por Padre Mario Pezzi | 13 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Cometiendo el pecado el hombre rechaza este don y a la vez quiere llegar a ser «como Dios, conociendo el bien y el mal» (Gn 3, 5) decidiendo lo que es bien y lo que es mal independientemente de Dios, su Creador.
El pecado de los orígenes tiene su medida humana, su metro interior en la libre voluntad del hombre y conlleva en sí una cierta característica «diabólica», como releva claramente el libro del Génesis (Gn 3, 1-5). El pecado actúa la ruptura de la unidad originaria de la que el hombre gozaba en el estado de justicia original: la unión con Dios como fuente de la unidad dentro del propio «yo», en la mutua relación del hombre y de la mujer (comunión de personas) y, finalmente, respecto al mundo exterior, a la naturaleza [14].
Las consecuencias del pecado: «él te dominará». El dominio sustituye el vivir «para» el otro
La descripción bíblica del Libro del Génesis delinca la verdad acerca de las consecuencias del pecado del hombre e indica igualmente la alteración de aquella originaria relación entre el hombre y la mujer, que corresponde a la dignidad personal de cada uno de ellos.
Por tanto, cuando leemos en la descripción bíblica las palabras dirigidas a la mujer: «Hacia tu marido irá tu apetencia y él te dominará» (Gn 3, 16), descubrimos una ruptura y una constante amenaza precisamente en relación a esta «unidad de los dos», que corresponde a la dignidad de la imagen y de la semejanza de Dios en ambos. Pero esta amenaza es más grave para la mujer.
En efecto, al ser un don sincero y, por consiguiente, el dominio sustituye el vivir «para» el otro: «él te dominará».
La unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos.
La mujer no puede convertirse en «objeto» de «dominio» y de «posesión» masculina. Las palabras del texto bíblico se refieren directamente al pecado original y a sus consecuencias permanentes en el hombre y en la mujer.
Ellos, cargados con la pecaminosidad hereditaria, llevan consigo el constante «aguijón del pecado», es decir, la tendencia a quebrantar aquel orden moral que corresponde a la misma naturaleza racional y a la dignidad del hombre como persona. Esta tendencia se expresa en la triple concupiscencia que el texto apostólico precisa como concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y soberbia de la vida (Cf. In 2, 16), (Mulieris Dignitatem, 10).
Es muy importante tener siempre presente esta luz que nos viene de la revelación, para saber «discernir» la verdadera causa de los conflictos de la vida conyugal y familiar [15].
Todos los conflictos, en efecto, pueden nacer entre marido y mujer, como por ejemplo, la rivalidad; y se pueden manifestar de muchas formas también en la relación conyugal, como asimismo los conflictos de los padres con los hijos, de los hijos con los padres y sus hermanos, o con los suegros, los yernos, las nueras: tienen su origen en el pecado que habita en nosotros [16].
Aunque el pecado original haya sido perdonado por el Bautismo, queda siempre la tendencia al pecado [17] explicitada en los siete vicios capitales. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, el no tener presente la realidad del pecado original es causa de valoraciones erróneas en el campo familiar y social, algo que conlleva graves consecuencias [18].
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Notas
[14] Estas palabras encuentran su confirmación de generación en generación. Ellas no significan que la imagen y la semejanza de Dios en el ser humano sea mujer que varón, haya sido destruida por el pecado; significan, más bien, que ha sido «ofuscada» y, de alguna manera, «disminuida» (cf. Libertatis Conscientiae).
[15] «Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre, Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas; fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre» (Mc 7, 20-23).
[16] «Habiéndose convertido en el centro de sí mismo, el hombre pecador tiende a autoafirmarse y a satisfacer su anhelo del infinito, sirviéndose de las cosas: riquezas, poderes y placeres, sin preocuparse de los otros hombres a los que injustamente expolia y trata como si fueran objetos o instrumentos. Así, por su parte, contribuye a crear aquellas estructuras de explotación y de esclavitud, a las que, además, pretende denunciar» (Libertatis Conscientiae, n 42).
[17] «En el bautizado permanecen ciertas consecuencias temporales del pecado… así como una inclinación al pecado que la Tradición llama concupiscencia, o ‘fomes peccatí’» CEC, 1264.
[18] «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres» CEC, 407.
