado de un deseo de aprendizaje. De la misma manera la verdadera disciplina debe brotar del deseo de dejarse guiar. El terreno en el que se instaura una disciplina apropiada y una sana relación es aquel en el que se ha conseguido a hacer del hijo un «discípulo». Eso exige paciencia y perseverancia, mas sobre todo es necesario que antes el padre haya construido una relación de amor afianzada con su hijo. Esta enseñanza puede ser deducida del comentario pedagógico al Mishlei del Goan de Vilna que explicita cómo a veces es necesario no crearse unas falsas expectativas sobre resultados inmediatos, sino tener la agudeza y la paciencia de retroceder, cuanto eso sea necesario, antes de proyectarse hacia delante.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho, en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano (Familiaris Consortio, 38).
El deber educativo: un verdadero y propio «ministerio» comparable con el ministerio de los sacerdotes
El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio ministerio de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que Santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes:
«Algunos propagan y conservan la vida espiritual: es la tarea del sacramento del Orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del Matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto de Dios».
«La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del Matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como Iglesia doméstica por la Palabra y por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre» (Familiaris Consortio, 38).
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos a la virtud
El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Ésta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos.
Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
«El que ama a su hijo, le corrige sin cesar… el que enseña a su hijo, sacará provecho de él» (Eclo 30, 1-2).
«Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor» (Ef 6, 4).
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de ayudarla eficazmente a vivir u una vida plenamente humana.
Corno ha recordado el Concilio Vaticano II: «Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse» (GS, 3).
«El derecho —deber educativo de los padres— se califica como esencial, relacionado como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que, por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros».
«Por encima de estas características, no puede olvidarse que el elemento más radical que determina el deber educativo de los padres, es el amor paterno y materno que encuentra en la acción educativa su realización al hacer pleno y perfecto el servicio a la vida. El amor de los padres se transforma de fuente en alma, y por consiguiente, en norma, que inspira y guía toda la acción educativa concreta, enriqueciéndola con los valores de dulzura, constancia, bondad, servicio, desinterés, espíritu de sacrificio, que son el fruto más precioso del amor» (Familiaris Consortio, 36).
Familiaris Consortio. Exhortación apostólica de Su Santidad Juan Pablo II al episcopado, al clero y a los fieles de toda la iglesia sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual.
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por Padre Mario Pezzi | 21 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Desde el Concilio Vaticano II el matrimonio no solamente es presentado corno una «vocación» de Dios, igual que la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, sino también como una «misión» de la que forma parte, además de la generación de los hijos, la misión de educarlos en la fe, que incluye también la educación a la castidad y a descubrir su propia vocación [26].
Educar, del latín e-ducere, significa «sacar afuera», sacar al descubierto lo que Dios ya ha inscrito en el corazón de cada hijo y ayudarlo a descubrir su designio, la vocación a la que Dios lo ha predestinado todavía antes de que naciera. «En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (Ef 2, 10).
Los padres deben considerar a sus hijos como hijos de Dios
Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos (CEC, 2222).
En este sentido, los padres no son dueños o propietarios de los hijos, sino verdaderos ministros, colaboradores con Dios creador tanto en la generación de los hijos que él les quiera conceder, cuanto en la educación. Este es un convencimiento que da la clave de una auténtica educación.
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Notas
[26] El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y es sostenido y enriquecido por la fuerza redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los cónyuges, de manera eficaz, sean conducidos a Dios y sean ayudados y fortalecidos en la sublime misión de padre y madre. Por este motivo, los cónyuges cristianos son corroborados y como consagrados por un especial sacramento para los deberes y la dignidad de su estado. Y ellos, cumpliendo en virtud de tal sacramento sus deberes conyugales y familiares, penetrados por el espíritu de Cristo, por medio del cual toda su vida está impregnada de fe, esperanza y caridad, tienden a alcanzar caja vez más su perfección y la mutua santificación, y por eso juntos participan en la glorificación de Dios (GS, 48).
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por Santo Padre Francisco | 20 May, 2013 | Catequesis Magisterio
Queridos hermanos y hermanas
Ahora que estos hermanos e hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar a qué ministerio acceden en la Iglesia.
Aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios es sacerdocio real en Cristo, sin embargo, nuestro sumo Sacerdote, Jesucristo, eligió algunos discípulos que en la Iglesia desempeñaran, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para el bien de los hombres. No obstante, el Señor Jesús quiso elegir entre sus discípulos a algunos en particular, para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Él mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio, son llamados al servicio del Pueblo de Dios.
Después de una profunda reflexión y oración, ahora estos estos hermanos van a ser ordenados para el sacerdocio en el Orden de los presbíteros, a fin de hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como Pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al configurarlos con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirlos al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.
