Os presentamos estas oraciones dirigidas especialmente a todas aquellas personas que quieran apoyarse en el Señor para que les ayude en sus relaciones sentimentales en diferentes circunstancias: para encontrar a esa persona querida, para no perderla o recuperarla, para reforzar el vínculo sentimental orientado con vistas al matrimonio y a la creación de una familia…
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Oración para conseguir pareja
Dios mío, Padre amado,
Te pido humildemente que me ayudes a encontrar a mi futuro esposo/a y a tener una maravillosa relación sentimental.
Por favor, guíame para encontrarlo, para conocernos y disfrutar el uno del otro.
Por favor, ilumíname y elimina de mí cualquier temor hacia el amor.
Pido Tu ayuda para crear las circunstancias adecuadas.
Pido Tu ayuda para saber escuchar y seguir Tu Divina Guía.
Sé que mi futuro esposo/a me está buscando con el mismo fervor que yo le busco. Ambos pedimos que nos permitas estar juntos y poder así darte gracias por todas tus bendiciones.
Gracias Dios mío por escucharme.
Amén.
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Oración para recuperar a tu pareja
Señor Jesucristo, Hijo de Dios, Rey de Reyes, Espejo de la Pureza,
te pido con toda mi fe que influyas en los sentimientos de (mencione el nombre de la persona),
para que regrese a mi lado y que, aunque se encuentre muy distante, piense en mí y sienta la necesidad de venir a mí.
Concédeme Señor Jesucristo, el deseo que con tanto fervor te pido y haz que regrese.
Muéstrale el camino y hazle saber que nuestra felicidad depende de su presencia.
Amen.
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Oración de los Novios
En mi corazón, Señor, se ha encendido el amor por una criatura que tú conoces y amas.
Tú mismo la pusiste delante de mí y un día me la presentaste.
Te doy gracias por este don, que me llena de alegría profunda, que me hace semejante a Ti, que eres amor, y que me ayuda a comprender el valor de la vida que me has dado.
Ayúdame para que no malgaste esta riqueza que tú pusiste en mi corazón.
Enséñame que el amor es don y que no puede mezclarse con ningún egoísmo.
Que el amor es puro y que no puede quedar en ninguna bajeza.
Que el amor es fecundo y desde hoy debe producir un nuevo modo de vivir en los dos.
Te pido, Señor,
por quien me espera y piensa en mí;
por quien camina a mi lado;
haznos dignos el uno del otro;
que seamos ayuda y modelo.
Ayúdanos en nuestra preparación al matrimonio, a su grandeza, a su responsabilidad, a fin de que desde ahora nuestras almas dominen nuestros pensamientos y los conduzcan en el amor.
Amén.
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Oración de los Novios
Señor que eres amor, y fuente de todo amor,
Tú que conoces el corazón de los jóvenes,
Tú has puesto en nuestro corazón
la capacidad de amar y ser amado,
Tú sabes que las pasiones hacen olvidar
el verdadero sentido del amor
y que tenemos que luchar
para conservar un corazón puro y amante.
Concédenos, no envilecer el amor,
haznos comprender todo el egoísmo
que se esconde a veces en esta palabra,
danos un amor limpio y sencillo,
enséñanos la dignidad del amor.
No permitas que jamás profanemos
en el pensamiento, en el corazón, en el cuerpo,
este don de vida que nos has confiado,
bendice y purifica nuestro amor para que,
si es tu voluntad, algún día lleguemos a ser esposos y padres.
Amén.
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Oración de los novios
Te pedimos, Señor, que quites todo egoísmo de nuestro amor.
Que nuestro cariño sea puente que une.
Que sea un impulso para participar más,
para ayudar más, para buscar juntos los caminos de la verdad.
Que juntos amemos más al prójimo.
Que juntos seamos más humildes, más libres, más fuertes.
Y apoyados en Ti, podamos desafiarlo todo, por seguirte.
Amén.
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Oración de los novios a la Virgen
Madre Nuestra,
En tu nombre hemos unido nuestros corazones.
Queremos que presidas nuestro amor;
que defiendas, conserves y aumentes nuestra ilusión.
Quita de nuestro camino cualquier obstáculo
que haga nacer la sombra o las dudas entre los dos.
Apártanos del egoísmo que paraliza el verdadero amor.
Líbranos de la ligereza que pone en peligro la Gracia de nuestras almas.
Haz que, abriendo nuestras almas, merezcamos la maravilla de encontrar a Dios el uno en el otro.
Haz que nuestro trabajo sea ayuda y estímulo para lograrlos plenamente.
Conserva la salud de nuestros cuerpos.
Resuelve necesidades materiales.
Y haz que el sueño de un hogar nuevo y de unos hijos nacidos de nuestro amor y del cuerpo, sean realidad y camino que nos lleve rectamente a tu Corazón.
Amén.
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Oración a la Sagrada Familia
Jesús, tu que elegiste una familia humana normal para vivir tu vida oculta, concédeme formar una a ejemplo de la tuya, donde nazcan y se desarrolle la fe y las virtudes de los hijos que nos regalen.
Santa María, Madre de Dios, tú que fuiste elegida para formar una familia ejemplo de todas las que vendrían, ayúdame a elegir con el corazón y la cabeza a mi futuro esposo/a. Que esa persona me ayude a llegar a contemplar el rostro de tu Hijo.
San José, fiel y buen esposo de María: ya que aceptaste la delicada y difícil misión de cuidar a la Virgen y al Niño, ayúdame a ser un buen esposo/a para que, cumpliendo mis deberes familiares, santifiquemos nuestra unión, junto a nuestros hijos, parientes, amigos y las personas que tratemos.
Que algún día lleguemos como familia a la gloria de la resurrección.
Os presentamos aquí estas oraciones para el acto de contrición en formato vídeo para todos aquellos que realizan un aprendizaje más fácil mediante la forma oral.
Estas oraciones han demostrado su eficacia a lo largo de los años. Como siempre, os aconsejamos aprender y comprender todos los actos que realizamos los católicos, por lo cual os recomendamos la lectura del apartado anterior en el que se explica qué es el acto de contrición e, incluso, repasar el magisterio de la iglesia sobre la oración.
Dios mío, me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho y de lo bueno que he dejado de hacer; porque pecando te he ofendido a ti, que eres el sumo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas.
