Oración «Bendita sea tu pureza»

Oración «Bendita sea tu pureza»

Esta oración es uno de los poemas a Nuestra Señora que más devoción provoca en el mundo de habla española; se trata de una décima de autor desconocido que fue escrita en el periodo renacentista.


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Bendita sea tu pureza

Bendita sea tu pureza
y eternamente lo sea,

pues todo un Dios se recrea
en tan graciosa belleza.

A Ti, celestial princesa, 
Virgen Sagrada María, 
te ofrezco en este día, 
alma, vida y corazón.

Mírame con compasión,
no me dejes, Madre mía.

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Mes de mayo, mes de María

Mes de mayo, mes de María

Llega el mes de mayo. Es el mes de María. En este mes precioso se nos invita especialmente a vivir con María, en las distintas romerías que llenan de flores nuestras ermitas y, sobre todo, en la espera del Espíritu Santo, como hicieron los apóstoles en la preparación a Pentecostés:

«Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos» (Hch 1,14). La comunidad cristiana tiene su referencia fundamental en aquella primera comunidad que vive unida con María a la espera del Espíritu Santo. Cuando llegue el Espíritu Santo, «nos lo enseñará todo y nos recordará todo» (Jn 14,26) de parte de Jesús.

La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1,26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hch 2,1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella, la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo.

No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María.

Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo.

Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna «flor» que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario.

El rosario es como una oración «en red», que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor.

Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado.

Con mi afecto y bendición.

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Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

Córdoba, 29 de abril de 2010

La Biblia más infantil: Milagros de Jesús (I)

La Biblia más infantil: Milagros de Jesús (I)

El leproso (1)

Jesús hizo muchos milagros. Los milagros son hechos extraordinarios que ningún hombre puede hacer. Sólo puede hacerlos Dios. Cierto día, le salió al encuentro un leproso, uno de esos enfermos con llagas y úlceras que tenían que vivir en cuevas en el campo porque nadie los quería… El pobre leproso, que había oído hablar de la bondad de Jesús de Nazaret, se acercó a Él y le dijo: «Señor, si quieres puedes limpiarme…».

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El leproso (2)

El leproso (2)

Jesús tuvo pena de él, extendió la mano y le tocó, diciéndole: «¡Quiero, queda limpio!». Y en el mismo instante desapareció la lepra, y su carne se volvió sana y suave como la de un niño. El leproso, loco de alegría, contó a grandes voces por el camino el milagro que le había hecho Jesús.



«Jesús, que yo también sea muy alegre»

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La pesca milagrosaLa pesca milagrosa

Un día, Jesús se subió a la barca de Pedro y le dijo que echase las redes al mar para pescar. Pedro le contestó: «Hemos estado toda la noche pescando, sin coger un solo pez… pero si Tú lo dices, echaré la red». Pedro obedece a Jesús, y al subir la red, estaba tan llena de peces que casi se rompía.



«Jesús, que te obedezca siempre»

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Tempestad en el lagoTempestad en el lago

Otro día, Jesús y sus discípulos atravesaban el lago. Era al atardecer y Jesús, cansado de predicar, iba durmiendo en la barca. De pronto se levantó una tormenta terrible y las olas cubrían la barca. Los discípulos se asustaron mucho y lo despertaron diciendo: «Señor, sálvanos, que nos hundimos».




«Que acuda a Ti en todas mis necesidades»

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Jesús calma la tempestadJesús calma la tempestad

Jesús les contestó: «¿Por qué tenéis miedo? ¿No sabéis que estoy con vosotros?». Entonces, se levantó y le dijo al viento: «¡Párate!». Inmediatamente, se calmó el viento y el mar quedó en calma, como un espejo. Los discípulos estaban admirados y muy contentos.



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«Oraciones de la noche»

Con Dios me acuesto,

Con Dios me levanto,

Con la Virgen María

Y el Espíritu Santo.

Bajo mi frente,

Junto mis manos,

Porque a Ti yo quiero

Mi corazón ofrecerte.

Cubre mi cama

De sueños buenos,

Llena mi almohada

De angelitos bellos.