A vosotros, queridos hermanos e hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbe, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Recordad a vuestras madres, a vuestras abuelas, a vuestros catequistas, que os han dado la Palabra de Dios, la fe… ¡el don de la fe! Os han trasmitido este don de la fe. Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Recordad también que la Palabra de Dios no es de vuestra propiedad, es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.
Que vuestra enseñanza sea alimento para el Pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia.
Os corresponde también la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio de vuestro ministerio alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar con él en una vida nueva.
Introduciréis a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonaréis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia. Y hoy os pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: Por favor, no os canséis de ser misericordiosos. A los enfermos les daréis el alivio del óleo santo, y también a los ancianos: no sintáis vergüenza de mostrar ternura con los ancianos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, os haréis voz del Pueblo de Dios y de toda la humanidad.
Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios.
Finalmente, al participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a vuestro Obispo, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido.
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Homilía del Santo Padre Francisco I
Basílica Vaticana
IV Domingo de Pascua
21 de abril de 2013
por CeF | 20 May, 2013 | Despertar religioso Juegos
Con motivo de la próxima fiesta de Jesuscristo, Sumo y Eterno Sacerdote, os ofrecemos las siguientes láminas para que los niños de la familia se diviertan coloreando al Papa Francisco I.
Podéis acceder a las láminas en tamaño real pulsando sobre los títulos de cada imagen.
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Colorea a nuestro querido Papa Francisco
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por Editorial Casals | 17 May, 2013 | Catequesis Noticias
«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos»
Mt 19, 14
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Presentada por Monseñor Francisco Gil Hellín, Arzobisbo de Burgos, La Biblia de los más pequeños —Una Biblia ideal para descubrir en familia la alegría de la fe— es una obra para niños de 3 a 7 años de gran ayuda a padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños. La Biblia de los más pequeños sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto «Los primeros pasos en la fe».
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Orientada a niños de 3 a 7 años de edad resulta de gran ayuda para todos los padres, educadores y catequistas que deseen iniciar en la fe a los más pequeños.
Ideada como un camino didáctico-catequístico de iniciación cristiana a través de la lectura bíblica y las actividades propuestas.
Basada en encuentros catequísticos para toda la familia: los niños escuchan los pasajes bíblicos fundamentales y los pueden interiorizar mediante la realización de unas actividades amenas y atractivas.
Sigue las orientaciones de la Conferencia Episcopal Española, expresadas en el texto Los primeros pasos en la fe.
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Indice temático
I. ANTIGUO TESTAMENTO
Encuentro 1: Dios nos regala la Creación
Encuentro 2: Dios crea las plantas
Encuentro 3: Dios crea los animales
Encuentro 4: Dios crea al hombre y a la mujer
Encuentro 5: Adán y Eva desobedecen a Dios
Encuentro 6: Dios elige a Abraham para formar a su pueblo
Encuentro 7: Moisés, el amigo de Dios
Encuentro 8: Dios llama al profeta Samuel
Encuentro 9: David, el pastor de Dios para su pueblo
Encuentro 10: Los salmos: cantos y poesía para Dios
Encuentro 11: El profeta Isaías anuncia el nacimiento de Jesús
II. NUEVO TESTAMENTO
II.I. INFANCIA DE JESÚS
Encuentro 12: El ángel Gabriel anuncia a María
el nacimiento de Jesús
Encuentro 13: La Virgen María visita a su prima Isabel
Encuentro 14: El viaje de la Sagrada Familia a Belén
Encuentro 15: El nacimiento de Jesús en Belén
Encuentro 16: Los ángeles anuncian el nacimiento a los pastores
Encuentro 17: Los Reyes Magos llegan para adorar a Jesús
Encuentro 18: La casa y el taller de Nazaret
Encuentro 19: La vida de la Sagrada Familia en Nazaret
Encuentro 20: Jesús entre los doctores de la ley
II.II. VIDA PÚBLICA DE JESÚS
Encuentro 21: El Bautismo de Jesús
Encuentro 22: Jesús elige a sus amigos: los Apóstoles
Encuentro 23: Jesús en las bodas de Caná
Encuentro 24: Jesús nos enseña el Padrenuestro
Encuentro 25: Jesús y la pesca milagrosa
Encuentro 26: Jesús calma la tempestad
Encuentro 27: Jesús multiplica los panes
Encuentro 28: Jesús, el Buen Pastor
Encuentro 29: Jesús nos cuenta la parábola del sembrador
Encuentro 30: Jesús camina sobre las aguas
II.III. MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS
Encuentro 31: Jesús es aclamado: el Domingo de Ramos
Encuentro 32: Jesús nos regala la Eucaristía: la Última Cena
Encuentro 33: Jesús lava los pies a sus discípulos
Encuentro 34: Jesús nos da el Mandamiento del Amor
Encuentro 35: Jesús es condenado a muerte
Encuentro 36: Jesús muere en la Cruz y es sepultado
Encuentro 37: Jesús resucita y vive para siempre
Encuentro 38: Jesús resucitado se aparece a los Apóstoles
Encuentro 39: Jesús resucitado y los discípulos de Emaús
Encuentro 40: Jesús sube al Cielo
Encuentro 41: María y los Apóstoles reciben al Espíritu Santo
Oraciones para recordar y rezar en familia

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Créditos
Texto: Luis M. Benavides y Elena Santa Cruz Ilustraciones: Mariam Ben-Arab Coordinación: Pedro de la Herrán
22x 25cm, 192 págs. Tapa dura
A partir de 3 años
PVP: 19,5 €
978-84-218-5325-2
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por Padre Mario Pezzi | 17 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
En cada aspecto de nuestra vida cristiana «lámpara para mis pasos es tu palabra, Señor». La familia cristiana, como antes la hebrea, no está fundada en corrientes de pensamiento pasajeras que antes o después se manifiestan como parciales y falsas, sino en la Revelación de Dios, en la Tradición y en el Magisterio.