* * *
La contrición como «un intenso dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante». La definición implica tres actos de la voluntad: dolor del alma, aborrecimiento del pecado, propósito. La contrición es el elemento primario y más necesario del sacramento de la penitencia y fue en todos los tiempos condición indispensable para obtener el perdón de los pecados.
Si queréis profundizar y tener un conocimiento doctrinal sólido, os recomendamos leeros estos artículos en el orden que os presentamos, los cuales exponen el magisterio de la Iglesia:
Os presentamos aquí estas oraciones para el acto de contrición. Oraciones cuya eficacia ha sido probada a lo largo de los años. Como siempre, os aconsejamos aprender y comprender todos los actos que realizamos los católicos, por lo cual os recomendamos la lectura del apartado anterior en el que se explica qué es el acto de contrición e, incluso, repasar el magisterio de la iglesia sobre la oración.
Oraciones para el acto de contrición
Acto penitencial
Yo confieso ante Dios Todopoderoso y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión,
por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mi ante Dios, nuestro Señor.
Amén.
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Acto de contrición
Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí;
pero mucho más me pesa porque pecando ofendí a un Dios tan bueno y tan grande como Tú;
antes querría haber muerto que haberte ofendido,
y propongo firmemente —ayudado por tu divina gracia—
no pecar más y evitar las ocasiones próximas de pecado.
Amén.
* * *
Acto de contrición
¡Señor mío Jesucristo!,
Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío;
por ser quien sois, Bondad infinita,
y porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberos ofendido;
también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno.
Ayudado de vuestra divina gracia,
propongo firmemente nunca más pecar,
confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta.
Amén.
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Acto de Contrición
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío;
por ser Tú quien eres y porque te amo sobre todas las cosas,
me arrepiento de todo corazón de todo lo malo que he hecho
y de todo lo bueno que he dejado de hacer,
porque pecando te he ofendido a Ti,
que eres el sumo bien
y digno de ser amado sobre todas las cosas.
Ofrezco mi vida, obras y trabajos en satisfacción de mis pecados.
Propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia,
hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado.
Señor, por los méritos de tu pasión y muerte,
apiadate de mí, y dame tu gracia para nunca más volverte a ofender.
Purifícame con el hisopo y quedaré limpio; lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados.
Salmo 50, 1-8
La contrición como «un intenso dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante». La definición implica tres actos de la voluntad: dolor del alma, aborrecimiento del pecado, propósito. La contrición es el elemento primario y más necesario del sacramento de la penitencia y fue en todos los tiempos condición indispensable para obtener el perdón de los pecados.
Si queréis profundizar y tener un conocimiento doctrinal sólido, os recomendamos leeros estos artículos en el orden que os presentamos, los cuales exponen el magisterio de la Iglesia:
La contrición saludable ha de ser interna, sobrenatural, universal y máxima en cuanto a la valoración.
Interna: cuando es acto del entendimiento y de la voluntad. Pero por ser parte del signo sacramental, debe manifestarse también al exterior.
Sobrenatural: cuando se verifica bajo el influjo de la gracia actual (Cf Catecismo 2000 y 2001) y se concibe el pecado como una ofensa a Dios (atención porque esto es muy importante: hay gente que se confiesa de sus «fallos», pero no ven en sus pecados una ofensa personal a Dios: hay que hacer una verdadera catequesis hoy en este campo). El arrepentimiento puramente natural no tiene valor saludable (Dz. 813,1207).
Universal: cuando se extiende a todos los pecados graves cometidos. No es posible que un pecado mortal se perdone desligado de todos los demás.
Máxima en cuanto a la valoración: cuando el pecador aborrece el pecado como el mayor mal y está dispuesto a sufrir cualquier mal antes que ofender a Dios de nuevo con culpa grave.
Si algo he aprendido en mis tres años de ser una mamá católica es que la batalla de mantener el balance entre los aspectos religiosos y seculares de una celebración no son tan fáciles de llevar. Y, no es fácil, porque las celebraciones seculares casi siempre son más atractivas que su contraparte religiosa.
La Pascua no es la excepción. Como católicos que somos, la Pascua es la celebración litúrgica más importante del año. Es un día en que reafirmamos nuestra fe en la Resurrección de Cristo entre los muertos. Pero, para la mayoría de los chicos, es el día en que el conejo de Pascua les trae una canasta llena de dulces y regalos. Les garantizo que si ustedes le preguntan a cualquiera de sus hijos menores de 10 años que escojan entre ir a Misa para celebrar la Resurrección de Cristo o participar de una fiesta con conejo pascual incluido de seguro este gracioso animal ganaría.
El hecho es que, he descubierto que si me esfuerzo al máximo, siempre hay maneras de encontrar conexiones entre la religión y las tradiciones seculares. El como lo hacemos es nuestro desafío como padres, abuelos, tíos, tías y padrinos católicos que somos.
Por ejemplo, mientras tus niños les encanta la cacería de los huevos de pascua por la casa, (así se ganarían los premios escondidos dentro), les puedes explicar que la costumbre de los huevos de pascua tiene un origen cristiano y que simboliza a Cristo: así como el huevo oculta una vida que brotará, la tumba de Jesús también oculta su futura resurrección. También, que el anhelado conejo de Pascua es un símbolo cristiano de la Resurrección. Su uso se remonta a antiguos predicadores del norte europeo que veían en la liebre un símbolo de la Ascensión de Jesús y de cómo debe vivir el cristiano: las fuertes patas trasera de la liebre le permiten ir siempre hacia arriba con facilidad, mientras que sus débiles patas delanteras le dificultan el descenso. Estas pequeñas explicaciones -que se las puedes decir a manera de historias- pueden abrir la puerta para una discusión entretenida sobre el bautismo, la resurrección de Cristo, etc.
Aún si el niño es muy pequeño para entender lo que el Sacramento del Bautismo, por ejemplo, verdaderamente significa, es bueno ir introduciéndolos sobre este tipo de temas de una forma sencilla y entretenida. Por ejemplo, cuando tu hijo abra su libro de fotos y observe las fotos de su bautismo, junto con tu esposo pueden ir contándole que esas fotografías fueron tomadas el día en que ella entró a formar parte de la familia de la Iglesia. Tales argumentos, por lo menos, hacen que los hijos sean consciente de este sacramento y de lo que significa.
Explicando temas difíciles
Parte del desafío de hacer participar a nuestros hijos en las celebraciones religiosas es que la mayoría de las fiestas de la Iglesia son para adultos en naturaleza y contenido.