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De La Biblia más infantil, Casals, 1999. Páginas 89 a 93

Coordinador: Pedro de la Herrán

Texto: Miguel Álvarez y Sagrario Fernández Díaz

Dibujos: José Ramón Sánchez y Javier Jerez


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Cuento de Pascua

Cuento de Pascua

Cuentan que un día, hace miles de años, una bellota lloró durante semanas bajo un roble anciano. Éste compadeciéndose al fin de ella, le preguntó:

—¿Qué te atormenta hermosa bellota? ¿Cuál es el motivo de tu aflicción?

Durante un corto espacio de tiempo contuvo su llanto, sorprendida porque aquel enorme árbol le hubiese llamado hermosa a ella, minúscula y ridícula… No, ni aunque un bosque entero la hubiera llamado hermosa, hubiera creído serlo.

—¿Cómo puedes llamarme hermosa, a mí, que soy tan pequeña que apenas alcanzo a percibir la luz del sol que tapan tus ramas?

—Creo que eres hermosa. Y me entristece que pienses que la belleza sólo se encuentra en el tamaño. ¿Tendría que llorar yo entonces contemplando la montaña? Y ya que has contestado a mi pregunta con otra, permíteme interrogarte de nuevo: ¿Acaso el lirio es menos bello que el río? ¿Crees que el estruendo de la tormenta es más hermoso que el canto del ruiseñor? La belleza se encuentra en el corazón que aprecia aquello que le rodea, indistintamente de su tamaño. Tú serás tan hermosa a mis ojos como yo quiera verte.

—Pero aun así, aunque de verdad fuera bella… ¿De qué me sirve? No valgo para nada. Dime tú, sabio roble, ¿Para qué disfrutar del viento y la luz cuando vivía en tus ramas, si ahora estoy en el suelo cubierta de un polvo que apenas me permite ver? Cuando caí con mis hermanas al menos disfrutaba de su compañía, pero vinieron los cerdos y se las comieron, esparciendo sus cáscaras alrededor de mí.

—Hija mía ¿Ni siquiera te sientes privilegiada por ello? ¿No te acuerdas cuando te acunaba en las noches serenas y te protegía con mis hojas de la lluvia… ? Yo sabía que tú eras especial, única. Te he cuidado y te he mimado porque dentro de ti se encuentra la luz fecunda que ahora desconoces. Eres mi predilecta desde que te vi nacer.

—No lo entiendo. No sé de qué me hablas. ¿Por qué he de ser especial? Mírame bien, soy una bellota menuda, rota, amarga… ¿aun así dices que soy bella y especial? La tierra intenta tirar de mí, y no sé por qué aún me resisto. ¿Cuál es la razón de mi existencia? Soy muy joven pero ya me siento morir. Todo lo que me rodea son motivos de desánimo, no encuentro razones para ser feliz. No puedo ser feliz.

—Querida bellota, te resistes inútilmente a tu destino. Te esfuerzas en vano. Cuantas más energías destines a permanecer fuera de la tierra, antes morirás.

—¿Y así intentas consolarme? Desde siempre te he admirado, tú que eres grande y robusto… incluso te he envidiado. Pero con el tiempo me he conformado con ser lo que soy. Un apéndice de ti, un trocito de madera que arrojaste al suelo para ser devorado por los animales. No he pretendido ser más que eso. Ahora veo que mi vida carece de sentido. Para morir así, hubiese preferido no vivir. Esa es la causa de mi llanto sabio roble.

—Ha llegado la hora de contarte tu gran secreto. En realidad no eres un apéndice de mí, un estorbo inútil en mis ramas, ni tampoco comida para los animales. Eres un roble, disfrazado con la pequeñez que hace humilde al bueno y soberbio al que se deja llevar por el mal. Pero para convertirte en un roble como yo, debes morir primero. En tu alma llevas la impronta de mi ser, la potencialidad que te convertirá en árbol. Te pudrirás y el roble que llevas en tu interior te desgarrará la piel, dividirá tu corazón de semilla. La transformación es dolorosa. Pero te aseguro que es la única puerta a la felicidad. No creas que ese dolor es gratuito.

En ese momento la semilla se inundó de una paz y una alegría intensa. Su lamento se trocó en canto de esperanza, y dejó que la madre tierra, poco a poco, la acogiera en su seno, soñando con convertirse en un hermoso roble.