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por Padre Mario Pezzi | 13 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
En estas catequesis, Juan Pablo II ahonda en estos aspectos, porque, según veremos más adelante, la confusión creada en el mundo de hoy sobre la identidad del sexo y, por consiguiente, del papel del padre y de la madre, exige hoy más que nunca a los cristianos el asumir su propia sexualidad como querida en el designio de Dios sobre la familia, imagen de la comunión trinitaria.
El cuerpo, que expresa la feminidad «para» la masculinidad, y viceversa, la masculinidad «para» la feminidad, manifiesta la reciprocidad y la comunión de las personas. La expresa a través del don como característica fundamental de la existencia personal.
Este es el cuerpo: testigo de la creación como de un don fundamental, testigo, pues, del Amor como fuente de la que nació este mismo donar. La masculinidad-feminidad —esto es, el sexo— es el signo originario de una donación creadora y de una trama de conciencia por parte del hombre, varón-mujer, de un don vivido, por así decirlo, de modo originario. Este es el significado con que el sexo entra en la teología del cuerpo. (Discurso XIV, n.º 4, Varón y mujer lo creó, 75).
El Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad
Reconociendo esta originaria destinación se puede afirmar que «el Creador ha asignado como tarea al hombre el cuerpo, su masculinidad y feminidad, y que en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto modo, como tarea, su humanidad, la dignidad de la persona y también el signo transparente de la «comunión» interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a través del auténtico don de sí. (Discurso LIX, n.º 2, Varón y mujer lo creó, 235).
Para cada cristiano todo es un don gratuito: es don la vida recibida de Dios por medio de los padres, es don el cuerpo, es don la sexualidad: y se siente llamado a responder a estos dones donando a sí mismo a Dios, a los padres, a los demás.
La llamada a la comunión inscrita en la sexualidad ha sido trastocada por el pecado original, con consecuencias negativas en la relación entre hombre y mujer.
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por Padre Mario Pezzi | 13 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
Para la educación de los hijos la condición más importante es la comunión de los padres.
Estamos todos de acuerdo, y lo sabemos por experiencia, que la condición principal para una auténtica educación de los hijos y para la transmisión de la fe es la comunión entre los padres: marido y mujer.
Por esta razón mencionaré algunos aspectos sobre la teología del cuerpo desarrollada por el Papa Juan Pablo II, que nos ayuden a comprender mejor la vocación y la misión específica de la vida matrimonial, porque viviendo el matrimonio según el diseño de Dios se descubre mejor el papel del padre y de la madre en la educación de los hijos.
El hombre está llamado «desde el principio» a la comunión con Dios y con el prójimo
El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. Esta verdad ha sido revelada plenamente en el Nuevo Testamento, junto con el misterio de la vida intratrinitatia: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor.
Creándola a su imagen, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y, consiguientemente, la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano.
Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con Dios y con los demás (S. h. 8) [13].
«La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador» (CEC, 1603).
Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador. Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. (Gn I, 28): «Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla» (CEC, 1604).
La Sagrada Escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: «No es bueno que el hombre esté solo». La mujer, «carne de su carne», su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como un «auxilio», representando así a Dios que es nuestro «auxilio». «Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2, 24). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue «en el principio», el plan del Creador: «De manera que ya no son dos sino una sola carne» (Mt 19, 6), (CEC, 1605).
Mediante su recíproca donación personal los esposos tienden a la comunión… en la generación y en la educación de nuevas vidas
El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados, el matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia, en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia (Sh, 28).
Para comprender mejor esta vocación al mutuo don de sí inscrito por el mismo Dios en la estructura sexual del varón y de la mujer, el Papa Juan Pablo II en las Catequesis sobre la teología del Cuerpo (1979-1984), en las Audiencias de los miércoles, profundizó y explicó el sentido del ser varón (hombre, masculinidad) y del ser hembra (mujer, feminidad).
Con esta enseñanza el Papa, a la luz de la Revelación y de la Tradición, arroja luz en medio de la confusión que se ha creado en la sociedad por lo que concierne la visión antropológica del hombre y de la mujer y sobre sus papeles en el matrimonio y en la familia.
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Notas
[13] La sigla «S. h.» de las citas siguientes se refiere a un Documento del Pontificio Consejo para la Familia: Sexualidad humana: verdad y significado, Ediciones Palabra, 1996 (hay ediciones posteriores), que ya presentamos en la Convivencia de los Catequistas de principio de curso de 1997, y que constituye un óptimo documento de referencia para la educación sexual y afectiva de los hijos.