Por ejemplo, algunos años atrás, leí un libro sobre la Semana Santa y la Pascua a mi sobrina de cuatro años, Samanta. Luego de semanas de leer el libro, Samanta le hizo preguntas a su mamá -que sólo podría hacerlas niñas de cuatro años- acerca de lo injusto que había sido el arresto y la crucifixión de Jesús y como él se las «ingenió» para resucitar entre los muertos después de tres días.
En vez de apartar su atención de estos temas, mi hermana aprovechó la oportunidad de responder, de una forma creativa, las preguntas de Samanta a la luz del Evangelio.
Los muchos símbolos e historias que acompañan la Semana Santa y la Pascua provee numerosas oportunidades para comprometer a los chicos y enseñarles más acerca de la fe. En esta Pascua busca oportunidades para hacer conexión entre las tradiciones festivas seculares y las cristianas. Oportunidades hay, tu deberás aprender algo nuevo en el proceso.
Si no estás segura cuales son esas conexiones, debes visitar una librería local con libros para la Pascua y sus tradiciones o buscarlas en la web. Tu parroquia también debe tener recursos disponibles.
Los mayorcitos de la casa
¿Cómo hacer que los adolescentes se involucren en la Pascua? En esta etapa difícil y rebelde de todo ser humano, toma un poco más de esfuerzo hacer que ellos se involucren ya que por lo general los chicos aprovechan estas fiestas para pasar más tiempo con sus amigos en lugares de diversión o simplemente optan por estar fuera de casa. Por ello, conviene apoyarse en los grupos juveniles que existen en las parroquias o en los propios colegios. Casi siempre, durante los oficios de Viernes Santo, los pasajes del Evangelio sobre la Pasión de Cristo, su muerte y Resurrección son leídas o interpretadas en alguna obra teatral.
Estas obras a menudos son interpretadas en la Cuaresma y Pascua. Se sugiere que el grupo juvenil o grupo de amigos -con la guía de un párroco o liturgista- protagonicen la obra de la Pasión para la comunidad parroquial o escolar.
Poco después, se celebró una boda en Caná, un pueblecito cerca de Cafarnaun. La Virgen María, Jesús y sus discípulos, eran amigos de los novios, y fueron invitados a la boda. De pronto, se acabó el vino y María se lo dijo a Jesús, esperando que hiciera algo. Pero Jesús le contestó sonriendo: «Todavía no ha llegado el momento de hacer milagros». La Virgen María, que conocía muy bien a su hijo, dijo a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».
«Jesús, que haga siempre lo que mis papás me digan»
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Jesús convierte el agua en vino
Había allí seis tinajas de piedra muy grandes. Jesús dijo a los criados: «Llenad de agua las tinajas». Cuando lo hicieron les dijo: «Sacadla y llevadla al mayordomo». El mayordomo probó el agua convertida en vino y se quedó asombrado. Este fue el primer milagro de Jesús y sus discípulos creyeron en Él.
El Sermón de la Montaña
Desde el milagro de la boda de Canán, eran muchas las personas que creían en Jesús y le seguían. Un día que les estaba hablando, tuvo que subirse a un montaña para que le oyeran mejor. Y empezó a decirles: «Bienaventurados los que no guardan sus cosas para ellos solitos, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que no se pelean, porque ellos serán llamados hijos de Dios…». Así siguió hablando Jesús y enseñando las Bienaventuranzas.
«Enséñame, Jesús a querer a todos»
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Muerte de Juan el Bautista
Herodes se había casado con Herodías, que era la mujer de su hermano. Un día, Juan Bautista les dijo que eso no se hacía, pues estaba muy mal. Por haber dicho la verdad, metieron a Juan en la cárcel. Y Herodías, que estaba muy enfadada, convenció a Herodes para que le cortaran la cabeza a Juan.
«Jesús, ayúdame a decir siempre la verdad, aunque me cueste»
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San Pedro, jefe de los apóstoles
Un día que caminaba Jesús con los Apóstoles, les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón dijo: «Tú eres Cristo, Jesús, el Hijo de Dios». Y Jesús le contestó: «Yo te digo que tú eres Pedro (que quiere decir piedra), y sobre ti edificaré mi Iglesia…». Así prometió Jesús a Pedro que sería el primer Papa.
«Jesús, que ame mucho al Papa».
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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 84 a 88
Para iniciar este tiempo de Pacua, os ofrecemos esta pequeña catequesis inicial, basada en palabras del Papa Benedicto XVI durante la Pascua, y elaborada por el Rvdo. D. José Martínez Colín para churchforum.org, de donde la recojemos para nuestra página.
Para saber
En su mensaje de Pascua del Domingo de Resurrección del pasado año, el Papa Emérito Benedicto XVI nos envió el siguiente saludo: «Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: «He resucitado, estoy siempre contigo ¡Aleluya!»».
Con ello nos invita a no perder la presencia de Dios en nuestras vidas, sino a procurar encontrarlo en el quehacer diario.
Anteriormente, el Papa, recordando a San Agustín, decía que este santo escribió un libro importante llamado La Ciudad de Dios. Lo escribió cuando habían invadido Roma y muchos se preguntaban por qué Dios no los había ayudado. El Santo responde que el Reino de Dios no es de este mundo. Es decir, las guerras, desastres o dolores no significan que Dios nos abandona. El mal no es introducido al mundo por Dios, sino por el hombre libre que no obra según el querer de Dios. Sin embargo, Dios no nos abandona y su Providencia sabe cuándo y cómo actuar.
A continuación, un relato nos ayudará a reflexionar al respecto.
Para pensar
Se cuenta que una vez un hombre, era perseguido por varios malhechores que querían matarlo. El hombre ingresó a una cueva la cual se subdividía, a su vez, en varias. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores de la que el se encontraba.
Al sentirse atrapado, elevó desesperado una plegaria a Dios, de la siguiente manera: «Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme«». En ese momento escuchó a los hombres acercándose a la cueva en la que él se encontraba, y vio que apareció una arañita.
La arañita empezó a tejer una telaraña en la entrada. El hombre volvió a elevar otra plegaria, esta vez más angustiado: «Señor, te pedí ángeles, no una araña». Y continuó: «Señor, por favor, con tu mano poderosa coloca un muro fuerte en la entrada para que los hombres no puedan entrar a matarme». Abrió los ojos esperando ver el muro tapando la entrada, y observo a la arañita tejiendo la telaraña. Estaban ya los malhechores ingresando en la cueva anterior de la que se encontraba el hombre y este quedó aterrado esperando su muerte.