Pasaron los años, y el roble joven disfrutaba de la incipiente primavera. Una pequeña oruga trepó trabajosamente por su tronco y se detuvo en una rama. Comenzó a expulsar seda por su boca y a encerrarse en una crisálida. Con voz triste y cortés dijo:

—Permíteme que me aloje aquí, será sólo por unos días. Creo que se acerca el fin del mundo. Me parece que voy a morir pronto. No te preocupes por la seda, el viento la arrancará cuando yo sólo sea polvo.

Apenas transcurrida una hora, la oruga rompió a llorar.

—Hermosa oruga –dijo el joven árbol- ¿Por qué lloras?

—¿Hermosa dices? Déjame en paz; ¿Y no te he dicho que voy a morir? ¿No te basta así que además tienes que atormentarme con tu ironía? Ya llega el fin del mundo…

El velo de la noche lo cubrió todo. La oruga, cansada de llorar se durmió. El árbol inclinó su rama, protegiéndola del viento, y susurrando murmuró:

—Querida oruga, aquello que tú llamas el fin del mundo, el resto del mundo lo llamará… MARIPOSA.

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Breve biografía de Israel Gajete Domíguez

¡Colorea profesiones!

¡Colorea profesiones!

Con motivo de la fiesta de san José, obrero, os presentamos las siguientes láminas para que los niños se entretengan coloreando.

Además de los niños, esta dinámica es útil para todos los adultos si, mientras preparamos los dibujos a los niños, tomamos conciencia del significado cristiano del trabajo y de la vida ordinaria, y cómo podemos cumplir perfectamente la voluntad de Dios en nuestro ámbito cotidiano. Para ello, nada mejor que pensar en los modelos principales de la Iglesia: la Virgen María, Madre de Dios, y san José, quienes santificaron su vida, sobre todo, en los llamados «años ocultos» de Jesucristo, antes de que comenzase Su Ministerio, en la más absoluta humildad y anonimato.

Nota: podéis obtener las imágenes en tamaño real pulsando directamente sobre el título de cada imagen.

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¡Colorea profesiones!


Jardinero 

Profesor 

Jardinero Profesor

Peluquero 

Cartero 1 

Peluquero Cartero

Obrero 1 

Obrero 2 

Obrero 1 Obrero 2

Pastelero 

Panadero 

Pastelero Panadero

Cartero 2 

Mecánico 

Cartero 2 Mecánico

Carnicero

Astronáuta

Carnicero Astronáuta

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¡Ayuda a san José coloreando la carpintería!

¡Ayuda a san José coloreando la carpintería!

Con motivo de la próxima fiesta de san José, obrero, os ofrecemos las siguientes láminas para que los más pequeños de la familia se diviertan coloreando a nuestro modelo de trabajador por excelencia.

Accede a las láminas pulsando sobre los enlaces de texto que están encima de las imágenes.

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Ayuda a san José coloreando la carpintería

Carpintería 1

Carpintería 2

Carpintería 1 Carpintería 2

Carpintería 3

Carpintería 4

Carpintería 3 Carpintería 4


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Poema: El Dios que trabaja

Poema: El Dios que trabaja

El amor hace tener por descanso el trabajo.

Santa Teresa de Jesús

El trabajo es forjador del carácter porque ofrece la ocasión de practicar muchas virtudes, acrecienta la conciencia de la propia responsabilidad, exige la constancia en el deber monótono y tantas veces oscuro, frena los instintos de la naturaleza rebelde, aleja de las ocasiones de pecado, distrae del objeto de la concupiscencia, fatiga el organismo, satisface lo debido por los propios pecados y por los del mundo, y santifica las almas. Si me mandáis trabajar – Morir quiero trabajando escribirá Santa Teresa, a quien el Señor le hacía merced de ser la primera en el trabajo.


El Dios que trabaja, poema


Inmenso Dios creando como un torbellino inmóvil y amoroso, afanándose en su obra para su gloria en el hombre. Pasa revista a todo, estrellas, mares, calandrias y elefantes, aves del paraíso y águilas reales, altísimas montañas, palomas raudas, palmeras y cipreses, colibrís y elefantes… el hombre y la mujer…, dijo: ¡Bien. Todo está bien. Me ha quedado todo estupendo!…

Y vio Dios que lo había hecho bien.