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por CeF | 13 May, 2013 | Primera comunión Dinámicas
En este mes de mayo, mes de la Virgen María, os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (III)
Nuestra Señora de Luján
8 de mayo
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Hacia el año 1630, una caravana de carretas atravesaba la Pampa argentina, yendo hacia Chile y Perú, llevando dos imágenes de la Virgen. Habían llegado sin ningún percance al lugar que más tarde sería la ciudad de Luján; pero, al día siguiente, la carreta que llevaba las imágenes no podía moverse. Solo pudo avanzar cuando bajaron el cajón que contenía esta imagen de la Virgen.
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Nuestra Señora de la Misericordia
10 de mayo
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En 1536, Antonio Botta, un sencillo labrador, vio a orillas de un río cerca de Savona, Italia, a la virgen María. Ésta le traía de parte de su Hijo un mensaje de Misericordia y Comprensión: Dios no quiere que lo veamos como un juez implacable, sino como un Padre Misericordioso, siempre dispuesto a perdonar.
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Nuestra Señora de Fátima
13 de mayo
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El 13 de mayo de 1917, la Santísima Virgen María se les apareció a tres pastorcitos: Francisco, Jacinta y Lucía, en Fátima, Portugal. Pedía al mundo oración, penitencia y que volviera a Dios por el camino de su Ley.
En 1942 el Papa Pío XII consagró al mundo, y particularmente a Rusia, al Corazón Inmaculado de María, tal y como Ella lo había pedido.
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Fiesta de María Auxiliadora
24 de mayo
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La fiesta de María, Auxilio de los cristianos, fue instituida por el Papa Pío VII para agradecer su entrada triunfal en Roma, después de su cautiverio en Francia, y por la continua protección de María Santísima hacia los cristianos en todo tiempo. En Argentina, es patrona de los agricultores.
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Javier González Ramírez | 10 May, 2013 | Confirmación Vida de los Santos
María, la joven de Nazaret
María fue una muchacha de su tiempo. Llevó, sin duda, la vida normal de una joven israelita, en el seno de una familia creyente, según los usos y costumbres de su época. Creció con las ilusiones lógicas de su edad y compartió la esperanza de su pueblo en las promesas de Dios.
María era todavía una jovencita cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre del Salvador. Dios, de esta manera, irrumpe en la vida de María cuando ella es joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes.
Y María se entrega generosamente al plan de Dios. Le dice «Sí». Firma en blanco para el Dios sorprendente que le va a llevar por caminos insospechados y nuevos.
María con su respuesta pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también muestra su ESPIRITU JOVEN por aceptar el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande.
Las actitudes fundamentales de María
Contemplación
María aparece en los evangelios como una mujer que medita y profundiza los acontecimientos para descubrir en ellos la luz de la Palabra de Dios. María guarda en su corazón palabras, gestos y actitudes, intuyendo que se encuentra ante el hecho misterioso de la salvación de Dios.
Hoy el mundo necesita personas contemplativas que, a la luz de la fe, mediten la presencia de Dios en nuestra historia.
Disponibilidad absoluta a Dios
El «Sí» de María en la Anunciación es un «Sí» generoso y total que no sabe de tacañerías, limitaciones y condiciones… María estuvo siempre de parte de Dios, al servicio de su acción en el mundo. Ella es modelo de disponibilidad absoluta al amor de Dios y a lo que Él nos pide para la construcción del Reino en nuestra sociedad.
Servicio dedicado a los demás
La vida de María fue una vida de servicio. La ayuda que prestó a su prima Isabel, a los novios de Caná y a los temerosos discípulos reunidos en el Cenáculo, son un botón de muestra. Con esta actitud de servicio, María nos enseña que a Dios lo encontramos en el hermano que tiene necesidad de ayuda.
Comprometida en la tarea de la liberación
María tiene la experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la intervención salvadora de Dios. Ella es la primera entre los humildes y olvidados de la tierra. Ella es la primera liberada por Dios.
María, en el canto del «Magnificat» (Lc 1, 46—55), proclama que Dios ayuda a los humildes y cambia la situación de injusticia, de opresión y de privilegio que tratan de mantener los poderosos para su propio provecho.
María es signo de liberación para todos nosotros. Como ella, podemos aspirar a nuestra propia y total liberación del mal, del pecado y de las esclavitudes o situaciones injustas, contando con la ayuda de Dios.