Cuando los malhechores estuvieron frente a la cueva que se encontraba el hombre, ya la arañita había tapado toda la entrada, entonces se escuchó que uno de ellos decía: «Vamos, entremos a esta cueva». Pero otro de ellos le contestó: «No. No ves que hasta hay telarañas. Se ve que nadie ha entrado en esta cueva por años. Sigamos buscando en las demás cuevas».
En ocasiones esperamos que la respuesta de Dios sea según nuestro pobre pensar, olvidándonos de que Dios es infinitamente más sabio y poderoso. Pensemos cómo es nuestra oración al Señor.
Para vivir
El Papa nos exhorta a sentirnos en presencia de Dios: «Que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy… Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20)».
Como nos dice Puebla, la parroquia y la familia son “centros evangelizadores de comunión y participación”[1].
“Veamos cómo el don maravilloso de la vida nueva se realiza de modo excelente en cada Iglesia particular y también, de manera creciente en la familia, en pequeñas comunidades y en las parroquias. Desde estos centros de evangelización, el Pueblo de Dios en la Historia, por el dinamismo del Espíritu y la participación de los cristianos, va creciendo en gracia y santidad. En su seno surgen carismas y servicios”[2].
En la familia y en la parroquia la persona está en el centro de la vida, de la cultura y de la fe, y lo está, precisamente, en su dimensión comunitaria. Contra los “centros del poder”[3] ideológicos, financieros y políticos, nosotros ponemos la esperanza en estos centros del amor, evangelizadores, cálidos y solidarios, participativos.
En esta centralidad nos queremos detener. La de ambas instituciones es la centralidad de un espacio siempre abierto a la gracia, un espacio natural y cultural, que en nuestra tierra latinoamericana ha tenido y tiene una particular interrelación. El espacio familiar de la casa y el espacio eclesial de la parroquia han estado estrechamente unidos desde los comienzos de la Evangelización, y aún antes[4], y son un espacio común abierto a la gracia, opuestos a las tendencias centrífugas, aislantes y de relaciones fracturadas, propias de la cultura adveniente[5]. Por eso hablar de esta “centralidad” de la parroquia y de la familia no es hablar de manera formal, con criterios meramente descriptivos y abstractos que ponen a un mismo nivel centros y más centros de comunión y participación. La centralidad de la parroquia y de la familia es vital para la evangelización de nuestra cultura –eminentemente “circular”- y para la inculturación del evangelio, que cuando está bien centrado, en lo suyo específico, es capaz de iluminar y fecundar hasta los confines más periféricos del mundo y de la cultura.
Centralidad de la familia
La familia es el centro natural de la vida humana, que no es “individual” sino personal-social. Es falsa toda oposición entre persona y sociedad. No existen la una sin la otra. Puede haber oposición entre intereses individuales y sociales o entre intereses “globales” y personales. Pero no entre dos dimensiones que son constitutivas del ser humano: lo personal y lo “familiar-comunitario-social”. Por eso la Iglesia medita sobre la familia –base de la vida personal y social- , la promueve en sus valores más hondos y la defiende cuando es atacada o minusvalorada. Por eso la Iglesia trata de mostrar a la mentalidad moderna que la familia fundada en el matrimonio tiene dos valores esenciales para toda sociedad y para toda cultura: la estabilidad y la fecundidad[6]. Muchos en las sociedades modernas tienden a considerar y a defender los derechos del individuo, lo cual es muy bueno. Pero no por eso se debe olvidar la importancia que tienen para toda sociedad –cristiana o no- los roles básicos que se dan sólo en la familia fundada en el matrimonio. Roles de paternidad, maternidad, filiación y hermandad que están en la base de cualquier sociedad y sin los cuales toda sociedad va perdiendo consistencia y se va volviendo anárquica.
Puebla nos habla de la familia como el centro en que “encuentran su pleno desarrollo” esas “cuatro relaciones fundamentales de la persona: paternidad, filiación, hermandad, nupcialidad”. Y, citando a Gaudium et Spes, dice que “Estas mismas relaciones componen la vida de la Iglesia: experiencia de Dios como Padre, experiencia de Cristo como hermano, experiencia de hijos en, con y por el Hijo, experiencia de Cristo como Esposo de la Iglesia”. Así “la vida en familia reproduce estas cuatro experiencias fundamentales y las participa en pequeño; son cuatro rostros del amor humano (GS 49)”[7].
La razón teológica profunda de este “ser familiar” radica en que “la familia es imagen de un Dios que «en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia»[8], como expresaba Juan Pablo II en una de sus homilías en Puebla. Y por eso la ley de la familia, “la ley del amor conyugal, es comunión y participación[9], no dominación”[10]. La revelación del Dios Trino y Uno que nos anuncia Jesucristo, encuentra en las familias de cada pueblo su mejor interlocutor.¿Por qué? Porque la familia es el ámbito estable y fecundo de gratuidad y amor donde la Palabra puede ser acogida y rumiada poco a poco y crecer como una semilla que se vuelve árbol grande. ¿Por qué? Porque los roles que interactúan en la familia y que son esenciales para la vida personal y social, son también esenciales en Dios mismo: la vida familiar permite recibir la revelación del amor familiar de Dios de manera inteligible: es la fe que se nos mezcla con la leche materna[11]. Por algo el camino que eligió el mismo Señor para revelarse y salvarnos fue poner su morada en medio de la historia de los hombres en ese centro de comunión y participación, en esa primera Iglesia, que fue la Sagrada Familia de Nazareth.
Poder vivir la integralidad de estas relaciones básicas centra el corazón de la persona y le permite expandirse hacia el exterior de manera sana y creativa. No es posible formar pueblo, sentirse prójimo de todos, tener en cuenta a los más alejados y excluidos, abrirse a la trascendencia, si en el corazón de uno están fracturadas estas relaciones básicas. Desde esta centralidad amorosa de la familia puede el hombre crecer y amar abriéndose a todas las periferias[12], no solo a las sociales sino también a las de su propia existencia, allí donde comienza la adoración del Dios siempre más grande.