El amor de Dios ya se nos manifiesta en la creación.

Maravillas de amor del trigo verde.

Maravillas de amor de los ríos caudalosos.

De los hondos mares bravíos.

De las altas montañas escarpadas.

Del ondular de las colchas de sangre de amapolas.

De los rosarios rosados del maíz.

Del néctar de los melones deliciosos.

De los crujientes cacahuetes.

De los prados de verduras

De los racimos de los plátanos.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


Riquezas de amor del oro pálido.

De los diáfanos diamantes.

De los zafiros y de los topacios.

De las aguas marinas románticas.

De los rojos corales.

De las amatistas y rubíes de sangre.

De la plata rutilante.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


El regalo de amor de la vida animal.

De los ágiles caballos.

De las gacelas tímidas.

De los jilgueros y de los gorriones cantarines.

De los locuaces periquitos.

De los toros solemnes y orgullosos.

De las ballenas como casas.

De los leones regios.

De los pavos reales de ensueño.

De las altísimas jirafas.

De los canarios melodiosos.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


Y el lujo de los jardines.

Las rosaledas lujuriantes, jaspeadas.

Los jazmines embriagadores.

Las madreselvas de embrujo.

Los claveles rojos, naranja, blancos, amarillos.

Los tulipanes de nácar.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


Maravillas de amor.

Y el hombre. Y la mujer.

Y el paraíso sin dolor.

La chispa primera de la inteligencia.

El latido de la primera emoción, del primer amor.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


Misterio de amor.

Y la Redención.

Hijos en el Hijo.

Vida de Dios. Como si a las hormigas

las eleváramos a la vida humana,

inteligente y voluntaria.

Como si les pudiéramos decir:

¡Hormigas, qué alegría,

sois hombres, siendo a la vez hormigas!

Hombres – dioses.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


Al animal con suplemento

de inteligencia: hombre.

Al hombre con la gracia = dios.

Divinizado Pero comprado con Sangre divina.

La Sangre del Cordero.

Y ese hombre, ya liberado en general,

tiene que ser liberado en concreto.

Tú, yo, él, todos.

La Iglesia.

La humanidad.

La humanidad en el crisol.

Y vio Dios que lo había hecho bien.


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Reflexiones y meditaciones del Padre Jesús Martí Ballester

Fuente original: autorescatolicos.org

Sobre la fiesta de san José Obrero

Sobre la fiesta de san José Obrero

Se cristianizó una fiesta que había sido hasta el momento la ocasión anual del trabajador para manifestar sus reivindicaciones, su descontento y hasta sus anhelos. Fácilmente en las grandes ciudades se observaba un paro general y con no menos frecuencia se podían observar las consecuencias sociales que llevan consigo la envidia, el odio y las bajas pasiones repetidamente soliviantadas por los agitadores de turno. En nuestro occidente se aprovechaba también ese momento para lanzar reiteradas calumnias contra la Iglesia que era presentada como fuerza aliada con el capitalismo y consecuentemente como el enemigo de los trabajadores.

Fue después de la época de la industrialización cuando toma cuerpo la fiesta del trabajo. Las grandes masas obreras han salido perjudicadas con el cambio y aparecen extensas masas de proletarios. También hay otros elementos que ayudan a echar leña al fuego del odio: la propaganda socialista-comunista de la lucha de clases.

Era entonces una fiesta basada en el odio de clases con el ingrediente del odio a la religión. Calumnia dicha por los que, en su injusticia, quizá tengan vergüenza de que en otro tiempo fuera la Iglesia la que se ocupó de prestar asistencia a sus antepasados en la cama del hospital en que murieron; o quizá lanzaron esas afirmaciones aquellos que un tanto frágiles de memoria olvidaron que los cuidados de la enseñanza primera los recibieron de unas monjas que no les cobraban a sus padres ni la comida que recibían por caridad; o posiblemente repetían lo que oían a otros sin enterarse de que son la Iglesia aquellas y aquellos que, sin esperar ningún tipo de aplauso humano, queman sus vidas ayudando en todos los campos que pueden a los que aún son más desafortunados en el ancho mundo, como Calcuta, territorios africanos pandemiados de sida, o tierras americanas plenas de abandono y de miseria; allí estuvieron y están, dando del amor que disfrutan, ayudando con lo que tienen y con lo que otros les dan, consolando lo que pueden y siendo testigos del que enseñó que el amor al hombre era la única regla a observar. Y son bien conscientes de que han sido siempre y son hoy los débiles los que están en el punto próximo de mira de la Iglesia. Quizá sean inconscientes, pero el resultado obvio es que su mala propaganda daña a quien hace el bien, aunque con defectos, y, desde luego, deseando mejorar.