Fidelidad en el sufrimiento
María, unida en todo a su hijo Jesús, conoce bien pronto el alcance de las palabras que le dijo el anciano Simeón: «una espada te atravesará el corazón» (Lc 2, 35). María siente esa espada de dolor a lo largo de toda su vida en forma de destierro, angustia, persecución, incomprensión, pérdida de su Hijo, soledad…
El dolor de María alcanza su punto culminante en el Calvario. Ahí, de pie junto a la cruz, ve morir a su Hijo. Tiene la experiencia más amarga de la injusticia y de su propia impotencia.
María con su fortaleza nos descubre el sentido cristiano del dolor y nos anima a continuar con fidelidad y esfuerzo nuestras responsabilidades de hombres y cristianos.
La joven María: un modelo para los jóvenes
María comprende a los jóvenes. Ella fue una mujer que vivió plenamente la etapa de su juventud, compartió las ilusiones de los jóvenes de su tiempo y acompañó atentamente la adolescencia y juventud de su Hijo, Jesucristo.
En María aparecen bien definidos los rasgos propios de la juventud de todo tiempo: generosidad, entrega, compromiso arriesgado, ilusión, disponibilidad, apertura a lo nuevo… Todo un ejemplo de cómo ser joven cristiano en el mundo actual.
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Un proceso de Formación para los Grupos Juveniles 2
Javier González Ramírez
Editorial San Pablo
por Santo Padre Francisco | 10 May, 2013 | Catequesis Magisterio
«[…] como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida […]»
Santo Padre Francisco I
Lo que es la Virgen María, según el Papa Francisco, en quince rasgos, a luz de su alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma ante la Salus Populi Romani, el sábado 4 de mayo de 2013.
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La Virgen María según el Santo Padre Francisco
1. — Bajo su guía maternal la Virgen María nos conduce a estar cada vez más unidos a su Hijo Jesús.
2. — La Virgen María nos da la salud, es nuestra salud.
3. — La Virgen María es madre, y una madre se preocupa sobre todo por la salud de sus hijos, sabe cuidarlos siempre con amor grande y tierno.
4. — La Virgen María es una mamá, ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa a no ceder a la pereza —que también se deriva de un cierto bienestar— a no conformarse con una vida cómoda que se contenta solo con tener algunas cosas.
5. — La Virgen María es la mamá que cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.
6. — La Virgen María hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe, a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia lo alto.
7. — La Virgen María es una mamá, además, que piensa en la salud de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles y a saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre «siente» entre las «áreas de seguridad» y las «zonas de riesgo». Y esto una madre sabe hacerlo.
8. — La Virgen María es una madre que lleva al hijo no siempre sobre el camino «seguro», porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna vertebral!
9. — La Virgen María ha vivido muchos momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando «no había lugar para ellos en el albergue» (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25). Y como una buena madre, está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.
10. — Jesús en la cruz le dice a María, indicando a Juan: «¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!» y a Juan: «Aquí tienes a tu madre» (cfr. Jn 19, 26—27). En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. A no tener miedo de las dificultades. A afrontarlas con la ayuda de la madre
11. — Una buena mamá no solo acompaña a los niños en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad.
12. — La Virgen María es maestra de la verdadera libertad. Donde reina la filosofía de lo provisorio, ¿qué significa libertad? Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento… Libertad no significa, por así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las cosas buenas en la vida!
13. — La Virgen María, como buena madre, nos educa a ser, como Ella, capaces de tomar decisiones definitivas, con aquella libertad plena con la que respondió «sí» al plan de Dios para su vida (cfr. Lc 1, 38).
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisorio. Somos víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero… ¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida! ¡No tengamos miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta manera, nuestra vida será fecunda! Y ¡esto es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza.
14. — Toda la existencia de la Virgen María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo.
15. — La Virgen María, la Salus Populi Romani, es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.
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Alocución en la basílica de Santa María la Mayor de Roma
Sábado 4 de mayo de 2013
Fuente original: Revista Ecclesia
por CeF | 9 May, 2013 | Primera comunión Dinámicas
Os proponemos esta catequesis sobre las advocaciones a la Madre de Dios para que los niños conozcan mejor a Nuestra Señora.
La catequesis se realiza en tres pasos:
– El primero es el de explicar qué significa «advocación» para los católicos, de tal manera que los niños comprendan que, aunque nombramos de múltiples y diferentes maneras a la Virgen María (Virgen de Lourdes, Virgen de Fátima, Nuestra Señora de la Paz, Madre de la Eucaristía, etc.) siempre nos referimos a la misma y única Madre de Dios; y que esto constituye una de las mayores riquezas de la Iglesia.