Centralidad de la parroquia
Cuando Puebla destaca “el gran sentido de familia” que tienen nuestros pueblos[13], o cuando Santo Domingo nos dice que “La parroquia, comunidad de comunidades y movimientos, acoge las angustias y esperanzas de los hombres, anima y orienta la comunión, participación y misión”,y que “La parroquia no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio”, ella es «la familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad»[14], no están hablando de una familia y una parroquia abstractas, sino de la familia y la parroquia latinoamericanas en las que está sembrada la fe en Jesucristo y desde estos centros sigue iluminando y dando vida.
La centralidad de la parroquia, como lugar privilegiado de comunión y participación[15], tiene, en América Latina, una característica histórica especialísima. La vida social misma de nuestro continente se fue gestando “parroquialmente”. Con la parroquia que centra la ciudad recién fundada o conquistada y con la parroquia que crea la ciudad misma allí donde no había centro alguno. Cuando San Roque González de Santa Cruz se adentra en la selva misionera para ir congregando a las tribus dispersas de indios cuenta lo siguiente: “lo que fue de mucha admiración es que los Indios levantaron una cruz delante de la iglesia (pequeñísima choza de barro que hicieron los misioneros con sus manos); y habiéndoles dicho la razón por que los cristianos la adoramos, nosotros y ellos la adoramos todos de rodillas; y aunque es la última que hay en estas partes, espero en nuestro Señor que ha de ser principio de que se levanten otras muchas”[16].
La gestación política y económica de América Latina fue dramática y tuvo sus luces y sombras, como dice Puebla[17]. Hubo poblamiento y mestizaje pacíficos y conquista y dominación con diversos grados de violencia. Sin embargo, en ese gesto “parroquial” que describe San Roque, en que los indios mismos plantan la Cruz frente a la capilla y todos, indios y misioneros, se arrodillan para adorarla juntos, está sembrada y acogida la semilla de la fe en torno a la cual se centra la vida espiritual de América latina y de los pueblos del Caribe. El centro espacial y temporal en torno al cual se comienzan a gestar los pueblos y ciudades es la Cruz, no el monolito del dominador; es la capilla, antes o al mismo tiempo que el cabildo y, por supuesto, mucho antes que los bancos. Así, la historia del pueblo de Dios en nuestras tierras se ha ido tejiendo y gestando en torno a la parroquia, ese centro espiritual que ponía a todos sus hijos como iguales ante el Padre Dios. El nombre de cada uno de nuestros pueblos y ciudades, aunque luego vaya cambiando y perdiendo partes, se esconde en las capillas e iglesias dedicadas al Señor, a nuestra Señora y a los santos patronos tutelares de cada lugar.
La estrecha relación inicial entre las familias y la parroquia sigue estando presente en los pueblos pequeños del interior de nuestros países, y también en el imaginario del pueblo fiel de Dios que muchas veces, en las grandes ciudades que han crecido sin planificación, el único centro visible suele ser la capilla parroquial. Nuestros grandes santuarios, son, innegablemente, centros espacio-temporales donde nuestro pueblo fiel se aúna y se recentra una vez al año en cada peregrinación y cada familia en sus tiempos fuertes particulares.
Así como la familia es el espacio cultural-natural abierto a la fe, la parroquia -de manera particular en América latina y el Caribe- es un espacio cultural-histórico abierto a la fe. Creo que la pastoral de los santuarios –con su acogida y apertura a todos, con la gratuidad y facilitación de los sacramentos, con el clima de fiesta y de hermandad que reina en ellos- tienen mucho que enseñar a cada parroquia, que no debe entrar en competencia con otros tipos de movimientos y de comunidades sino buscar ser el espacio común para todos. Esto implica despojo y actitud de servicio y de siembra, más allá de todo deseo de control.
Frutos de contemplar esta centralida
¿Por qué nos hace bien contemplar la familia y la parroquia en su centralidad? Porque, como decíamos, la centralidad de la familia y de la parroquia –especialmente en nuestras tierras- es una centralidad concreta, histórica, situada, una centralidad común que le ha abierto espacio a la gracia y ha gestado una cultura evangelizada y una manera de vivir el evangelio inculturada. Estas instituciones aseguran a nuestros pueblos un lugar de promoción y servicio que otras instituciones no pueden cuidar[18]. La centralidad hace a la cultura y nuestra fe es una fe que se incultura. Y para inculturarse bien y profundamente, la fe entra en comunión con esos centros en los que la cultura se gesta, se alimenta, se inculca en los corazones y se vuelve instituciones. Por ello, para ser lo que son, verdaderos “centros” de comunión y participación, la familia y la parroquia deben cuidar y cultivar las gracias constitutivas que reciben constantemente de la propia naturaleza y del Espíritu. Quisiera destacar dos gracias –entre tantísimas como da el Señor- que encuentran un lugar insustituible en la familia y la parroquia. Una hace a la verdad y la otra al amor.
Espacios abiertos a la Palabra
La familia y la parroquia son el lugar donde la palabra es verdadera, donde la verdad no sólo es develamiento sino también fidelidad.
La familia es, naturalmente, el lugar de la palabra. La familia se constituye con las palabras fundamentales del amor, el sí quiero, que establece alianza entre los esposos para siempre. En la familia el bebé se abre al sentido de las palabras gracias al cariño y a la sonrisa materna y paterna y se anima a hablar. En la familia la palabra vale por la persona que la dice y todos tienen voz, los pequeños, los jóvenes, los adultos y los ancianos. En la familia la palabra es digna de confianza porque tiene memoria de gestos de cariño y se proyecta en nuevos y cotidianos gestos de cariño. Podemos sintetizar nuestras reflexiones diciendo que la familia es el lugar de la palabra porque esta centrada en el amor. Las palabras dichas y escuchadas en la familia no pasan sino que giran siempre alrededor del corazón, iluminándolo, orientándolo, animándolo. El consejo paterno, la oración aprendida leyendo los labios maternos, la confidencia fraterna, los cuentos de los abuelos… son palabras que constituyen el pequeño universo centrado en cada corazón.
La parroquia es también lugar de la Palabra. Lo es desde que la Palabra, que se hizo carne en la familia de Nazareth, quiso también abrirse a la comunidad grande leyendo la palabra en la sinagoga de Nazareth. La parroquia es y debe ser el ámbito en el que la riqueza insondable de la Palabra que habita en la Iglesia se vuelve comprensible en la vida cotidiana de cada pueblo, de cada comunidad. La parroquia es de los pocos lugares en que los papás pueden ir con sus hijos a escuchar una misma palabra. En la escuela, los padres dejan a sus hijos. En la Eucaristía dominical, pueden ir juntos y ser iluminados por una misma Palabra. Los demás ámbitos de la palabra –los “medios”- son eso: medios. En la familia y en la comunidad parroquial la Palabra es Vida –gesto, coherencia, amor expresado, verdad vivida, fidelidad segura[19].