El día 1 de Mayo del año 1955, el Papa Pío XII, instituyó la fiesta de San José Obrero. Una fiesta bien distinta que ha de celebrarse desde el punto de partida del amor a Dios y de ahí pasar a la vigilancia por la responsabilidad de todos y de cada uno al amplísimo y complejo mundo de la relación con el prójimo basada en el amor: desde el trabajador al empresario y del trabajo al capital, pasando por poner de relieve y bien manifiesta la dignidad del trabajo -don de Dios- y del trabajador -imagen de Dios-, los derechos a una vivienda digna, a formar familia, al salario justo para alimentarla y a la asistencia social para atenderla, al ocio y a practicar la religión que su conciencia le dicte; además, se recuerda la responsabilidad de los sindicatos para logro de mejoras sociales de los distintos grupos, habida cuenta de las exigencias del bien de toda la colectividad y se aviva también la responsabilidad política del gobernante. Todo esto incluye ¡y mucho más! la doctrina social de la Iglesia porque se toca al hombre al que ella debe anunciar el Evangelio y llevarle la Salvación; así mantuvo siempre su voz la Iglesia y quien tenga voluntad y ojos limpios lo puede leer sin tapujos ni retoques en Rerum novarum, Mater et magistra, Populorum progressio, Laborem exercens, Solicitudo rei socialis, entre otros documentos. Dar doctrina, enseñar donde está la justicia y señalar los límites de la moral; recordar la prioridad del hombre sobre el trabajo, el derecho a un puesto en el tajo común, animar a la revisión de comportamientos abusivos y atentatorios contra la dignidad humana… es su cometido para bien de toda la humanidad; y son principios aplicables al campo y a la industria, al comercio y a la universidad, a la labor manual y a la alta investigación científica, es decir, a todo el variadísimo campo donde se desarrolle la actividad humana.

Nada más natural que fuera el titular de la nueva fiesta cristiana José, esposo de María y padre en funciones de Jesús, el trabajador que no lo tuvo nada fácil a pesar de la nobilísima misión recibida de Dios para la Salvación definitiva y completa de todo hombre; es uno más del pueblo, el trabajador nato que entendió de carencias, supo de estrecheces en su familia y las llevó con dignidad, sufrió emigración forzada, conoció el cansancio del cuerpo por su esfuerzo, sacó adelante su responsabilidad familiar; es decir, vivió como vive cualquier trabajador y probablemente tuvo dificultades laborales mayores que muchos de ellos; se le conoce en su tiempo como José «el artesano» y a Jesús se le da el nombre descriptivo de «el hijo del artesano». Y, por si fuera poco, los designios de Dios cubrían todo su compromiso.

Fiesta sugiere honra a Dios, descanso y regocijo. Pues, ánimo. Honremos a Dios santificando el trabajo diario con el que nos ganamos el pan, descansemos hoy de la labor y disfrutemos la alegría que conlleva compartir lo nuestro con los demás.

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Biografía del Padre Jesus Marti Ballester

Fuente original del artículo: catholic.net


José, el carpintero – Capítulo del libro Los silencios de san José

José, el carpintero – Capítulo del libro Los silencios de san José

¿De dónde te vienen a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo de¡ carpintero?