– El segundo es el de explicar la «advocación» concreta que se vaya a tratar. Para ello, basta con utilizar los textos que acompañan a cada imagen.
– El tercero es el de imprimir los dibujos para que los niños coloreen cada «advocación».
Para tener bien preparada esta catequeis, y ante cualquier pregunta que pueda surgir, os recomendamos apoyaros en el artículo: Catecismo mariano: todo lo que has de saber sobre la Virgen María.
Os deseamos que disfrutéis con las maravillosas ilustraciones y textos del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada advocación.
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Advocaciones de la Virgen María (II)
Virgen Inmaculada de Lourdes
11 de febrero
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En 1858, cuatro años después de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, la Virgen se le apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes (Francia) y pidió que se rezara el Santo Rosario y se hiciera penitencia. Desde entonces, llegan multitudes hasta Lourdes atraídas por las gracias de curación corporal y espiritual obradas por la Santísima Virgen María.
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La Anunciación de la Santísima Virgen María
25 de marzo
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Nueve meses antes de Navidad, la Iglesia celebra el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El ángel Gabriel anuncia a María que Dios la ha elegido para realizar en ella este misterio. Por medio de su «hágase», la Virgen llegó a ser la Madre del Hijo de Dios y en esto se funda la devoción mariana. Con el rezo del Ángelus recordamos este hecho tan grande.
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María junto a la Cruz
Viernes anterior al Domingo de Ramos
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La Iglesia dedica dos fiestas durante el año a honrar los Dolores de la Santísima Virgen María. Esta se celebra el viernes anterior al Domingo de Ramos, antes se llamaba fiesta de la «Compasión de María». La liturgia nos invita a considerar el dolor profundo de la Virgen al contemplar los tormentos de su Hijo en la Crucifixión. Veneremos este dolor suyo para recibir el fruto de la Pasión.
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Nuestra Señora del Valle
Segundo sábado de Pascua
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En 1820, en Catamarca (Argentina), los recién convertidos indios calchaquíes comenzaron a venerar la sagrada imagen que sonríe y reparte gracias a todos. Desde entonces, los peregrinos afluyen sin cesar a su santuario, y la Viren del Valle es para ellos «reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra».
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Las ilustraciones y los textos son autoría del Hermano Roque Miguel Vernaz, religioso de la Congregación de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey.
por Santo Padre emérito Benedicto XVI | 8 May, 2013 | Catequesis Magisterio
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?»
Hechos de los Apóstoles 1, 11
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Hermanos y hermanas:
Hoy, en la explanada de Blonia, en Cracovia, resuena nuevamente esta pregunta recogida en los Hechos de los Apóstoles. Esta vez se dirige a todos nosotros: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?». La respuesta a esta pregunta encierra la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre.
Esta pregunta se refiere a dos actitudes relacionadas con las dos realidades en las que se inscribe la vida del hombre: la terrena y la celeste. Primero, la realidad terrena: «¿Qué hacéis ahí? ¿por qué estáis en la tierra?». Respondemos: Estamos en la tierra porque el Creador nos ha puesto aquí como coronamiento de la obra de la creación. Dios todopoderoso, de acuerdo con su inefable designio de amor, creó el cosmos, lo sacó de la nada. Y después de realizar esa obra, llamó a la existencia al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 26-27). Le concedió la dignidad de hijo de Dios y la inmortalidad.
Sin embargo, como sabemos, el hombre se extravió, abusó del don de la libertad y dijo «no» a Dios, condenándose de este modo a sí mismo a una existencia en la que entraron el mal, el pecado, el sufrimiento y la muerte. Pero sabemos también que Dios mismo no se resignó a esa situación y entró directamente en la historia del hombre, que se convirtió en historia de la salvación. «Estamos en la tierra», estamos arraigados en ella, de ella crecemos. Aquí hacemos el bien en los extensos campos de la existencia diaria, en el ámbito de lo material y también en el de lo espiritual: en las relaciones recíprocas, en la edificación de la comunidad humana y en la cultura. Aquí experimentamos el cansancio de los viandantes en camino hacia la meta por sendas escabrosas, en medio de vacilaciones, tensiones, incertidumbres, pero también con la profunda conciencia de que antes o después este camino llegará a su término. Y entonces surge la reflexión: ¿Esto es todo? ¿La tierra en la que «nos encontramos» es nuestro destino definitivo?