Espacios abiertos al amor
La otra gracia hace al amor y tiene que ver con la aceptación del otro, gratuita, perdonadora, creativa. Tiene que ver con la inclusión de todos[20]. La familia y la parroquia son el lugar del cobijo, de la comunión en el amor profundo, más que en determinadas costumbres que cambian constantemente.
Muchas veces los padres se angustian cuando sienten que los hijos no comulgan con sus valores. Lo cual puede ser cierto a un determinado nivel: la sociedad actual brinda a las personas muchísimas cosas que antes brindaba la familia (y la escuela) y que ahora se adquieren por otros medios. Pero la centralidad de la familia, el cobijo de la puerta que se abre a la intimidad, la alegría sencilla de la mesa familiar, el lugar donde uno se cura de sus enfermedades y descansa, donde puede mostrarse y ser aceptado como es, esos valores siguen vigentes y son vitales para todo corazón humano. Las cuatro relaciones de las que hablábamos constituyen la familia, son “el valor fundante” de todos los demás valores. Y se pueden cultivar tanto traduciéndolos en ritos y costumbres aceptados por toda la sociedad (como sucedía en ambientes culturales anteriores) como en contraposición con la ausencia de ellos en ese “afuera” que puede ser tan fascinante en muchos aspectos pero que carece de la calidez de estas relaciones básicas.
De la misma manera, la parroquia, sigue siendo centro de la vida profunda de nuestro pueblo, aunque las estadísticas muestren que decrece la participación en ciertos ritos o costumbres. La gente sigue valorando si la parroquia cultiva esas relaciones básicas de la familia: si le bautizamos los chicos, si bendecimos los matrimonios, si visitamos los enfermos y acompañamos a las familias cuando entierran a sus muertos, si acogemos a los pobres como hermanos, si tenemos la puerta abierta como el Padre misericordioso para todos los hijos, pródigos y cumplidores. La parroquia iguala porque lleva el centro de la vida eclesial a todas las periferias: las de la pobreza y la marginalidad, las de la lejanía de los grandes centros de vida política, económica y social, y las periferias existenciales, las del nacimiento y la muerte, las del pecado y la gracia.
El desafío actual de la evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio
El desafío que se nos presenta actualmente para la Nueva evangelización de la cultura y la inculturación del evangelio, lo expresaría así: es el desafío de recentrarnos en Cristo y en nuestra cultura –en nuestras culturas- para llegar a todas las periferias. No se trata de “prescindir de la primera evangelización”, ni de “predicar un evangelio diferente”, ni de que la anterior haya sido poco fecunda… sino de responder a los nuevos desafíos de la cultura actual[21].
Centrarnos en la persona en su dimensión comunitaria
Hace un año, en una charla en Alemania, el Cardenal Errázuriz decía que el centro de la Conferencia General no era, “en primer lugar, un gran programa: la nueva Evangelización, la cultura cristiana o la promoción humana”. Sino que:
“Esta Conferencia General se centra en aquella persona bautizada que va a gestar la cultura cristiana, que va a ser evangelizadora y que va a promover a sus hermanos, sobre todo a los más marginales. Es una nueva perspectiva en la línea de la educación de la fe. Se trata de ser y formar discípulos y misioneros de Jesucristo”[22].
Quisiera situar esta persona, a este “Discípulo y misionero de Jesucristo”, que deseamos que salga a evangelizar “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, dentro del marco que nos sugería Juan Pablo II al inicio de Santo Domingo:
“Al preocupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un hecho que allí donde la presencia de la Iglesia es dinámica, como es el caso de las parroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participada, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marcada solicitud pastoral por la familia, los jóvenes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos para-religiosos no logran instalarse o avanzar”[23].
Es inspirador el remedio que discierne el Papa contra la acción disolvente de las sectas: poner en el centro de todo a la persona en su dimensión comunitaria y de apertura a lo trascendente. Por eso es que vemos el remedio que propone Juan Pablo II no sólo como apropiado contra las sectas sino también para hacer frente a un aspecto de la globalización que tiende a disolver valores e instituciones intermedias para tratar a las personas como individuos aislados, más fáciles de manipular, tanto para el consumo como para la política clientelista. Contra este peligro, la parroquia y la familia son ámbitos comunitarios privilegiados de la relación entre persona, cultura y fe.
Centrarnos en nuestros núcleos culturales
Frente a la “crisis cultural de proporciones insospechadas” en la que vivimos, frente al quiebre de la relación entre valores evangélicos y cultura[24], Juan Pablo II nos ilumina apuntando a una evangelización que vaya a los núcleos culturales:
“En nuestros días se hace necesario un esfuerzo y un tacto especial para inculturar el mensaje de Jesús, de tal manera que los valores cristianos puedan transformar los diversos núcleos culturales, purificándolos, si fuera necesario, y haciendo posible el afianzamiento de una cultura cristiana que renueve, amplíe y unifique los valores históricos pasados y presentes, para responder así en modo adecuado a los desafíos de nuestro tiempo (cfr. Redemptoris missio, 52)”[25].
Seguidamente Juan Pablo II explicita esto de llegar a los núcleos culturales mostrando que la evangelización de la cultura no tiene nada de adaptación meramente externa, sino que va a lo profundo, allí donde se gestan los procesos culturales de los pueblos, a su mentalidad honda y arraigada[26]. Y esta mentalidad necesita un espacio más amplio y más duradero que el que puede proporcionarle cada conciencia individual. De ahí la importancia de la familia y la parroquia: ámbitos donde los “valores históricos y presentes de nuestra cultura y de nuestra fe pueden afianzarse, renovarse, ampliarse y unificarse.