Mt 13, 55

Los evangelistas San Mateo y San Marcos, para designar el oficio de José utilizan un término cuyo sentido general es el de artesano obrero’. Si nos atuviéramos sólo al significado de esta palabra, podría creerse que José era herrero, ebanista, albañil, alfarero, tintorero… Que ejercía, en fin, uno u otro de los múltiples oficios a que en aquella época se dedicaban los artesanos. Sin embargo, las más antiguas tradiciones son casi unánimes, tanto entre los Padres de la Iglesia como entre los evangelistas apócrifos: José era «faber lignarus», es decir, obrero de la madera, o dicho de otra forma, ebanista, carpintero. Verdad es que San Hilario, San Beda el Venerable y San Pedro Crisólogo dicen que fue herrero, y San Ambrosio y Teófilo de Antioquía nos lo representan cortando árboles y construyendo casas, pero esas diversas afirmaciones no tienen nada de contradictorio. A un humilde artesano de pueblo le habría sido imposible especializarse, pues no habría tenido suficiente trabajo; se dedicaba, pues, a realizar tareas diversas, entre las cuales las de carpintería y ebanistería parecen haber sido las principales. Tal oficio le obligaba a ser al tiempo un poco leñador, herrero y albañil. Algunos autores dicen que les cuesta admitir que ejerciera tales oficios, pues «exigían un ambiente de ruido y una fuerza corporal que no están en armonía con los hábitos de calma y de oración de la Sagrada Familia» (Card. Lépicier). En realidad, son más bien estas ideas las que resultan extrañas y ofensivas: creer que el Hombre-Dios, que vino a este mundo para compartir la condición humana, se iba a preocupar de escoger una profesión en que nada hiriera sus delicados tímpanos o la delicadeza de sus manos, es francamente ridículo.

Es la misma incomprensión que empuja a ciertos autores a querer elevar el nivel social de José. Según ellos, habría sido una especie de contratista de obras o de arquitecto, con obreros a sus órdenes… Es decir, una especie de notable de Nazaret. A eso se le llama, simplemente, avergonzarse de la humildad del Evangelio.

No dudemos, pues, en afirmar —en la medida que es posible saberlo— que era un pequeño y oscuro artesano de pueblo que se ganaba penosamente. La vida, y que esta oscuridad aparente estaba de completo acuerdo con el espíritu del Misterio de la Encarnación, en el que José iba a verse implicado.

En el siglo II, hacia el año 160, el filósofo San Justino, mártir, escribía: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos». San Justino había nacido en Samaria, concretamente en Naplusa, la antigua Siquem; as! pues, había podido recoger testimonios procedentes de la vecina Galilea. Ahora bien, los arados de aquella época, como los actuales, llevaban una reja de hierro que el carpintero se encargaba de forjar personalmente, lo que le obligaba a completar su oficio con el de herrero.

En cualquier caso, es curioso constatar que todavía hoy la fabricación de arados es, con la de hoces y cuchillos, una especialidad de Nazaret. El oficio de José no ha cesado, pues, de constituir una tradición en donde él mismo lo ejerció.

San Cirilo de Jerusalén dice, por su parte, que en sus tiempos todavía se mostraba (vivió en el siglo IV) una pieza de madera en forma de teja, labrada, según se decía, por José y por Jesús.

Uno se siente inclinado a responder afirmativamente a la pregunta que se hace Maurice Brillant en su obra sobre El pueblo de la Virgen: «Podría decirse —por emplear un término familiar, pero expresivo­— que José en su taller multiforme hacía toda clase de chapuces… ». Trabajaba a la vez el hierro, la madera y el barro. Era el artesano del pueblo al que se recurría cuando había que colocar una puerta, levantar un muro desplomado, reemplazar un armazón Podrido, fabricar un mueble o reparar un útil de trabajo. No sólo confeccionaba todas las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas de adobe, sino también ruedas para carros, escardillos, rastrillos, cunas, ataúdes, útiles de cocina, taburetes, toneles, y esos baúles o arcones que, en aquélla época, sustituían a los armarios para guardar la ropa, los vestidos y los víveres. En ocasiones es posible que también hiciera piezas finas de marquetería .

Los habitantes de Nazaret solicitarían con frecuencia sus servicios; cuando una puerta no cerraba, cuando se rompía la pata de una banqueta, cuando una repisa estaba carcomida, cuando unos recién casados querían poner su casa, se repetía lo que el Faraón decía refiriéndose a su primer ministro: «Id a ver a José «.