En este contexto, conviene detenerse en la segunda parte de la pregunta recogida en la página de los Hechos de los Apóstoles: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?». Leemos que, cuando los Apóstoles intentaron atraer la atención del Resucitado sobre la cuestión de la reconstrucción del reino terreno de Israel, él «fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos». Y ellos «estaban mirando fijamente al cielo mientras se iba» (Hch 1, 9-10). Así pues, estaban mirando fijamente al cielo, dado que acompañaban con la mirada a Jesucristo, crucificado y resucitado, que era elevado. No sabemos si en aquel momento se dieron cuenta de que precisamente ante ellos se estaba abriendo un horizonte magnífico, infinito, el punto de llegada definitivo de la peregrinación terrena del hombre. Tal vez lo comprendieron solamente el día de Pentecostés, iluminados por el Espíritu Santo.
Para nosotros, sin embargo, ese acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender. Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida.
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Homilía del Santo Padre emérito Benedicto XVI
Cracovia, Polonia. Domingo, 28 de mayo de 2006.
por Padre Mario Pezzi | 7 May, 2013 | Novios Artículos temáticos
La discusión sobre los géneros: una cultura andrógina cada vez más difundida
Sabemos que en los últimos «Encuentros Mundiales sobre la Mujer» en El Cairo y en Pequín, se ha puesto en discusión la tradicional distinción del género: hombre o mujer [11]. Tras el empuje de movimientos extremistas, tanto feministas como homosexuales y grupos de presión anti-natalidad, se quiere que sean aceptados como jurídicamente reconocidos cinco géneros: hombre, mujer, homosexual, lesbiana y heterosexual. Traigo aquí lo que escribe al respecto Mons. Angelo Scola, actual Patriarca de Venecia en un libro suyo:
«…universalismo científico y politeísmo neo-pagano explican la extrema facilidad con que una cultura andrógina se difunde cada vez más…».
Según esta cultura la diferencia sexual no existe, como afirma la psicología del profundo, insuperable e in-deducible; al contrario, llegará (y no tardará mucho) el día en el que cada hombre podrá elegir según su gusto su propio sexo o pasar en el arco de la misma existencia de un sexo a otro. Las «biotecnologías» harán todo eso técnicamente posible y en la ausencia toral de valores de referencia desde el politeísmo neo-pagano, tenderá a transformar lo que «tú puedes» en lo que «tú debes».
El androginismo no es solamente la delirante búsqueda de la utopía de una autosuficiencia sexual que se basta a sí misma, si no que se revela como la negación misma de la auto-donación fecunda
Así que el androginismo tiende a pervertir los tres aspectos del misterio nupcial —diferencia sexual, don de sí y fecundidad— propalando un «erotismo difusivo».
La revolución sexual ha acercado al nivel de las masas una práctica de la sexualidad que entremezcla elementos liberales y elementos románticos.
El otro, su cuerpo, es reducido a una pura máquina que permita el acceso al fuego del placer. Sobre todo la mujer, en su ser símbolo eminente del Otro, es anulada. La afección es tratada como una enfermedad mortal contra la cual no hay ninguna defensa. El resultado es una des-construcción radical de la esfera del amor y un «demudamiento del misterio nupcial» [12].
A estos desafíos las familias cristianas están llamadas a responder mediante el testimonio de vida a la luz de la Revelación.
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Notas
[11] La delegación Vaticana en el cuarto Congreso Mundial sobre la Mujer en Pekín, en 1995, volviendo a su posición manifestada de antemano en el precedente encuentro de El Cairo, en un documento oficial hace presente la posición de la Iglesia al respecto. El término «género» es entendido por la Santa Sede como derivado de la identidad biológica sexual, varón o hembra. Algunos términos en el documento son a menudo definidos vagamente: «orientación sexual» y «estilo de vida» no tienen una definición precisa, y además, no existe ningún reconocimiento jurídico pata estos términos en documentos internacionales. Esta ambigüedad semántica y conceptual podría conducir a considerar, por ejemplo, la pedofilia como una forma de «orientación sexual». El término «orientación sexual», propuesto por algunos países occidentales, no ha sido aceptado por países en subdesarrollados
[12] A. Seola, Uomo e donna oggi, en R. Bobetti, La reciprocitá uomo —donna, vita di spiritualità coniugale e familiare, Editrice Città Nuova, 2001.
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