Circularidad de nuestra cultura
Es que el centro es un constitutivo hondo de nuestra cultura latinoamericana, marcadamente “circular”. Ayuda tener esto en cuenta para poder pensar bien muchas cosas que no se entienden desde una concepción racionalista lineal, que considera el progreso como abandono del centro, como surgimiento de cosas nuevas que nada tienen que ver con las antiguas. Esta mentalidad se hace patente en el fastidio con que algunos sienten que “no avanzamos”, que “el pasado vuelve, con sus fantasmas y malas costumbres antiguas” (como si las nuevas fueran a ser mejores por el solo hecho de ser nuevas). La cultura y la fe latinoamericanas se han gestado y están profundamente centradas en torno a centros concretos de “comunión y participación”: centros espaciales, como los santuarios, centros temporales, como son las grandes fiestas en los que la comunión y la participación alcanzan su mayor esplendor. Nuestro pueblo avanza y peregrina en el tiempo y la geografía en torno a estos centros grandes, mientras que “habita” los centros más pequeños como son la familia y la parroquia. De allí que cuidarlas, promoverlas, reflexionar sobre su sentido y valorar las gracias de estos centros, equivalga a cuidar, promover y valorar nuestra cultura y nuestra fe mismas en cuanto tales.
El centro como condición de estabilidad y de fecundidad
Sabemos que la cultura y las diferentes culturas se van gestando desde el modo de centrarse que tienen los pueblos –para de allí expandirse- en torno a sus valores – los más cotidianos, los estéticos y los ético-políticos y los valores trascendentes. Cada cultura se centra primero en el espacio allí donde su geografía posibilita mejor el trabajo que puede desarrollar para la vida que desea. Cada cultura se centra luego en el tiempo, ritmando la vida con sus expansiones y concentraciones de acuerdo a las estaciones, al clima, al trabajo, la fiesta y el descanso, de acuerdo a las creencias de cada pueblo. Este centrarse es espiritual, pero no en sentido restrictivo, sino precisamente, en el sentido en que el espíritu centra todo lo humano, alma y cuerpo, persona y sociedad, cosas y valores, momentos e historia… todo.
Cada pueblo va transformando los lugares y tiempos que encuentra y los va configurando de acuerdo a su espíritu, a lo que desea, a lo que recuerda y a lo que proyecta. Y este centrarse lo va haciendo, no individualmente, sino en familia, en comunidad de familias –parroquia-, en pueblos… El centrarse es condición necesaria para que una cultura se geste y viva, pues hace a su estabilidad y a su fecundidad.
Centrarnos en Jesucristo
Juan Pablo II corona su mensaje con una hermosísima exhortación a volver la mirada a nuestro centro. Le dice a América Latina y a los pueblos del Caribe, como si le hablara a nuestra Señora:
«Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». ¡Sé fiel a tu bautismo, reaviva en este Centenario la inmensa gracia recibida, vuelve tu corazón y tu mirada al centro, al origen, a Aquel que es fundamento de toda dicha, plenitud de todo! ¡Abrete a Cristo, acoge el Espíritu, para que en todas tus comunidades tenga lugar un nuevo Pentecostés! Y surgirá de ti una humanidad nueva, dichosa; y experimentarás de nuevo el brazo poderoso del Señor, y «lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». Lo que te ha dicho, América, es su amor por ti, es su amor por tus hombres, por tus familias, por tus pueblos. Y ese amor se cumplirá en ti, y te hallarás de nuevo a ti misma, hallarás tu rostro, «te proclamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48)[27].
Vemos así que el desafío de anunciar a Jesucristo a nuestros pueblos –no a individuos aislados-, para que en El tengan vida –una vida plena, en todas las dimensiones de sus culturas-, conlleva una tarea de re-centramiento. Re-centrarnos en un Jesucristo que ya habita en el centro de nuestra cultura y que viene a nosotros, siempre nuevo, desde ese centro. Esta contemplación que siempre se recentra en un Cristo vivo que habita en medio de su pueblo fiel, nos libra de las tentaciones lineales y abstractas que piensan que el evangelio hay que reciclarlo: unos, en un taller de restauraciones, otros, en diferentes laboratorios de utopías[28]. Recentrarnos es tener el coraje de recordar, llegando hasta las periferias más antiguas del pasado de todas nuestras culturas, para reconocer allí –con memoria agradecida- la presencia del Espíritu. Recentrarnos es tener el coraje de arrojarnos a las periferias del futuro confiados en la esperanza de que el Señor viene a nosotros, lleno de gloria y poder.
Roma, 18 de enero de 2007.
Card. Jorge Mario Bergoglio, SJ
Arzobispo de Buenos Aires
[1] Cfr. Puebla Parte Tercera: La evangelización en América Latina, cap I. Centros de comunión y participación, 567 ss.
[2] Puebla 565.
[3] Cfr. Medellín 10, Puebla 501, 550.
[4] Juan Pablo II en su Mensaje a los indígenas, 12.10.92, 1, destacaba la valoración de la familia como algo ya muy presente en la vida de nuestros pueblos indígenas (cfr. Santo Domingo 17).
[5] “El influjo del ambiente secularizado ha producido, a veces, tendencias centrífugas respecto de la comunidad y pérdida del auténtico sentido eclesial” (Puebla 627).
[6] Cfr. Carlo María Martini, Famiglia e politica, Discorso per la vigilia di s. Ambrogio, 6-12-2000.
[7] Puebla 583.
[8] Juan Pablo II, Homilía en Puebla 2: AAS 71 pág. 184.
[9] “En la Eucaristía la familia encuentra su plenitud de comunión y participación. Se prepara por el deseo y la búsqueda del Reino, purificando el alma de todo lo que aparta de Dios. En actitud oferente, ejerce el sacerdocio común y participa de la Eucaristía para prolongarla en la vida por el diálogo en que comparte la palabra, las inquietudes, los planes, profundizando así, la comunión familiar. Vivir la Eucaristía es reconocer y compartir los dones que por Cristo recibimos del Espíritu Santo. Es aceptar la acogida que nos brindan los demás y dejarlos entrar en nosotros mismos. Vuelve a surgir el espíritu de la Alianza: es dejar que Dios entre en nuestra vida y se sirva de ella según su voluntad. Aparece, entonces, en el centro de la vida familiar la imagen fuerte y suave de Cristo, muerto y resucitado” (Puebla 588).
[10] Puebla 582.
[11] “En el plan de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su identidad sino también su misión: custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida, a través de cuatro cometidos fundamentales (cf. FC 17): a) La misión de la familia es vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas que se caracteriza por la unidad y la indisolubilidad. La familia es el lugar privilegiado para la realización personal junto con los seres amados. b) Ser «como el santuario de la vida» (CA 39), servidora de la vida, ya que el derecho a la vida es la base de todos los derechos humanos. Este servicio no se reduce a la sola procreación, sino que es ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos. c) Ser «célula primera y vital de la sociedad» (FC 42). Por su naturaleza y vocación la familia debe ser promotora del desarrollo, protagonista de una auténtica política familiar. d) Ser «Iglesia doméstica» que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, es santuario donde se edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados (cf. FC 55).