Su taller, como solía ocurrir en Oriente, estaría situado cerca de su casa, quizá adosado a ella. Como en las tiendas de nuestros pueblos, la puerta estaría siempre abierta y se vería repleto de carros y arados por reparar, de troncos de árboles todavía no aserrados y de vigas y tablones de cedro y de sicómoro apoyados en la fachada. Al fondo, las herramientas colgadas del muro. La Biblia menciona entre ellas el hacha y la sierra, el martillo y el rascador, el compás y el cordel; habría que añadir a esta lista el mazo y el berbiquí, el cepillo y la garlopa.

Es absurdo pensar que José no fuese un buen artesano, reputado tanto por su destreza y habilidad como por su honestidad y rectitud. Se sabía en Nazaret, y sin duda en toda la comarca, que al dirigirse a él se estaba seguro de pagar un precio justo y recibir una obra bien hecha.

Amaba su oficio y lo conocía a fondo. Lo había estudiado y lo había ejercido con la misma meticulosidad con que escrutaba la Ley de Dios. Sabía que ante el Señor el trabajo no es solo una exigencia, sino también un motivo de orgullo, algo noble y redentor; que lejos de considerarlo una esclavitud, hay que verlo como una forma de oración, como un medio de encontrar a Dios y, a la vez, ganarse el pan y la salvación. Por eso, transformar un tronco de árbol en planchas, en útiles o en muebles, era un gozo para él. Le gustaba, el entrar por la mañana en el taller, sentir el olor a madera fresca recién cepillada, ver cómo el sol, entrando por la puerta abierta, hacía brillar el metal de sus herramientas. Se preparaba para su tarea como para una ceremonia religiosa. Cuando se ataba a la cintura su delantal de cuero, lo hacía con la gravedad del sacerdote al ponerse la casulla, y cuando se inclinaba sobre su banco de carpintero, llenaba de ilusión y de cariño cada gesto, experimentando un gozo inexpresable en ejecutar los encargos de su clientela.

No se envanecía de nada, pero se sentía feliz satisfaciendo a sus clientes. Les preguntaba qué tal iba el arado que les había hecho, si aguantaba bien el armazón del techo, y el contento que manifestaban se convertía en suyo.

Se pueden aplicar perfectamente a José —como se ha hecho muchas veces— las frases de Péguy en las que dice que en aquella época el trabajo se consideraba como «un increíble honor» y que se hacía una silla de enea «con el mismo espíritu, el mismo amor y las mismas manos que se alzaron las catedrales». José fabricaba los yugos y los arados como si se tratara de hacer un tabernáculo, pues sabía que toda obra realizada por amor es agradable a Dios.

No protestaba por los callos de sus manos, más duros cada día, por el sudor que perlaba su frente y secaba con el dorso de su mano, antes bien cantaba mientras trabajaba en su taller. Cantaba al ritmo de su mazo y repetía los versículos del salmo 150 que su tatarabuelo David había compuesto:

¡Alabad al Señor con arpas y cítaras!

¡Alabadle con tambores y danzas!

¡Alabadle con, instrumentos de cuerda y con flautas!

¡Alabadle con platillos sonoros!

íAlabadle con platillos resonantes!

El címbalo que José tañía era su hacha, su flauta una regla, su tímpano una galopa, su salterio una sierra, su cítara un martillo, Mientras los utilizaba, su corazón permanecía unido a Dios y su alma se elevaba hacia él.

El demonio jamás franqueaba la puerta de su taller. Se sentía confundido y desarmado frente a este hombre humilde. Por listo que fuese, no era capaz de comprender el misterio de quien le parecía a la vez indefenso e inexpugnable. No sabía por donde atacarle, por donde tentarle. Para tener éxito con un alma, necesita encontrar en ella un mínimo de rebelión, un esbozo del non serviam!Pero este misterioso carpintero parecía tan feliz aserrando troncos de árboles y dando forma a las ruedas de las carretas, que Satanás odiaba hasta el ruido de su martillo y de su sierra, que, a sus oídos, sonaba como una música religiosa. El espectáculo de aquel hombre justo era una tortura para él.


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Los silencios de san José (libro completo en corazones.org)