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El hombre esposo y padre
Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su función de esposo y padre.
El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual dignidad de la mujer:
«No eres su amo —escribe San Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada como esclava, sino como mujer. Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé agradecido por su amor». El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de amistad personal». El cristiano, además, está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia.
El amor a la esposa-madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la compresión y la realización de su paternidad.
La función del padre en y por la familia es de una importancia única e insustituible
Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible.
Como la experiencia enseña, la ausencia del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente donde todavía rige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios, el hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa, un trabajo que no disgrega nunca la familia, sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia.
Misión del padre: romper la simbiosis del hijo con la madre, ayudarlo a llegar a ser adulto
La paternidad empieza desde el momento de la concepción de la nueva vida en el seno de la mujer. El padre aprende la paternidad de la maternidad de la mujer, la sigue en el tiempo de la gestación, la acompaña, la sostiene en las tribulaciones hasta el parto. Es la madre la que hace conocer el padre al niño. Al crecer, el niño conoce poco a poco la figura del padre, el cual tiene la misión de romper progresivamente el cordón umbilical del hijo con la madre, de hacerle pasar de una situación infantil a la edad adulta. A través del descubrimiento del padre, de los hermanos y de las hermanas, mejor si son numerosos, la escuela, la comunidad, el niño entra en contacto con el mundo, la sociedad, la Iglesia. En el padre encuentra un punto de referencia seguro, un apoyo, lo que lo dirige y lo ayuda a crecer como hombre o como mujer.
Para poder responder a su propia misión de padre tendrá que tomar decisiones a contracorriente
Para poder responder a su propia vocación y misión de esposo y de padre, el marido cristiano, a veces, tendrá que tomar decisiones a contracorriente.
Se sabe que ciertas haciendas y empresas tienden a implicar cada vez más sobre todo a los jóvenes y a los más dotados, cautivándolos con óptimos salarios, promociones, desplazamientos bien remunerados… Según reconocen varios sociólogos junto a la des-estructuración de la familia, el Estado y la empresa tienden a convertirse en la gran madre que absorbe poco a poco a los ciudadanos que se encuentran cada vez más solos y débiles. La exhortación a poner a la familia, el amor a la esposa y la educación de los hijos por encima del trabajo y del dinero, según se presenta en el «Primer Escrutinio en el Camino Neocatecumenal», es fundamental para la salvación de la familia cristiana. Quizá nunca como hoy aparecen claras e hirientes las palabras de Jesús: no se pueden servir a dos señores: Dios y el dinero.
El soporte de la comunidad a la familia: llamada a la santidad
Después de todas estas consideraciones sobre el alta llamada a la vida matrimonial y familiar según el plan de Dios, y concerniente la importante misión de salvar a la familia, tan atacada y amenazada en nuestra generación, se ve cada vez mejor cómo esto no se puede realizar sin una dimensión de fe adulta. Vivir la relación matrimonial en el amor y la verdad, en el respeto de la diversidad del marido y de la mujer; en dedicación amorosa y paciente a la educación de los hijos exige una conversión constante, cotidiana, de cada día. La llamada a la santidad aparece cada vez más real también en el estado de vida matrimonial y familiar, quizás hoy más que en el estado de vida consagrada.
Por eso es evidente que todo esto es muy difícil, sino imposible, sin el soporte de una comunidad. La experiencia de más de treinta años del Camino Neocatecumenal lo demuestra, aunque esto no le quita a nadie nunca la libertad de dejar el camino y de destruir su propia familia.
Aquí podemos ver cuanto haya sido providencial que la Iglesia previese en el Directorio general de la catequesis, y aprobase en los Estatutos del Camino Neocatecumenal, que la comunidad pueda continuar en la formación permanente después del periodo de la elección, y tener el alimento de la Palabra y de la Eucaristía y el soporte comunitario que sostiene el combate de la conversión personal y sobre todo de nuestras familias.
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