[12] “Podemos visitar en toda América Latina «casas donde no falta el pan y el bienestar pero falta quizás concordia y alegría; casas donde las familias viven más bien modestamente y en la inseguridad del mañana, ayudándose mutuamente a llevar una existencia difícil pero digna; pobres habitaciones en las periferias de vuestras ciudades, donde hay mucho sufrimiento escondido aunque en medio de ellas existe la sencilla alegría de los pobres; humildes chozas de campesinos, de indígenas, de emigrantes, etc.» (Juan Pablo II, Homilía Puebla, 4. AAS LXXI p. 186). Concluiremos subrayando que los mismos hechos que acusan la desintegración de la familia, «terminan por poner de manifiesto, de diversos modos, la auténtica índole de esa institución» (GS 47), «que no fue abolida ni por la pena del pecado original ni por el castigo del diluvio» (Liturgia del Matrimonio), pero que sigue padeciendo por la dureza del corazón humano (Cfr. Mt. 19,8)” (Puebla 581).
[13] “En el gran sentido de familia que tienen nuestros pueblos, los Padres de la Conferencia de Medellín vieron un rasgo primordial de la cultura latinoamericana”. Cfr. Juan Pablo II, Homilía en Puebla 2: AAS 71 p. 184(Puebla 570).
[14] Santo Domingo 58.
[15] “Además de la familia cristiana, primer centro de evangelización, el hombre vive su vocación fraterna en el seno de la Iglesia Particular, en comunidades que hacen presente y operante el designio salvífico del Señor, vivido en comunión y participación. Así, dentro de la Iglesia Particular, hay que considerar las parroquias, las Comunidades Eclesiales de Base y otros grupos eclesiales (Puebla 617).
[16] Cartas annuas del P. Roque González 1615 (s.d), Edic. en Documentos para la historia Argentina, vol. 20, Buenos Aires, 1929, pág. 25.
[17] “La generación de pueblos y culturas es siempre dramática; envuelta en luces y sombras. La evangelización, como tarea humana, está sometida a las vicisitudes históricas, pero siempre busca transfigurarlas con el fuego del Espíritu en el camino de Cristo, centro y sentido de la historia universal, de todos y cada uno de los hombres. Acicateada por las contradicciones y desgarramientos de aquellos tiempos fundadores y en medio de un gigantesco proceso de dominaciones y cultura, aún no concluido, la Evangelización constituyente de América Latina es uno de los capítulos relevantes de la historia de la Iglesia. Frente a las dificultades tan enormes como inéditas, respondió con una capacidad creadora cuyo aliento sostiene viva la religiosidad popular de la mayoría del pueblo” (Puebla 6).
[18] “Se debe insistir en una opción más decidida por la pastoral de conjunto, especialmente con la colaboración de las comunidades religiosas, promoviendo grupos, comunidades y movimientos; animándolas en un esfuerzo constante de comunión, haciendo de la Parroquia el centro de promoción y de servicios que las comunidades menores no pueden asegurar” (Puebla 650).
[19] “Esta Evangelización tendrá fuerza renovadora en la fidelidad a la Palabra de Dios, su lugar de acogida en la comunidad eclesial, su aliento creador en el Espíritu Santo, que crea en la unidad y en la diversidad, alimenta la riqueza carismática y ministerial y se proyecta al mundo mediante el compromiso misionero” (Santo Domingo 27).
[20] “La vida de comunión de los discípulos de Jesucristo es un don que muestra su unidad a través de la diversidad y pluralidad de las naciones, lenguas, razas y costumbres: recordando que es imagen del Dios Uno y Trino. Cuando en la Iglesia se vive el amor, las diferencias nunca dividen, sino que enriquecen la unidad, centrada en torno al Papa, sucesor de san Pedro y Pastor de la Iglesia universal. Se expresa en la Iglesia particular, en torno al Obispo, y tiene su vivencia habitual en la parroquia y sus comunidades; sin olvidar la familia, “Iglesia doméstica”, lugar en que vivimos y aprendemos, por vez primera, la gratuidad del amor y la alegría de la comunión” (Documento Previo a la V Conferencia del Episcopado de Latinoamérica y el Caribe nº 71).
[21] “La Nueva Evangelización tiene como punto de partida la certeza de que en Cristo hay una «»inescrutable riqueza» (Ef 3,8), que no agota ninguna cultura, ni ninguna época, y a la cual podemos acudir siempre los hombres para enriquecernos» (Juan Pablo II, Discurso inaugural, 6). Hablar de Nueva Evangelización es reconocer que existió una antigua o primera. Sería impropio hablar de Nueva Evangelización de tribus o pueblos que nunca recibieron el Evangelio. En América Latina se puede hablar así, porque aquí se ha cumplido una primera evangelización desde hace 500 años” (Santo Domingo 24).
[22]Conferencia en Alemania del Cardenal Errázuriz, Presidente del Celam, donde hace referencia a la preparación de la V Conferencia Königstein, 2 de diciembre de 2005.
[23] Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre nº 6.
[24] Cita aquí a Pablo VI: «La ruptura entre Evangelio y cultura es sin duda alguna el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que haya que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas. Estas deben ser regeneradas por el encuentro con la Buena Nueva» (Evangelii nuntiandi, 20) .
[25] Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre, nº 21.
[26] «La evangelización de la cultura es un esfuerzo por comprender las mentalidades y las actitudes del mundo actual e iluminarlas desde el Evangelio. Es la voluntad de llegar a todos los niveles de la vida humana para hacerla más digna» (Discurso al mundo de la cultura, Lima, 15 de mayo 1988, 5). Pero este esfuerzo de comprensión e iluminación debe estar siempre acompañado del anuncio de la Buena Nueva (cf. Redemptoris missio, 46), de tal manera que la penetración del Evangelio en las culturas no sea una simple adaptación externa, sino un proceso profundo y global que abarque tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia» (Ibid, 52), respetando siempre las características y la integridad de la fe” (Santo Domingo, Discurso inaugural del Santo Padre nº 22).
[27] Ibid. Nº 31.
[28] J. M. Bergoglio s.j., Meditaciones para religiosos, Ed. Diego de Torres, Bs. As., 1982, págs. 54-55.